La hija de su enemigo - Olivia Gates - E-Book

La hija de su enemigo E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

Rafael Salazar volvió a Río de Janeiro para destruir al hombre que le había robado su infancia, pero al descubrir a una bellísima mujer la pasión lo abrumó por completo y juró hacerla suya, aun tras saber quién era en realidad. Eliana Ferreira nunca había conocido a un hombre como Rafael y no podía negarle nada… hasta que él desveló su terrible propósito.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Olivia Gates

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A

La hija de su enemigo, N.º 2041 - mayo 2015

Título original: From Enemy’s Daugther to Expectant Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6272-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Prólogo

De nuevo, despertó sobresaltado en medio de la noche. Con las mejillas mojadas, el corazón latiéndole como loco dentro del pecho y el grito por sus padres aún quemándole en la garganta.

–Levántate, Números.

La horrible voz hizo que el terror se le extendiera por todo el cuerpo. La primera vez que la escuchó se había asustado, pensando que había un extraño en su habitación, pero pronto se dio cuenta de que era aún peor. Ya no estaba en su casa sino en un sitio largo y estrecho sin ventanas ni muebles. Estaba en el suelo, helado, con las manos atadas a la espalda. Esa voz, con fuerte acento extranjero, había dicho lo mismo entonces.

Y así fue como empezó la pesadilla.

–Parece que Números quiere recibir otra paliza.

Era la voz de otro hombre. Había pensado que jamás volvería a ver a nadie más que a aquellos monstruos, que lo llamaban Números. Por eso lo habían secuestrado, porque se le daban bien los números.

Se había sentido ofendido la primera vez que dijeron eso. Él no era bueno con los números sino un prodigio matemático. Eso era lo que decían sus padres, sus profesores y todos los expertos que se habían puesto en contacto con él.

Cuando intentó corregirlos recibió la primera bofetada. Una bofetada que estuvo a punto de partirle el cuello, enviándolo contra la pared. El dolor hizo que entendiese que aquello era real. Ya no estaba a salvo, ya no estaba protegido.

Al principio, incrédulo y furioso, propuso no contarle a nadie que se habían atrevido a ponerle la mano encima si lo llevaban de vuelta a casa. Los dos hombres se habían reído, y uno le había dicho al otro que podría ser más difícil de lo que pensaban doblegar a Números.

Él había insistido en que ese no era su nombre y el hombre había vuelto a golpearlo.

Mientras estaba tumbado en el suelo, temblando de miedo, uno de ellos le había dicho lo que debía esperar a partir de aquel momento:

–No volverás a ver a tus padres y no saldrás de aquí. Ahora eres nuestro. Si haces todo lo que te pedimos, no serás castigado. Al menos, no demasiado.

Había desobedecido todas las órdenes, por mucho que lo castigasen, esperando que dejasen de hacerlo y lo enviasen de vuelta a su casa, agotados. Pero se habían vuelto más brutales. Parecían disfrutar haciéndole daño, y la esperanza de que aquella pesadilla terminase se desvanecía cada vez más.

–¿Dejamos que Números elija hoy su castigo?

Apenas podía ver la silueta de sus torturadores, con los dos ojos hinchados, y en ese momento decidió rendirse. Por fin entendió que aquella pesadilla no iba a terminar.

Sus captores nunca dejarían de golpearlo, sus padres no iban a rescatarlo y no habría ayuda de nadie. Y si era así como iba a vivir a partir de ese momento, ya no quería seguir haciéndolo.

Pero ni siquiera podía suicidarse. Lo único que había en su celda era un cuenco metálico con agua sucia y el cubo que usaba como inodoro. No había forma de escapar, salvo tal vez…

Lo había intentado todo salvo seguirles el juego. Quizá si lo hacía lo sacarían de la celda. Y entonces podría escapar.

O morir en el intento.

Uno de los gigantes le dio una patada en las costillas.

–Arriba, Números.

Apretando los dientes para contener el dolor, se levantó.

–Ah, por fin obedece.

–Vamos a ver si es verdad –el otro monstruo se acercó–. ¿Cómo te llamas, chico?

Él se tragó la bilis que le subía a la garganta.

–Números.

Recibió una bofetada, pero no tan fuerte como de costumbre. Lo castigarían de todas formas, obedeciese o no.

–¿Y por qué estás aquí?

–Porque se me dan bien los números.

–¿Y qué vas a hacer?

–Todo lo que digáis –otra bofetada hizo que le pitasen los oídos–. Cuando me digáis.

A la sucia luz que entraba por algún sitio vio que los dos hombres intercambiaban maliciosas sonrisas de satisfacción. Creían haberlo vencido, y así era, pero no pensaba vivir lo suficiente como para que disfrutasen de la victoria. Hicieron lo que él pensaba que harían, sacarlo de la celda. Demasiado débil para caminar, colgaba entre ellos, los pies descalzos y las rodillas rozando el suelo de piedra.

Apenas capaz de levantar la cabeza para comprobar dónde lo llevaban, le pareció ver unas columnas ennegrecidas y un cielo gris entre ellas. Parecía la fortaleza medieval de uno de los videojuegos que su padre le compraba, pero los muros entre las columnas eran lo bastante bajos como para saltarlos. Escapar o morir.

–Si te acercas a los muros te pegaremos una paliza que no olvidarás nunca –le advirtió uno de los captores.

De modo que incluso ese plan era imposible… pero no podía seguir así. No podría soportarlo.

Cuando estaba a punto de suplicar que lo matasen para terminar con todo, los hombres abrieron dos enormes puertas y lo lanzaron.

Cuando por fin consiguió levantar la cabeza, vio que estaban en una especie de comedor con varias filas de mesas ocupadas por chicos silenciosos que giraron la cabeza para mirarlo.

–Este gusano es el nuevo recluta. Si hace algo que no está permitido, informadnos. Os daremos un extra de comida.

Después de eso, los dos carceleros salieron y cerraron las puertas. Pero la esperanza que había sentido al ver que no estaba solo desapareció. Él sabía que los niños podían ser crueles con los más débiles, y seguramente era el más joven.

Se levantó del suelo, intentando no tocarse las doloridas costillas para no mostrar debilidad y suspiró aliviado al ver que se volvían para seguir comiendo, hablando en voz baja entre ellos.

Incluso tenían miedo de levantar la voz. Aquellos niños eran prisioneros como él.

Le llegó el olor a comida caliente, casi mareándolo, pero intentando mostrarse firme se dirigió a una de las mesas. Iba a levantar la tapa de una cacerola cuando una mano lo hizo por él.

Era un chico mayor, más alto que su padre, con la cabeza rapada y penetrantes ojos oscuros. Pero en lugar de sentirse intimidado por su estatura y su aspecto fiero, su presencia le daba cierta tranquilidad.

–Mi nombre es Fantasma. ¿Cuál es el tuyo?

Él estuvo a punto de decir su verdadero nombre, pero se mordió la lengua. Aquel chico podría estar esperando que metiese la pata para informar a los carceleros.

–Números.

–¿Esa es tu especialidad? Pero si no debes de tener más de siete años.

–Tengo ocho.

–El primer mes de encierro, o los tres primeros meses en tu caso, hacen que parezcamos más pequeños. Tienes que comer para hacerte lo más fuerte posible.

–¿Fuerte como tú?

Fantasma esbozó una sonrisa.

–Yo ya he dejado de crecer, pero estoy en ello.

El chico llenó un cuenco de algo que, comparado con la porquería que le habían dado de comer durante todo ese tiempo, olía de maravilla.

–Si tu nombre corresponde a tu habilidad siendo tan pequeño, debes de ser un prodigio.

Le gustó que aquel chico tan grande y de ojos penetrantes lo viese por lo que era y, animado, le preguntó:

–¿Cuántos años tienes?

–Quince. Llevo aquí desde los cuatro años.

Once años encerrado. De modo que lo que los carceleros le habían dicho era verdad, nunca podría escapar de allí.

Se sentaron a una de las mesas, con otros cinco chicos, todos mayores que él. Dos de ellos se apartaron para hacerle sitio mientras Fantasma lo presentaba, casi sin mover los labios para que los guardias que paseaban por el comedor no supieran que estaba hablando. Los otros chicos eran Relámpago, Huesos, Cifras, Cerebro y Comodín.

Mientras comían, le preguntaron por su vida pasada. Luego empezaron a presentarle ecuaciones, que él resolvió, por difíciles que fueran.

Cuando terminaron de comer le parecía como si conociera a aquellos chicos desde siempre, pero los guardias anunciaron el fin del almuerzo y todos se levantaron para salir del comedor. Incapaz de controlar la ansiedad, se agarró al brazo de Fantasma.

–¿Volveré a verte?

El chico le apartó la mano antes de que los guardias lo vieran.

–Intentaré que te lleven a nuestra zona.

–¿Puedes hacerlo?

–Hay cosas que se pueden hacer, si sabes cómo.

–¿Me enseñarás?

Fantasma miró a los otros chicos, y fue entonces cuando entendió que eran un equipo. Y Fantasma estaba pidiendo aprobación para que lo incluyeran en él.

Cuando uno por uno asintieron con la cabeza, en su corazón renació una esperanza que había creído muerta para siempre.

–Bienvenido a la hermandad, Números. Y al Castillo Negro –dijo Fantasma.

Capítulo Uno

Veinticuatro años después

Rafael Moreno Salazar estaba entre las sombras, mirando desde la entreplanta de su recientemente adquirida mansión en Río de Janeiro.

La fiesta estaba en pleno apogeo, todos los nombres del mundo del marketing disfrutaban de las interminables botellas de Moët Chandon y bailaban con la elegante música de la orquesta. Y él aún no había hecho su aparición.

Quería que sus invitados se cocieran en su propia salsa, dejando que su curiosidad por él y sus intenciones llegase a un punto álgido.

Llevaba haciéndolo desde que se anunció que Rafael Moreno Salazar, el enigma que había revolucionado el mundo de las tecnologías financieras, estaba buscando un socio en el hemisferio oeste. Aunque el impacto del anuncio había sido enorme, él había aumentado el interés usando su halo de misterio y los rumores de que tras él estaba el crimen organizado. Y así era, pero no como la gente imaginaba. Al principio, sus hermanos y él habían tenido que realizar operaciones… no del todo legales.

Jefes de estado y propietarios de grandes empresas, fascinados por sus métodos analíticos, lo cortejaban, pero no sabía si los magnates del marketing a los que estaba intentando pescar querrían tener tratos con una de las más ambiguas figuras del mundo de los negocios.

Pero en lugar de sentir repulsión parecían pensar que sus relaciones con el crimen organizado lo harían un socio más interesante. Y si era tan formidable como se rumoreaba, también sería invulnerable.

Y allí estaban todos los candidatos, fingiendo disfrutar de la fiesta, intentando ser amables unos con otros, pero Rafael notaba la frustración, la impaciencia. Sabía que estaban preguntándose quién sería el afortunado cuando por fin se dignase a reunirse con ellos.

–¿Vas a hacer tu aparición esta noche, Números?

Rafael miró al hombre que había aparecido silenciosamente a su lado.

–Puede que sí, Cobra.

El inglés al que llevaba veinte años llamando Cobra esbozó una sonrisa. Rafael le había dicho lo mismo en tres ocasiones previas.

Para el mundo era Richard Graves, el nombre que había elegido cuando crearon sus nuevas identidades. A los cuarenta y dos años, con aspecto de estrella de cine, podría parecer el hermano mayor de Rafael; eran de la misma estatura y tenían el mismo color de pelo.

Pero había una gran diferencia entre ellos, y no era algo visible a simple vista. Aunque Rafael había sido entrenado para matar, su auténtico poder estaba en la mente. Él no usaba la violencia, pero era la persona a la que acudir para liquidar económicamente a cualquier objetivo. Richard, en cambio, había recibido el nombre de Cobra porque era tan letal como esa serpiente, aunque escondía aquello que lo convertía en el mejor asesino a sueldo bajo una fachada de refinamiento. Hasta que lo examinabas de cerca o él te examinaba a ti. Rafael no conocía a ningún mortal que pudiese soportar tal escrutinio.

Pero los días de Richard como asesino habían quedado atrás. O eso decía él. Fuese o no verdad, eliminaba las amenazas en el mundo de los negocios y la política con implacable precisión. Con Richard como socio y protector, Rafael estaba seguro de que el pasado no lo atraparía y no habría problemas en el futuro.

–¿No estás jugando a esto con demasiada deliberación? Llevas años elaborando tu plan y pensé que estarías deseando ponerlo en acción.

Rafael se encogió de hombros.

–No tengo prisa.

–¿Ah, no? Lo único que has hecho los últimos dos meses ha sido prepararlo todo, y ahora te quedas mirando. ¿No crees que ya has investigado suficiente?

–Después de veinticuatro años, ¿crees que unos meses es demasiado esperar para saborear mi venganza?

–No, la verdad es que no. Parece que soy yo quien no puede contener la impaciencia –asintió Richard–. Tú siempre has sido el más metódico, el más paciente, junto con tu querido Fantasma. Pero tú siempre vas un paso por delante de todos. Ves las probabilidades como simples ecuaciones cuando para nosotros son un laberinto.

Rafael no lo contradijo. Él sabía que sus habilidades matemáticas le hacían ver el mundo de una manera diferente a los demás.

Pero dijera lo que dijera, a su manera, Richard lo veía todo igual de claro. Había matado por él y sin ninguna duda volvería a hacerlo si fuera necesario. Incluso moriría por él, y el sentimiento era mutuo.

Nunca dejaría de asombrarle haber sido bendecido no solo con tal hermano, sino con siete. Aunque ya solo quedaban seis.

Intentando olvidar el terrible recuerdo de cómo habían perdido a Cifras, Rafael suspiró.

–Tal vez he descubierto que la venganza es un plato que se sirve frío.

Rafael sonrió mientras tomaba un sorbo de champán, saboreándolo con expectación. Su venganza se serviría fría, tan amargamente fría como la prisión en la que había crecido. Tan lenta como el tiempo que había pasado allí, tan inexorable como el odio que había ido acumulando durante los años en los que había vivido esclavizado.

Doce interminables años soportando el trato inhumano de los torturadores, decididos a convertirlo en un mercenario que la organización más tarde alquilaría al mejor postor. Sus patrones eran grandes nombres de la política, del comercio, el crimen organizado o el espionaje.

Él había sido solo uno de cientos de niños elegidos por todo el mundo. Algunos, secuestrados como él; otros, comprados; muchos sacados de orfanatos, de la calle o de países en guerra. Todos física o mentalmente superdotados, como él y sus hermanos.

Después, los llevaban a una prisión en los Balcanes, donde eran apartados del mundo y encerrados en esa siniestra fortaleza que sus hermanos llamaban Castillo Negro.

La organización secuestraba a los niños lo más pronto posible para moldearlos a su antojo. Los que eran un poco mayores, como él, o jóvenes y fuertes, como sus hermanos, eran entrenados a fondo.

Aunque «entrenar» era un eufemismo para el maltrato físico y psicológico que habían tenido que soportar hasta ser convertidos en armas letales. Una vez que se graduaban, eran enviados en equipos según sus habilidades para cada misión. Lo hacían bajo la estrecha vigilancia de sus captores, y la muerte era la recompensa para cualquier intento de escapar.

Sin embargo, él había escapado y había sobrevivido a los años de abusos y palizas, aunque no por su propia fuerza. No le quedaba ninguna después de tres meses de aislamiento en la celda. Si no hubiera conocido a sus hermanos, no habría durado mucho más. Richard y sus hermanos le habían salvado la vida.

Fantasma, en aquel momento Numair Al Aswad, había cumplido la promesa que le había hecho aquel día en el comedor y desde ese momento la hermandad reemplazó a la familia que había perdido. Tras demostrar que merecía su confianza, lo habían incluido en el pacto de sangre, jurando que un día escaparían y se convertirían en hombres poderosos para hundir la organización.

Con ese fin, Fantasma había manipulado a sus captores para que formasen equipo constantemente hasta que se convirtieron en imprescindibles. Y esa unidad había sido vital para sus planes.

Fantasma los había hecho creer que habían erradicado su individualidad, que los habían convertido en armas de destrucción, pero no era verdad.

Una vez que lograron ganarse su confianza les habían dado más autonomía, hasta que por fin consiguieron escapar. Y cuando lo hicieron, usaron las habilidades aprendidas para forjarse nuevas identidades.

–¿Estás recordando?

Richard siempre había sido capaz de leerle los pensamientos. Así era como había encontrado a Rafael y a los demás cuando lograron escapar.

Richard Graves había sido asignado a su custodia cuando tenía doce años, y entre ellos se creó un lazo indestructible, un lazo del que ni sus captores ni sus hermanos sabían nada. Richard, frío como el hielo y hombre de confianza de la organización, despertaba las sospechas de sus hermanos y la decisión había sido unánime: debía morir.

Rafael no sabía a quién temer más. Richard era el operativo más letal de la organización, capaz de matarlos a todos. Y solo había una manera de evitar tan catastrófica situación.

Anunció que daría la vida por los dos bandos, de modo que si iban a matar a Richard también tendrían que matarlo a él. Afortunadamente, todos confiaban en su buen juicio, y eso había sido suficiente para que dieran un paso atrás.

Sin embargo, incluso después de demostrar que su plan de escape no habría servido de nada sin la ayuda de Richard, seguían sospechando de él. Para que lo creyeran, había tenido que demostrar que también él era rehén de la organización y quería destruirla.

Sus hermanos habían tardado mucho tiempo en confiar en él, nunca en el caso de Numair. En lo único en lo que estaban de acuerdo era en el nombre de la hermandad, el de la prisión donde se habían hecho a sí mismos. Y así había nacido el imperio multinacional Castillo Negro.

Sus negocios se habían expandido por todo el mundo, y todos se habían hecho multimillonarios, cada uno con su propio objetivo. Algunos buscando a su familia, otros la herencia que les había sido robada, otros un nuevo propósito en la vida. Pero aparte de planear el hundimiento de la organización para salvar a otros niños de su mismo destino, tenían un objetivo en común: descubrir cómo habían terminado en las garras de la organización.

Y, en su caso, Rafael lo había descubierto recientemente, después una larga investigación.

–¿Ferreira está ahí abajo?

La pregunta de Richard interrumpió sus pensamientos.

–Por supuesto.

–¿Y cuándo vas a cargártelo?

Rafael miró a su amigo.

–¿Quieres decir literalmente?

–No, creo que tu plan es mucho mejor. A mí no se me habría ocurrido algo tan diabólico.

–Y eso lo dice el hombre que avergüenza al agente 007.

–Tú sabes que soy devoto de las torturas sutiles.

Desde luego. Desgraciar a Ferreira, arruinarlo y avergonzarlo ante la sociedad sería la peor de las torturas. Y eso solo sería el principio.

–¿Entonces estás de acuerdo?

–Tu plan es mucho más efectivo que meterle una bala entre ceja y ceja, pero me gustaría que empezase de una vez.

–¿Ya no lo desapruebas?

Richard se encogió de hombros.

–Sería perfecto si él no supiera de dónde vienen los golpes, pero eso es hablar con lógica y esto se trata de algo más. Necesitas tener la satisfacción de mirarlo a los ojos mientras le retuerces el cuchillo en el pecho.

Richard le había aconsejado que se alejase de Ferreira porque era demasiado peligroso, pero Rafael se alegraba de que su amigo entendiera esa necesidad, esa gratificación.

Y lo haría. Haría que Ferreira saborease todo lo que había anhelado durante años… para quitárselo después. Y observaría su desesperación desde la primera fila.

–No hablaré esta noche con Ferreira. Fingiré estar buscando socios, estudiando ofertas, creando misterio a mi alrededor antes de…

De repente, sintió que se le erizaba el vello de la nuca, como si una mano lo hubiese acariciado. Frunciendo el ceño, se volvió. La sensación aumentó y todo lo demás desapareció mientras se concentraba en la fuente de la distracción: una mujer.

Estaba como perdida en el umbral de la puerta del salón, mirando de un lado a otro. Iba envuelta en un etéreo vestido de color crema con un hombro al descubierto, el pelo rubio sujeto con un prendedor dejando al descubierto un rostro casi irreal…

–¿Antes de qué?

Rafael parpadeó para intentar concentrarse. Nunca le había ocurrido algo así, pero sabía lo que era: una atracción a primera vista, un reconocimiento… la mujer que convertía todas sus fantasías en gloriosa realidad.

Tenía que estar imaginándolo, pero sus sentidos le decían que no era así. Aquello era real.

Y solo había una forma de descubrirlo, acercándose.

–¿Qué estás mirando, Números?

La voz de Richard le molestó. Sabía que su reacción era exagerada, pero no quería hablar, no podía arriesgarse a romper el momento.

Como temiendo asustarla si levantaba la voz, susurró:

–A ella.

Richard dio un paso adelante.

–¿A la mujer que está en la puerta?