La humedad de la arena - L.C. Cruz - E-Book

La humedad de la arena E-Book

L.C. Cruz

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Beschreibung

Esther, Israel, Johan, Pilar y Fael tenían buenas intenciones pero, no siempre, eso es suficiente. Entre el suspense y la conciencia social en estos tiempos complejos, La humedad de la arena busca que el lector investigue e intente saber dónde está el verdadero terror: si en una casa agrietada y habitada por el abandono, o en una sociedad resquebrajada y abandonada por sus propios habitantes. Ser arena al viento nunca será una tarea fácil en la que ocuparse.

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L.C. CRUZ

La humedad de la arena

1ª edición en formato electrónico: junio 2022

© L.C. Cruz

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-125418-9-2

THEMA: FK 2ADS

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

L.C. CRUZ

La humedad de la arena

Mentir

Descubrir

Cambiar

Mentir

«Con la ignorancia armonizan bien los errores».

Concepción Arenal

La cuestión social

A pesar de la ingente cantidad de información multicanal a favor y en contra, ficticia y fidedigna, Israel, Johan, Pilar, Fael y Esther, siguiendo la estela del movimiento okupa, habían decidido formar grupo y ocupar un viejo edificio del barrio de Lavapiés que la gentrificación incomprensiblemente aún no había hecho suyo. Quizá, como informó a Fael un amigo que trabajaba en el registro de la propiedad, porque el rastro del propietario se perdía en un mar de pasillos abarrotados de papeleo inconcluso o decididamente oculto, lo que lo hacía, hasta el momento, inaccesible a fondos buitre o especuladores. Ante ese vacío, tomó fuerza la idea de convertir tan destartalado lugar en centro cultural y social autogestionado a beneficio de los vecinos del barrio. Supervivientes de un entorno atestado de apartamentos turísticos, asimilada, que no superada, la pandemia que tantos estragos había causado en aquellos cuya economía era de esas que servían para vivir y no para alcanzar poder consumado y consumista.

E E E

Durante casi un año habían trabajado en el proyecto desde distintos frentes y en cualquier hueco disponible de agenda. Cada miembro del equipo aportó sus contactos, pesquisas, esfuerzo y ganas de arrimar el hombro. Por su parte, Pilar, la más sutil y certera del quinteto, había sondeado a los más ancianos de la zona ya que resultaba del todo increíble que parte importante del techo del último piso llevase derruido, según se decía, desde tiempos de la guerra civil. Aquello sonaba más a carnaza de programa de televisión de investigación paranormal que a hecho verídico contrastado. Pero lo cierto era que no se localizó a nadie que recordara abierta la barbería que, a juzgar por los avejentados motivos alusivos y las descascarilladas franjas azules, blancas y rojas que poblaban la maltratada fachada, habría de haber ocupado el bajo de la construcción.

E E E

Todo listo. Como bien habían pronosticado los meteorólogos, la noche se presentó desapacible. Las ráfagas de viento silbaban por la inmensa mayoría de las calles colindantes. Una, insistente de más, logró vencer la sujeción del toldo que protegía una cercana cubeta de obra para acabar esparciendo por asfalto y acera una importante cantidad de arena que volaba ya libre más allá de su primer destino. Buscando variar el suyo, con la diferencia clara entre allanamiento y okupación, e incluso contando, ya que en un principio no vivirían allí, con los turnos de guardia planificados; pero, sobre todo, deseosos de dar sentido a todo lo debatido y trabajado hasta la fecha entre los cinco. Esa noche de viernes del frío noviembre de 2021 del dicho se pasó al hecho. A la respuesta legal se haría frente cuando esta diera la cara, mientras la cerradura no fue difícil de reventar. Johan había encontrado en la red más de un manual para ello. Con el último dentro, Fael bajó el mohoso y chirriante cierre. En ese mismo instante, un anónimo vecino del barrio, en la duermevela, buscó el edredón a los pies de su cama, convencido de estar a salvo.

E E E

Las aleatorias heridas lumínicas en el piso, provocadas por la luz nocturna al pasar entre los cristales rotos de la pequeña ventana de la puerta que daba a un patio interior sin acondicionar, dotaban a la estancia de esa sensación de lugar premonitorio, señalizado. Allí donde había luz debería de encontrarse algo, pero en realidad no era así. Prácticamente todo estaba, por la homogeneidad del paso del tiempo, cubierto de un considerable manto de polvo. No se apreciaban telarañas. Las artífices no habían querido anidar allí: en una habitación cuadrada en elegante orden, de muebles y enseres perfectamente dispuestos para componer un salón de belleza masculina que hubo de lucir espléndido en tiempos pretéritos. Tiempos estos que los emprendedores amigos de la cultura hípster habían redescubierto, en clave de must capilar, para la sociedad del todavía adolescente y despreocupado nuevo siglo, avivando con ello el divertimento estilístico de multitud de dueños de barbas bien cuidadas, gafas de pasta y camisas imposibles.

—¿Por qué está blando el suelo? —intervino Fael.

—Parece como si todo el mobiliario surgiera de la tierra. Está claro que el verdadero suelo está un buen escalón por debajo de la acera, y el tiempo ha ido llenando el desnivel de tierra, polvo… —Pilar, rutinaria, empleó su tono de inspección ocular en esa primera, somera, descripción—. Aunque, vaya usted a saber… Tú mismo nos dijiste que tu amigo te contó qué poco se sabía de este edificio. —Fael asintió con la cabeza—. Nos acabaremos enterando —concluyó convencida.

—Los interruptores no funcionan —informó Esther—, al menos el que yo he conseguido encontrar… Y estoy sin batería en el móvil.

—El de aquí tampoco va —comentó Pilar subida al primer peldaño de la escalera, desde donde recorría las paredes de la estancia con la luz de su teléfono.

—Si hubiésemos tenido luz de entrada… la locura —matizó divertido Johan utilizando la que desprendía la pantalla de su iPhone para imitar ese género cinematográfico denominado found footage.

—Necesito un segundo… Me da que me he dejado las linternas en casa —replicó Israel cerrando contrariado la cremallera de su mochila.

En una rápida ojeada en la penumbra localizó una puerta próxima a mano izquierda a la escalera que daba acceso al piso superior y a mano derecha a la puerta del patio.

—Tiene que ser la trastienda, un armario auxiliar o el sótano… ganó el sótano. —El tono divertido era decididamente detectivesco.

La puerta abrió hacia adentro, y restos de tierra se desprendieron para aterrizar en los primeros escalones de piedra. Israel, cauteloso pero decidido, emprendió la bajada. Iluminándose con la luz de la mínima pantalla de su móvil de concha reciclado, no dio con contador alguno, pero sí con un generador compacto. «Quién lo iba a decir, funciona. Fueron tiempos sin obsolescencia programada», pensó para sí, una vez consiguió ponerlo en marcha.

—Volved a dar a los interruptores. —Su voz sonó potente.

Con luz todo resultó más fácil.

—Los 50´s, me decanto por finales de la década de los 50’s.

—Verdadero glamuroso estilazo, Pilar. Los carteles que flanquean el espejo, y el del rellano de la escalera, lo dicen todo —apostilló Johan.

Un ajado aroma a after shave, fruto del paso de los años, las décadas, acentuaba aún más la sensación de retroceso temporal. Israel subió del sótano, y quedó tan maravillado como el resto. Aunque envuelta en un empolvado velo, era evidente que la estancia estaba dispuesta con sumo gusto. Pilar y Fael anunciaron su intención de inspeccionar la planta superior. Los tres restantes ampliaron en la barbería el perímetro de reconocimiento. Por su parte, Johan, se dispuso a inspeccionar con un poco más de detenimiento el humedecido engrudo, veteado en blanco y parduzco, que ocultaba a modo de gruesa e irregular alfombra, el suelo. Palmeó para desprenderse de él, siguiendo la superficial investigación de tan desubicada materia con la punta del pie. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al tercer o cuarto golpe de su deportiva vintage, la masa blanquecina empezó a dejar ver fragmentos de cráneo. Como poseído, se arrodilló de forma ruidosa para seguir escarbando. El tiempo se aceleró, se ralentizó, acabando por detenerse.

—¡Dios Santo! —exclamó muy afectada Esther abrazándose a su novio.

—¿Qué es eso? ¡Johan! —La inquietud desestabilizó momentáneamente a Israel, hasta que intuyó que el cráneo no era humano; casi con total seguridad habría pertenecido a un can.

Vertiginosamente, entre irreconocibles restos de tejido, se sucedieron costillas, vértebras, extremidades caninas, pero también humanas: tibias, falanges, clavículas… Huesos de más de un ser vivo que hacía tiempo que habían dejado de estarlo.

—Pobre… —se lamentó Israel—. Déjalo Johan, es un perrillo que acabó sus días aquí.

—No puedo —respondió asustado el impulsivo excavador, acentuando la inestabilidad emocional de todos los presentes.

—No digas chorradas. ¡Mira que eres intenso! —Se arrodilló Israel.

—¿Y si no es un perro vagabundo?… Hay huesos que no encajan —apuntó temblorosa Esther.

—Por favor, amor, paranormalidades ahora no. —El tono fue claramente apaciguador.

Un segundo cráneo salió a la luz. Esta vez no había dudas: era humano. Un tercer cráneo; de nuevo un can. Johan empezó a relajar la búsqueda. Se incorporó con ayuda de sus amigos.

—Se te ha ido un poco la pinza ¿no?

—No sé… he sentido la necesidad de encontrar…, saber.

—La luz no es plena. Hay todo un mundo que nos mira desde la oscuridad —apostilló temerosa Esther.

—Para ti y para mi chica se han acabado los Expedientes Warren… —sentenció molesto Israel—. ¿Lo veis claro ahora? —Apoyó en la palma de su mano un cráneo canino pigmentado de marrón—. Lamentablemente estamos ante lo que queda de un vagabundo y sus fieles compañeros de correrías. Mañana ya será la misión completa de limpieza, de momento el patio de arena trasero servirá de última morada. Y ese poncho de tela del perchero hará las veces de mortaja para transportar los restos.

—Capa de barbero o peinador. Habla con propiedad, Isra —puntualizó sorpresivamente Esther.

Todos rieron.

E E E E E

A mediados de septiembre de 2019, Johan dejó Bonn rumbo Madrid. «Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas», leyó mentalmente nada más aterrizar su avión. Aunque no era la primera vez que leía ese nombre, esta vez le llamó la atención. Quizá porque en su fuero interno la sensación era de futuro habitante, y no de fugaz turista.

—¿Quién será este señor que se merece un aeropuerto? —se interrogó en voz baja, descolgándose del transitado vestíbulo encerado para buscar tranquilamente la respuesta en su móvil.

El buscador arrojó el dato: «Adolfo Suárez: político clave de la transición democrática española, y primer presidente del Gobierno tras la dictadura franquista…». «OK. Informado quedo». La información quedó archivada mentalmente.

—Ya estoy aquí —se dijo a continuación a sí mismo con voz expectante, mientras se incorporaba al tránsito de viajeros con su abultada, y colorida, maleta con ruedas, dirección salida.

Un VTC lo dejó en la residencia de estudiantes donde habría de vivir los próximos meses. No era gran cosa, pero para el tiempo que pretendía pasar en ella era más que suficiente. Su idea principal era no dejar museo por visitar. Conocía los grandes, que volvería a recorrer ya sin la premura del viajero cultural, pero también había otros que llamaban poderosamente su atención. Además de Velázquez, Goya, Dalí, Miró, López o Picasso, estaba también, entre otros muchos, Sorolla. Le fascinaba su luz. En nada empezarían las ansiadas clases en la Universidad de Bellas Artes. Seguro sería toda una experiencia.

E E E

Por su parte, Israel, comenzaba curso sin clases a las que ir. Un primer año de ingeniería no había hecho mella en él, pero sí había provocado la merma total de su beca, lo que lo había encaminado a trabajar en un restaurante de comida rápida situado en la calle Mayor. Su vida estaba en compás de espera, con olor a pollo frito, cómics del rastro, gimnasio low cost y aroma a Esther, su novia desde bien joven. Ella sí que arrancaba segundo año de Filología Hispánica.

—Ni sé para qué me va a servir, pero estoy leyendo lo más grande —le comentaba a su novio, entre bromista y apasionada, a las puertas de la biblioteca de la glorieta de la Puerta de Toledo, siempre que este pasaba a recogerla las tardes que su turno se lo permitía.

—No me digas…, nunca me lo habías dicho. —Respondía Israel, siempre, entre amoroso y socarrón.

Ambos vivían en un piso en alquiler en la castiza glorieta de Embajadores; pequeño, y casi acogedor. Suficiente para una universitaria doblemente becada por méritos propios y un empleado de fast food. La ciudad de Madrid los vio nacer, crecer, enamorarse e ir a vivir juntos, y también decepcionarse y reinventarse un montón de veces.

—Por cierto, he visto en el tablón de anuncios de la universidad que están buscando modelos de desnudo para Bellas Artes. No lo pagan mal teniendo en cuenta el panorama.

—¿Te has apuntado?

—Lo decía por ti. Igual un extra sin olor a pollo frito no estaría mal. Igual también me apunto. Buscan tanto chicos como chicas.

E E E

La monotonía del otoño se asentó desojando el calendario sin prisa. El año 19 dio paso al 20 con Wuhan como inesperado epicentro. Nadie podía imaginar lo que habría de venir, y en esa frágil e ilusoria realidad, por el momento, Johan volvería al gimnasio. Las Navidades españolas que se propuso vivir le habían añadido un par de kilos que perdería, según se dijo, con «un mucho de CrossFit».

—Disculpa, igual no es el momento, pero… ¿tú eres mi modelo de clase, verdad? Bueno…, nuestro modelo de clase.

—¿Disculpa? —preguntó Israel sorprendido y un poco avergonzado. Acababa de salir de la ducha.

—Sí…, cierto, no es el momento, perdona… Es que me ha hecho gracia encontrar aquí a quien tengo dibujado a carboncillo en mi cuarto.

—Me has dejado KO —comentó risueño el aludido—. Casualidades… Sí, estoy posando para los alumnos de la Complutense al igual que mi novia —confirmó.

—Ya decía yo. ¡Qué suerte la mía!

—Tienes un acento raro. ¿De dónde eres?

—Soy de la cuna de los Haribo.

—¿De dónde?

—Nací en Bonn. Pero ahora, evidentemente, estoy viviendo en Madrid. Me gustaría quedarme… Sabía que acabaría enamorándome de esta ciudad; y aquí estoy. Ahora solo queda que un gato me pida en matrimonio… ¿Se dice así, no?

—Está la cosa complicada. —Sonrió, reconfirmando posiciones, Israel.

Una conversación, entre intrascendente y curiosa, los encaminó hasta los tornos del gimnasio.

—Hola, bellezón del más acá… ¿Llevas mucho tiempo esperando?

—No, descreído irredento.

El irónico juego amoroso hizo reír a Johan.

—Por cierto, este tío nos ha visto desnudos.

—¿Perdona? —interpeló directamente Esther al desconocido colega de entreno de su chico.

Con el sonrojo evidente, casi infantil y totalmente inesperado de Johan, arrancó una amistad sincera, veloz, como de toda la vida, que los hizo multiplicar experiencias, derribar topicazos, intercambiar libros y cómics, además de revisar o descubrir multitud de películas de terror de todo tipo; esto último muy a pesar de Israel, especialmente fan del cine bélico e histórico. Y un 14 de marzo la verdadera realidad hizo acto de presencia, cancelando con su llegada cualquier agenda prevista y poniendo a prueba amistades. Tocó adaptarse a toda prisa, asumir nuevas formas de vida en apenas días. La pandemia, el cierre de fronteras, el confinamiento y el ajuste económico, pero sobre todo la necesidad de sentirse arropado, entre amigos, en aquellos momentos inciertos, acabó por unir todavía más al trío, tanto que el compartir casa se hizo obvio. Tras un breve periodo de adaptación que se salvó con éxito, sin tener que apoyarse mucho, para agradable sorpresa de todos, en el estoico principio «de la necesidad virtud», juntos pasaron los días desenredando el ovillo de infinidad de debates sobre las teorías de Iker Jiménez, los mensajes de Bosé, la saturación de noticias epidemiológicas, el negro futuro vital y económico que habría de venir, o la fuerza motora que hacía que el movimiento okupa tuviese tanta vigencia en los tiempos que ya estaban aquí. El futuro podría acabar cerrando puertas, sí, pero entre todos descubrieron que descuidaría las ventanas; a pesar incluso de las empresas de alarmas.

E E E E E

Dos desiguales tramos de escalera con escalones en piedra, conectados por un rellano cubierto por una deteriorada y gruesa alfombra perfectamente adaptada al espacio, acaban en un funcional mueble recibidor de los años 60, que oficialmente daba la bienvenida al primer piso.

—Una barbería de este rollo en el barrio de Lavapiés raro es un rato —comentó Pilar.