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Aquella noche de pasión cambiaría sus vidas La princesa Genevra Bravo-Calabretti estaba metida en un buen lío. La noche en que el nuevo conde de Hartmore, Rafael DeValery, y ella cayeron uno en brazos del otro fue para consolarse de la muerte del hermano de Rafael, que estaba a punto de declararse a Genevra. Se suponía que aquel encuentro no iba a cambiar sus vidas. Pero lo hizo. A Rafe le sirvió para reforzar su creencia de que siempre había estado enamorado de Genny; a ella, para darse cuenta de que Rafe no era un premio de consolación, sino el hombre al que hacía tiempo había entregado su corazón. Pero tenía que convencerlo de que era así; con suerte, antes de que naciera el nuevo heredero.
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Seitenzahl: 200
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Christine Rimmer
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
La prometida del conde, n.º 2033 - enero 2015
Título original: The Earl’s Pregnant Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6082-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
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Genevra Bravo-Calabretti, princesa de Montedoro puso la escalera recta y la apoyó en el alto muro de piedra. Esta se inclinó y cayó de lado con estruendo al rozar las antiguas piedras. Genny se estremeció y, nerviosa, miró a su alrededor, pero no apareció ningún criado, así que levantó la escalera y repitió la operación. Esa vez, la escalera no se movió. Ya estaba todo listo.
Pero Genny no lo estaba ni sabía si llegaría a estarlo.
Con un «uf» poco apropiado para una princesa, se sentó jadeando en la hierba que crecía al lado del muro. Cuando hubo recuperado el aliento miró el cielo. La luna brillaba con intensidad, aunque las luces del puerto oscurecían las estrellas. Era una hermosa noche de mayo en Montedoro.
Genny lanzó un leve gemido. Era injusto. Debería estar con sus amigos en un café o paseando por la playa, en vez de vestida de negro como una ladrona y dispuesta a saltar el muro que rodeaba Villa Santorno.
Estuvo a punto de echarse a llorar, pero se tragó las lágrimas, cosa que llevaba haciendo ya un tiempo. Estaba preocupada y frustrada, y tenía las hormonas revolucionadas.
No quería saltar. Se sentía ridícula.
Pero ¿qué alternativa le había dejado él?
—No voy a llorar —susurró secándose con la mano las lágrimas que pugnaban por salir.
Había arrastrado la escalera colina arriba y no iba a rendirse. Tenía que acabar de una vez.
Se levantó y se sacudió los trocitos de hierba seca de los vaqueros negros. Puso el pie en el primer peldaño de la escalera y comenzó a subir. Al llegar al último peldaño suspiró: le faltaban muchos metros para llegar al final del muro.
—No ha sido una buena idea —susurró.
En ese momento deseó tener la fuerza de un hombre para poder darse impulso con las manos apoyadas en la piedra del muro. Pero su deseo no le fue concedido, por lo que tenía dos opciones: darse la vuelta o continuar. Lo primero era impensable.
Lanzó un gruñido puramente animal y se dio impulso. No le salió bien. Los pies se le separaron de la escalera y esta volvió a inclinarse y a caer.
¿Habrían oído el ruido en la villa? ¿Iría alguien a ayudarla? ¿O se quedaría allí colgada hasta que le fallaran las fuerzas y se rompiera el cuello?
Rafe tendría que ir a recoger su cuerpo. Le estaría bien empleado.
Gruñó y gimió mientras sus pies buscaban apoyo en las piedras del muro. Y entonces milagrosamente cayó en la cuenta de que lo que debía hacer era sostenerse con sus débiles brazos y utilizar los fuertes músculos de las piernas para trepar por el muro.
Al llegar al final pasó una pierna por encima. Y allí estaba, sentada a horcajadas sobre el muro.
A salvo.
Apoyó la mejilla en la piedra hasta recuperar el aliento.
Vio la villa por entre las ramas de las palmeras y los olivos. Las luces estaban encendidas, pero parecía que nadie había oído el ruido de la escalera al caer. El jardín que rodeaba la casa estaba tranquilo.
Se incorporó y miró la hierba que crecía del otro lado. Había mucha distancia hasta allí.
Tal vez debería haberlo planeado mejor.
Tal vez lo que debería hacer en aquel momento fuera comenzar a gritar hasta que Rafe o el ama de llaves salieran a ayudarla.
Pero no, no podía pedir ayuda. Había llegado hasta allí sola, así que bajaría también sola.
«Ten compasión de mí, Señor».
Pasó la pierna izquierda por encima del muro y se quedó colgando. Cerró los ojos con fuerza.
«Tienes que soltarte, Genevra», se dijo.
Tampoco tenía alternativa. Aunque por instinto trataba de sujetarse, las fuerzas la habían abandonado.
Chocó contra el suelo como una roca. Sintió un agudo dolor en el tobillo que le subió por la pantorrilla. Ahogó un grito y una maldición.
—¡Ay! —exclamó agarrándose el tobillo. Se lo frotó gimiendo mientras se balanceaba y se preguntaba si podría ponerse de pie.
—Gen —la voz procedía de un arbusto a su derecha—. Debí habérmelo imaginado.
Ella volvió la cabeza bruscamente.
—¿Rafe?
Rafael Michael DeValery, conde de Hartmore, salió de detrás del arbusto. Y el estúpido corazón de Genny saltó de alegría al verlo, imponente y enorme, en las sombras.
—¿Te has hecho daño?
Ella lo fulminó con la mirada y siguió frotándose el tobillo.
—Sobreviviré. Pero podías haberme abierto la puerta las veces que he venido o, no sé, haber respondido a mis llamadas.
Él tardó unos segundos en contestar. Incluso en la oscuridad, ella sentía sus ojos negros que la miraban. Por fin, Rafe habló en tono compungido.
—Me pareció más sensato mantener el acuerdo al que llegamos en marzo.
A ella se le volvieron a llenar los ojos de humillantes lágrimas.
—¿Y si te necesitaba? ¿Y si te necesitara ahora mismo?
—¿Me necesitas? —preguntó él al cabo de unos segundos.
Ella no podía reconocerlo. Aún no.
—No decías eso en los mensajes que me has dejado —la reprendió él.
Ella había controlado las lágrimas, pero tenía el pulso desbocado y le ardían las mejillas. Los recuerdos de su amor de cuatro días parecían girar en la noche entre ambos, gloriosos pero horribles a la vez, por la sensación de pérdida y de desesperación que la atenazaban.
—Todavía me queda algo de orgullo. No voy a decirle al ama de llaves que te necesito, ni a escribirlo en un SMS, ni a decirlo en un mensaje para tu buzón de voz.
Él dio un paso hacia ella.
—Gen…
¿Qué había en su voz? ¿Añoranza, dolor? ¿O eran imaginaciones suyas? No lo sabía.
Si realmente había sentido alguna clase de emoción, Rafe recuperó el control rápidamente y dijo con calma:
—Vamos dentro.
—Muy bien.
Genny puso la mano en el muro y, apoyándose en el pie sano, se incorporó. Al apoyar el otro, gimió.
—Deja que te ayude —dijo él acudiendo inmediatamente a su lado. Era extraña la gracia con la que se movía, que no se compadecía en absoluto con su tamaño. Se había roto una pierna seis meses antes, en el accidente. Dos meses antes todavía cojeaba, pero la cojera había desaparecido.
Pero cuando la luna le iluminó el lado derecho del rostro, la cicatriz seguía allí, aunque no tan roja como antes. Le comenzaba en el rabillo del ojo y le descendía por la mejilla en forma de media luna, como la que había esa noche, y el final parecía tirarle de la comisura de los labios como si quisiera obligarlo a sonreír, aunque sin éxito. Rafe raramente se reía. Ella le había preguntado si pensaba hacerse la cirugía estética y él le había dicho que no.
Tomó la mano de Genny. Su contacto hizo que volviera a ser para ella real, cálido y sólido. ¿Y por qué olía tan bien? Siempre había olido bien, incluso cuando solo eran amigos. Era un olor limpio y sano.
Daba igual cómo oliera. Ella debía concentrarse en contarle lo que debía saber.
Se apoyó en él para no tener que hacerlo en el pie derecho y tomaron el sendero de piedra que cruzaba el césped para llegar al patio y, de ahí, a la cocina-comedor.
Él la condujo hasta una silla.
—Mejor no —dijo ella—. Tengo los vaqueros manchados de hierba y tierra.
—No importa. Siéntate.
—Como quieras. No parece la misma habitación.
La habían remodelado. Habían cambiado los muebles del comedor y la cocina tenía electrodomésticos nuevos y encimeras de granito.
—A los turistas con dinero no le gustan las cortinas pesadas ni las neveras antiguas. Quieren estar cómodos y tener buenas vistas.
Rafe señaló la puerta cristalera que daba a la terraza. En aquel lado, la villa no necesitaba muro en el jardín, ya que este acababa en el acantilado. Desde donde estaba sentada, Genny veía el mar Mediterráneo.
Los DeValery eran ingleses, pero también tenían sangre montedorana. La Villa Santorno había ido pasando de generación en generación, propiedad de una mujer nacida en Montedoro que se había casado con un DeValery.
—Entonces, ¿lo de alquilarla va en serio?
—Sí.
Dos meses antes, Rafe había llegado a Montedoro para reformar la villa. Habían pasado cuatro meses del accidente en que había perdido la vida Edward, su hermano mayor, por lo que él había heredado el título de conde de Hartmore, además de conservar la cicatriz de recuerdo.
Dos meses antes…
Habían hecho el amor en aquella misma habitación, rodeados de pesadas cortinas y muebles barrocos y neoclásicos.
—¿Tienes que poner esa cara de tristeza? —preguntó él con brusquedad.
—Me gustaba cómo estaba antes.
Durante la infancia de Genny, varios miembros de la familia de Rafe iban de vez en cuando a la villa a una fiesta o a algún acontecimiento social. Algunas veces, durante esas visitas, invitaban a la familia de Genny a comer o a cenar allí. Se recordaba con diez años sentada junto a la puerta cristalera con una taza de porcelana de Sevres en la mano mientras maquinaba cómo conseguir que la abuela de Rafe Eloise, la invitara a Hartmore, la finca de los DeValery en Derbyshire. Para Genny, Hartmore era el lugar más hermoso del mundo.
Él se arrodilló ante ella.
—Voy a echarle un vistazo, ¿te parece?
Antes de que ella pudiera responder, le agarró el pie con su gran mano y le desató los cordones con la otra. Le quitó el zapato y comenzó a palparle el tobillo. Su tacto era cálido y firme.
—No parece que te hayas roto nada. Puede que tengas un pequeño esguince.
—Ya estoy bien, de verdad. Me ha dejado de doler.
—Lo mejor será que te lo vende, por si acaso.
Estuvo a punto de lanzarle duras acusaciones, pero se limitó a decir con firmeza:
—Déjalo, Rafe. Estoy bien.
—De acuerdo —dijo él levantándose.
Ella miró su cuerpo fuerte y grande mientras lo hacía. Y lo deseó. Era extraño. Siempre lo había querido como persona, pero como hombre le resultaba tosco y carente de atractivo.
¡Qué ciega había estado!
—Dime a qué has venido —dijo él mirándola con sus ojos oscuros que veían todo y nada revelaban—. Dímelo, Gen, por favor, sea lo que sea.
—Muy bien —afirmó ella respirando hondo. Tenía que saberlo. Había estado a punto de partirse el cuello subiendo el muro para verlo y decírselo—. Estoy embarazada. Es tuyo.
—¡Por Dios, Gen! —exclamó él en voz baja—. ¿Cómo es posible? Tuvimos cuidado.
—Parece que no el suficiente. Si quieres una prueba de paternidad, estoy dispuesta a…
—No me hace falta prueba alguna. Te creo.
Ella experimentó cierto alivio. Por fin se lo había contado y él no le había dado la espalda. Seguía allí, frente a ella, observándola con paciencia, sin rencor ni recriminaciones.
Ella apoyó la cabeza en el respaldo de la silla, cerró los ojos y lanzó un suspiro.
—Pues ya lo sabes.
—¿Estás bien?
Ella abrió los ojos y vio que él se había vuelto a arrodillar.
—Perfectamente.
—¿Has ido al médico?
—Todavía no. Pero me he hecho cuatro pruebas en casa y todas han dado positivo.
—Deberías ir al médico.
—Lo haré, pero estoy bien —frunció el ceño—. O tal vez pienses que no estoy embarazada.
—Ya te he dicho que te creo, pero me parece que es aconsejable que te vea el médico.
—Sí, desde luego.
—Me ocuparé de todo.
—¿A qué te refieres?
—Vamos a casarnos —afirmó él sin vacilar.
Ella estuvo a punto de gritar, en parte de alivio, y en parte porque todo aquello era un error.
Hubo un tiempo en que soñó casarse con el hermano de Rafe. No era muy adecuado intercambiar un hermano por el otro. Además, desde aquellos cuatro días maravillosos, Rafe la había evitado. El hombre con el que te ibas a casar no se dedicaría a huir de ti durante semanas para luego, al mencionar el bebé, caer de rodillas a tus pies y pedirte que te casaras con él.
—Rafe, sinceramente, no sé si…
—Claro que lo sabes. Es lo que debemos hacer.
Ella debía ser fuerte y orgullosa. Y nadie se casaba porque hubiera un niño en camino, tal vez con la excepción de sus hermanos, Alex y Rhia.
Y pensándolo bien, sus matrimonios funcionaban.
Además, ella sentía algo especial por él. Y su hijo tenía derecho a heredar Hartmore, y para hacerlo debía ser legítimo, o al menos todo sería más fácil si lo fuera.
Y estaba Hartmore, su querida Hartmore…
«Ser dueña de Hartmore», le susurró una voz al oído. Su sueño se haría al fin realidad, a pesar de haber creído que lo había perdido con la muerte de Edward.
Edward.
Solo de pensar en su nombre se sentía culpable y confusa. Había creído que lo amaba. Pero al sentir lo que sentía por Rafe, ya no estaba tan segura sobre sus sentimientos hacia Edward, sobre sus sueños de casarse con él. Ya no estaba segura de nada.
—Dime que sí —le pidió aquel desconocido gigante y seductor que había sido su gran amigo.
Ella lo miró temblando.
—¿Estás seguro?
—Sí. Dime que sí.
La palabra estaba allí, en su interior, esperando. Apartó el sentimiento de culpa y la confusión y la dejó salir.
—Sí.
Antes de que Genny se marchara esa noche, acordaron casarse en Hartmore el sábado siguiente. Rafe le dijo que lo primero que haría por la mañana sería llamar a su abuela. Eloise se encargaría de los preparativos. También hizo que Genny le prometiera que verían inmediatamente a sus padres, los soberanos de Montedoro.
No era necesario, y ella trató de decírselo.
—Ya sabes cómo son mis padres, Rafe. No me van a repudiar ni nada parecido. Se pondrán de nuestra parte y de lo único que querrán estar seguros es de que hemos tomado la decisión correcta.
—La hemos tomado —afirmó él.
—Lo que quiero decir es que no debes…
Él alzó la mano.
—Sí que debo.
Y se mostró tan inflexible que ella estuvo de acuerdo. Después, él llamó un taxi para que la llevara a casa.
La casa de Genny era el Palacio Real, situado sobre un acantilado con vistas al Mediterráneo. Dentro del edificio ella tenía un apartamento.
Se pasó en vela la mitad de la noche pensando en su decisión de casarse con Rafe. Al final, ya muy tarde, se quedó dormida.
El teléfono sonó a las ocho. Era Rafe para recordarle que fijara una hora para hablar con sus padres.
—Y no les digas nada del niño ni de que nos vamos a casar hasta que esté contigo.
—Ya te he dicho que no lo haría.
—Estupendo.
—¿Has llamado a Eloise?
—Voy a hacerlo ahora.
—Tal vez deberías esperar y se lo decimos juntos.
—La boda será el sábado. Estoy seguro de que tus padres querrán acudir. Alguien tiene que hacer los preparativos.
Tenía razón. Eloise se encargaría de todo.
—De acuerdo.
—Llámame cuándo sepas la hora para ver a tus padres.
—Así lo haré.
Genny se duchó, tomó un desayuno ligero y estaba esperando en la recepción del despacho de su madre cuando esta llegó.
Su Alteza Real, tan elegante como siempre con su traje de chaqueta de Channel, le sonrió con afecto, y accedió a reunirse con Rafe y con ella.
—Cariño, ¿para qué tenemos que vernos?
Genny sabía que su madre lo entendería y quiso contárselo y acabar de una vez. Pero le había prometido a Rafe que esperaría. Pronto sería su esposo, y quería que confiara en ella.
Rafe, su esposo.
¿Era real todo aquello?
Su madre le tocó el brazo.
—¿Estás bien, cariño?
—Sí, muy bien. Te prometo que te explicaremos todo cuando llegue Rafe. Nos vemos a las dos —afirmó ella y le pidió que también estuviera presente su padre.
Y se fue corriendo antes de que su madre le hiciera más preguntas.
De vuelta en su apartamento, llamó a Rafe para decirle la hora a la que habían quedado. Él llegó a la una y media y fue directamente a su habitación, como ella le había pedido.
—Está bien que hayas llegado pronto, así tendremos tiempo para trazar un plan.
—¿Es que hay algo más que planear?
Ella retrocedió para mirarlo.
—Tienes un aspecto estupendo.
Lo tenía, con su traje ligero, sus espesos rizos negros, labios carnosos, ojos negros y cuerpo enorme.
—Y tú eres hermosa —dijo él en tono formal.
Genny no lo creía. Su madre era hermosa, y sus cuatro hermanas. Ella era la menos agraciada de todas. Con el pelo rubio y los ojos castaños, era bastante guapa, pero nada espectacular.
Se alisó el cabello y se estiró la chaqueta blanca que llevaba sobre un vestido azul.
—Gracias. ¿Has hablado con Eloise?
—Sí.
—¿Le has dicho que vamos a tener un hijo?
—Sí.
—¿Y cómo se lo ha tomado?
—Se ha puesto muy contenta.
—¿No le ha sorprendido que seamos amantes?
Él la miró con infinita paciencia.
—Deberías saber que nada la sorprende.
—Sí, supongo que sí.
Eloise nunca había ocultado que deseaba que Genny entrara a formar parte de la familia DeValery y había sido clara partidaria de su unión con Edward. Genny, además de adorar a la familia y Hartmore, tenía mucho dinero. Y un lugar antiguo y enorme como Hartmore requería una fortuna para su mantenimiento.
El dinero de Genny procedía de su madrina, Genevra DeVries, que no se casó ni tuvo hijos y siempre consideró a Genny hija suya.
Como Edward ya no estaba, Eloise, una mujer práctica, no vería mal que Genny se casara con su otro nieto, el nuevo heredero.
—Mi abuela te quiere, no lo dudes.
—Claro que no lo dudo.
Él la miró fijamente y ella, como le sucedía con frecuencia, tuvo la impresión de que él le leía el pensamiento.
—A ver, ¿cuáles son esos planes de lo que quieres que hablemos?
Ella lo miró mientras se mordía los labios tratando de decidir cómo empezar.
—Pues he estado pensando que no deberíamos contarles a mis padres todavía que estoy embarazada.
Él enarcó una ceja sin decir nada. Ella prosiguió como sin darle importancia.
—Creo que podemos hacerlo más tarde.
—¿Cuándo?
—Cuando nos hayamos instalado en Hartmore. Cada cosa a su tiempo.
—¿No crees que les extrañará la prisa en casarnos?, ¿que te cases conmigo, ni más ni menos?
—¿Por qué ni más ni menos? —preguntó ella como si no lo entendiera.
Edward, se tenía que haber casado con Edward.
Él la miró con solemnidad.
—Sabes perfectamente a qué me refiero.
Genny estuvo a punto de enfadarse. Al fin y al cabo, había sido él quien le había pedido que esperara hasta que estuvieran juntos para hablar del niño. Si ella se lo hubiera contado a su madre esa mañana, esta se lo hubiera dicho a su padre y no habría nada más que hablar.
Pero ahora Rafe y su padre estarían presentes. Genny se dio cuenta de que debía haberlo pensado mejor, ya que no estaba preparada para sentarse frente a su progenitor y hablarle de su embarazo.
Su padre era un hombre maravilloso, y no soportaba la idea de decepcionarlo.
Rafe la agarró del brazo, por lo que se percató de que se había tambaleado levemente.
—¿Quieres sentarte, Gen?
Ella lo miró, muy consciente de su cercanía, de su aroma, de la negrura aterciopelada de sus ojos.
—Estoy bien —afirmó retirando el brazo.
—¿Estás segura?
—Sí. Lo único que quiero es que me dejes hablar a mí cuando estemos con mis padres.
Él la examinó con el ceño fruncido. Era evidente que no pensaba que se fuera a desmayar porque no trató de agarrarla de nuevo. Después se encogió de hombros.
—¿No quieres que les pida tu mano? —preguntó en tono burlón.
—Claro que no —dijo ella agitando una mano.
Él la atrapó al vuelo y se la llevó a los labios. Un delicioso escalofrío recorrió el brazo de Genny. Para ser un hombre tan enorme, tenía una boca muy suave.
—Como quieras, cariño.
Siempre la había llamado así, al menos desde que Genny tenía trece años, y a ella siempre le había gustado.
Pero en aquel momento recordó que él no la quería como debería querer a su prometida.
Genny carraspeó.
—¿Listo?
Él le ofreció el brazo y ella lo tomó.
—Muy bien —prosiguió—. Acabemos con esto de una vez.
En el despacho de su madre habían servido el té en la zona de estar, donde había un sofá y unos antiguos y valiosos sillones de orejas.
Al principio, charlaron sobre temas triviales y sobre la familia de Rafe. Él les contó que su sobrino Geoffrey, al que Genny adoraba, estaba interno. Su madre, Brooke, hermana de Rafe, estaba bien. Su abuela se encontraba bien de salud y seguía tan activa como siempre en la casa y el jardín.
Pronto se agotaron los temas de conversación y los padres miraron a Genny expectantes.
Ella se dio cuenta de que no sabía cómo enfocar aquello. No había planeado expresamente qué decir porque no quería hacer un mundo de ello y porque creía que lo que debía decir le saldría de forma espontánea.
Se había equivocado.
Sintió un nudo en la garganta mientras el pulso se le aceleraba y se estremecía de miedo.
—Gen —dijo Rafe con dulzura mientras ponía la mano sobre la de ella.
Ella lo miró con ojos implorantes.
—Yo…
Y él se hizo cargo de la situación. Inclinó su gran cabeza con lentitud y solemnidad.
—Sé que esto puede sorprenderlos, pero amo a su hija con todo mi corazón.
¿Que la quería con todo su corazón? ¿Había dicho eso? Genny tragó saliva y trató de sonreír.
Rafe continuó hablando con calma y claridad sin soltarla de la mano.
—Y Genevra me ha hecho el honor de aceptar ser mi esposa. Hemos venido a pedir su bendición.
Genny miró a sus padres, que parecían sorprendidos, pero no irritados. ¿O eso era lo que ella deseaba creer? Sus progenitores se miraron durante unos segundos.
Y fue su madre la que habló.
—No teníamos ni idea.
Rafe apretó la mano de Genny. Esta sabía que debía decir algo, pero no se le ocurría nada. El pobre Rafe tuvo que volver a contestar en su lugar.
—Es muy repentino, lo sé, pero estamos deseando vivir juntos, hasta el punto de que hemos decidido casarnos en Hartmore el sábado.
El padre de Genny frunció el ceño.
—Faltan solo cuatro días para el sábado.
—Cinco, contando hoy —apuntó Genny,
—¡Qué prisas! —exclamó su madre antes de volver a mirar a su esposo.
Pero este no la vio, ya que miraba a su hija.
—¿Te encuentras bien, Genevra?
Genny se dio cuenta de que no podía seguir callada y dejar que Rafe mintiera por ella. Así que reveló la verdad.
—Estuvimos cuatro días juntos en marzo, cuando Rafe vino a ocuparse de las reformas de Villa Santorno. Y, bueno… Estoy embarazada. Y Rafe insiste en hacer lo que es debido y casarse conmigo.
Rafe la corrigió.
—Los dos creemos que es lo que hay que hacer. Y, desde luego, quiero casarme con su hija.
Se produjo un interminable silencio.
Por fin, la madre dijo:
—Entiendo.
El padre de Genny miró a Rafe.