La parabólica caída de X - Xuan Carlos Crespos - E-Book

La parabólica caída de X E-Book

Xuan Carlos Crespos

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Beschreibung

La parabólica caída de X es una historia de locura buena, de fantasía y de personajes a cuál más diferente. X es un escritor en crisis, pero no sólo por su trabajo, también por su enmarañada vida personal. Mientras trata de escribir guiones de serie B, se enfrenta a sus miedos, una ruptura, un reencuentro, dragones, al auténtico Adam, sirenas varadas, la Mujer Serpiente… Personajes que tejen espiral de situaciones reales, ficciones y paranoias que lo llevarán al borde del abismo de la locura.

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Primera edición digital: marzo 2017 Imagen de la cubierta: Nick Kenrick | Foter.com Diseño de la colección: Jorge Chamorro Corrección: Sandra Soriano Revisión: Blas Cabanilles

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Xuan Carlos Crespos © 2017 Libros.com

[email protected]

Xuan Carlos Crespos

La parabólica caída de X

Escenas deslavazadas y cuentos abisales

Estas páginas son especialmente para Olai, yesca y fuego de todo lo que arde en mi vida; para Lorenzo, que tres años después sigue intensamente entre nosotros; y Dora.

 

Por supuesto, para Y, por interpretar también los papeles de sirena varada, Mujer Serpiente o Becky; y, por último, para Adam y Jony, sin ellos no existiría la locura de esta novela y de mi mundo.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Mecenas

Contraportada

Capítulo I

 

Sssshhh, no hagáis ruido, X está empezando a escribir, es un pobre escritor que pasa por una mala racha; está empezando a escribir, todavía no sé si cuentos, un guion o quizás una novela. Está concentrado. Mirad, ahora va a poner el título; le da mucha importancia a los títulos, le gusta poner títulos originales. Pero yo también me voy a callar porque no quiero que se asuste, que gire la cabeza y vea que detrás de él se esconde un dragón desconocido, concretamente, que estoy yo. Ya puso el título.

Paranoia 2013 (Zanahorias gigantes vs. conejos mutantes)

Quiero contar una historia real o no; fantástica, eso sí. Una fábula de las que pasan en cualquier ciudad. Una fábula que puede ser protagonizada por un joven, Orson, que un buen día en su trabajo conoce a Zoe y se enamora de ella de forma irracional, como por otra parte ha de ser. De tal forma irresistible que pergeña un plan absurdo, como también suele ser habitual. Tan absurdo como todos los planes que son ideados encima de la brasa de los sentimientos invencibles. Para la realización de dicho plan contará, aunque a estas horas él no lo sabe, conmigo. También con Verbo, un amigo digamos que con ciertas peculiaridades o mejor adicciones, y con Cánovas, un anciano con un pasado más que curioso en el ámbito de las variedades. Queda, para empezar, lo más importante: quién soy yo. Como dije, esta es una fábula fantástica y para ello el narrador tiene que ser también fantástico. Quién mejor que yo, el gran Cary Grant. Sí, sí, galán elegante, irresistible, admirado por hombres y mujeres. En fin, resumiendo: un mito. Pero basta ya. Empieza la fábula y por lo que veo desde mi privilegiada atalaya Orson y Verbo están hablando:

—¿Ocón?

—Ocón no, Orson, como Orson Welles.

—¿Orson?

—Sí, fue un gran director de cine, un genio, un innovador.

—Ah, Orson, como tú.

—Y ese es el apodo que le di a Zoe.

—Zoe, mola el nombre…

—Como yo le dije que, además de camarero, quería ser director y que además estaba a punto de iniciar el rodaje de un corto…

—¿Además de camarero?, ¿te avergüenzas de ser camarero? Tío, que yo soy camarero.

—Ya lo sé. Y no, no me avergüenzo de ser camarero, pero pensé que si le decía lo de ser director a ella, que iba en dirección a la Escuela de Arte Dramático porque su sueño es ser actriz…

—Claro, y el diablo vicioso que está en tu cabeza te dijo…

—No sé por qué se me ocurrió esto. Decirle que estaba buscando actriz protagonista para el corto. Salió con naturalidad, no como si a las primeras de cambio le estuviese contando una mentira tremenda. Una actriz para mi último corto…

—¿Tu último corto…?

—Sí, joder, no le iba a decir que no tengo ni una mísera cámara. Vamos, ni un tomavistas de estos que tienen todos los abuelos…

—Cabronazo, mi Ocón…

—Orson, llámame…

—Mi Orson se ha enamorado de su Zoe como yo de…

—No, tío, lo mío es algo limpio. No hay órdenes de alejamiento, ni amenazas de padres. Fue verla y dejar de respirar. Necesitaba volver a hablar con ella y no precisamente detrás de la barra de una cafetería. Lo tuyo, lo tuyo, Verbo, es obsesivo, es algo distinto.

—Obsesivo. Impresiona cómo hablas. Pero yo creo que la diferencia es que yo me enamoro de más tías que tú.

—No, Verbo, la diferencia es que estás en tratamiento porque te obsesionas y no paras hasta robar las bragas y sujetadores de las tías que te gustan. ¿Tengo que recordártelo?

—Matiza, tío, que dicho así duele. Rosas, sólo bragas rosas. Bueno, y en alguna rara ocasión algún sujetador.

—Eso es, todavía no entiendo la facilidad que tienes para conseguirlo.

—¿A que mola?

—Si tú lo dices.

—Vale, ahora con la terapia también sé que es algo un poco sucio. Me lo dijo el psiquiatra. Me dijo: «Verbo, tu vida necesita algo limpio y bueno a cambio, para compensar y ayudarte así a salir».

—¿Y qué has decidido?

—Mira tú mismo.

—¿Qué coño es eso?, ¿ambientadores?

—Sí, tío. Los chinos no saben vigilar. Tantas cámaras y esos ojos diminutos no les dejan…

—No sé qué llegará primero, si la hostia de un padre que te pille rondando a su hija y localizando su tendal o sabe dios qué, para robar su ropa interior, o un chino espabilado que te ponga los ojos como los suyos.

—Que no, tío, que yo tengo un ángel. Por eso me llamo Verbo. Soy un tío de acción. A todo esto y pensando en esa chica, ¿cómo vas a conseguir que siga fijándose en ti, que te crea y no que vea que no la vas a dirigir en ninguna película?

—Ni idea, la verdad. Hablaré con Cánovas para que por lo menos me deje su cámara…

—¡Genial! Cánovas, esa loca. Querrá salir en la película, fijo. Es el maricón oficial de Nordesta. La artista del barrio de Pescadores. Tío, has de estar desesperado si es tu última opción.

—Es mi última opción. Por lo menos ganaré tiempo. Mañana quedé con Zoe para hablar del proyecto, del argumento y, quizás, le dije, de empezar con alguna escena.

—No tienes cámara ni argumento, pero quieres rodar mañana…

—Ella es especial, si no ve que voy en serio pasará. Además, debe de tener un medio novio pijo que la sacó de la cafetería sin más, en cuanto la vio hablar conmigo más de la cuenta. No creo que tenga mucho tiempo.

—No sé, tío. Una en plan porno y así por lo menos le tocas las tetas…

—Dios, ¿cómo puedo compartir piso contigo?

—Porque me quieres y te busqué curro guapo y de pocas horas en la cafeta de La Laboral. Porque estaba allí cuando la guarra aquella te dejó tirado…

—Vale, gracias por recordármelo. No sigas. Debo pensar en algo.

—¡Hostias, la Carmen-Eva! ¡Mira, mira, te dejo!

—Por dios, Verbo, no lleves más bragas rosas… ni más ambientadores a casa.

—No te oigo, tú piensa en lo tuyo que no es poco.

Y nuestro agobiado joven piensa que te piensa una idea para salvar el primer día. Y andando, andando cabizbajo, llegará a la casa del viejo y muy artista Cánovas.

—Cánovas, ¿estás en casa?

—Sí, ¿quién es?

—Abre, soy yo.

—¿Quién?, ah, tú, pasa.

—Sí, necesito pedirte un favor. Uno vital para mí.

—Pues dímelo entonces. ¿Se trata de dinero?

—No, no quiero dinero. Tú tenías una cámara de grabar, ¿no?

—Sí, una videocámara, ¿por qué?

—¿Me la podrías dejar?

—Si me explicas para qué la quieres y con esa urgencia, por supuesto.

Y nuestro amigo, el joven y rebautizado Orson, le contará al anciano exartista la historia que ya le contó a Verbo. El viejo se enternecerá, pero no hasta el punto de ceder de balde la cámara. No pedirá dinero, eso es algo demasiado grosero para un auténtico artista como él, claro que no. Pedirá…

—Te la voy a dejar con una única condición. Pero es una condición sine qua non. Si yo salgo, si yo participo en la película, no sólo tendrás la cámara sino que además correré con parte de los gastos que seguro tendrás.

—Pero, Cánovas, la verdad es que no estoy muy seguro de si puedo prometerte algo así. Todavía no tengo ni idea de lo que quiero rodar.

—Muy bien, no te meto prisa, te lo piensas y ya me cuentas. Necesito volver a sentirme como un artista. Cantar, bailar, actuar. Haz un papel para mí y dime dónde quieres que esté y a qué hora.

—Está bien, lo pienso. De momento estate mañana a las once de la mañana en la cafetería de La Laboral. Lleva la cámara y cargada la batería. Ah, y una última cosa, de ahora en adelante llámame Orson.

—¿Orson?, ¿como el genial Orson Welles?

—Sí, el mismo.

—Yo, en el cincuenta y nueve, en Madrid…, ¿o era Toledo? Nos miramos. Él buscaba un galán para su película, me cogió de las manos…

—Hasta mañana, Cánovas.

—De acuerdo, de acuerdo, allí estaré. Gracias, Orson, muchas gracias.

Y sigue en marcha el plan. Tenemos una actriz, un actor, secundarios de raza y experiencia, cámara, pero lo que no tenemos es… Suena el teléfono del nuevo Orson.

—Sí, ¿quién es?

—Soy yo, Zoe.

—¡Zoe!, ¿cómo tienes…?

—¿Tu número?, me lo diste tú, ¿ya no te acuerdas?

—Ostras claro, en la cafetería, ya me acuerdo, sí.

—Verás, no sé cómo preguntártelo. Me pasó una vez. Un loco se obsesionó un poco conmigo y se inventó el rodaje de un videoclip para poder quedar a solas conmigo en un sitio apartado. Fue horrible. Esto de mañana, Orson, ¿es serio, no? Quiero decir, es un corto de verdad, tienes un guion, un plan, un equipo aunque sea pequeño…

—Sí, sí, claro que sí. Es serio. No tenemos muchos medios, pero mañana lo podrás ver por ti misma. Tu rostro fue lo que encajó en la historia. Además, quedamos en un sitio público que ya conoces. No hay problemas como los que tuviste con el otro zumbado, somos serios. Espero que ya mañana mismo podamos empezar a rodar.

—¿Al final mañana rodamos?, pero si no tengo guion. ¿Cómo he de ir vestida o peinada?

—Tranquila. Quiero que vayas con el pelo suelto, que vayas vestida como siempre, cómoda. Vaqueros, camiseta, botas o playeros. Como quieras, pero por favor sé tú misma. Esa es la clave.

—Gracias por tu confianza. Para mí es muy importante. Gracias, Orson. A las once estaré allí. No sé si podré dormir por la impaciencia.

—Yo tampoco, Zoe. Hasta mañana, un beso.

—Otro para ti. Hasta mañana.

Y nuestro pobre hombre enamorado, sin historia, sin plan para el vital primer día, y las once cada vez más cerca. Es el momento, quizás, de que un galán inmortal intervenga o quizás no. Me manifestaré en su duermevela cual mito.

—Verbo, ¿eres tú?, ¿quién anda ahí?, ¿Verbo?

—No, lo siento, no soy tu amigo.

—¿Quién…?, oh, no, no, no, no. Mierda, ¿qué me pasa? Tú eres, tú te pareces, no, joder, tú estás muerto, tú no eres. Mierda, mierda, ¿qué haces en mi casa, has roto la cerradura o qué?

—¿Quieres que responda por algún orden?

—Mierda, responde ya o llamo a la policía.

—Sí, soy quien piensas que soy. Respecto a si estoy muerto, decirte que los mitos como yo no morimos nunca. Mi faceta, digamos que un poco humana-mortal, me permite no sólo entrar en tu casa sino también ayudarte en tu misión…

—¿Mi misión?, no me digas que eres uno de esos colgados. Dios, ha entrado en mi casa un loco parecidísimo a Cary Grant.

—Soy Cary, muchacho. El Rey de la Comedia.

—Bueno, bueno…

—¡El Rey de la Comedia!

—¿El Rey de la Comedia?, pero si ni siquiera te dieron un Óscar.

—¡Basta, jovencito, me dieron uno al conjunto de mi carrera y con eso sobra! Por lo tanto, como auténtico Rey de la Comedia puedo aconsejarte.

—¿Y cómo es que hablas castellano?

—En tu país, joven Orson, nunca hablé en inglés, siempre estuve doblado, así que es lo más natural que en estas circunstancias me siga expresando en castellano. Pero escúchame tú ahora: tú quieres que Zoe se fije en ti, ¿no?

—¿Cómo sabes eso? Ahora caigo, joder, qué susto, esto es una estúpida broma de Verbo, te lo ha contado…

—Yo soy un mito, un mito evanescente; y, la verdad, en el Olimpo de las artes me aburría. Me fijo a veces en la pobre naturaleza de los mortales, y tus esfuerzos por hablar con esa chica me parecieron conmovedores, pero ya cuando te inventaste lo de la película sin tener siquiera una cámara… Eso ya me obligó, si quieres decirlo así, a ayudarte en tu propósito.

—¿Cómo?, quiero decir, que si todos me ven contigo, con Cary Grant… Bueno, los que todavía se acuerden de ti…

—¿Cómo que…? Todos, ¿me oyes?, todos me conocen, a los mitos nadie nos olvida. Yo te daré consejos. Despreocúpate, que no me haré visible a nadie más. Imagínate que me vieran las mujeres, no podríamos avanzar un metro por las calles.

—Sí, eso.

—Consejo número uno, joven, seguridad. Tú eres el director y lo tienes todo muy claro. Segundo, no te fíes de otro para el papel protagonista. Tú serás el galán. Tercero, historia con muchos besos y de los de más de tres segundos de duración, y así irás acercándote a ella. Cuarto, su novio, cuanto más lejos mejor, porque esa monada tendrá novio, ¿no?

—Sí, me temo.

—Puedes encargar a Verbo que lo aleje, así nos libraremos también de él. Da tu amigo el perfil psicológico de alguien no muy centrado, la verdad. Por último, busquemos entre mis viejas películas, seguro que hay montones de ideas geniales que te pueden servir para la tuya. Una nueva versión de Encadenados, de Atrapa a un ladrón, de Charada. No, no, no, ya lo tengo: La fiera de mi niña. ¡Ah, qué genio de la actuación soy!

—No lo veo claro. Sí, eran películas entretenidas, pero yo quiero…

—¡Entretenidas!, retira eso ahora mismo.

—Perdón, perdón. Buenas, eran buenas.

—¿Buenas?

—Obras maestras en su mayoría.

—Todas obras maestras. Punto. ¿Qué es ese ruido? Alguien está abriendo la puerta.

—Hostias, debe ser Verbo que vuelve, ¿Cary?, ¿Cary?

—¿Cary? ¿Quién es Cary? Ah, bribón, has metido una churri en casa pensando que no te pillaría, ¿eh?

—Hola, Verbo, ¿qué tal? Nada, no es nada, olvida lo de Cary.

—De acuerdo. Olvidar es lo mío. ¿Avanzaste algo en el tema de la superpelícula?

—Ya tengo cámara, a cambio Cánovas pide participar en el proyecto. Le dije que bien, lo controlaré. Le daré un papel pequeño y ya está.

—¿Y yo?

—¿Tú qué?

—Sí, tío, me haría ilusión participar, aunque sea en una escena, sólo en una.

—Buf, no sé. Primero tengo que tener claro qué historia quiero rodar.

—Por favor, tío, yo te conseguí el trabajo…

—Haremos un trato. ¿Tú conoces al novio de Zoe?

—No estoy seguro. ¿Uno así moreno con pinta de modernillo, con dos aretes en las orejas, con gafas redondas, que la sacó medio a empujones de la cafetería…?

—Justo. Creo que estudia en Peritos, puedes localizarlo allí a primera hora. Necesito que lo tengas alejado del rodaje. A cambio, saldrás en la película. Además, cada día te dejaré una lista con lo que necesitamos para el rodaje y pelas para comprar. Cánovas, para que luego digas, colabora.

—¡Toma ya!, ¿y de qué va?

—Tengo varias opciones.

—¿Mañana es cuando íbamos a empezar?

—Sí, mañana, evita que el novio esté presente, haces las compras y luego tú te vas a la cafetería de La Laboral a las once.

—A las once, ok.

—Pues de acuerdo enton… ¿Qué es eso que te asoma del bolsillo de la camisa?

—¿El qué?

—Acércate.

—Para, para, que tengo bastante sueño. Hasta…

—Espera. Joder, dime que no es otro puto ambientador de los chinos.

—Pues si te vas a poner así, no te lo digo.

—Un día te van a poner la cara como un mapa o te llevarán en un coche patrulla o… No, mierda, si hay ambientador es que hay…

—Lo siento, tío. Pero si la hubieras visto. Una preciosidad.

—Pero ¿cómo lo consigues?

—Las sigo. Ella iba a la piscina de El Llano, le di tiempo. Luego observé tranquilamente el número de la taquilla donde dejaba la ropa, y el resto es muy rápido y sencillo.

—¿Pero ahí no hay cámaras?

—¡Qué va a haber! Nada. Si no hay denuncia, nada.

—¿Y luego?

—Un subidón cuando las conseguí. Estaba seguro. Rosas. Pero al poco tiempo la imagen de mi psicólogo lo ocupaba todo. Culpable. No sé por qué. No sé qué me ha hecho. Culpable. Me sentía culpable…

—Y fuiste al bazar chino…

—Pero no al de siempre.

—Y ¿por qué no los compras?

—¿Estás loco? ¿Para qué voy a comprar un ambientador si no lo necesito?

—Paso. Buenas noches, Verbo.

—Buenas noches.

Y no diré que nuestro joven Orson durmió bien, ni siquiera que se quedara dormido rápido y de forma reparadora. Se durmió de puro cansancio encima de unas hojas ahora arrugadas. Unas hojas que, seguro, esbozan ideas sobre la película. Ideas fundadas, más seguro aún, en algunos de mis títulos más inmortales. Buenas noches, Orson. ¿Orson? ¡Vaya, ahora que se había dormido…! Orson, tu teléfono móvil, es ella…

—¿Cary? ¿Sigues ahí? Pensé que había sido un…

—El móvil, muchacho, tu teléfono.

—Ah, sí. El… ¿Quién?

—Soy yo, Zoe. La del…

—Sí, sí. Oh, no, por favor, no me irás a decir que te rajas, que abandonas el proyecto.

—Oh, no, no, todo lo contrario. No podía más. Era para, siento ser tan pesada, confirmar que todo esto es serio.

—Sí, sí, ya tengo la historia terminada, creo. Quedamos a la misma hora.

—Y respecto a mi ropa, mi pelo…

—Ya te lo dije. Te quiero como eres. Vístete como todos los días, informal, moderna. Y el pelo, con que lo lleves suelto, perfecto para el papel.

—Pelo suelto, bien. ¡Qué emoción! Voy a rodar un corto.

—Seguro que lo haces muy bien. Yo confío en ti.

—Y yo en ti, Orson. Seguro que nos va a quedar genial. Conozco varios colegas que nos pueden ayudar, si te apetece, a moverlo en YouTube, en proyecciones en bares y en algún pequeño festival.

—Genial, sabía yo que acertaba al elegirte. Uf, son ya las nueve. En dos horas nos vemos.

—En dos horas, sí, nos vemos. Un beso.

—Otro para ti, Zoe.

—¿A quién mandas un beso?

—¡Hola, Verbo!, buenos días. Se lo mandaba a Zoe.

—¡Toma ya! Muy bien, socio, veo que te enseñé el camino correcto.

—Perdona, es el móvil. Es Cánovas.

—Hola, muchacho. ¿Sigue en pie lo de la película?

—Es, en realidad, un corto y sí, claro que sigue en pie. Quedamos a las once en el mismo sitio.

—Perfecto, porque tengo varias ideas para mi personaje.

—¿Personaje?, pero si aún no sabes de qué trata la historia.

—Digamos que son ideas que pueden encajar en cualquier historia.

—Miedo me das. Anda, no me entretengas. En dos horas nos vemos.

—Adiós.

—Adiós.

—No me digas que es verdad que sale el viejo en la película. ¿No era broma?

—Vale ya, recuerda, tú también puedes salir siempre y cuando cumplas lo acordado.

—Tranqui, tranqui. Despídete de ese gilipollas, no nos molestará. Y luego haré las compras.

—Bien, en la cocina tienes la lista y el dinero.

Día uno

Y llegamos, sí, Orson y yo, al sitio de la cita. Yo con dudas y, por qué no decirlo, con la ilusión de que al final el muchacho hubiera elegido como argumento una de mis películas. ¡Cuántos trucos de seductor podré enseñarle! Llegamos los últimos. No encontraba la carpeta con los papeles en los que había estado trabajando casi toda la noche. Allí estaba Cánovas con los ojos maquillados, colorete excesivo en la cara, como si fuera a rodar una película de cine mudo. Estaba, por supuesto, ella, Zoe, sí, la verdad era una joven muy atractiva. No una belleza inmortal, no, claro, pero aún nerviosa como estaba se veía claramente lo que Orson notaba en ella. Con melena suelta, vaqueros con hebilla de cinturón grande, camisa y una chaqueta roja para dar un toque de color, y ligera, encima. Miraba a Cánovas extrañada, pero ella no hablaba. De su novio, a dios gracias, no había noticias. Cuando vio a Orson una amplia sonrisa hizo que mi acompañante casi se derritiera. Nos sentamos, pedimos unos cafés y… Bueno, es verdad, pidieron. Yo permanecí detrás del muchacho. Antes de empezar a rodar y de que Orson empezara a hablar llegó Verbo cargado con unas bolsas y le guiñó un ojo, dijo: «Socio, todo ok». Orson, entonces, arrancó:

—La idea que me ronda la cabeza es realizar una versión libre y actual de…

Yo al oído le decía: «Enamorados, Charada, Sospecha… Dilo» y él:

—La invasión de los ladrones de cuerpos.

Hombre, no me jodas. Sí, ya sé que en un mito como yo, de mi talla, no queda apropiado decir esas palabras, pero… Joder, joder, joder. ¿Qué se podía hacer con una película fantástica de serie B? ¿Ciencia ficción? ¿Dónde se podrían meter escenas románticas? El chico se dio la vuelta, me hizo callar, pero yo no conseguía que la mala baba se me fuera. La misión era un fracaso antes de empezar.

—Lo tengo todo pensado y apuntado. Será un corto con muchos primeros planos para que los actores y, por supuesto, la actriz os podáis lucir. Serán cuatro días, calculo, de escenas con voz en off que narrarán la terrible historia del pueblo de Santa Mira, donde sus pacíficos ciudadanos parece que están siendo abducidos por unos alienígenas. El doctor Miles, que seré yo mismo, y Becky, que será Zoe, investigarán qué hay de verdad y de dónde proceden esas extrañas mutaciones que perciben en algunos vecinos. Es una versión libre, claro. Además, espero que sea original. Yo, por mi parte, estoy preparado para empezar cuando…

Pero a Zoe-Becky le sonó el teléfono. Miró la pantalla. El imbécil de su novio. Todo iba a ser un fracaso, seguro que ahora la convencía para que dejara esta estúpida historia de, ¡por dios!, alienígenas…

—¿Qué quieres? Te dije que hoy por la mañana me dejaras respirar…

Uy, uy, uy. Sólo la oíamos a ella, pero parece que la chica está enfadada. Quizás, después de todo, hay una…

—¿Cómo que te han detenido? ¿Te van a pasar a un juzgado para que te interrogue un juez?, ¿es una estúpida broma tuya? Te he dicho que voy a rodar ese corto, que me apetece. ¿Cómo que te estaba esperando la policía? ¿Que tenías qué…?

Zoe escuchaba la voz al otro lado del teléfono, a nosotros sólo nos llegaban voces nerviosas de un chico. A la distancia que estábamos era difícil entender lo que le decían. Sólo podíamos estar muy atentos a las palabras de la muchacha…

—¿Qué te pasa, Zoe?

—Nada, Orson. No te lo creerías. Espero. ¡Oye! Sí, ahora sí, ahora hablo contigo. ¿Cómo vas a justificar que el maletero de tu coche estaba lleno de bragas? Y rosas todas. Mira que eres raro. No, no me vengas con más tonterías. Ahora estamos discutiendo el plan de rodaje para hoy. Tú estate tranquilo. Di lo que quieras al juez y yo cuando termine aquí te llamo. No, no, no quiero seguir hablando. No, a mí no me intentes convencer de nada. Si me estás diciendo… ¡Por dios!

El interlocutor de Zoe seguía hablando.

—Qué me tengo que creer, que tu coche en la calle fue forzado por alguien, que te abrió el maletero y que luego sin dejar marcas te lo llenó de bragas rosas. ¿Eso es lo que quieres que me crea?

Zoe escuchaba incrédula y añadió:

—Y que además llamaron a la policía para que cuando fueras a recogerlo te detuvieran como a un pervertido «roba bragas».

La cara de Zoe era un poema.

—Que tengas un buen día y que el juez te crea, o por lo menos no te ponga una condena muy grande.

Parece escucharse un último alegato al otro lado de la línea:

—No, que no, no quiero seguir hablando.

Y cuando colgó tenía unos ojos brillantes. No sé, la verdad, si de furia o de tristeza, pero desde luego cada vez que me fijaba en ella me ganaba más a mí. No era tan normal. El muchacho sí que había sabido escoger. No como la película. Dios mío, en vez de una versión de mis clásicos…

Pero bueno, en un momento inmediato la película se puso en marcha. El chico dice unas palabras al oído de Verbo que pone cara de extrañeza y luego se va raudo. Los demás, Cánovas y Zoe, le escuchan atentamente. La primera escena está a punto de empezar a rodarse… ¿Qué veo, qué es lo que tiene el viejo en la mano…?

—Cánovas, ¿qué se supone que es eso? ¿Una claqueta?

—Una claqueta, recuerdo de mi primera película. Espera, antes de poner la cámara en el trípode, déjame que ponga con la tiza: «Escena 1ª. La invasión de los ladrones de cuerpos».

—Gracias, Cánovas. Vamos a… Verbo, ¿me trajiste lo que te anoté?, ¿pero qué me traes?

—Zanahorias. Es que lo de «algo parecido a unas vainas gigantes» como que en la frutería no les quedaba. Dudé si compraba unas calabazas, pero al final me decidí por las zanahorias.

—Zanahorias, ¿y cómo hago creíble que los cuerpos humanos mutados salen de…?

—Tranquilo, Orson, ahí está la magia del cine. ¿Sabes un buen truco?

—No, Cánovas, no.

—Primeros planos. Todo en primer plano, distorsiona la realidad y cambia los tamaños. Con un primerísimo plano podemos hacer creer que las zanahorias tienen un tamaño monstruoso. Pondremos un primer plano y muy poca luz. Verás qué resultados.

—Yo creo que Cánovas tiene razón.

—Gracias, Zoe.

—Venga, Orson, ese ánimo arriba, nos va a quedar genial.

—De acuerdo. Verbo y Cánovas, vestíos.

Y Orson se derretía por esa sonrisa. Le volvía el valor y le huía el buen juicio. Quiere conquistar a la muchacha a través de zanahorias. Oh, no, por dios, lo que faltaba. El Verbo ese ha vuelto del baño y está como disfrazado de niño pequeño, ¿de dónde habrá sacado unos pantalones tan cortos? Por lo menos, por el tema de las clases y la hora, la cafetería está vacía, sólo nosotros.

—Pero, Verbo, tío, con esos pelazos en las piernas, ¿quién se va a creer que eres un niño pequeño?

—Orson, primeros planos, poca luz y será un éxito.