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La prometida del conde La princesa Genevra Bravo-Calabretti estaba metida en un buen lío. La noche en que el nuevo conde de Hartmore, Rafael DeValery, y ella cayeron uno en brazos del otro fue para consolarse de la muerte del hermano de Rafael, que estaba a punto de declararse a Genevra. Se suponía que aquel encuentro no iba a cambiar sus vidas. Pero lo hizo. A Rafe le sirvió para reforzar su creencia de que siempre había estado enamorado de Genny; a ella, para darse cuenta de que Rafe no era un premio de consolación, sino el hombre al que había entregado su corazón. Pero tenía que convencerlo de que era así; con suerte, antes de que naciera el nuevo heredero… Deseos del corazón A la princesa Aurora Bravo-Calabretti, Rory, siempre le había gustado el ranchero Walker McKellan, pero él insistía en que siguieran siendo "solo amigos". Ahora que ella iba a ser la dama de honor de su prima, Walker se había convertido en su guardaespaldas. Rory no podía resistirse a aquel vaquero de Colorado… ¡y lo que deseaba era avanzar hacia el altar para encontrarse con Walker! Cuando Walker estaba empezando a ver a Rory bajo una luz distinta, una repentina tormenta de nieve le dejó atrapado con su princesa… y la pasión se desató entre ellos.
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Seitenzahl: 417
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 139 - enero 2021
© 2014 Christine Rimmer
La prometida del conde
Título original: The Earl’s Pregnant Bride
© 2014 Christine Rimmer
Deseos del corazón
Título original: A Bravo Christmas Wedding
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1375-222-8
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
La prometida del conde
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Epílogo
Deseos del corazón
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Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Genevra Bravo-Calabretti, princesa de Montedoro puso la escalera recta y la apoyó en el alto muro de piedra. Esta se inclinó y cayó de lado con estruendo al rozar las antiguas piedras. Genny se estremeció y, nerviosa, miró a su alrededor, pero no apareció ningún criado, así que levantó la escalera y repitió la operación. Esa vez, la escalera no se movió. Ya estaba todo listo.
Pero Genny no lo estaba ni sabía si llegaría a estarlo.
Con un «uf» poco apropiado para una princesa, se sentó jadeando en la hierba que crecía al lado del muro. Cuando hubo recuperado el aliento miró el cielo. La luna brillaba con intensidad, aunque las luces del puerto oscurecían las estrellas. Era una hermosa noche de mayo en Montedoro.
Genny lanzó un leve gemido. Era injusto. Debería estar con sus amigos en un café o paseando por la playa, en vez de vestida de negro como una ladrona y dispuesta a saltar el muro que rodeaba Villa Santorno.
Estuvo a punto de echarse a llorar, pero se tragó las lágrimas, cosa que llevaba haciendo ya un tiempo. Estaba preocupada y frustrada, y tenía las hormonas revolucionadas.
No quería saltar. Se sentía ridícula.
Pero ¿qué alternativa le había dejado él?
—No voy a llorar —susurró secándose con la mano las lágrimas que pugnaban por salir.
Había arrastrado la escalera colina arriba y no iba a rendirse. Tenía que acabar de una vez.
Se levantó y se sacudió los trocitos de hierba seca de los vaqueros negros. Puso el pie en el primer peldaño de la escalera y comenzó a subir. Al llegar al último peldaño suspiró: le faltaban muchos metros para llegar al final del muro.
—No ha sido una buena idea —susurró.
En ese momento deseó tener la fuerza de un hombre para poder darse impulso con las manos apoyadas en la piedra del muro. Pero su deseo no le fue concedido, por lo que tenía dos opciones: darse la vuelta o continuar. Lo primero era impensable.
Lanzó un gruñido puramente animal y se dio impulso. No le salió bien. Los pies se le separaron de la escalera y esta volvió a inclinarse y a caer.
¿Habrían oído el ruido en la villa? ¿Iría alguien a ayudarla? ¿O se quedaría allí colgada hasta que le fallaran las fuerzas y se rompiera el cuello?
Rafe tendría que ir a recoger su cuerpo. Le estaría bien empleado.
Gruñó y gimió mientras sus pies buscaban apoyo en las piedras del muro. Y entonces milagrosamente cayó en la cuenta de que lo que debía hacer era sostenerse con sus débiles brazos y utilizar los fuertes músculos de las piernas para trepar por el muro.
Al llegar al final pasó una pierna por encima. Y allí estaba, sentada a horcajadas sobre el muro.
A salvo.
Apoyó la mejilla en la piedra hasta recuperar el aliento.
Vio la villa por entre las ramas de las palmeras y los olivos. Las luces estaban encendidas, pero parecía que nadie había oído el ruido de la escalera al caer. El jardín que rodeaba la casa estaba tranquilo.
Se incorporó y miró la hierba que crecía del otro lado. Había mucha distancia hasta allí.
Tal vez debería haberlo planeado mejor.
Tal vez lo que debería hacer en aquel momento fuera comenzar a gritar hasta que Rafe o el ama de llaves salieran a ayudarla.
Pero no, no podía pedir ayuda. Había llegado hasta allí sola, así que bajaría también sola.
«Ten compasión de mí, Señor».
Pasó la pierna izquierda por encima del muro y se quedó colgando. Cerró los ojos con fuerza.
«Tienes que soltarte, Genevra», se dijo.
Tampoco tenía alternativa. Aunque por instinto trataba de sujetarse, las fuerzas la habían abandonado.
Chocó contra el suelo como una roca. Sintió un agudo dolor en el tobillo que le subió por la pantorrilla. Ahogó un grito y una maldición.
—¡Ay! —exclamó agarrándose el tobillo. Se lo frotó gimiendo mientras se balanceaba y se preguntaba si podría ponerse de pie.
—Gen —la voz procedía de un arbusto a su derecha—. Debí habérmelo imaginado.
Ella volvió la cabeza bruscamente.
—¿Rafe?
Rafael Michael DeValery, conde de Hartmore, salió de detrás del arbusto. Y el estúpido corazón de Genny saltó de alegría al verlo, imponente y enorme, en las sombras.
—¿Te has hecho daño?
Ella lo fulminó con la mirada y siguió frotándose el tobillo.
—Sobreviviré. Pero podías haberme abierto la puerta las veces que he venido o, no sé, haber respondido a mis llamadas.
Él tardó unos segundos en contestar. Incluso en la oscuridad, ella sentía sus ojos negros que la miraban. Por fin, Rafe habló en tono compungido.
—Me pareció más sensato mantener el acuerdo al que llegamos en marzo.
A ella se le volvieron a llenar los ojos de humillantes lágrimas.
—¿Y si te necesitaba? ¿Y si te necesitara ahora mismo?
—¿Me necesitas? —preguntó él al cabo de unos segundos.
Ella no podía reconocerlo. Aún no.
—No decías eso en los mensajes que me has dejado —la reprendió él.
Ella había controlado las lágrimas, pero tenía el pulso desbocado y le ardían las mejillas. Los recuerdos de su amor de cuatro días parecían girar en la noche entre ambos, gloriosos pero horribles a la vez, por la sensación de pérdida y de desesperación que la atenazaban.
—Todavía me queda algo de orgullo. No voy a decirle al ama de llaves que te necesito, ni a escribirlo en un SMS, ni a decirlo en un mensaje para tu buzón de voz.
Él dio un paso hacia ella.
—Gen…
¿Qué había en su voz? ¿Añoranza, dolor? ¿O eran imaginaciones suyas? No lo sabía.
Si realmente había sentido alguna clase de emoción, Rafe recuperó el control rápidamente y dijo con calma:
—Vamos dentro.
—Muy bien.
Genny puso la mano en el muro y, apoyándose en el pie sano, se incorporó. Al apoyar el otro, gimió.
—Deja que te ayude —dijo él acudiendo inmediatamente a su lado. Era extraña la gracia con la que se movía, que no se compadecía en absoluto con su tamaño. Se había roto una pierna seis meses antes, en el accidente. Dos meses antes todavía cojeaba, pero la cojera había desaparecido.
Pero cuando la luna le iluminó el lado derecho del rostro, la cicatriz seguía allí, aunque no tan roja como antes. Le comenzaba en el rabillo del ojo y le descendía por la mejilla en forma de media luna, como la que había esa noche, y el final parecía tirarle de la comisura de los labios como si quisiera obligarlo a sonreír, aunque sin éxito.
Rafe raramente se reía. Ella le había preguntado si pensaba hacerse la cirugía estética y él le había dicho que no.
Tomó la mano de Genny. Su contacto hizo que volviera a ser para ella real, cálido y sólido. ¿Y por qué olía tan bien? Siempre había olido bien, incluso cuando solo eran amigos. Era un olor limpio y sano.
Daba igual cómo oliera. Ella debía concentrarse en contarle lo que debía saber.
Se apoyó en él para no tener que hacerlo en el pie derecho y tomaron el sendero de piedra que cruzaba el césped para llegar al patio y, de ahí, a la cocina-comedor.
Él la condujo hasta una silla.
—Mejor no —dijo ella—. Tengo los vaqueros manchados de hierba y tierra.
—No importa. Siéntate.
—Como quieras. No parece la misma habitación.
La habían remodelado. Habían cambiado los muebles del comedor y la cocina tenía electrodomésticos nuevos y encimeras de granito.
—A los turistas con dinero no les gustan las cortinas pesadas ni las neveras antiguas. Quieren estar cómodos y tener buenas vistas.
Rafe señaló la puerta cristalera que daba a la terraza. En aquel lado, la villa no necesitaba muro en el jardín, ya que este acababa en el acantilado. Desde donde estaba sentada, Genny veía el mar Mediterráneo.
Los DeValery eran ingleses, pero también tenían sangre montedorana. La Villa Santorno había ido pasando de generación en generación, propiedad de una mujer nacida en Montedoro que se había casado con un DeValery.
—Entonces, ¿lo de alquilarla va en serio?
—Sí.
Dos meses antes, Rafe había llegado a Montedoro para reformar la villa. Habían pasado cuatro meses del accidente en que había perdido la vida Edward, su hermano mayor, por lo que él había heredado el título de conde de Hartmore, además de conservar la cicatriz de recuerdo.
Dos meses antes…
Habían hecho el amor en aquella misma habitación, rodeados de pesadas cortinas y muebles barrocos y neoclásicos.
—¿Tienes que poner esa cara de tristeza? —preguntó él con brusquedad.
—Me gustaba cómo estaba antes.
Durante la infancia de Genny, varios miembros de la familia de Rafe iban de vez en cuando a la villa a una fiesta o a algún acontecimiento social. Algunas veces, durante esas visitas, invitaban a la familia de Genny a comer o a cenar allí. Se recordaba con diez años sentada junto a la puerta cristalera con una taza de porcelana de Sèvres en la mano mientras maquinaba cómo conseguir que la abuela de Rafe, Eloise, la invitara a Hartmore, la finca de los DeValery en Derbyshire. Para Genny, Hartmore era el lugar más hermoso del mundo.
Él se arrodilló ante ella.
—Voy a echarle un vistazo, ¿te parece?
Antes de que ella pudiera responder, le agarró el pie con su gran mano y le desató los cordones con la otra. Le quitó el zapato y comenzó a palparle el tobillo. Su tacto era cálido y firme.
—No parece que te hayas roto nada. Puede que tengas un pequeño esguince.
—Ya estoy bien, de verdad. Me ha dejado de doler.
—Lo mejor será que te lo vende, por si acaso.
Estuvo a punto de lanzarle duras acusaciones, pero se limitó a decir con firmeza:
—Déjalo, Rafe. Estoy bien.
—De acuerdo —dijo él levantándose.
Ella miró su cuerpo fuerte y grande mientras lo hacía. Y lo deseó. Era extraño. Siempre lo había querido como persona, pero como hombre le resultaba tosco y carente de atractivo.
¡Qué ciega había estado!
—Dime a qué has venido —dijo él mirándola con sus ojos oscuros que veían todo y nada revelaban—. Dímelo, Gen, por favor, sea lo que sea.
—Muy bien —afirmó ella respirando hondo. Tenía que saberlo. Había estado a punto de partirse el cuello subiendo el muro para verlo y decírselo—. Estoy embarazada. Es tuyo.
—¡Por Dios, Gen! —exclamó él en voz baja—. ¿Cómo es posible? Tuvimos cuidado.
—Parece que no el suficiente. Si quieres una prueba de paternidad, estoy dispuesta a…
—No me hace falta prueba alguna. Te creo.
Ella experimentó cierto alivio. Por fin se lo había contado y él no le había dado la espalda. Seguía allí, frente a ella, observándola con paciencia, sin rencor ni recriminaciones.
Ella apoyó la cabeza en el respaldo de la silla, cerró los ojos y lanzó un suspiro.
—Pues ya lo sabes.
—¿Estás bien?
Ella abrió los ojos y vio que él se había vuelto a arrodillar.
—Perfectamente.
—¿Has ido al médico?
—Todavía no. Pero me he hecho cuatro pruebas en casa y todas han dado positivo.
—Deberías ir al médico.
—Lo haré, pero estoy bien —frunció el ceño—. O tal vez pienses que no estoy embarazada.
—Ya te he dicho que te creo, pero me parece que es aconsejable que te vea el médico.
—Sí, desde luego.
—Me ocuparé de todo.
—¿A qué te refieres?
—Vamos a casarnos —afirmó él sin vacilar.
Ella estuvo a punto de gritar, en parte de alivio, y en parte porque todo aquello era un error.
Hubo un tiempo en que soñó casarse con el hermano de Rafe. No era muy adecuado intercambiar un hermano por el otro. Además, desde aquellos cuatro días maravillosos, Rafe la había evitado. El hombre con el que te ibas a casar no se dedicaría a huir de ti durante semanas para luego, al mencionar el bebé, caer de rodillas a tus pies y pedirte que te casaras con él.
—Rafe, sinceramente, no sé si…
—Claro que lo sabes. Es lo que debemos hacer.
Ella debía ser fuerte y orgullosa. Y nadie se casaba porque hubiera un niño en camino, tal vez con la excepción de sus hermanos, Alex y Rhia.
Y pensándolo bien, sus matrimonios funcionaban.
Además, ella sentía algo especial por él. Y su hijo tenía derecho a heredar Hartmore, y para hacerlo debía ser legítimo, o al menos todo sería más fácil si lo fuera.
Y estaba Hartmore, su querida Hartmore…
«Ser dueña de Hartmore», le susurró una voz al oído. Su sueño se haría al fin realidad, a pesar de haber creído que lo había perdido con la muerte de Edward.
Edward.
Solo de pensar en su nombre se sentía culpable y confusa. Había creído que lo amaba. Pero al sentir lo que sentía por Rafe, ya no estaba tan segura sobre sus sentimientos hacia Edward, sobre sus sueños de casarse con él. Ya no estaba segura de nada.
—Dime que sí —le pidió aquel desconocido gigante y seductor que había sido su gran amigo.
Ella lo miró temblando.
—¿Estás seguro?
—Sí. Dime que sí.
La palabra estaba allí, en su interior, esperando. Apartó el sentimiento de culpa y la confusión y la dejó salir.
—Sí.
Antes de que Genny se marchara esa noche, acordaron casarse en Hartmore el sábado siguiente.
Rafe le dijo que lo primero que haría por la mañana sería llamar a su abuela. Eloise se encargaría de los preparativos. También hizo que Genny le prometiera que verían inmediatamente a sus padres, los soberanos de Montedoro.
No era necesario, y ella trató de decírselo.
—Ya sabes cómo son mis padres, Rafe. No me van a repudiar ni nada parecido. Se pondrán de nuestra parte y de lo único que querrán estar seguros es de que hemos tomado la decisión correcta.
—La hemos tomado —afirmó él.
—Lo que quiero decir es que no debes…
Él alzó la mano.
—Sí que debo.
Y se mostró tan inflexible que ella estuvo de acuerdo. Después, él llamó un taxi para que la llevara a casa.
La casa de Genny era el Palacio Real, situado sobre un acantilado con vistas al Mediterráneo. Dentro del edificio ella tenía un apartamento.
Se pasó en vela la mitad de la noche pensando en su decisión de casarse con Rafe. Al final, ya muy tarde, se quedó dormida.
El teléfono sonó a las ocho. Era Rafe para recordarle que fijara una hora para hablar con sus padres.
—Y no les digas nada del niño ni de que nos vamos a casar hasta que esté contigo.
—Ya te he dicho que no lo haría.
—Estupendo.
—¿Has llamado a Eloise?
—Voy a hacerlo ahora.
—Tal vez deberías esperar y se lo decimos juntos.
—La boda será el sábado. Estoy seguro de que tus padres querrán acudir. Alguien tiene que hacer los preparativos.
Tenía razón. Eloise se encargaría de todo.
—De acuerdo.
—Llámame cuándo sepas la hora para ver a tus padres.
—Así lo haré.
Genny se duchó, tomó un desayuno ligero y estaba esperando en la recepción del despacho de su madre cuando esta llegó.
Su Alteza Real, tan elegante como siempre con su traje de chaqueta de Channel, le sonrió con afecto, y accedió a reunirse con Rafe y con ella.
—Cariño, ¿para qué tenemos que vernos?
Genny sabía que su madre lo entendería y quiso contárselo y acabar de una vez. Pero le había prometido a Rafe que esperaría. Pronto sería su esposo, y quería que confiara en ella.
Rafe, su esposo.
¿Era real todo aquello?
Su madre le tocó el brazo.
—¿Estás bien, cariño?
—Sí, muy bien. Te prometo que te explicaremos todo cuando llegue Rafe. Nos vemos a las dos —afirmó ella y le pidió que también estuviera presente su padre.
Y se fue corriendo antes de que su madre le hiciera más preguntas.
De vuelta en su apartamento, llamó a Rafe para decirle la hora a la que habían quedado. Él llegó a la una y media y fue directamente a su habitación, como ella le había pedido.
—Está bien que hayas llegado pronto, así tendremos tiempo para trazar un plan.
—¿Es que hay algo más que planear?
Ella retrocedió para mirarlo.
—Tienes un aspecto estupendo.
Lo tenía, con su traje ligero, sus espesos rizos negros, labios carnosos, ojos negros y cuerpo enorme.
—Y tú eres hermosa —dijo él en tono formal.
Genny no lo creía. Su madre sí que era hermosa, y sus cuatro hermanas. Ella era la menos agraciada de todas. Con el pelo rubio y los ojos castaños, era bastante guapa, pero nada espectacular.
Se alisó el cabello y se estiró la chaqueta blanca que llevaba sobre un vestido azul.
—Gracias. ¿Has hablado con Eloise?
—Sí.
—¿Le has dicho que vamos a tener un hijo?
—Sí.
—¿Y cómo se lo ha tomado?
—Se ha puesto muy contenta.
—¿No le ha sorprendido que seamos amantes?
Él la miró con infinita paciencia.
—Deberías saber que nada le sorprende.
—Sí, supongo que sí.
Eloise nunca había ocultado que deseaba que Genny entrara a formar parte de la familia DeValery y había sido clara partidaria de su unión con Edward. Genny, además de adorar a la familia y Hartmore, tenía mucho dinero. Y un lugar antiguo y enorme como Hartmore requería una fortuna para su mantenimiento.
El dinero de Genny procedía de su madrina, Genevra DeVries, que no se casó ni tuvo hijos y siempre consideró a Genny hija suya.
Como Edward ya no estaba, Eloise, una mujer práctica, no vería mal que Genny se casara con su otro nieto, el nuevo heredero.
—Mi abuela te quiere, no lo dudes.
—Claro que no lo dudo.
Él la miró fijamente y ella, como le sucedía con frecuencia, tuvo la impresión de que él le leía el pensamiento.
—A ver, ¿cuáles son esos planes de lo que quieres que hablemos?
Ella lo miró mientras se mordía los labios tratando de decidir cómo empezar.
—Pues he estado pensando que no deberíamos contarles a mis padres todavía que estoy embarazada.
Él enarcó una ceja sin decir nada. Ella prosiguió como sin darle importancia.
—Creo que podemos hacerlo más tarde.
—¿Cuándo?
—Cuando nos hayamos instalado en Hartmore. Cada cosa a su tiempo.
—¿No crees que les extrañará la prisa en casarnos?, ¿que te cases conmigo, ni más ni menos?
—¿Por qué ni más ni menos? —preguntó ella como si no lo entendiera.
Edward, se tenía que haber casado con Edward.
Él la miró con solemnidad.
—Sabes perfectamente a qué me refiero.
Genny estuvo a punto de enfadarse. Al fin y al cabo, había sido él quien le había pedido que esperara hasta que estuvieran juntos para hablar del niño. Si ella se lo hubiera contado a su madre esa mañana, esta se lo hubiera dicho a su padre y no habría nada más que hablar.
Pero ahora Rafe y su padre estarían presentes. Genny se dio cuenta de que debía haberlo pensado mejor, ya que no estaba preparada para sentarse frente a su progenitor y hablarle de su embarazo.
Su padre era un hombre maravilloso, y no soportaba la idea de decepcionarlo.
Rafe la agarró del brazo, por lo que se percató de que se había tambaleado levemente.
—¿Quieres sentarte, Gen?
Ella lo miró, muy consciente de su cercanía, de su aroma, de la negrura aterciopelada de sus ojos.
—Estoy bien —afirmó retirando el brazo.
—¿Estás segura?
—Sí. Lo único que quiero es que me dejes hablar a mí cuando estemos con mis padres.
Él la examinó con el ceño fruncido. Era evidente que no pensaba que se fuera a desmayar porque no trató de agarrarla de nuevo. Después se encogió de hombros.
—¿No quieres que les pida tu mano? —preguntó en tono burlón.
—Pues claro que no —dijo ella agitando una mano.
Él la atrapó al vuelo y se la llevó a los labios. Un delicioso escalofrío recorrió el brazo de Genny. Para ser un hombre tan enorme, tenía una boca muy suave.
—Como quieras, cariño.
Siempre la había llamado así, al menos desde que Genny tenía trece años, y a ella siempre le había gustado.
Pero en aquel momento recordó que él no la quería como debería querer a su prometida.
Genny carraspeó.
—¿Listo?
Él le ofreció el brazo y ella lo tomó.
—Muy bien —prosiguió—. Acabemos con esto de una vez.
En el despacho de su madre habían servido el té en la zona de estar, donde había un sofá y unos antiguos y valiosos sillones de orejas.
Al principio, charlaron sobre temas triviales y sobre la familia de Rafe. Él les contó que su sobrino Geoffrey, al que Genny adoraba, estaba interno. Su madre, Brooke, hermana de Rafe, estaba bien. Su abuela se encontraba bien de salud y seguía tan activa como siempre en la casa y el jardín.
Pronto se agotaron los temas de conversación y los padres miraron a Genny expectantes.
Ella se dio cuenta de que no sabía cómo enfocar aquello. No había planeado expresamente qué decir porque no quería hacer un mundo de ello y porque creía que lo que debía decir le saldría de forma espontánea.
Se había equivocado.
Sintió un nudo en la garganta mientras el pulso se le aceleraba y se estremecía de miedo.
—Gen —dijo Rafe con dulzura mientras ponía la mano sobre la de ella.
Ella lo miró con ojos implorantes.
—Yo…
Y él se hizo cargo de la situación. Inclinó su gran cabeza con lentitud y solemnidad.
—Sé que esto puede sorprenderlos, pero amo a su hija con todo mi corazón.
¿Que la quería con todo su corazón? ¿Había dicho eso? Genny tragó saliva y trató de sonreír.
Rafe continuó hablando con calma y claridad sin soltarla de la mano.
—Y Genevra me ha hecho el honor de aceptar ser mi esposa. Hemos venido a pedir su bendición.
Genny miró a sus padres, que parecían sorprendidos, pero no irritados. ¿O eso era lo que ella deseaba creer? Sus progenitores se miraron durante unos segundos.
Y fue su madre la que habló.
—No teníamos ni idea.
Rafe apretó la mano de Genny. Esta sabía que debía decir algo, pero no se le ocurría nada. El pobre Rafe tuvo que volver a contestar en su lugar.
—Es muy repentino, lo sé, pero estamos deseando vivir juntos, hasta el punto de que hemos decidido casarnos en Hartmore el sábado.
El padre de Genny frunció el ceño.
—Faltan solo cuatro días para el sábado.
—Cinco, contando hoy —apuntó Genny,
—¡Qué prisas! —exclamó su madre antes de volver a mirar a su esposo.
Pero este no la vio, ya que miraba a su hija.
—¿Te encuentras bien, Genevra?
Genny se dio cuenta de que no podía seguir callada y dejar que Rafe mintiera por ella. Así que reveló la verdad.
—Estuvimos cuatro días juntos en marzo, cuando Rafe vino a ocuparse de las reformas de Villa Santorno. Y, bueno… Estoy embarazada. Y Rafe insiste en hacer lo que es debido y casarse conmigo.
Rafe la corrigió.
—Los dos creemos que es lo que hay que hacer. Y, desde luego, quiero casarme con su hija.
Se produjo un interminable silencio.
Por fin, la madre dijo:
—Entiendo.
El padre de Genny miró a Rafe.
—Sabes que tenemos una excelente opinión de ti, Rafe. Pero ¿en qué demonios estabas pensando…?
La madre lo interrumpió pronunciando su nombre.
—Evan.
Este le dirigió una mirada furiosa y después suspiró.
—Muy bien, Adrienne.
Genny se sentía fatal por los tres. Por sus padres, ya que habían pasado por aquello con otros dos de sus hijos, por lo que odiaba que tuvieran que volver a hacerlo. No era tan difícil utilizar métodos anticonceptivos correctamente.
Y ellos lo habían hecho. Habían usado preservativos todos los días.
Y para el pobre Rafe, que tenía en alta estima a sus padres, debía de ser terrible darles aquella noticia.
—Sois adultos y os corresponde decidir —dijo la madre—. Lo único que deseamos es que estéis seguros de que habéis tomado la decisión correcta.
—Lo estamos —afirmó Rafe.
Su madre fijó sus oscuros ojos en Genny.
—¿Y tú, cielo? ¿Estás segura de que es lo mejor para ti?
Genny repasó mentalmente sus motivos: el bebé, que tenía derecho a reclamar su herencia, y el cariño que sentía por Rafe. Sin duda conseguirían que su matrimonio funcionase sobre la base de su amistad. Y tener relaciones íntimas con él no le supondría un problema. Pero, bueno, ¿a quién pretendía engañar? El sexo con Rafe era estupendo.
Y estaba Hartmore.
Sí, tendría Hartmore, a pesar de que se sentía un poco avergonzada de que la finca le importara tanto.
—¿Genevra? —insistió su padre.
Genny apretó la mano de Rafe.
—Sí —dijo con firmeza—. Casarme con Rafe es lo mejor para mí.
Después de tres días de compras, preparativos y visitas a abogados para negociar los acuerdos legales y financieros, Genny y Rafe llegaron el viernes al aeropuerto de East Midlands, acompañados de los padres de ella y de Aurora, a quien todos llamaban Rory.
La boda sería una ceremonia íntima y familiar. El padre de Genny la llevaría hasta el altar y Rory haría las fotografías. Era la benjamina de la familia, un año más joven que Genny y todo lo que ella no era.
Rory se salía de lo común. Le encantaba la naturaleza y la aventura. Estaba licenciada en Bellas Artes, en la rama de Fotografía, y ya había publicado fotos en National Geographic, Country Digest y Birds & Blooms. A Genny la intimidaba un poco.
Pero, en realidad, la intimidaban todos sus hermanos. Todos sabían lo que querían y trataban de obtenerlo con pasión y determinación. Y aunque Genny sabía lo que deseaba, ser miembro de la familia DeValery y dueña de Hartmore, la ambición de sus hermanos era mucho mayor que la suya.
Dos coches los esperaban en el aeropuerto para llevarlos a Hartmore. Genny, Rafe y Rory fueron en uno. Los guardaespaldas de ambas hermanas se sentaron delante y uno de ellos condujo.
El trayecto duró una hora. Rafe apenas habló y Genny tampoco tenía muchas ganas de hacerlo. Rory, siempre llena de energía y planes, trató de conversar con ellos, pero acabó dándose por vencida. Genny se quedó dormida.
Se despertó bruscamente, con la cabeza apoyada en el hombro de Rafe, cuando el coche se detuvo en la entrada norte de Hartmore. Un bosque de robles y hayas se extendía ante la vista hasta la mansión, de estilo georgiano.
La fachada se conservaba magníficamente, pero Genny sabía que, en su interior, el agua procedente de las goteras del tejado había dañado algunas de las doscientas habitaciones. Habría mucho que hacer en los meses y años venideros. Pero en aquel momento solo pensó en la primera vez que había visto la casa, cuando su madre había llevado de visita a las cinco hermanas, Arabella, Rhiannon, Alice, Rory y Genny. Ella tenía cinco años.
Para Genny, aquella visita fue una revelación; de pronto, a la tierna edad de cinco años, supo lo que quería. Veinte años después, seguía sintiendo lo mismo. Había llegado a su hogar para, por fin, quedarse.
—Ya estamos en casa —afirmó Rafe como si le hubiera leído el pensamiento.
Ella se alisó el pelo, aplastado por haberse dormido, y le dedicó una temblorosa sonrisa.
Una hora más tarde, después de que los padres y Rory hubieran ido a sus habitaciones, Genny y Rafe se reunieron en el salón del ala este del edificio con Eloise, la abuela de Rafe, duquesa de Hartmore.
Alta, de aspecto mucho más joven del que correspondía a su edad, Eloise tenía un rostro alargado y lleno de arrugas, ojos azules y el cabello casi blanco y recogido en un moño. Siempre llevaba pantalones viejos y botas e iba acompañada de Moe y Mable, sus dos collies.
Genny quería a Eloise de forma incondicional. A esta le encantaba la jardinería y cuidaba de los jardines de la finca. Y lo hacía bien. En general, el terreno de la finca estaba en mucho mejor estado que la casa.
—Moe, Mable, sentaos —ordenó la anciana a los perros señalándoles un lugar al lado de la chimenea. Los animales la obedecieron dócilmente. Después, Eloise se volvió hacia Genny—. Mi niña querida.
Genny lanzó un gritito y corrió hacia ella.
Eloise la abrazó riéndose.
—Así que, por fin, serás uno de los nuestros.
Genny la abrazó con fuerza.
—Me alegro mucho de verte.
—Déjame que te vea —Eloise la agarró por los hombros y la separó de ella—. Estás un poco pálida.
—Estoy bien, de verdad.
—Así me gusta. Pronto haremos que se te coloreen las mejillas y que ganes unos kilos —le acarició la mejilla—. Estoy muy contenta de que vayas a ser mi nieta.
Genny se mordió los labios sin saber qué decir.
—Me siento un poco abrumada.
Se oyó ruido en el pasillo. Los perros irguieron las orejas y la puerta se abrió de golpe.
—¡Genny!
Vestido con el uniforme escolar, Geoffrey, de ocho años de edad, entró como una exhalación.
—¡Estás aquí!
—Despacio, jovencito —le ordenó Eloise ocultando una sonrisa.
Genny y el niño se abrazaron estrechamente.
—Me han dejado salir del colegio por la boda. La bisabuela dice que vas a ser mi tía.
—Así es.
—Mi madre quiere que vuelva al colegio el lunes —afirmó Geoffrey frunciendo el ceño.
Genny le acarició el cabello.
—Me alegro mucho de que hayas podido venir.
—Y yo estoy muy contento de estar en casa —dijo el niño sonriendo de oreja a oreja. Después se volvió y se lanzó hacia Rafe—. ¡Tío Rafe!
Este lo levantó del suelo riendo.
—Bájalo, Rafe.
Brooke DeValery Landers, hermana de Rafe y madre de Geoffrey, se hallaba en el umbral de la puerta. Su aspecto era estupendo, como siempre, pero los miraba con desaprobación.
—Está muy nervioso y se porta como un salvaje —se apartó el negro cabello de la frente y sus ojos azul turquesa se fijaron en Genny—. Encantada de verte, Genevra —dijo en un tono que desmentía sus palabras. Brooke estaba divorciada de un americano que se había vuelto a casar y tenía dos hijos.
—Hola, Brooke. Tienes buen aspecto.
Genny y Brooke no se llevaban bien. Mantenían una actitud educadamente fría. Genny se le acercó y ambas se besaron en las mejillas.
Brooke miró a Rafe.
—Supongo que debo daros la enhorabuena.
—Así es. Gen me ha hecho el hombre más feliz del mundo.
—Genny —dijo Geoffrey tirándole de la mano—. ¿Sabías que Samson ha tenido gatitos?
Genny lo miró con los ojos como platos.
—¿Cómo es posible?
—Porque resulta que es una gata —afirmó el niño riendo.
—Geoffrey, ven aquí —Brooke los interrumpió bruscamente al tiempo que extendía la mano—. Quítate el uniforme antes de que te lo manches.
—Pero quiero llevar a Genny a la cuadra y enseñarle…
—Ahora mismo, Geoffrey.
Este fue hacia su madre arrastrando los pies y ambos salieron y cerraron la puerta.
Cenaron a las ocho sin Geoffrey. Brooke dijo que estaba agotado y que se había acostado. La conversación fue trivial. Rory hizo algunas fotos antes de que sirvieran la cena. Afirmó que se iría el lunes a Colorado, a la ciudad de Justice Creek, para visitar a su prima. Eloise habló de sus plantas, que estaba deseando enseñar a Genny. Los padres de esta se mostraron amables y encantadores.
Y Rafe estuvo callado y observando como de costumbre. Comía despacio, sin hacer ruido con los cubiertos ni con las copas. Genny trató de no mirarlo para no perderse en fantasías sobre los cuatro días que habían pasado juntos, dos meses antes.
Ni en recuerdos más lejanos del niño salvaje que había sido, siempre deambulando por los jardines o por el bosque, sin control de los adultos. Su madre, Sabrina, lo adoraba y se negaba a atarlo corto. Su padre, Eduardo II, apenas se relacionaba con él salvo para castigarlo cuando el conde consideraba que se había portado mal. Los castigos eran frecuentes y severos.
Genny había conocido a Rafe en su primera visita a Hartmore, cuando ella tenía cinco años y él trece. Seguía siendo un salvaje. Se dejó caer de un roble prácticamente sobre ella, que salió corriendo y gritando. Al día siguiente, él no la asustó y, al final, el segundo hijo del conde y la princesa de Montedoro se hicieron amigos. Él le dijo que odiaba a su padre y ella le confesó que deseaba quedarse en Hartmore para siempre.
Ese otoño, Rafe fue a estudiar a Londres, donde, para sorpresa de todos, le fue muy bien. De Londres pasó a Cambridge, donde obtuvo las mejores calificaciones de su clase. Eloise le había dicho muchas veces a Genny que su nieto tenía un cerebro tan grande como su cuerpo, y aptitudes para ganar dinero. Rafe invirtió con enormes beneficios una modesta herencia que había recibido de un tío abuelo. Las cosas le iban muy bien.
En la mesa, Brooke, que se hallaba sentada al lado de Rafe, se echó a reír.
—¿Qué miras, Genevra? —preguntó a Genny, aunque lo sabía perfectamente.
Esta trató de no ponerse colorada y le contestó rápidamente para que Rafe no tuviera que salir a defenderla.
—A ti, naturalmente, Brooke. Me encanta ese vestido.
Brooke sonrió burlona y levantó la copa de vino.
—Por la felicidad matrimonial, aunque, en mi experiencia, no es tan buena como la pintan.
Una parte de la mansión de Hartmore estaba abierta al público de jueves a domingo, de doce a cuatro de la tarde. En ella se habían rodado algunas películas y series de la BBC.
También se alquilaba para bodas. Había dos al día siguiente, a la una y a las cuatro de la tarde, ambas en la capilla de Santa Ana, que era la de la mansión.
A las cinco y media, los asistentes a la segunda habían salido de la capilla. A las seis menos cuarto, Genny, del brazo de su padre, recorrió la nave de la iglesia. El vestido de novia lo había comprado tres días antes en Montedoro, y el ramo de rosas era de la rosaleda de Hartmore. Rafe la esperaba en el altar vestido de frac. A Genny, todo aquello le parecía irreal.
En el altar, pronunció los votos obedientemente. Rafe la besó. Sus labios rozaron los suyos por primera vez desde que se habían despedido con un beso dos meses antes. Ella se estremeció levemente y su cuerpo lo deseó.
Realmente, era extraño. Habían estado juntos cinco días desde que ella había escalado el muro de la villa para decirle que estaba embarazada, pero no habían hablado de nada salvo de los planes para la boda y de lo que harían después.
Y no habían hecho el amor. Él se había mostrado distante y atento.
Después de la ceremonia, mientras posaba con Rafe y la familia para que Rory les hiciera fotos, se preguntó si estaba bien de la cabeza. Estaba embarazada, se había casado con Rafe, su amigo del alma, que en aquel momento le parecía un desconocido, y era la dueña de Hartmore.
Le parecía mentira, un sueño extraño e imposible.
Cenaron en el comedor del ala este, donde vivía la familia. La celebración de las bodas anteriores seguía en el ala central de la mansión. Al acabar de cenar, tomaron tarta y champán.
A las once, Genny estaba en los aposentos de Rafe, que constaban de un dormitorio principal, un salón, un vestidor, un cuarto de baño y un segundo dormitorio. En el dormitorio principal había muebles antiguos y una enorme cama con dosel.
Con un camisón de satén blanco que había comprado el mismo día que el vestido de novia, estaba sentada frente al espejo del tocador y contemplaba su reflejo al tiempo que pensaba que tal vez Rafe no fuera a reunirse con ella.
Se inclinó hacia el espejo y susurró furiosamente a su propio reflejo:
—Si no viene, no te vas a quedar sentada esperándolo, sino que vas a ir a buscarlo.
Y cuando lo encontrara, insistiría en que durmieran juntos como marido y mujer.
Porque por algún sitio tenían que empezar a construir un matrimonio de verdad. Y como el sexo se les había dado muy bien, esperaba que haciendo el amor pudiera echar abajo el muro de contención emocional que él parecía haber levantado a su alrededor.
—No hace falta que lo hagas, Gen. Estoy aquí.
Ella reprimió un grito y se giró.
—¡Casi me matas del susto, Rafe! —exclamó mientras trataba de recordar cuánto de lo que estaba pensando había verbalizado.
—Perdóname —dijo él.
Genny pensó en el niño salvaje que había sido, atormentado por su padre, precavido con todos, salvo con ella. Pero en aquel momento también se mostraba precavido con ella. No sabía qué pensaba.
—¿Estás bien? —preguntó él frunciendo el ceño.
—Sí, desde luego.
¡Por Dios! Era horrible. Parecían dos desconocidos entre los que se producían largos silencios. Ella se levantó y se sintió muy expuesta con el finísimo camisón.
—Muy bien —dijo él—. Volveré dentro de unos minutos —y fue al cuarto de baño.
Ella se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. La soltó de golpe y se preguntó si de verdad volvería. Había otro dormitorio al que se podía acceder desde el vestidor. ¿Qué debía hacer? ¿Ir detrás de él para asegurarse de que…?
No, ya habría tiempo para eso después. Apagó todas las luces salvo la de la mesilla de noche y se sentó en la cama, bajo las sábanas, a esperarlo.
Se llevó la mano al pecho. El corazón le latía temeroso. Pero la puerta se abrió y ahí estaba él, enorme y musculoso, maravilloso, vestido solo con unos boxers. Se dirigió directamente a ella. Y el corazón de Genny comenzó a latir a toda prisa de excitación, no de miedo.
Él apagó la luz de la mesilla antes de meterse en la cama. Ella siguió sentada sintiendo su presencia y su calor a su lado. Y su silencio.
Era ridículo. Soltó una risita histérica, a pesar de sus esfuerzos por reprimirla. Se llevó la mano a la boca, pero no consiguió dejar de reírse.
—Te parece gracioso, ¿verdad? —preguntó él en la oscuridad.
Ella siguió riéndose hasta que oyó que él reía también.
Rieron juntos a oscuras, y ella recordó que solían reírse de las cosas más sencillas: de las travesuras de Moe y Mable cuando eran cachorros o de la forma en que él surgía de pronto de cualquier sitio sorprendiéndola. Se reían de cualquier cosa en aquella época. Él no lo hacía con nadie más, por lo que Genny se sentía orgullosa de que con ella no sintiera la necesidad de contenerse ni de estar alerta.
Dejaron de reír y se hizo un silencio completo en la habitación.
Entonces, él se volvió hacia ella despacio y la rodeó con el brazo atrayéndola hacia sí.
Ella lanzó un suspiro de alegría y apoyó la cabeza en su hombro.
—Creo que me he puesto histérica.
—Deben de ser las hormonas —afirmó él mientras le acariciaba el brazo.
—Es la ventaja de estar embarazada. Cada vez que me porte mal, puedo atribuirlo a las hormonas.
—No lo has hecho.
—¿El qué?
—Portarte mal —rozó su cabello con los labios.
Ella frotó la mejilla contra su hombro y deseó que las cosas fueran siempre así entre ellos.
—¿Has olvidado lo que sucedió cuando le dije a mis padres que habíamos decidido casarnos? Te hice prometer que no les diríamos nada del bebé, y yo se lo solté mientras tú tratabas de guardar el secreto.
—Eso no fue comportarse mal. Tú eres así.
—¿Incapaz de atenerme a un plan trazado?
—No, incapaz de ocultar la verdad, a pesar de no querer decepcionar a tus padres.
—Soy sincera, ¿verdad?
—Sí —afirmó él sin vacilar, de lo que ella se alegró.
Pero entonces pensó en su matrimonio, que no hubiera tenido lugar de no haber sido por el embarazo. Y debido a ello había conseguido el sueño de toda su vida: ser la condesa de Hartmore.
—Pero no soy sincera.
—Shhh.
—Rafe, yo…
—Shhh —repitió él. Le acarició el cuello y le alzó la barbilla—. Gen —su aliento rozó la mejilla de ella.
Y entonces, sus labios se posaron en los suyos leve y tiernamente.
Un beso. Por fin.
Ella abrió los labios dándole la bienvenida.
Él aceptó la invitación y le introdujo la lengua al tiempo que la apretaba más contra sí. Ella gimió de placer al sentir que sus senos presionaban el ancho pecho masculino. Lo agarró por el hombro sintiendo que se derretía.
Siguieron besándose, y Gen lo empujó para que se pusiera boca arriba. Él se tumbó de espaldas para que ella pasara una pierna por encima de su cuerpo.
El camisón se le había escurrido hasta la cintura, pero a ella no le importó. Estaba tumbada sobre él.
Rafe la agarró por las caderas para apretarla aún más contra sí. Ella sintió su excitación a través de la fina seda de los boxers.
La deseaba.
Y ella lo deseaba. Era indudable que conseguirían que las cosas fueran bien entre ellos la noche de su boda.
Le acarició el rostro y le recorrió la curva cicatriz con los dedos. Y gimió de excitación y placer, y de compasión por lo todo lo que él había sufrido.
De pronto, Rafe se quedó inmóvil. Ella le acarició el hombro para que se relajara y siguiera besándola y acariciándola.
Pero él se mantuvo rígido y le estiró el camisón para taparla. La apartó de sí y se colocó encima de ella.
—Rafe, ¿qué?
Lo miró en la oscuridad esperando que le diera una explicación, pero no lo hizo. Al cabo de unos segundos se tendió a su lado y volvió a abrazarla.
—Dejémoslo así esta noche —dijo él en voz baja—. Todo saldrá bien.
Ella quiso creerlo, pero no pudo, lo cual, por algún extraño motivo, la hizo pensar en Edward.
Edward, alto y delgado, de ojos azules y pelo castaño. Era tan elegante y encantador como Rafe estoico y tierno. Había sido el protagonista de sus primeras fantasías. Flirteaba con ella descaradamente. Y a Genny le encantaba.
Edward…
Tal vez lo que Rafe y ella necesitaran fuera hablar de lo más difícil: la muerte de Edward, un tema que Rafe siempre evitaba. Dos meses antes, cuando ella había tratado de sacar el tema a colación, él se había negado repetidamente a hablar de ello.
Volvió a intentarlo.
—¿Es por Edward?
—Duérmete, Gen.
—Te he acariciado la cicatriz y se ha estropeado todo.
—No.
—Rafe, creo que debemos hablar de eso.
—Déjalo estar.
—No, no voy a hacerlo. Sé lo que sucedió esa noche. Me lo contó Eloise. Sé que volvíais de una fiesta en Tillworth, la casa de Fiona.
Fiona Bryce-Pemberton y Brooke eran amigas de la infancia. A los diecinueve años, Fiona se había casado con un rico banquero que le había comprado una casa de campo no lejos de Hartmore.
—Eran las dos de la mañana y Edward conducía. Brooke se había quedado a dormir en casa de Fiona. Solo estabais Edward y tú en el coche cuando él se salió de la carretera y chocó contra un árbol. Eloise me dijo que la investigación fue concluyente con respecto a que tú hubieras tenido culpa alguna, que había sido un accidente, una de esas cosas terribles que suceden en cualquier momento.
Rafe al principio se mantuvo inmóvil, pero luego se separó de ella lentamente quedándose tendido a su lado, sin que sus cuerpos se tocaran.
—Si ya sabes lo que pasó, no hay nada de que hablar.
Ella se sentó en la cama, encendió la lámpara de la mesilla y se volvió hacia él.
—Hay muchas cosas de que hablar: de cómo te sientes por lo sucedido, de cómo estás y de por qué no quieres que un cirujano plástico te examine la cicatriz.
Los ojos de Rafe centellearon.
—Me siento fatal por lo que sucedió. Y estoy entero, gozo de buena salud y soy conde de Hartmore, así que diría que estoy bien. En cuanto a mi rostro, puede que la cicatriz no resulte muy bonita, pero no me importa. Si no quieres mirarme, no lo hagas.
—No es justo, Rafe. No puedes…
Él hizo que se callara tirando de ella hacia sí y besándola con ira y dureza.
Ella lo empujó por los hombros hasta que la soltó.
—¿Qué te pasa?
—Déjalo estar —le ordenó él con frialdad.
—Tú no eres así.
—Lo digo en serio, Gen. Edward está muerto. No hay nada más que decir.
—Claro que lo hay. Sé que lo querías, como él a ti. Estoy segura de que el hecho de que ya no esté te está matando, que…
—Basta —Rafe apartó las sábanas y se levantó—. Buenas noches —dijo. Y se marchó sin más ni más.
Ella lo vio abrir la puerta del otro dormitorio y cerrarla sin hacer ruido.
Su impulso fue seguirlo.
Pero no lo hizo.
Lo había intentado y no había salido bien. Tenía que dejarlo estar, al menos de momento. Volvió a tumbarse en la cama y a arroparse y se puso la mano sobre el vientre.
Las cosas mejorarían.
De algún modo conseguirían volver a ser amigos, ser amantes, ser marido y mujer.
Se negó a reconocer que había cometido un error al casarse con un hombre al que ya no conocía.
Se quedó dormida a las tres de la madrugada. Se despertó a las nueve pasadas sintiéndose exhausta, como si no hubiera dormido. Se levantó, se duchó y se vistió. Y tuvo que contenerse para no mirar en la otra habitación.
Justo antes de salir para bajar a desayunar, llamó a la puerta del otro dormitorio.
Nadie respondió.
Volvió a llamar. Al no recibir respuesta, abrió la puerta. Rafe ya se había ido. La ropa de la cama estaba revuelta, y ella se sintió satisfecha al comprobar que tampoco él había dormido bien.
En el pasillo, Caesar, su guardaespaldas, la esperaba y la acompañó hasta el comedor. Se situó en la puerta del mismo por si ella necesitaba protección. No la necesitaba, pero, después de que su hermano Alex hubiera estado secuestrado durante cuatro años en Afganistán, toda la familia tomaba medidas de seguridad cuando salía de Montedoro.
Su boda con Rafe cambiaría eso. Había pasado a formar parte de su familia, por lo que podría decidir si necesitaba o no un guardaespaldas. Creía que no.
Había un bufé para desayunar. El comedor estaba vacío, la mesa puesta y las bandejas alineadas y esperando.
Genny tenía el estómago revuelto, a causa del embarazo y de la discusión en su noche de bodas, por lo que agarró una tostada y un zumo de manzana y se sentó a la mesa.
Rory entró.
—¿Hay noticias?
—¿Noticias de qué?
Rory se sirvió café y se sentó al lado de su hermana.
—¿No te lo han dicho?
—¿De qué hablas?
—Geoffrey ha desaparecido. Brooke fue a su habitación esta mañana a las ocho a prepararlo para llevárselo a Londres y no estaba. Había dejado una nota en la almohada diciendo que odiaba el colegio, que se escapaba y que no iba a volver.
A Genny se le contrajo el estómago.
—¿Que Geoffrey se ha escapado?
Rory asintió.
—Rafe, Eloise, dos jardineros y uno de los mozos de cuadra lo están buscando. Me he ofrecido a ayudarlos, pero Eloise ha rechazado mi ayuda. Me ha dicho que tal vez después, si no lo encuentran en sus sitios preferidos.
—¿Y Brooke? ¿Y papá y mamá?
—Brooke está en su habitación con un ataque de nervios. Papá y mamá, en la terraza esperando a que alguien vuelva trayendo buenas noticias.
—¿Dónde han ido a buscarlo?
—Han hablado del sendero del lago, del embarcadero y de un par de sitios más.
—¿Y del castillo?
Construido en el siglo xiii, el castillo de Hartmore estaba en ruinas. El verano anterior, Geoffrey y ella se habían pasado una tarde explorándolo.
—Creo que no. ¿Adónde vas?
Genny ya se hallaba cerca de la puerta.
—A buscarlo en el castillo.
—Voy contigo.