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Un acuerdo práctico… ¡Y un deseo innegable! El jeque Karim necesitaba una prometida para evitar que su tirano padre, el rey de Zafar, lo obligase a casarse por interés. Orla Calhoun necesitaba salvar el legendario criadero de caballos de su familia. La cláusula del contrato que establecía que no habría sexo entre ambos debería haber simplificado la situación, ¡si hubiesen sido capaces de contener la química que había entre ambos! Detrás de la reputación de niña rica de Orla había muchos años de duro trabajo y su mayor secreto: ¡era virgen! Eso nunca había sido un problema, hasta que surgió aquella intensa atracción entre Karim y ella. Atracción que sería ineludible cuando el deber hizo que Karim, y su futura esposa, tuviesen que volver a Zafar…
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Seitenzahl: 179
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Heidi Rice
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La reina inocente del desierto, n.º 2847 - abril 2021
Título original: Innocent’s Desert Wedding Contract
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-347-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
POR QUÉ no te buscas una esposa, hermano? Así, el viejo no te tendría que obligar a un matrimonio concertado.
–No, gracias, hermano – respondió Karim Jamal Amari Khan, príncipe heredero de Zafar, en tono sarcástico, mientras le daba a su hermano Dane una patada por debajo de la mesa del café–. Nuestro padre no me puede obligar a nada.
–El término padre es algo impreciso, ¿no piensas? –le respondió Dane sonriendo–. Teniendo en cuenta que lo único que ha hecho ha sido dejar embarazadas a nuestras madres.
–Cierto, pero irrelevante –mintió Karim.
Dado que él era el hermano mayor y el heredero al trono, había recibido algo más de atención por parte de su padre, incluidos los horribles veranos que se había visto obligado a pasar en Zafar después del suicidio de su madre. Veranos de los que Dane no sabía nada.
–El caso es que no voy a casarme porque lo diga nuestro padre. Si quiere desheredarme, que lo haga.
De hecho, a Karim le encantaba la idea. Solo tenía malos recuerdos del reino de Zafar, motivo por el que se había labrado su propio camino y, con treinta y dos años, había levantado ya un imperio multimillonario. De hecho, no había vuelto a Zafar desde que tenía dieciséis años.
–Eso me dejaría a mí en la línea de fuego –replicó Dane, dejando de sonreír de repente–. Vaya, gracias, hermano.
–Así es.
Karim se echó a reír. Eso sería una buena lección para su padre, ya que Dane era un hombre imprudente e indisciplinado, al que le interesaba la herencia de su familia todavía menos que a él. Mientras que la madre de Karim, Cassandra Wainwright, había sido una joven aristócrata inglesa que había vuelto al Reino Unido con él después del divorcio y lo había mandado a varios internados disciplinarios, la de Dane, Kitty Jones, se había dedicado a vivir entre la jet set de Nueva York después del divorcio. Y no había puesto ningún límite a su hijo. Solo se llevaban cuatro años, pero Dane había rechazado la oferta de Karim de trabajar con él en Amari Corp y había montado su propia empresa hotelera cinco años antes, empresa que había tenido un sorprendente éxito. Porque si había algo que se le daba bien a Dane era organizar fiestas.
–Tengo una información que tal vez te haga cambiar de opinión acerca de buscar esposa cuanto antes –anunció Dane con los ojos brillantes.
Karim se sintió incómodo. No había nada que Dane disfrutase más que molestarlo, motivo por el que se había presentado en su mansión del barrio londinense de Belgravia a las ocho de la mañana y sin llamar antes, recién llegado de Nueva York.
–¿Qué sabes? –inquirió Karim con impaciencia, decidiendo terminar con el juego.
Necesitaba ponerse a trabajar y no tenía tiempo para juegos.
–El viejo sabe que andas detrás del criadero de los Calhoun –anunció Dane como si acabase de ganar una carrera.
–¿Cómo sabes tú eso? –le preguntó Karim.
El tema era secreto.
Michael Calhoun había fallecido un año antes, dejando su criadero y su centro de adiestramiento de caballos ahogado por las deudas. Habían vendido gran parte de los animales, pero Karim había descubierto varios días antes que el negocio iba a tener que entrar en liquidación voluntaria. Y estaba preparado a entrar a matar en cuanto saliese a subasta.
–Me lo contó anoche en Tribeca una de las amantes de papá. Por eso he tomado el primer vuelo a Londres. Ambos sabemos que lo que quiere es ganarte la mano para obligarte a casarte.
Karim juró entre dientes.
–Me podrías haber llamado por teléfono –murmuró, sabiendo que lo más probable era que su hermano se hubiese presentado allí para verlo sudar en persona, pero no iba a darle ese placer–, pero gracias por el aviso.
De no haber estado al corriente de las intenciones de su padre, habría perdido la subasta.
Y eso le habría dolido. Comprar aquel negocio representaba su oportunidad de entrar en el mundo de las carreras de caballos y hacerse un nombre en él, idea a la que llevaba tiempo dándole vueltas. Lo único que le gustaba hacer en Zafar era montar a caballo y adiestrar a los sementales árabes que el rey tenía allí.
Pero se negaba a jugar el juego de su padre. El viejo bastardo ya había intentado manipularlo antes en el pasado, obligándolo a competir con él. A Karim no le había importado hasta entonces, de hecho, le había divertido buscar la manera de ganar a su padre y demostrarle que no le tenía miedo. Y, según su negocio había ido creciendo, le había sido más sencillo ganar. No obstante, los intentos de chantaje de su padre eran cada vez más desesperados y Karim se había dado cuenta de que eso estaba afectando a la economía de Zafar además de a la de su padre. Zafar había sido uno de los reinos más ricos de la región, pero estaba perdiendo relieve porque su padre se estaba gastando el dinero en medir fuerzas con él. Y, a pesar de que Karim no se sentía unido a su país natal, tampoco quería que sus habitantes se vieran castigados. Por eso había dejado de tener relación con su padre varios años atrás y había mantenido todas sus operaciones en secreto o se había retirado de ellas si su padre había mostrado algo de interés. Para ello, había tenido que dejar a un lado su orgullo, pero había sabido que la táctica funcionaba y, de hecho, hacía un año que su padre no había intentado ningún truco nuevo.
–¿Por qué no aceptas el reto en esta ocasión? –le preguntó Dane–. En vez de tirar la toalla.
–No me voy a casar para cerrar un trato –le respondió Karim, preguntándose si su hermano había perdido la cabeza.
–¿Y si en realidad no te estuvieses casando? Podría ser un matrimonio de conveniencia –le sugirió su hermano–. Sería la venganza perfecta ante tanta manipulación. Si no te acuestas con ella, no podrás darle al viejo los herederos que tanto desea.
–El principal motivo por el que no quiero casarme no tiene nada que ver con nuestro padre –le explicó Karim, molesto con las tonterías de su hermano–. Si no, sencillamente, que no quiero una esposa.
Tenía relaciones esporádicas, pero no duraderas.
–Aunque no fuese una esposa de verdad, tendría ciertas expectativas… Y me exigiría parte de mi tiempo.
Y no quería convertirse en una persona tan débil y frágil como su madre.
La recordó con el rostro manchado por las lágrimas. La tristeza de su madre había marcado toda su niñez y no quería ser responsable de otra mujer que pudiese querer cosas que él no le podía dar.
Por eso tenía en Kensington una agradable casa de cuatro dormitorios, a la que llevaba a la mujer con la que se estuviese acostando en ese momento, para poder ir a verla cuando le apeteciese, pero sin implicarse emocionalmente. Aunque la casa llevaba vacía un mes, o dos. Desde que había terminado con Alexandra cuando esta había empezado a hablar de tener una relación más seria.
–Cómo eres –comentó su hermano.
Y Karim pensó que, lo mismo que a su hermano le gustaba provocarlo, a él le gustaba provocar a su padre todavía más.
–Dile a tu equipo de abogados que se ponga a redactar un contrato prenupcial –añadió Dane–. Y después solo tendrás que buscar a una mujer ambiciosa o lo suficientemente desesperada como para dejarse comprar.
ORLA, Orla, hay un helicóptero sobrevolando la granja. Gerry le acaba de dar permiso para aterrizar en el pasto trasero. Gerry dice que es él, el jeque que va a echarnos a todos a la calle.
Orla Calhoun dejó un instante de limpiar el establo de Aderyn al oír gritar a su hermana Dervla. El semental la empujó y arrastró las pezuñas por el suelo. Ella apoyó una mano en su hocico para tranquilizarlo. Como casi todos los caballos de carreras retirados, Aderyn era bastante tranquilo y le gustaba tener compañía casi tanto como a ella, pero…
–Shh, tranquilo, amigo, Dervla está estresada –le susurró antes de salir del establo.
Cerró la puerta, se quitó los guantes y fulminó a su hermana con la mirada.
–Por favor, Dervla, ¿cuántas veces te he dicho que no levantes la voz cuando estamos con los caballos? –la reprendió en un susurro–. Los asustas y alguien podría hacerse daño o, lo que es peor, el animal podría hacerse daño.
Solo le quedaban seis caballos, pero cada uno de ellos era muy importante para ella, y seguía lamentando el haber tenido que separarse de aquellos que se había visto obligada a vender durante el último año.
Tal vez aquel había sido el problema, que le habían importado más los animales en sí que el negocio.
Y estaba a punto de perderlo todo.
–Está bien, está bien –le contestó su hermana en voz baja, agarrándola del codo para sacarla de allí–, pero ¿qué vas a hacer con él?
Orla oyó entonces el sonido del helicóptero mientras aterrizaba. Estaba lo suficientemente lejos para no molestar a los caballos, pero a ella había conseguido ponerla nerviosa.
–¿Estás segura de que es él? –preguntó–. Se supone que no iba a venir hasta el viernes.
El administrador judicial había quedado con el príncipe Karim Jamal Amari Khan para enseñarle las instalaciones antes de la subasta del sábado. Aquella debía de ser una visita de alguno de sus súbditos. Tenía que serlo, sobre todo, porque Orla no se sentía preparada para recibir al príncipe.
Bajó la vista a sus botas de trabajo y a sus vaqueros manchados, se dio cuenta de que la camisa sudada se le pegaba a los pechos. Llevaba despierta desde el amanecer. Había sacado a Aderyn a galopar y después había estado limpiando los establos porque habían tenido que despedir al último mozo un mes antes.
–Gerry dice que ha hablado con él –murmuró Dervla–. ¡Es el príncipe quien pilota el helicóptero! Según Gerry, ha venido solo.
La ansiedad que se había adueñado de su estómago desde que se había visto obligada a enfrentarse a lo inevitable dio otro giro de tuerca.
Había planeado tener la casa impoluta y estar ella impecable cuando el príncipe llegase. Había querido tener buen aspecto ya que iba a pedir un enorme favor.
–Mantenlo ocupado mientras me aseo un poco –le pidió Orla–. Y pídele a Maeve que me traiga mis mejores pantalones, ropa interior limpia y una blusa que planché ayer.
Y, dicho aquello, corrió hacia el cuarto de baño que había en la parte trasera del establo, quitándose las botas a patadas y desabrochándose los pantalones vaqueros. Podría lavarse allí para quitarse el mal olor y cambiarse de ropa antes de salir a saludarlo.
No iba a fingir que era una mujer sofisticada porque no lo había sido nunca. Jamás había encajado en los círculos de la alta sociedad que había frecuentado su padre. Había intentado hacerlo teniendo una relación con Patrick Quinn, pero había sido un desastre.
«¿Qué esperabas, Orla? Los hombres tienen necesidades, Orla. Y tú eres más fría que un témpano de hielo».
Todavía se estremeció al recordar las palabras de Patrick cinco años antes y recordó las náuseas que había sentido al verlo abrazado a Meghan O’Reilly en su propia fiesta de compromiso. Orla tiró los pantalones al lado del lavabo e ignoró la sensación de humillación que siempre acompañaba a aquellos recuerdos.
«No importa, por suerte, te has librado de él».
Pero Patrick había tenido razón con respecto a una cosa: nunca se le había dado bien coquetear. Así que, tratar de impresionar a un jeque conquistador iba a requerirle algo de imaginación. Aunque hubiese tenido tiempo para prepararse.
Si se ponía ropa limpia, al menos podría fingir que estaba tranquila y que controlaba la situación. Y lo necesitaba para intentar convencer a Karim Khan de que le permitiese quedarse allí.
Este sabía cuál era su situación económica, que estaban obligadas a vender, así que Orla no tenía mucho poder de negociación.
Había hecho una buena búsqueda por Internet acerca del príncipe la noche anterior y, al parecer, era rico, privilegiado y arrogante, un hombre acostumbrado a que se hiciese lo que él quería, que pensaba que podía hacerse con un legado familiar que a ellos les había costado diez generaciones levantar. Pero Orla no iba a permitir que el príncipe la echase tan fácilmente de un trabajo al que había dedicado toda su vida.
Lo que necesitaba era tener la oportunidad de demostrarle que podía serle útil. Al fin y al cabo, llevaba cinco años gestionando el negocio, desde que había cumplido los diecisiete y su padre había caído en una depresión tras la muerte de su madre.
Aunque no quería presentarse como una pobre huérfana desvalida. Había leído que el príncipe era de esos hombres que solo prestaba atención a las mujeres bellas y sofisticadas, con la manicura hecha, ropa de diseño y recién salidas de la peluquería. Una clase de mujer que ella no había sido nunca, ni siquiera cuando se había creído enamorada del hijo de los vecinos.
Una vez en ropa interior, tomó la manguera que utilizaba para limpiar los aperos y abrió el grifo. Todo su cuerpo tembló bajo el chorro de agua gélida. Y ella juró en voz alta.
¿Por qué había llegado Karim Khan cinco días antes de lo previsto? ¿Sería para sorprenderla?
Oyó que alguien se aclaraba la garganta a sus espaldas.
–Supongo que es usted la señorita Calhoun –dijo una voz masculina a sus espaldas.
Orla se giró bruscamente, salpicándolo todo de agua con la manguera.
Sintió calor en las mejillas y en el pecho.
Enfrente de ella había un hombre muy alto con un hombro apoyado en la puerta del baño. A pesar de que su rostro estaba entre las sombras, lo reconoció de inmediato de las fotografías que había visto en Internet.
Orla se cruzó de brazos para cubrirse el pecho, pero no pudo evitar sentirse humillada bajo su dura y fría mirada.
¿En serio? No podía haber dado una peor imagen. ¿Y cómo era posible que el príncipe la hubiese encontrado allí?
«Dervla, te voy a estrangular».
–¿Señor… Khan? –preguntó, levantando la barbilla para intentar mostrar cierta dignidad a pesar de su aspecto–. No lo esperábamos hasta el viernes. ¿Y qué está haciendo en los establos?
Iba vestido con unos pantalones vaqueros azules, un jersey de cuello redondo negro que se pegaba a su impresionantemente ancho pecho, y unas botas de piel también negras. Era muy moreno, con el pelo negro. A Orla le vino a la mente un malvado rey de un cuento que había leído de niña, un hombre cruel, frío y poderoso, pero también sorprendentemente guapo, para ser el villano de un libro infantil. Le había encantado aquel libro, lo había leído una y otra vez. Y en esos momentos se dio cuenta del motivo.
–¿Qué estoy haciendo aquí? –le dijo él en tono sarcástico–. He venido a comprar su criadero, señorita Calhoun. Hoy.
«¿Hoy?».
Orla volvió a sentir pánico, pero entonces él avanzó hacia la luz y tomó una toalla que colgaba de una estaca de la pared. Y la mente se le quedó en blanco.
«Es todavía más guapo que el rey del cuento», pensó.
De repente, la vergüenza se convirtió en algo todavía más inquietante.
Ya había sabido que Karim Khan era muy guapo. Había estudiado sus fotografías la noche anterior, lo había visto vestido de esmoquin, de traje, con el pelo perfectamente peinado, acompañado de modelos y actrices como si se tratasen de meros accesorios.
Pero las fotografías no le hacían justicia. En persona y de cerca, y aunque no fuese vestido de manera tan elegante, era un hombre impresionante. El corazón de Orla dejó literalmente de latir mientras lo devoraba con la mirada, desde los sensuales labios, pasando por la fuerte mandíbula, las mejillas esculpidas y la nariz recta. Tenía una pequeña protuberancia en esta y una cicatriz encima del ojo izquierdo que estropeaban la perfecta simetría de su rostro, pero que solo conseguían que pareciese todavía más masculino y arrebatador.
El calor de las mejillas se trasladó también a la sangre que corría por sus venas, a los pechos, que se le habían endurecido de repente. Orla cerró los brazos con fuerza para calmar un poco aquella sensación. Se sentía todavía más humillada que cuando se había encontrado a su prometido besándose con otra mujer en su fiesta de compromiso. Y eso que siempre había pensado que jamás viviría una situación peor.
«Estabas equivocada».
–Séquese –le dijo él, lanzándole la toalla.
Orla la agarró con una mano y se obligó a respirar. Los ojos marrones claros del príncipe la miraron con impaciencia, cómo no.
Se envolvió en la toalla mientras él la recorría con la mirada de arriba abajo, hasta llegar al charco de agua que se había formado a sus pies.
–La veré en la casa dentro de quince minutos –añadió él, tratándola como si fuese una niña desobediente de diez años–. Necesito cerrar el trato hoy.
A pesar de las dificultades de Orla para respirar, se sintió molesta.
¿Quién pensaba aquel hombre que era para hablarle así? Porque fuese guapo y estuviese seco y completamente vestido no podía…
Pero antes de que se le ocurriese una respuesta lo suficientemente indignada, antes de que se armase de valor para replicar, él se dio la media vuelta y se marchó por donde había llegado.
SEÑOR Khan, siento haberle hecho esperar. ¿Le ha ofrecido Dervla algo de beber?
Karim apartó la mirada de las verdes colinas que rodeaban la finca de los Calhoun y se giró hacia la muchacha a la que había visto veinte minutos antes en los establos.
Se había puesto unos sencillos pantalones negros y una camisa blanca y tenía el pelo rojizo todavía húmedo. Al entrar en la luz del enorme salón, Karim se dio cuenta de que no iba maquillada. Todavía podría ver las pecas que cubrían su pálida piel, en las que ya se había fijado antes. Parecía muy joven y fresca, todavía más que cuando la había visto mojada. Apartó de su mente el recuerdo de sus tonificados muslos, de sus esbeltas piernas y de sus pechos túrgidos a través de la tela mojada del sujetador e intentó no sentir calor.
Iba a necesitar una amante nueva, no podía reaccionar así ante una muchacha tan poco delicada.
–No tengo tiempo para tomar nada –le respondió en tono impaciente–. Tengo una propuesta que hacerle, pero solo si la venta se realiza hoy.
Era un buen plan, infalible y honesto. Karim no había tardado mucho tiempo en encontrar una solución mejor que dejar escapar aquel negocio, mejor que la que Dane le había sugerido esa misma mañana en Londres. Así que había pilotado el Puma él mismo para llegar allí lo antes posible y poner su plan en marcha. Solo había necesitado la advertencia de Dane para tomarle la delantera a su padre.
También había querido ver la propiedad antes de realizar la oferta, pero, nada más entrar en los establos, había sabido que quería comprarlos, costase lo que costase, porque aquello era exactamente lo que había estado buscando.
–Lo comprendo, señor Khan, pero me temo que no voy a poder aceptar –le respondió ella–. El negocio está en liquidación, como ya sabe.
Él asintió.
–Pero todavía no se ha procedido a la subasta y, si he entendido bien, su hermana y usted han heredado la propiedad, ¿verdad?
Había puesto a trabajar a su equipo de abogados mientras él sobrevolaba el mar de Irlanda, así que, en realidad, aquella era una pregunta retórica, pero la joven le sorprendió con una sorprendente franqueza.