La madre del Metro y otros cuentos - Óscar de la Borbolla - E-Book

La madre del Metro y otros cuentos E-Book

Óscar de la Borbolla

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Beschreibung

La madre del Metro y otros cuentos es una breve selección de tres cuentos del escritor mexicano Óscar de la Borbolla: "La madre del metro", "La infancia interminable" y "Manual de lujuria". "La madre del metro" narra la vida de un joven que nació en el metro de la Ciudad de México y la relación que tanto él como su madre entablan con y dentro de este famoso sistema de transporte colectivo. "La infancia interminable" relata la vida de un niño que vive atrapado en el cuarto año de primaria y las dificultades de ver a su amigo Manolo crecer, mientras que él solamente encarna los recuerdos y las memorias sin experimentar una nueva vida. "Manual de lujuria" narra la rutina de un hombre incapaz de contener su deseo sexual, lo que lo obliga a dedicar gran parte de su vida a complacer dicha satisfacción conquistando a las mujeres una y otra vez por medio de una secuencia de actividades.

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Ilustraciones CÉSAR SILVA PÁRAMO

Primera edición, 2020 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés Ilustraciones de portada e interiores: César Silva Páramo

D. R. © 2020, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6777-9 (ePub)ISBN 978-607-16-6655-0 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

La madre del Metro

La infancia interminable

Manual de lujuria

LA MADRE DEL METRO

Yo fui el primer niño que nació en el Metro, un día como hoy, hace casi veinte años. Nací en la Línea 1 entre las estaciones Sevilla e Insurgentes. Mi madre, hija de ferrocarrileros y nieta de los hombres que hicieron nuestra revolución desde los trenes, se empeñó en conocer el Metro a pesar de las advertencias de mis tías de que con esa panza no era bueno ir a inauguraciones tumultuarias.

Se fue de madrugada contra viento y marea y, cuando por la noche, regresó conmigo entre los brazos y yo con un chipote en la mollera, mis tías muy alarmadas me desvistieron los folletos con los que mi madre me había improvisado una chambrita y unos pañales de papel. Le recriminaron su imprudencia: echarme al mundo en un subterráneo, sin la ayuda aséptica de una partera y todo por no poder aguantarse las ganas de visitar el Metro en esa ocasión: era imperdonable. Iba rete rápido y estaba limpiecito, fue la defensa de mamá. Las tías soltaron unas palabrotas injuriosas, me exprimieron unos limones en los ojos para prevenir una infección y, como mis alaridos terminaron de enojarlas, mi madre y yo fuimos expulsados a la calle.

Yo, por supuesto, no me acuerdo de nada; pero mi madre me contó mil veces los pormenores de esa calamitosa noche en que vagamos por la calles de México de zaguán en zaguán, buscando un techo para protegernos de la lluvia, porque llovía a cántaros rotos y los perros aullaban de frío; y su principal preocupación era que los túneles del Metro fueran a inundarse, porque si eso ocurría se iban a oxidar los flamantes vagones anaranjados y los rieles se mancharían con lamparones de salitre. Llovió toda la noche, pero los túneles amanecieron secos y los vagones impecables como el día anterior. Ella y yo, en cambio, despertamos ensopados debajo de unas hojas de periódico en las que se había deslavado la noticia de la inauguración del Metro.

Yo estaba muy pequeño y me faltaban fuerzas para exigir mi desayuno de calostro, para oponerme a la decisión de mi madre de acudir, en cuanto abrieran, a comprobar el estado del Metro, a revisar si de veras funcionaba el drenaje, a ver si todo seguía en orden y, por eso, la acompañé en ayunas, llore y llore, de una estación a otra hasta que unos usuarios, hartos de mis berridos, intercedieron por mí pidiéndole a mi madre me tapara la boca con algo. Fue mi primera comida en este mundo, y me atraganté cuanto quise porque mamá, distraída con el paso de la pared de afuera de la ventanilla, me dejó hacer y deshacer. A media mañana era un bebé feliz, un bebé sano, contento y encuerado que por la noche iba a volver a casa de sus tías junto con una madre arrepentida que juraba portarse bien de ahí en adelante y obedecer a sus hermanas mayores.