La Puerta del Baño - Sandrine Beau - E-Book

La Puerta del Baño E-Book

Sandrine Beau

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Beschreibung

Esa mañana, Mía podría jurar que sus pechos comenzaron a crecer. La alegría que siente por esa esperada transformación no dura mucho: la mirada de los demás cambia, en particular la de su padrastro, quien adquiere la sospechosa costumbre de abrir La Puerta del Baño cuando ella se está duchando. Una historia fuerte sobre el respeto al cuerpo y a la intimidad, sobre el sentimiento de culpa que puede desarrollar una víctima, y sobre la necesidad de alzar la voz para liberarse. Una novela necesaria e incisiva.

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La porte de la salle de bain, escrito por Sandrine Beau.

© Talent Hauts (FRANCE), 2015.

Diseño de portada:www.proyectografico.cl

en base a imágenes de www.freepik.com

Narrativa

I.S.B.N.: 978-956-12-3690-5

I.S.B.N. digital: 978-956-12-3704-9

1ª edición: marzo de 2023.

© de la traducción: Empresa Editora Zig-Zag S.A., 2022.

Traducción al castellano: Loreto Mendeville.

© de la edición: Empresa Editora Zig-Zag S.A., 2022.

Los Conquistadores 1700, piso 10, Providencia.

Santiago de Chile.

Teléfono (56-2) 2810 7400.

[email protected] / www.zigzag.cl

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

1

UN PEQUEÑO CASI NADA A LA IZQUIERDA

Sucedió el diecisiete de octubre, a las nueve y dos, nueve y tres. Por ahí.

Lo sé porque mi mamá y Lloyd venían escuchando la radio en el auto y acabábamos de oír la campana que anunciaba las nueve. Sentí una especie de dolor en el lado del corazón, pero no realmente ahí. Justo arriba. En el lugar preciso donde, un día, crecerían mis pechos.

Ese día, el diecisiete de octubre, a las nueve con dos minutos y algunos segundos, partió.

El mismísimo principio del comienzo de la salida de mis pechos en crecimiento.

No dije nada, porque esas pequeñas alegrías prefiero reservarlas solo para mí.

Quizá si hubiéramos estado solas, mi mamá y yo, se lo hubiera comentado. Quizá le hubiera preguntado: ¿Es eso? ¿También sentiste ese pequeño pinchazo, justo detrás del pezón aún completamente plano? ¿Te acuerdas del principio de tus pechos? ¿Tenías mi edad?

Pero con Lloyd en los alrededores, no me dieron ganas.

Lloyd es bastante agradable. De hecho, fue él quien “salvó” a mi mamá. Antes de que apareciera Lloyd, en mi casa no estábamos precisamente de fiesta. Por suerte, la Lelita estaba aquí para hacer las compras, tomar en brazos a Polo, que era todavía un mini-peque, bañarlo, ayudarme con las tareas y hacernos cariño. En cuanto a mi mamá, estaba tan ocupada construyendo su pirámide gigante de pañuelos, después de que el papá de Polo se fue, que no podía hacer nada más.

–Una depresioncita –me había explicado la Lela–, pero no te preocupes, Mía, ya se le va a pasar. Tu mamá ya va a hacer de tripas corazón.

Yo no veía de qué tripas iba a sacar corazón mi mamá para estar mejor, pero había decidido confiar en la Lelita.

Y, en efecto, al cabo de algunos meses llegó Lloyd, un músico más bien peludo (lo noté la primera vez que se arremangó la camisa a cuadros) que le devolvió la sonrisa a mi mamá.

Empezamos a comprar menos pañuelos de papel, a llenar nosotras mismas el refri, sin la ayuda de la Lela, y mi mamá empezó de nuevo a ser mi mamá.

2

UN PEQUEÑO NADA DE NADA

Evidentemente, después del evento en el auto, vigilé mi ausencia de pechos con lupa.

¡Estaba tan contenta de que por fin comenzara!

Los estaba esperando desde hacía meses. Los escrutaba desde hacía años en el espejo del baño. Y soñaba con ellos desde siempre. Cuando chica, recuerdo que los encontraba hermosos. Cada vez que veía a mi mamá desvestirse, deseaba en silencio: “¡Que tenga los mismos! ¡Así de redondos y bellos! ¡Con la puntita levantando la tela de la camiseta!”. No podía haber nada más magnífico. Entonces esperaba mis pechos con impaciencia.

Pero una semana después del pequeño pinchazo, por más que me acercaba al espejo, no veía nada. Ni la sombra del principio de un cambio. Ni a la izquierda, ni a la derecha, ¡nada que reportar!

No pasaba nada de nada.

*

Un poco como en la casa.

Al menos eso decía la Lelita. Había tenido una discusión con mi mamá y le había preguntado que cuánto tiempo más iba a pasar Lloyd “haciéndose la almeja en el sofá”.

–No quiero meterme en lo que no me importa, mi amor, pero quedarse así haciendo nada, no es bueno…

–Mamá… –le había susurrado mi mamá, para que Lloyd, La Almeja, que estaba justo al lado, no escuchara–. Sabes bien que no es que no haga nada. Compone.

–¿Compone? ¿Con los brazos cruzados detrás de la cabeza, incrustado en el sillón?

Mi mamá levantó la mirada al cielo:

–¡La creación no se puede explicar! Necesita tiempo.

–Entretanto –le había contestado la Lela–, no es de mucho aporte su creación. ¿No te da la impresión de tener un tercer hijo que alimentar? ¡Te lo juro, parece un adolescente atrapado en el cuerpo de un hombre que se deja mantener!

Mi mamá había cerrado el tema:

–En todo caso, si he vuelto a ser la de antes, es gracias a Lloyd. Entonces, almeja o no, le agradezco todos los días por haber estado ahí para mí, en ese momento. Y si ahora me toca a mí estar ahí para él, no me molesta.

La Lela no insistió. De todas formas, yo ya tenía otra imagen de Lloyd y encontraba que, efectivamente, el estado de molusco comenzaba a ganar terreno por sobre el de humano.

Mi mamá solo veía el lado bueno: Lloyd estaba aquí para mi desayuno por la mañana. En realidad, para ser exacta, Lloyd estaba presente en la casa, pero me las arreglaba sin él para hacerme un pan tostado.

Yo no me quejaba. Prefería por lejos despertar suavemente, sola, tranquila, que tener que meterle conversa a un zombi hediondo a noche.

Si mi mamá trabajaba en la tarde, Lloyd estaba aquí cuando yo volvía. Y también estaba cuando Francisca, la niñera, venía a buscar y a dejar a Polo. Y estaba por la noche, cuando mi mamá trabajaba de noche.

De modo que, a veces –sobre todo cuando se trabaja en un hospital–, una almeja en el sillón ¡sale a cuenta!

*

Además, lo pasábamos bien con Lloyd. Los miércoles por la tarde, con frecuencia nos lanzaba:

–¿Jugamos a la Big Band?