La llamada de Cthulhu - H.P Lovecraft - E-Book

La llamada de Cthulhu E-Book

H. P. Lovecraft

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Beschreibung

La llamada de Cthulhu no es simplemente la evocación de un monstruo, sino el eco remoto de algo que siempre ha estado durmiendo bajo la conciencia humana. En ese llamado resuena el miedo primigenio, el estremecimiento de sabernos diminutos ante un universo antiguo, vasto y ajeno.
Lovecraft no escribe una simple narración: convoca un mito. La “llamada” no proviene de una garganta, sino de una memoria enterrada en los abismos del tiempo. Es la voz del caos que se filtra entre los sueños de los hombres, recordándonos que nuestra cordura depende de no escuchar demasiado.
Cada palabra es una advertencia, cada párrafo, una grieta por la que se asoma el vértigo de lo incognoscible. La llamada de Cthulhu es una oración invertida, una plegaria a lo incomprensible, un recordatorio de que lo más terrible del cosmos no es su hostilidad… sino su indiferencia.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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La llamada de Cthulhu

Por H.P. Lovecraft

La llamada de Cthulhu

por H.P. Lovecraft

por H.P. Lovecraft

Traducción, adaptación y revisión al español por Ignacio Sanabria.

© 2025 Ignacio Sanabria.

Todos los derechos reservados.

Prohibida su reproducción total o parcial sin permiso del autor de la presente traducción y revisión.

Basado en la edición original publicada en 1928 en Weird Tales Magazine.

Versión revisada para claridad, coherencia y fidelidad narrativa.

(Encontrado entre los papeles del difunto Francis Wayland Thurston, de Boston)

“Es concebible que quede una supervivencia de tales grandes poderes o seres... una supervivencia de un período enormemente remoto cuando... la conciencia se manifestó, quizá, en formas y figuras que se retiraron hace mucho tiempo ante la marea del avance de la humanidad... formas de las que solo la poesía y la leyenda han rescatado un recuerdo fugaz y las han llamado dioses, monstruos, seres míticos de todo tipo y clase…”

—Algernon Blackwood.

I. El horror en arcilla.

Lo más misericordioso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para unificar todo su contenido. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los negros mares del infinito, y no se nos destinó a viajar muy lejos. Las ciencias, esforzándose cada una en su propia dirección, hasta ahora nos han hecho poco daño; pero algún día el ensamblaje de conocimientos disociados abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad, y de nuestra espantosa posición en ella, que o nos volveremos locos ante la revelación, o buscaremos refugio de la luz mortal en la paz y la seguridad de una nueva era oscura.

Los teósofos han conjeturado sobre la imponente grandeza del ciclo cósmico en el que nuestro mundo y la raza humana forman incidentes transitorios. Han insinuado extrañas supervivencias en términos que helarían la sangre si no estuvieran mitigados por un optimismo cándido. Pero no fue de ellos de donde emergió el único atisbo de eones prohibidos que me estremece al pensarlo y me enloquece al soñar con él. Ese atisbo, como todos los aterradores atisbos de verdad, surgió de un ensamblaje accidental de cosas separadas: en este caso, un viejo artículo de periódico y las notas de un profesor fallecido.

Espero que nadie más logre este ensamblaje; ciertamente, si vivo, jamás aportaré conscientemente un eslabón a tan horrible cadena. Creo que el profesor también pretendía guardar silencio sobre la parte que conocía, y que habría destruido sus notas de no haberlo sorprendido la muerte repentina.

Mi conocimiento del asunto comenzó en el invierno de 1926-27 con el fallecimiento de mi tío abuelo George Gammell Angell, profesor emérito de Lenguas Semíticas en la Universidad de Brown, Providence, Rhode Island. El profesor Angell era ampliamente conocido como una autoridad en inscripciones antiguas y los directores de importantes museos lo habían consultado con frecuencia; por lo que su fallecimiento a los noventa y dos años seguramente será recordado por muchos. Localmente, el interés se intensificó debido a lo oscuro de la

causa de su muerte. El profesor había sufrido un ataque al regresar del barco de Newport; cayó de repente, según testigos, tras ser empujado por un negro de aspecto naval que venía de uno de los extraños y oscuros patios de la escarpada ladera que formaba un atajo desde el muelle hasta la casa del difunto en la calle Williams. Los médicos no pudieron encontrar ningún trastorno visible, pero tras un debate lleno de perplejidad concluyeron que alguna oscura lesión cardíaca, inducida por el ascenso apresurado de una colina tan empinada, en un hombre de su edad, fue la responsable del desenlace. En aquel momento no vi motivo para discrepar de este dictamen, pero más recientemente me inclino a preguntarme, y más que solo preguntarme.

Como heredero y albacea de mi tío abuelo, ya que murió viudo sin hijos, se esperaba que revisara sus documentos con minuciosidad. Para tal fin, trasladé la totalidad de sus archivos y cajas a mis aposentos en Boston. Gran parte del material que organicé será publicado posteriormente por la Sociedad Arqueológica Americana, pero había una caja que me resultó enormemente desconcertante, y que me sentí muy reacio a mostrar a otros ojos. Estaba cerrada con llave, y no encontré la clave hasta que se me ocurrió examinar el anillo personal que el profesor siempre llevaba en el bolsillo. En efecto, logré abrirla, pero al hacerlo me pareció que solo me enfrentaba a una barrera mayor y más herméticamente cerrada. Pues,

¿cuál podría ser el significado del extraño bajorrelieve de arcilla y de los apuntes desligados, divagaciones y recortes que encontré? ¿Acaso mi tío, en sus últimos años, se había vuelto crédulo ante las imposturas más superficiales? Resolví buscar al excéntrico escultor responsable de esta aparente perturbación en la paz mental de un anciano.

El bajorrelieve era un rectángulo rugoso de menos de una pulgada de grosor y de unas cinco por seis pulgadas de área; obviamente de origen moderno. Sin embargo, sus diseños estaban lejos de ser modernos en atmósfera y sugestión; pues aunque los caprichos del cubismo y el futurismo son muchos y salvajes, no suelen reproducir esa regularidad críptica que acecha en la escritura prehistórica. Y la mayor parte de estos diseños parecían ciertamente ser algún tipo de escritura; aunque mi memoria, a pesar de mi gran familiaridad con los documentos y colecciones de mi tío, fue incapaz de identificar esta especie en particular, o incluso de insinuar sus afiliaciones más remotas.

Sobre estos aparentes jeroglíficos había una figura con una intención evidentemente pictórica, aunque su ejecución impresionista impedía una idea muy clara de su naturaleza. Parecía ser una especie de monstruo, o un símbolo que representaba a un monstruo, de una forma que solo una imaginación enfermiza podría concebir. Si digo que mi imaginación, algo desenfrenada, produjo imágenes simultáneas de un pulpo, un dragón y una caricatura

humana, no seré infiel al espíritu de la cosa. Una cabeza pulposa y tentaculada se alzaba sobre un cuerpo grotesco y escamoso con alas rudimentarias; pero era el contorno general del conjunto lo que lo hacía más espantosamente aterrador. Detrás de la figura había una vaga sugerencia de un fondo arquitectónico ciclópeo.

La escritura que acompañaba a esta rareza, además de una pila de recortes de prensa, estaba con la letra más reciente del profesor Angell; y no pretendía tener estilo literario. Lo que parecía ser el documento principal estaba encabezado como “EL CULTO DE CTHULHU”

en caracteres impresos con esmero para evitar la lectura errónea de una palabra tan insólita.