La luz del silencio - Adriana Lozano - E-Book

La luz del silencio E-Book

Adriana Lozano

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Beschreibung

La premisa de este texto que nos ofrece Adriana, es que venimos a este mundo para ser felices, que estamos dotados de la inteligencia y de la voluntad necesarias para alcanzar nuestro máximo potencial y tener una vida plena. La vida está llena de momentos en los que tenemos que volar a ciegas, en donde somos como un piloto que necesita confiar en sus instrumentos. Cuando hay que atravesar periodos de neblina y turbulencia debemos de confiar en nuestro radar espiritual para salir adelante. La autora nos narra su vida y nos da sus puntos de vista basados en sus creencias y reflexiones espirituales con el fin de ayudar a quienes se vean en una situación similar a la de ella. Nos cuenta como su infancia fue muy feliz y cómo su situación auditiva nunca fue un obstáculo gracias a su fuerza de voluntad y apoyo incondicional de sus seres queridos. Con el paso del tiempo se le fueron presentando otros problemas por los que tuvo que cambiar su modo de vida y sus hábitos, de hacer lo que más le gustaba, hasta que se decidió a salir adelante y no dejarse derrumbar.

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La imagen de la portada es un collage, técnica artística que nos ayuda a describir un concepto a partir de varias imágenes con el fin de obtener una composición propia.

En este caso, la autora es el centro de la composición. Está ubicada entre la luz y la sombra como una forma de representar el alma, la serenidad y esa luz que finalmente encontró al final del camino.

Las flores en el pelo, con sus formas simples o complejas, son una especie de mandala natural relacionado simbólicamente con la rueda, que nunca para de girar en un sentido orientador en la vida, llevándonos así a los caminos que elegimos.

El caracol, a su vez, representa el oído que florece; los colores, en contraste con el fondo oscuro, simbolizan la energía vital de mente y cuerpo que requirió la autora para salir adelante.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco en especial a Roberto, mi esposo, quien ha sido siempre un pilar en mi vida y un apoyo fundamental en todo momento; sin su amor y su ayuda nunca hubiera podido salir adelante. También agradezco infinitamente a mis hijos, Robert y Mau, por su paciencia.

A mi mamá, sobreviviente de cáncer y ejemplo de fortaleza: gracias por estar siempre a mi lado. A mi papá, por su cariño y apoyo incondicional; a cada uno de mis hermanos: Ale, Pau y Lalín, a quien expreso mi más profunda gratitud por dedicarme la «manda», nunca olvidaré ese milagro de la Virgen de San Juan de los Lagos.

A mis amigas, por su infinita paciencia y su gran cariño, en especial a la Sofí (mi «kiri kiri»); a mi comadre Clau, mi «petatera» Cris, Ita, Pame, Fetu, a todas mis mexicanas queridas: Maris, Caro, Lau, Tere, Pao, Ana. Cada una de ustedes es mi familia elegida.

Gracias también a mis amigas fuera de «Guate», aunque están lejos siempre siento todo su apoyo: Pollis, Ale, Marinita, Vale, Casandra, Chenchis, Jime, Gaby. A mi tía Ceci, por sus llamadas y oraciones. De verdad que no tengo palabras para agradecerles, para mí fueron ángeles de amor y luz en todo momento. Agradezco también en particular a Ita (mi angelita) por sus hermosísimas plegarias diarias. A Sandrita y a cada una de las personas que estuvieron rezando y mandándome su luz. A todas mis amigas que hicieron y forman parte del chat de oración: cada rezo y cada palabra de aliento las sentía como abrazos cálidos de Dios.

Asimismo, quiero expresar mi gratitud especial a Fr. Michael Della Pena por su cariño y su gran apoyo espiritual.

Me gustaría también agradecer a mis doctores: Michel Nuyens, Susan King, John Carey, Shawn Tassone, Santiago Restrepo y a mi psicóloga, Claudia Sibony. Gracias por existir, por su paciencia y sabiduría.

A Estelita y Mima, las nanas de mis hijos, por su tiempo: son aire fresco de alegría y amor en mi hogar.

A Dios y a la Virgen por el milagro de la vida, por dejarme sentir su presencia como nunca antes, y por enseñarme que, aun en los momentos de dolor profundo, se pueden vivir y experimentar situaciones intensas de amor.

Quiero agradecer a mis abuelitos, a quienes siempre sentí a mi lado a pesar de que ya están en el cielo: son de las personas más importantes en mi vida. Regresaron a mí en forma de pájaros, como mensajeros espirituales sensibles a mi energía y a mis estados de ánimo. Mi abuela (Tita) mediante un colibrí, y mi abuelo (Bobby), a través de un hermoso pajarito azul que sorpresivamente aparecía en mis momentos más vulnerables, cuando lloraba sola en la ventana de mi cuarto o cuando salía a caminar descalza por el campo, todas las tardes, tratando de calmar un poco el zumbido de mi oído... Sin duda, estos pequeños milagros fueron mi regalo oculto durante esta batalla.

Por último, gracias al increíble grupo de mujeres que lideran esta gran casa editorial y que han hecho posible este sueño, en especial a Norita, Claudia, Norma, Andrea y Angélica. Fue un placer trabajar con todas, desde el comienzo sentí mucha afinidad y conexión. Gracias por su confianza, apoyo y, sobre todo, por su profesionalismo.

ÍNDICE

PORTADA

CONTRAPORTADA

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

1. EL COMIENZO

EL PRIMER DIAGNÓSTICO

UNA INFANCIA FELIZ

MIS ABUELOS

MI EDUCACIÓN

UN NUEVO HOGAR

2. MI PEOR PESADILLA

EL SEGUNDO DIAGNÓSTICO: SÍNDROME EVA

EL IMPLANTE COCLEAR

CAMBIO DE VIDA

EL TINNITUS

LA MIGRAÑA

EL «MILAGRO» DE LA AUDICIÓN

3. LA ACEPTACIÓN: EL CAMINO PARA LA TRANSFORMACIÓN

LA ACEPTACIÓN

LA TRANSFORMACIÓN

4. EL AMOR LE GANA AL DOLOR

CONFIANZA EN EL PODER SUPERIOR

EL PODER DE LA MENTE

EL MIEDO

5. EL MEJOR VUELO DE NUESTRAS VIDAS

LECCIONES PARA EL CORAZÓN

CONCLUSIÓN

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CENTROS MÉDICOS RECOMENDADOS POR LA AUTORA

PÁGINA LEGAL

AUTORA

PUBLICIDAD LID EDITORIAL

INTRODUCCIÓN

Hace ya seis años que la vida me agarró, me dio una buena sacudida y me enseñó a valorar cosas que nunca antes había apreciado…

Decidí contar mi historia y las experiencias que he vivido para ayudar a otras personas que sufren de alguna discapacidad auditiva. Tengo sordera profunda (cofosis) en el oído derecho, hipoacusia en el izquierdo, además de tinnitus y migraña.

La discapacidad auditiva es un déficit total o parcial en la percepción y se evalúa por el grado de pérdida de la audición de cada oído. Las personas con esta discapacidad se clasifican como sordas, si tienen una deficiencia total profunda (llamada cofosis), y como hipoacúsicas, si su deficiencia es parcial, es decir, que tienen un resto auditivo que puede mejorar con el uso de audífonos.

A través de este libro quiero alzar la voz para que cualquier persona que esté pasando por lo mismo, o por alguna situación similar, sepa que no está sola y que siempre existe una luz al final del túnel. En las siguientes páginas podrás conocer pedacitos de mi vida, de mi persona, de mis reflexiones y pensamientos; de los libros que me han marcado a lo largo de los años y de la forma que tengo de ver el mundo según mis vivencias, experiencias y discapacidad.

Encontrarás puntos de vista de algunas creencias y aspectos espirituales que son importantes para mí. Si con alguno de ellos no estás de acuerdo, por favor, haz caso omiso de lo que digo. Pero si de este libro puedes obtener información que no conocías, con la que te identificas y ayuda en algo a tu vida, me sentiré eternamente satisfecha por haberlo escrito.

El libro se divide en cinco capítulos que contienen información general que te ayudará a encontrar amor y esperanza en cualquier momento de adversidad. En las líneas de pensamiento expresadas, descubrirás algunas recomendaciones prácticas para enfrentar situaciones que obstaculizan nuestra felicidad. La premisa es que venimos a este mundo para ser felices, que estamos dotados de la inteligencia y de la voluntad necesarias para alcanzar nuestro máximo potencial y tener una vida plena. Somos los únicos que podemos decidir si queremos vivir intensamente o renunciar a ello.

La vida está llena de momentos en los que tenemos que volar a ciegas, en donde somos como un piloto que necesita confiar en sus instrumentos. Lo mismo sucede cuando vivimos lapsos de turbulencia y neblina, y tenemos que confiar en nuestro radar espiritual para salir adelante.

Una de las cosas más afortunadas que te pueden suceder en la vida es tener una infancia feliz.

Agatha Christie

Capítulo 1

El comienzo

Mi nombre es Adriana Lozano García, nací un 7 de septiembre de 1977 en San Luis Potosí, México. Soy la segunda de cuatro hermanos: Alejandra, la mayor, Eduardo, el varón y Paulina, la chiquita; mi papá, Eduardo (Lalín), también es originario de San Luis Potosí y mi mamá, Bertha («güera»), de Guadalajara, Jalisco.

Desde niña tuve sordera profunda en el oído derecho, pero buena audición en el izquierdo, lo que me hizo desenvolverme normalmente. Aunque solo escuchaba con un oído, eso no representó ningún obstáculo en mi vida. Tenía siete años cuando una maestra del colegio se dio cuenta de que no escuchaba bien. Resulta que en el salón de clase me movía de un lado a otro para estar siempre enfrente de la profesora; ella observó que cuando caminaba, yo me paraba de mi lugar y la seguía para poder entender sus instrucciones. De inmediato lo comentó con mis padres y quedaron sorprendidos: no tenían la más mínima sospecha de que tuviera algún tipo de problema auditivo. Pienso que tuve mucha suerte de que los salones de clase de mi escuela tuvieran pocos niños, pues eso contribuyó a que mi profesora pronto se diera cuenta de mi situación.

Lamentablemente, en muchos países de Latinoamérica a los recién nacidos no les realizan pruebas auditivas y tampoco se las piden a los niños en edad escolar. Cuando era niña, el único requisito para entrar al jardín de niños o a la primaria era un examen de la vista y tener las vacunas correspondientes a la edad. Me parece increíble que, hasta el día de hoy, aún haya muchas escuelas públicas y privadas en donde el examen de la vista es el único requisito que se solicita para la inscripción, como si la audición no fuera igual de importante.

SAN LUIS POTOSÍ

San Luis Potosí es un estado que está justo en el centro de la república mexicana, su capital es considerada la décima zona metropolitana más grande de México. Tiene una población superior al millón de habitantes. Una de sus muchas bellezas es el centro histórico de la capital, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) en 2010.

Este estado también es famoso por sus atardeceres prolongados, teñidos de rosa y naranja; por su Huasteca Potosina y la belleza de sus ríos e impresionantes cascadas verdeazules; por los palacios surrealistas de Xilitla, la majestuosidad e imponencia del Sótano de las Golondrinas, los rebozos de seda de Santa María del Río y el pueblo minero de Real de Catorce.

EL PRIMER DIAGNÓSTICO

Con la noticia que la maestra les dio a mis padres, de inmediato me sacaron una cita con un especialista en audición en Houston, Texas, Estados Unidos; allá me realizaron una resonancia magnética, una audiometría y otros estudios médicos. Efectivamente, tenía pérdida profunda irreversible en el oído derecho. Recuerdo que mi madre y mi abuelita —que en ese momento nos acompañaba— estaban muy angustiadas por el resultado. Le preguntaron al doctor cuál era la causa, si había nacido así, si la había perdido como consecuencia de algo y si perdería también la audición del lado izquierdo.

El doctor les respondió que no lo sabía a ciencia cierta, que lo único que tenía claro era que presentaba pérdida profunda neurosensorial permanente, y que podía ser heredada. Se trataba de un problema congénito en el caracol (cóclea) y, posiblemente, tendría algunas dificultades de aprendizaje y quizá de sociabilidad. También les explicó que la pérdida auditiva neurosensorial es un padecimiento frecuente y ocurre cuando se dañan las células ciliadas del oído interno.

Los «cilios» son una especie de «pelitos» diminutos muy delicados que están dentro de la cóclea, y tienen una tarea muy importante: al exponerlos al sonido, estos cilios se mueven en función de la presión que ejercen las ondas sonoras dentro del líquido del oído interno, y transducen el sonido en impulsos eléctricos hacia el cerebro a través del nervio auditivo. Si se dañan, entonces no se puede transmitir eficazmente el sonido, lo que produce sordera y, en algunas circunstancias, tinnitus (silbido o zumbido en uno o ambos oídos que puede ser constante o esporádico).

CAUSAS DE LA PÉRDIDA NEUROSENSORIAL EN EL OÍDO

• Pérdida progresiva de los cilios con la edad.

• Exposición a ruidos fuertes.

• Cierto tipo de enfermedades (paperas, meningitis, esclerosis múltiple o Ménière).

• Ingesta (en dosis elevadas) de algunos fármacos como la aspirina, cisplatino o quinina; de antibióticos como la estreptomicina y la gentamicina.

• Genes (heredados).

• Rubéola, toxoplasmosis, infecciones virales (citomegalovirus y herpes) durante el embarazo (conocido como la prueba TORCH).

• Bajo peso al nacer, bilirrubinas altas.

• Lesiones o golpes en el oído o en la cabeza.

Fuente: Elaboración propia con información de «Pérdida auditiva neurosensorial» (2019).

Ya con un diagnóstico (pérdida profunda de oído derecho) me recomendaron usar aparatos auditivos. Los probé, pero nunca los use porque me incomodaban, además, en aquella época eran muy grandes y no se escuchaba con la nitidez de ahora. Desde que mis padres se enteraron de mi situación, cada año nos llevaban —a mis hermanos y a mí— a una revisión auditiva. Alejandra y Eduardo no tuvieron ningún problema, pero cuando Paulina tenía nueve años y yo catorce, le descubrieron también sordera profunda de un oído.

Todos los días agradezco a Dios el que me haya podido desenvolver normalmente en la vida, y que mi audición parcial no afectara mi crecimiento, por el contrario, creo que me ayudó a desarrollar algunas otras habilidades. Por ejemplo, aprendí a leer los labios, a interpretar visualmente los movimientos de la boca, las expresiones de la cara y de la lengua para poder comunicarme mejor. También me volví más sensible y empática. Siento que me conecto rápido con los sentimientos, pensamientos y emociones de otras personas, sobre todo con las que sufren o tienen alguna desventaja. Algo que también mejoró fue mi intuición: cuando conozco a una persona, más que esforzarme en escucharla, me enfoco en sus sentimientos, en su energía y eso me ha servido mucho.

A pesar de mi situación, siempre fui una niña alegre y muy amiguera. Mis padres siempre me inculcaron que los valores se aprenden en la familia, que el respeto a la dignidad —propia y ajena—, el sentido de justicia, la honradez, el servicio desinteresado hacia los otros —en particular los más necesitados— y el verdadero amor son sumamente importantes. Aprendí que es en la familia donde, en momentos de sufrimiento, las penas y tristezas se hacen más ligeras, y las alegrías compartidas se disfrutan más.

UNA INFANCIA FELIZ

Soy parte de la llamada «Generación X», que son las personas nacidas entre 1961 y 1981. Muchos de los que formamos esta generación tuvimos padres conservadores y estrictos. Somos la generación que aún respeta a los mayores y saluda cuando llega a algún lugar. Nos gusta encontrarle soluciones a todo y si no, las inventamos.

A los de mi generación nos tocó vivir diversos cambios sociales y políticos como la caída del muro de Berlín, la guerra de Vietnam, el fin de la Guerra Fría, la guerra de Nicaragua y la guerra civil en El Salvador y Guatemala. También algunas transformaciones tecnológicas importantes que marcaron la historia de la humanidad como la creación de las computadoras, el uso de internet, el famoso ICQ, la transición de los casetes y videocasetes al formato en CD y, posteriormente al MP3, MP4 y iPod, entre otros.

Crecí viendo MTV y escuchando música de Madonna, Aerosmith, Michael Jackson, George Michael, los Rolling Stones, Chicago, Queen, Eric Clapton, Guns N’ Roses, U2, Bon Jovi, entre otros.

En mi época se vivía con mucha más tranquilidad que ahora. Fuimos la última generación que jugó libremente en la calle y que creció usando la bicicleta con total libertad. Todos los vecinos de la cuadra éramos amigos y salíamos a las banquetas a jugar; entre los juegos que más recuerdo están saltar la cuerda, «bebeleche», resorte, «un, dos, tres por mí», policías y ladrones, canicas, «la traes», «las escondidas», «calabaceados», matatena… Disfrutaba mucho de las actividades al aire libre y recuerdo que me encantaba leer todo tipo de libros, periódicos y revistas.

A mi hermana Ale y a mí nos encantaba ir caminando a la tiendita más cercana a comprar chucherías con nuestro «domingo» (cantidad de dinero que los papás, abuelos o algún familiar da a los niños para ahorrar o comprar algo); Salíamos siempre de ahí con las favoritas Quesabritas, el chocolate Carlos V, los Choco Roles y los gansitos Marinela. Andábamos en la calle casi todo el día y, cuando caía la tarde y oscurecía, era hora de meternos a la casa. No teníamos tiempo de aburrirnos, siempre inventábamos qué hacer; por ejemplo competencias de todo lo que se nos ocurría, como de baile con música de Parchís, Flans y Timbiriche y «construíamos» casitas con sábanas y cojines.

En mi familia nos encantan los animales, por lo que siempre tuvimos en casa varios perros, cuyos, ratones, peces, tortugas, víboras, camaleones, conejos, patitos, pollitos (que daban de sorpresa en las piñatas) y hasta un borreguito llamado «Chencho», famoso entre los vecinos porque siempre nos acompañaba a la tiendita atado del cuello con un «mecatito», como si fuera perro (el pobre «Chencho» tuvo un final trágico, pues cuando creció, mi papá decidió «mandarlo a hacer» barbacoa para el almuerzo).

Los sábados por la noche íbamos todos juntos a misa, donde me encantaba participar. Como verán, aunque solo podía escuchar con un oído (el izquierdo) mi infancia fue muy feliz, y mi situación auditiva nunca representó un obstáculo para las cosas que quería hacer.

En este sentido, el deporte fue parte esencial de mi niñez y adolescencia. La natación fue muy importante en mi formación física y psicológica. Físicamente, me ayudó mucho a fortalecerme por ser uno de los deportes más completos; está comprobado que ayuda a reparar las células de cualquier daño cerebral a nivel molecular. Además, como la sordera parcial me impedía captar mucha de la información que recibía siempre fui una persona muy despistada, así que nadar me ayudaba a tener más concentración: cuando nadas, se ponen en marcha los dos hemisferios cerebrales y los cuatro lóbulos del cerebro, lo que contribuye a tener una mayor cognición y a mejorar los enlaces neuronales. Psicológicamente, la natación también me enseñó a tener disciplina, humildad, tenacidad, carácter, determinación y compañerismo.

Aunque solo podía escuchar con un oído (el izquierdo) mi infancia fue muy feliz, y mi situación auditiva nunca representó un obstáculo para las cosas que quería hacer.

Mis padres siempre estuvieron muy involucrados en nuestro deporte y educación. Gracias a ellos y a otros padres de familia formamos un equipo competitivo de natación en mi club deportivo. Recuerdo que entrenaba tres horas diarias a un nivel de alto rendimiento, y hasta cinco en temporada precompetitiva. Participé en diversos eventos en varios estados de la república mexicana y en algunas ciudades de Estados Unidos.

Fueron muchos años de esfuerzo y perseverancia, y me atrevo a decir que fue en este deporte donde obtuve los mayores aprendizajes de mi niñez y adolescencia. Me siento muy agradecida con mis padres por su apoyo y dedicación en esta etapa de mi vida; de esas vivencias conservo los mejores recuerdos de mi niñez.

MIS ABUELOS

No puedo dejar de mencionar en esta parte de la historia a los regalos más preciados de mi infancia: Tita y Bobby (maternos), y papá Mario y mamá Mary (paternos). Tita y Bobby eran sumamente cariñosos, alegres y especiales. Estuvieron presentes en todos los momentos de mi vida. Aún recuerdo sus apapachos antes de dormir, en especial de mi abuelo, al que le encantaba acostarnos y acomodarnos las frazadas: sus besos y abrazos cálidos los llevaré siempre en mi corazón. No podría hablar de lo que soy ahora sin su presencia en mi vida.

Papá Mario y mamá Mary también fueron muy especiales, los recuerdo con mucho amor, en especial a mi abuela Mary, nacida en Cataluña, a quien considero una mujer admirable en todos los sentidos. Ella supo arraigar en sus doce hijos el respeto por la unión familiar y la hermandad.

Para mí los abuelos son los mayores maestros de vida, los considero guardianes de nuestro patrimonio cultural y social. Ellos nos recuerdan los valores de nuestros antepasados como el honor a la palabra, salvaguardar la ética, la cordura, preservar nuestras costumbres y transmitir los valores y las tradiciones que fortalecen la unión familiar. Solo ellos nos pueden regalar sabiduría, madurez y diferentes perspectivas de la vida; son una fuente valiosa de experiencia, serenidad y amor incondicional. No es casualidad que varias de las obras y descubrimientos importantes fueran creados por personas que estaban en la tercera edad: Víctor Hugo sorprendió al mundo con Torquemada a los 80 años; Sigmund Freud publicó Moisés y la religión monoteísta cuando tenía la misma edad, Rembrandt pintó sus más grandes obras ya en la vejez.

Es por ello que me siento muy orgullosa del legado que dejaron en México mis dos abuelos: ambos fueron fundadores de varios centros educativos, entre los que destacan la preparatoria y la universidad del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) en mi ciudad natal. Los dos eran empresarios comprometidos con la sociedad de su época, su misión siempre estuvo enfocada en el bienestar y en la educación de nuestro país.

La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.

Nelson Mandela

Recuerdo que de niña mi abuelo Bobby me decía que un país no puede desarrollarse ni progresar si no se educa primero a su pueblo. Y mi abuelo Mario siempre apostó por combatir la desnutrición infantil, así que se encargó de dar desayunos a cientos de niños. Él decía que la base de una buena educación empieza por una buena nutrición.

Roberto García Maldonado y Mario Lozano Gonzáles fueron ganadores del Premio Eugenio Garza Sada, instituido por FEMSA y el ITESM. Es un reconocimiento muy valorado porque solo se otorga a empresarios honorables, ejemplares y exitosos, cuyo liderazgo, compromiso social y capacidad empresarial han contribuido al desarrollo integral de sus comunidades.

Mis abuelos estaban convencidos de que la educación no solo contribuye al desarrollo intelectual de un país, sino a la disminución de la pobreza y a que hombres, mujeres y familias eleven su nivel y calidad de vida. Me siento muy orgullosa de mi familia y de su legado, sin el amor y las enseñanzas que recibí durante los primeros años de mi desarrollo, no hubiera tenido la fortaleza para sortear los momentos de oscuridad que he vivido, ni para entender que no soy lo que me pasa, sino aquello en lo que elijo convertirme.

MI EDUCACIÓN

En mi vida académica nunca fui de las más destacadas, pero siempre sacaba bien mis grados, con promedio de ocho o nueve. Eso sí, me tenía que sentar hasta adelante en los salones de clase para poder escuchar a mis maestros lo mejor posible, y me apoyaba mucho en mis compañeros para realizar tareas y trabajos. Debido a mi discapacidad auditiva, no podía seguir las instrucciones al 100 %, entonces estudiaba en equipo o pedía ayuda; de un modo u otro, siempre me las ingeniaba para salir adelante en la escuela.

La primaria y la secundaria las estudié en un colegio de monjas. Después, a los quince años, ingresé a un colegio privado para estudiar el equivalente a la prepa, en la isla de Vancouver, en Victoria, Canadá. Ahí tuve el primer desafío para mi audición y, aunque acabé con buenas notas, me costó muchísimo trabajo pues sentía que me esforzaba el triple que mis compañeras para poder entender todas las materias en inglés.

Aunque de niña pasé algunos veranos en un campamento de natación en Florida y largas temporadas en otras ciudades de Estados Unidos, el inglés nunca fue mi fuerte. Me acuerdo que cada vez que llegaba de los campamentos o de algunas vacaciones mi papá casi se «infartaba» conmigo, pues quería que hablara en inglés como mis hermanos o primos y yo, en cambio, traía un acento distinto: cubano, dominicano, puertorriqueño… de todo, menos estadounidense.

Recuerdo que una vez, cuando regresé después de estar seis semanas en Florida, fuimos a una heladería en Texas y mi papá me «cachó» pidiendo mi helado de vainilla así:

—Please miss, me I have a chocolet blanc ice cream.

Solo de acordarme me ataco de risa, no me lo perdonaron nunca. Mi papá me decía seguido en broma:

—No mi hijita, contigo sí que no se puede, tantos años de mandarte a campamentos fuera y a estudiar inglés y no sabes pedir un helado de vainilla, ¡qué barbaridad!

Lo bueno es que eso del idioma no me afectaba mucho, ni me traumaba, ni a preocupación llegaba, pues siempre me las arreglaba para que me entendieran de un modo u otro.

Otra cosa que siempre recuerdo de mi niñez fue que me costaba mucho comprender las letras de las canciones en inglés, incluso algunas en español. Para poder cantar las canciones siempre tenía que leer las letras y memorizarlas. Lo bueno es que en aquel entonces uno compraba los discos o casetes y estos venían con las letras de cada canción y, por supuesto, las que no sabía o escuchaba en la radio, igual las cantaba como Dios me daba a entender.

Ahora tengo a mis mejores críticos, mis hijos adolescentes Roberto y Mauricio, que se atacan de la risa cuando canto:

—Máma (con acento en la primera «á», como se habla en Guatemala).

—Máma noooo, así no va la canción.

—Máma, no es «como un loco voy detrás de ti» es «como un lobo…».

—Máma, no es «