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La llamada de Cthulhu es un relato o novela corta escrita en 1926, pero publicada por primera vez en febrero de 1928 en la revista pulp Weird Tales. El relato se divide en tres partes: "El bajorrelieve de arcilla", "El informe del inspector Legrasse" y "La locura del mar". La historia comienza con Francis Wayland Thurston, quien revisa los papeles de su difunto tío, el profesor Angell, un experto en ocultismo. Francis descubre que su tío investigó un extraño culto relacionado con la figura de Cthulhu, una criatura que apenas guarda rasgos humanos. Al profundizar en la investigación, Thurston encuentra el testimonio de Legrasse, un inspector de policía de Nueva Orleans que en 1908 participó en una redada contra un grupo que rendía culto a Cthulhu. El símbolo utilizado por esta secta coincidía con el que aparecía en el bajorrelieve de arcilla que Angell había estudiado, el cual contenía inscripciones jeroglíficas y otros símbolos desconocidos. A través de documentos, descubrimos que Legrasse y Angell confirman que el culto al monstruo submarino tiene raíces antiquísimas, remontándose a civilizaciones perdidas. Los relatos antiguos describen a este ser inmortal que habita en las profundidades del océano y que despertará cuando las estrellas estén alineadas, trayendo consigo la destrucción de la humanidad. Esta historia recuerda al Leviatán bíblico.
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Seitenzahl: 60
Veröffentlichungsjahr: 2025
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La llamada de Cthulhu
LA LLAMADA DE CTHULHU
H.P. LOVECRAFT, SUS MEJORES MONSTRUOS
© H.P. Lovecraft
© de la edición digital: Editorial Sonora
Neón singles es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia
Santiago de Chile
ISBN Edición Digital: 978-956-6441-03-8
Primera edición, 2025
Edición: Génesis Castillo
Arte de portada: Paz Catalán y Carolina Troncoso
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Diagramación digital: ebooks [email protected]
Nota de la edición
¡Hola, querido/a lector/a!
El cuento que leerás a continuación es parte de la nueva categoría editorial Neón singles; pero que primeramente perteneció a Neón Ediciones y su sello Sonora. Neón Singles, en esta primera edición, presenta una cuidada selección de cuentos que, a pesar de ser breves, condensan un mundo completo. Inauguramos la serie, con uno de los maestros del terror cósmico: H.P. Lovecraft. Aquí reunimos algunos de sus cuentos más reconocidos y otros que merecen una segunda oportunidad para brillar, todos extraídos de su libro compilatorio: H.P. Lovecraft. Sus mejores monstruos. Las piezas selectas buscan atraparte con su intensidad y rareza para ser leídas de un tirón; abriendo una puerta directa a los rincones a tu imaginación.
Bienvenido, adéntrate en este inquietante pero icónico mundo del horror.
Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...
Algernon Blackwood
1. El bajorrelieve de arcilla
No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas. Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando optimismo. Pero no son ellos los que me han dado la fugaz visión de esos dones prohibidos, que me estremecen cuando pienso en ellos, y me enloquecen cuando sueño con ellos. Esa visión, como toda temible visión de la verdad, surgió de una unión casual de elementos diversos; en este caso, el artículo de un viejo periódico y las notas de un profesor ya fallecido. Espero que ningún otro logre llevar a cabo esta unión; yo, por cierto, si vivo, no añadiré voluntariamente un solo eslabón a tan espantosa cadena. Creo, por otra parte, que el profesor había decidido, también, no revelar lo que sabía, y que si no hubiese muerto repentinamente, hubiera destruido sus notas.
Tuve por primera vez conocimiento de este asunto en el invierno de 1926-1927, a la muerte de mi tío abuelo, George Gammel Angell, profesor honorario de lenguas semíticas de la Universidad de Brown, Povidence, Rhode Island. El profesor Angell era una autoridad vastamente conocida en materia de antiguas inscripciones y a él habían recurrido con frecuencia los conservadores de los más importantes museos. Muchos deben por lo tanto recordar su desaparición, acaecida a la edad de noventa y dos años. Las oscuras razones de su muerte aumentaron aún más el interés local. El profesor había muerto mientras volvía del barco de Newport, y, según afirman los testigos, luego de recibir el empellón de un marinero negro. Este había surgido de uno de los curiosos y sombríos pasajes situados en la falda abrupta de la colina que une los muelles a la casa del muerto, en la calle Williams. Los médicos, incapaces de descubrir algún desorden orgánico, concluyeron, luego de un perplejo cambio de opiniones, que la muerte debía atribuirse a una oscura lesión del corazón, determinada por el rápido ascenso de una cuesta excesivamente empinada para un hombre de tantos años. En ese entonces no vi ningún motivo para disentir de ese diagnóstico, pero hoy tengo mis dudas... y algo más que dudas.
Como heredero y ejecutor de mi tío abuelo, viudo y sin hijos, era de esperar que yo examinara sus papeles con cierta atención. Trasladé con ese propósito todos sus archivos y cajas a mi casa de Boston. El material ordenado por mí será publicado en su mayor parte por la Sociedad Estadounidense de Arqueología; pero había una caja que me pareció sumamente enigmática, y sentí siempre repugnancia a mostrársela a otros. Estaba cerrada, y no encontré la llave hasta que se me ocurrió examinar el llavero que el profesor llevaba siempre consigo. Logré abrirla entonces, pero me encontré con otro obstáculo mayor y aún más impenetrable. ¿Qué significado podían tener ese curioso bajorrelieve de arcilla, y esas notas, fragmentos y recortes de viejos periódicos? ¿Se había convertido mi tío, en sus últimos años, en un devoto de las más superficiales imposturas? Resolví buscar al excéntrico escultor que había alterado la paz mental del anciano.
El bajorrelieve era un rectángulo tosco de dos centímetros de espesor y de unos treinta o cuarenta centímetros cuadrados de superficie; indudablemente de origen moderno. Los dibujos, sin embargo, no eran nada modernos, ni por su atmósfera ni por su sugestión; pues aunque las rarezas del cubismo y el futurismo sean numerosas y extravagantes, no suelen reproducir esa críptica regularidad de la escritura prehistórica. Y la mayor parte de los dibujos parecía ser ciertamente alguna especie de escritura. A pesar de mi familiaridad con los papeles y colecciones de mi tío, no logré identificarla, ni sospechar siquiera alguna remota relación.
Sobre esos supuestos jeroglíficos había una figura de carácter evidentemente representativo, aunque la ejecución impresionista impedía comprender su naturaleza. Parecía una especie de monstruo, o el símbolo de un monstruo, o una forma que solo una fantasía enfermiza hubiese podido concebir. Si digo que mi imaginación, algo extravagante, se representó a la vez un pulpo, un dragón y la caricatura de un ser humano, no traicionaré el espíritu del dibujo. Sobre un cuerpo escamoso y grotesco, provisto de alas rudimentarias, se alzaba una cabeza pulposa y coronada de tentáculos; pero era el contorno general lo que la hacía más particularmente horrible. Detrás de la figura se embozaba una arquitectura ciclópea.