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2021. Hace ya dos años que parte de la humanidad pereció en la Guerra De Los Primeros. Hoy, los supervivientes tratan de llevar una vida lo más normal posible, intentando olvidar las catástrofes que conllevaron la guerra que involucro a todas las grandes potencias del mundo y sus inminentes desapariciones. Ahora, en lo que queda de una Tierra que fue repartida entre dos grandes nuevos bloques, completamente diferentes uno de otros, tres estudiantes universitarios normales, que llevan una vida normal con problemas normales, comprueban como el fantasma del hongo atómico vuelve a cernirse sobre ellos en el instante en que el canal televisivo, por donde frecuentaban ver el noticiero de la mañana, fue desplazo para dar lugar a la imagen de un sujeto que anunciaba que la humanidad iba a llegar a su fin… De una vez por todas. Con este panorama, los universitarios deberán de realizar una tediosa odisea por su ciudad y las rutas aledañas para así recoger a sus seres queridos y dirigirse a Virgo; una de las tantas bases subterráneas que fueron construidas con la promesa de salvar a los que llegaran allí de cualquier peligro a escala mundial. Por si fuera, deberán poner a prueba sus valores morales y hasta donde pueden llegar por las personas que quiere cuando se encuentren con otros sujetos y con la Orden De Los Serafines, organización que actúa como agente del caos aprovechándose del miedo, la paranoia y las creencias de las personas normales.
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Seitenzahl: 397
Veröffentlichungsjahr: 2017
bruno l. zárate
La Orden de Los Serafines (i)
breviario de un mañana sin futuro
Zárate, Bruno L.
La Orden de Los Serafines I : breviario de un mañana sin futuro / Bruno L. Zárate. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
246 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-711-998-5
1. Narrativa Argentina. 2. Narrativa Fantástica. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Coordinación de producción: Helena Maso Baldi
Diseño de portada: Justo Echeverría
Maquetado: Eleonora Silva
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Indice
Agradecimientos…
En Busca De La Inmortalidad (Introducción)
Λ (Prólogo)
I (Bienvenidos Al ÚltimoDía Del Mundo)
[Cronista De Un Mañana Sin Futuro]
[Desbandada]
[Preludio A La Odisea]
II (Ida / Llegada)
III (Transcurso)
[La Realidad De Dani]
[Nuestra Realidad]
[La Realidad De Carlos]
IV (Vuelta)
V (Carrera Al Fin Del Mundo)
VII (Base Subterránea De Virgo)
[Encuentro Con Un Hipaspista]
[Hogar, Dulce Hogar]
[Un Mal Chiste De Carretera]
Ω (Epílogo)
Guía Para Sobrevivir Al Fin Del Mundo (Arte Visual)
Agradecimientos…
Desde el principio, tengo que dejar más que en claro que, a cualquier conocido que aparezca en las próximas páginas, le debo de tener un profundo afecto como para incluirlo en mi primer libro. Todos y cada uno de ellos debieron, en su momento, haberme brindado el cariño, la confianza o el afecto necesario como para que yo haya considerado introducirlos en el presente escrito. Si bien éste fue un trabajo de dos años, en donde muchas cosas pasaron -desde que un día, del cual ya no recuerdo, de las vacaciones invierno del año 2015, contaba con el suficiente tiempo libre como para sentarme en mi computadora de escritorio y escribir una que otras palabras en Word-, hasta al punto en que mi relación con algunos de estos amigos y amigas cambió -porque, al fin y al cabo, eso son-, tanto como para que con unos directamente haya dejado de tener contacto, vuelvo a recalcar que, si es que estás en mi obra, es porque realmente significas mucho para mí. Entonces, siendo el momento para dar inicio con el libro, quisiera agradecerles a: Maximiliano Ferrando, Facundo Delgado, Paula Rasente, María y Luisina Zunino, Franco Paoletta, Octavio Mónaco, Nicolás y Martín Adorno, Camila Rodríguez, Franco Ayala, Karen Di Catarina, Maximiliano Rodríguez, Mailen Santos, Gastón Paoletta, Renzo Lombardo, Agustín Barberón, Julián Smith, Ariel Picardi, Thaiel Caíno y Karen Michelini. Todos ustedes, desde este instante, pasaron a ser una parte importante de mí. Desde ahora son serafines. Desde ya, quiero agradecer a todos los integrantes de mi familia y a mis más sentidos amigos. Ellos -por igual- siempre estuvieron apoyando al proyecto y a mí.
Un agradecimiento particular para mi abuela materna, Norma Santana, que colaboró en la creación de la portada del libro y del arte conceptual del mismo, y a Romina Lettieri, que me ayudó en las correcciones del libro; dos serafines más.
En Busca De La Inmortalidad (Introducción)
¿Qué podría situar en la introducción de este libro, siendo que el mismo es el primero que voy a publicar? Esa es una buena pregunta para arrancar con todo esto de “La Orden De Los Serafines I: Breviario De Un Mañana Sin Futuro”. Sinceramente, no tengo mucha idea de que trazar en las siguientes hojas y más porque, al momento de escribir precisamente estas líneas, me encontraba en uno de los tantos pasillos del hospital de Mercedes, esperando a que me inyectasen mi última vacuna contra la rabia… Esa es otra historia. Así que, entre la gente que no para de ir de un lado para otro, el mal olor que desprenden algunos sujetos y la muy mala - realmente mala - onda que despliegan la mayoría de las personas aquí presentes, doy inicio a este proyecto de publicación, que no viene a ser otra cosa más que mi legado.
Sí, con esto podría comenzar a tratar el tema. Como ya dije, éste es mi libro y mi herencia. Porque yo, hoy por hoy, a la edad de 20 años -e, inclusive, desde antes- he comprendido a la perfección que no soy inmortal, algún día moriré. De aquí fue que surgió la idea de esta aspiración. Quería dejar un legado, algo por lo que me recordasen. Voy más allá de la idea de formar una familia, vivir una vida común y corriente, envejecer y fallecer rodeado de seres queridos. Yo quiero dejar algo por lo que la gente me perpetúe, algo que traspase las barreras de las reminiscencias meramente familiares. No me molestaría vivir en los recuerdos de mis futuros hijos y nietos, pero, al mismo tiempo, siento que con eso no me alcanzaría. Me veo con la necesidad de querer dejar algo por lo que muchas más personas tengan constancia de que alguna vez existí… Al final, la publicación de lo que espero que sea una saga, es mi forma de querer alcanzar, de alguna manera realista, dicha inmortalidad. Porque yo siempre fui de pensar que el significado de la vida radica en dejar un legado… Vivir más allá de la vida misma. Así que surgió la idea de dar a conocer un libro. Desde que tengo noción del recuerdo, noté con asombro como muchos escritores han sobrevivido a través del paso del tiempo gracias a sus palabras. Entonces, ¿Por qué yo no podría hacerlo? Es decir, ¿Por qué no intentarlo? Un libro - en mi opinión - es la forma “más sencilla” de lograr sobreponerse al pequeño inconveniente que conlleva morir. Hoy por hoy - y con los medios de comunicación actuales - con un poco de imaginación y algo de tiempo libre, cualquiera puede llegar a quedar inmortalizado a través de sus pensamientos, reflexiones, historias y demás. Y ojo, no digo que yo busco convertirme en un gran escritor y vivir de esto -aunque, siendo franco, no sería una mala idea existir de algo que tanto me apasiona-; con tal de que en un par de años en el futuro mi obra pueda hallarse en algún recóndito agujero de venta de libros usados voy a estar complacido y hecho.
Ahora, ¿Qué es “Breviario De Un Mañana Sin Futuro”? Es simplemente yo. El escrito de por sí es un calco casi exacto de mi persona. Todo lo que el lector lea de las siguientes doscientas y pico de páginas habla muy bien de los conocimientos que fui adquiriendo a lo largo de mi corta vida.
No hay mucho más para decir. Y ahora, tomando unos mates en el kiosco de Nazareno y con un brazo derecho dolido por lo que consideraría “brutalidad médica”, al momento en que me clavaron -literalmente- esa última vacuna, me despido de todos ustedes en lo que supongo que habrá sido una introducción.
Espero que disfruten leer el libro y, por lo tanto, conocerme.
Λ (Prólogo)
–De haber sabido que tus ideales tenían como fin tales intenciones, nunca te habría ayudado con tus investigaciones –Confesó Nicolás, en el momento en que, con cautela y suma desconfianza, tomaba el café que Nazareno le había servido.
–Si no te lo hubiera ocultado, no podría haber llegado hasta donde llegué –Respondió el sujeto, para luego beber un trago de whisky en un fino vaso old-fashioned de cristal que, raramente, reposaba sobre una delgada carpeta negra que funcionaba a modo de portavasos–. No hace falta decir que, de haber consabido todo desde un principio, vos, al igual que la mayoría del equipo, hubiesen dejado de aportar sus conocimientos para luego irse de aquí y, de seguro, llamar a la justicia para detenernos, a los que sin dudas seguiríamos adelante, porque considerarían que nuestras acciones son moral y éticamente deplorables… Si es que realmente lo son.
–¡Claro que lo son! –Acotó Nicolás, casi en un grito, mientras sorbía un trago más de esa cálida y gratificante bebida, para así apoyar la taza sobre una bella mesa de roble, tallada a fuerza de cincel y martillo, en la cual se elevaba una majestuosa escena de la batalla que hubo entre Ceto y Perseo. Ahora, puesto de pie y al instante de clavar sus ojos. Celestes como las cristalinas aguas del mar, en la calma oscura de los de Nazareno, declaró–. Porque el jugar a ser Dios, a la par de experimentar y asesinar madres en pleno proceso de embarazo, es una acción moral y éticamente deplorable.
–Sí, puede que sí –Terminó por admitir Nazareno, para luego cuestionarle–. Pero no puedes negar que, si la medicina avanzó en estos últimos años a paso de titanes, fue porque los resultados que se obtuvieron de practicar con productos farmacéuticos y del estilo directamente en humanos es mucho más productivo que si se lo hace sobre animales –Manifestó, solo para beber un excesivo trago de su bebida, ponerse de pie, al igual de quien alguna vez fue un camarada de laboratorio, esbozar una sonrisa maliciosa y enunciar de forma terminante–. Y ese es un hecho que no me puedes refutar.
Era verdad. No se podía negar que, cuando se experimentaba de lleno en seres humanos, los resultados obtenidos ahorraban años de tiempo que se suelen desperdiciar cuando, por moralidad, se procede a ensayar previamente en animales. Así lo demostró - solo por tomar el mejor ejemplo que la historia nos dejó - el escuadrón 713, donde, por más de veinte años, sus integrantes se dedicaron a llevar a cabo ensayos de vivisección, de armas, ataques y experimentos con agentes biológicos. Como si fuera una moda de la época y, para demostrar que ellos eran despiadados - inclusive más que sus aliados nazis–, no discriminaban a nadie por su edad, sexo o color al instante de seleccionar los conejillos de india que formarían parte de sus investigaciones. Cabe destacar - como un detalle que simplemente oscurece a la especie humana y le hace dudar a más de uno de que exista un Dios - que la anestesia era dejada de lado, por el sencillo hecho de que sin su uso se abarataban los costos y, al mismo tiempo, se la desaconsejaba porque según los mismos científicos “podía influir en los resultados”, la anestesia era dejada de lado. No obstante, tampoco era tan complicado atar a un niño o infante minutos antes de que se le practicase una vivisección. Por si fuera poco, era bueno ver hasta qué punto un humano llegaba a soportar el dolor indescriptible; un plus. Así, lo que fue con el escuadrón 713 en el Japón de la segunda guerra mundial, también lo fue el proyecto MK Ultra en los Estados Unidos de la guerra fría - basándose en los resultados de los compañeros del Sol Naciente - y, hasta ahora mismo, pues en la actualidad se sigue con prácticas similares a las que ambos entes, ahora inexistentes, realizaron en plena catástrofe bélica… Apoyados por el gobierno, indiscutiblemente.
Pero eso comenzaba a ser historia vieja. Al presente la resistencia en Washington empezaba a caer a raíz de la muerte sorpresiva del presidente y su mujer, y, a la vuelta del mundo, Rusia y China veían cómo sus imperios, que deberían de haber durado más de mil años, comenzaban a ceder frente a los ataques de los que hace algunos meses eran sus compatriotas europeos. Estaba más que claro que, antes de perder, seguramente la iniciativa “Estrellas Fugaces” rusa y su equivalente occidental darían inicio... Y, con ello, obviamente seguiría una ofensiva por parte de los demás participantes de la terrible contienda. Prácticamente todas las actuales potencias mundiales se matarían entre ellas a fuerza de bombas nucleares o algo por el estilo que dejarían un mar de escombros y cadáveres radiactivos. Desplazados en grandes porciones del mundo. Pero eso por el momento no importaba. En este instante, Nazareno y Nicolás se encontraban en las profundidades de la tierra, seguros ante lo que fuera que pudiera llegar a pasar en la superficie.
–Así que ahora que sabes lo que realmente se ésta haciendo aquí, ¿Qué vas a hacer? –Preguntó Nazareno, al momento en que, estirando su brazo, tomó el vaso y, antes de beber un sorbo, levantó la vista en dirección a los ojos de su compañero–. Espero que hagas lo correcto.
–¿Y qué sería “hacer lo correcto”? –Replicó el otro, irónicamente.
–Hacer lo correcto sería aquello que no me pesara en la consciencia al momento que decidas retirarte de esta elegante sala –Contestó Nazareno, para luego señalarle–. Ya sabes, hacer algo, por así decirlo, lo más “satisfactorio” para vos. Y, si la satisfacción es para ambos, mejor aún.
Nicolás tenía que utilizar bien sus siguientes palabras, pues tenía en claro que podrían llegar a ser las ultimas. Con una estatura que, por dar un valor, llegaría a los 1,70 metros, aquel sujeto poseía una tez clara, pecas en la cara, cabellos colorados que fueron cortados, dejando una cabeza completamente rapada y una precaria barbita de los mismos tintes. A pesar de poseer una altura que estaba entre los valores promedio de un ser humano, su evidente delgadez lo dejaba por debajo de su peso ideal. Aunque, por otro lado, éste detalle era menor cuando la gente lo veía. Esto, inconcusamente, era debido a sus hermosos ojos… Era como si unos luminosos faros celestes se hubieran instalado en un esqueleto vagamente cubierto con tiras de piel. Como de costumbre, él solía estar vestido con una bombacha de campo, una chomba y alpargatas; los colores variaban, pero casi siempre era la misma combinación de prendas. Por el lado de Nazareno que, a diferencia de su compañero, que se dedicaba más al trabajo de campo, él prácticamente vivía con el guardapolvo de laboratorio, viejo y manchado por algún que otro químico o, dependiendo de la hora, por café. A diferencia de anteriores días, hoy no llevaba puesto sus anteojos para descansar la vista. Por lo que sus ojos negros resaltaban con mayor fiereza. Respecto a su altura, tranquilamente se podría decir que él media tanto como el otro hombre de la sala. Mientras que, parecido y, al mismo tiempo, diferente a Nicolás, el científico gozaba del hecho de ser flaco, con el privilegio de estar en su peso adecuado. Otra cualidad que ambos compartían era que él también disfrutaba de unos pelitos oscuros en su barbilla, pero solo en su rostro, ya que los relativamente largos pelos de su cabellera poseían una tonalidad que iba tirando más al castaño oscuro que al negro como tal. Dejando de lado los detalles físicos, el uno y el otro demostraban personalidades completamente diferentes. Nicolás, por su lado, disfrutaba del trabajo al aire libre - sin desmerecer su labor como científico, ya que, no por nada, él formaba parte de este selecto, pequeño e inadvertido grupo - mientras que Nazareno vivía solo y simplemente para investigar. Éste último nunca había dado señales de tener una familia o una pareja, mientras que su compañero gozaba de la grata satisfacción de ser parte de una casta, con una bella esposa que lo amaba profundamente y una niñita en camino… Al fin y al cabo, ambos eran diferentes en más de un sentido. Pero eso no importaba cuando, de entre todas las pocas cosas que tenían en común, resaltaba el hecho de que ambos se habían graduado de médicos genéticos con honores en la universidad de Mercedes y habían demostrado profundos intereses en la teratología; o al menos así lo indicaban sus correspondientes tesis, que no descenderían de las trescientas páginas respectivamente. Los dos eran lo mejor que esta ciudad podía ofrecer en campos de mutaciones y alteraciones genéticas, solo que Nicolás era un hombre simple con una vida simple, en tanto que Nazareno era un sujeto hambriento de conocimientos y poder, que nunca estaba satisfecho con los saberes que fructificaban de sus investigaciones. Ahora, frente a frente, solo quedaba que la persona de campo eligiera cuidadosamente las palabras de su respuesta. Sin embargo, para hacerlo, se veía con la necesidad de saber - de una vez y para siempre - cuál es el porqué de tanta muerte que habían deparado los experimentos que el hombre de ciencias se encargaba de supervisar celosamente. No obstante, tenía en claro que si dicha pregunta, de llano, llegara a incomodar - de alguna forma - a Nazareno, todo podría concluir en que él se convirtiera en parte de los conejitos de india humanos; nunca se podía saber hasta dónde podría llegar el científico.
–Antes que todo –Comenzó a decir, al segundo que tragaba saliva–. Necesito que dejes las mentiras de lado y escupas la verdad.
–¿La verdad? –Preguntó Nazareno, con cierta extrañeza–. ¿A qué te refieres con la verdad?
–No juegues conmigo –Manifestó, terminante, el otro hombre en la sala–. Quiero saberlo todo.
–Bueno… Como lo desees –Accedió el investigador, sin mucho pensarlo ni meditarlo–. Tampoco creo que sea un secreto tan impactante como para generar una situación dramática donde los dos perdamos tiempo. Te contaré todo.
Al finalizar esas palabras tan significativas, Nazareno decidió volver a tomar asiento. Al instante de hacerlo, nuevamente pilló el exquisito vaso de whisky y sorbió un gran trago de la fina bebida; demonios que era un aguardiente de gran calidad. En el momento que ya se sintió satisfecho, dejó el cubilete a un costado de la mesa - para ser exactos, lo apoyó en la cara de Perseo–, estiró el cuello y levantó la cabeza para absorber las bellezas que el ostentoso cuarto exhibía... Y no era para menos. Las cuatro paredes que conformaban la habitación casi herméticamente cerrada - ya que, la única abertura que presentaba la misma era la puerta de madera que se encontraba detrás de Nicolás y, de manera evidente, al frente de Nazareno - tenía a sus paredes enfrentadas completamente ocupadas por libros de literatura antigua que iban desde los grandes clásicos como La Republica, pasando por La Divina Comedia y, llegando a épocas modernas, otros tales como Espíritu De Nueva Reconquista. Por otro lado, la pared que se encontraba al fondo poseía una colosal pintura que la cubría completamente. Tomando como referencia que en el medio de la habitación se encuentra la mesa y sillas, que conforman los únicos objetos móviles de gran tamaño, la tapia, que cuenta con la única puerta detrás de Nicolás, y, al final, la pared donde no hay ningún libro, detrás de Nazareno. En dicho bosquejo, uno podría observar maravillado la escena donde el héroe Perseo, ayudado por el escudo que le había sido entregado en manos por Palas Atenea, lograba derrotar a la Gorgona Medusa, matándole de un certero sablazo a la altura del cuello. El trabajo de quien sea que fuese el artista congelaba perfectamente la escena en donde la cabeza de la criatura se desprendía abruptamente del cuerpo escamoso y quedaba flotando por unos miserables segundos; por lo menos eso daba a entender. Lo interesante de la obra era que carecía de colores, siendo una pintura casi totalmente sin tonos. Y solo era “casi”, ya que los únicos rastros de tintes - diferentes al negro y grises que se esparcían por el óleo blanquecino - que llegaba a presentar la labor artística eran unas diminutas gotas de un rojo que costaba identificar y estaban pintadas de tal forma que proveían la información necesaria para darnos a entender que reflejaban las gotitas de sangre que despedía la bestia, producto del fenomenal corte proporcionado por el héroe.
–Todo empezó a principios de este año, 2018 –Así comenzó a relatar Nazareno, que volvía a centrar sus particulares ojos en los de su invitado–. En ese momento se daban todos los indicios necesarios como para presagiar que no faltaba mucho como para que una nueva guerra mundial, tercera si se puede llegar a decir, se encontraba a la vuelta de la esquina o, mejor dicho, al dar vuelta una canilla en la casa del emperador de Japón. Para ser realistas, solo cuando los problemas tocan a la puerta de los poderosos, recién ahí entra en juego la verdadera “emergencia de estado” –Explicó, irónicamente, para luego concluir con una pizca de lo que se supondría que fuese amargura–. Anterior a eso, si solo las crisis sacudían y afectaban a las clases medias y bajas, la emergencia es descaradamente reducida a una “alerta de estado” o algo por el estilo.
–Sí, eso es verdad –Acotó Nicolás, con sentimientos que deberían ser un calco de lo que el investigador impregnaba en cada palabra que enunciaba.
–Como decía, en el momento en que el emperador se dio cuenta del desperfecto y llamó al servicio de mantenimiento para solucionar el problema, uno no sabría la cara que habría puesto el sujeto cuando le informaron que, literalmente, ya no había más agua y, cuando él, evidentemente enfadado, les señaló que hasta hace un rato la misma fluía con toda normalidad, sus empleadores les indicaron, con envidia y enojo disimulado, que hacía rato había dejado de fluir agua en toda la extensión de la basta potencia y lo último de lo último que quedaba, había sido destinado al uso personal de “Su majestad” –Relató el científico, el cual efectuó una pausa para inhalar un poco del escaso aire que circulaba por algo más de cincuenta metros bajo tierra–. El emperador, consumido por una mezcla de emociones que iban desde el disgusto, la angustia y quién sabe qué más, preguntó, eufórico, por qué no le hicieron llegar antes la correspondiente información acerca de la situación. La respuesta era más que simple. Ya que, familiarizados con las actitudes del líder de la máxima potencia mundial, prevenían que éste haría lo que fuera necesario como para poder, una vez más, apretar el botón del inodoro y que de éste lograse correr agua nuevamente. Conociéndole, sabían que él no iba a pedir un poco de las demás naciones que gozaban de millones y millones de litros a desperdiciar. Para esas cosas estaba su gabinete que, mediante jugadas diplomáticos e intentos de tratados, buscó a toda costa lograr acuerdos con varias de las restantes potencias mundiales, para que así estás “compartan” un poco de su tesoro. Obviamente, cuando vieron que estaban recibiendo las respuestas que no querían, las preocupaciones emergieron como lava de un volcán en erupción –Narró el investigador, que volvió a tomar un suspiro para así tragar un poco de aire y, de paso, aprovechar para beber un trago de lo poco que quedaba del whisky en las rocas, y así concluir–. Por si fuera poco, lo último que le hacía falta al Imperio del Sol Naciente era que su máxima figura atentara contra las demás naciones. Gesto que, como ya te habrás dado cuenta, nadie en el mundo, aliados de Japón u enemigos de ellos, podría tomar para bien.
–No era necesario que contaras toda la historia –Le indicó Nicolás, un tanto impaciente por escuchar lo que él realmente quería oír.
–No lo era –Admitió Nazareno, para así preguntarle en un tono burlesco que, por un instante, asustó al trabajador de campo–. Pero ¡¿Qué es una gran revelación sin una introducción que la complemente?!
–Claro… –Susurró su compañero, un poco más nervioso de lo que ya estaba–. Prosigue con tu relato.
–Bueno, como ya sabrás, el emperador empezó a amenazar a los demás países en lo que, para su entender, era una manera de dialogar pacíficamente y así ellos accedieran a compartir sus recursos –Continuó relatando el científico–. La cuestión fue que nadie, tanto aliados de su país como los que no lo eran, tenía intenciones de compartir sus recursos; por lo menos ese recurso. Así, después de varias negativas, fue que el máximo líder del imperio decidió ir en serio y comenzó a “robarles” el preciado líquido a otros que tuvieran de sobra… Si es que se puede decir que, hoy por hoy, el agua le sobrase a alguien.
–Fue cuando Japón empezó a negociar con dictadores de míseros países de África –Indicó Nicolás, que evidentemente ya se sabía toda la historia–. No era que el país fue en busca de otras naciones que tuvieran reservas monumentales que desbordasen de agua, sino que iban por los que estuviesen dominados por jefes absolutos, a los que les que les importaría un comino el estado de su gente, con tal de que ellos pudieran tomarse dos o tres duchas diarias.
–Sí –Volvió a afianzar Nazareno–. Ni yo lo podría haber explicado mejor.
–Y ni siquiera Japón iba a buscar agua para Japón –Sostuvo el trabajador de campo–. Con tal de que los más poderosos estuvieran bien, ¿A quién demonios le iba a importar las demás clases? Con tal de que se les diera los meados de los de arriba, las layas medias y bajas iban a estar más que contentas. Total, cuando hay hambre, las migajas no suelen calmar el apetito, pero son mejor que nada… Y la gente agradece tener más que nada.
–¡Guau! ¡Veo que has estado muy al tanto de todo! –Exclamó, emocionado, el investigador al momento que empezaba a aplaudir exageradamente fuerte.
–¿Quién no podría estarlo? –Preguntó su compañero, con cierta ironía calcada en sus palabras–. La mitad del mundo se va al carajo en un minuto a otro, pero, a su vez, no éramos pocos los que ya sabíamos que no faltaba tanto para eso.
–¿Y cómo sabías que no faltaba tanto para esto? –Preguntó Nazareno, intrigado, aunque de seguro él ya tendría una respuesta para dicha cuestión.
–Siguiendo el hilo narrativo de lo que vos me estuviste contando hasta el instante en que yo te interrumpí, voy a terminar de una vez la historia para que así me puedas responder a la pregunta que te hice en un principio -Manifestó el trabajador de campo, escondiendo sus miedos lo mejor que pudo.
–Bueno –Accedió el investigador–. Como desees.
Una vez que terminó de enunciar esas palabras, el sujeto introdujo su mano derecha por debajo de la bella mesa de madera para así tomar una elegante - y, de seguro, costosa - botella de whisky, de unos veinticuatro años de añejamiento… El vaso old-fashioned estaba vació y no podía seguir así. Nicolás, por su lado, bebió el que sería el tercer sorbo del café que su compañero le había entregado cuando ingresó al cuarto. Si bien la situación era prácticamente de vida o muerte, el hombre de campo no parecía demostrar que así lo fuera. Compartía tanto con su allegado - en este sentido, claro–, que más que una reunión que definiría el futuro de su vida parecía ser una de esas tantas conversaciones como de las que ambos habían tomado parte a lo largo de su carrera, discutiendo sobre el valor de la ética y la moral, si el fin realmente justificaba los medios.
–Hasta ese momento –Siendo Nicolás el que ahora tomaba el estandarte para relatar–. La O.N.U. solo advirtió con sancionar a Japón por los ejercicios que estaba llevando a cabo. La falta de agua entre los pobladores de los países afectados por las acciones de la gran potencia, llevaron a que ellos, indignados por la sed que estaban padeciendo, llegaran a levantarse contra los lideres a los que en un principio habían apoyado en sus respectivos golpes de estado y, ahora, les pagaban con deshidratación –Al presente era él quien tomó una pausa para sorber un poco de aquella bebida espesa y oscura que, como un detalle que calificó como insignificante, poseía un agregado que no sabría cómo identificar pero que, al mismo tiempo, le pareció agradable al paladar–. Fue así como todos los tratos que los dictadores habían acordado con Japón fueron cancelados por firmas esbozadas con tintes de sangre de los jefes y trazadas por un pueblo que gritaba “basta”.
–Y en el instante en que los ciudadanos de un país se revelaron, los demás habitantes de las patrias ajenas siguieron sus pasos –Señaló Nazareno, siendo él el que escuchaba atentamente y comentaba ocasionalmente–. Los regímenes cayeron como si fueran tablas de dominó.
–Exactamente –Reconoció el investigador de campo–. Posterior a ese evento, fue que la potencia oriental, al ver que su plan en África había fallado y la sed estaba más cerca de volver que nunca, decidió aumentar la apuesta. Se arremetió directamente contra los países vecinos.
–En aquel tiempo fue que la O.N.U. procedió –Interrumpió Nazareno, nuevamente–. Bah, mejor dicho, procedieron las potencias que en verdad dirigían la Organización de las Naciones Unidas. Porque una cosa es organizar acuerdos con tiranos para robarle el agua a pobladores de Chad, Somalia o Etiopía y otra es tocar los bienes de poderosas naciones como lo son Corea Del Sur, Del Norte y, principalmente, China.
–Pues claro –Afirmó Nicolás–. El problema dejó de ser de la gente pobre y pasó a serlo de la de mayor poder adquisitivo. El imperio comenzó a comprarle agua a servidores gubernamentales corruptos de dichos países.
–Ahora fue cuando la situación se invirtió –Acotó el científico–. Ya que, en un lapso de muy poco tiempo, el pueblo chino empezó a sentir la sed a costa de que sus camaradas japoneses pudieran llegar a inclusive bañarse. Porque uno, en su ignorancia, pensaría que si no hay agua para beber existe la posibilidad de ingerir bebidas aparte de ésta, como gaseosas o demás, pero sabemos que estas en algún momento detendrán su producción a falta de la materia prima y sin contar que no puedes bañarte sin agua, o que para que las cloacas circulen debe de correr dicho líquido, o un montón de cosas más que no valen la pena explicar y que una costosa máquina, que transformaría el agua salada en dulce, no podría terminar de resolver.
–Pero, aun así, el problema no fue realmente problema hasta que, en un día ya olvidado, al girar de una de las canillas de la residencia presidencial, el agua no cayó –Manifestó el trabajador de campo, haciendo una cierta referencia a las palabras que su compañero había enunciado al inicio de la conversación–. Se repitió la misma historia, solo que, en vez de sonar en japonés, los reclamos ahora provenían, principalmente, en chino mandarín y en otras lenguas de la segunda mayor potencia del mundo.
–Fue como se dejó de lado el palabrerío inútil para pasar a dialogar en el idioma que todos entendemos y en el que finalmente terminan solucionando los problemas que la diplomacia casi nunca puede resolver –Declaró Nazareno, para luego efectuar una pausa a modo de que el otro ser de la habitación culminase con la frase que él había iniciado.
–La violencia–. Anunció Nicolás, al instante–. O, mejor dicho, la guerra.
–Y así llegamos al clímax de la historia –Anunció Nazareno–. Por un lado, tenemos a China, la segunda mayor potencia mundial, como ya se ha dicho, que se alió con Estados Unidos y los demás países que les son fieles a este último. Por el otro tenemos a Japón, la mayor potencia, que se unió a Alemania, la tercera y mayor fuerza de Europa Occidental, y con Rusia, la quinta. Por ende, vale la pena aclarar que a este frente se sumaron los países que guardan fidelidad a Rusia o, mejor dicho, rencor a Estados Unidos.
–Como ya sabemos, ahora mismo estamos viviendo el desenlace de la contienda que experimentan ambos fuertes –Declaró Nicolás–. Y, como escuchamos hace poco, Estados Unidos, China y Rusia están a punto de caer por la ofensiva que disparó Japón, traicionando al primero, y, más aún, por la separación de Alemania de la unidad en la cual se encontraba. Pasa que tampoco, si uno lo piensa en frío, no era equivocado decir que esto podía llegar a pasar. Sabemos todos que, a lo largo de la historia, el pueblo alemán fracasó humillantemente en las dos grandes guerras de las cual participo. Tampoco es nada nuevo que, si bien en estos últimos años se habían posicionado como una de las mayores potencias mundiales, nunca llegó a ser la primera, la ganadora, y solo tuvo que contentarse con ser la tercera –Explicó el sujeto–. Ahora, razonándolo, era obvio que ellos se cansarían de nunca ser triunfadores ¿Y que mayor posibilidad para posicionarse primeros en el mundo que en la situación que ahora mismo estamos viviendo y que lograron aprovechar al máximo? –Calló un segundo para beber un poco del escaso aire que circulaba por la habitación y cuestionar–. Solo bastaba preguntarse si todos los habitantes de Alemania querían esto, ¿No?
– Sí...–Afirmó Nazareno–. Es obvio si uno lo piensa un poco y es que, de este punto, voy a responder tu pregunta. ¿Por qué tanta muerte en mis manos?
De repente, el poco aire que recorría por la habitación se había vuelto más pesado y frío. La situación de por sí se había tornado oscura de golpe. Y era así, porque hasta ese entonces, Nicolás había dejado de sentir que el fin de la charla era sobre muertos y experimentos raros, para solamente ser una de esas típicas conversaciones que uno lleva a cabo con un colega. Ya saben, donde se habla y se discute. Eso ahora había cambiado. Se había vuelto al plano inicial, donde una respuesta no satisfactoria por parte del hombre de campo sería determinante para su porvenir, pero, para siquiera lidiar con ello, él tendría que saber de qué venían dichos experimentos. Estaba dispuesto a escuchar todo por más oscuro, siniestro y demente que fuera.
–La respuesta a tu pregunta justamente deviene de estos últimos hechos –Declaró el investigador–. Con la inevitable caída de las grandes potencias mundiales, es obvio que, antes de ser sublevadas, van a optar por una última y desesperada ofensiva nuclear. Como digo, cuando no tienes nada que perder, tienes todo por ganar. Las fuerzas antes nombradas prácticamente ya han perdido. Los único que les queda es llevarse al infierno a todos los que puedan porque, en el caso en que se rindieran, las cosas no van a mejorar, ni siquiera un poco.
–¿Y qué tiene que ver todo eso con los experimentos? –Preguntó Nicolás, desentendido por lo que su compañero le decía.
–Pues todo y más –Respondió el científico–. Sabemos que al culminar la guerra fría y hasta la actualidad, el desmantelamiento del arsenal nuclear mundial fue progresivo y casi terminante. Aún si hoy en día se dice que “todavía existen suficientes bombas nucleares como para acabar con toda la vida sobre la tierra”, la realidad no se acerca ni por asomo a ese dicho –Explicó, para tomarse una pausa y, como si lo siguiente a decir lo llenara de felicidad, anunció encantado–. Hoy por hoy solo existe una limitada cantidad de armas atómicas que permitiría a los bloques destruir a sus principales enemigos. En otras palabras, solo los grandes países perecerán por los ataques que se llegasen a ejecutar.
–Lo que nos dejará a nosotros, los aliados menores, inmutables –Acotó el investigador de campo, comprendiendo a la perfección a lo que iba su camarada.
–¡Y en ese entonces será cuando debamos prepararnos para dar el siguiente gran paso! –Exclamó Nazareno, con una felicidad que llegaba a aterrar.
–¿A qué te refieres con lo de dar el siguiente paso? –Quiso saber su antiguo camarada, tan extrañado como interesado por lo que tenía que decir el sujeto, pero, al mismo tiempo, con un miedo creciente por lo que podría llegar a escuchar.
–Para alguien con un promedio universitario y una tesis mejor que la mía, me sorprende que me preguntes cosas así –Confesó el investigador, en un intento por introducir un poco de comedia a un ambiente que estaba envuelto en un clima más y más denso–. Es más que indiscutible decir que, una vez que las grandes potencias del mundo se hayan matado entre ellas, nosotros, los otros que solamente juramos fidelidad a uno u otro bando para no correr la suerte del perdedor, al instante de finalizar la guerra, seguramente nos volveremos a dividir en bloques que intentarán imponer sus ideologías o ideales por sobre los demás. Tampoco está de más decir que esto seguramente llevará a que inicie una nueva guerra. Piénsalo así, si llegaran a nacer dos nuevas partes y una de ellas lograra imponerse sobre la otra, la que triunfe técnicamente dominará lo que quede del mundo para ese entonces.
–¡¿Cómo llegaste a esa conclusión sin ni siquiera saber si es que va a ocurrir un enfrentamiento nuclear entre las potencias, antes que todo?! –Exclamó Nicolás, envuelto en un sinfín de emociones y pensamientos que lo tenían estremecido.
–Primero, sé que va a pasar porque el hombre es un ser de satisfacciones momentáneas. Nunca termina de estar a gusto con lo que tiene y, por ende, siempre aspira a más y más –Así había comenzado a responderle el científico al otro sujeto de la habitación–. Por otro lado, tendrías que estar más al tanto de las noticias… Y más con el fin del primer mundo en progreso.
Antes de que Nicolás dijera palabra alguna, Nazareno introdujo su mano derecha, la hábil, en el bolsillo izquierdo de su bata de laboratorio. Luego de buscar por unos segundos, tomó un control remoto que, al momento en que él hizo presión sobre uno de los tantos botones que lo conformaban, emitió un efímero pitido que condujo, automáticamente, a que la pintura - que se hallaba a sus espaldas - comenzara a enrollarse para dar lugar a una pantalla de plasma gigante que, en cuestiones de segundos, quedó al descubierto y en sintonía con el canal de noticias local. El mismo que, en un fondo de color rojo y con letras blancas gigantes anunciaba, descaradamente: “Urgente, Estados Unidos ha dado inicio al protocolo nuclear que tiene por objetivo a las demás potencias mundiales enemigas”. Por si fuera poco, a un costado del gigantesco anuncio, un subtítulo declaraba: “Han fallado todas las negociaciones. Los Estados Unidos de América no piensan dar marcha atrás”.
–Bueno, como te habrás dado cuenta, parte del mundo está por irse al infierno… Literalmente –Le dijo Nazareno, instantes después de ver cómo Nicolás asimilaba lo que estaba ocurriendo y estaba por acontecer.
–No, no puede ser así –Acotó el trabajador de campo, desganado, como un estudiante que recibió una mala calificación en un examen luego de haber puesto todos sus esfuerzos en los estudios previos–. Esto no puede ser así, no puede terminar así.
–Y no va a terminar para nosotros. No por el momento, mejor dicho –Señaló el investigador, al instante en que presionaba otro botón del control remoto, lo que trajo como consecuencia la desaparición de la imagen de la pantalla y, posteriormente, la penumbra de la misma al ser encubierta por la bella pintura que volvía a aparecer en escena–. Además, no sé por qué dices eso si yo ya te expliqué que las naciones involucradas en este conflicto no cuentan con el arsenal nuclear suficiente como para derrocharlo en otros que no sean sus enemigos natos.
–Entonces, ¿A qué viene eso de “no por el momento”? –Preguntó Nicolás, que no terminaba de tragar el mal sabor del fin de una parte del mundo.
–Parece ser que nuevamente no me prestaste atención –Le indicó Nazareno, algo molesto por el comentario de su compañero–. Como ya te he dicho, es obvio que, al terminar este conflicto, inevitablemente uno nuevo vendrá y es por lo que debemos de estar preparados. El primer paso está en finalizar la edificación de los cimientos en los cuales estamos parados –Le explicó, mientras apartaba el vaso de whisky de la carpeta que había utilizado como su apoyo, y al perpetrar una sonrisa que uno no sabría si tomarla con risa, miedo o infortunio, agarró aquel dichoso contenedor y se la ofreció en mano a su cámara–. El segundo paso, bueno, el segundo paso es algo “especial” … Si así se puede definir.
“Proyecto N.O.V.A.” eran las únicas palabras, en dorado, que brotaban a lo largo y ancho de esa fina carpeta oscura. Podía observarse que las mismas letras se encontraban humedecidas por el sudor que desprendió el vaso.
–¿Qué esperas? –Le preguntó Nazareno a su compañero, al ver como éste notablemente dudaba en revisar el contenido del interior–. ¿No querías contestaciones a los experimentos que realicé? Pues bueno, al abrir la tapa tendrás todas tus respuestas.
Nicolás observó silenciosamente la carpeta por unos breves instantes. Muy en sus adentros, sabía que todo lo que quería conocer se encontraría allí, pero, lo que aún no podía llegar a saber era si tenía el coraje y la fuerza para hacerse de dichos conocimientos. Poseía las herramientas para obtener respuestas, pero no sabría si usarlas. Así permaneció, inmóvil, hasta que la curiosidad logró dominarle y, de un zarpazo demasiado exagerado, desplegó la tapa de la carpeta que obstruía su camino a la verdad final y absoluta.
–¡Mierda! –Gritó, instantáneamente, luego de que decenas de fotografías se desplomaran sobre la mesa en la cual reposaba el corriente café y el exorbitante whisky–. ¡Intuí que estabas obrando con mal, pero no estaba preparado para esto! ¡¿Qué diablos hiciste Nazareno?!
–No es lo que yo hice, sino lo que ambos hicimos –Le corrigió el científico, en un tono demasiado tranquilo para la reacción de su camarada–. Lo que ves en imágenes es fruto de ambos.
A lo largo y ancho de la mesa, las fotos de prácticas que iban de biopsias y cuerpos de mujeres descuartizadas y, en el mejor de los casos, despellejadas, se extendieron sobre la tabla como una corriente de agua que inundaba la Tierra. Por donde se mirase, las fotografías solo exteriorizaban el uso de una violencia que no se pudiera llegar a visualizar ni en las pesadillas más desagradables y retorcidas de un enfermo mental. La muerte era pieza infaltable de cada imagen y un recordatorio de que el hombre siempre demuestra ser un artista al momento de causar daño.
–¡¿Qué es todo esto de aquí que habla de prácticas radioactivas para alterar el material genético y cómo es eso de que de esto se puede obtener algún fruto?! –Pregunto Nicolás, tan escandalizado como aterrado por las imágenes que sus retinas iban reteniendo, por donde mirasen, a cada segundo–. ¿Y a qué vienen estos nombres que puedo llegar a leer en este pequeño apartado?
–Experimentos –Contestó Nazareno, demasiado cortante como para que pasara inadvertido.
–¿Experimentos? –Quiso saber el hombre de campo, desconcertado.
–Si –Acotó el investigador–. En especial, el mejor de ellos, es el que figura al final de lista.
Casi al mismo tiempo en que Nicolás bajó la mirada en dirección a ese nombre tan particular, sintió cómo las piernas le comenzaban a temblar, el corazón subía hasta la boca y los huevos a la garganta. Como bien el científico sabía, ese último mote marcaría un antes y después en la psiquis del hombre que tenía en frente. Podía predecir con suma tranquilidad que ese maremoto de sentimientos repugnantes ya estaría enterrado en el cerebro compañero: Miedo, desesperación, angustia, muerte.
–¡¿Qué mierda hiciste?! –Maldijo Nicolás, al instante que se abalanzaba sobre su antiguo compañero, que aún permanecía sentado, y con sus dos manos aferraba su cuello con fuerza; tirando al suelo el lujoso vaso de whisky, la botella que contenía el aguardiente, la taza de café a medio tomar y una decena de fotos.
–¿De qué hablas? –Preguntó Nazareno, con dificultad y fingiendo estar extrañado, debido a la enorme presión que sufría a la altura de las cuerdas vocales.
–¡¿De qué hablo?! –Repitió el antiguo trabajador de campo, evidentemente fuera de sus casillas–. ¡De esto hablo!
Fue lo que acotó, al momento que tomó la cabeza del sujeto con ambas manos para así impactarle un rodillazo con su pierna derecha, pararse para estar más cómodo y, sin darle un respiro, estamparle su cráneo contra la bella mesa de roble; con otra cosa que no era más que el odio más puro y sentido. Posterior al gran impacto, las pocas fotografías que aun habían quedado sobre la mesa se unieron a la demás en el piso; y esto era así ya que tanto fue la fuerza del choque de la cabeza de Nazareno sobre el mueble que el mismo generó una corriente de aire que terminó de disparar las imágenes restantes que todavía permanecían allí. Solo cuando Nicolás tomó con su mano izquierda la cabellera del que alguna vez fue su rival más respetado, una sola foto había quedado de entre las tantas que en aquel lugar se encontraban, pegada a la mesa por la sangre que un corte en la piel de la cabeza del investigador había desprendido por la brutal colisión que tuvo con el cuerpo del monstruoso Ceto. Alejandra Lezcano era una de esas palabras que se encontraba a simple vista de la foto y que Nicolás pudo identificar casi en un instante, como si el mismo nombre escrito quisiera que él la hallase. Debajo de ese inusual título, yacían varias imágenes de una mujer que estaría a poco menos de dos meses de parir. Las condiciones en las cuales se encontraba daban a entender que permanecía atrapada en algún pozo o fosa… La cual no sería besada por los rayos tibios y cálidos de la luz solar.
–¡Eres un enfermo! –Rugió Nicolás, al instante que le propinó un fuerte puñetazo en el estómago a su antiguo camarada, para luego tirar su débil cuerpo de investigador al sillón en el cual estuvo sentado en toda la conversación y así nuevamente proceder a abrazar su sensible cuello con dos manos cargadas de rencor e ira–. ¡Usad a una mujer, mi mujer, que lleva a una niña en su interior, para fines tan malignos es imperdonable!
–Si bien tus conocimientos fueron el pilar fundamental de este proyecto –Le susurró Nazareno a su camarada, mientras que con ambas manos intentaba disminuir la fuerza que las extremidades de Nicolás ejercerían en él, a la par de que pretendía levantar la cabeza para así reducir el sangrado; en un intento poco efectivo–. Estos niños van a ser el futuro de la humanidad y el futuro ya está aquí.
–¿El futuro? –Preguntó el trabajador de campo, para automáticamente aumentar la presión que imponían sus manos sobre el pescuezo de su antiguo compañero–. ¿A qué costo? ¿Al de una madre y su hija?
–No –Contestó el científico, que, a juzgar por su tono bajo y entrecortado, daba a entender que la vida se le estaba comenzando a escapar por los potentes brazos de su ex camarada.
–¿Entonces a cuál? –Quiso saber el hombre de campo, que ni por un instante había disminuido la potencia de su agarre.
–A uno mayor –Acotó el investigador, al instante que tornó su mirada en algo lo suficientemente significativo como para dejar de darle importancia a su propia vida. Algo que, a considerar por la dirección que seguía su mirada, se encontraría detrás del otro hombre de la sala.
Nicolás, que inmediatamente entendió que algo estaba pasando, clavó sus luceros en los oscuros ojos del sujeto, que se encontraba asentado en la silla, con la intención de así poder dar con “eso”, ayudándose del reflejo que sus espejos del alma podían llegar a brindar.
En un santiamén, el sujeto pudo llegar a visualizar la silueta de algo exageradamente alto que actuó con agilidad, a sus espaldas.
–De repente me duele el cuerpo, pero solo un poco –Anunció el investigador de campo, mientras dejaba toda pisca de concentración que estaba destinando para matar a Nazareno y así usarla para poder comprender y encontrar la fuente de ese pequeño dolor que había comenzado a surgir en su cuerpo.
–Y… Yo creería que mínimamente así tendría que ser –Señaló el investigador, para luego y de manera indiferente, evidenciar–. O sea, te acaban de atravesar el torso. Pero, ahora que lo pienso, con las drogas que añadí a tu café puede que no sientas mucho dolor. Al fin y al cabo, no ibas a salir con vida de aquí. Con esto quiero decir que en el desenlace de esta historia no iba a importar esa “respuesta satisfactoria” de la cual te hablé. Solo te dije eso para darte el falso y libre albedrío de pensar que ibas a sobrevivir.
–¿Qué dices? –Preguntó Nicolás, tan sorprendido como extrañado, al instante que agachaba la mirada solo para ver como una lanza muy fina y completamente pálida atravesaba su pecho, florecía en cinco largas y puntiagudas ramificaciones que terminaron por abandonar su cuerpo lentamente, dejando atrás una estela de uno que otro pedacito de carne y sangre; ese carmesí y pintoresco fluido.
–Si hasta ahora seguías con vida, era porque no quería perderme tu expresión en el rostro cuando te enterases de que estuve divirtiéndome con tu mujer. Por otro lado, me olvidé de comentarte que N.O.V.A. no es un proyecto en solitario –Acotó Nazareno, mientras introducía su mano en su bata y retiraba un pañuelo con el cual procedió a limpiarse su rostro; el cual se encontraba bañado en su propia sangre y, ahora, salpicado por varias gotitas del líquido rojizo que se desprendieron de su antiguo compañero–. Ya que recuerdo, también olvide comentarte que tu mujer espera dar a luz a dos niñas y no a una sola –Confesó, al momento que Nicolás comenzaba a perder la compostura y entrar en shock, para así luego preguntarle–. ¿Qué te parece si las llamo Sol y Belén? Lindos nombres, ¿Verdad?
Tan rápido como el hombre lastimado tomó noción de lo que su camarada le dijo, fue que cayó derrotado en el espectacular sillón, ahora dañado por un considerable agujero que atravesó tela, piel, tejido y, de donde colgaba, casi en tono burlesco, una tira de lo que supondría ser algún que otro órgano deformado por la perforación.
En ese soplo, Nazareno se puso en pie para observar por unos breves y efímeros instantes al sujeto con el que compitió toda la vida, aquel que más que compañero u amigo supo ser su rival más importante y que ahora reposaba a su frente, muerto. Después de concluir lo que debería de ser un chiste de duelo, el científico procedió a darse vuelta y empezar a caminar hasta posicionarse en frente de la pintura del héroe y la Gorgona.