La roca de los susurros - Robyn Carr - E-Book
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La roca de los susurros E-Book

Robyn Carr

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Beschreibung

Una nueva serie televisiva, basada en las novelas de la saga Virgin River de Robyn Carr, se emitirá en Netflix. "Virgin River la saga en la que se basa la serie de televisión emitida por Netflix de drama romántico, que no te puedes perder" Mike Valenzuela, ex marine condecorado y policía de Los Ángeles, había sido tiroteado estando de servicio y en Virgin River había encontrado no sólo un lugar en el que curar sus heridas, sino también la posibilidad de recuperar la esperanza. Cuando aceptó convertirse en el primer y único policía del pueblo, lo hizo siendo consciente de que había llegado el momento de sentar cabeza. Divorciado dos veces y con una lista interminable de amantes, anhelaba en secreto comprometerse con una mujer para siempre. Y descubrió que Brie Sheridan, una fiscal de Sacramento, era la mujer con la que quería compartir su vida.También para Brie Virgin River se había convertido en un refugio seguro después de haber estado a punto de perder la vida a manos de un violador. A pesar de ser una mujer dura y valiente, a veces no era capaz de dominar el llanto, pero en Mike había encontrado a un hombre dispuesto a demostrarle que podía volver a confiar.

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Seitenzahl: 510

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

La roca de los susurros

Título original: Whispering Rock

© 2007, Robyn Carr

© 2021, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

© Traductor: Ana Peralta de Andrés

Publicada originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Diseño de cubierta: Harlequin Enterprises, Ltd.

Imágenes de cubierta: iStock y Shutterstock

 

I.S.B.N.: 978-84-18623-29-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

 

 

A Michelle Mazzanti y Kristy Price, los mejores amigos que podría tener un escritor.

Capítulo 1

 

 

 

 

Mike Valenzuela estaba levantado y con el jeep cargado antes de que saliera el sol. Tenía que conducir hasta Los Ángeles y quería salir temprano. Dependiendo del tráfico, podía tardar entre ocho y diez horas desde Virgin River hasta Los Ángeles. Cerró la puerta de la caravana en la que vivía. La había dejado delante del bar de Jack para que este y Predicador le echaran un ojo mientras estaba fuera, aunque no esperaba que hubiera ninguna clase de problema. Aquella era una de las muchas razones por las que había decidido vivir en Virgin River: era un lugar tranquilo. Un pueblo pequeño y tranquilo en el que no había nada que pudiera perturbar su paz mental. Mike ya había tenido suficientes tensiones durante su vida anterior.

Antes de decidirse a vivir en Virgin River, había hecho muchas excursiones a aquel pueblo situado en el condado de Humboldt. Solía ir allí a pescar, a cazar y a reunirse con sus antiguos compañeros de los marines, con los que todavía mantenía una relación muy cercana.

Antes de iniciar aquella nueva etapa de su vida, era sargento del Departamento de Policía de Los Ángeles y estaba especializado en bandas. Pero todo había terminado el día que le habían disparado estando de servicio. La recuperación había sido dura. Había necesitado de las consistentes comidas de Predicador y de la ayuda de Mel, la mujer de Jack, que lo había ayudado en la rehabilitación, para recuperarse. Después de seis meses, estaba ya a punto de completar el proceso de recuperación.

Desde que se había mudado a Virgin River solo había ido una vez a ver a su familia, así que había planeado un viaje de una semana: un día para el viaje de ida, otro para el de vuelta y cinco días para reunirse con aquella multitud de mexicanos con ganas de divertirse. Conociendo las tradiciones de los Valenzuela, serían cinco días de permanente celebración. Su madre y sus hermanas cocinarían de la mañana a la noche, sus hermanos llenarían la nevera de cerveza y se dejarían caer por casa de sus padres los amigos de la familia y sus excompañeros de la policía. Sería una gran fiesta de bienvenida.

Llevaba tres horas conduciendo cuando sonó el teléfono móvil. El sonido lo sobresaltó. En Virgin River no había cobertura, así que ya no estaba acostumbrado a recibir llamadas en el teléfono móvil.

–¿Diga? –contestó.

–Necesito que me hagas un favor –le dijo Jack sin ninguna clase de preámbulo.

Tenía la voz ronca, como si acabara de despertarse. Seguramente ni siquiera se acordaba de que Mike se dirigía hacia el Sur.

Miró el reloj. Todavía no eran ni las siete de la mañana. Se echó a reír.

–Claro, Jack, pero estoy a punto de llegar a Santa Rosa. No me viene del todo bien tener que acercarme a Garberville a comprar hielo para el bar, pero, qué diablos…

–Mike, se trata de Brie –lo interrumpió Jack.

Brie era la hermana pequeña de Jack, su niña mimada, y también una persona muy especial para Mike.

–Está en el hospital –lo informó.

Mike estuvo a punto de salirse de la carretera.

–Espera un momento. Voy a parar –se desvió hacia la cuneta y detuvo el vehículo. Tomó aire–. Adelante.

–Ayer por la noche la asaltaron –dijo Jack–. Le dieron una paliza y la violaron.

–¡No! –exclamó Mike–. ¿Qué has dicho? Jack no se lo repitió.

–Mi padre acaba de llamar hace un rato. Mel y yo ya estamos haciendo las maletas para ir a Sacramento. Escucha, necesito a alguien que conozca las entrañas de la ley para poder saber lo que va a pasar a partir de ahora. La policía todavía no ha encontrado al agresor. Supongo que ahora se abrirá una investigación.

–¿Cómo está ella? –preguntó Mike.

–Mi padre no ha entrado en detalles, pero Brie ha salido ya de urgencias, está en una habitación normal, sedada y seminconsciente. No necesita ninguna clase de operación. ¿Puedes apuntar un par de números de teléfono? También me gustaría que dejaras el móvil conectado. Me gustaría poder estar en contacto contigo para resolver dudas y poder hacerte algunas preguntas.

–Por supuesto –contestó Mike–. Dame los números.

Jack le dio los números de teléfono del hospital, de su padre y de Mel.

–¿Hay algún sospechoso? ¿Conocía Brie a ese tipo?

–No sé nada. En cuanto salgamos de esta zona, llamaré otra vez a mi padre y veré qué información tiene. Ahora tengo que colgar, Mike. Quiero salir cuanto antes.

–Muy bien –contestó–. Tendré el teléfono conectado todo el día, y llamaré yo también al hospital a ver qué pueden decirme.

–Te lo agradezco –contestó Jack, y colgó el teléfono. Mike permaneció con la vista clavada en el teléfono, sintiéndose terriblemente impotente. «No, Brie no», pensó, «¡Brie, no!».

En su mente se agolpaban las imágenes de los momentos que habían pasado juntos. Un par de meses atrás, Brie había estado de visita en Virgin River para conocer a su sobrino, el hijo que habían tenido Jack y Mel. Mike se la había llevado de picnic al río, a un rincón especial en el que el río se ensanchaba, pero no era suficientemente profundo para los pescadores. Habían comido sentados junto a una enorme roca y lo suficientemente cerca del agua como para poder disfrutar del susurro del río. Era un lugar que frecuentaban los amantes y los adolescentes; aquella enorme roca debía de haber contemplado cosas maravillosas en la ribera del río y debía de guardar muchos secretos.

De hecho, guardaba también un secreto de Mike. Este le había sostenido la mano durante largo rato a Brie aquel día y ella no la había apartado. Aquella había sido la primera vez que Mike había sido consciente de que Brie era una mujer especial para él. Se había enamorado. A sus treinta y siete años, se había enamorado como si fuera un adolescente de dieciséis.

Mike había conocido a Brie años atrás, cuando había ido a Sacramento a ver a Jack antes de que este emprendiera su última misión en Irak. Por aquel entonces, Mike ignoraba que la unidad a la que él pertenecía y que estaba en la reserva podía ser también activada y, al final, también él había terminado en Irak, a las órdenes de su amigo. Brie estaba entonces en Sacramento y acababa de casarse con un policía. Un buen tipo, por lo que Mike había podido observar. Brie trabajaba en la fiscalía del condado en Sacramento, la capital del Estado. Era una mujer menuda, de alrededor de un metro sesenta, y tenía una melena castaña que le llegaba casi hasta la cintura y la hacía parecer casi una niña. Pero no era una niña. Había encerrado a muchos criminales de por vida y tenía fama de ser una de las fiscales más duras del condado. Mike había admirado inmediatamente su cerebro y su valor, por no hablar de su belleza. Durante la que él llamaba su «vida anterior», nunca había dejado que lo desanimara la presencia de un marido, pero cuando había conocido a Brie, estaba recién casada y, además, muy enamorada; para ella no existía ningún otro hombre que Brad.

Cuando Mike había vuelto a verla en Virgin River, justo después del nacimiento del hijo de Jack, Brie estaba intentando recuperarse de un doloroso divorcio: su marido la había dejado por su mejor amiga y estaba destrozada. Se sentía sola, herida. Nada más verla, a Mike le habían entrado ganas de abrazarla para ofrecerle su consuelo, porque también él estaba herido. Pero Brie, rota por la infidelidad de Brad, estaba decidida a evitar que volvieran a romperle el corazón y no quería saber nada de hombres, y menos de otro mujeriego con un agitado pasado sentimental. A eso había que añadirle otra complicación: era hermana de Jack y este la protegía hasta un punto que lindaba con lo ridículo. Además, Mike había dejado de ejercer de latin lover. Era un lisiado. El cuerpo ya no le respondía como antes de ser tiroteado.

Solo habían pasado un par de semanas desde la última vez que la había visto. Brie había regresado a Virgin River con el resto de la familia para ayudar a erigir el armazón de la nueva casa de Jack. Predicador y Paige se habían casado al día siguiente bajo esa misma estructura. Para ser un hombre que apenas podía caminar seis meses atrás, Mike había podido ofrecerle a Brie un baile más que decente durante la celebración de la boda. Había sido una fiesta fantástica. Habían preparado barbacoas y la orquesta había tocado bajo la estructura engalanada con guirnaldas de flores de la que sería la futura casa de Mel y Jack. Mike había agarrado a Brie de la mano y, entre risas, la había hecho girar en la pista con feliz abandono. Cuando el momento lo había permitido, se había acercado a ella y le había susurrado al oído:

–Tu hermano nos está mirando con el ceño fruncido.

–Me pregunto por qué.

–No quiere verte cerca de ningún hombre que se parezca tanto a él.

Aquello parecía haberle divertido. Brie había inclinado la cabeza hacia atrás y había soltado una carcajada.

–No te hagas ilusiones. Ese ceño no tiene nada que ver con tu gran éxito con las mujeres. Eres un hombre y estás cerca de su hermanita. Con eso basta.

–Ya no eres una niña –replicó Mike, estrechándola contra él–. Y creo que te encanta enfadarlo. ¿No eres consciente de que Jack tiene un carácter peligroso?

–No conmigo –contestó Brie en un susurro.

Mike habría jurado que también ella lo había abrazado entonces con más fuerza.

–Eres un diablo –había respondido él, y había decidido jugarse la vida besándola en el cuello.

–Y tú un tonto –había contestado ella, inclinando la cabeza ligeramente para permitirle un mejor acceso.

Años atrás, Mike habría buscado la manera de quedarse a solas con ella, de seducirla y hacer el amor de manera que no pudiera olvidarlo en toda su vida. Pero aquellas tres balas habían tomado muchas decisiones por él. Sabía que, aunque pudiera alejarla de la mirada protectora de su hermano, no podría actuar como aquella mujer se merecía. Así que se había limitado a decir:

–Lo que tú quieres es que vuelvan a dispararme.

–Oh, no creo que mi hermano te dispare. Pero hace años que no veo una buena pelea en una boda.

En el momento de despedirse, Mike le había dado un abrazo. La dulce esencia de Brie se había quedado grabada en su mente, al igual que el contacto de su mejilla contra la suya y de sus brazos alrededor de su cintura. Había sido un abrazo más que amistoso, un abrazo sugerente que ella le había devuelto sin vacilar. Mike imaginaba que Brie solo se estaba divirtiendo con aquel coqueteo, pero para él significaba mucho más. Brie se le había metido en la cabeza con una fuerza capaz de borrar el recuerdo de todas las mujeres que había habido en el pasado. Pero él ya no tenía nada que ofrecerle. Aunque eso no le impedía pensar en ella; y tampoco le impedía desearla.

No soportaba imaginársela herida y violada, tumbada en la cama de un hospital. Tenía el corazón desgarrado y habría dado cualquier cosa por oír que iba a ponerse bien.

Puso el jeep en marcha, miró por encima del hombro y regresó a la carretera. Giró el volante, pisó el acelerador y cruzó los dos carriles que lo separaban de la salida hacia Sacramento.

 

 

Cuando Mike llegó al hospital del condado un par de horas después, llamó a Sam, el padre de Brie y Jack, para decirle que estaba allí y que quería localizarlos. Una fiscal que había sido víctima de un delito no podía ser atendida como cualquier otro paciente. Sin duda alguna, habrían tomado alguna medida de seguridad.

Sam llegó a los pocos minutos a la entrada del hospital y le tendió la mano.

–Mike, me alegro de que hayas venido. Y sé que Jack te lo agradecerá.

–Iba de camino hacia el Sur, así que estaba al lado. Brie es una amiga muy especial para mí, haré todo lo que pueda por ayudaros.

Sam se volvió hacia los ascensores.

–Desgraciadamente, no sé qué puedes hacer. Físicamente se pondrá bien, pero no tengo la menor idea de cómo puede superar una mujer un trauma como este.

–¿Puedes informarme de lo que sabéis hasta ahora? –preguntó Mike–. ¿Conocía Brie a su atacante?

–Sí, claro que lo conocía. ¿Te acuerdas de ese juicio que tuvo cuando Jack estaba a punto de ser padre? ¿El del violador en serie? Pues ha sido él. Brie lo ha identificado.

Mike se detuvo y lo miró con el ceño fruncido.

–¿Está segura? –le preguntó.

Era un movimiento extraordinariamente arriesgado para alguien que acababa de librarse de la cárcel. Brie había perdido el juicio y aquello había supuesto un duro golpe para ella, sobre todo porque había llegado justo después de su divorcio. En cualquier caso, la conducta de aquel violador no parecía la habitual en aquellos casos. Los hombres como aquel normalmente tendían a alejarse de cualquiera que hubiera tenido el valor de hacerles frente, como había hecho Brie.

–Sí, está segura.

Mike no pudo evitar preguntarse si Brie habría recibido algún golpe en la cabeza. Era posible que hubiera sufrido alucinaciones.

–¿Qué tipo de heridas tiene?

–Le han destrozado la cara, tiene dos costillas rotas y… –se interrumpió–, bueno, el tipo de lesiones propias de una violación, ya sabes.

–Sí, me hago cargo –respondió. Desgarro, hemorragias y moratones–. ¿La ha visto ya alguna especialista en estos casos?

–Sí, pero ella quiere que la atienda Mel. Es comprensible.

–Por supuesto –contestó Mike.

Mel, la esposa de Jack, era la enfermera especialista y la comadrona de Virgin River y había trabajado durante muchos años en las urgencias de un hospital de Los Ángeles. Era experta en violaciones. Ella podría cubrir los aspectos médicos de aquel caso y Mike ocuparse de los policiales.

–Jack me ha llamado a las siete de la mañana. Supongo que llegarán dentro de dos o tres horas, dependiendo de lo rápido que salgan del pueblo.

Mike se fijó en un policía uniformado que había delante de una de las habitaciones. Evidentemente, aquella tenía que ser la habitación de Brie.

–Bueno, hablaré con algunos de mis contactos y veremos si podemos averiguar algo. Pero antes me gustaría saludar a la familia.

Se acercó a un grupo de gente que se había reunido en la sala de espera. Estaban las otras tres hermanas de Jack, sus maridos y algunas de sus sobrinas. Todos agradecieron la presencia de Mike. Después, este se fue a hablar con las enfermeras y consiguió el número de teléfono del detective encargado del caso a través del policía que custodiaba la habitación.

Lo único que pudo decirle el detective fue que el sospechoso todavía estaba suelto. El médico lo informó después sobre las lesiones de Brie. Al parecer, la recuperación física no supondría ningún problema.

Tres horas después, llegaron Jack, Mel y el bebé. Jack abrazó a su padre y miró después a Mike sorprendido.

–¿Estás aquí?

–Estaba muy cerca y se me ha ocurrido acercarme. He pensado que si puedo ayudar en algo, es más fácil hacerlo estando aquí.

–Gracias, Mike, no me lo esperaba –respondió Jack.

–Diablos, Jack, tú has hecho mucho más por mí. Y sabes que quiero mucho a Brie. Mel –le tendió los brazos para hacerse cargo del bebé–, ha dicho que quería que la atendieras tú.

–Por supuesto –dijo Mel, tendiéndole a David.

–Creo que querrá conocer la opinión de Mel sobre cómo se han recogido los datos de la violación –le explicó Mike a Jack–. Ve a abrazar a tu hermana, seguro que ahora ya te permiten verla.

–¿Tú no la has visto?

–No. Solo han autorizado las visitas de la familia, pero he hablado con algunas personas para intentar hacerme una idea de lo que ha pasado.

–Estupendo –dijo Jack, agarrando a su amigo del brazo–. Gracias, Mike, no me esperaba esto.

–Pues deberías habértelo esperado –respondió él–. Así es como funcionan las cosas entre nosotros.

 

 

Jack llevaba casi doce horas sentado al lado de la cama de su hermana. Había llegado a las once de la mañana y ya eran las once de la noche. La familia había estado reunida en la sala de espera durante la mayor parte del día, pero a medida que había ido cayendo la noche, habían ido regresando a sus casas, sabiendo que dejaban a Brie sedada y fuera de peligro. Mike había llevado a Mel y a David a casa de Sam, pero Jack no quería separarse de ella. Brie estaba muy unida a toda su familia, pero con él tenía un vínculo especial.

A Jack le estaba destrozando ver así a su hermana. Tenía el rostro amoratado e hinchado. El aspecto era mucho peor que las lesiones en sí, le habían prometido los médicos. El daño no era permanente y recuperaría su belleza. Cada pocos minutos, Jack alargaba la mano para retirarle el pelo de la frente o hacerle alguna caricia. De vez en cuando, y a pesar de los sedantes, Brie se movía nerviosa durante el sueño.

Si no hubiera sido por las costillas rotas, Jack la habría estrechado entre sus fuertes brazos durante aquellos episodios. Pero tenía que limitarse a inclinarse sobre ella y darle un beso en la frente.

–Estoy aquí, Brie –le decía–. Ahora no te pasará nada.

Era ya casi medianoche cuando sintió una mano en el hombro. Se volvió y descubrió a Mike detrás de él.

–Vete a casa, Jack. Necesitas descansar. Yo me quedaré con ella.

–No puedo dejarla.

–Sé que no quieres irte, pero yo ya he dormido un rato –mintió–. Sam me ha dejado una de las habitaciones de la casa. No creo que se despierte, pero si lo hace, estaré yo aquí. Y tenemos un policía en la puerta. Vete tranquilo. Tienes que descansar si quieres estar aquí mañana.

–Si se despierta y yo no estoy aquí…

–Le han puesto un sedante que le durará toda la noche –respondió Mike suavemente–. No pasará nada.

Jack se rio ligeramente.

–Cuando te dispararon, me pasé toda una semana velándote por las noches.

–Sí. Así que ya es hora de que te devuelva el favor. Te veré mañana a primera hora.

Para sorpresa de Mike, Jack consintió en marcharse. Era la clase de hombre capaz de llegar hasta el agotamiento con tal de estar al lado de alguien a quien quería. Mike se sentó en la silla que había al lado de la cama. El rostro de Brie no le sorprendió, había visto cosas mucho peores, pero le hirió profundamente. No era capaz de imaginarse qué clase de monstruo podía llegar a hacer una cosa así.

Las enfermeras fueron pasando durante toda la noche para comprobar el estado del suero, tomarle a Brie la tensión e incluso para llevarle a Mike un café de vez en cuando.

Mike había sacado a soldados heridos de la zona de peligro; había estado al lado de hombres agonizantes mientras las balas pasaban silbando a centímetros de su cabeza. Pero jamás había sentido nada parecido a lo que sentía aquella noche mientras estaba al lado de Brie. Pensar que la habían violado lo llenaba de una rabia hasta entonces desconocida para él. Aunque Brie era una mujer hermosa y fuerte, él conservaba la imagen de la mujer vulnerable a la que había llevado al río dos meses atrás. Una mujer joven a la que su marido acababa de abandonar, una mujer enamorada y traicionada. ¿Qué clase de idiota podía renunciar a una mujer como ella? Mike no era capaz de entenderlo.

El juicio al violador había sido el más duro de su carrera. Había tardado meses en preparar el caso contra un sospechoso de varias violaciones. Las pruebas del forense eran indiscutibles, pero al final, la única testigo del caso que no le había fallado había sido una prostituta con antecedentes policiales y el tipo había salido en libertad. Cuando había recuperado la consciencia, Brie lo había identificado como el hombre que la había violado.

Era de madrugada cuando Brie volvió hacia Mike su rostro herido y abrió los ojos. O, por lo menos, lo intentó. Uno lo tenía parcialmente cerrado por culpa de la hinchazón. Mike se acercó más a ella.

–Brie –susurró–, soy yo, estoy aquí. Brie se llevó las manos a la cara y gritó:

–¡No! ¡No!

Mike la sujetó delicadamente por las muñecas.

–¡Brie! Soy yo, Mike, no pasa nada, todo va a salir bien.

Pero no consiguió hacerle apartar las manos de la cara.

–Por favor –le suplicó–, no quiero que me veas así.

–Cariño, ya te he visto –contestó–. Llevo horas aquí sentado. Vamos, Brie, no pasa nada.

Brie apartó lentamente las manos de su rostro herido.

–¿Qué estás haciendo tú aquí? ¡No deberías haber venido!

–Jack quería que lo ayudara a comprender los entresijos de la investigación, pero, de todas formas, yo quería venir, Brie. Quería estar aquí por ti –le acarició la frente con extrema delicadeza–. Te pondrás bien.

–Él… me quitó la pistola.

–La policía ya lo sabe, cariño.

–Es un hombre muy peligroso. Yo intenté meterlo en la cárcel, por eso me ha hecho esto. Quería sacarlo para siempre de la circulación.

Mike sentía el pulso latiéndole en la mandíbula, pero mantenía un tono tranquilo de voz.

–No pasa nada, Brie, ya ha pasado todo.

–¿Lo han encontrado?

Cuánto le habría gustado a Mike que no hubiera hecho aquella pregunta.

–Todavía no.

–¿Sabes por qué no me ha matado? –una lágrima escapó de su ojo hinchado y descendió por la nariz amoratada–. Ha dicho que no quería que muriera, que quería que intentara procesarlo otra vez para que tuviera que ver cómo volvía a escapar. Llevaba un preservativo.

–Cariño…

–Tengo que encontrarlo, Mike.

–Por favor, ahora no pienses en eso. Voy a llamar a una enfermera para que te pongan otro sedante –presionó un botón y la enfermera llegó inmediatamente–. Brie necesita algo que la ayude a dormir.

–Claro –dijo la enfermera.

–Pero volveré a despertarme –le advirtió Brie a Mike–, y seguiré pensando lo mismo.

–Intenta descansar –le pidió Mike, inclinándose sobre la cama para darle un beso–. No me moveré de aquí. Y tienes un policía en la puerta. Estás completamente a salvo.

–Mike –susurró Brie. Le tendió la mano durante un largo rato–, ¿te ha pedido Jack que vinieras?

–No –contestó, acariciándole la frente–, pero en cuanto me he enterado de lo que pasaba, he pensado que tenía que venir.

Después de que la enfermera le inyectara un sedante en el suero, Brie volvió a cerrar los ojos. Mike se sentó de nuevo en la silla, apoyó los codos sobre las rodillas, se tapó la cara con las manos y lloró en silencio.

 

 

Jack regresó al hospital antes del amanecer. No parecía haber dormido, aunque se había duchado y afeitado. Tenía unas profundas ojeras. Mike también tenía hermanas a las que adoraba; podía imaginarse perfectamente la rabia que bullía dentro de su amigo.

Salió al pasillo para hablar con él. Le explicó que la noche había sido tranquila y que pensaba que Brie había podido descansar. Mientras estaban allí, llegaron el médico y la enfermera para hacer la ronda de visitas. Mike aprovechó aquel momento para ir al cuarto de baño. Miró su reflejo en el espejo. Tenía peor aspecto que Jack. Necesitaba afeitarse y darse una buena ducha, pero no quería marcharse. Pronto llegarían otros miembros de la familia, pero no creía que pudieran quedarse durante mucho tiempo en el hospital.

De vuelta a la habitación de Brie, vio a Jack hablando con un hombre en la puerta. De hecho, la expresión de su amigo era casi amenazadora. El policía que custodiaba la puerta les estaba haciendo gestos con las manos como si quisiera indicarles que debían separarse. Entonces Mike se dio cuenta de que era el exmarido de Brie, Brad, y de que probablemente Jack estaba a punto de matarlo.

Avanzó rápidamente hacia ellos.

–Basta –dijo, interponiéndose entre ellos–. Basta –repitió–. Esto no tiene ningún sentido. Vamos.

Jack miró a Brad por encima del hombro de Mike y le preguntó:

–¿Qué demonios estás haciendo aquí? Brad lo fulminó con la mirada.

–Yo también me alegro de verte, Jack –respondió.

–No tienes ningún derecho a estar aquí –le reprochó Jack, casi gritando–. La abandonaste. Ya no tienes nada que ver con ella.

–Yo nunca he dejado de querer a Brie, y nunca dejaré de quererla. Tengo que verla.

–Me temo que no –replicó Jack–. Ahora no está en condiciones de hablar contigo.

–Eso no eres tú el que tiene que decidirlo, Jack. Eso es cosa de Brie.

–Vamos –dijo Mike con firmeza–, no podéis discutir aquí de esta manera.

–Pregúntale si prefiere que discutamos fuera –replicó Jack.

–Claro que sí…

–¡Ya está bien! –exclamó Mike, interponiéndose de nuevo entre ellos–. ¡No podéis montar una escena en el hospital!

Brad continuó intentando acercarse a Jack, pero bajó la voz.

–Sé que estás enfadado, Jack, con el mundo y conmigo. Y no te culpo, pero si me pones las cosas difíciles, va a ser peor para ti.

Jack apretó los dientes y volvió a colocarse al otro lado de Mike. Este cada vez tenía más problemas para mantenerlos separados.

–No sabes las ganas que tengo ahora mismo de pegar a alguien –dijo entre dientes–. Y tú me vendrías tan bien como cualquier otro. Abandonaste a mi hermana, la dejaste cuando estaba llevando un caso contra ese hijo de perra, ¿tienes idea de lo que la has hecho sufrir?

Mike estaba desesperado. Aquellos dos iban a empezar a pegarse de un momento a otro en los pasillos de un hospital. Él era un hombre fuerte y alto, pero Brad y Jack eran más fuertes y más altos. Además, no se resentían de una herida en el hombro.

–Sí –contestó Brad–, ya lo sé. Pero quiero que sepa que todavía me preocupa lo que pueda pasarle. Estamos divorciados, pero tenemos un pasado en común. Y si puedo hacer algo por ella, lo haré.

–Eh –llamó Mike al policía–. Venga, por favor.

El policía por fin se acercó y se colocó al lado de Mike.

–Muy bien, caballeros. Tengo órdenes que cumplir. Nada de peleas delante de la puerta de la señorita Sheridan. Si quieren hablar de esto con calma, les recomiendo que se vayan de aquí.

Desde luego, no era una buena recomendación, pensó Mike. Si se iban de allí, lo último que harían sería hablar. Mike se acercó a Jack y le hizo retroceder varios pasos.

–Tranquilízate –le dijo–. Estoy seguro de que no es esto lo que quieres.

Jack fulminó a Mike con la mirada.

–¿Estás seguro?

–Ya basta –dijo Mike con toda la autoridad que fue capaz de reunir.

Justo en ese momento, salió una enfermera de la habitación de Brie y Brad se acercó tan rápido a ella que Jack no pudo intervenir.

–Señora, soy el exmarido de la señora Sheridan, y también soy detective de policía –dijo al tiempo que le enseñaba su placa–. Ahora no estoy de servicio. ¿Puede preguntarle si quiere verme, por favor?

La enfermera dio media vuelta y volvió a entrar en la habitación.

–¿Qué está haciendo él aquí? –preguntó Brad a Jack, señalando a Mike con la barbilla.

«Grave error», pensó Mike al instante, tensándose. ¿Es que Brad se había vuelto loco? ¿Qué pretendía al meterse con el tipo que estaba evitando que Jack lo matara? Abrió y cerró los puños. ¿El ex de Brie quería saber qué estaba haciendo otro hombre allí? ¿Dejaba a su esposa por otra mujer, pero suponía que nadie tenía derecho a salir con ella? Esbozó una fría sonrisa mientras pensaba que debería dejar que Jack acabara con él.

–Es policía –contestó Jack–. He sido yo el que le ha pedido que venga a ayudarnos.

–Pues ya puede marcharse –replicó Brad–, no necesitamos su ayuda.

Fue entonces cuando Mike perdió la cabeza. Dio un paso hacia Brad, pero alguien lo retuvo agarrándolo del hombro. No hizo falta nada más. No quería hacerle pasar a Brie un mal trago, pero si volvía a encontrarse en cualquier otra parte con Brad, no podía prometer nada. En ese momento, tenía tantas ganas de acabar con él como Jack.

La enfermera salió de la habitación y le dijo a Brad:

–Cuando el médico termine de hablar con ella, puede pasar.

Brad tuvo la sensatez de no mirarlos con aire de superioridad. Sin embargo, tampoco evitó el contacto visual con sus enemigos.

–Déjame hacerte una última pregunta –le dijo Jack a Brad, intentando mantener la voz bajo control para evitar que pudiera echarlo de allí el policía–. ¿Estabas de servicio la noche que ocurrió esto?

–No.

Jack apretó los dientes.

–Entonces, si no te hubieras ido con otra mujer, habrías estado esa noche en casa. Seguramente, la habrías oído gritar.

–Eh… –comenzó a decir Brad.

Era evidente que estaba deseando aclarar aquella cuestión, pero Jack se apartó de él y se dirigió al pasillo. Justo en ese momento salió el médico de la habitación. Pasó por delante de los tres hombres con la mirada fija en el suelo. Brad alzó la barbilla, les dirigió una mirada fugaz y se giró hacia la habitación de Brie.

Mike dejó escapar un suspiro.

–Todo esto ha estado muy feo –se lamentó.

Se sentó en la silla que había junto a la puerta de la habitación de Brie. Jack continuó caminando nervioso, alejándose de la puerta.

Mike apoyó los codos en las rodillas y se rascó la barba.

Notó entonces que el policía estaba de pie a su lado.

–Todo esto tiene que ser muy duro –le comentó el policía, señalando a Jack, que estaba a unos metros de distancia, con los puños apretados a ambos lados del cuerpo.

Mike volvió la cabeza hacia el joven oficial. Miró a su mejor amigo. Jack estaba destrozado, podía respirarse su impotencia.

–No hay nada que pueda prepararnos para que le suceda esto a una mujer a la que se quiere –dijo en voz baja–. Nada.

 

 

Brie salió del hospital esa misma tarde y la llevaron a casa de su padre. Sam y Jack la llevaron en coche y Mike los siguió en su propio vehículo, observándolos con preocupación. No había atendido muchos casos de agresión sexual durante su pasado como policía, pero sí había estado en contacto con algunos. Y jamás había visto a una mujer tan estoica, tan distante. En cuanto llegaron a casa de Sam, Brie se retiró a la habitación que ocupaba cuando era más joven y llamó a Jack para que le tapara el espejo.

Aquella noche tuvieron que llevarle la cena a su habitación. Todas sus hermanas fueron a verla y estuvieron un rato con ella. Eran cinco los hermanos Sheridan, cuatro chicas y un chico, y Brie era la única que ya no estaba casada. Dos de las hermanas eran mayores que Jack, una un par de años más joven, y después estaba Brie, la más pequeña, que se llevaba once años con Jack. Las tres hermanas mayores habían aportado ocho niñas más a la familia y Jack y Mel el único niño hasta entonces, David. De modo que cuando la familia se reunía, conformaba una multitud casi ingobernable. Las risas eran siempre constantes, Mike había podido verlo personalmente en otras visitas. Aquella casa se parecía mucho a la de los Valenzuela. Pero no podía decir lo mismo en aquel momento, en el que el silencio era casi sepulcral.

–Deberías irte a Los Ángeles –le comentó Jack cuando ya solo quedaban ellos en la mesa.

–Puedo quedarme un par de días para ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

–No quiero retenerte aquí –dijo Jack.

Se levantó y se dirigió hacia el patio trasero. Mike lo siguió.

–Puedo llamarte si ocurre cualquier cosa, Mike.

Sam salió también, llevando una bandeja con tres vasos de whisky. Se sentaron los tres. Sin decir nada, cada uno tomó un vaso y bebieron en silencio. El calor húmedo de Sacramento resultaba casi opresivo. Al cabo de unos minutos, Sam se levantó y les dio las buenas noches. Jack se terminó el whisky y entró también en la casa. Una a una, fueron apagándose las luces. Ya solo quedaba encendida la luz de la cocina, la que iluminaba a Mike. Pero él, a pesar de estar agotado, sabía que no podría dormir. Se sirvió otra copa de whisky, salió al patio y encendió la vela que había sobre la mesa.

Toda la familia se encontraba en estado de shock, pensó. Se movían en silencio, sufriendo enormemente por lo que le había ocurrido a Brie. Era como si todos y cada uno de ellos sintiera el dolor de las heridas de la pequeña de la familia.

–Deberías marcharte.

Mike alzó la cabeza y vio a Brie en la puerta del patio. Llevaba la misma ropa que se había puesto para salir del hospital.

–Brie.

–He hablado con los detectives varias veces. Siguieron el rastro de Jerome Powell, el violador, hasta Nuevo México, pero después lo perdieron –dijo en un tono de fría profesionalidad–. Por experiencia, te puedo asegurar que hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades de que haya salido de nuestra jurisdicción. Voy a empezar a ir a una psicóloga y a un grupo de terapia y he decidido dejar el trabajo durante una temporada. Jack y Mel insisten en quedarse el resto de la semana, pero tú deberías marcharte. Tienes que ir a ver a tu familia.

–¿Por qué no vienes conmigo? Quizá te venga bien poner distancia a todo lo que ha pasado y… –le sugirió Mike.

Brie negó con la cabeza.

–Quiero hablar todos los días con el fiscal del condado para ver si tiene alguna noticia nueva. Quiero quedarme aquí, y si necesito ayuda del departamento de policía, tengo un exmarido que se siente muy culpable y está más que dispuesto a colaborar –tomó aire–. He venido a despedirme de ti. Y a darte las gracias por haber intentado ayudar.

–Brie –dijo Mike, dando un paso hacia ella con los brazos abiertos.

Brie alzó la mano y le dirigió una mirada que lo hizo quedarse donde estaba.

–Supongo que lo comprendes –le dijo, advirtiéndole en silencio que no se acercara.

–Por supuesto.

–Conduce con cuidado –añadió, y desapareció en el interior de la casa.

Capítulo 2

 

 

 

 

Una semana después, Mel y Jack regresaron a Virgin River y retomaron la rutina de siempre. Mel iba a la consulta del doctor Mullins por las mañanas y se llevaba al niño con ella. Si surgía algo urgente, siempre podía llevar al niño con Jack, que estaba en el bar. Y en el caso de que Jack no estuviera, Paige o Predicador estaban más que dispuestos a quedarse con él. En general, David se quedaba tranquilamente con cualquiera durante la media hora aproximada que necesitaba Mel para atender a un paciente, siempre y cuando, claro estaba, no tuviera hambre y tuviera el pañal limpio. Todavía dormía dos largas siestas al día, una por la mañana y otra por la tarde.

Una semana después de su regreso al pueblo, apareció por la consulta una adolescente de Virgin River y preguntó por Mel. Carra Jean Winslow tenía quince años y era la primera vez que la veía. De hecho, aunque Mel llevaba ya casi un año trabajando y viviendo en el pueblo, tampoco conocía a los padres de la chica. Tomó nota de su edad y de su evidente estado de ansiedad y la llevó a la sala de reconocimientos sin preguntarle siquiera lo que quería. Cuando llegaba una adolescente de quince años sin síntomas de constipado y sola a la consulta de una comadrona, las posibilidades eran bastante limitadas y obvias.

–He oído decir que hay una píldora para no quedarse embarazada después de haber tenido relaciones sexuales –lo dijo con voz muy queda y con la mirada clavada en el suelo.

–La píldora postcoital. Pero solo es efectiva si se toma poco tiempo después de haber tenido relaciones.

–Hace dos noches –dijo la chica con un hilo de voz.

–Es suficientemente reciente –dijo Mel, intentando sonreír–. ¿Has tenido algún problema? ¿Dolor? ¿Hemorragias?

–Tuve una hemorragia.

–¿Era la primera vez? –le preguntó Mel con una sonrisa.

La chica asintió.

–¿Alguna vez te han hecho una exploración vaginal? Carra negó con la cabeza y volvió a bajar la mirada.

–Me gustaría examinarte para asegurarme de que no has tenido ningún problema. No es tan terrible como piensas –le dijo Mel–. ¿Has sangrado mucho?

–No mucho, un poco. Cada vez estoy mejor.

–¿Y cómo te sientes…?

–Un poco dolorida, pero no muy mal.

–Estupendo. Y supongo que si estás interesada en la píldora postcoital es porque no utilizasteis preservativo.

–No –contestó Carra.

–Muy bien. Ahora, ¿te importaría desnudarte y ponerte este camisón?

–Mi madre no sabe que estoy aquí.

–No te preocupes, Carra. Esto quedará entre tú y yo.

Lo único que me interesa es tu salud, ¿de acuerdo?

–De acuerdo.

–Volveré dentro de unos minutos. Desnúdate del todo, solo tienes que ponerte el camisón.

«Pobrecilla», pensó Mel, que sufría por todas aquellas adolescentes que llegaban a esa situación sin haberlo planeado, sin estar seguras de lo que hacían. Y eso describía a la mayor parte de las adolescentes. Pero por lo menos Carra estaba allí, evitando otro posible desastre.

Le dio a Carra el tiempo suficiente como para desnudarse y regresó a la sala de reconocimientos.

–En primer lugar, te tomaré el pulso y la tensión –le explicó.

–Tengo que pagarme yo la consulta –le advirtió Carra–. No quiero que mis padres se enteren de que he estado aquí.

–Carra, la confidencialidad es muy importante en esta profesión, confía en mí –le dijo–. Todo va a salir bien.

Le colocó la banda para tomarle la tensión y vio que tenía dos pequeños moratones en la parte superior del brazo.

–Tienes un par de moratones –le dijo.

–No es nada. Me lo hice… jugando al voleibol. A veces es un juego bastante brusco.

–Parece como si alguien te hubiera agarrado. La chica se encogió de hombros.

–A veces pasa.

Mel le tomó la tensión, que era normal. Después escuchó los latidos del corazón de la adolescente y le examinó las pupilas. Excepto por los nervios que le aceleraban el corazón, parecía estar en perfectas condiciones físicas. Le enseñó después el espéculo, le explicó cómo se utilizaba y la ayudó a colocarse en la camilla para poder explorarla.

–Resbala lentamente hacia delante, así. Muy bien. Intenta relajarte. Abre las piernas, cariño. Gracias. No te va a doler nada, así que toma aire e intenta relajarte.

–De acuerdo –contestó Carra, pero comenzó a llorar.

–No, ahora no llores –le pidió Mel con delicadeza–. No va a pasar nada. Gracias a que has venido a verme, todo va a salir bien.

Le entreabrió las piernas suavemente y se quedó helada. La chica tenía los labios vaginales amoratados e hinchados, también tenía moratones en la parte interior de los muslos muy similares a los del brazo; era evidente que se trataba de la marca de unos dedos.

Mel se levantó del taburete en el que estaba sentada para mirar a Carra a los ojos.

–Carra, por lo que veo, tienes que estar muy dolorida. Me gustaría explorarte para asegurarme de que está todo bien, pero solo si tú quieres. ¿Estás de acuerdo?

Carra cerró los ojos con fuerza, pero asintió.

–Seré todo lo delicada que pueda –le prometió Mel. Se puso los guantes, pero dejó el espéculo a un lado–. Ahora voy a palparte la vagina y el útero. No voy a utilizar el espéculo porque estás herida. Pero me gustaría que respiraras hondo. Toma aire y después suéltalo lentamente. Eso es. Vamos, solo será un momento. No te cierres, relaja los músculos, Carra. Ya está, muy bien. Dime, ¿te duele si presiono aquí?

–No mucho –contestó Carra.

¿Por qué ese tipo de casos siempre llegaban juntos?, pensó Mel. ¡Todavía no había superado lo de Brie! Las paredes vaginales de Carra estaban desgarradas, las tenía en carne viva. El himen estaba roto. Completó el examen rápidamente y, aunque no tenía el equipo para los casos de violación a mano, tomó con un hisopo una muestra de la vagina, aunque quizá ya fuera demasiado tarde para encontrar rastros de ADN del agresor.

–Muy bien, Carra, ahora deja que te ayude a sentarte –Mel se quitó los guantes y ayudó a Carra a sentarse en la camilla–. Me preocupa lo que te ha pasado. Parece que alguien te ha hecho daño. ¿Quieres hablarme de ello?

Carra negó con la cabeza. Se deslizaron un par de lágrimas por sus mejillas. Era una chica delgada, con el rostro alargado, las cejas espesas y un ligero problema de acné. Y en ese mismo instante, era la viva imagen del arrepentimiento y el miedo.

–Será algo completamente confidencial –le aseguró Mel con ternura–. No son solo los moratones, Carra. Tienes la vagina desgarrada. El daño no es muy grave, te curarás, pero por lo que he podido ver…

–Fui yo, la culpa fue mía.

–Cuando ocurre algo así, nunca es por culpa de la mujer –respondió Mel, y utilizó intencionadamente la palabra «mujer», aunque Carra era apenas una niña–. ¿Por qué no me cuentas lo que ha pasado?

–¿Pero me dará la píldora? –preguntó desesperada.

–Claro que sí. No voy a dejar que te quedes embarazada, ni que enfermes.

Carra tomó aire, pero continuaba llorando.

–Cambié de opinión cuando ya era demasiado tarde, eso fue todo. Así que la culpa es mía.

Mel posó la mano en su rodilla.

–Empieza por el principio. E intenta no ponerte nerviosa.

–No puedo.

–Claro que puedes, cariño. Yo solo escucharé.

–Decidimos que íbamos a hacerlo. Él estaba muy excitado. Cuando terminamos, me dijo que lo sentía, pero que como ya habíamos empezado, no podía parar.

–Claro que podía –replicó Mel–. Se ven las marcas de sus dedos, como si hubiera estado agarrándote, obligándote a separar las piernas. Se ven las marcas y los desgarros. Y quiero ayudarte.

–Pero yo quería hacerlo…

–Hasta que dejaste de querer, Carra. Y se lo dijiste, ¿verdad?

Carra negó con la cabeza.

–No, yo también quería.

–Si le dijiste que no querías, esto es una violación, Carra.

Carra se inclinó hacia delante y la miró con expresión suplicante.

–Pero yo he hecho montones de cosas con él. Y las he hecho porque he querido.

–¿Habíais tenido relaciones completas antes? –Carra negó con la cabeza–. Carra, tienes derecho a decir «no» hasta el último momento. Y puedes decírselo aunque lo hayas hecho antes con él. Dime, ¿es tu novio o es alguien a quien conoces desde hace poco tiempo?

–Lo conozco desde hace mucho, vamos al mismo colegio, pero es mi novio desde hace dos semanas.

¿Y ya habían llegado hasta allí?, se preguntó Mel extrañada.

–Carra, habéis ido demasiado rápido. Quiero que pienses en ello. Un par de semanas solamente. Es un chico muy decidido, ¿no?

–No –repitió Carra, sacudiendo la cabeza–, no voy a decir nada más sobre él. No quiero causarle ningún problema. La culpa no fue suya. El error fue mío y él está arrepentido de lo que pasó.

–De acuerdo, Carra, no te pongas nerviosa. Si cambias de opinión y quieres hablar sobre esto, llámame o ven a verme. En cualquier momento. Ahora, voy a darte algún método anticonceptivo que puedas…

–No, no voy a hacerlo otra vez –contestó, apretando los labios en una dura línea mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Así que, efectivamente, la habían violado. Por lo que estaba viendo, aquello debía de haberse parecido muy poco a una cita romántica, pensó Mel.

–Carra, si continúas viendo a ese chico, volverá a ocurrir.

–No voy a hacerlo otra vez –respondió con firmeza–. Necesito esa pastilla y cuando la tome se acabará todo.

–Se acabará todo por ahora –dijo Mel–. Quiero que vengas dentro de una semana o dos para que podamos hacerte unas pruebas sobre enfermedades de transmisión sexual. Todavía es demasiado pronto para poder detectarlas, pero es muy importante que te hagamos esas pruebas. ¿Vendrás?

Finalmente, consiguió que Carra aceptara hacerse las pruebas, pero no estaba dispuesta a utilizar ningún tipo de anticonceptivo. En un tono muy formal le preguntó a Mel:

–¿Cuánto le debo?

–Olvídate del dinero, Carra. Pero llámame si me necesitas, en cualquier momento, tanto si es de día como de noche, lo digo en serio. Te apuntaré el teléfono de mi casa.

–Gracias –contestó Carra con un hilo de voz.

Después de aquella despedida con la que consiguió desgarrarle a Mel el corazón, su paciente se marchó en bicicleta. No tenía ni siquiera edad para conducir un coche, y tenía que pedalear de pie sobre la bicicleta, porque las heridas no le permitían sentarse.

 

 

Mike Valenzuela llamó a Brie. No pudo evitarlo. Habían pasado dos semanas desde la última vez que había oído su voz. Jack había estado más que encantado de mantenerlo al día sobre su proceso de recuperación, pero Mike necesitaba más.

–¿Cómo te encuentras? –le preguntó.

–Todavía estoy un poco nerviosa, pero es normal, al fin y al cabo, no ha pasado tanto tiempo.

–¿Y físicamente?

–Yo… Bueno, creo que lo peor ya lo he superado. Los moratones están empezando a desaparecer, pero es sorprendente lo que pueden llegar a tardar en curarse un par de costillas.

–Jack me ha dicho que has pedido una excedencia –le comentó Mike.

–¿Y te ha dicho también por qué?

–No, pero no tienes que decírmelo si no quieres.

–No importa –respondió Brie fríamente–. La cuestión es que no puedo trabajar en esta situación. He intentado encarcelar sin éxito a un sospechoso de violación –sonrió con amargura–, y el violador ha terminado violándome a mí.

–Oh, Brie, lo siento.

–Si tengo la oportunidad de encontrarlo, lo encerraré de por vida, te lo juro.

Mike tomó aire.

–Eres una de las mujeres más valientes que he conocido nunca. Estoy muy orgulloso de ti. Si hay algo que pueda hacer…

–Te agradezco que hayas llamado –respondió Brie con más suavidad–. Aparte de la familia, no hay mucha gente que tenga suficiente valor para hacerlo. Supongo que tienen miedo de lo que podrían oír. ¿Jack sabe que has llamado?

No tardaría mucho tiempo en averiguarlo. Había sido Sam el que había contestado el teléfono.

–No te llamo porque seas la hermana de Jack, te llamo porque eres mi amiga y quiero saber cómo estás. En realidad, me importa muy poco lo que pueda pensar Jack, lo único que me preocupa es que tú no quieras que te llame.

–Claro que quiero. Y, normalmente, el carácter protector de Jack me divierte o me irrita. Pero en este momento me hace sentirme segura saber que es como es.

–Yo también sentiría la necesidad de protegerte si fueras mi hermana –dijo Mike–. De hecho, la siento, aunque lo único que pueda hacer sea llamarte para hablar por teléfono. Es normal en estos casos, Brie. De alguna manera, a todo el mundo le afecta: a la víctima, a sus amigos y a su familia. Y todo forma parte del proceso de curación. He visto a mi familia y a mis amigos pasar por algo parecido. Y esa fue una de las razones por las que me marché de Los Ángeles, el ambiente comenzaba a resultarme opresivo. Era como si todo el mundo necesitara que me curara para poder sentirse mejor.

–Lo había olvidado. Estoy tan pendiente de mí que ni siquiera me acordaba de que también habías sido víctima de un delito.

–Es lógico que estés pendiente de ti misma, es una manera de protegerte.

–¿A ti te pasó lo mismo? Mike se echó a reír.

–Me gustaría que hubieras visto en qué consistía mi rutina. Comenzaba el día levantándome a rastras de la cama, con un dolor terrible. Me tomaba los anti inflamatorios, me ponía una bolsa de hielo en el hombro y tomaba el suplemento proteínico de Mel, que era tan repugnante que habría hecho vomitar a una babosa, y después comenzaba a hacer pesas. Apenas levantaba unos cuantos gramos, pero terminaba llorando de dolor. Después tenía que tumbarme. Tardé casi dos meses en poder sentarme. Mel me ayudaba todos los días haciéndome masajes y ejercitándome el hombro, pero solo podía ir a verla después de haberme tomado una cerveza que me ayudara a soportar el dolor. Es una mujer menuda, sí, pero es capaz de triturarte un músculo hasta hacerte llorar como un bebé. Toda mi vida estaba dedicada a mi recuperación física.

–Ojalá el mío fuera solamente un problema físico –respondió Brie.

–También estaban las pesadillas –añadió Mike, casi a regañadientes–. Me gustaría que supieras que… ya las he superado.

Y estaban además, aunque ella quizá todavía no se diera cuenta, las secuelas que un trauma como aquel dejaba en el cuerpo de una mujer. Mike estaba al tanto del infierno por el que pasaban las mujeres que habían sido víctimas de una violación y sabía que iba a pasar mucho tiempo antes de que Brie pudiera disfrutar de una vida sexual saludable.

A Mike le sorprendió que Jack no hiciera mención en ningún momento de aquella llamada. Eso solo podía significar una cosa, que ni Brie ni su padre le habían comentado nada, aunque no estaba seguro de por qué. Pensó en sacar él mismo el tema a colación, podía explicarle su preocupación por su hermana; en aquel momento tenían muchas cosas en común y podía ofrecerle su apoyo. Pero al final, no dijo nada. No tenía por qué compartir con Jack sus sentimientos hacia Brie. Por lo que a él se refería, nada había cambiado en aquel aspecto, salvo que después de lo ocurrido, tanto Brie como él estaban sexualmente lisiados.

Pasaron dos semanas del mes de julio; el tiempo era caluroso y húmedo. Mike llamaba cada dos días a Brie y Jack continuaba sin decir nada. Mike tenía la sensación de que Brie esperaba ya sus llamadas. Rara vez hablaban sobre la violación o el proceso de recuperación, solían dedicar sus conversaciones a temas más mundanos, como las salidas a pescar de Mike, las lecturas de Brie, el tiempo, la familia, algún programa de televisión o las cartas que Ricky, un joven que había sido durante mucho tiempo el protegido de Jack y Predicador, les enviaba desde la unidad del ejército en la que estaba haciendo la instrucción.

Brie le habló de sus nuevas fobias: la oscuridad, los lugares públicos y los ruidos nocturnos; ruidos en los que seguramente, hasta entonces ni siquiera había reparado. Había puesto su casa en venta porque no tenía intención de volver a vivir allí. Pensaba que, con el tiempo, sería lo suficientemente fuerte como para volver a vivir sola, pero no en la casa en la que se había producido la violación.

–¿No sales nada?

–Voy a la psicóloga, a las sesiones de terapia de grupo y, muy de vez en cuando, a comprar con mi padre –contestó–. La verdad es que prácticamente no salgo de casa. Sé que es algo que tengo que superar, pero de momento, solo me interesa sentirme segura. Con eso tengo más que suficiente.

A pesar de los nuevos temores de Brie, Mike percibía cada vez una mayor determinación en su voz. Sus risas eran más frecuentes y el sonido de aquella voz lo tranquilizaba.

Mike bromeaba con ella, la pinchaba, e incluso a veces le tocaba la guitarra por teléfono para que ella le dijera que estaba mejorando.

Jack, sin embargo, continuaba sin decir nada. Mike decidió hablar con él. Le preguntó directamente cómo llevaba la situación de su hermana.

–Me gustaría que volviera a ser la de siempre –contestó Jack, sombrío–. Brie… siempre ha sido tan fuerte, tan…

Mike agarró a Jack del brazo.

–Volverá a ser la de siempre. Superará todo esto.

–Espero que tengas razón.

–Claro que tengo razón –contestó Mike–. ¿Mañana me necesitas para algo? Porque estoy pensando en ir a dar una vuelta por la costa.

–No, que te diviertas –respondió Jack.

 

 

En circunstancias normales, a Mike no se le habría ocurrido ir a Sacramento sin decírselo a su amigo, pero las circunstancias no eran normales y él no era ningún estúpido, sabía que Jack le preguntaría por qué. Así que no dijo nada, prefirió ocultar cuál era su destino. Al día siguiente, se levantó antes de que Jack hubiera comenzado a cortar leña en la parte trasera del bar, un ritual que no abandonaba ni siquiera en verano, cuando no hacía falta encender la chimenea. Tomó la carretera hacia Ukiah antes del amanecer y llegó a Sacramento a las diez de la mañana.

Después de llamar al timbre, vio una sombra a través de la mirilla. Casi inmediatamente, se abrió la puerta.

–¿Mike? –le preguntó Sam–. No esperaba verte por aquí.

–He preferido no llamar –le explicó–, he pensado que… Brie apareció en aquel momento detrás de su padre.

–¿Mike? –preguntó, tan sorprendida como Sam. Mike sonrió.

–Tienes buen aspecto –dijo aliviado–. Estás genial. Le estaba diciendo a tu padre que he pensado que era mejor no llamar porque si me presentaba de repente, a lo mejor podía convencerte de que salieras un rato de casa. Si hubiera llamado, habrías tenido tiempo de pensar en un millón de excusas para no salir.

Brie retrocedió un paso.

–No sé…

–¿Qué te parece si vamos a Folsom? –le dijo–. Podemos disfrutar de la vista de las montañas, dar un paseo por las tiendas, comer y quizá parar en un par de bodegas. Solo serán unas horas. Así podrás tomar un poco de aire fresco y, al mismo tiempo, es una oportunidad de que empieces a salir de nuevo. En algún momento tendrás que hacerlo.

–Pero a lo mejor no tan pronto…

–Te parece pronto porque todavía no lo has hecho.

No te pasará nada, Brie…

–Ya lo sé, pero…

–Brie –dijo Sam–, deberías aprovechar esta oportunidad. Mike ha sido policía durante muchos años, no podrías estar en mejores manos.

Mike inclinó la cabeza ligeramente, mirando hacia el padre de Brie.

–Muchas gracias, Sam. Si quieres, puedes venir con nosotros.

Sam se echó a reír.

–No, creo que prefiero quedarme en casa. Pero es una buena idea, Brie –insistió, mientras tomaba la mano de su hija–. Deberías salir por lo menos una hora, dos horas, quizá. Mike se ha tomado la molestia de venir hasta aquí.

Brie le dirigió a Mike una mirada muy significativa.

–No le has dicho a Jack que venías –no era una pregunta.

–Por supuesto que no. Habría intentado convencerme de que no viniera. Habría preferido ser él el primero en invitarte a salir de casa –sonrió de oreja a oreja–. No podía arriesgarme.

Brie pareció pensárselo durante unos segundos y al final dijo:

–Será mejor que vaya a cambiarme.

–No, estás bien así. A Folsom puedes ir perfectamente con pantalones cortos. Además, no estaremos mucho tiempo fuera.

–¿Papá…?

–Es una buena idea, Brie. Sal un rato. Aprovecha para comer fuera, para tomar una copa. Cuando vuelvas a casa, estaré aquí.

A los pocos minutos, Mike la acompañaba hasta el jeep y comenzaba a conducir. Como era de prever, Brie iba en completo silencio.

–Al principio estarás un poco tensa, pero creo que se te pasará –le dijo.

Al cabo de varios minutos de completo silencio, añadió:

–Cuando tenemos un trauma, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos.

Brie continuaba sin decir nada, mirando hacia delante, sujetando el cinturón de seguridad con una mano y posando la otra sobre su vientre en un gesto de autoprotección.

–Yo soy el cuarto de ocho hermanos, tengo tres hermanos mayores –le explicó Mike mientras comenzaba a conducir por las estribaciones de la sierra–. Para cuando comencé a ir a la guardería, tenía también tres hermanas más pequeñas, así que mi madre estaba muy ocupada. Mi familia es muy tradicional. Mi padre apenas podía dar de comer a tantas bocas, pero aun así, estoy seguro de que le habría gustado tener más hijos. El caso es que era una casa ruidosa y llena de gente y cuando fui por primera vez al colegio, mi inglés no era muy bueno. En casa hablábamos casi siempre en español y en el barrio se hablaba un mal inglés. Aunque mi padre ha llegado a convertirse en un hombre de éxito, en aquella época éramos considerados pobres.

Desvió la mirada, tomó aire y continuó hablando.

–Durante la primera semana de colegio, algunos niños mayores que yo me pegaron. Tenía moratones y heridas en la cara, pero no le conté a nadie lo que me estaba pasando –tenía la mirada fija en la carretera–. Ni siquiera a mis hermanos, que se ofrecieron a añadir más moratones a mi rostro si no les decía quién me los había hecho y por qué. Estuve sin hablar durante un par de meses.

Brie volvió la cabeza hacia él. Mike la miró a los ojos.

–He tenido casos de niños que han sufrido abusos y es algo normal. Permanecen en silencio durante largos periodos de tiempo. Otra de las cosas que he aprendido en mi trabajo es que no viene mal recuperar fuerzas antes de empezar a hablar.

–¿Qué te hizo hablar al final? –preguntó Brie. Mike se rio para sí.

–No lo recuerdo exactamente, pero creo que mi madre me sentó a la mesa de la cocina y me dijo: «Tenemos que hablar de lo que te ha pasado, Mike. No dejaré que vuelvas al colegio hasta que me lo digas». Algo así. Fue el hecho de que me dijera que no podía volver al colegio. Aunque me daba miedo que me pegaran otra vez, me daba más vergüenza todavía que esos niños pensaran que era un cobarde. A tan tierna edad, ya era un machito sin cerebro –se echó a reír.

–¿Tu madre no les dijo nada a los profesores? –preguntó Brie.

–No –Mike se echó a reír otra vez–. Se lo dijo a mis hermanos. Les advirtió que como volviera a casa con una sola herida, mi padre y ella les darían una paliza.

–Qué horror –dijo Brie.

–Ya te he dicho que era una familia muy tradicional –sonrió–. No te preocupes, Brie. Había más amenazas que palizas. De hecho, no recuerdo que me pegaran demasiado. Mi padre a veces nos daba con el cinturón en el trasero, pero nunca nos hizo mucho daño. El arma de mi madre era un cucharón de madera; un cucharón más largo que su brazo. En cuanto veíamos que mi padre se desabrochaba el cinturón o que mi madre sacaba el cucharón, salíamos corriendo como si nos persiguiera el mismísimo diablo. La siguiente generación de los Valenzuela ha renunciado a esa forma de educar a sus hijos. Y, por cierto, no tiene nada que ver con nuestros orígenes mexicanos, sino con aquella generación.

Brie permaneció callada durante unos segundos antes de contestar:

–¿Las dos mujeres con las que te casaste eran hispanas? Mike la miró con curiosidad.

–Sí, las dos. En realidad, eran medio mexicanas.

–Supongo entonces que estás muy aferrado a tu cultura…

–Bueno, me encantan muchas de las tradiciones de mi familia, pero no creo que eso tuviera nada que ver con mis matrimonios. He salido con muchas mujeres que no eran hispanas. Mis matrimonios fueron breves fracasos de juventud.

–¿Qué ocurrió?