La novia equivocada - Sally Carleen - E-Book

La novia equivocada E-Book

Sally Carleen

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Beschreibung

Cuando su futura esposa desapareció temporalmente, Lucas Daniels sintió una mezcla de exasperación, cariño y resignación. A fin de cuentas, ella sentía eso mismo por él. Pero entonces llegó a la ciudad una bella desconocida, idéntica a su prometida. Para evitarle un disgusto a la familia, Lucas le pidió a Sara Martin que asumiera el papel de la novia ausente. Y ahora no sabía con cuál de ellas casarse… Sara había estado buscando una familia, y sus deseos se hicieron realidad. Además, el amor que veía en los ojos de su supuesto futuro esposo, llenaba su corazón. Sin embargo, cuando el reloj diera las doce campanadas, ¿acabaría el cuento de hadas, o vivirían felices para siempre?

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Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Sally B. Steward

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia equivocada, n.º 1147- marzo 2021

Título original: A Bride in Waiting

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-128-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL vapor siseó bajó el capó del Mercedes plateado de Lucas Daniels.

Mascullando una maldición, dio un puñetazo al volante, llevó el traicionero coche hacia un lado y lo aparcó en la calle Mayor; en pleno centro de Briar Creek, Texas, a pesar de que era sábado por la tarde.

Genial. Podía bajarse del coche y vocear el suceso a los cuatro vientos, antes de que circulara el rumor por todo el pueblo. Evitar los intermediarios. Quizá la noticia se propagara lo suficientemente rápido y lo librara de ser él quien informara a sus futuros suegros, que sin duda esperaban en la iglesia.

Analise Brewster no asistirá al ensayo de su propia boda porque se ha marchado de la ciudad. Mejor aún: ¡se ha marchado de la ciudad!, ya que la nota que le había dejado Analise era un cúmulo de signos de admiración. ¿Y por qué no?, Analise no hablaba, exclamaba.

Tanto Lucas como Ralph, el padre de Analise, opinaban que el matrimonio pondría freno a su impulsividad, que generaría en ella cierto sentido de la responsabilidad pero, de momento, su compromiso matrimonial no había surtido ningún efecto.

Sus padres, especialmente su madre, iban a disgustarse mucho; como les ocurría siempre que ella desaparecía de su vista durante más de unas horas. Ellos eran demasiado protectores y Analise demasiado independiente: una mala combinación.

Lucas soltó otra maldición y salió del coche. El sol de junio cayó a plomo sobre él, y el calor del asfalto lo asaltó desde abajo. Pero en realidad no sabía si el sofoco que sentía lo originaba el sol o su propia ira. Acercó la mano al capó y se quemó los dedos.

—¡Maldita sea! —se aguantó las ganas de soltar una retahíla de palabrotas.

—Lucas, ¿tienes problemas, chaval?

«Chaval». Seis años ejerciendo y aún era un chaval, el médico «nuevo»… Seguía siendo el hijo de Wayne Daniels, al que solo aceptaban porque trabajaba en el consultorio médico de Ralph Brewster. El nuevo escándalo no iba a hacerle ningún bien a su reputación.

—Se podría decir que sí, Herb —contestó, volviéndose hacia el rostro sonriente.

—¿Necesitas que te lleve a algún sitio?

Lucas se mesó el cabello. Podría contarle la verdad a Herb y acabar con el tema. Briar Creek era una ciudad muy pequeña y todos se conocían. Pronto toda la población estaría al tanto de la última escapada de Analise.

—Sí —replicó—. Gracias. Me vendría bien que me acercaras a la iglesia metodista de la calle Grand.

—Preparándote para la gran boda, ¿eh? Acabo de ver a Analise paseando por Wyandotte.

—¿Qué?

—Creo que llegará tarde al evento —rio Herb—, igual que llega tarde a todo lo demás. Así es Analise.

—¿Ahora mismo? —Lucas agarró a Herb del brazo—. ¿Acabas de verla?

—Bueno, desde que la vi he recorrido una manzana. No conducía rápido, claro está. No tengo prisa.

—¿En que dirección iba?

—Hacia allá —Herb señaló calle arriba. Lucas giró y salió lanzado en la dirección que le indicaba.

—¡Gracias! —exclamó por encima del hombro.

—¿Aun necesitas que te lleve? —preguntó Herb.

—Me llevará Analise —dijo, «después de que la mate».

Mientras caminaba por la acera, Lucas se obligó a sonreír y a saludar a los conocidos que se encontraba, como si todo fuera bien. Dio la vuelta a la esquina y siguió hacia Wyandotte, la calle siguiente, resistiéndose al impulso de echar a correr para alcanzar a su excéntrica prometida antes de que hiciera otra locura.

—Buenas tardes, señora Greene. ¿Cómo va el reuma de Willie?

—Mejor, Lucas. Me alegro de verte. Saluda a Analise de mi parte.

Giró hacia Wyandotte y allí estaba ella, mirando el escaparate de Antigüedades Folton.

Lucas apretó los dientes y se acercó a grandes zancadas. ¿A qué jugaba? ¿Por qué le enviaba una nota diciendo que se iba de la ciudad y luego se ponía un vestido anticuado, se recogía el pelo en una trenza y salía a pasear? ¿Pensaría que iba disfrazada? Era alta y esbelta, pelirroja, y sus rasgos faciales eran inconfundibles: ojos grandes, frente ancha y recta, nariz romana; hacía falta mucho más que un cambio de peinado y de forma de vestir para disfrazar a Analise Brewster.

Ni siquiera alzó la cabeza cuando él se acercó.

—¿Qué diablos haces? —exigió Lucas.

Sara Martin dio un respingo al oír la enojada voz masculina, pero no podía estar dirigiéndose a ella. Esta vez era otra persona la que tenía problemas.

Dio la espalda al sonido y se encaminó calle abajo, ansiosa por alejarse de cualquier escena desagradable.

—¡Analise! —gritó el hombre, agarrándola del brazo.

Ella gruñó, se volvió hacia su atacante y, sin pensarlo, le clavó la rodilla en la entrepierna y le dio un taconazo en el empeine. Lanzó el canto de la mano hacia su nariz, pero se detuvo cuando él la soltó y, con un gemido apagado, cayó de rodillas sobre la acera.

—¡Mamamía! —miró al hombre boquiabierta—. ¡Funcionó! —se inclinó para ayudarlo a levantarse, pero se arrepintió y dio un paso atrás.

Siempre pensó que su madre era un poco paranoica por obligarla a practicar técnicas de defensa personal que la permitieran escapar de cualquier posible agresor. Pero ahora que había sufrido un ataque y conseguido liberarse, en vez de echar a correr, estaba parada en la acera de una ciudad extraña pensando que debería ayudar a su atacante. Dominaba la técnica defensiva, pero parecía que le fallaba la actitud mental.

No parecía peligroso. Sin embargo, los pantalones color caqui, el polo blanco con un animalito bordado al lado izquierdo del pecho y el cabello negro perfectamente cortado y peinado, lo convertían exactamente en el tipo de hombre contra el que su madre siempre la previno: sofisticado, mundano y probablemente rico.

Aun así, la mezcla de exasperación y dolor que reflejaban los ojos marrones la mantuvo clavada en el sitio. Él hizo un esfuerzo por ponerse en pie y la impresionó el tono exasperado de la voz que volvió a llamarla por el nombre de su muñeca favorita.

—Diablos, Analise, ¿por qué has hecho eso? ¿Se puede saber que pretendes? ¿Creías que ponerte un vestido anticuado y recogerte el pelo iba a servirte de disfraz? ¿Es que te has vuelto loca?

«¿Anticuado?» Ella misma se había hecho el vestido. Quizá debería darle otra patada. Retrocedió unos pasos, rebuscó en su bolso y sacó un spray anti-cacos.

—Mire, señor, o es usted el que está loco, o me ha confundido con otra persona. No me llamo Analise. Me llamo… —calló, los viejos miedos que su madre le había inculcado toda la vida volvieron a aflorar. «Nunca hables con desconocidos. Nunca le digas a nadie tu nombre, ni el mío, ni dónde vivimos». Lo amenazó con el pulverizador—. No soy Analise. Ahora me voy, y si intenta impedirlo utilizaré esto.

—Analise, esto no tiene gracia —gruñó él. Tenía tensos los tendones del cuello y la mandíbula rígida. Una mandíbula cuadrada que no encajaba con la perfección de su atuendo y aspecto.

Una mujer pequeña y frágil, de pelo rizado, llegó por detrás del hombre, se detuvo, sonrió y los reconvino agitando el dedo índice.

—¡Analise y Lucas! ¿Qué hacéis aquí, pareja de tortolitos? ¡Deberías estar en el ensayo de vuestra boda!

O la ciudad entera estaba loca, o realmente se parecía a la tal Analise. Eso podría significar que…

Se le aceleró el pulso al considerar las posibles implicaciones de que otra mujer se pareciera tanto a ella.

—Hola, señora Wilson —dijo el hombre con suavidad—. Supongo que perdimos la noción del tiempo. Ahora mismo vamos para allá.

No, era imposible. Si Analise fuera su madre biolóica, sería demasiado vieja para casarse con Lucas. A no ser que a él le gustaran las mujeres mayores. O que su madre se hubiera hecho la cirugía estética.

—Estoy deseando ver el vestido de boda, Analise. Eleanor me ha dicho que es lo más bonito que ha hecho nunca —echó una ojeada al holgado vestido de algodón de Sara, arrugó la frente y volvió a sonreír—. Claro, que tú estás preciosa con cualquier cosa. Incluso con el pelo recogido así. Aunque lo prefiero cuando lo llevas suelto y rizado. ¿Tú no, Lucas?

El hombre levantó la larga trenza de Sara y la miró con curiosidad.

—Sí, yo también —asintió, deslizando la mano a lo largo de la trenza, con una caricia inquieta y sorprendentemente suave.

Sara tragó saliva, luchando contra el miedo y la confusión. Quería escapar de esas dos personas que la llamaban por el nombre de una muñeca, de ese hombre que no debería acariciarla con tanta familiaridad, y de su propio e inesperado placer ante la caricia.

—A la iglesia ahora mismo, ¿oís, chicos?

—Sí, señora Wilson —la voz de él sonó débil, y la ira y exasperación de los ojos oscuros se convirtió en confusión mientras contestaba a la señora Wilson, sin dejar de mirar a Sara.

—¿Cómo has conseguido sujetar esto tan bien? —preguntó cuando la señora Wilson se fue. Aún tenía la trenza en la mano—. No puede ser tu pelo. Ayer solo te llegaba al hombro.

—¿El qué? ¿Mi pelo? —Sara tragó saliva y sujetó el pulverizador con fuerza, por si acaso—. No soy tu Analise —dijo quedamente—. Llegué a la ciudad esta mañana. Busco a… unos parientes. Si tu Analise se parece tanto a mí, quizá sea… una de ellos.

Lucas no dijo nada, pero entrecerró los ojos y enarcó una ceja con escepticismo.

—Suelta mi trenza —pidió ella—. La desharé y te mostraré lo largo que es mi pelo. Me llega a la cintura. Nunca me lo he cortado a la altura del hombro.

Él no la soltó. Quitó la goma y comenzó a destrenzar los mechones. Ella aguantó la respiración mientras él enterraba los dedos en su densa cabellera, subiendo hasta acariciar su cuero cabelludo, y volviendo a bajar.

A Sara le pareció un gesto demasiado íntimo para dos desconocidos parados en la calle a mediodía. Pronto comprendió que lo turbador no era el gesto, sino su propia reacción. La caricia de él le provocaba sensaciones tan deliciosas que deseó que no parara nunca.

Se apartó bruscamente y, con un golpe de cabeza, alejó la cabellera de su alcance.

—¿Lo ves? —musitó—. No soy Analise.

Lucas parpadeó deslumbrado por el sol, como si acabara de despertarse; su mano seguía situada en el lugar donde había estado su pelo. Dejó caer el brazo.

—No, no lo eres —su voz sonó tan ensimismada como la mirada de sus ojos oscuros—. Tienes su piel, sus ojos, sus labios…

—Tengo que irme —retrocedió antes de que pudiera volver a tocarla, antes de que recreara en ella esas sensaciones que no deseaba sentir. No supo si hablaba con él o consigo misma, tampoco entendió el por qué de sus palabras; él no la retenía.

—Exceptuando el pelo, podrías ser su gemela, pero no eres Analise.

La mente de Sara se desbocó. ¿Podría ser su gemela? ¿Sería posible? ¿Y si su madre biológica hubiera tenido gemelas y su madre adoptiva solo hubiera acogido a una de las niñas? ¿Tendría una hermana? ¿Una gemela que había sido adoptada por una familia de Briar Creek?

De niña, le puso el nombre de Analise a su muñeca favorita, y siempre simuló que era su hermana. ¿Y si eso tuviera algún fundamento? Se decía que los gemelos tenían un cierto sexto sentido, aunque los hubieran separado al nacer.

—¿Analise es tu prometida? ¿Puedes presentármela? Por favor. Es muy importante.

Él la miró confuso un momento, luego se pasó la mano por el pelo, sacudió la cabeza y soltó una risa desganada.

—Sí, es mi prometida y no, no puedo presentártela. No sé dónde está.

—¿No sabes dónde está tu prometida?

Él miró a su alrededor, como si quisiera comprobar que no los observaban, se encogió de hombros y sacó un papel rosa del bolsillo del pantalón.

—Me llevaron esto a casa hace un rato, justo cuando salía para ir al ensayo de nuestra boda.

—¿Un vale del veinte por ciento de descuento si decides eliminar las lombrices del jardín de tu casa? —Sara guardó el pulverizador en el bolso. Quizás, después de todo, el tipo estaba loco.

—Por el otro lado —acercó la mano y le dio la vuelta al papel. Las palabras, escritas con caligrafía suelta y apresurada, parecían a punto de saltar sobre ella.

 

¡Tengo que marcharme de la ciudad unos días! ¡Diles a mamá y a papá que les llamaré esta tarde! Cuando vuelva, ¡verás que notición! Sé que comprenderás que tenía que irme, porque eres el mejor amigo del mundo entero y ¡siempre me comprendes!

Abrazos, Analise.

PD: Por cierto, ¡quizá deberías posponer el ensayo de la boda unos días!

 

A Sara se le paró el corazón. Esa no podía ser su hermana. Imposible que lo fuera una persona tan exuberante, que encerraba cada frase entre signos de admiración; una persona tan irresponsable que abandonaba a su prometido el día del ensayo de su propia boda.

—Lo siento —le dijo, devolviéndole la nota.

—Analise es así —él encogió los hombros.

—¿Insinúas que ya ha hecho cosas así antes?

—No tan malas como esta. Y ninguna desde que decidimos casarnos. Sus padres y yo creíamos que el matrimonio haría que sentara la cabeza, pero parece que nos equivocamos —se guardó el papel en el bolsillo—. Disculpa por el error. Te pareces mucho a ella.

—Como una gemela.

—Sí, como una gemela. Bueno —cambió el peso de una pierna a la otra, un movimiento nervioso que no cuadraba con su aspecto civilizado—, supongo que debo ir a la iglesia y enfrentarme a los hechos. Así que te dejaré que sigas con lo que hacías antes de que te interrumpiera.

—Sí. Vale.

Ninguno de los dos se movió. Sara se resistía a alejarse de Lucas. Era natural, deseaba desesperadamente saber algo más sobre Analise. No tenía nada que ver con cómo Lucas le había acariciado el pelo, ni con cómo la miraba, como si deseara volver a tocarla.

—Quizás podrías decirme…

—Tengo una idea…

Ambos hablaron al mismo tiempo.

—Adelante —sonrió él—. Tú primero.

—Hace muy poco que llegué a la ciudad, e intento encontrar información sobre… miembros de mi familia que no conozco. No sé por dónde empezar.

—Crees que como Analise se parece a ti, podría ser una de tus parientes —adivinó él.

—Es posible —dijo ella, no tenía por qué explicarle más.

—Te propongo un trato —él asintió con la cabeza, calculador—. Yo te ayudaré a encontrar a tus parientes si tú me ayudas a mí durante un par de horas.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Sara nerviosa.

—Analise volverá dentro de un par de días, con cualquier historia; una nueva especie de mariposa que han descubierto en Dallas, o algo así de ridículo.

—¿Una nueva especie de mariposa? —repitió Sara con la boca seca—. ¿Le interesan las mariposas?

—Los bichos. Todo tipo de bichos. Es licenciada en zoología.

—¡Yo quería estudiar zoología y especializarme en entomología! Es decir, en insectos —explicó, ante la mirada asombrada de Lucas.

—Sé lo que es. Esa es la especialidad de Analise.

—¡Oh! —Sara se dijo que no debía entusiasmarse demasiado, o sufriría una desilusión. Pero la evidencia empezaba a acumularse. Y siempre tuvo la extraña sensación de que tenía una hermana. Su madre le había dicho que era una fantasía normal entre hijos únicos, pero nunca consiguió convencerla.

—Alégrate de no haberlo hecho —aseveró él. Por un momento Sara se preguntó si había hablado en voz alta, pero comprendió que él se refería a su frustrado deseo de estudiar zoología—. Analise no ha podido encontrar trabajo en ese campo. En cualquier caso, volverá dentro de unos días y todos se reirán y moverán la cabeza, porque la quieren a pesar de sus locuras. Pero hoy sus padres, que son encantadores, van a preocuparse mucho.

Volvió a sacar la nota del bolsillo y la miró con desconsuelo.

—Es imposible cambiar el ensayo. Los planes de boda han sido un poco precipitados. Analise no se decidió hasta el último minuto. La boda es el sábado que viene a mediodía, y hay una boda antes y otra después. Hoy era el único día que la iglesia estaba libre para celebrar el ensayo. Todo empezó siendo un lío e irá de mal en peor —la miró a los ojos. A Sara le dio la impresión de que si se le doblaran las piernas, la fuerza de esa mirada conseguiría mantenerla en pie—. A no ser que vengas al ensayo conmigo y asumas su papel.

—¿Qué? ¿Simular que soy otra persona? ¡No podría hacer eso!

—Claro que sí. Es un ensayo. Solo tienes que seguir las instrucciones de la coordinadora. Te pagaré. Cincuenta dólares por hora. Cien dólares por hora.

Levantó los ojos hacia él, asombrada y horrorizada por la oferta de dinero. Aunque no la convencía la idea de hacerse pasar por otra persona, había estado dispuesta a aceptar hasta ese momento, quería saber más cosas sobre esa mujer que tanto se parecía a ella.

Lentamente, negó con la cabeza. Una parte de su ser aún quería ir con él, correr un riesgo por una vez en su vida, explorar un camino que podía conducirla a una nueva identidad… a su madre verdadera… o quizás, era posible, a una hermana.

—Te ayudaré a conseguir toda la información que necesites y te aseguro que te presentaré a Analise en cuanto regrese.

Estaban tan cerca el uno del otro, que Sara percibía el olor de su elegante colonia, que no llegaba a enmascarar la esencia de su aroma varonil.

—No —susurró ella—. No puedo.

Los rasgos de él se suavizaron, alzó la mano hacia su mejilla y le retiró el pelo de la cara. Sara vio como sus labios se movían, formando las palabras «por favor», y casi le pareció que sentía esos labios sobre los suyos.

«¡Escandaloso»! habría dicho su madre. «¡Peligroso!»

—Sí —aceptó Sara.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SARA, con una mano sobre el volante y la otra en la puerta, conducía por la ciudad mientras Lucas, sentado a su lado, la guiaba por las calles desconocidas.

¿Qué estaba haciendo? Iba con un extraño a adentrarse en un mundo distinto, a simular que era otra mujer. ¿Y si ese hombre resultaba ser el secuestrador que su madre siempre había temido?

Intentó convencerse de que esa última idea no era más que una rémora de la paranoia de su madre. Un secuestrador no le pediría a su víctima que simulara ser su futura esposa.

A pesar de todo, sintió un gran alivio cuando Lucas la guió hasta el aparcamiento que había junto a una enorme iglesia de piedra. Ningún secuestrador llevaría a su víctima a la iglesia antes de actuar.

—Aparca ahí —le dijo, indicando una esquina apartada—. Así nadie se dará cuenta de que no conduces el coche de Analise.

Sara echó un vistazo a la colección de coches de lujo que había ante la iglesia. Su utilitario, de más de diez años, llamaría mucho la atención allí en medio.

—¿Qué coche tiene Analise?

—Uno rápido —él suspiró e hizo una mueca—. Un pequeño deportivo rojo que hace que la policía local cubra el cupo mensual de multas por exceso de velocidad.

Un coche acorde con la nota escrita por Analise.

—No he sobrepasado el límite de velocidad en toda mi vida —musitó Sara—. ¿De dónde saca el dinero para pagar todas esas multas, si no tiene trabajo?

—Sus padres tienen mucha pasta. Su padre, Ralph Brewster, es médico, y la familia de su madre fue la fundadora de esta ciudad.

—No estoy segura de poder hacer esto; simular que soy una persona tan distinta —dijo Sara, nerviosa.

Los ojos de Lucas escrutaron su rostro. Movió la cabeza de lado a lado y por un momento Sara pensó que iba a darle la razón. Entonces comprendió cuánto deseaba seguir adelante, descubrir más cosas sobre Analise, la mujer que tanto se parecía a ella. Cuánto deseaba demostrarse a sí misma que podía hacerlo.

—¿Distinta? —dijo él—. Me asombra cuánto os parecéis. Es increíble. Si no supiera… bueno, confía en mí, no tendrás ningún problema. Solo tienes que escuchar a la coordinadora de la boda. Te dirá todo lo que tienes que hacer, y su voz es de esas que oirías aunque estuvieras en el pueblo de al lado. Vamos. Llegamos tarde.

Salieron del coche y fueron hacia la iglesia. Si la situación ya era mala, la iglesia la empeoró. Se erguía ante ellos enorme, antigua, sólida y amenazadora. Le pareció que las vidrieras de las ventanas la vigilaban, retándola a entrar. Ella no encajaba en un lugar tan grandioso. La iglesia lo sabía, y los que estaban dentro lo percibirían de inmediato.

—Espera un segundo —la voz de Lucas hizo que se detuviera. Se volvió hacia él, sintiendo un miedo irracional. Un secuestrador nunca atacaría en el aparcamiento de una iglesia—. Tenemos que hacer algo con tu pelo.

Él agarró la trenza, que ella había rehecho, y la escondió dentro del cuello del vestido.

—Tienes la piel fría —dijo él con voz queda, posando los dedos sobre la piel de su cuello.

—Estamos a más de treinta grados. No puedo estar fría —negó, aunque sentía la calidez de los dedos de él. Lucas apartó la mano de repente, como si se hubiera quemado.

—Tienes la piel húmeda —dijo con tono brusco y profesional—. Es una reacción típica ante el estrés. Esto te pone muy nerviosa, ¿verdad?

—Estoy bien. Acabemos con esto —Sara caminó hacia la iglesia con aire desafiante.

—¡Eh!

Ella se detuvo, con un pie en el primer escalón.

—No sé tu nombre, ni nada de ti.

—Sara Martin. Soy bibliotecaria. De Deauxville, Missouri.

Él sonrió y los miedos de Sara se desvanecieron ante ese destello de dientes blancos en el rostro bronceado, ante la luz interior que le iluminó los ojos.

—Hola, Sara Martin. Soy Lucas Daniels, un médico de Briar Creek que tiene una gran deuda contigo.

La tomó de la mano y entraron en la iglesia. El enorme lugar estaba en silencio, y los pies de Sara se hundieron en una alfombra color burdeos. A los lados había bancos tapizados con terciopelo del mismo color. Se diría que el templo olía a terciopelo burdeos… a riqueza, dignidad y alcurnia.

El amenazador silencio se convirtió en una explosión caótica de gritos y abucheos.

—¡Gracias a Dios que habéis llegado! Empezábamos a preocuparnos.

—Analise, ¿es que nunca puedes ser puntual?

—Analise, ¡mi vestido no ha llegado aún!

—Por favor, calmaos todos, y podremos empezar.

Sara dio un paso hacia atrás y sintió las fuertes manos de Lucas sobre los hombros, sujetándola.

—Tranquila —le murmuró al oído con voz profunda.

—La novia y sus ayudantes que se queden atrás. Necesito al novio y a sus acompañantes aquí —ordenó una mujer delgada y elegante que estaba a un lado del altar. Lucas se separó de Sara.

Tres chicas sonrientes y seguras de sí mismas la rodearon, y Sara sintió que se le encogía el corazón.

—Bonito peinado —dijo una rubia de ojos castaños—. Te da un aspecto sofisticado. Pareces casi una auténtica esposa.

—Y bonito vestido —añadió una morena bajita—. Ojalá pudiera ponerme algo así. En mí, parecería un trapo.

¿Qué manía les había dado a todos con su vestido?

—Silencio, todo el mundo —ordenó la mujer autoritaria. Sin duda era la coordinadora—. El sacerdote, el novio y sus acompañantes entrarán por el centro y se quedarán mirando a la puerta, esperando a la novia.

Los hombres, Lucas incluido, ocuparon sus puestos, y toda la escena empezó a parecer un sueño.

—Después de la canción de Marilyn, suena el órgano y Judy camina hacia el altar. Cuando esté a mitad de camino, la sigue Kathy, después Linda. A ver, imaginad que acaba de terminar la canción. Nancy, música —se oyeron los primeros acordes del órgano—. Judy, empieza a andar. En cuanto llegues al altar date la vuelta y mira hacia la puerta, toda la atención debe concentrarse en la novia. Deja de reírte, Judy, y que no se te ocurra llegar mascando chicle el día de la boda.

Una a una, las tres mujeres fueron hacia el altar, y dejaron a Sara sola ante las miradas pendientes de ella.