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Un arcángel en exilio. Una raza de criaturas poderosas y vengativas. Un conflicto que puede acabar con el mundo.
La vida llena de lujos del Arcángel Lucifer se pone en pausa cuando se entera que El Paraíso está vacío y que su padre ha desaparecido. Buscando respuestas, se ve enfrentado a una raza de Dioses Creadores que no están felices con su padre y con el mundo que ha creado. Planeando terminar con este acto de herejía y dejar que La Oscuridad consuma al mundo, encierran a Lucifer en El Infierno.
Mientras, el amante del Arcángel intenta probar a sus enemigos que se equivocan sobre él. Sin embargo, el darse cuenta de que la influencia de Lucifer es mayor de lo que él creía, Kai se llena de dudas pensando que en realidad sólo es la mascota de Lucifer.
La Oscuridad que se avecina es el primer libro en la serie de fantasía paranormal de Susan-Alia Terry.
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Veröffentlichungsjahr: 2022
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Biografía
Querido lector
Derechos de autor (C) 2022 Susan-Alia Terry
Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2022 por Next Chapter
Publicado en 2022 por Next Chapter
Arte de la portada por The Cover Collection
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor
A Keith Abbott y todos en sus clases en la escuela Jack Kerouac de la Universidad de Naropa por ayudarme a desarrollar este trabajo desde un montón de notas sin sentido e ideas hasta una historia narrativa completa. A Susan Livingston por tu rol como editora, aun cuando la vida te llevó antes. A Rachel Johnson y Mindy DeBaise por su amistad, apoyo y entusiasmo. A Joe Cook por las invaluables notas y retroalimentación que me ayudó a escoger mejor qué valía la pena conservar, qué cambiar y qué guardar para después. Y al reverendo Treneater-Nuc C. Horton por siempre estar ahí para hablar conmigo y recordarme quién soy en realidad.
A mi papa que siempre creyó en mí aun cuando yo no lo hacía.
Con agradecimientos especiales para CK y SC por ayudarme a encender la chispa creativa dentro de mí que me inspiró para encontrar mi voz de escritora.
“No te vas a poner eso.”
Suprimiendo un suspiro, Kai miró hacia abajo y vio su ropa cambiar. En lugar de pantalones negros, playera y botas, ahora estaba vistiendo un atuendo hecho a la medida de color crema bronceado—con mocasines. Odiaba los mocasines. Volteó, esperando a que su amado entrara al foyer.
Lucifer, con el cabello blanco y suelto sobre sus hombros entró al foyer, trayendo un gato negro recién comprado en brazos y fijó sus ojos grises sobre él. Para alguien que siempre vestía algún tono de blanco— ¿y quién iba a decir que existían tantos? —Lucifer siempre tenía algo que decir sobre la vestimenta de Kai. De hecho, Lucifer lo vestía con tanta dedicación y fervor que alguien menos amigable — y Kai era muy amigable — lo llamaría obsesionado. Por eso Kai había tratado escapar de la casa antes de que Lucifer lo viera.
“Vamos Luc, eso no es práctico y lo sabes” dijo Te, alcanzándolos en el foyer y cambiando de ropa a Kai nuevamente por la que originalmente traía. “Cómo esperas que vaya a una operación de reconocimiento y recuperación con esa ropa y mocasines, no lo entiendo”
“Gracias,” dijo Kai, sonriendo.
“Vivo con filisteos,” dijo Lucifer con una mueca. “Lo mínimo que podrías hacer sería utilizar seda.” Ahora Kai vestía una camisa de seda negra y se negó a aceptar que le gustaba cómo se sentía.
“¿Ya terminaron de cambiarme?” preguntó, intentando sonar exasperado pero sólo logrando sonar con conformidad.
Te se rio. De su piel morena y el brillo de su cabeza calva hasta el arete de oro y sus dientes blancos, Kai tuvo que recordar algún tiempo cuando los ojos plateados de Te no estaban llenos de buen humor. Siempre vestido pulcramente, compartía con Lucifer una inclinación por la ropa linda y cara. Sin embargo, a diferencia de Lucifer, Te nunca había encontrado algún color que no le gustara o con el que no se viera bien. Su traje del momento era rojo a rayas, para completarlo un sombrero de hongo, corbatín y botines.
Lucifer les dirigió su mirada especial y, con su nariz alzada, se dirigió a la sala adyacente. Sentándose en un sillón al cual alargó, posando su cuerpo estirado de tal forma para crear mejor efecto visual. El gato imitó su movimiento y se estiró sobre él. Después de más de setecientos años juntos, Kai nunca se aburría de ver al que consideraba su pareja. Lucifer lo llenaba de fascinación y tenía su amor y devoción.
Te entró en la sala después de Lucifer y tomó asiento en un sillón y puso sus pies sobre el pedestal. Siempre era sorprendente ver que los muebles viejos y delicados de la casa no parecían protestar cada vez que Te se sentaba sobre ellos. Pero su tamaño era engañoso. Era cierto que medía casi dos metros y fornido, pero su personalidad, parecida a la de Lucifer, lo hacía ver aún más grande.
“¿Qué hay de bueno hoy?” preguntó Te cuando se prendió la televisión de sesenta pulgadas.
Lucifer nunca mantuvo en secreto que odiaba a los humanos. De hecho, hacía todo lo posible para exponer este odio a cuanta persona lo escuchara. Eso no significaba, de ninguna manera, que no disfrutara de la comida, ropa y aparatos creados por ellos. La casa estaba llena de lo que fuera que le atrajera, incluyendo lo último en tecnología.
“Amas de casa.” contestó Lucifer mientras cambiaba los canales.
“¿Ese es el que tiene a Kendra?” preguntó Te, apareciendo un plato de palomitas sobre sus piernas. Cuatro gatos más aparecieron de la nada y se posicionaron alrededor de las dos figuras.
“No la Kendra en la que estás pensando, no”
El demonio grande hizo una mueca y se metió un puño de palomitas a la boca.
Kai se recargó en el marco de la puerta, dándose un momento para disfrutar a su pequeña familia.
“Espera, espera. Regresa,” dijo Te.
“¿Es La semilla del diablo?” preguntó Lucifer, regresando al canal solicitado. “Oh, lo es, casi se me pasa— ¡buena vista!” Volteó a ver a Kai y lo llamó con el dedo. “Ven, sabes que quieres quedarte.”
Estaba en lo correcto. La semilla del Diablo era una de sus películas favoritas y las ganas de unírseles eran grandes, pero tenía trabajo que hacer. Kai retrocedió hacia el perchero que estaba por la puerta y tomó su gabardina de cuero.
“Tengo que irme,” dijo disculpándose y poniéndose la gabardina. “Te, ¿te molestaría darme un aventón?
Te volteó y sonrió. “¿Estás seguro? Gregory no se va a ir a ningún lado.”
“Estoy seguro.”
“Entonces, claro, sin problema. Feliz cacería.”
Con una última señal de adiós, Kai desapareció.
Estrella Roberta Maxwell estaba sentada en su escritorio contemplando matar a su jefe con el abre cartas — o mejor aún, la engrapadora, tomaría más tiempo. Nada era lo suficientemente bueno para Guillermo Ford Gregory III.
“Estrella, ¿ya enviaste esos número a Ginebra por fax? ¿Por qué tardas tanto? Tráeme otro café— éste está frío,” gritó a través de la puerta abierta William Ford Gregory III también conocido como El Gilipollas.
Cuando caminó hacia la puerta para responderle— ella pensaba que gritar en el lugar de trabajo era poco profesional— maldijo el nombre elegido por su madre y sus aspiraciones para ella por la enésima vez desde que había llegado a trabajar aquí. Presentarse como Roberta había sido en vano. El hombre había visto su nombre completo y después de verla por primera vez, prefería recordarle que se llamaba Estrella para recordarle que no lo era y nunca lo sería.
Diciéndose a sí misma nuevamente que este era sólo un trabajo temporal y que una vez que se terminara la semana podría quemar al hijo de puta, contestó educadamente, “Envié el fax hace veinte minutos. Pasan de las dos de la mañana en Ginebra, así que dudo que haya alguien para recibirlo.” Regresó a su escritorio y tomó su café.
“Claro que hay alguien. Para eso les pago. ¿Dónde está mi café? Lenta y tonta. Me hace pensar por qué te pago.
Roberta suspiró y trató de no perder la cabeza. “Llamaré a Sr. Prideaux y le traeré su café enseguida, Señor.”
Intentó que el “señor” sonara como un “chíngate” pero falló. Recordó su educación y no le permitió ser grosera con su jefe, sin importar qué tan grosero era él con ella. Se apuró a salir de la oficina, pensando qué hacer primero— el café o la llamada. De cualquier forma estaba jodida, así que rellenó la taza, sin hacer café nuevo, echando igual los sedimentos que quedaban en el café. Si no podía decirle que se fuera a chingar a su madre, podía por lo menos joder su café. Con una pequeña sonrisa, regresó con el café y lo puso sobre su escritorio.
Una vez fuera de la oficina, hizo la llamada a Suiza, preparándose mentalmente para decirle al Gilipollas que nadie contestaba.
Alguien contestó en el tercer repique. “’Allo?”
Roberta se llenó de alivio. “Sí, es el señor William Ford Gregory III llamando al señor Pierre Prideaux.”
“Habla Pierre.”
“Un momento por favor.”
“Señor Gregory, tengo al señor Prideaux en la línea, lo estoy transfiriendo ahora.”
“Pierre, hijo de puta, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu hermosa esposa? Excelente. ¿Le llegó el regalo que le mandé a tu pequeña? Le encantó ¿no? Bien, bien. Sé que es tarde y en serio te lo agradezco. Escucha, mi chica dice que mandó el fax. Y entonces, ¿lo recibiste? ¿Sí? Está bien, esto es lo que tenemos que hacer…”
Roberta cerró la puerta de la oficina cuidadosamente, logrando callar su voz. Podía sentir que sus ojos y nariz le picaban, los cerró y sostuvo la respiración, negándose a llorar. Escuchar que se disculpara sinceramente con voz de preocupación unos segundos después de haberle gritado le hizo querer llorar— ¿cómo podía ser tan bueno con todos menos ella?
Sólo tres días más, se dijo a sí misma. Tres días más y me largo de aquí.
Cubierto por las sombras, Kai se sentó en la muralla alta rodeando el complejo Gregory. Había pasado dos días ahí, viendo a la gente ir y venir, y quería terminar con este trabajo. El complejo donde vivía y trabajaba Gregory era una cosa tan grande y enredada que cubría al menos quince hectáreas de tierra en el norte del estado de Nueva York, como a una hora de la ciudad. El camino de entrada era largo y se curveaba hasta llegar a los edificios principales que se encontraban escondidos por el follaje del camino serpenteante. Cámaras de vigilancia se encontraban por todo el paisaje, dando protección más que necesaria a la entrada. Había guardias parados en la entrada y en un punto de control más cerca de los edificios, Kai lo sabía. De todas formas, la seguridad no era mucha y no sería un gran problema.
Lo que podría ser un problema, eran los gatos. Estaban por todos lados— rondando por los árboles, cazando, jugando entre ellos, tirados en el piso. No podía ver algún lugar que no estuviera lleno de estas bestias. No había forma de acercarse al edificio sin causar un desorden. Sin duda, Gregory había anticipado un ataque de Te y estaba preparado para ello.
Una esencia de ozono con canela llenó sus fosas nasales y sonrió un poco. “Uriel. Y yo que pensaba que me habías abandonado.”
“Cuidado vampiro, no te vayas a acostumbrar,” respondió Uriel
“Como si fueras a dejar que eso pasara.”
Kai se volteó para ver al arcángel, viendo si su respuesta había sido mucho. A pesar de que Uriel siempre lo acompañaba en estos trabajos, Kai apenas comenzaba relajarse en su presencia y aún se sentía algo incómodo con sus bromas. Como siempre, a Uriel no parecía molestarse— aunque Kai no tenía idea cómo se vería si esto pasara.
Vestido con una túnica negra con acentuaciones rojas, pantalones negros y botas de cuero negras, el cabello rojizo de Uriel, que le llegaba hasta el hombro enmarcaba sus facciones atractivas que parecían estar tallados en piedra, por la expresión que tenía. Kai se preguntaba si la piel de Uriel se rompería si llegase a sonreír.
Uriel ni lo miraba, en lugar de esto sus ojos comenzaron a ver todo el terreno. También era algo que hacía sentir incómodo a Kai, la mirada pesada de Uriel, que parecía que lo estuviera juzgando, como si no fuera lo suficientemente bueno— lo cual a juzgar por los desaires que le hacía, probablemente era verdad. Uriel era bien conocido como un asesino y fanático. Creador de grandes destrucciones tipo Sodoma y Gomorra le daban reputación— esta versión de él tan servicial no le ayudaba. De toda la familia de su amante, Kai dudaba que alguna vez se fuera a sentir cómodo con Uriel.
“Parece que tienes un problema,” dijo Uriel.
“Tan sólo una molestia,” respondió Kai, pretendiendo no haber estado en esa pared por dos días debido a los gatos. En ese momento Uriel además de subrayar lo obvio lo hacía sentir súper inadecuado para el trabajo.
“¿Cómo pensabas pasar los gatos?”
Kai miró hacia arriba. ¿Era burla lo que podía escuchar en la voz de Uriel? Maldito. “No había pensado tanto aún,” admitió sintiendo que se le cerraba la garganta con pena. “Podrías serme de ayuda” dijo Kai, sabiendo que era lo que el arcángel quería escuchar y odiándose a sí mismo por tener que preguntar.
Uriel se deslizó por la pared hasta el piso. Los gatos que estaban cerca de él inmediatamente vinieron corriendo. Ronroneaban y se le tallaban en sus pies, emocionados con su presencia. Los egipcios tenían razón al reverenciar a los gatos. Singularmente sintonizados a lo sobrenatural, la presencia de un gato podía asustar a fantasmas y espíritus y su saliva era venenosa para los seres sobrenaturales. Los gatos no podían herir a Kai, pero podrían hacer sonar la alarma y el tener a Uriel previniendo que esto pasara era de mucha ayuda.
Kai observó desde su posición como Uriel caminaba entre ellos, deteniéndose de vez en cuando para acariciar, tocar y rascar por detrás de las orejas de los gatos. Eventualmente cargó a un gato color gris y caminó algunos metros con él en sus brazos.
Se volteó y le dijo a Kai. “Baja, vampiro. No van a anunciar tu presencia.”
Roberta vio la foto de dos gatos sobre su escritorio, las mascotas de su predecesora. Se preguntaba qué les habría pasado. La mujer que había tenido su puesto había muerto de un infarto, después de haber trabajado ahí por quince años. Roberta no lo podía imaginar. Roberta era la tercera empleada temporal que había durado tantos días y eso porque le habían ofrecido una cantidad ridícula de dinero para tomar— y mantener— el trabajo. Tener la reputación de poder trabajar para quien fuera, sin importar qué tan difíciles fueran, tenía sus ventajas.
Pensaba que lo había visto todo y que podía manejar cualquier situación con una sonrisa y profesionalismo. Gregory puso a prueba esto en los primeros quince minutos de conocerse. Fue grosero, estúpido e insultante. Al final de la primera hora, ella estaba llorando en el baño.
Fue cuando se dio cuenta de la razón por la que pagaban cuarenta dólares por hora— era un soborno, hecho y derecho. La agencia finalmente había adquirido el negocio de su compañía y lo querían mantener. Si ella no podía aguantar, nadie podría hacerlo. Por cuarenta dólares por hora, ella podía aguantar— tan solo la idea de un salario así la dejó impactada. Podría finalmente abrir una cuenta de ahorros.
Eso era entonces, ahora sólo quería llegar al viernes. Una vez que fuera viernes, se negaría a seguir en el trabajo, y podrían sobornar a alguien más. Ella podía ser comprada pero también tenía un límite.
Suspiró y miró hacia afuera por las ventanas de la oficina. Le había sorprendido saber que la casa y oficina de Gregory estaba en una hacienda grande en el norte del estado de Nueva York. De hecho, él era adicto al trabajo que se recluía en su propiedad donde vivía y trabajaba, y esperaba que todos sus empleados fueran como él.
Ella se había instalado en la residencia de su secretaria anterior: una adorable cabaña de un piso con fachada de ensueño con una chimenea y paredes de piedra expuestas. También había dormitorios para los otros empleados— ella seguía sin entender para qué necesitaba a tantas personas que vivieran en el lugar. El edificio principal tenía una cafetería, una tienda de snacks y abarrotes y un gimnasio con spa y sauna. Las comidas eran deliciosas y la mayoría de los trabajadores eran amables, o un tanto raros. En conjunto no era un mal lugar para trabajar: tenía estadía y comidas pagadas; además de un muy buen salario.
Desgraciadamente, quien lo hacía inaguantable era la persona para que la tenía que trabajar.
Se había castigado a sí misma por haber sido seducida por el dinero, la comida gratis y el lugar para vivir gratis. Ya había pasado un mes. Al final de cada semana, quería renunciar y decirles que tomaran su trabajo y se lo metieran por el trasero, pero nunca hacía la llamada—diciéndose a sí misma que no era tan malo, y que descansara el fin de semana, y a ver cómo se sentía el lunes por la mañana, planeando llamarles si en realidad quería renunciar.
Pero siempre se convencía a sí misma de quedarse. Al principio cuando le ofrecieron la cabaña, ella se rehusó, diciendo que no se quería mover hasta que tuviera el empleo permanentemente. Era su forma educada de decir “Ni de puta madre.” Entonces, de repente su departamento en Brooklyn se había convertido en un condominio y se tenía que mudar. La esposa y ayudante personal del Gilipollas; Catherine, también conocida como la Dama de Hierro, se había metido y había empacado todas sus cosas y las había mudado. Así nada más. Roberta había querido objetar, pero cada vez que tenía la oportunidad, sus razones parecían endebles y se sentía avergonzada por si quiera pensar en quejarse. Además, vivir en la propiedad era más fácil.
Un par de los gatos que había afuera se correteaban entre sí. ¿Sería que ahí estaban los gatos de su predecesora? Cuando preguntó sobre los gatos, la Dama de Hierro le había dicho que a ella y a su esposo les encantaban los gatos tantos que hicieron de la propiedad un santuario.
A Roberta se le hacía difícil creer que alguno de ellos pudiera amar algo que no fuera el poder o el dinero. Tenían demasiado de ambos y no herederos. Tal vez los gatos se quedarían con todo; al menos que el par planeara vivir para siempre o hacer que lo enterraran con ellos— y ninguna de las dos teorías la sorprenderían si pasara.
“Vampiro, después de haber pasado tanto tiempo con Lucifer, me sorprende que aún le tengas miedo a los gatos,” dijo Uriel mientras caminaba, aun acariciando al gato en sus brazos.
“No les tengo miedo, tan sólo no me gustan,” contestó Kai, con la mirada al piso mientras navegaba entre los animales. “Gregory está en uno de los edificios adelante, ¿puedes ver en cuál?”
“No, se está escondiendo— su presencia está escondida y hay ecos por todos lados. Eventualmente podría encontrarlo, pero obtener la información de la vieja manera sería más rápido.
“Y probablemente más divertido,” añadió Kai antes de tropezarse con un gato color naranja y grande. “Lo hiciste a propósito,” le dijo al gato, que parpadeó y ronroneó inocentemente como respuesta. No dudaba que ambos, Uriel y el gato se estaban burlando de él. “Hazlo de nuevo y estarás calentando mis pies como mis pantuflas,” le dijo al gato, quien estaba completamente imperturbable.
“Tenía entendido, vampiro, que tu clase era famosa por sus reflejos rápidos.” Dijo Uriel tratando de no sonreír. “Tal vez los siglos al lado de mi hermano te han… debilitado.”
Kai se detuvo y volteó a verlo. “¿Tan rápido te vas a volver despreciable Uriel?”
El arcángel lo miró, evaluándolo. Inclinó su cabeza. “Con cuidado vampiro, será que te has vuelto tan sensible con la edad.”
Kai no podía evitar sonreír a pesar de su molestia, le caía bien Uriel. Continuaron caminando.
Eventualmente se detuvieron en una cerca, no había gatos del otro lado. Uriel bajó al gato que estaba cargando suavemente y lo acarició una última vez.
“Esas imágenes en el límite,” señaló a una línea de piedras, “hacen que los gatos no crucen la cerca. Es impresionante el esfuerzo, tiempo y gasto que Gregory invirtió en proteger la propiedad. Está bien protegido de todo menos mi raza— y tú, claro.”
Te le había dicho a Kai que Gregory tenía impedimentos mágicos, que por las protecciones de Kai, a ninguno le había importado. Los gatos habían sido una sorpresa, pero gracias a Uriel, no habían causado mayor inconveniencia. Esto probaba la culpabilidad de Gregory— nadie pasaba por tantos problemas para protegerse a menos de que estuviera escondiendo algo.
El estómago de Roberta gruñó. Se preguntó si podría escaparse para comer algo y tal vez traerle al Gilipollas su cena igualmente. Sabiendo que de cualquier forma le iban a gritar, después de verificar que no había nada que necesitara hacerse, decidió hacerlo. Cuando iba a salir de la oficina, se detuvo a escuchar, tratando de descifrar si seguía en su llamada telefónica o ya la estaba llamando. Seguía en la llamada, así que siguió moviéndose hacia fuera de la oficina.
Respirando profundamente, salió de la oficina, con la mirada y la cabeza bajas. Moviéndose rápido, pasó los guardaespaldas del Gilipollas que estaban en el pasillo. Eran de semblante asiático, todos altos y delgados, todos con el cabello largo puesto de diferentes formas, de una trenza a varias trenzas atadas para despejar su cara. Vestidos de negro y con tatuajes tribales complicados en cada centímetro de piel descubierta, tenían un aire amenazante que siempre hacía que el estómago de Roberta diera vueltas. No portaban armas a la vista, pero cada uno tenía una espada a la cadera. No les tenía miedo— solo la hacían sentir incómoda.
Después de pasar por el mar de guardaespaldas, respiró con alivio mientras caminaba por el pasillo hacia la cafetería. Como siempre, trataba de no mirar las estatuas que estaban en las paredes en intervalos regulares.
La Dama de Hierro tenía un gusto horrible en arte. Esas cosas horribles estaban por todos lados. También había horribles figurillas en el escritorio y los estantes del Gilipollas, algunos de los cuales parecían estar hechos de partes reales de animales— o gente. Pensar en ello la hizo temblar por el horror. Una vez que hizo un comentario sobre la decoración, La Dama de Hierro le dijo que tanto a ella como al Gilipollas les gustaba el arte primitivo y que de vez en cuando hacían viajes a lugares recónditos específicamente para añadir a su colección.
Una vez en la cafetería, olvidó sus pensamientos mientras checaba el menú. Una vez que se sentía mejor, escogió una hamburguesa con queso azul y papas a la francesa para ella— malditas calorías— y pastel de carne con puré de papas y una mezcla de vegetales para El Gilipollas. Sin duda él vería su plato y le preguntaría si “nunca has visto una ensalada, ja, ja.” Ella reiría cortésmente y desearía haber envenenado el pastel de carne.
Claro que sabía que estaba gorda, era obvio— como tener ojos color café. Pero había otras cosas de su cuerpo que le gustaban. Midiendo un metro ochenta era más alta tanto que El Gilipollas y La Dama de Hierro, con o sin tacones. Su cabello era largo, grueso y pesado y le encantaba que podía peinarlo o teñirlo como quisiera. Prefería un café cobrizo para teñirlo, creyendo que mejoraba su apariencia. No todo tenía que ser sobre su peso y estaba bien con ello.
Desafortunadamente, cuando había visitado a sus padres la Navidad anterior, su madre, quien era talla seis, se había molestado con ella por insistir que su pero no era algo para discutirse. Desde que Roberta había “tirado a la basura” su “prometedora carrera en el mundo del entretenimiento,” su madre sentía que lo único que tenía era su apariencia, haciéndole la pregunta— ¿quién quiere una esposa gorda?
Roberta tenía alrededor de diez años cuando se dio cuenta que su mamá era una ilusa en lo que se refería al supuesto talento de su hija. Tuvo que sufrir tomando clases de baile, sin darse cuenta de que no era nada agraciada, cuando se dio cuenta la hizo perder confianza en sí misma y la hizo una, aún peor, bailarina— si es que eso era posible. Tenía pesadillas de sus clases de canto. Sin importar cuánto practicaba, no podía combinar su voz con la música. Era completamente desentonada y la atormentaba la culpa por su falta de habilidad.
Ella seguía haciéndolo, soportando las miradas de vergüenza de los otros niños y sus padres cuando su madre alardear de que Roberta sería una estrella. Medianamente aceptable en la actuación, consiguió algunos comerciales cuando era una adolescente, pero después de una muy franca— y privada— plática con su agente, Roberta renunció.
Los trabajos temporales la habían salvado. Darse cuenta de que era buena haciendo trabajos de oficina le daba un sentimiento de orgullo— finalmente era buena en algo. Claro que su mamá nunca la perdonó por haber tirado a la basura su carrera de estrella. Después de ello, los viajes familiares y las llamadas telefónicas ocasionales eran todo el contacto que su familia podía soportar.
Cuando la comida estaba lista y empacada, la recogió y regresó a la oficina, preguntándose si El Gilipollas había notado que estaba o no. Temiendo haber estado mucho tiempo fuera, decidió tomar el camino por detrás de la cocina, la llevaría a la oficina más rápido que el camino por el que había venido.
Cuando regresó, la puerta entre las oficinas estaba abierta, podía escuchar al Gilipollas gritando. Asumiendo que le estaba gritando a ella— pues parecía que solo a ella le gritaba— Roberta lo ignoró por un momento mientras ponía su cena sobre el escritorio. Caminando derechita y poniéndose su armadura mental, Roberta llevó la cena del Gilipollas a su oficina, esperando un ataque verbal.
Una vez que Kai había pasado la cerca, notó una esencia y pudo entender por qué los gatos se mantenían en el pasto. Oliendo bien la esencia en el aire pudo notar que había cinco hombres lobo adelante. No necesitó su nariz para notar que no eran pura casta, ya que ellos nunca trabajarían para un humano.
Moviéndose rápidamente, fue hacia ellos. Estaban agrupados cerca de la segunda puerta de control. Los turnos debían haber cambiado, estaban tranquilos, riendo y fumando.
Sin bajar la velocidad, usando el elemento sorpresa a su favor, Kai le rompió el cuello a dos de ellos. Los mestizos sólo se transformaban durante la luna llena, y como faltaban semanas para ello, lo único que tenían a su favor era sus sentidos intensificados y su velocidad. Sólo con su edad, eso no sería suficiente. Lo rodearon preparándose para atacar. Esquivó a uno, tratando de saltar sobre otro cuando tres flechas en flamas aparecieron de la nada, matándolos instantáneamente.
“Maldición, Uriel.” Dijo Kai hacia su acompañante.
“Vamos, vampiro. No holgazanees,” dijo Uriel mientras lo pasaba, dirigiéndose hacia el camino.
Sin darse cuenta, su propia risa sorprendió a Kai. Tan incrédulo, estaba más entretenido que irritado. Corrió y se detuvo al lado del arcángel. Dos guardias mestizos estaban cerca de la entrada. Parecía que no habían escuchado la conmoción que había pasado antes en el camino.
“De ahora en adelante, déjame manejar las cosas,” dijo Kai, viendo a Uriel de reojo.
“Como quieras, vampiro.”
“Tengo un nombre, ¿sabes?” murmuró, antes de continuar caminando en el camino hacia los guardias.
“Claro que sí. Vampiro,” respondió Uriel.
Kai se bufó y negó con su cabeza, nunca podría ganarle.
Acercándose hacia los guardias, se sintió contento por poder pisotear a dos bastardos. Controlando su odio, continuó caminando, recordándose a sí mismo que estaba aquí de trabajo y por lo mismo debía contenerse y terminar con ellos rápidamente y sin torturarlos demasiado. Sabiendo que no lo podían sentir, se movió a un paso tranquilo, dándoles suficiente tiempo para verlo. Una vez que lo vieron, uno de ellos levantó su arma.
“Es suficiente,” dijo.
“Mestizos con armas,” dijo Kai, sin alentar su paso. “Si tuvieran un poquito de respeto por su raza le daría vergüenza.”
“Te vas a comer tus palabras,” respondió el guardia jalando el gatillo.
Los disparos alcanzaron a Kai en el pecho. Gruñó por el dolor mientras corría al frente, tomó el arma y golpeó al guardia con ella. El otro guardia le disparó en la espalda.
Kai maldijo, se volteó y saltó quitándole el arma mientras al mismo tiempo lo pateaba y le rompía las piernas. El guardia gritó y cayó al piso. Kai rompió el arma en dos y tiró los pedazos al piso.
Aún podía sentir las balas salir de su cuerpo. No le gustaba que le dispararan y probablemente debería poner más esfuerzo en evitar las balas, pero había algo que le gustaba— la mirada en sus atacantes cuando las balas no lo detenían. Valía le pena el dolor.
“Cuando la primera bala no me paró, debieron cambiar sus tácticas,” dijo burlonamente viendo al guardia a los ojos.
El guardia asustado trató de hacerse hacia atrás. “Esas balas eran de plata, además estaban bendecidas y mojadas con agua bendita. Tenías que haber muerto con el primer disparo.”
“Desgraciadamente para ti, no pasó.” El sonido de las balas cayendo al piso acentuó su respuesta. Sacando una botella de su gabardina, le quitó la tapa, tomó un trago grande y se lo tragó. Con la botella en sus manos, lo puso sobre el guardia y le vertió un poco sobre él, quien gritó y trató de quitarse. Sus ojos llenos de temor fijos sobre Kai.
“¿Qué demonios eres?”
“¿En verdad importa, considerando el estado en el que te encuentras?”
El mestizo tirado en el piso lo miró desesperado. Kai le dio otro trago al agua bendita. “Gregory. ¿Dónde está?” La mirada del guardia fija en la botella.
“¿Cómo sé que no me echarás más agua bendita?”
“No lo sabes. Sin embargo, lo que sí debes saber es que lo haré si no contestas correctamente.” Cumpliendo su palabra, Kai derramó otro poco de agua bendita sobre la pierna rota del mestizo, haciéndolo gritar más.
“Por favor… al final del corredor a la izquierda. Detente,” rogó el guardia, moviendo sus brazos.
Kai inclinó su cabeza. “Gracias.” Volvió a ponerle la tapa a la botella, la guardó y después se levantó para irse.
“Espera,” gritó el guardia. Al ver que Kai volteó para escuchar lo que le iba a decir. “No puedes dejarme así.” Señalando a su pierna que se estaba derritiendo.
“¿Y qué sugieres?”
El guardia miró al piso, evitando la mirada de Kai.
“Si no lo puedes pedir, no lo mereces.” Con una sonrisa sombría, Kai se volteó y se alejó, escuchando al guardia sollozando a sus espaldas.
Torturar mestizos antes de matarlos era su pasatiempo favorito— la idea de que podría matar a uno sin torturarlo era absurda. Rio consigo mismo, el agua bendita era como ácido en la piel de un mestizo y aun cuando se la lavaran los envenenaría hasta la muerte. Se quedó satisfecho al saber que la muerte del guardia sería lenta y dolorosa, aun cuando no se podía quedar a verla.
Uriel lo estaba esperando pacientemente en la puerta. Kai se sintió mejor viendo que el arcángel estaba divirtiéndose.
“¿Qué?” preguntó, sin poder dejar de sonreír.
“¿Ya terminaste? Yo, no tengo prisa.”
Kai comenzó a reír a carcajadas. Los mestizos eran alimañas, Uriel entendía su forma de pensar. Entraron juntos al edificio. En cuanto Kai cruzó el pórtico pudo sentir la magia, oscura y vieja colgando de la pared con un peso opresivo en el aire, pero no podía encontrar de dónde provenía. Uriel señaló las estatuas en el corredor. Kai lo miró cuestionándose.
“Para hacer que lo poco común parezca normal, para confundir y aturdir a la mente para que no haga preguntas,” dijo el arcángel explicando.
Kai instintivamente quería romperlas. Uriel le ahorró el problema, aventando flechas y destruyendo las estatuas mientras pasaban. No había más guardias que vinieran por el sonido, lo cual era sospechoso. El pensamiento de que no hubiera más obstáculos era un poco decepcionante, hasta que dieron vuelta a la esquina.
“Samuráis Ronin” las palabras de Kai se acompañaron de un suspiro de sorpresa de Uriel. Había seis peleadores tatuados en medio del corredor, sacaron sus espadas. ¿Cómo era posible que Te no supiera que Gregory tenía samuráis Ronin como guardias?
“Con esto no te puedo ayudar,” dijo Uriel sin haber sido preguntado nada. “Pero, te puedo ayudar así.”
Una espada apareció en las manos de Kai. La levantó y comenzó a practicar un poco, y no sólo era bella, también estaba bien balanceada. Cuando alzó su mirada para agradecerle a Uriel, pudo ver compasión en sus ojos color cobre, aunque no dijo nada. Kai volteó para volver a mirar a sus oponentes y comenzó a caminar hacia ellos, buscando en su mente por todo el conocimiento que su amo, quien había sido un ronin entrenado, le había enseñado sobre cómo pelear contra ellos.
Primero que nada, era nunca meterse en una pelea contra ellos, ya que perdería. En segundo lugar era aguantar hasta encontrar una oportunidad para correr, en el código de los ronin estaba prohibido perseguir a un oponente en retirada. El miedo hizo que se le pusieran los nervios de punta. Ni su amo ni él eran cobardes, pero los hechos eran así. Los ronin eran insuperables.
El hecho de que Gregory tuviera este tipo de guardias era sorprendente. Encontrar a alguien que supiera sobre los ronin era casi imposible y sus rituales eran precisos y complejos. Un mal paso y se acabaría todo— quien buscaba a los ronin normalmente terminaba muerto o convencido de no seguir buscando de una forma tan mala que nunca hablarían de la experiencia.
Los ronin nunca luchaban entre ellos, había leyendas donde ellos dejaban el campo de batalla cuando dos enemigos los hacían pelear entre ellos.
Con poderes telepáticos, maestros manejando cualquier arma, con fuerza supernatural, rapidez y resistencia: eran unas máquinas mortales. Hasta los Kazat sabían que no debían entrometerse con ellos.
Kai respiró hondo y dejó que sus instintos tomaran control. Su último pensamiento, antes de dar otro paso, fue preguntarse si Luc lo había escuchado y no había puesto ningún sello contra degollar personas y cosas, porque si lo había hecho, seguramente moriría.
Corriendo por el corredor, uno de los samuráis se separó del grupo para enfrentarlo. Su código de comportamiento decía que si eran más que los oponentes, sólo pelearían en el mismo número de personas que sus oponentes. Como estaba sólo, tendría que enfrentar uno a uno— un pequeño gesto de piedad.
Se detuvieron a unos pasos de distancia entre ellos. Kai hizo reverencia como era apropiado, viendo que sus oponentes se sorprendían por el gesto. Un segundo después alzó su espada y comenzó. Los dos caminaban en círculo uno frente al otro. Cada golpe fue rechazado, cada movimiento esquivado, cada vez acercándose más a la pelea en sí. Kai se relajaba con cada posición y movimiento, el recordarlos lo hizo sentir mejor en su habilidad.
Pronto, el juego se había acabado, y la pelea comenzó. Logró esquivar un espadazo que iba hacia su cabeza acompañado de un golpe que pudo rechazar con gracia. Tratando de desarmar al samurái, tomó un poco de air mientras el ronin desapareció y apareció de pronto detrás de él. Se recuperó rápidamente, apenas logrando evitar que lo partieran en dos. Así continuaron, ninguno de los dos ganando ni Kai retrocediendo.
“Suficiente.” Su oponente se detuvo de repente y le hizo una reverencia— más bajo que antes, Kai lo notó y dio un paso atrás.
El que había hablado dio un paso adelante. Kai pensaba que como el anterior no le había podido ganar, ahora tendría que luchar con este, y así hasta que sus fuerzas desaparecieran. La confianza que tenía antes desapareció en ese momento y cambió por incertidumbre.
“A ti te entrenaron como ronin.”
Sorprendido, le tomó un segundo a Kai contestar. “Mi creador, Aram, lo era, sí. Él, por su parte, me enseñó.”
El ronin asintió, con una mirada de regocijo y admiración. “El ronin Aram, recuerdo que era disciplinado y diligente, un buen estudiante. Le haces honor.”
Kai hizo una reverencia por el cumplido, inseguro de lo que pasaría después, aun cuando el escuchar el nombre de su creador y maestro le apretaba el corazón.
“Se ha comprobado la razón por la que estás aquí. Puedes perseguir a tu objetivo.” Kai estaba desconcertado, pero el ronin siguió, “el Señor Te es un amigo. Los ronin no vamos a interferir.”
Nuevamente se hicieron reverencia y Kai pasó a su lado hacia la salida. Al mismo tiempo todos se detuvieron frente a Uriel y volvieron a hacer reverencia. El que había hablado con Kai se acercó a Uriel y habló en voz tan baja que ni el sensible oído de Kai pudo escuchar. El arcángel se detuvo, con sorpresa en su cara antes de gobernar sus gestos, inclinando su cabeza hacia los ronin mientras pasaban frente a él, saliendo del edificio.
Kai sabía que no debía preguntarle a Uriel lo que le había dicho el ronin, aunque moría de curiosidad por saber. Le bastó con ver respeto en los ojos de Uriel cuando lo alcanzó en el corredor. Kai creyó que Uriel ya no lo veía sólo como la mascota de Lucifer o el mandadero de Te; si no como a un guerrero. Se llenó de orgullo por dentro, Uriel podía tener sus secretos.
Se dirigieron directo a la oficina central y abrieron la puerta. Gregory, perdido en su conversación telefónica, miró hacia arriba molesto por la interrupción.
“¿Quién demonios son y cómo entraron aquí?” gritó. “Roberta, ¿dónde está?” miró viendo hacia afuera de su oficina. “Pierre, tendré que devolverte la llamada,” dijo antes de colgar. Saltó de su silla y empujó a ambos intrusos yendo hacia fuera de su oficia. “Roberta”, la llamó nuevamente, aunque era obvio que no estaba ahí. “Mujer estúpida ¿dónde demonios te fuiste?” Murmuró. Miró hacia el corredor “¿Y dónde puta madre está mi seguridad?”
Kai y Uriel se adentraron más en la oficina y esperaron a que volviera, lo que hizo casi inmediatamente.
“Debí haber sabido que los ronin eran demasiado buenos para ser verdad. Imposibles de vencer mi trasero,” dijo caminando a su escritorio y sentándose.
Aunque Kai sabía que era mucho más viejo, Gregory parecía ser un hombre saludable de unos cincuenta años, delgado y con su cabeza aún llena de cabello negro con algunas canas.
Una vez que se le había pasado lo sorprendido, los miró a ambos con sus ojos prejuiciosos color café. “Y entonces, ¿qué es lo que quieren? ¿Quién los envió? ¿Los árabes? ¿Los rusos? Lo que sea que les estén pagando lo triplicaré.
Uriel se bufó de él desde la ventana donde estaba parado.
“Me envía el único de quien deberías preocuparte,” contestó Kai, poniendo su espada cuidadosamente sobre el escritorio. Gregory lo miró pensativo y después continuó como si no hubiera escuchado nada.
“Bueno, pues, obviamente le ganaste a mis hombres— ¿qué te parecería un nuevo trabajo? Aparentemente necesito un nuevo equipo de seguridad.” Se carcajeó.
Kai puso sus manos sobre el escritorio recargándose. “El Señor Te está muy enojado contigo.”
Cuando escuchó el nombre de Te, Gregory abrió sus ojos tanto como pudo por la sorpresa, palideció al entender. “Debe haber algún error. Vamos a llamarle. Estoy seguro que podemos arreglar esto.” Intentó alcanzar el teléfono pero Kai tomó su muñeca dejándola pegada al escritorio.
“No, no hay ningún error. Aparentemente, te has vuelto muy codicioso con tu adoración. Has cortado tus tributos, creo.” Kai apretó la muñeca de Gregory, presionándola contra el escritorio, haciendo que el hombre se retorciera. “¿Creíste que el Señor Te no se daría cuenta? Pues lo hizo, y ahora he venido a recolectar su deuda.”
“Claro. Déjame ir a mi caja de seguridad, te puedes llevar todo y mis más sinceras disculpas también.”
Kai negó con la cabeza, una sonrisa cruel marcando su cara. “A cambio de riqueza, poder e inmortalidad, prometiste algunas cosas. Firmaste un contrato. Un contrato que no has cumplido. ¿Crees que es tan fácil como abrir tu caja de seguridad y arreglar todo? Tú más que nadie sabe que ya ha pasado el tiempo para ese tipo de arreglos.” Kai agarró a Gregory por el cuello, llevándolo cerca de su cara. “¿Qué tienes que pagar ahora? Con tu carne, y a mi discreción, sangre,” dijo, lamiendo sus alargados colmillos.
“Espera, espera… No hagamos algo de lo que nos podamos arrepentir.”
“¿Cómo? ¿Cómo esto?” Kai lo tomó del antebrazo y apretó, rompiendo los huesos.
Gregory gritó. “Por favor, por favor, haré lo que quieras, sólo… déjame ir— di que no pudiste encontrar. ¡Por favor!”
“No.” Kai lo agitó y el hombre no se resistió. “¿Eso es todo?” Volvió a agitar a Gregory, el hombre se movía como una muñeca de trapo. “Después de todo lo que me hiciste pasar— me hiciste pelear con Ronins.” Lo volvió a agitar. “¿Y todo para qué?” Dejó caer al hombre, quien tomó su brazo y cayó a sus pies. “Llorón, no te mereces la consideración del Señor Te, mucho menos su piedad.”
Ira, calor y malicia, se apoderaron de Kai por su disgusto. Pensó que tendría que hacer más para convencerlo, incluso derramar un poco de sangre. Lo que fuera menos tener este magnate despreciable darse por vencido tan fácilmente. Kai notó la foto en el escritorio y se le vino una idea a la cabeza. Por todo lo que tuvo que pasar Kai quería— no, necesitaba un poco de carne y pensó en una forma de tenerla.
“¿Esta es tu esposa?” Gregory lo volteó a ver con terror. “Ella también se benefició de la generosidad del Señor Te, ¿no es cierto? Creo que me llevaré como un premio.” Ni siquiera trató de esconder su gusto al escuchar el grito atemorizado del hombre.
“¡No!” gritó con vigor. Kai lo pisó sobre su espalda, manteniendo al hombre boca abajo fijo en el piso. “No te diré nada, no me importa lo que hagas conmigo, pero no le hagas nada a ella… no te la lleves a ella.”
Finalmente algo de vida, algo de oposición. Kai miró al hombre tirado que lloraba, mentalmente pensando qué más podría hacerle que no fuera fatal, cuando se dio cuenta que no estaban solos. Miró hacia arriba, había una mujer en la puerta, perpleja.
Llegando a la puerta, Roberta se detuvo rápidamente. En el medio de la gran oficina había dos hombres. El que estaba vestido de negro tenía una complexión oscura, cabello color negro largo y tatuajes en su cara que bajaban hasta su cuello y por debajo de la camisa. El otro tenía cabello rojizo brillante y parecía salido de un cuento de hadas… ¿Tenía un arco y una aljaba en la espalda?
Lo más asombroso de la escena, no era la rareza de los hombres, que estaba a la par de lo que se veía normalmente aquí, pero el hombre tatuado tenía al Gilipollas fijo en el piso pisándolo.
Llorando.
No sabía qué hacer. Una voz dentro de su cabeza le dijo que corriera antes de ser notada.
Muy tarde. El hombre tatuado se había detenido y la había mirado. El otro, siguiendo su mirada, también la miró. Ambas miradas la dejaron atónita, y comenzó a temblar.
“¡Su esposa!” gritó el hombre tatuado acercándose a ella. “¿Dónde está su esposa?”
“No le digas nada a este hijo de puta chupa sangre, maldita vaca gorda. No digas una puta palabra.” El Gilipollas se puso de rodillas y le gritó.
Aún de rodillas y sollozando, me insulta. Sintió un poco de satisfacción cuando el hombre tatuado lo golpeó en la cabeza.
“Esa no es forma de hablarle a una dama,” le dijo al Gilipollas, quien empezó a llorar nuevamente.
“Por favor, no te lleves a mi esposa. Déjame… déjame llamar al Señor Te. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.” El Gilipollas pasaba de tratar de agarrar la pierna del hombre a tratar de no tocarlo. Roberta miró, fascinada, mientras hacía esto al hacer sus plegarias.
Le dio lástima, lo que la sorprendió, después de todo desde que lo había conocido lo había odiado. El hombre tatuado sacó de su gabardina una banda de metal que tenía una larga cadena pegada y tomando al Gilipollas por el cabello, se la puso— ¿un collar?— en el cuello.
Eso es— me quedé dormida en el escritorio. No hay forma de que esto esté pasando.
“Te han preguntado algo.” Dijo el hombre salido de un cuento de hadas, sacándola inmediatamente de su ilusión. “Deberías contestar.”
Se acercó hacia ella. Finalmente logrando moverse, le aventó la charola y se volteó para correr. Vagamente pensó que era raro que no escuchara la charola golpearlo o caer en el piso. Regresó en sí al ver que no se estaba moviendo.
“Voltéate.”
Su cuerpo no era suyo, ya que obedecía sin dudarlo. De pronto notó la charola puesta en el piso cuidadosamente como si ella misma la hubiera dejado ahí. El hombre se estaba acercando a ella. Muy tarde se dio cuenta que no debía mirarlo a los ojos. Sus ganas de hacer lo que fuera menos lo que él ordenara se desvanecieron en cuanto lo hizo. Algo en él sacó cualquier tipo de sentido de supervivencia. Ella le pertenecía, ardería hasta convertirse en cenizas sin mover un dedo para salvarse si él lo deseara.