La modelo y el guardaespaldas - El amor tenía un precio - Merline Lovelace - E-Book
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La modelo y el guardaespaldas - El amor tenía un precio E-Book

Merline Lovelace

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Beschreibung

Segundo de la saga. La modelo y el guardaespaldas Merline Lovelace Alguien estaba acosando a la modelo Allie Fortune y el exmercenario Rafe Stone tendría que protegerla; decidió llevársela a un lugar apartado donde Allie estuviera a salvo... ahora solo tendría que hacer su trabajo y evitar sentirse seducido por su belleza. Rafe no tardó en darse cuenta de que proteger a Allie era mucho más peligroso de lo previsto; porque estaba arriesgando su corazón y su alma...   El amor tenía un precio Barbara Boswell Decían que era el soltero más codiciado de Estados Unidos, pero el ejecutivo Michael Fortune no necesitaba una esposa. Así que le hizo una sorprendente proposición a Julia Chandler, su fiel secretaria: que se hiciera pasar por su prometida. Así todo el mundo pensaría que se había casado y él podría volver a sus negocios con total tranquilidad. Pero ¿qué pasaría cuando su fingido noviazgo se convirtiera en un apasionado romance... y de él naciera un inesperado heredero?

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Seitenzahl: 520

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1996 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

LA MODELO Y EL GUARDAESPALDAS, Nº 26 - julio 2011

Título original: Beauty and the Bodyguard

Publicada originalmente por Silhouette® Books

© 1996 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

EL AMOR TENÍA UN PRECIO, Nº 26 - julio 2011

Título original: Stand-in Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-656-6

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: YURI ARCURS/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

Inhalt

La modelo y el guardaespaldas

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

El amor tenía un precio

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Promoción

MERLINE LOVELACE

La modelo y el guardaespaldas

Conoce a los Fortune, tres generaciones de una familia que comparten un legado de riqueza, influencia y poder. Cuando se unan para enfrentarse a un enemigo desconocido, comenzarán a descubrirse los más impactantes secretos de la familia... y nacerán nuevos y apasionados romances.

ALLIE FORTUNE: Esta modelo aprendió muy pronto que los hombres solo querían dos cosas de ella: su dinero y su cuerpo. Rafe Stone parecía diferente, pero al atractivo guardaespaldas le pagaban para protegerla. ¿Podría confiar en él?

RAFE STONE: Habían contratado a este ex mercenario para evitarle problemas a Allie, ¡no para causárselos! Pero como Allie continuara seduciéndolo con aquella potente combinación de inteligencia y belleza, eran precisamente problemas los que iba a encontrar.

KATE FORTUNE: La familia Fortune continúa dándola por muerta, pero Kate está muy cerca de ellos, observándolos. Ni siquiera la muerte podría evitar que compartiera los momentos más intensos de la vida familiar.

MICHAEL FORTUNE: «Antes muerto que casado», había sido siempre su lema. Pero, quizá, el anillo de rubí que Kate le dejó en herencia pudiera ayudarlo a fijarse en alguien especial que tenía delante de sus propios ojos.

ECOS DE SOCIEDAD

Por Liz Jones

¿Estará la familia Fortune condenada a sufrir?

Como si no hubieran tenido ya suficientes desastres, ahora, la glamurosa Allie Fortune, la imagen de Fortune Cosmetics, está soportando el acoso de un admirador enloquecido. Afortunadamente para ella, cuenta con la ayuda de un atractivo guardaespaldas para protegerla.

La reciente muerte de Kate forzó una profunda reorganización en el imperio Fortune que ha provocado una seria caída de la empresa en el mercado de valores. Además, el misterioso asalto al laboratorio de la compañía ha obligado a retrasar la consecución de una fórmula secreta. Se rumorea que, si no consiguen desarrollar la fórmula en cuestión, la empresa podría terminar en bancarrota.

Que quede entre nosotros, pero, personalmente, yo jamás invertiría en ese barco a punto de hundirse.

Todas estas desgracias, ¿formarán parte quizá de una suerte de venganza personal o profesional? Me temo que solo el tiempo nos lo podrá decir.

1

Allie se fijó primero en su corbata.

Después de haber pasado diez de sus veinticinco años de vida trabajando como modelo, Allie Fortune era una esclava de la moda. Durante su carrera, había recorrido cientos de pasarelas vistiendo colecciones que los críticos más generosos habían descrito como eclécticas.

Sin embargo, aquella corbata era mucho más que ecléctica. De hecho, podría ser calificada como atroz.

Preguntándose qué clase de hombre podía combinar una corbata tan escandalosa con unos pantalones negros, una camisa de color azul claro y una chaqueta de lino cuyas costuras se abrían por la impresionante anchura de sus hombros, Allie elevó la mirada hacia su rostro.

No lo había visto nunca. Si lo hubiera visto, seguro que se acordaría de él. Destacaba en medio de la multitud de publicistas, ejecutivos, directores de arte, fotógrafos, químicos e ingenieros a los que su hermana mayor había invitado a aquella comida de lanzamiento de la nueva línea de productos Fortune Cosmetics. Bajo su pelo, oscuro como la media noche, aparecía un rostro delgado, bronceado y atractivo, a pesar de las cicatrices de su barbilla y su cuello. O quizás a causa de ellas. Desde luego, Allie no se habría olvidado de sus ojos. Eran unos ojos de un azul plateado, enmarcados por negras pestañas.

Durante unos segundos, aquellos fríos ojos se posaron sobre ella. Y para considerable sorpresa de Allie, aquel escrutinio le produjo una extraña tensión. Sintió que se le erizaba el vello de la nuca, como si hubiera sido agitado por la brisa. Se inició en sus hombros un raro cosquilleo que se fue extendiendo por su espalda. Por un momento, el murmullo de las conversaciones pareció apagarse.

Para una mujer que había pasado la mayor parte de su vida de adulta bajo la mirada severa e implacable de fotógrafos y estilistas, ser observada no era ninguna novedad. Pero el inexplicable estremecimiento provocado por aquella mirada se intensificaba. Con una naturalidad aprendida con la práctica, Allie permaneció completamente inmóvil mientras le devolvía la mirada.

Con una lentitud deliberada, el desconocido dejó que sus ojos vagaran por la cabeza de Allie y por el vestido de chifón amarillo hasta llegar a la mismísima punta de sus sandalias. Cuando volvió a levantar la mirada hasta sus ojos, Allie se sobresaltó.

Allison Fortune había aprendido a esperar una vasta gama de reacciones en los ojos de los hombres que la miraban. Y el frío desdén no era habitualmente una de ellas. Con renovado interés, dio un sorbo a la copa de champán que sostenía en la mano.

—¿Quieres otra copa?

Aquella voz ligeramente le hizo apartar la atención del desconocido.

—No gracias, Dean.

Dean Hansen frunció el ceño.

—Llevas ya más de una hora dándole vueltas a esa copa.

—Tengo que vigilar las calorías —replicó ella—. Además, mañana tengo una sesión fotográfica, ¿recuerdas?

El ceño de su acompañante se profundizó, haciendo que las líneas de sus facciones clásicas se ensombrecieran.

—Sí, me acuerdo. Dios mío, Allie, acabas de llegar de Nueva York esta mañana. ¿Cuándo piensas pasar unos días en Minneapolis? Y mejor aún, ¿cuándo piensas pasar algún tiempo conmigo?

Elevó la voz por encima del murmullo de las conversaciones y de los compases del trío de jazz que tocaba en una esquina del salón. Algunas cabezas se volvieron y Allie advirtió la mirada preocupada de su hermana mayor. Como jefa comercial de la vasta gama de productos de Fortune Cosmetics, Caroline Fortune Valkov soportaba un gran peso sobre sus hombros. Desde que su abuela había muerto en un accidente de avión seis meses atrás, las responsabilidades habían llegado a convertirse en una carga prácticamente insoportable.

Aunque su padre, Jake, se había hecho cargo de la corporación tras la muerte de Kate Fortune, había tenido que reorganizar y hacer más eficientes algunas empresas subsidiarias para poder mantener a flote el conglomerado de empresas mientras los abogados resolvían todas las cuestiones financieras dejadas por Kate. Como resultado, las acciones de la compañía estaban bajando. Para empeorar las cosas, el incendio provocado del laboratorio había supuesto un cierto retraso en el desarrollo de la línea de productos cuyo lanzamiento Allie iba a ayudar a promocionar.

Toda la familia tenía un gran interés en esa nueva línea. Aquella colección de nuevos productos de belleza podría ayudarlos a salir del bache financiero. Miles de familias dependían de Fortune Cosmetics para vivir y Jake estaba decidido a no enviar a uno solo de sus trabajadores al paro.

Esa era la razón por la que Allie había decidido hacer un alto en su incipiente carrera de actriz y había aceptado ser el rostro de aquella nueva gama, la razón por la que no le había contado a nadie, salvo a su hermana pequeña, los detalles sobre las amenazadoras llamadas que estaba recibiendo. Y el motivo por el que no necesitaba que Dean Hansen montara una escena en la fiesta de su hermana.

Allie estudió al hombre con el que había estado saliendo desde hacía varios meses. El rostro sonrojado de Dean le indicó que aquel sería el último acontecimiento al que acudirían juntos. Y el vaso de whisky vacío que llevaba en la mano, que no iba a tomarse nada bien la despedida. Pero, comprendiendo que era justo dejar las cosas claras entre ellos antes de volar al día siguiente hacia Nuevo México, dejó la copa de champán en una mesa cercana y le sugirió:

—¿Por qué no salimos a la terraza?

El ceño de Dean desapareció.

—Claro que sí, preciosa.

Allie se abrió paso entre los invitados, salió a la terraza, se apoyó en la balaustrada de piedra e inspiró la brisa nocturna. Después de haber pasado dos semanas en Nueva York, el aire de Minnesota le resultaba increíblemente limpio y fresco.

Dean no tardó en agarrarla del brazo.

—Alejémonos del ruido. Vamos a dar un paseo por el lago.

Allie asintió, se quitó las sandalias y las dejó en la terraza. Bajó las escaleras de piedra y posó los pies en la hierba, rememorando las veces que había corrido descalza por aquellos exuberantes campos durante los veranos que pasaba con su abuela. Rocky y ella perseguían luciérnagas nocturnas, reían y compartían con Kate sus sueños de niñas. Pero Kate había muerto y Allie se había visto obligada a aplazar sus sueños.

Con Dean a su lado, caminó hacia al lago. Poco a poco, el chapoteo del agua fue apagando los sonidos de la fiesta hasta convertirlos en un tenue murmullo. Durante unos instante, solo se oyó el susurro del agua lamiendo la orilla y el alegre gorjeo de las cigarras. Pero, casi al instante, la voz ronca de Dean rompió la armonía de la noche.

—Dios mío, Allie, eres tan hermosa —deslizó la mano por su cuello, haciéndola volverse hacia él.

—Tú tampoco estás mal —replicó ella—, pero...

Dean posó el pulgar sobre sus labios.

—Nada de peros. Esta noche no.

Cuando intentó inclinarse hacia delante, Allie posó las manos en su pecho.

—Tenemos que hablar, Dean.

—Ya hablaremos más tarde.

Para sorpresa de Allie, Dean le clavó los dedos en el cuello y la arrastró hacia él.

—¡Dean, por favor!

—¡Maldita sea, Allie, no hagas eso! No vuelvas a rechazarme otra vez.

—Has bebido demasiado. Suéltame.

—Esta vez no —gruñó, echándole el aliento cargado de humo y alcohol—. Llevo meses bailando al son que tú me marcas. Cada vez que intento acercarme te apartas. ¿Qué te pasa, Allie? ¿A qué estás jugando?

—No estoy jugando a nada.

—Y un infierno. ¿Entonces cómo llamarías a lo que me estás haciendo?

Allie apoyó los brazos en el pecho de Dean e intentó mantener la voz firme. A pesar de que había heredado el genio vivo de su abuela, hacía mucho tiempo que había aprendido a esconder sus sentimientos detrás del rostro sonriente que la gente admiraba.

—Te lo he dicho muchas veces. Me gustas... como amigo. Disfruto de tu compañía. Pero no voy a acostarme contigo.

—¿Por qué no?

—Porque no me apetece, Dean.

La triste verdad era que hacía mucho tiempo que no le apetecía. Demasiado tiempo. Ni con Dean ni con nadie. No le apetecía desde que había descubierto que los hombres en general, y su ex prometido en particular, estaban más enamorados del rostro y el dinero de Allison Fortune que de lo que era Allison Fortune por sí misma. Aquella humillante experiencia no había apagado totalmente su interés por el sexo o los hombres, pero todavía no había encontrado a ninguno capaz de ir más allá de su imagen pública para descubrir a la verdadera mujer que aquella imagen encerraba.

Dean Hansen era un caso único en ese aspecto. En vez de aceptar que no estaba buscando una aventura, como le había advertido Allie desde el primer momento, se había tomado aquello como un desafío personal. Con la boca convertida en una mueca, Dean acercó su rostro al de Allie.

—No quieres, ¿eh? Quizá pueda convencerte de lo contrario.

—Me temo que no. Suéltame, Dean.

—No, esta vez no.

—¡Suéltame!

Dean no esperaba el duro codazo que Allie le propinó en el estómago. Se quedó sin aliento y soltó la mano con la que sujetaba a Allie. Ella retrocedió, intentando controlar su genio.

—Vete de aquí —le ordenó fríamente—. Y no se te ocurra volver a la fiesta. No eres bienvenido en esta casa.

Allie se volvió y se encaminó hacia la casa. Cuando sintió la mano de Dean en el brazo, perdió completamente la paciencia. Giró sobre sus talones, posó ambas manos en su pecho y le dio un empujón.

Dean cayó hacia atrás, agitando los brazos para no perder el equilibrio. Cuando ya era demasiado tarde para evitar la caída, Allie advirtió que la combinación del exceso de whisky y el empujón iban a hacerle terminar en el lago. Y en aquel estado, era posible que incluso se ahogara.

—Oh, por el amor de... —Allie saltó hacia delante y lo agarró por las solapas—. ¡Dean, cuidado!

Dean se aferró frenéticamente a ella, agarrándose a uno de los tirantes del vestido. Pero el tirante se soltó. Con una cómica expresión de sorpresa en el rostro y un pedazo de chifón amarillo en la mano, Dean cayó al lago, salpicando a Allie.

Segundos después, su torpe salida añadía una nueva dosis de humedad al vestido de Allie. Mientras lo ayudaba a incorporarse, la irritación de Allie fue sofocada por la misma sensación de ridículo que tantas veces la había ayudado durante aquellas largas y agotadoras sesiones fotográficas en las que parecía que cualquier cosa podía salir mal. Mordiéndose el labio para contener una sonrisa, sostuvo el vestido empapado con una mano mientras Dean intentaba quitarse el barro del rostro y las manos. Al parecer, él no le encontraba ninguna gracia a la situación.

Maldiciendo, se sacudió las manos y avanzó hacia ella. Bajo la luz de la luna, sus ojos claros resplandecían de furia.

—Eres...

—Te sugiero que te largues si no quieres terminar en el lago otra vez.

Dean y Allie se volvieron al oír aquella voz grave y profunda. Mirando a través de las sombras, Allie distinguió la silueta de un hombre recostado contra uno de los robles de la orilla del lago.

Dean se apartó el pelo de los ojos y fulminó con la mirada a aquella sombra.

—¿Quién demonios...?

—Tienes diez segundos para marcharte de aquí.

—Mira, amigo...

—¿Sí?

Aquella combinación de pregunta educada y velada amenaza hizo que Allie pestañeara y que las mejillas de Dean se inflaran como las de un pez globo. Indignado, pero más receloso, contestó con firmeza:

—Esta es una conversación privada.

Apartando los hombros del tronco, el intruso avanzó hasta ser iluminado por la luz de la luna. Allie respingó al identificar aquella curiosa corbata de color rojo, naranja y violeta.

—Según esta señorita, la conversación ha terminado —comentó el desconocido—. Solo te quedan cinco segundos.

—¿Quién este tipo, Allie?

Como no tenía ni idea, Allie ignoró la pregunta.

—Creo que deberías irte, Dean. Ahora.

Dean apretó los dientes. Pero en cuanto el desconocido avanzó hacia él, refunfuñó:

—Muy bien, me voy. Ya es hora de que dedique mi tiempo a una mujer de verdad en vez de perderlo con una muñeca de plástico.

Ni Allie ni el hombre que estaba a su lado dijeron una sola palabra mientras Dean se marchaba, con los zapatos rezumando agua a cada paso. Con su marcha, la noche de verano volvió a envolverlos como un manto. Pero Allie ya no era consciente del sonido del agua ni del canto de las cigarras. En aquella ocasión, el hombre que tenía frente a ella absorbía toda su atención.

Con unos ojos que la luz de la luna hacía parecer de plata, la examinaba con una objetividad completamente desapasionada.

Cuando ya era demasiado tarde, Allie se dio cuenta de que el vestido de gasa se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Y lo único que podía hacer era esperar que el sujetador y la braga escondieran más de lo que revelaban. Estaba segura además de que, al igual que le había puesto la carne de gallina, la brisa había endurecido sus pezones.

Al pensar en aquel enigmático desconocido posando sus ojos en sus senos, Allie cerró los dedos alrededor de la tela del vestido. Por segunda vez, experimentó aquella sensación extraña. No era atracción. Y tampoco exactamente curiosidad. Era como una nueva conciencia que crepitaba dentro de ella, en algún lugar del subconsciente, y la desconcertaba.

Haciendo un gran esfuerzo, controló el impulso de cruzar los brazos sobre su pecho. No había vuelto a ser tan consciente de su cuerpo desde que había posado para un compañero de universidad que necesitaba añadir unas fotografías a su álbum de presentación. Aquellas fotografías habían servido para lanzar la carrera fotográfica de Dominic y para iniciar a Allie en el mundo de la moda.

Cuando el desconocido volvió a posar la mirada en su rostro, Allie vio en ellos un brillo depredador y viril que reconoció al instante. Se apoderó de ella una triste desilusión.

La fría indiferencia de aquel hombre la había intrigado casi tanto como su corbata. Por unos instantes, había imaginado que él era diferente. Que no le importaba su aspecto. Se había permitido creer que estaba intentando ir más allá de la imagen que proyectaba, que estaba intentando descubrir a la verdadera Allie con su penetrante mirada.

Pero si aquel brillo de masculino interés era una indicación, su indiferencia ya no era tal. Diciéndose a sí misma que era una locura sentirse desilusionada porque un hombre apreciaba el físico que tanto le costaba mantener, alzó la barbilla.

—Creo que no nos conocemos.

—No, no nos conocemos.

Como no daba señales de decir nada más, Allie le tendió la mano.

—Soy...

—Ya sé quién es, señorita Fortune.

Allie dejó caer la mano lentamente. Que aquel extraño supiera su nombre no la sorprendía especialmente. El interés de los medios de comunicación por las modelos las había convertido en las estrellas de los noventa. Y, como resultado, el rostro de Allie provocaba miradas de reconocimiento dondequiera que fuera.

Últimamente, estaba provocando también algo más. Algo oscuro, estremecedor.

Un eco de la llamada que la había arrancado de su sueño la noche anterior se filtró en su mente. Se mordió el labio mientras la inexplicable preocupación por el hombre que tenía delante desaparecía para transformarse en un profundo malestar.

Bajo la luz de la luna, aquel rostro no mostraba suavidad alguna; solo se dibujaban sus ángulos más afilados. Una barbilla cuadrada, una nariz que seguramente había sido rota en el pasado, pómulos marcados. Y esas cicatrices en el cuello y la barbilla.

Allie tragó saliva para aliviar la repentina sequedad de su garganta.

—Bueno, es posible que usted me conozca, pero yo no lo conozco. ¿Quién es y qué está haciendo aquí?

—Me llamo Rafe Stone. Y soy su guardaespaldas.

Allie lo miró estupefacta.

—¿Mi qué?

—Su guardaespaldas. Me han contratado para que la proteja.

—¿Pero... quién?

—Su padre.

Durante unos instantes, Allie solo fue capaz de quedarse mirándolo fijamente. Después, sintió crecer en ella el enfado. Una cólera aguda, ardiente, que se negaba a mostrar ante aquel desconocido.

—¿Cuándo lo ha contratado?

—En realidad todavía no hemos cerrado el trato, pero, si decido hacerlo, tendría que empezar a trabajar esta noche.

—¿Esta noche? —Allie arqueó burlona una ceja—. ¿Entonces por qué no ha intercedido por mí un poco antes, señor Stone? Supongo que me ha visto peleando con Hansen.

—Todavía no he negociado los términos de mi contrato con su padre. Además, al principio no estaba seguro de a qué estaba jugando con su amigo.

Allie se tensó.

—En ese caso, diría que para ser un hombre que se dedica a vigilar a los demás, no es muy sagaz.

Rafe arqueó una ceja con expresión irónica.

—Lo suficiente como para darme cuenta de quién ha invitado a quién a dar un paseo.

—¿Sabe, señor Stone? Me parece que no quiero que sea mi guardaespaldas.

—Quizá debería hablar con su padre al respecto.

—Lo haré.

Allie intentó alejarse dignamente, lo que no era fácil con el vestido enredándose a sus piernas con cada uno de sus pasos. El camino hacia la casa le pareció infinitamente más largo que cuando se había acercado al lago.

Rafe la siguió a paso lento, deslizando la mirada por la esbelta figura que avanzaba ante él. Se preguntaba si Allie sería consciente de cómo se pegaba el vestido a su cuerpo, o del efecto que aquella imagen tenía en sus pulmones. Rafe hizo una mueca al pensarlo. Por supuesto que lo sabía. Las mujeres como Allison Fortune nacían sabiendo el efecto que tenían en los hombres.

Él, por su parte, tenía que reconocer que aquellos ojos enormes, su boca llena y sus piernas interminables la convertían en la fantasía de cualquier hombre. De ahí la urgencia que había sentido de acariciar aquellos pómulos de una perfección casi imposible en cuanto la había visto en la fiesta. Rafe tenía un nivel de testosterona como el de cualquier hombre. Y cualquier hombre habría deseado acariciar su piel, aunque solo fuera para ver si era tan delicada y suave como parecía.

Desgraciadamente, su reacción inicial no era nada comparada con lo que estaba sintiendo en aquel momento. Al observarla caminar con aquella gracia, se estaban produciendo explosiones de calor en su interior, una tras otra, justo debajo de su cinturón. Aquella mujer tenía un tipo con el que podría parar el tráfico de cualquier calle en cualquier continente.

Era una suerte que no lo quisiera como guardaespaldas, pensó Rafe con cinismo, porque tampoco él tenía ganas de ocuparse de aquel trabajo. No necesitaba la extraordinaria suma que Jake Fortune le había ofrecido y tampoco el tipo de complicaciones que su involuntaria reacción a Allison Fortune podía causarle. La reputación que se había ganado en ciertos círculos para penetrar en lugares de aparente inaccesibilidad y rescatar a rehenes le proporcionaba más trabajo del que podía atender. Había triunfado en aquel oscuro y peligroso mundo por su capacidad para concentrarse en un solo objetivo. Si se involucraba emocionalmente con las personas a las que debía proteger, perdía la concentración que su trabajo exigía.

Además, Rafe había sobrevivido a una experiencia desastrosa con una mujer hermosa y él era un hombre que aprendía de sus errores. Su ex esposa no tenía la clase de Allie Fortune, por supuesto, pero su belleza llamaba también la atención.

Phillys lo había dejado tres años atrás, cuando había quedado claro que las operaciones no iban a poder borrar las cicatrices causadas por la bomba que había estado a punto de matar a uno de sus clientes. Rafe había huido de cualquier enredo sentimental desde entonces, lo que lo hacía recelar todavía más de la atracción que sentía por la mujer que tenía frente a él. Con cada uno de sus pasos, estaba más decidido a decirle a Jake Fortune que contratara a otro hombre.

Allie llegó a las escaleras que conducían a la terraza y Rafe se preguntó estúpidamente si pretendería entrar en el brillante salón, mostrando cada una de sus curvas. Probablemente. Según el dossier que había reunido sobre Allison Fortune, no había muchas partes de su cuerpo que no hubieran sido fotografiadas y exhibidas en público.

Pero Allie se detuvo antes de llegar al primer escalón. Se mordió el labio preocupada, se volvió hacia las puertas de la terraza y después miró a Rafe.

—¿Le importaría ir a buscar a mi padre? Dígale que quedamos dentro de quince minutos en la biblioteca.

A Rafe nunca le había gustado recibir órdenes. Pero en aquella ocasión estaba tan ansioso como Allie Fortune por poner fin a su relación laboral antes de que fuera oficial.

—Sí, señora —contestó, arrastrando las palabras con exagerada educación.

Allie lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Siempre es tan sarcástico con sus posibles clientes?

Reconociendo en silencio que con aquella cliente en particular le habría gustado ser mucho más que sarcástico, Rafe sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que una simple colección de carne y huesos pudiera despertar necesidades tan atávicas en él?

—No, señorita Fortune.

Antes de que Allie pudiera decir nada, comenzó a subir las escaleras, decidido a decirle a Jake Fortune que no le interesaba aquel trabajo.

2

Rafe pronto descubrió que Jake Fortune no aceptaba un no como respuesta. A pesar de todos sus aires aristocráticos, aquel hombre tenía el instinto de un experto en peleas callejeras. Alto, con el pelo blanco y un impecable traje de Armani, apoyaba las caderas contra el escritorio de madera que dominaba la biblioteca.

—Le doblaré el sueldo.

Rafe miró al que iba a ser su jefe con expresión pensativa. Sabía lo que valían sus servicios y no tenía ningún reparo en cobrar a sus clientes en función del dinero que tenían. El hecho de que Jake Fortune estuviera dispuesto a duplicar su oferta inicial le indicaba que en aquel trabajo en particular había mucho más en juego de lo que su cliente había admitido.

Siempre lo había, pensó con cinismo. Sus cicatrices lo demostraban. Pero él no necesitaba el dinero, y tampoco avivar las llamas que Allie Fortune había encendido en él.

—No es una cuestión de dinero. Soy especialista en rescatar a rehenes y secuestrados en condiciones difíciles, no en hacer de niñera.

Ambos hombres se volvieron al oír una risa. Una esbelta rubia apareció en el marco de la puerta.

—En lo que a mi marido concierne, señor Stone, normalmente todo es cuestión de dinero.

El enfado cruzó las facciones de Jake Fortune durante unos instantes.

—Al menos en este caso tienes razón. Pasa, Erica. Quizá tú puedas convencer al señor Stone.

Cuando Erica Fortune entró en la biblioteca, Rafe reconoció en ella algunos rasgos de su hija, como su elegancia o su fría y controlada gracia.

El dossier sobre Allison Fortune incluía también algunas páginas sobre sus padres. Antigua reina de la belleza y primera modelo de Fortune Cosmetics, Erica Fortune había disfrutado de lo que los medios de comunicación describían como un matrimonio de cuento de hadas. Pero a juzgar por la tensión que la presencia de Erica había provocado en la biblioteca, Rafe no concedía ningún crédito a esa supuesta felicidad matrimonial. Fuera cual fuera el motivo de aquella tensión entre Erica Fortune y su esposo, la primera la dejó de lado por el interés de su hija. Sus ojos verdes se suavizaron cuando le suplicó a Rafe:

—Por favor, reconsidere su negativa, señor Stone. No sé qué ha podido contarle mi marido sobre esas llamadas que ha recibido mi hija, pero estamos muy preocupados.

—Su marido me comentó que un admirador había conseguido su número de teléfono y le estaba haciendo llamadas de alto contenido erótico.

—¿Erótico? Eran llamadas obscenas. Ese hombre es un pervertido.

—Hasta que lo atrape la policía, estoy de acuerdo en que lo más sensato es que su hija cuente con alguna protección, señora Fortune, pero no creo que yo sea el hombre indicado para hacer ese trabajo.

—¿Por qué no?

Rafe tiró del nudo de la corbata. No podía decirle exactamente a aquella mujer que no quería pasar dos semanas con su hija porque Allison Fortune también le generaba a él pensamientos de alto contenido erótico.

—Mire, señora Fortune...

—Llámeme Erica, por favor.

—Erica, yo...

Una llamada a la puerta de la biblioteca interrumpió la respuesta de Rafe. Cuando Allison Fortune entró unos segundo después, a Rafe también se le cortó la respiración. Nuevamente irritado por su respuesta, Rafe dejó de juguetear con la corbata y se metió las manos en los bolsillos.

Allison Fortune era una mujer puntual, eso tenía que reconocerlo. Fiel a su palabra, había tardado menos de quince minutos en cambiarse, ponerse unos pantalones de seda color turquesa y un corpiño bordado y retocarse el maquillaje.

Miró fugazmente a Rafe y posó la mirada en su madre.

—Creía que lo del guardaespaldas había sido idea de Jake, ¿tú también lo sabías, mamá?

Interesante, pensó Rafe. Llamaba a su padre por su nombre de pila, pero no a su madre.

—Me lo ha dicho cuando el señor Stone ha aparecido esta noche en la fiesta —replicó Erica.

—¿Ah, sí? Pues a mí se ha olvidado de decírmelo.

Cuando su hija se volvió hacia él, las aristocráticas facciones de Jake Fortune se endurecieron.

—Siempre has sido inflexible en la preservación de intimidad, Allie. Sabía que protestarías cuando te dijera que tendrías a alguien a tu lado durante veinticuatro horas al día. Pensé que sería mejor no decirte nada hasta que hubiera cerrado el contrato con el señor Stone.

—Y tenías razón. No me apetece tener al señor Stone detrás de mí durante veinticuatro horas al día. Así que no tienes por qué cerrar ningún contrato.

—Me gustaría que pensaras detenidamente en ello. Ya sabes lo importante que eres para...

—Sí, lo sé, para Fortune Cosmetics.

Jake tensó los labios.

—Iba a decir lo importante que eres para toda la familia. No me gusta la idea de que un admirador te trastoque la vida.

—O las fotografías —añadió ella suavemente, sosteniéndole a su padre la mirada.

Jake Fortune se volvió hacia su esposa.

—Habla con ella. Es evidente que yo ya no puedo hacer nada más.

Erica pasó por delante de su marido para acercarse a su hija.

—Por favor, sé sensata, querida. Esta campaña es muy importante, no solo para Fortune Cosmetics, sino también para tu carrera.

—Quiero iniciar mi carrera de actriz después de esta campaña, ¿o es que ya no te acuerdas?

—Lo sé, lo sé. Y me parece muy sensato que hayas decidido dedicarte a la interpretación. El mundo de la moda es un negocio muy duro en el que a las mujeres solo se las valora por su aspecto —había amargura en su voz—. Desgraciadamente, eso no solo ocurre en el mundo de la moda.

No volvió la cabeza, ni siquiera miró a su marido, pero este se tensó.

—Pero tú ya has alcanzado la cima, Allie. Y todavía tienes muchos años por delante.

—Mamá...

—Allie, si esa campaña tiene tanto éxito como pensamos, alcanzarás el momento álgido de tu carrera. Aunque habría preferido unas fotografías de estudio para la campaña en vez de un marco natural —continuó diciendo Erica preocupada—. No me gusta que tengas que pasar dos semanas sola, en medio de ninguna parte.

A los labios de Allie asomó una sonrisa.

—Vamos, mamá —bromeó—. Un hotel de cinco estrellas a unos cuantos kilómetros de Santa Fe no es ninguna parte. Y ya sabes el número de personas que hacen falta para una sesión fotográfica. Difícilmente voy a estar sola.

Más tarde, Rafe se diría que se habría ido de la biblioteca tal como había planeado si no hubiera advertido la risa que se insinuaba en las palabras de Allie. Aquel condenado asomo de sonrisa suavizó las líneas de su rostro. Añadió brillo a su mirada. Y a él le golpeó en un lugar muy próximo al riñón izquierdo.

—Pero ese hombre tan repugnante ha dicho que te encontrará en donde quiera que estés y te demostrará lo mucho que te ama.

Había dicho mucho más que eso, comprendió Rafe al instante. En caso contrario, Allie no habría desviado la mirada para esconder el brillo de emoción que oscureció sus ojos. Rafe llevaba tiempo suficiente en el negocio como para reconocer el miedo, por mucho que intentaran disimularlo o esconderlo.

Maldita fuera, pensó disgustado, ¿por qué no podría continuar viéndola como un rostro hermoso? ¿Por qué habría tenido que descubrir a una mujer vulnerable y asustada detrás de aquella sofisticada fachada? Aquella mujer que se negaba a dejar que su familia fuera testigo de sus miedos había despertado su instinto profesional. No podía dejar de preguntarse qué más se escondía detrás de aquella glamurosa frente.

De acuerdo, pensó. Podría sacar adelante aquel trabajo. Estaba preparado para no involucrarse emocionalmente con sus clientes. Podía pasar dos semanas con Allison Fortune, protegerla de aquel loco que susurraba obscenidades por teléfono y embolsarse los increíbles honorarios que Jake Fortune le ofrecía. Asumiendo, por supuesto, que la dama en cuestión aceptara su protección... Y estuviera dispuesta a aceptar sus normas.

—Por favor, querida —le suplicó Erica, con la voz quebrada—. Ya es suficientemente terrible no habernos enterado siquiera de que ese pervertido te estaba molestando hasta que nos llamó la policía preguntando por ti. No empeores las cosas negándote a aceptar la protección que te ofrecemos.

Allie palmeó la mano de su madre y suspiró.

—Lo siento. Debería haberos contado lo de las llamadas, pero no quería preocuparos. Ya habéis tenido suficientes problemas desde que Kate murió.

—¿Entonces estás de acuerdo en aceptar estas medidas adicionales de seguridad? —le preguntó Jake.

Allie le dirigió a su padre una fría mirada y a continuación volvió sus increíbles ojos hacia Rafe. Era extraño, hasta entonces Rafe no había sido consciente de cuántos matices podían llegar a tener unos ojos castaños.

—Sí, estoy de acuerdo —contestó—, pero con algunas condiciones.

—Yo no trabajo con restricciones.

—Y yo necesito seguir un cierto régimen de vida —replicó ella—. Corro todas las mañanas y, cuando tengo una sesión fotográfica, debo dormir por los menos ocho horas. Lo único que le pido es que estructure sus medidas de seguridad en torno a mi horario, si es posible, claro.

Hacía años que Rafe no pisaba un gimnasio y nunca había sido muy aficionado a correr, pero imaginaba que podría acompañar a su cliente durante sus paseos matutinos. En cuanto a las ocho horas en la cama...

Haciendo un considerable esfuerzo, consiguió apartar la incendiaria imagen de Allison Fortune durmiendo en la cama. Diciéndose a sí mismo que era diez veces tonto, Rafe se mostró de acuerdo, aunque con cierta desgana.

—Creo que podré acoplarme a su horario.

Allie vaciló un instante, estaba tan poco entusiasmada como él.

—Entonces dejaré que negocie los términos del contrato con mi padre. Si decide aceptar el trabajo, quedaremos en el aeropuerto. A las diez en punto vuelo a Santa Fe.

—Bueno, me alegro de que ya esté todo arreglado —dijo Erica, con un suspiro de alivio mientras su hija se despedía de ella con un beso y se dirigía hacia la puerta.

—No del todo.

Allie se detuvo con una mano en el picaporte.

—Si voy a ser responsable de su seguridad, señorita Fortune, yo también quiero poner un par de condiciones.

—¿Como cuáles?

—Como que no habrá más paseos al lago... ni a ninguna otra parte, a no ser que yo vaya de carabina.

Después de haber estado durante tantos años delante de la cámara, esconder sus pensamientos era casi una segunda naturaleza para Allie. Su trabajo consistía en proyectar las emociones que el fotógrafo y el director querían, no sus propios sentimientos. Así que mantuvo una expresión cuidadosamente neutral mientras se debatía entre mandar a Rafe Stone a dar un paseo por el lago o callarse.

Pero por mucho que deseara poner a aquel hombre en su lugar, Allie tenía que admitir que la idea de contar con un guardaespaldas no estaba del todo mal. Aunque ella tomaba diariamente medidas de seguridad básicas contra los tipos raros que se enamoraban de los rostros de las revistas, las últimas llamadas que había recibido habían sido demasiado personales. Excesivamente inquietantes. Allie no quería que aquella locura continuara trastocándole la vida. Y tampoco quería que repercutiera en su próximo trabajo. Toda su familia apostaba por aquella campaña y no podía permitirse el menor fallo.

A pesar de sus modales bruscos, o quizá precisamente por ello, Rafe Stone se había deshecho de Dean Hansen con total facilidad. Desde luego, parecía capaz de enfrentarse a un admirador enloquecido. Además, solo iba a necesitar su protección durante dos semanas. Tres como mucho. Solo mientras estuvieran fotografiándola en exteriores. La policía le había asegurado que el sistema de seguridad de su casa de Nueva York era el adecuado, de modo que podría prescindir de sus servicios en cuanto volvieran a la ciudad.

Dos semanas. Podría soportar la presencia constante de Rafe Stone durante dos semanas sin perder su equilibrio interno.

Al menos, eso esperaba.

—¿Y cuál es la segunda condición? —le preguntó.

—Si percibo que hay algo que amenaza su seguridad, seguirá mis órdenes inmediatamente, sin cuestionarlas.

Allie no era ninguna estúpida. Y tampoco una temeraria. En el caso de encontrarse con una amenaza real, estaría más que encantada de que aquel hombre se hiciera cargo de la situación.

—De acuerdo.

Pero su aquiescencia no pareció reportarle a Rafe una gran placer.

—Pasaré a buscarla a las nueve para llevarla al aeropuerto —dijo bruscamente.

—¿No tiene que negociar nada más con mi padre, señor Stone?

—No. Y llámeme Rafe.

Allie titubeó un instante, pero al final le tendió la mano.

—A mí me llaman Allie.

El contacto de su mano fue cálido, suave, y demasiado eléctrico para Rafe. Mantuvo la mano alrededor de la de ella durante los segundos pertinentes. Cuando Allie la apartó, Rafe continuó sintiendo su calor cosquilleándole la palma y sintió la irrefrenable necesidad de cerrar el puño para atraparla.

Dos semanas, se dijo sombrío. Había pasado casi dos semanas acechando a un supuesto terrorista que se escondía en el sureste de España. Si había podido manejar a aquella banda de ineptos aprendices de revolucionarios, también podría manejar a Allie Fortune.

O, por lo menos, eso esperaba.

A las ocho y media de la mañana siguiente, Allie ya estaba arrepintiéndose. Había pasado una noche muy agitada, intentando acostumbrarse a la inquietante presencia de Rafe Stone en su vida. No la había ayudado mucho a superar su insomnio la ácida observación de su hermana sobre que había dejado que Jake volviera a salirse con la suya.

—¿Por qué no te has enfrentado a él? —le preguntó Rocky, retomando el tema donde lo habían dejado la noche anterior.

Sentada bajo la ventana del dormitorio que las chicas compartían desde la infancia, Rocky interpelaba a Allie con la cruda sinceridad de una hermana.

—Deberías haberte negado cuando Jake te presionó para que hicieras esa campaña. Tú eres más consciente que nadie de lo quemada que estás. Llevas un montón de tiempo intentando recibir clases de interpretación entre sesión fotográfica y sesión fotográfica. Solo has tenido tiempo para salir muy de vez en cuando con canallas como Hansen. Y ahora tienes a ese loco llamándote en medio de la noche. Lo que tú necesitas, mi queridísima hermana, es una ardiente y efímera aventura.

—Exacto.

—Estoy hablando en serio. Necesitas a alguien que te ayude a disfrutar de la vida. Preferiblemente un hombre que no venere el altar de tu belleza.

—Lo que necesito es que me dejen en paz —replicó Allie.

—¿Quién, yo o Jake?

—Los dos.

—¡Entonces díselo también a él!

—Yo no soy como tú, Rocky. Yo no he convertido el desafío en un arte.

—Por favor, no te hagas la inocente conmigo. No tenías ningún problema en desafiar a los demás cuando éramos pequeñas. Pero lo hacías con tanta dulzura que solamente Kate era capaz de adivinar lo que se escondía detrás de tu fachada angelical. Pero desde que ella ha muerto, has dejado que Jake, Caroline y el resto de la familia se hagan cargo de tu vida.

Allie se aferró al neceser que tenía entre las manos, intentando mitigar el dolor. Involuntariamente, su mirada voló hasta el carrusel que tenía sobre la cómoda.

Kate había reparado en la expresión fascinada de sus nietas cuando habían visto por primera vez aquel carrusel. Riendo, les había entregado aquel juguete de fabricación alemana para que jugaran con él, a pesar de que era una carísima antigüedad. Como a Kate le gustaba decir, para ella no había nada más valioso en el mundo que la alegría de un niño. Rocky, pronto se había cansado de aquel diminuto tiovivo, pero Allie continuaba fascinada con aquella filigrana. Años después, el carrusel se había convertido en el recuerdo más querido que Allie conservaba de su abuela. Kate se lo había dejado en herencia, para que nunca se olvidara de ella.

Allie se acercó a la cómoda. Con movimientos precisos, giró la cuerda del carrusel el número exacto de veces. Soltó la cuerda y una polonesa de Chopin tintineó en la habitación. Uno tras otro, los caballos fueron elevándose y descendiendo, girando al ritmo de la música.

Cuando la melodía cesó, Rocky suspiró:

—Dios mío, cuánto la echo de menos.

Allie tragó saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta.

—Yo también —sacó un camisón de la maleta, envolvió en él el pequeño carrusel y guardó el bulto junto a la ropa interior—. Esa es la razón por la que no me he enfrentado a Jake —le explicó a su hermana lentamente—. Y por la que voy a ir a Nuevo México. Kate dedicó su vida entera a levantar Fortune Cosmetics. Si puedo ayudarla a mantener la empresa, lo haré.

—Muy bien, haz lo que quieras. Pero me gustaría que me hubieras dejado llevarte a Santa Fe. Me habría sentido mucho mejor si hubiera tenido oportunidad de sacudir un poco a ese mercenario que ha contratado Jake.

Allie se estremeció.

—Precisamente han sido las sacudidas el motivo por el que no quiero que nos lleves a Nuevo México. La última vez que me llevaste en uno de los aviones de Kate, perdí todo lo que llevaba en el bolso, en la funda de la cámara fotográfica y en el estómago. Por lo menos los aviones comerciales no se dedican a dar volteretas.

Rocky miró a su hermana con expresión de desesperación.

—Por favor, Allie, los aviones no dan volteretas. Hacen giros, piruetas, no volteretas.

—Llámalo como quieras, pero no tengo ganas de repetir la experiencia —Allie cerró la maleta y miró el despertador—. Si quieres echarle un vistazo a Rafe, deberías bajar a recibirlo. Vendrá a buscarme dentro de diez minutos.

—¿Rafe?

—El mercenario —replicó Allie secamente.

Rocky observó a su hermana con un brillo especulativo en la mirada.

—Humm... Quizá eso del guardaespaldas no sea tan mala idea. Dos semanas. Solos tú y él.

—Más un equipo de unas cuarenta personas más o menos.

Rocky desestimó aquel comentario con un gesto.

—En cualquier caso, tengo que echarle un vistazo a ese tipo.

—Entonces vamos. Llegará de un momento a otro y no quiero que tenga que esperarme.

—Sí, señora. ¡Como usted mande, señora!

Treinta minutos después, Allie continuaba esperando con impaciencia en el vestíbulo. Rocky la había abandonado temporalmente para ir a buscar un par de tazas de café, de manera que Allie solo contaba con su creciente irritación como compañía mientras esperaba al guardaespaldas.

Echó hacia atrás la manga de su gabardina rosa y miró una vez más el reloj. Normalmente, se tomaba los retrasos con bastante paciencia. Eran inevitables en su profesión. Pero la tardanza de Rafe estaba haciendo crecer sus dudas sobre su acuerdo. Y también sobre las promesas de Rafe de ajustarse a un horario.

Cuando sonó el timbre minutos después, abrió la puerta e hizo una mueca cuando unas manchas de color rojo, naranja y violeta ocuparon todo su campo de visión. La noche anterior, la corbata de Rafe le había intrigado. Bajo la brillante luz del día, aquella corbata era un asalto a los sentidos.

—Buenos días —lo saludó cortante—. Será mejor que nos demos prisa. Llegamos tarde. Los demás estarán esperándonos.

Rafe apretó la mandíbula de modo casi imperceptible. Después de tres años, debería estar acostumbrado a la reacción que su aspecto causaba. Pero la mueca involuntaria de Allie llegaba después de una noche de insomnio y varias horas colgado del teléfono aquella mañana para averiguar el estado en el que se encontraba la investigación sobre las llamadas. A Rafe no le gustaba llegar tarde, y tampoco le había hecho ninguna gracia la información que le había proporcionado el departamento de policía de Nueva York. En consecuencia, su saludo fue tan antipático como el de Allie.

—Pues tendrán que seguir esperando. Tienes que cambiarte de ropa. Vas demasiado llamativa.

Allie miró su atuendo sorprendida.

Rafe no tenía ningún inconveniente con los pantalones blancos, pero la túnica rosa fuerte con los galones negros en un brazo y el ribete con tela militar en el otro llamaría la atención de cualquier hombre, especialmente si era Allie la que la llevaba.

—Mira, voy a explicarte uno de los secretos de mi negocio —le dijo Rafe—. A menos que quieras tender una trampa, hay que hacer lo imposible por ocultar a la presa.

Rafe pudo ver que a Allie no le hacía ninguna gracia que la describiera como una presa. Pero después de haber escuchado la transcripción que le había proporcionado la policía de las últimas llamadas que la modelo había recibido, no podía describirla de otra manera.

—Durante las próximas semanas por lo menos —continuó—, debes vestir de la forma menos llamativa posible.

Allie inclinó la cabeza y observó su rostro con atención. Rafe se cruzó de brazos mientras Allie clavaba la mirada en su cuello.

—Sería más fácil pasar inadvertida si mi guardaespaldas no llevara un foco rojo y naranja.

Rafe se señaló la corbata, preguntándose por un instante si no habría malinterpretado la reacción de Allie cuando había abierto la puerta. Él apenas había sido capaz de reprimir una mueca la primera vez que había visto la corbata en cuestión. Pero era un regalo de una niña de cinco años a la que había rescatado. La niña había sido secuestrada por su padre, que no creía que los tribunales o su ex esposa pudieran tener autoridad alguna sobre él. Jody había elegido personalmente la corbata, le había explicado solemnemente a Rafe. Él se la había puesto para complacerla la primera vez, pero, desde entonces, la corbata se había convertido en una especie de talismán. En aquella ocasión, además, le servía para algo útil.

—Prefiero que la gente se fije en la corbata a que se fije en ti. La corbata ayuda casi tanto como las cicatrices.

Allie abrió ligeramente los ojos ante aquella referencia a las cicatrices. Rafe había aprendido que la mayoría de la gente prefería eludir el tema, pero a él nunca le había gustado andarse con rodeos.

—Tú puedes colaborar vistiendo menos como una... —le dirigió una rápida mirada—, como una supermodelo.

Esperaba alguna forma de protesta, pero para su sorpresa Allie controló su obvia impaciencia ante aquel nuevo retraso y señaló hacia el interior.

—No me he traído mucha ropa de Nueva York, pero le pediré a Rocky unos vaqueros o algo así.

Rafe registró el nombre que Allie acababa de mencionar. Rocky. Rachel Fortune. La hermana gemela de Allison.

—¿Quieres un café mientras esperas?

—No, gracias.

—No tardaré mucho.

Rafe se metió las manos en los bolsillos, se apoyó contra la pared e inspeccionó con la mirada el vestíbulo y el enorme salón que tenía frente a él. La noche anterior, la casa estaba llena de ruido, de gente. Rafe había advertido su elegancia, pero apenas había reparado en su estilo.

Aquella mañana, la luz del sol se filtraba por las ventanas, arrancando destellos del suelo de roble. Las flores frescas añadían color a los tonos verdes y azules con los que estaban tapizadas las sillas y los sofás. A pesar de su tamaño, la mansión de los Fortune transmitía la sensación de un hogar.

Desde luego, Rafe no podía decir lo mismo del apartamento al que se había mudado en Miami después de su divorcio. Aunque contaba con todos los muebles básicos, carecía de ese algo indefinible que transformaba una casa en un hogar. Quizá porque solo pasaba allí unos días al mes. Por un instante, Rafe consideró la idea de convertir su casa en un lugar rebosante de belleza y tranquila elegancia... con una mujer con las mismas cualidades. Una mujer como Allie.

Sacudió la cabeza ante aquel ridículo pensamiento. Ya había recorrido aquel camino en una ocasión. No iba a repetir el viaje. El sonido de unos pasos en el parqué lo ayudó a olvidar aquellos desagradables recuerdos.

Lo primero que pensó al ver aparecer a Allie fue que había cometido algunas estupideces a lo largo de su vida. Pero pedirle a su cliente que se cambiara los pantalones negros por unos vaqueros desgastados que se ajustaban como una segunda piel a sus caderas y marcaban con precisión la línea de su trasero era la estupidez más grande de su vida. Cualquier hombre que hubiera pasado la pubertad se fijaría en ella al verla pasar.

Lo segundo que pensó fue que Allie parecía haberse cambiado de algo más que de ropa. Al principio, Rafe no era capaz de señalar exactamente qué. La melena continuaba cayendo libremente por sus hombros. Las pestañas, espesas y negras, enmarcaban los mismos ojos castaños. La boca, llena y sensual, seguía siendo tan tentadora como cuando minutos antes le había abierto la puerta. Pero había algo en su actitud que le resultaba desconcertante.

Tardó algunos segundos en darse cuenta de que la mujer que le estaba devolviendo la mirada no era Allie.

¡Dios santo! El dossier señalaba que Allie y su hermana eran idénticas, pero aquella breve anotación no servía ni para empezar a describir su asombroso parecido. Si Rafe no hubiera pasado la noche memorizando las facciones de su cliente, jamás se habría dado cuenta de que no era ella.

Las diferencias entre ambas gemelas eran más una cuestión de estilo que de aspecto. Frente a la clásica sofisticación de Allison, Rachel optaba por un aspecto más duro. Llevaba una cazadora de cuero, un jersey de lana, botas y los vaqueros que le habían acelerado el corazón a Rafe. Lo único que podía esperar era que los vaqueros no reprodujeran la silueta de Allie con la misma fidelidad con la que mostraban la de su hermana.

—Tú debes de ser Rocky —dijo lentamente.

La joven asintió sonriente.

—Exacto. Y espero sinceramente que tú seas el pistolero que ha contratado mi padre.

Allison regresó al vestíbulo antes de que Rafe hubiera tenido tiempo de contestar. El guardaespaldas advirtió inmediatamente que sus esperanzas habían sido en vano. Con aquellos vaqueros, el jersey de cuello vuelto color crema y la chaqueta azul, Allison Fortune era el sueño de cualquier hombre.

La única forma de hacerla pasar desapercibida, decidió Rafe, era envolverla en una manta de la cabeza a los pies.

Rafe se sacó un pequeño busca del bolsillo.

—Toma, guárdate esto y asegúrate de tenerlo siempre a mano.

Allie giró la cajita negra en la mano.

—¿Qué es?

—Sirve para localizarte y para que puedas enviarme señales de emergencia.

—¿Y cómo funciona? No veo ningún botón que pueda pulsar.

—No tiene ningún botón. Si me necesitas, lo único que tienes que hacer es agarrarlo y apretar. La presión y el calor de tu mano enviarán una señal a mi aparato. Durante el resto del tiempo, el busca emite una señal a una frecuencia especial que solo mi aparato puede captar.

—¿Continuamente?

—Sí, para que pueda seguirte en cualquier momento.

—Había oído hablar de esos aparatos —intervino Rocky—. Al parecer, los inventaron los militares. Ahora la gente los utiliza para evitar que se le pierdan sus mascotas —añadió, dirigiéndole a su hermana una sonrisa.

Una sombra de disgusto oscureció el semblante de Allie.

—No estoy segura de que me guste la idea de que me controlen como si fuera un caniche.

—Entra en el paquete de medidas de seguridad.

El tono brusco de Rafe le indicaba claramente que, o aceptaba el paquete completo, o lo dejaba. Allie comprendió perfectamente el mensaje. Tensó la boca, pero se guardó el aparato en el bolsillo.

—Vamos —dijo cortante—. Llegamos tarde.

Veinte minutos después, Rafe entraba por la carretera de acceso del aeropuerto hasta un hangar particular que Allie le señaló. Esta le explicó que viajaría con ellos parte del equipo. Lo que no le indicó fue que medio Minniapolis estaría esperándola en la puerta.

Rafe salió del coche y se tensó al ver que una figura escapaba de entre la multitud y se acercaba hasta ellos. Se relajó parcialmente al ver que se trataba de una adolescente.

—¡Hola, Allie! Me he enterado de que te vas esta mañana, ¿quieres firmarme la camiseta?

Antes de que Rafe pudiera interponerse entre su cliente y la niña, la puerta de pasajeros se abrió y Allie salió.

—Claro que sí, ¿tienes un bolígrafo?

—Me he hecho unas fotografías nuevas para mi book —dijo otra chica tímidamente mientras se acercaba—. ¿Te importaría echarles un vistazo?

En cuestión de segundos, Allie estaba rodeada de un puñado de jóvenes larguiruchas. Todas ellas aspirantes a modelos, presumió Rafe, buscando consejos o autógrafos. El resto de la gente que esperaba parecía consistir principalmente en trabajadores de diferentes compañías aéreas, o así lo indicaban los logotipos de los bolsillos de sus chaquetas. Observaban los acontecimientos con interés y, ocasionalmente, alguno de ellos le propinaba a otro un codazo o compartía algún comentario que motivaba una sonrisa cargada de lujuria.

Rafe se tensaba al verlo, pero Allie parecía inmune a las reacciones que provocaba entre sus admiradores masculinos. Sin dejar de sonreír, continuó caminando hacia la puerta del hangar. Los hombres se apartaban para dejarla pasar. Cuando llegaron a la puerta, Rafe se volvió y buscó entre la multitud a algún representante de la agencia que le había alquilado el coche.

En ese momento, Allie soltó un pequeño grito.

Rafe giró a tiempo de ver que alguien la agarraba por el cuello y la arrastraba hacia la puerta.

3

Rafe se abalanzó contra la puerta y atrapó al asaltante de Allie. Segundos después, Allie se levantaba jadeando del suelo y su asaltante permanecía tumbado, con el rostro contra el cemento, un brazo hacia atrás y la rodilla de Rafe plantada con firmeza sobre su espalda. Cuando el asaltante soltó una obscenidad e intentó desplazar el peso que lo sujetaba contra el suelo, Rafe le subió todavía más el brazo.

—¡Ay! —su grito rebotó contra el alto techo del hangar.

—Rómpele el otro brazo si quieres, pero no ese. No puede disparar con la mano izquierda.

Aquella voz grave y ronca penetró en la palpitante conciencia de Rafe, cegada en aquel momento por la adrenalina. En ese preciso instante escuchó también la casi inaudible protesta de Allie.

—¡Rafe! Ese es... Dominic, ¡el fotógrafo!

El hombre cuya nariz estaba rozando el cemento volvió la cabeza al oír su nombre. Solo entonces Rafe se fijó en su pelo. O en su falta de pelo, mejor dicho. La parte izquierda de la cabeza la tenía completamente afeitada, mientras que en el lado derecho llevaba el pelo largo y rizado. El efecto, aquella mañana, era tan desconcertante como lo había sido la noche anterior, cuando Rafe había visto por vez primera a aquel hombre. Le soltó el brazo casi inmediatamente, pero se tomó su tiempo en apartar la rodilla de su espalda.

—¡Quitadme a este tipo de encima! —gritó Dominic.

—Rafe, por favor. Este es Dominic Avendez. Es mi fotógrafo.

Cuando el hombre por fin pudo ponerse de pie, se frotó la muñeca y fulminó con la mirada a su atacante. Rafe supo en ese mismo instante que el fotógrafo se había fijado en sus cicatrices. Clavó la mirada en su barbilla y tragó saliva de forma visible, justo antes de volverse hacia Allie y exigirle una explicación.

—¿Quién es este tipo?

—Él es...

—Me llamo Stone —respondió Rafe deliberadamente—. Rafe Stone. Soy el guardaespaldas de la señorita Fortune.

—¿El guardaespaldas? ¿Y desde cuándo necesita Allie guardaespaldas?

Allie le dirigió a Rafe una mirada de advertencia y dio un paso adelante.

—Ha sido idea de Jake, Dom. Como esta campaña es tan importante, ha decidido tomar medidas de seguridad extraordinarias.

—¿De seguridad? Diablos, casi me quedo sin brazo por culpa de este tipo.

—¿Estás bien?

—No —frunciendo el ceño, intentó girar el hombro.

Allie se acercó a su lado.

—Vamos, subamos al avión.

Y, con un gesto que Rafe sospechaba era habitual entre ellos, el fotógrafo le pasó el brazo a Allie por el cuello. Se volvió un instante y le dirigió al guardaespaldas una mirada de advertencia. Su ceño se profundizó al ver la expresión de Rafe, pero, al final, apartó el brazo del cuello de Allie y la agarró del brazo.

Rafe permaneció donde estaba durante unos segundos, observando a la pareja caminar hacia el avión. Allie le sacaba al robusto fotógrafo media cabeza y su exuberante melena castaña rojiza contrastaba marcadamente con el extraño corte de pelo de Dominic. Aun así, era evidente que eran buenos amigos. Muy buenos amigos. El rostro de Allie reflejaba una compasión sincera y un inconfundible afecto mientras examinaba las ceñudas facciones de su acompañante.

Pero, en ese caso, ¿por qué no le habría hablado a Avendez de las llamadas telefónicas?, se preguntó Rafe. ¿Por qué no quería que su amigo supiera los motivos que había tras la repentina aparición de un guardaespaldas en su vida? Recordó entonces que también la noche anterior había intentado ocultarles a sus padres sus temores.

No por primera vez, a Rafe se lo ocurrió que Allie Fortune escondía una gran parte de sí misma tras el rostro que mostraba al público. Preguntándose por lo que habría detrás de aquella máscara, Rafe se inclinó para levantar la maleta que había dejado en el suelo cuando se había abalanzado sobre el fotógrafo.

Oyó una seductora risa tras él. Al volver la cabeza, descubrió a una mujer baja y corpulenta con el pelo castaño cobrizo y una enorme sonrisa.

—La última vez que Dom arañó el suelo con la nariz, llevaba una cámara entre las manos y estaba fotografiando una falda de Allie. Esa fotografía hizo más por la industria de las medias que cualquier otra campaña de la historia. Soy Xola, por cierto, la estilista de Dom.

Rafe tomó la mano que le tendía y no le extrañó la fuerza con la que se la estrechó. Aquella mujer podía ser más bajita que él, pero exudaba un aire de pragmatismo que contrastaba con la sorprendente sensualidad de su voz.

—Bienvenido al equipo, Rafe.

—Gracias —Rafe alzó la mirada hacia el fotógrafo medio rapado, que subía en aquel momento en el avión—. Creo.

La risa de Xola fluyó sobre él como el chocolate derretido. Era una risa rica, oscura y profunda.

—No te preocupes por Dominic. Allie conseguirá aplacar su mal humor. Siempre lo hace. Vamos, será mejor que subamos si no queremos quedarnos en tierra. Por si no lo has notado todavía, Allie es extremadamente estricta con los horarios.

—Sí, ya lo he notado —respondió Rafe—. Diles que ahora mismo voy. Tengo que encontrar a alguien de la agencia que me alquiló el coche.

Rafe caminó hacia la puerta del hangar, anotando mentalmente que debía investigar el pasado de todo el equipo de Allie. Especialmente el de Dominic Avendez.

Para cuando llegaron al rancho Tremayo, una enorme hacienda situada a unos kilómetros al norte de Santa Fe, en donde estaba ya instalado el resto del equipo, Rafe había descubierto que su cliente era muy estricta en muchas más cosas que en la puntualidad.

La dieta ocupaba el primer lugar de la lista. Durante el largo vuelo, rechazó todos los aperitivos que le ofrecieron. Como Rafe no había tenido ni el tiempo ni la previsión de comprar comida para el viaje, agradeció la provisión de galletas, anacardos y zumos que Xola le ofreció. Pero, a última hora de la tarde, su estómago estaba rugiendo.