La novia suplantada - Jane Porter - E-Book
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La novia suplantada E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

Un novio implacable para una novia no solo de conveniencia... Marcado por su oscuro pasado, Damen Alexopoulos no dejaba que las emociones dictasen nada en su vida, especialmente la elección de esposa. De modo que, cuando su prometida de conveniencia es suplantada en el altar por su inocente hermana menor, Kassiani Dukas, Damen se mostró firme: su matrimonio sería estrictamente un acuerdo conveniente para los dos, sin sentimientos. Sin embargo, la determinación de Kassiani de llegar a su corazón, y la intensa pasión durante su luna de miel en las islas griegas, podría ser la perdición para este inflexible magnate griego.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Jane Porter

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia suplantada, n.º 2742 - noviembre 2019

Título original: His Shock Marriage in Greece

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones

son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-701-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Kassiani Dukas estaba inmóvil en el sofá blanco del salón, intentando hacerse invisible mientras su padre, Kristopher Dukas, paseaba de un lado a otro con las manos a la espalda. Estaba furioso y lo último que quería era que esa furia se volviese contra ella.

Las cosas iban mal. Elexis se había ido. Su hermana mayor debía casarse con Damen Alexopoulos al día siguiente, pero Elexis había desaparecido por la noche. Se había escabullido de la villa de su prometido en la Riviera ateniense, donde se alojaban también su padre y ella, para viajar a Atenas con sus amigos, más que dispuestos a alejarla de una boda, y de un matrimonio, que ella nunca había querido.

Y ahora su padre estaba a punto de darle la noticia al poderoso magnate griego, un hombre brillante, ambicioso y peligroso cuando era traicionado.

Y acababa de ser traicionado.

La puerta se abrió en ese momento y Damen Alexopoulos entró en el salón, dejando a Kassiani sin aliento. Lo había visto antes, en San Francisco, durante la fiesta de compromiso con Elexis, pero no había hablado con él porque solo estuvo media hora, saludando a unos y a otros, antes de volver a Grecia.

Tenía unos penetrantes ojos grises, unas facciones marcadas y unos labios firmes y carnosos que la fascinaban. Era más alto de lo que recordaba y sus hombros parecían más anchos. Moreno, atlético, con unas piernas largas y poderosas…

Kass nunca había entendido por qué Elexis no encontraba atractivo a aquel fabuloso ejemplar de hombre, pero su hermana prefería a los jovencísimos modelos y actores que le daban coba, esperando beneficiarse de su dinero y su notoriedad.

–Me han dicho que querías verme –dijo Damen, con una voz profunda y ronca que le erizó el vello de la nuca a Kassiani.

–Buenos días, Damen –lo saludó su padre, intentando mostrarse despreocupado–. Bonita mañana, ¿verdad?

–Preciosa, pero he tenido que interrumpir una reunión importante para venir aquí porque me habían dicho que era algo muy urgente –replicó él, con tono impaciente.

–¿Muy urgente? –repitió su padre, intentando sonreír–. No, yo no diría eso. Siento mucho que te hayas preocupado.

–No estaba preocupado –se apresuró a decir Damen–. Pero ya que estoy aquí ¿para qué me has llamado?

Kassiani se aplastó contra el respaldo del sofá, como intentando hacerse invisible. No era fácil porque era una chica grande, rellenita, de curvas marcadas, pechos grandes y un generoso trasero que últimamente se llevaba mucho si tenías una cintura estrecha. Pero su cintura no era particularmente estrecha, su estómago no era plano y sus muslos se rozaban. Al contrario que su fotogénica hermana mayor, ella no tenía una cuenta de Instagram ni publicaba selfis porque no salía bien en las fotos.

Ella no formaba parte de los círculos de la alta sociedad, no viajaba en avión privado ni iba de fiesta a Las Vegas, el Caribe o el Mediterráneo.

Si su apellido no fuese Dukas, habría sido una chica normal. Si su padre no hubiera sido uno de los griegos más ricos de Estados Unidos, nadie se fijaría en ella.

Sería invisible.

Con el paso de los años, Kass había empezado a desear ser invisible de verdad porque serlo era mejor que ser visible y digna de compasión. Visible y desdeñada. Visible y rechazada. Y no solo por celebridades y frívolos miembros de la alta sociedad, sino por su propia familia.

Su padre jamás había mostrado el menor interés por ella. Solo le interesaba su hijo y heredero, Barnabas, y la preciosa Elexis, que lo había enamorado desde que nació con sus grandes ojos castaños y sus simpáticos pucheros.

Kass nunca había sido simpática. Para su familia, era una niña silenciosa, huraña e imposiblemente cabezota que se negaba a charlar con los importantes invitados de su padre. No quería cantar o tocar el piano. En lugar de eso, Kass quería hablar de política y economía. Desde pequeña le fascinaba la economía y hacía predicciones sobre el futuro de la industria naviera que horrorizaban a su padre. Daba igual que leyese mejor que cualquier niño de su edad o que fuese la mejor del colegio en matemáticas. Las buenas chicas griegas no opinaban sobre asuntos de interés nacional, política o economía. Las buenas chicas griegas se casaban con hombres griegos para crear la siguiente generación. Esa era su responsabilidad, ese era su valor, nada más.

Kassiani había dejado de ser incluida en las fiestas familiares. No la invitaban a cenas o eventos. Se convirtió en la hija olvidada.

–Te agradezco que hayas venido inmediatamente –estaba diciendo su padre–. Lamento haberte molestado, pero tenemos un problema.

El padre de Kassiani era un armador como Damen, pero grecoamericano, nacido y criado en San Francisco. Ella sabía que estaba nervioso, pero su voz no lo traicionó. Al contrario, parecía positivo y optimista.

Y Kass se alegraba de ello. Uno no debía traicionar sus miedos en las negociaciones y la fusión de la Naviera Dukas con el emporio Alexopoulos gracias al matrimonio de Damen y Elexis era una transacción comercial. Una transacción que, en ese momento, estaba en peligro.

Su padre no podía devolver el dinero que Damen había invertido en la Naviera Dukas, que estaba al borde de la ruina debido a una mala gestión. La empresa se habría hundido sin una inyección de dinero y Damen había sido ese inversor. Había mantenido su compromiso, pero ahora Kristopher debía decirle que los Dukas no iban a cumplir su parte del trato.

Kass miró por la ventana de la villa. El sol se reflejaba en las brillantes aguas del mar Egeo, de un vibrante color turquesa, más claras que las turbias aguas del océano Pacífico.

–No sé si lo entiendo –dijo Damen entonces. Su tono era amistoso, pero Kass sabía que aquello solo era el preludio de la batalla.

Los boxeadores chocaban los guantes antes de empezar el combate, los jugadores de fútbol se daban la mano.

Damen y su padre estaban cruzando las espadas.

Kass miró de uno a otro. Damen no parecía un magnate. Era demasiado atlético, demasiado imponente. Tenía la piel bronceada y el aspecto de un hombre que trabajaba en los muelles, no frente a un escritorio. Pero era su perfil lo que más llamaba su atención, esas facciones esculpidas, tan severas como todo en él: la ancha frente, los altos pómulos, el puente de la nariz, que parecía haber sido roto más de una vez.

Era un luchador, pensó, y no se tomaría bien la noticia que su padre estaba a punto de darle.

–Tenemos un problema. Elexis se ha ido –anunció Kristopher entonces–. Espero que vuelva pronto, pero…

–No tenemos un problema, tú tienes un problema –lo interrumpió Damen.

–Lo sé –asintió su padre–, pero he pensado que deberíamos notificárselo a los invitados mientras haya tiempo.

–No vamos a cancelar la boda. No habrá promesas rotas ni humillación pública. ¿Está claro?

–Pero…

–Me prometiste a tu mejor hija hace cinco años y espero que cumplas lo prometido.

«Tu mejor hija».

Kassiani se mordió el labio inferior para contener el dolor y la humillación.

Vio entonces que Damen la miraba con expresión seria, con las largas pestañas negras enmarcando unos intensos ojos de color gris oscuro. No sabía qué pensaba, pero esa breve mirada intensificó su dolor.

Ella no era «la mejor hija» y nunca lo sería.

Damen se volvió hacia su padre esbozando una desdeñosa sonrisa.

–Nos veremos mañana en la iglesia –le dijo–. Con mi prometida.

Y luego salió del salón.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Era el perfecto día de mayo para una boda en la Riviera ateniense. El cielo era de un azul muy claro, sin nubes, el sol se reflejaba en las paredes de la diminuta capilla, con el mar Egeo y el templo de Poseidón como telón de fondo. La ceremonia y el banquete tendrían lugar en la histórica villa de Damen en cabo Sunión. La temperatura era perfecta, agradable, ni calurosa ni húmeda.

En circunstancias normales, una novia se sentiría feliz, pero Kassiani no era una novia normal. Ni siquiera debería ser una novia, pero esa mañana Kristopher Dukas tomó la drástica decisión de intercambiarla por su hermana y, por lo tanto, Kassiani estaba frente a la puerta de la capilla, esperando la señal para entrar con el estómago encogido.

Había muchas posibilidades de que aquello no terminase bien y temía que el novio la dejase plantada en el altar al ver que no era su hermana. Damen no era tonto. De hecho, era uno de los hombres más poderosos del mundo y no le haría gracia ser engañado.

Y ella no tenía por costumbre engañar a nadie. Era la hija menor de Kristopher Dukas, la menos notable en todos los sentidos. Pero, cuando su padre la acorraló esa mañana, exigiéndole que lo hiciese para salvar a la familia, tuvo que aceptar. Se casaría con Damen Alexopoulos, pero no para salvar la empresa de su padre, sino para salvarse a sí misma.

Casarse con Damen sería una salida. Escaparía de la casa de su padre, escaparía de su control porque, a los veintitrés años, estaba decidida a ser algo más que la deslucida, torpe y aburrida Kassiani Dukas.

Casarse con el magnate Damen Alexopoulos no cambiaría su aspecto físico, pero sí cambiaría cómo la veían los demás. Los obligaría a reconocerla como alguien importante, aunque sonase patético.

La música del órgano empezó a sonar en el interior de la capilla y su padre, bajito, rollizo, con el pelo canoso, le hizo un gesto impaciente.

Kass contuvo un suspiro. A su padre no le caía bien. De niña, no había entendido su frialdad hacia ella porque era muy cariñoso con Elexis, pero cuando se hizo mayor fue capaz de desentrañar el misterio.

Kristopher no era un hombre atractivo, pero ansiaba ser respetado. Tener dinero era una forma de conseguirlo, como lo era tener una familia atractiva. Y mientras Elexis era el clon de su difunta madre, que había sido modelo antes de casarse, ella desgraciadamente se parecía a su padre, de quien había heredado su constitución y su marcada mandíbula. Y eso no era lo que quería una mujer cuando su madre había sido una famosa modelo.

Kassiani exhaló un suspiro. Esos pensamientos no la ayudaban nada. Su autoestima, siempre escasa, estaba hundiéndose en ese momento. Y entonces su padre chascó los dedos.

Al parecer, había llegado la hora.

Temblaba de arriba abajo cuando su padre levantó el pesado velo de encaje para cubrir su rostro.

Estaba aterrorizada y, sin embargo, experimentaba una extraña calma. Una vez que entrase en la capilla no habría vuelta atrás. Elexis había defraudado a su padre, a toda la familia. Ella no haría tal cosa.

Por una vez, podría hacer algo por el negocio familiar. Había querido trabajar en la Naviera Dukas desde que estaba en el colegio. Incluso había estudiado Dirección de Empresas y Derecho Internacional en la universidad de Stanford, pero su padre la había rechazado, negándose a contratarla o escuchar sus ideas. Era un hombre muy anticuado y creía que el puesto de la mujer estaba en casa, teniendo herederos, preferiblemente masculinos.

Después de veintitrés años siendo un bochorno para la familia, por fin podía ayudar a su padre salvándolo de la ruina y la humillación.

Kassiani tomó aire, levantó la cabeza y entró en la capilla ortodoxa. Era muy pequeña, solo cinco filas de bancos a cada lado del estrecho pasillo. Tardó un momento en acostumbrarse a la penumbra del interior, pero entonces vio al novio.

Damen Michael Alexopoulos estaba frente al altar con el pope. Con un elegante traje de chaqueta oscuro, tenía un aspecto más formidable que el día anterior.

¿Sospecharía algo? ¿Se habría dado cuenta de que no era Elexis? El velo era tan grueso que apenas podía ver a través del encaje, pero Damen no tardaría mucho en darse cuenta de la diferencia de estatura y constitución. Ella no podía ser Elexis, la reina de Instagram.

Incluso llevando aquellos incómodos zapatos de altísimo tacón, Kassiani seguía siendo bajita. Y el anticuado corsé, necesario para que le entrase el vestido de su hermana, no podía disimular sus rotundas curvas cuando Elexis era tan delgada.

–Lo sabe –murmuró.

–No lo sabe –replicó su padre, con los dientes apretados–. Y es demasiado tarde para echarse atrás. No puedes fallarme.

Kass apretó los labios. No iba a fallarle, no podía hacerlo, de modo que dio un paso adelante. No iba a dar marcha atrás. No iba a tener miedo.

Haría que aquello funcionase. Encontraría la forma de complacer a su marido y uniría a las dos familias. Y sería ella, Petra Kassiani, quien lo hiciera, no Elexis, que había salido huyendo, ni su hermano, Barnabas, a quien le importaba tan poco la familia que no se había molestado en acudir a la boda.

Podía hacerlo, estaba segura.

La cuestión era, ¿lo haría él?

 

 

En cuanto Kristopher Dukas entró en la capilla con la novia, Damen supo que era la hija equivocada.

Incapaz de creer la temeridad del estadounidense, observó al corpulento Kristopher avanzar por el pasillo con su hija, cuyo rostro estaba oculto bajo un pesado velo.

Al parecer, Dukas había tomado la salida más fácil. En lugar de buscar a la rebelde Elexis, sencillamente había intercambiado a sus hijas, sustituyendo a la mayor por la más joven.

¿Quién hacía algo así? ¿Qué clase de hombre trataba a sus hijas como si fueran ganado?

Incluso él, que era despiadado en los negocios, conocía la diferencia entre deshonestidad y traición. Y aquello era una traición.

Aquella chica no era Elexis y él había elegido a Elexis por muchas razones. La bella, refinada y ambiciosa Elexis Dukas era perfecta para él por su aspecto y su temperamento. Era conocida en todas partes, le encantaban los focos y la atención y era una renombrada anfitriona, algo que él necesitaba de una esposa porque detestaba los compromisos sociales.

Ella podría representarlo en los eventos importantes y nadie lo echaría de menos. ¿Por qué iban a hacerlo si la tenían a ella?

No sentía ningún afecto por Elexis, pero era la novia que había elegido y le había propuesto matrimonio conociendo sus virtudes y sus defectos. Elexis tenía un envidiable estilo de vida. Viajaba por todo el mundo con la jet set, iba a las mejores fiestas, llevaba ropa de diseño y se sentaba en la primera fila en los desfiles de moda. Su vida era una aparición en los medios de comunicación detrás de otra, pero eso le convenía.

Necesitaba una esposa que supiera cuál era su sitio y que no hiciese demandas emocionales porque él no toleraba demandas.

Pero ahora que Elexis había desaparecido y había una Dukas muy diferente a su lado, se le ocurrió que tal vez aquel había sido el plan de Kristopher desde el principio.

Tal vez Elexis nunca había estado dispuesta a casarse con él. Tal vez Kristopher no tenía intención de entregarle a su querida hija y había sido su intención desde el principio cargarlo con su hija menor, a la que se había referido en una ocasión como «el patito feo» de la familia.

Debería irse, pensó.

Pero cuando estaba a punto de soltar la mano de ese «patito feo» ella levantó la cara y susurró:

–Lo siento.

 

 

Después de la ceremonia, fueron a la antesala de la capilla para firmar el registro. Damen apretó los dientes, furioso al pensar que ni siquiera sabía el nombre de su esposa.

–¿Si no eres Elexis, con quién me he casado? –le preguntó, tomando un bolígrafo.

–Kassiani –respondió ella, con voz ronca.

–Ese no es el nombre que pronunció el pope.

–No, usó mi primer nombre, Petra, pero nadie me llama así. Me llaman Kass o Kassiani.

Damen sacudió la cabeza, enfadado con ella y consigo mismo por no haber salido de la capilla antes de la ceremonia. ¿Por qué había dejado que su disculpa lo afectase de tal modo?

¿Por qué ese susurro de disculpa había evitado que la dejase plantada en el altar?

No sabía la respuesta y no estaba de humor para seguir pensando en ello.

–No lo pienses más –dijo después de firmar el documento, ofreciéndole el bolígrafo.

Ella lo tomó con expresión preocupada.

–Muy bien.

–¿Este era el plan desde el principio, intercambiar a las hermanas?

Kass se puso colorada.

–No.

–No te ofendas, pero yo no quería casarme contigo.

–Lo sé.

–No es mi intención insultarte.

–No me siento insultada.

En otras circunstancias, seguramente le habría caído bien porque era directa e inteligente, pensó Damen. Pero los Dukas lo habían engañado y no estaba de buen humor.

–Yo no soy de los que olvidan y perdonan.

Vio que una sombra cruzaba su rostro y casi sintió pena por ella, pero la sombra desapareció enseguida, dejando en su lugar una expresión serena y compuesta.

–Como puedes ver, yo no soy de las que dejan pasar la oportunidad de tomar un trozo de tarta. Parece que cada uno tiene que llevar su cruz.

Luego Kass se inclinó sobre el registro para firmar, con el largo velo cayendo sobre sus hombros como una cascada blanca.

Damen no sabía si habían sido sus palabras o su sentido del humor, pero sin saber por qué le levantó la barbilla con un dedo para apoderarse de su boca. No era así como un hombre debería besar a su flamante esposa en una capilla, pero nada en aquella boda era normal.

 

 

Kassiani paseaba por el lujoso dormitorio de la villa en el que se había vestido para la ceremonia, intentando calmarse. Tenía la impresión de que todo aquello podía hundirse de un momento a otro. La ceremonia no serviría de nada a menos que el matrimonio fuera consumado y no se podía imaginar a Damen interesado en acostarse con ella. Francamente, tampoco ella quería hacerlo y sintió un escalofrío al recordar su frialdad cuando le dijo que él no era de los que olvidaban y perdonaban.

Kass no lo dudaba.

Y por eso estaba en el dormitorio, escondida, acobardada. Había encontrado valor esa mañana para acudir a la capilla y ocupar el sitio de Elexis, pero ese valor se había esfumado.

Por suerte, la ceremonia había sido discreta, solo con algunos amigos y familiares presentes, pero el banquete sería fabuloso, con cientos de invitados que habían acudido desde todas las partes del mundo para ser testigos del matrimonio de Elexis Dukas y Damen Alexopoulos.

Kassiani dejó de pasear y se dobló sobre sí misma, a punto de vomitar. Los invitados se reirían al verla. Una cosa era hacerse pasar por Elexis en una oscura capilla, oculta bajo capas de encaje, y otra muy diferente hacerlo delante de aquellos que conocían a su hermana.

Se había convencido a sí misma de que podía hacerlo, pero solo había pensado en la ceremonia. No había pensado en aparecer en público como la flamante esposa de Damen Alexopoulos.

Su esposa.

Se le doblaron las rodillas y tuvo que dejarse caer sobre la cama.

¿Qué había hecho?

Estaba secándose las lágrimas cuando se abrió la puerta y Damen entró en la habitación. Ni siquiera se había molestado en llamar.

Esperó que él dijese algo, pero no dijo nada. La miraba en silencio y ese silencio era insoportable. Los segundos parecían minutos, horas.

–Por favor, di algo –murmuró por fin.

–Los invitados están esperando.

Kass se imaginó la terraza llena de mesas con manteles blancos, copas del más fino cristal y brillantes candelabros…

No, aquel no era su sitio. No era su boda, no eran sus invitados.

–No puedo bajar.

–¿Debo subir a los invitados aquí?

–No, por favor.

–¿Quieres que te lleve en brazos?

–¡No!

Kass no podía mirarlo siquiera. Lo que le había parecido un gesto de valentía esa mañana, ahora le parecía la peor idea de su vida.

–Es un poco tarde para echarse atrás.

–Estoy de acuerdo –murmuró ella.

Damen dejó escapar un suspiro de irritación.

–Si esperas compasión…

–No espero nada.

–Mejor, porque todo esto es culpa tuya.

Kass iba a decir algo, pero cerró la boca y apretó los labios. Porque él tenía razón. ¿Cómo iba a discutir?

–No puedes quedarte aquí todo el día.

Kass jugó con una perla bordada de la falda del vestido.

–No me gustan las fiestas.

–¿Aunque sea tu propia boda?

–Como los dos sabemos, no debía ser mi boda.

–Y ese es el problema.