La niña invisible - Puño (David Peña Toribio) - E-Book

La niña invisible E-Book

Puño (David Peña Toribio)

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Beschreibung

En tiempos de los abuelos de los abuelos de tus abuelos, cuando aún no se habían inventado los "buenos días", Trog quiso hacer el Viaje. Pero, en la tribu de los Invisibles, el Viaje solo lo hacían los niños. Y Trog era una niña. Así que Trog decidió hacer lo que hacían los niños: salió en la noche, cruzó el páramo y buscó una presa.

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Seitenzahl: 85

Veröffentlichungsjahr: 2019

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• 1

CUANDO TROG DESPERTÓ, se encontró sola en la cueva.

Su familia ya se había levantado, y del fuego de la noche anterior apenas quedaban unas brasas. La hoguera moribunda todavía calentaba a la niña bajo el montón de pieles, del que solo asomaba su cara roja y redonda.

Notó que aquella mañana hacía menos frío que las anteriores. Desde donde dormían, cerca de la entrada de la caverna, Trog podía ver un trozo de cielo, azul por primera vez en muchas lunas.

Se incorporó, se desperezó y olisqueó el aire. Olía ya a tierra húmeda y a corteza de árbol, lo que significaba que el fin de la Nieve estaba cerca. Desde fuera llegaba también el rumor de las tareas diarias de la tribu y el canto de algún pájaro que celebraba la llegada de la nueva estación.

Un terrible rugido interrumpió los pensamientos de Trog: eran sus tripas, reclamando el desayuno.

De repente, notó un suave cosquilleo en su mejilla izquierda. Algo paseaba tranquilamente por su cara. Lo agarró con un gesto rápido y lo miró de cerca. Era una araña gorda, peluda y marrón, llena de ojos y de patas.

¡Menuda suerte!

Se la metió en la boca y la masticó con ganas. Estaba crujiente y jugosa. Era, sin duda, su premio por haber dormido hasta tan tarde.

• 2

ASOMÓ LA CABEZA AL EXTERIOR.

El sol había derretido un poco la nieve y el pasto verde asomaba a jirones en la llanura que se extendía al pie de la colina donde vivían. Frente a la entrada de la cueva, su madre avivaba el fuego con un abanico de hojas trenzadas; su padre ya estaba tallando unas piedras, pues era el mejor fabricante de herramientas de la tribu y le gustaba empezar bien temprano; sus hermanos volvían de recoger algunas cebollas para el desayuno.

Saludó a su familia:

–¡Ma, Pa, Rogl, Odi!

–¡Trog!

–¡Trog!

–¡Trog!

–¡Trog! –contestaron ellos sin interrumpir lo que estaban haciendo, pues aún no se habían inventado los «buenos días», y en la tribu tenían por costumbre saludarse diciendo en voz alta el nombre del otro, porque los nombres los habían inventado hacía poco y les encantaba oírlos.

–El desayuno está casi listo –dijo su madre arrojando al fuego los bulbos que habían traído los mellizos.

Trog estaba harta de las cebollas. Si tan solo la dejaran explorar el bosque, podría encontrar otras cosas para comer, pero esta era una tarea que solo podían hacer los Invisibles. Y ella nunca sería una de ellos porque no podía hacer el Viaje. ¡Era injusto! Su padre y sus hermanos lo habían hecho, como el resto de hombres de la tribu, y ni siquiera se molestaban en ir a buscar un desayuno apetitoso. Si ella fuera Invisible, en lugar de las cebollas que crecían sin esfuerzo alrededor de la cueva, desayunarían todos los días orugas de las blancas y gordas llenas de líquido amarillo que hay debajo de las hojas más oscuras; caracoles jugosos de cáscara crujiente; larvas de escarabajos del fango; huevos de araña roja; algas de charco viejo, y más cosas verdaderamente sabrosas y nutritivas.

Sin esperar a que estuvieran listas, Rogl y Odi agarraron sus cebollas y se las comieron casi crudas, deleitándose. Trog no sabía si realmente les gustaban tanto o solo lo hacían para hacerla rabiar, pero lo cierto es que comían tanta cebolla que podían olerlos desde la otra punta del bosque. Con razón habían dejado de ir a cazar y a pescar: ¡olían tan fuerte que habían dejado de ser invisibles!

• 3

COMO ROGL Y ODI eran demasiado holgazanes para ir a cazar, la popularidad de la familia dentro de la tribu había decaído.

Solo se había salvado en parte gracias a que Pa había regalado un cuchillo de asta de ciervo y una flauta de hueso de buitre a Vern, quien cazaba lo suficiente para alimentar a casi toda la tribu, y en parte porque Trog era la alumna favorita de Groo, el hechicero.

Vern y Groo eran las personas más mayores y por esta razón dirigían el Consejo de la tribu, formado por todos los adultos Invisibles y donde se tomaban todas las decisiones importantes.

Pa se preocupaba por los mellizos: «¡Si al menos aprendieran a fabricar cosas, como yo!». Ma los disculpaba: «Es una etapa, ya se les pasará».

Todo había empezado a ir regular después de la Gran Mudanza.

Varias Nieves atrás, todas las familias vivían juntas en una sola cueva junto al río, en el mismo lugar que los abuelos de los abuelos de sus abuelos. Allí, a Rogl y Odi se les daba fenomenal arponear peces y lagartos, y, según Ma, todavía no estaban pasando ninguna etapa.

Pero un día el río se puso marrón y los árboles dejaron de dar fruta y ya no hubo más peces ni aves para comer, así que Vern y Groo reunieron al Consejo y decidieron que la tribu se mudaría a la colina.

A Trog y a Ma les pareció estupendo, pues ahora tenían una cueva para cada familia y casi no había mosquitos. Pa había encontrado nuevos materiales para tallar y, como cada vez veía peor de lejos, fue sustituyendo poco a poco el arco y las flechas por la maza y las piedras. En cambio, los mellizos no terminaban de adaptarse: se quejaban de que en la colina no había peces que arponear, pero Trog sospechaba que no era más que una excusa, y que en realidad les daba miedo el bosque.

• 4

AUNQUE VERN era el más anciano de la tribu, tampoco era tan viejo.

Nadie sabía exactamente cuántas Nieves había vivido, pero su pelo ni siquiera se había puesto gris, con excepción de un mechón blanco que surcaba su larga barba. Sencillamente no había nadie mayor que él o que Groo, pues ambos tenían más o menos la misma edad.

Además de haber visto derretirse muchas Nieves, Vern también era el que mejor cazaba. Gracias a él, la tribu había sobrevivido durante los tiempos difíciles, pues siempre traía las mejores piezas incluso cuando todo alimento parecía escasear. Esto era algo de lo que le gustaba presumir y, para recordárselo a los demás, no le hacía falta decir ni una palabra: su ropa, su pelo y su barba estaban decorados con todo tipo de huesos, colmillos, garras y pezuñas de todos los animales que había cazado. Incluso había colocado sobre la entrada de su cueva el cráneo de un mamut con unos colmillos gigantes, lo que había provocado un acalorado debate en el Consejo, ya que el mamut lo habían cazado entre todos, pero él insistió en que había sido el líder de aquella partida de caza y, por lo tanto, tenía derecho a quedarse el cráneo. Nadie se atrevió a contestarle porque Vern era el líder de todas las partidas de caza.

• 5

VERN TENÍA UN HIJO: Rnar.

Salvo por la barba, era una versión en miniatura de su padre. Vestía con las mismas pieles negras llenas de adornos de huesos, garras y dientes, solo que Rnar no había conseguido cazar nada en su vida. De hecho, había emprendido ya dos veces el Viaje y en ambas ocasiones había vuelto antes de tiempo, muerto de frío y hambre. Esto hubiera sido suficiente motivo para ser expulsado de la tribu, pero como era el hijo del jefe, nadie se atrevía a decirlo en voz alta, lo que volvía a Rnar aún más arrogante y presuntuoso.

Le encantaba meterse con Trog porque su padre había dejado de cazar y porque vestía con pieles que su madre curtía con esmero y llenaba de botones de hueso tallado y de adornos de piedra que fabricaba su padre, cosa que Rnar encontraba ridícula. A ella le daba igual, porque consideraba que las ropas de Rnar parecían un vómito de lechuza lleno de pelo y de huesos, pero no lo podía decir en voz alta: al fin y al cabo, era el hijo de Vern.

• 6

HAY QUE RECONOCER QUE, a veces, Vern era un jefe un poco bruto.

Por suerte esto quedaba equilibrado gracias a la sabiduría y a la delicadeza de Groo, y con el conocimiento de uno y la fuerza y el valor del otro, la tribu de los Invisibles vivía una época próspera y feliz.

Sería injusto decir que Groo era un simple hechicero, aunque lo pareciera por su cara pintada de rojo, el colmillo de oso que atravesaba su nariz y la piel de lobo con cuernos de alce que siempre cubría su cabeza.

Sus tareas eran de lo más variopinto: curaba a los enfermos y a los heridos, inventaba canciones, conversaba con los espíritus para que no se enfadasen, estudiaba el firmamento, enseñaba a los niños lo necesario para la supervivencia y cuidaba de las pinturas de los abuelos de los abuelos de sus abuelos.

Fue su padre, que había sido el hechicero de la tribu antes que él, quien le había enseñado a preparar los colores mezclando piedras del río con bayas maduras y grasa de búfalo. Cuando las hojas de los árboles se caían, poco antes de cada Nieve, repasaba con esmero cada una de las figuras que había en la pared de la cueva: leones, osos, hipopótamos, rinocerontes, guepardos, caballos... A Groo le encantaba el brillo de los dibujos, que parecían saltar de la roca cuando acercaba una antorcha para mostrárselos a los niños de la tribu.

Pero aquello había sido antes de la Gran Mudanza.

Cuando se trasladaron a la colina, Groo no encontró ninguna pintura en las nuevas cavernas, así que se vio obligado a dibujar sus propios animales.

«Quizá seamos los primeros humanos en habitar este lugar», pensó mientras daba los últimos retoques a un león majestuoso.

No había terminado de dibujarle los colmillos cuando unos niños entraron en la cueva.

–¿Es eso un hipopótamo, Groo?

–No –dijo otra niña–. ¡Es una ardilla gigante!

–Yo creo que es un castor –propuso otro.

Groo se alejó de la pared y observó la pintura. Había olvidado la melena, los dientes no se veían bien y la cola era demasiado grande.

Los niños tenían razón: aquello no se parecía en nada a un león.