La pasión está en juego - Sandra Marton - E-Book
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La pasión está en juego E-Book

SANDRA MARTON

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Beschreibung

Había que asumir las sorpresas del destino... Keir O'Connell supo que tendría que marcharse de Las Vegas cuando se dio cuenta de que se moría de deseo por Cassie, una bailarina que trabajaba en el famoso hotel de su familia. ¡Parecía que el calor del desierto de Nevada le estaba afectando al cerebro! Así que Keir partió hacia el este y allí puso en marcha un nuevo negocio, pero los recuerdos de aquella, bailarina no lo habían abandonado por mucho que lo hubiera deseado. Y entonces Cassie volvió a aparecer en su vida. De algún modo había conseguido que la contrataran en el nuevo restaurante de Keir. Él siempre había creído que no se debía mezclar los negocios con el placer, la única opción que tenía era hacer que su empleada fuera también su amante...

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Seitenzahl: 161

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sandra Marton

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La pasión está en juego, n.º 1457 - marzo 2018

Título original: Keir O’Connell’s Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-738-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Final del verano, en la carretera hacia Las Vegas.

 

EL SOL, con su luz dorada, teñía el borde del desierto mientras Keir O’Connell cruzaba el estado de Nevada.

La carretera estaba vacía y él conducía a gran velocidad. El Ferrari negro iba comiéndose las millas como un pura raza que era. Pasó al lado de una señal luminosa tan rápidamente que Keir no pudo leerla, pero no le hacía falta. Sabía lo que decía.

75 millas a Las Vegas. Bienvenido al Hotel Casino Desert Song.

Setenta y cinco millas. A la velocidad a la que conducía no tardaría más de media hora. Keir apretó tranquilamente el pedal del acelerador. Llevaba dos días en la carretera, conduciendo prácticamente sin descanso. Sabía que se había entretenido mucho y que si no se daba prisa se perdería la boda de su madre.

Perderse la boda de la duquesa no era posible. Esperaría hasta que sus seis hijos hubieran llegado antes de pronunciar los votos que la unirían a Dan Coyle y, después, se ocuparía de despellejar al responsable del retraso.

No, perderse la boda no era una opción, además, Keir comprobó la hora en el salpicadero del coche y tenía tiempo suficiente. La ceremonia no era hasta el día siguiente. Se dijo a sí mismo que conducía tan rápido porque quería pasar algo de tiempo con su familia y eso era verdad, en parte, pero lo cierto era que conducir rápido lo relajaba, también estar con una mujer, pero era la última cosa que necesitaba en aquellos momentos.

No había tocado a una mujer en tos treinta días en los que había estado fuera. Había pasado un mes desde que se comportó como un idiota bajo la luz de la luna con Cassie Berk.

Un mes. ¿Solamente había estado un mes fuera? ¿Había tomado tantas decisiones importantes en solamente cuatro semanas? Parecía imposible, sobre todo para él. Se había pasado la vida aguantando las bromas de sus hermanos que le decían que era un previsor vigilante.

–Ten cuidado –le había dicho su madre el año en el que consiguió su título de piloto. Uno de sus hermanos, probablemente Sean, se había reído mientras le había asegurado a su madre que no había ninguna razón para preocuparse, Keir nunca tendría un accidente a menos que lo hubiera planeado primero.

Keir frunció el ceño.

Entonces, ¿cómo era posible que estuviese a punto de despedirse como director general del Desert Song y mudarse a doscientas cincuenta millas de distancia e instalarse en un viñedo en Conecticut, un viñedo donde había invertido una pequeña fortuna?

Keir se removió en el asiento, intentando encontrar una postura más cómoda para sus piernas.

Lo que estaba a punto de hacer iba a poner nervioso a más de uno y, para qué iba a engañarse, la idea de volver a ver a Cassie tampoco le gustaba nada. No había nadie que no hubiera hecho algo estúpido alguna vez. A pesar de lo que Cassie le había llamado, no era lo suficientemente arrogante como para pensar que él era una excepción. Lo que había hecho aquella noche…

Le debía una disculpa, con el tiempo ella se habría calmado. Pero en realidad todo lo que había pasado había sido culpa de la luna, del exceso del champán, de aquel baile agarrado y de que él había sido elegido padrino de boda de Gray Baron y Cassie la dama de honor de Dawn Lincoln.

Pero la verdad era que todo había sido culpa suya y estaba preparado a admitirlo. Él era el jefe de Cassie y sabía perfectamente las reglas sobre acoso sexual. ¿Lo sabía entonces? Las había escrito para el hotel, no solamente las reglas sobre acoso, sino otras que reflejaban lo que él esperaba de su gente. Lógica, juicio, sentido común. Él creía en aquello principios, había construido su vida sobre ellos… y, aquella noche con Cassie, los había olvidado todos.

–Eres un arrogante, egoísta hijo de perra –había dicho ella cuando él había hecho lo correcto, retroceder un paso y tratar de disculparse.

¿Le había dejado hacerlo? Ni hablar, se había puesto hecha una furia y le había llamado cosas que quizá hirieron su ego, pero que eran verdad. Él nunca tendría que haber intentado nada con ella. La había puesto en una posición que la perjudicaba, tanto si le hubiera correspondido como si no lo hubiera hecho. Pero lo había hecho. Él la había tomado en sus brazos en una oscura esquina del jardín en aquel rancho de Texas. Un segundo más tarde, ella le había correspondido apasionadamente, abriendo la boca, gimiendo cuando él había deslizado las manos bajo su vestido, aquel vestido largo, de gasa que no la hacia parecer una simple camarera de Las Vegas, sino la protagonista de un sueño.

Él estaba a unas cincuenta millas de Las Vegas y habían pasado treinta días y treinta noches de lo sucedido, de lo que casi había sucedido, en aquel jardín, ¿por qué estaba pensando en ello otra vez?

Se había ido a Nueva York de vacaciones, aunque ese no había sido el plan original. Había tenido la intención de conducir hasta Tucson y después hasta Phoenix, simplemente para marcharse un par de semanas y disfrutar del coche, que hacía unas semanas que se lo había comprado, en las largas carreteras desérticas.

Entonces, justamente después de la ceremonia, su madre y Dan Coyle, el jefe de seguridad del Desert Song, lo habían llevado a una esquina.

–Keir –le había dicho la duquesa agarrada al brazo de Dan Coyle–, sé que esto será una sorpresa para ti… cariño, Dan y yo nos vamos a casar.

Keir sonrió al volante.

¿Una sorpresa? Sí, pero una vez que lo había pensado, se dio cuenta de que no debería de haberlo sido. Él había pillado en numerosas ocasiones a Dan mirando a la duquesa de tal manera que esta se había sonrojado como una colegiala.

Había dado un beso a su madre y a Dan lo había abrazado, dándole palmaditas en la espalda. Después, todos habían reído y quizá también habían llorado. La duquesa lo había tomado de la mano y le había dicho que por fin se podía ir de vacaciones un mes.

–Las órdenes del jefe siempre tienen que obedecerse –había dicho Dan guiñándole un ojo.

–Te mereces unas verdaderas vacaciones –había insistido Mary–, simplemente asegúrate de que vuelves a tiempo para nuestra boda.

Dan le había dicho el día y la hora que habían elegido para casarse. Keir había besado a su madre y le había estrechado la mano a Dan. Entonces, antes de despedirse, Keir había tomado aire profundamente y había dicho que pensaba que podría ser el momento para que Mary se volviera a hacer cargo de la dirección del Desert Song y así él podría dedicarse a otra cosa.

–¿Lo dices porque me voy a casar con tu madre? –había dicho inmediatamente Dan–. Keir no es necesario. No hace falta que te marches.

–No –había dicho Mary suavemente–, por supuesto que no –su sonrisa había temblado ligeramente–, pero él quiere irse, ¿verdad, Keir? Hacerte cargo del hotel nunca ha sido lo que realmente querías hacer en la vida –había añadido acariciándole el brazo–. Creo que siempre lo he sabido.

Aquello había sido verdad y Keir no lo había negado. Ellos tres estuvieron hablando sobre cómo serían las cosas sin Keir y con Mary al cargo.

–Compartiendo las responsabilidades con Dan será todo más fácil –había dicho ella firmemente a Keir.

A él le gustaba Coyle y si alguien podía mantener a la duquesa a raya, ese era Dan.

Keir volvió a pensar en Cassie, frunció el ceño, tomó sus gafas de sol y se las puso.

Su intención había sido marcharse a Tucson en la madrugada del día siguiente, pero después del fiasco en el jardín, él había metido sus cosas en el coche y se había dirigido al este en vez de hacia el oeste, no solamente en busca de unas vacaciones sino en busca de su propia vida.

Era estupendo estar libre de las responsabilidades que había asumido durante seis años, pero libre para, ¿hacer qué? De lo único de lo que estaba seguro era que no quería volver a trabajar en La Bolsa. Había hecho una fortuna en el complicado mundo de las acciones y bonos antes de hacerse cargo del Desert Song, pero aquello era el pasado.

En aquel momento tenía que vislumbrar el futuro.

Por eso, y quizá porque pensaba que manteniéndose ocupado podría olvidarse del comportamiento tan estúpido que había tenido con Cassie, había estado informándose discretamente en Nueva York con algunos colegas. En pocos días, un representante de una cadena de hoteles franceses se había puesto en contacto con él en relación a la apertura de un cinco estrellas en Manhattan. Estaban muy interesado en él y le habían ofrecido un sueldo extraordinario. Después de una comida y un par de cenas, Keir había empezado a pensar en convertirse en un consultor en Nueva York. La idea le gustaba. Le encantaba la paz y el poder de aquella ciudad. Deseaba echar raíces en aquel lugar.

Por eso había estado en la terraza de un ático hacía un par de mañanas, el agente inmobiliario había permanecido detrás de él ensalzando la maravillosa vista, las habitaciones, el gimnasio y la sauna, cuando de pronto, Keir se había dado cuenta de que no estaba viendo todo aquello. Se había visto a sí mismo, atrapado en una oficina de cristal, esclavo de su traje y de su corbata, sentando detrás de un escritorio.

¿Qué había pasado con aquel chico que quería ser astronauta? ¿Con el chico que quería matar dragones? Un ático, una piscina privada y una vista espectacular nunca habían formado parte de sus sueños. ¿Cómo podía haberlo olvidado?

Se había dado la vuelta y le había dicho al agente que acababa de recordar que tenía una cita. Entonces se había metido de nuevo en su Ferrari, se había dirigido al norte y se había dejado llevar mientras recorría cientos de millas hasta que había llegado a Connecticut.

Sin ningún plan específico y sin tener ni idea de lo que iba a hacer, se había dado cuenta de que se encontraba a poca distancia de un lugar donde las tribus de los nativos habían abierto casinos y hoteles con mucho éxito. Había decidido ir a echar un vistazo. Una vez allí todo aquello le había impresionado mucho. Por alguna razón, que no habría sido capaz de explicar, se había vuelto a meter en el coche y había conducido en dirección norte un par de horas más. Había acabado en una pequeña y silenciosa carretera sin nada de tráfico. En un lado había unos postes muy altos de madera y mármol que sostenían un cartel.

Viñedo 11 Deer Run. Comidas y cenas de jueves a domingos, solamente con reserva.

Aquel día era jueves y eran casi las dos. Un poco tarde para comer y sin reserva, pero Keir había querido intentarlo. Por eso, había pasado por debajo de aquel cartel y se había dirigido hasta lo que parecía la escena de un cuadro, consistía en una antigua granja convertida en un pequeño restaurante, todo rodeado de un jardín lleno de flores con una terraza con mesas y sombrillas. Al fondo, una colina llena de filas y filas de viñas que subían hasta los pies de una preciosa mansión hecha de piedra, que destacaba sobre un cielo totalmente azul.

Keir había sentido una punzada en el estómago. El camarero había dicho que podía sentarse, acababa de recibir una llamada que cancelaba una reserva. Mientras preparaban su mesa, había aceptado una copa de vino y se había ido a dar una vuelta entre las viñas. Había disfrutado con el fuerte olor a tierra y a hojas de parra y, de pronto, supo que pertenecía a aquel lugar.

Había invitado al dueño a tomar café con él. Keir había ido derecho al grano. Quería comprar Deer Run. El propietario había sonreído feliz. Su mujer estaba enferma y necesitaba un cambio de clima. La oferta de Keir había sido una agradable sorpresa y no podía haber surgido en un momento mejor. Para Keir no había sido ninguna sorpresa, hasta aquel día siempre había creído en el destino. Antes de que el sol desapareciera entre los viñedos, se había convertido en el dueño de Deer Run.

No se arrepentía de nada. Su contable y administrador le había dicho que aquello era una estupidez y una locura, él había dicho que había sido un impulso. Necesitaba cambiar su vida y lo había hecho.

Las Vegas, diez millas.

Él no era un hombre que actuase a base de impulsos, aunque lo había hecho tres veces durante sus vacaciones. Había rechazado la estupenda oferta de los franceses, se había comprado un viñedo… y había besado a una mujer que no debería haber besado.

¿Por qué iba a arrepentirse? El beso había sido solamente un beso, el hotel de cinco estrellas y el ático en Nueva York no estaban hechos para él, pero el viñedo… el viñedo era lo correcto. No, no tenía ningún remordimiento, ni siquiera sobre Cassie.

Con ella había bailado en la boda de sus amigos. Al principio riéndose mientras se movían al ritmo de los Rollings Stones, pero luego habían puesto música lenta y romántica. Fue entonces cuando la había abrazado, como si durante todo el día hubieran estado esperando aquel momento.

La gente hace cosas que nunca piensa que puede hacer cuando va a las bodas y fiestas, donde el alcohol corre y las inhibiciones desaparecen momentáneamente. ¿Cuántos brindis habían hecho? ¿Cuántas canciones habían bailado? ¿Cuántas veces había inhalado su perfume cuando se acercaba a su cuello para preguntarle si quería algo más de beber? ¿Por qué Cassie le había parecido la criatura más bella, sueño de cualquier hombre, en vez de la chica de siempre?

Mientras bailaban, se habían ido introduciendo en el jardín, se habían alejado de las luces y del resto de los invitados. Nunca se hubiera imaginado que iba a terminar pidiéndole que le acompañase al día siguiente. Había pensado en cómo sería estar a solas con ella en alguna carretera solitaria.

–Cassie –había murmurado acercándose a su cara en la oscuridad y dándole un beso, un simple beso…

Ella había gemido levemente y se había acercado demasiado a él. Él había recorrido todo su cuerpo con las manos, se había pegado contra ella, levantándola y había deslizado las manos por debajo del vestido acariciando su suave y sedosa piel.

Keir apretó el volante con fuerza. Había sido un idiota por haberse comportado así con una mujer que trabajaba para él, la cual, probablemente, había tenido miedo de rechazarlo o quizá había pensado que haciendo aquello aumentaba las posibilidades de ser algo mejor que una simple camarera.

Todavía podía sentir cómo ella se había puesto rígida entre sus brazos, podía escuchar el sonido de su voz.

–Keir –había dicho–, Keir, no.

Aquello había sido lo que le había devuelto el juicio. Aquella manera con la que había dicho su nombre y aquella voz temblorosa. Quizá aquello había sido parte de un plan perfecto, un juego diseñado para hacer que la deseara con todas sus fuerzas.

Keir aminoró la marcha y frenó ante la señal de stop que había a un lado de la carretera.

Está bien, había hecho el ridículo, pero también lo había hecho con anterioridad, aunque no de la misma manera, y siempre había sobrevivido. No iba a ser ningún problema volverla a ver y pedirle perdón.

Metió primera y pisó el acelerador levemente, estaba a punto de llegar.

 

 

Aparcó en su sitio habitual dentro del aparcamiento para los empleados en el Desert Song. El empleado de seguridad, al verlo, le sonrió ampliamente.

–Señor O’Connell, ya está de vuelta.

–¿Qué tal estás, Howard? –dijo Keir saludándole con la mano–. ¿Cómo está tu mujer? Se pondrá de parto en cualquier momento, ¿no?

–Sí, señor, en un par de semanas. ¿Qué tal las vacaciones?

–Fantásticas.

–Ha vuelto para trabajar, ¿verdad?

–Más o menos –dijo Keir dándole una palmadita en el hombro al guarda–. Cuídate, Howard y hazme saber cuando llegue el bebé.

Keir dejó de sonreír cuando entró en el hotel, cruzó el vestíbulo y se dirigió hacia la zona de oficinas. Casi podía sentir aquel lugar tragándole, cada vez le costaba más respirar.

Un mes fuera y se había dado cuenta de lo mucho que deseaba irse de allí.

Había llegado a Las Vegas para ayudar a dirigir el hotel después de la muerte de su padre. Era el hijo mayor, el único descendiente O’Connell que había demostrado ser Responsable con r mayúscula. Su hermano Cullen no lo era, había dejado la universidad para hacer Dios sabe qué. Seen había estado haciendo… bueno, nadie sabía exactamente lo que había estado haciendo. Respecto a las chicas, Megan, Fallon y Briana, estaban todavía en la universidad.

–Simplemente necesito que estés una temporada –había dicho su madre–, solamente hasta que yo me haya organizado.

Después de un año, él había sugerido la contratación de un Director de Operaciones.

–No sé si me podré sentir cómoda con alguien que no sea de la familia –le había dicho Mary–. ¿Puedes quedarte un poco más, Keir?

Y él lo había hecho y, justo cuando había parecido que su madre había podido hacerse ella sola cargo de las riendas, le había dado un ataque al corazón.

Entonces, por un capricho del destino, se había visto libre de las responsabilidades del Desert Song. Y, gracias a otro capricho del destino, quizá había encontrado lo que había estado buscando, aunque todo lo que supiera sobre vino se limitara a saber bebérselo. Tenía la sensación de que su vida había estado parada, no solamente durante los seis años en los que había estado trabajando para su madre, sino durante los aburridos años de la universidad. Se sentía impaciente, inquieto, aunque siempre se había sentido así. Lo había ocultado como si de un sucio secreto se tratase.

–Mi querido y honrado hijo –le había dicho su madre una vez–. Eres igualito que mi Ruarch.

¿Honrado? ¿Su padre? Ruarch O’Connell había sido un ludópata. Toda la familia había dependido de sus cartas y de su suerte, nunca le había importado el futuro. Lo último que quería era parecerse a su padre, entonces, ¿por qué había empezado a jugar?

Apretó la mandíbula con fuerza. Invertir en una propiedad no era jugar. Era lógico y razonable, tan lógico y razonable como que una mujer te desee y luego pretenda lo contrario.