La noche más salvaje - Heidi Rice - E-Book
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La noche más salvaje E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

¿Qué esperar con un embarazo inesperado? Decirle a un hombre guapo y casi totalmente desconocido que iba a ser padre no era sencillo. La química inmediata que catapultó a Tess Tremaine a la noche más salvaje de su vida no iba a desaparecer tan fácilmente... y nadie le decía que no a Nate Graystone cuando este decidía tomar cartas en el asunto. Tess quería convencerse de que sus hormonas desatadas eran la única razón por la que no podía mantener a Nate fuera de su cama y de su pensamiento… y por la que no se cansaba de desear que el hombre más inalcanzable que había conocido nunca le diera más y más.

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Seitenzahl: 172

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Heidi Rice. Todos los derechos reservados.

LA NOCHE MÁS SALVAJE, N.º 1950 - Noviembre 2013

Título original: One Night, So Pregnant!

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3872-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Tess Tremaine taconeaba al ritmo de Like a Virgin sobre el reluciente suelo de la recepción de Graystone Enterprises, sin apartar la mirada de la puerta de cristal opaco que conducía al despacho de Nathaniel Graystone.

Sentía un enorme peso en el estómago. Había sentido el mismo peso hacía más de una década, cuando, con quince años, con el cabello teñido de color magenta y un pendiente en la nariz, vio cómo el rostro de su padre se congestionaba de ira.

La buena noticia era que el pendiente y la cresta roja habían desaparecido. Su cabello, que llevaba recogido de manera muy sofisticada, había recuperado el tono rubio natural. La mala noticia era que el fuerte y salvaje temperamento de Tess no hubiera seguido el mismo camino que el pésimo gusto por la moda que había tenido por aquel entonces.

Tal vez había dejado atrás los malos modales y el terrible peinado para comprarse un guardarropa decente, adquirir una nueva pátina de sofisticación y cruzar el Atlántico para tratar de abrirse camino como una de las organizadoras de eventos mejor consideradas. Sin embargo, bajo aquella apariencia, existía aún aquella fierecilla de entonces.

Cruzó las piernas y deslizó una mano temblorosa por el bajo de la falda de tubo mientras volvía a taconear sobre el suelo de granito, lo que le reportó una mirada de reprobación de la impecable asistente personal de Graystone.

El peso que sentía se convirtió en un bloque de cemento cuando miró por la pared de cristal que había a su derecha, hacia Bay Bridge.

Por primera vez desde aquella escena, lejana ya en el tiempo, ocurrida en el despacho de su padre, no tenía ni idea de lo que hacer a continuación. Nada de lo que pudiera hacer lograría borrar aquel acto de locura tras la fiesta de Galloway, hacía ya seis semanas. Por supuesto, en aquellos momentos se había sentido muy herida emocionalmente. Si no, jamás habría caído tan fácilmente bajo las atenciones de Graystone.

En circunstancias normales, jamás se habría sentido halagada por su interés. Se habría mantenido digna y distante... y completamente sobria. Sin embargo, aquella noche, las circunstancias no habían sido normales.

Dan la había dejado después de estar saliendo trece meses, algo que ella jamás se había esperado. La había acusado de ser frígida. Aunque aquello podría ser cierto, dado que el sexo con Dan era tan excitante como ver crecer la hierba.

Tess seguía sintiéndose enojada, dolida y confusa.

El momento que Dan había elegido era impecable, porque, después de darle la noticia, ella había tenido que marcharse para ocuparse de uno de los eventos más importante del año en la bahía.

Se había sentido dolida, enojada y perdida, pero eso no excusaba las dos copas de champán que se había tomado con el estómago vacío nada más llegar, o el modo en el que se había embriagado con la potente masculinidad de Graystone cuando terminaron sus deberes de organizadora del evento.

Debería haber evitado mirarlo y tocarlo. No debería haber flirteado con él. Jamás debería haberle dado pie porque, en cuanto él llegó con su impecable esmoquin negro, exudando poder y autoridad, potencia y peligro, resultó evidente que un hombre como Graystone podría manejar a su antojo a una pobre organizadora de eventos frígida como ella.

Entonces, la fierecilla descarada de su juventud hizo acto de presencia, junto con todo lo que tanto se había esforzado por enterrar desde aquel día en el despacho de su padre.

Detuvo el taconeo al recordar cómo Graystone la había levantado contra la puerta del cuarto de servicio que había tras las cocinas como si no pesara nada y se había hundido bruscamente en ella, llenándola de un modo al que Dan ni siquiera había logrado acercarse.

Un fuerte calor se apoderó de ella.

«No pienses en eso ahora. Ya estás metida en suficientes líos».

Sí, la experiencia había sido breve, tórrida y demasiado satisfactoria. Lo había sido tanto que ella se había quedado saciada e incapaz de moverse hasta que por fin recuperó el sentido común y salió del cuarto tan rápidamente que se olvidó allí las bragas.

Parpadeó cuando un nuevo recuerdo le provocó otra oleada de calor.

Desgraciadamente, olvidarse de Graystone y de su breve encuentro no iba a ser tarea fácil.

«No pienses tampoco en eso».

Taconeó con más fuerza sobre el suelo, ignorando la mirada de la asistente personal. ¿Qué posibilidades tenía de que él al menos la recordara? Sin duda, habría tenido una larga lista de conquistas desde el día de aquel evento.

No cabía ninguna duda de que un hombre con tanta potencia y energía, por no mencionar un conocimiento tan profundo del clítoris de una mujer, distaba mucho de ser un amateur.

El taconeo se interrumpió cuando un extraño sentimiento de calma y decisión la invadió. No podía consentir que aquello importara. Podría tener todos los ataques de pánico que quisiera ante la idea de volver a verlo, pero había una cosa de la que estaba completamente segura, porque la había aprendido en el despacho de su padre el día en el que él la apartó totalmente de su vida.: una persona no podía escapar de sus errores porque siempre terminaban por alcanzarla.

Fuera lo que fuera lo que Graystone le dijera, se enfrentaría a él.

El intercomunicador de la mesa de la asistente personal de Graystone cobró vida. Tras apagarlo, la mujer le dirigió a Tess una pasiva sonrisa.

–Puedo preguntarle ahora al señor Graystone si tiene tiempo para recibirla, señorita Tremaine –dijo con voz neutra–, si me da algunos detalles del propósito de su visita.

–Bien –repuso Tess–, ¿podría decirle que soy una de las personas que ayudó en la organización del evento al que asistió el veinte de julio? Necesito verle por un tema personal –añadió. Esperaba que aquello fuera suficiente para refrescarle la memoria.

La secretaria asintió y repitió aquella información al intercomunicador.

La pausa que se produjo a continuación puso a Tess muy tensa. ¿Y si él se negaba a verla? ¿Qué haría ella entonces?

Justo cuando estaba empezando a sentir cómo el pánico se apoderaba de ella, una profunda voz, de lacónico y familiar acento americano, resonó en la estancia.

–Hágala pasar, Jenny. Y no me pase ninguna llamada.

–Hola, Tess. Menuda sorpresa.

La relajada sonrisa que se reflejó en el rostro de Nathaniel Graystone cuando se acercó a ella provocó que los latidos del corazón se le aceleraran y que cobraran vida varias partes de su anatomía.

–Menuda sorpresa –repitió mientras le indicaba uno de los enormes sillones de cuero que había colocados alrededor de una pequeña mesa de café.

Tess se sentó muy rígida y trató de controlar la respiración. No estaba del todo preparada para volver a verlo. En vez del elegante esmoquin, llevaba una camisa azul clara que marcaba sus anchos hombros. Unos pantalones grises le colgaban elegantemente de las caderas. Su cabello negro, muy corto, suponía un gran contraste con unos maravillosos ojos azul zafiro que brillaban con picardía, como si los dos compartieran un emocionante secreto.

Seguramente así era.

–¿A qué debo el placer? –le preguntó él.

–Necesitaba verte.

Él no pareció sorprendido por la respuesta. Tess sintió que el vello de la nuca se le ponía de punta. Por supuesto que no parecía sorprendido. Sin duda, estaba acostumbrado a que las mujeres lo persiguieran y se arrojaran a sus pies. Sin embargo, la indignación no tardó en transformarse en humillación.

La arrogancia que él había mostrado en la única noche que estuvieron juntos había sido una de las cosas que a Tess le había resultado más irresistible. Ella, que llevaba diez años luchando para estar al mando de su propio destino, había sucumbido demasiado fácilmente a la dominante masculinidad de Graystone, unas cuantas frases sugerentes y unas miradas llenas de sensualidad.

Él había hecho que se sintiera deseable de un modo que Dan jamás había logrado. Dan jamás había mostrado la misma urgencia ni dedicación a la hora de bajarle las bragas. No era de extrañar que, aquella noche, Tess se hubiera sentido tan vulnerable ante él. Había sido un bálsamo para su frágil ego.

Él volvió a sonreír y apoyó el cuerpo contra el escritorio al tiempo que se cruzaba de brazos. Entonces, le miró las piernas de arriba abajo.

–A ver si lo adivino –dijo. Su profunda voz le provocó un escalofrío en la espalda a Tess–. Has venido a recuperar las braguitas.

Tess se aclaró la garganta al tiempo que los pezones se le erguían casi dolorosamente contra el sujetador. La sangre caliente le ruborizó el rostro.

–No exactamente –susurró.

–¿Estás segura? –bromeó él muy seguro de sí mismo.

Tess se levantó del sillón.

–Sí... Yo...

El pánico se apoderó de ella y borró la bruma de la excitación que la envolvía cuando recordó el cambio tan dramático que había experimentado su vida aquella mañana, precisamente a las ocho y veintidós.

–No he venido aquí para otro polvo rápido...

La sugerente mirada le decía que era una mentirosa.

–En ese caso, ¿qué te parece si esta vez es lento y meticuloso?

La indignación se apoderó de ella, borrando por completo la culpabilidad que sentía.

–Mi apartamento está a pocas manzanas de aquí –añadió sin esperar a que ella respondiera–. A pesar de que el cuarto de servicios fue memorable, creo que sería mucho mejor una cama...

La miró a los ojos. La oscura excitación se reflejó en aquel azul traslúcido, recordándole el momento en el que él la agarró y la metió dentro del pequeño cuarto. Entonces, la ira se apoderó de Tess y se hizo dueña de su lengua.

–No he venido aquí para acostarme contigo, cerdo arrogante. He venido para decirte que esta mañana me he hecho tres pruebas de embarazo –replicó. Las palabras fluían de su boca con fuerza y velocidad–. Las tres han dado positivas.

La pequeña satisfacción que Tess sintió fue breve. En vez de parecer atónito o al menos sorprendido por la noticia, Graystone dijo con sorna:

–¡Vaya! Menuda manera de enfriar la pasión.

Nathaniel Graystone controlaba su genio perfectamente, a pesar de que la sonrisa despreocupada que tenía en el rostro le estaba provocando un fuerte dolor en las mejillas.

–Y supongo que me vas a decir que el bebé es mío.

El placer que había sentido al verla había sufrido una muerte rápida y dolorosa.

Aquella noche, ella lo había vuelto loco con sus ligeras caricias, su manera de ser divertida, directa y sin pretensiones y con una pasión irrefrenable y primitiva que había estado a punto de hacerle perder la cabeza.

Entonces, cuando ella se marchó, dejándolo de pie en el pequeño cuarto de servicios, con los pantalones bajados y nada más que unas braguitas rasgadas, solo le quedaron como recuerdo de lo ocurrido varias noches de insomnio plagadas de tórridos sueños. Había estado en lo cierto al sospechar de la química que había entre ellos. Había necesitado de una gran fuerza de voluntad para no llamarla en las seis semanas que habían pasado desde su encuentro. Todo había sido algo preparado, de principio a fin, tal y como él había sospechado cuando ella se marchó sin ni siquiera tener la decencia de despedirse.

Igual que Marlena...

–¿Bebé? –gritó ella–. Aún no es un bebé. Es un grupo de células.

Graystone la miró. La desesperación que se reflejaba en aquellos ojos verdes parecía indicar una estresante situación emocional. Maldita sea... era una actriz consumada.

–Sea lo que sea –dijo él–, yo no soy el padre.

Ella guardó silencio.

–Mira, guapa –dijo él sin borrar la sonrisa de los labios–. Aquella noche me puse un preservativo y solo lo hicimos en una ocasión. Aunque mi esperma estuviera compuesto por nadadores olímpicos, no podrían atravesar el látex.

–Sé que te pusiste preservativo –admitió ella–, pero evidentemente no te lo pusiste tan bien como hiciste todo lo demás aquella noche.

La descarada respuesta lo sorprendió. Se había esperado una actitud más compungida e incluso algunas lágrimas. Sin embargo, ella se había tensado como si se estuviera preparando para la batalla. El rubor que le cubría las mejillas y la ira que se le reflejaba en los ojos le daban un aspecto fiero. Los ojos le relucían. Graystone se obligó a ignorar el hormigueo de la excitación.

–Me puse el preservativo perfectamente –afirmó él.

Ella suspiró, pero la expresión de su rostro al mirarlo parecía cansada en vez de calculadora. Graystone suponía que todo formaba parte de su actuación, por lo que le resultaba más enojoso aún la extraña sensación que tenía en el vientre.

–Si tú lo dices –murmuró ella, casi de forma inaudible. Entonces, agarró el bolso y realizó un rápido asentimiento con la cabeza–. Supongo que esto es una despedida, Nathaniel. Ciertamente, fue una noche memorable...

El tono triste de aquellas palabras lo sorprendió, pero no tanto como notar que la tensión le atenazaba los hombros a Tess mientras se dirigía a la puerta y se marchaba sin mirar atrás.

Tess esperó a que se le tranquilizara la respiración para mirar a través del parabrisas la casa de su amiga Eva en Haight Ashbury.

Eva y su esposo Nick habían adquirido el edificio en su totalidad hacía seis meses, después del nacimiento de su hijo Carmine. Acababan de terminar las obras de remodelación aquella misma semana, pero ya se había convertido en la casa familiar y maravillosa que sus dueños habían esperado conseguir. Tess se avergonzó al sentir cómo la envidia se mezclaba con la profunda tristeza que le atenazaba el estómago.

Flexionó los dedos y se obligó a soltar el volante. Entonces, tomó el regalo que les había comprado para la casa y salió del Chevrolet. No se molestó en cerrarlo con llave. Después de todo, ¿quién se lo iba a robar?

Se había gastado gran parte de su suelto del año anterior para crearse un guardarropa de diseño pero, en aquellos momentos, dar la imagen adecuada era la menor de sus preocupaciones. Trabajaba por cuenta propia y ya tenía algunos contratos muy lucrativos para el año siguiente, pero nada espectacular. Había estado viviendo por encima de sus posibilidades. Además de la ropa de diseño, había adquirido un dúplex en Parnassus que le encantaba, pero que le costaba más de tres mil dólares al mes. Sabía que era un coste excesivo, pero, ¿a quién le importaban unas cuantas facturas de más cuando le estaba empezando a ir tan bien en su carrera?

Sintió que se le cortaba la respiración. Había empezado a importarle en aquellos momentos.

En realidad, no tenía ninguna seguridad en su trabajo. Contaba con un seguro médico básico y unos gastos fijos que podrían ponerla en una situación muy difícil si dejaba de trabajar durante un tiempo.

Tendría que empezar a buscar trabajo extra, pero ¿qué posibilidades tenía de encontrar trabajo en medio de una recesión para poder tomarse un descanso en su carrera y luego poder alimentar dos bocas?

Parpadeó con furia. Los ojos le escocían.

«No lo pienses. Todavía no. No tienes que decidir nada en estos momentos».

Subió los escalones de la entrada y llamó al timbre. Se sentía presa de la angustia y la desesperación. Siempre había pensado que jamás volvería a sentirse tan sola como lo había estado a los quince años. Sin embargo, tras su desastroso encuentro con Nate Graystone aquella mañana, había descubierto que estaba equivocada.

Volvió a llamar al timbre.

Eva tenía que estar en casa. Era la persona más dulce y auténtica que Tess había conocido nunca. Se habían conocido en la universidad, pero desde que Eva se mudó a San Francisco hacía tres años y se casó con Nick Delisantro, su amistad se había hecho más profunda.

Eva no la juzgaría. Se solidarizaría con ella, la reconfortaría y le ayudaría a decidir lo que debía hacer. Dirigía una empresa de genealogía en Internet que tenía mucho éxito. Era inteligente, analítica y sensata. Por eso había acabado con una vida tan perfecta: un marido guapísimo que la adoraba, un hermoso bebé...

Los pensamientos de Tess se detuvieron en seco. No le parecía que pudiera soportar ver a Carmine justo en aquellos momentos. Miró el reloj y decidió que, por suerte, se estaría echando la siesta. Eva era muy estricta con la rutina de su hijo.

Por fin se escucharon pasos y la puerta se abrió. Tess miró al pequeño Carmine. Tenía las mejillas sonrojadas y el pelo pegado a un lado de la cabeza.

–¡Tess! ¡Hola! Dios mío, no habíamos quedado, ¿verdad? Se me debe haber olvidado.

Tess oía las palabras que decía su amiga, pero toda su atención se centraba en la personita que Eva tenía entre los brazos. Entonces, Carmine sonrió, levantó los bracitos hacia Tess, lo que hacía siempre que la veía, y se echó a reír.

La culpabilidad se adueñó por completo de ella.

Tess colocó el regalo en la encimera de la cocina como si estuviera sumida en un trance. Mientras tanto, Eva colocaba a Carmine en su columpio y giraba una rueda. Una nana empezó a sonar.

–¡Míralo! –exclamó Eva mientras el niño reía agitando los brazos y las piernas–. Completamente despierto después de una siesta de veinte minutos.

–He venido a dejarte esto, pero tengo que marcharme –dijo Tess mientras trataba de encontrar una excusa. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

–Tess, ¿qué es lo que te ocurre? –le preguntó Eva muy preocupada.

Tess se sentó en uno de los taburetes de la cocina. Sintió una necesidad desesperada por sentirse reconfortada.

–Estoy embarazada –susurró con voz temblorosa.

Eva se sentó a su lado y le agarró las manos.

–Te daría la enhorabuena, pero no parece que estés muy contenta. ¿Cuándo ocurrió?

–Hace seis semanas exactamente. La noche en la que Dan me dejó.

–Entiendo. Supongo que no es el mejor momento. ¿Le has dicho ya a Dan lo del bebé?

–No es de Dan.

–Ah –dijo Eva.

–La tarde en la que él me dejó, Julie tenía gripe y me pidió que la ayudara con un evento que había estado organizando para Galloway. Era una oportunidad genial para conseguir contactos nuevos, por lo que no me negué. Yo estaba muy estresada y seguía aún en estado de shock por lo de Dan. Me invitaron a la fiesta que se celebró después del evento y un tipo se fijó en mí. Y yo también me fijé en él. Era muy guapo y muy sexy –añadió cerrando los ojos–. Estaba tan atraído por mí que yo me sentí halagada como una tonta –prosiguió. Cuando abrió los ojos vio que Eva la estaba mirando con incredulidad–. Después de estar ligando dos horas, tocándonos y excitándonos el uno al otro... Bueno, se podría decir que estallamos como fuegos artificiales... dentro de un cuarto de servicio.

–Entiendo.

–Él utilizó un preservativo, pero fue todo tan alocado, tan apasionado y tan precipitado que... bueno, debió fallar. No me ha venido el periodo y esta mañana me hice tres pruebas de embarazo. Todas dieron positivo.

–Bien –murmuró Eva–. Pero ¿cómo puedes estar absolutamente segura de que no es de Dan? Tu anticonceptivo podría haber fallado con él.

–Es bastante improbable, dado que la última vez que hicimos el amor fue hace tres meses.

–No me sorprende –replicó Eva.

–¿Cómo dices? –preguntó Tess, completamente atónita por el comentario de su amiga. Creía que a Eva siempre le había caído bien Dan.

–Bueno, Dan y tú generabais tanta pasión como un trapo mojado.

–¿Tan evidente resultaba?

–¿Qué demonios viste en ese hombre? Aburría a Nick como una ostra.

–Yo creía que estábamos hechos el uno para el otro...

–Puede, pero no en una faceta en concreto.

–En realidad, en ninguna –afirmó Tess, avergonzada de sí misma. ¿Cómo se podía haber pasado un año saliendo con un hombre que no significaba nada para ella?

–Bueno, ya basta de hablar de Dan –dijo Eva–. Háblame del de los fuegos artificiales. ¿Quién es?

–De fuegos artificiales nada. Es un completo desastre. Se llama Nate Graystone, y yo, como una idiota, fui a verle a primera hora de esta mañana después de hacerme las pruebas de embarazo porque pensaba que el siguiente paso lógico era...

Se detuvo porque sintió náuseas. Por fin, se admitió a sí misma que se estaba mintiendo. No había ido a ver a Graystone para decirle lo del bebé porque le pareciera que él tenía que saberlo.