La sabiduría de la vida  (traducido) - Arthur Schopenhauer - E-Book

La sabiduría de la vida  (traducido) E-Book

Arthur Schopenhauer

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Beschreibung

- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.

Profundo defensor de la fuerza de voluntad y la deliberación racional, Arthur Schopenhauer creía que la felicidad y la satisfacción completas eran inalcanzables. Este ensayo de su última obra, Parerga und Paralipomena (1851), examina cómo descubrir el mayor grado posible de placer y éxito y sugiere pautas para vivir la vida en plenitud.

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ÍNDICE DE CONTENIDOS

 

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. DIVISIÓN DE LA MATERIA

CAPÍTULO 2. LA PERSONALIDAD, O LO QUE ES UN HOMBRE

CAPÍTULO 3. LA PROPIEDAD, O LO QUE EL HOMBRE TIENE

CAPÍTULO 4. POSICIÓN, O EL LUGAR DE UN HOMBRE EN LA ESTIMACIÓN DE LOS DEMÁS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA SABIDURÍA DE LA VIDA

 

 

ARTHUR SCHOPENHAUER

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1890

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

En estas páginas hablaré de La Sabiduría de la Vida en el sentido común del término, como el arte, a saber, de ordenar nuestras vidas para obtener la mayor cantidad posible de placer y éxito; un arte cuya teoría puede llamarse Eudaemonología, pues nos enseña cómo llevar una existencia feliz. Tal existencia podría definirse como aquella que, considerada desde un punto de vista puramente objetivo, o, más bien, después de una reflexión fría y madura -pues la cuestión implica necesariamente consideraciones subjetivas-, sería decididamente preferible a la no existencia; lo que implica que deberíamos aferrarnos a ella por su propio bien, y no simplemente por el miedo a la muerte; y además, que nunca nos gustaría que llegara a su fin.

Ahora bien, si la vida humana corresponde, o podría corresponder, a esta concepción de la existencia, es una pregunta a la que, como es sabido, mi sistema filosófico da una respuesta negativa. En la hipótesis eudaemonista, sin embargo, la pregunta debe responderse afirmativamente; y he demostrado, en el segundo volumen de mi obra principal (cap. 49), que esta hipótesis se basa en un error fundamental. En consecuencia, al elaborar el esquema de una existencia feliz, he tenido que renunciar por completo al punto de vista metafísico y ético más elevado al que conducen mis propias teorías; y todo lo que diré aquí se basará en cierta medida en un compromiso; es decir, en la medida en que adopte el punto de vista común de todos los días y abrace el error que está en el fondo. Mis observaciones, por lo tanto, sólo tendrán un valor cualificado, ya que la propia palabra eudaemonología es un eufemismo. Además, no pretendo ser exhaustivo; en parte porque el tema es inagotable, y en parte porque, de lo contrario, tendría que repetir lo que ya han dicho otros.

El único libro compuesto, que yo recuerde, con un propósito semejante al que anima esta colección de aforismos, es el De utilitate ex adversis capienda, de Cardan, cuya lectura merece la pena y puede servir de complemento al presente trabajo. Aristóteles, es cierto, tiene algunas palabras sobre la eudaemonología en el capítulo quinto del primer libro de su Retórica; pero lo que dice no llega a mucho. Como la compilación no es mi negocio, no he hecho uso de estos predecesores; más aún, porque en el proceso de compilación se pierde la individualidad del punto de vista, y la individualidad del punto de vista es el núcleo de las obras de este tipo. En general, en efecto, los sabios de todas las épocas han dicho siempre lo mismo, y los necios, que en todos los tiempos forman la inmensa mayoría, han actuado también a su manera, y han hecho justo lo contrario; y así seguirá siendo. Porque, como dice Voltaire, dejaremos este mundo tan necio y tan malvado como lo encontramos a nuestra llegada.

 

 

 

CAPÍTULO 1. DIVISIÓN DE LA MATERIA

 

Aristóteles1 divide las bendiciones de la vida en tres clases: las que nos vienen de fuera, las del alma y las del cuerpo. No manteniendo nada de esta división más que el número, observo que las diferencias fundamentales de la suerte humana pueden reducirse a tres clases distintas:

(1) Lo que es un hombre: es decir, la personalidad, en el sentido más amplio de la palabra; bajo la cual se incluyen la salud, la fuerza, la belleza, el temperamento, el carácter moral, la inteligencia y la educación.

(2) Lo que un hombre tiene: es decir, propiedades y bienes de todo tipo.

(3) Cómo se encuentra un hombre en la estimación de los demás: por lo que debe entenderse, como todo el mundo sabe, lo que un hombre es a los ojos de sus compañeros, o, más estrictamente, la luz en la que lo consideran. Esto se demuestra por la opinión que tienen de él; y su opinión se manifiesta a su vez por el honor que se le tiene, y por su rango y reputación.

Las diferencias que se encuentran bajo el primer título son las que la propia naturaleza ha establecido entre el hombre y el hombre; y sólo de este hecho podemos deducir inmediatamente que influyen en la felicidad o infelicidad de la humanidad de una manera mucho más vital y radical que las contenidas bajo los dos títulos siguientes, que son meramente el efecto de los arreglos humanos. En comparación con las ventajas personales genuinas, como una gran mente o un gran corazón, todos los privilegios de rango o nacimiento, incluso de nacimiento real, no son más que como reyes en el escenario, para los reyes en la vida real. Lo mismo dijo hace tiempo Metrodoro, el primer discípulo de Epicuro, que escribió como título de uno de sus capítulos: La felicidad que recibimos de nosotros mismos es mayor que la que obtenemos de nuestro entorno.2 Y es un hecho evidente, que no se puede poner en duda, que el elemento principal del bienestar de un hombre -en realidad, de todo el tenor de su existencia- es aquello de lo que está hecho, su constitución interior. Porque ésta es la fuente inmediata de la satisfacción o insatisfacción interior que resulta de la suma de sus sensaciones, deseos y pensamientos; mientras que el entorno, por el contrario, sólo ejerce sobre él una influencia mediata o indirecta. Por eso los mismos acontecimientos o circunstancias externas no afectan a dos personas por igual; incluso con un entorno perfectamente similar, cada uno vive en un mundo propio. Porque el hombre sólo tiene una percepción inmediata de sus propias ideas, sentimientos y voliciones; el mundo exterior sólo puede influir en él en la medida en que le da vida. El mundo en el que vive un hombre se configura principalmente por la forma en que lo mira, y así resulta diferente para los distintos hombres; para uno es estéril, aburrido y superficial; para otro es rico, interesante y lleno de significado. Al oír hablar de los acontecimientos interesantes que han sucedido en el curso de la experiencia de un hombre, muchas personas desearán que cosas similares hayan sucedido también en sus vidas, olvidando completamente que deberían envidiar más bien la aptitud mental que prestó a esos acontecimientos la significación que poseen cuando él los describe; para un hombre de genio fueron aventuras interesantes; pero para las percepciones aburridas de un individuo ordinario habrían sido sucesos rancios y cotidianos. Este es el caso de muchos de los poemas de Goethe y Byron, que obviamente se basan en hechos reales; donde un lector insensato puede envidiar al poeta porque le ocurrieron tantas cosas deliciosas, en lugar de envidiar ese poderoso poder de fantasía que fue capaz de convertir una experiencia bastante común en algo tan grande y hermoso.

Del mismo modo, una persona de temperamento melancólico convertirá en escena de una tragedia lo que para el hombre sanguíneo sólo aparece a la luz de un conflicto interesante, y para un alma flemática como algo sin ningún significado; - todo ello se basa en el hecho de que todo acontecimiento, para ser realizado y apreciado, requiere la cooperación de dos factores, a saber, un sujeto y un objeto, aunque éstos estén tan estrecha y necesariamente conectados como el oxígeno y el hidrógeno en el agua. Por lo tanto, cuando el factor objetivo o externo de una experiencia es realmente el mismo, pero la apreciación subjetiva o personal del mismo varía, el acontecimiento es tan diferente a los ojos de diferentes personas como si los factores objetivos no hubieran sido iguales; porque para una inteligencia embotada, el objeto más bello y mejor del mundo sólo presenta una realidad pobre, y por lo tanto sólo se aprecia pobremente - como un buen paisaje en un tiempo aburrido, o en el reflejo de una mala cámara oscura. En lenguaje llano, todo hombre está reprimido dentro de los límites de su propia conciencia, y no puede ir directamente más allá de esos límites, como tampoco puede ir más allá de su propia piel; así que la ayuda externa no le sirve de mucho. En el escenario, un hombre es un príncipe, otro un ministro, un tercero un sirviente o un soldado o un general, y así sucesivamente - meras diferencias externas: la realidad interna, el núcleo de todas estas apariencias es el mismo - un pobre jugador, con todas las ansiedades de su suerte. En la vida ocurre lo mismo. Las diferencias de rango y de riqueza dan a cada hombre su papel, pero esto no implica de ninguna manera una diferencia de felicidad y de placer interior; aquí, también, hay el mismo ser en todos: un pobre mortal, con sus dificultades y problemas. Aunque estos pueden, en efecto, proceder en cada caso de causas diferentes, son en su naturaleza esencial muy parecidos en todas sus formas, con grados de intensidad que varían, sin duda, pero que no corresponden en absoluto al papel que un hombre tiene que desempeñar, a la presencia o ausencia de posición y riqueza. Puesto que todo lo que existe o sucede para un hombre existe sólo en su conciencia y sucede sólo para ella, lo más esencial para un hombre es la constitución de esta conciencia, que es en la mayoría de los casos mucho más importante que las circunstancias que van a formar su contenido. Todo el orgullo y el placer del mundo, reflejados en la conciencia aburrida de un tonto, son pobres en verdad comparados con la imaginación de Cervantes escribiendo su Don Quijote en una prisión miserable. La mitad objetiva de la vida y de la realidad está en manos del destino y, por tanto, adopta diversas formas en los distintos casos: la mitad subjetiva somos nosotros mismos y, en lo esencial, sigue siendo siempre la misma.

De ahí que la vida de cada hombre esté marcada por el mismo carácter en todo momento, por mucho que cambien sus circunstancias externas; es como una serie de variaciones sobre un mismo tema. Nadie puede ir más allá de su propia individualidad. Un animal, en cualquier circunstancia que se le coloque, permanece dentro de los estrechos límites a los que la naturaleza lo ha consignado irrevocablemente; de modo que nuestros esfuerzos para hacer feliz a un animal doméstico deben mantenerse siempre dentro del ámbito de su naturaleza, y restringirse a lo que puede sentir. Lo mismo sucede con el hombre; la medida de la felicidad que puede alcanzar está determinada de antemano por su individualidad. Esto es especialmente cierto en el caso de las facultades mentales, que fijan de una vez por todas su capacidad para las clases superiores de placer. Si estas facultades son escasas, ningún esfuerzo exterior, nada de lo que puedan hacer por él sus semejantes o la fortuna, bastará para elevarlo por encima del grado ordinario de felicidad y placer humanos, por más que sea medio animal; sus únicos recursos son su apetito sensual -una vida familiar acogedora y alegre, a lo sumo-, las compañías bajas y los pasatiempos vulgares; incluso la educación, en general, puede servir de poco, si es que sirve de algo, para la ampliación de su horizonte. Porque los placeres más elevados, variados y duraderos son los de la mente, por mucho que nuestra juventud nos engañe en este punto; y los placeres de la mente dependen principalmente de las facultades de la mente. Está claro, pues, que nuestra felicidad depende en gran medida de lo que somos, de nuestra individualidad, mientras que por suerte o destino se entiende generalmente sólo lo que tenemos, o nuestra reputación. Nuestra suerte, en este sentido, puede mejorar; pero no le pedimos mucho si somos interiormente ricos: por otra parte, un tonto sigue siendo un tonto, un estúpido aburrido, hasta su última hora, aunque estuviera rodeado de houris en el paraíso. Por eso Goethe, en el West-östliclien Divan, dice que todo hombre, tanto si ocupa una posición baja en la vida, como si emerge como su vencedor, da testimonio de la personalidad como el mayor factor de felicidad:-.

Volk und Knecht und Uberwinder

Se han ido, en cualquier momento,

La gran alegría de los niños de la calle

Sei nur die Persönlichkeit.

Todo confirma el hecho de que el elemento subjetivo de la vida es incomparablemente más importante para nuestra felicidad y placer que el objetivo, desde dichos como El hambre es la mejor salsa, y La juventud y la edad no pueden vivir juntas, hasta la vida del genio y del santo. La salud supera tanto a todas las demás bendiciones que se puede decir que un mendigo sano es más feliz que un rey enfermo. Un temperamento tranquilo y alegre, feliz en el disfrute de un físico perfectamente sano, un intelecto claro, vivo, penetrante y que ve las cosas tal como son, una voluntad moderada y suave, y por lo tanto una buena conciencia, son privilegios que ningún rango o riqueza puede compensar o sustituir. Porque lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña cuando está solo, lo que nadie puede dar o quitar, es evidentemente más esencial para él que todo lo que tiene en forma de posesiones, o incluso lo que puede ser a los ojos del mundo. Un hombre intelectual en completa soledad tiene un excelente entretenimiento en sus propios pensamientos y fantasías, mientras que ninguna cantidad de diversidad o placer social, teatros, excursiones y diversiones, puede evitar el aburrimiento de un aburrido. Un carácter bueno, templado y apacible puede ser feliz en circunstancias de necesidad, mientras que un hombre codicioso, envidioso y malicioso, aunque sea el más rico del mundo, se vuelve miserable. Es más, para quien tiene el constante deleite de una individualidad especial, con un alto grado de intelecto, la mayoría de los placeres que persigue la humanidad son simplemente superfluos; son incluso una molestia y una carga. Y así, Horacio dice de sí mismo que, por más que muchos se vean privados de los bienes de la vida, hay al menos uno que puede vivir sin ellos:-

Gemmas, marmor, ebur, Tyrrhena sigilla, tabellas,

Argentum, vestes, Gaetulo murice tinctas

Sunt qui non habeant, est qui non curat habere;

y cuando Sócrates vio varios artículos de lujo extendidos para la venta, exclamó: Cuánto hay en el mundo que no quiero.

Así pues, el primer y más esencial elemento en la felicidad de nuestra vida es lo que somos, nuestra personalidad, aunque sólo sea porque es un factor constante que entra en juego en todas las circunstancias: además, a diferencia de las bendiciones que se describen bajo los otros dos epígrafes, no es el deporte del destino y no se nos puede arrebatar; - y, hasta ahora, está dotado de un valor absoluto en contraste con el valor meramente relativo de los otros dos. La consecuencia de esto es que es mucho más difícil de lo que la gente comúnmente supone conseguir un control sobre un hombre desde fuera. Pero aquí entra el agente todopoderoso, el Tiempo, y reclama sus derechos, y ante su influencia las ventajas físicas y mentales se van perdiendo poco a poco. Sólo el carácter moral le resulta inaccesible. En vista del efecto destructivo del tiempo, parece, en efecto, como si las bendiciones nombradas bajo las otras dos cabezas, de las que el tiempo no puede robarnos directamente, fueran superiores a las de la primera. Se podría reclamar para ellas otra ventaja, a saber, que siendo en su propia naturaleza objetivas y externas, son alcanzables, y a cada uno se le presenta la posibilidad, al menos, de entrar en posesión de ellas; mientras que lo que es subjetivo no está abierto a que lo adquiramos, sino que haciendo su entrada por una especie de derecho divino, permanece de por vida, inmutable, inalienable, una condena inexorable. Permítanme citar aquellas líneas en las que Goethe describe cómo un destino inalterable es asignado a cada hombre en la hora de su nacimiento, de modo que sólo puede desarrollarse en las líneas establecidas para él, por así decirlo, por las conjunciones de las estrellas: y cómo la Sibila y los profetas declaran que a sí mismo un hombre nunca puede escapar, ni ningún poder del tiempo sirve para cambiar el camino en el que su vida está arrojada:-.

Como en un día en el que el mundo se ha ido al traste,

Dïe Sonne stand zum Grusse der Planeten,

Bist alsobald und fort und fort gediehen,

Nach dem Gesetz, wonach du angetreten.

Así debes ser, no puedes volar,

Así se encuentran los sibilinos y los profetas;

Y no hay tiempo, ni máquina que se pierda

La forma de la vida, que se ha desarrollado.