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Cuarto de la saga. Las herederas Balfour eran deslumbrantes, sofisticadas y bellas…, todas excepto Sophie. Convencida de que era regordeta y sosa, evitaba ser el centro de atención, pero su padre, harto de que se escondiera, le había conseguido un trabajo para alentar su confianza en sí misma. Trabajar con el atractivo siciliano Marco Speranza era toda una revelación. Sophie sabía que no era lo suficientemente hermosa como para llamar la atención de un hombre tan poderoso, pero él parecía decidido a seducirla. ¿Tendría el guapo multimillonario algún motivo oculto para hacerlo?
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Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
LA SEDUCCIÓN DE SOPHIE, Nº 4 - mayo 2011
Título original: Sophie’s Seduction
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-315-2
Editor responsable: Luis Pugni
Imagen de cubierta: PAVEL YAZYKOV/DREAMSTIME.COM
ePub: Publidisa
Introducción
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Promoción
Las jóvenes Balfour son una institución británica, las últimas herederas ricas. Las hijas de Oscar han crecido siendo el centro de atención y el apellido Balfour rara vez deja de aparecer en la prensa sensacionalista. Tener ocho hijas tan distintas es todo un desafío.
Olivia y Bella: Las hijas mayores de Oscar son gemelas no idénticas nacidas con dos minutos de diferencia y no pueden ser más distintas. Bella es vital y exuberante, mientras que Olivia es práctica y sensata. La madurez de Olivia sólo puede compararse con el sentido del humor de Bella. Ambas gemelas son la personificación de las virtudes clave de los Balfour. La muerte de su madre, acaecida cuando eran pequeñas, sigue afectándolas, aunque
Zoe: Es la hija menor de la primera mujer de Oscar, Alexandra, la cual murió trágicamente al dar a luz. Al igual que a su hermana mayor Bella, le cautiva la vida mundana y tiende al desenfreno, siempre está esperando el próximo evento social. Su aspecto físico es imponente y sus ojos verdes la diferencian de sus hermanas, pero tras la despampanante fachada se oculta un gran corazón y el sentimiento de culpa por la muerte de su madre.
Annie: Hija mayor de Oscar y Tilly, Annie ha heredado una buena cabeza para los negocios, un corazón amable y una visión práctica de la vida. Le gusta pasar tiempo con su madre en la mansión Balfour, huye del estilo de vida de los famosos y prefiere concentrarse en sus estudios en Oxford antes que en su aspecto.
Sophie: El hijo mediano es habitualmente el más tranquilo y ésta no es una excepción. En comparación con sus deslumbrantes hermanas, la tímida Sophie siempre se ha sentido ignorada y no se encuentra cómoda en el papel de «heredera Balfour». Está dotada para el arte y sus pasiones se manifiestan en sus creativos diseños de interiores.
Kat: La más pequeña de las hijas de Tilly ha vivido toda su vida entre algodones. Tras la trágica muerte de su padrastro ha sido mimada y consentida por todos. Su actitud tozuda y malcriada la lleva a salir corriendo de las situaciones difíciles y está convencida de que nunca se comprometerá con nada ni con nadie.
Mia: La incorporación más reciente a la familia Balfour viene de la mano de la hija ilegítima y medio italiana de Oscar, Mia. Producto de la aventura de una noche entre su madre y el jefe del clan Balfour, Mia se crió en Italia y es trabajadora, humilde y hermosa de un modo natural. Para ella ha sido duro descubrir a su nueva familia y la desenvoltura social de sus hermanas le resulta difícil de igualar.
Emily: Es la más joven de las hijas de Oscar y la única que tuvo con su verdadero amor, Lillian. Al ser la pequeña de la familia, sus hermanas mayores la adoran, ocupa el lugar predilecto del corazón de su padre y siempre ha estado protegida. A diferencia de Kat, Emily tiene los pies en la tierra y está decidida a cumplir su sueño de convertirse en primera bailarina. La presión combinada de la muerte de su madre y el descubrimiento de que Mia es su hermana le ha pasado factura, pero Emily tiene el valor suficiente para salir de casa de su padre y emprender su camino en solitario.
El abanico de propiedades de la familia Balfour es muy extenso e incluye varias residencias imponentes en las zonas más exclusivas de Londres, un impresionante apartamento en la parte alta de Nueva York, un chalet en los Alpes y una isla privada en el Caribe muy solicitada por los famosos…, aunque Oscar es muy selectivo respecto a quién puede alquilar su refugio. No se admite a cualquiera.
Sin embargo, el enclave familiar es la mansión Balfour, situada en el corazón de la campiña de Buckinghamshire. Es la casa que las jóvenes consideran su hogar. Con una vida familiar tan irregular, es el lugar que les proporciona seguridad a todas ellas. Allí es donde festejan la Navidad todos juntos y, por supuesto, donde se celebra el baile benéfico de los Balfour, el acontecimiento del año, al que asiste la crème de la crème de la sociedad y que tiene lugar en los paradisíacos jardines de la mansión Balfour.
Queridas niñas:
Lo menos que se puede decir es que he sido un padre poco atento, con todas vosotras. Han sido necesarios los recientes y trágicos acontecimientos para que me dé cuenta de los problemas que semejante descuido ha provocado.
El antiguo lema de nuestra familia era Validus, superbus quod fidelis. Es decir, poderosos, orgullosos y leales. Esmerándome en el cumplimiento de los diez principios siguientes empezaré a enmendarme; me esforzaré por encontrar esas cualidades dentro de mí y rezo para que vosotras hagáis lo mismo. Durante los próximos meses espero que todas vosotras os toméis estas reglas muy en serio, porque todas y cada una necesitáis la guía que contienen. Las tareas que voy a encargaros y los viajes que os mandaré realizar tienen por objetivo ayudaros a que os encontréis a vosotras mismas y averigüéis cómo convertiros en las mujeres fuertes que lleváis dentro.
Adelante, mis preciosas hijas, descubrid cómo termina cada una de vuestras historias.
Oscar
Estas antiguas normas de los Balfour se han transmitido de generación en generación. Tras el escándalo que se reveló durante la conmemoración de los cien años del baile benéfico de los Balfour, Oscar se dio cuenta de que sus hijas carecían de orientación y de propósito en sus vidas. Las normas de la familia, de las cuales él había hecho caso omiso en el pasado, cuando era joven e insensato, vuelven a cobrar vida, modernizadas y reinstituidas para ofrecer la guía que necesitan sus jóvenes hijas.
Norma 1ª: Dignidad: Un Balfour debe esforzarse por no desacreditar el apellido de la familia con conductas impropias, actividades delictivas o actitudes irrespetuosas hacia los demás.
Norma 2ª: Caridad: Los Balfour no deben subestimar la vasta fortuna familiar. La verdadera riqueza se mide en lo que se entrega a los demás. La compasión es, con diferencia, la posesión más preciada.
Norma 3ª: Lealtad: Le debéis lealtad a vuestras hermanas; tratadlas con respeto y amabilidad en todo momento.
Norma 4ª: Independencia: Los miembros de la familia Balfour deben esforzarse por lograr su desarrollo personal y no apoyarse en su apellido a lo largo de toda su vida.
Norma 5ª: Coraje: Un Balfour no debe temer nada. Afronta tus miedos con valor y eso te permitirá descubrir nuevas cosas sobre ti mismo.
Norma 6ª: Compromiso: Si huyes una vez de tus problemas, seguirás huyendo eternamente.
Norma 7ª: Integridad: No tengas miedo de observar tus principios y ten fe en tus propias convicciones.
Norma 8ª: Humildad: Hay un gran valor en admitir tus debilidades y trabajar para superarlas. No descartes los puntos de vista de los demás sólo porque no coinciden con los tuyos. Un auténtico Balfour es tan capaz de admitir un consejo como de darlo.
Norma 9ª: Sabiduría: No juzgues por las apariencias. La auténtica belleza está en el corazón. La sinceridad y la integridad son mucho más valiosas que el simple encanto superficial.
Norma 10ª: El apellido Balfour: Ser miembro de esta familia no es sólo un privilegio de cuna. El apellido Balfour implica apoyarse unos a otros, valorar a la familia como te valoras a ti mismo y llevar el apellido con orgullo. Negar tu legado es negar tu propia esencia.
Para mis dos niños, que se han convertido en dos jóvenes maravillosos
Sophie se detuvo en lo alto de los escalones de piedra y consultó su cuaderno. Luego miró el mapa que se había dibujado en la mano y, a continuación, comprobó el número de la puerta, situada en una calle llena de casas parecidas. Entrecerró los ojos para protegerse del sol de julio cuando dirigió la mirada hacia los coches de lujo aparcados junto a la acera arbolada. Sugerían que aquél era un barrio de gente rica.
Aquél era el sitio, sin duda, pensó. Pequeño pero exclusivo, había dicho su padre. El lugar perfecto, a su modo de ver, para que Sophie desplegara las alas de su talento artístico.
Ella había resistido la tentación de señalar que un curso a distancia de decoración de interiores no la convertía precisamente en una experta diseñadora. Pero al parecer no iba a haber ninguna entrevista, y cuando preguntó cuándo empezaba su nuevo trabajo, la respuesta de su padre le provocó una punzada de pánico.
–Este lunes. ¿Crees que podrás hacerlo? –le había preguntado con suma seriedad.
Oscar Balfour podía llegar a ser muy severo, aunque normalmente con ella no. Nunca le había dado motivos, siempre había seguido las normas, nunca había protagonizado ningún escándalo, no había hombres en su pasado… Era un libro abierto y bastante aburrido.
–Sophie, sé que tus hermanas y tú no me decepcionaréis. Tengo fe en vosotras. Todo esto es culpa mía.
–Has sido un padre maravilloso –había asegurado ella, aunque no fuera del todo cierto, mientras lo abrazaba.
Sophie había salido de la habitación con un nudo en la garganta, pero estaba decidida a no decepcionar a su padre. Por una vez en su vida, actuaría como una Balfour.
Una semana más tarde el nudo seguía allí, y cuando alzó el puño para llamar a la puerta experimentó una profunda ansiedad. Nada de todo aquello debería haberla pillado por sorpresa. Desde los sucesos relacionados con el baile benéfico anual de los Balfour había visto cómo sus hermanas habían ido marchándose, una por una, para demostrarse a sí mismas y al mundo que podían arreglárselas sin la riqueza y la influencia de su apellido.
Pero el tiempo pasaba y Sophie se relajó un tanto al ver que su padre no la llamaba a su despacho. Dio por hecho que estaba a salvo, hasta que sucedió. Cuando habló con ella, Oscar le aseguró que se había tomado su tiempo para encontrarle el puesto perfecto.
Consultó su reloj. Llegaba quince minutos pronto a su primer día de trabajo. Estaba mirando a su alrededor en busca de un timbre cuando apoyó el codo en la puerta y ésta se abrió.
–¿Hola?
No hubo respuesta. Armándose de valor, entró. La habitación estaba dispuesta como el estudio de una casa de campo, con una decoración dirigida a personas de bueno gusto y con dinero. Sin duda se trataba de una especie de escaparte, aunque no había precios en las piezas antiguas exhibidas, combinadas con otras modernas igualmente bellas.
Sophie estaba impresionada, aquello era muy diferente al trabajo que ella hacía con su madre en Balfour, con su tabla de dibujo y sus muestras de tela. Deslizó los dedos por un kilim de colores brillantes que había colocado sobre un sofá Chesterfield de cuero.
–¿Hola? –volvió a decir.
Entonces escuchó el sonido de unas voces. El ruido procedía del fondo de la habitación, pero no podía ver a nadie. Frunció ligeramente el ceño y se acercó hacia el sonido. Entonces se dio cuenta de que lo que parecía una pared era en realidad una mampara. Cuando se acercó escuchó las voces con más claridad. Miró a través de un agujerito de la mampara y vio que había otra zona detrás, iluminada por dos magníficas lámparas de araña. En el centro había un impresionante espejo antiguo de marco ornamental.
Sophie abrió la boca para hablar, pero escuchó la palabra «Balfour» y volvió a cerrarla. Si revelaba su presencia, podría avergonzar a las personas que estaban al otro lado de la mampara. Al parecer se trataba de dos mujeres, aunque lo único que ella podía ver eran sus coronillas sobresaliendo por encima de la parte de atrás de un banco de madera.
–¿Una de las jóvenes Balfour trabajando aquí? –exclamó la persona que no había hablado todavía–. Debes estar bromeando. Esas chicas no trabajan, no se arriesgan a que se les rompa una uña.
–¿Tú trabajarías si fueras la rica heredera de una fortuna, querida?
–Déjame pensar…
Sophie escuchó a las dos jóvenes reírse.
–Pero tendrías que compartir la fortuna con… ¿cuántas hermanas son?
–¿Contando a la que acaban de descubrir?
Sophie, que era una persona normalmente plácida, sintió cómo se sonrojaba de ira ante la referencia burlona a su hermanastra Mia, que había nacido de una aventura de su padre muchos años atrás. Oscar había recibido a la hija cuya existencia desconocía en el seno de la familia, y Sophie en seguida sintió cariño por aquella hermana tan guapa y medio italiana.
–Y luego está Zoe Balfour, que al final no es una Balfour… Tal vez sea ella la que venga –especuló una de las voces.
–Sí, tal vez su papá la haya dejado sin asignación ahora que sabe que no es suya. ¡Me hubiera encantado ser una mosca para poder presenciar desde la pared el último baile de los Balfour!
Sophie apretó los puños y se mordió la lengua. En el baile benéfico había saltado la noticia de que Zoe era ilegítima, y el consiguiente escándalo había provocado que Oscar hiciera una revisión del modo en que se había comportado como padre. En lo que a él y a sus demás hijas se refería, Zoe era una Balfour.
–Entonces ¿cuántas son?
–Seis, siete…, quién sabe. Daría lo que fuera por tener su belleza y su dinero.
«Ocho», pensó Sophie. Ella también admiraba la belleza de sus hermanas, ya que el dinero nunca le había faltado. No tenía gustos caros, y el apellido Balfour le proporcionaba el lujo de poder seguir sus instintos.
Y sus instintos la llevaban de nuevo a la finca de los Balfour, a la casita donde vivía su madre desde la trágica muerte del segundo marido de ésta. A Sophie se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en el hombre que había sido como un padre para ella y para sus hermanas, Annie y Kat.
Durante un tiempo, Sri Lanka había sido su hogar, pero desde entonces la finca de los Balfour, en Buckinghamshire, era el único lugar en el que se sentía en casa.
Al contrario que sus hermanas, no era una cara conocida, excepto para el personal de la mansión Balfour y para la gente del pueblo.
–Nunca os he planteado ningún reto –se había lamentado Oscar–. Los niños necesitan estímulos, pero nunca es demasiado tarde. He sido un padre negligente y tengo intención de enmendarlo. Independencia, Sophie –dijo refiriéndose a la norma que creía más importante para ella, aunque fuera difícil de aprender–. Los miembros de la familia Balfour deben luchar por desarrollar sus capacidades, y no depender de su apellido.
–Sea cual sea, puedes estar segura de que tú y yo terminaremos haciendo nuestro trabajo y el suyo.
Sophie apretó los dientes. Les demostraría que ella no era sólo una cara bonita. De hecho no era bonita, pero era perseverante y no tenía miedo al trabajo.
–¿En qué estaba pensando Amber al contratarla?
Sophie, algo avergonzada por estar fisgando, aguzó el oído cuando la otra joven bajó el tono de voz.
–¿Te has fijado en la pulsera de diamantes que lleva Amber? Bueno, pues fue un regalo de despedida de Oscar Balfour.
–¿Amber y Oscar Balfour? ¡Vaya! ¿Por qué yo no lo sabía?
–Fue hace años y no duró mucho.
–Oscar Balfour es muy atractivo para ser tan mayor, ¿verdad?
Sophie torció el gesto. No tenía ningún deseo de escuchar cómo aquellas mujeres hablaban de su padre en aquellos términos. Se tapó los oídos, y cuando volvió a destapárselos escuchó a una de las chicas decir:
–Y una de las gemelas, Bella… ¿Te acuerdas cuando le hicieron una foto llevando un vestido de esa tienda benéfica y al día siguiente ya se habían vendido todos?
Sophie sí se acordaba. Recordaba que el tema había salido durante una cena familiar. Zoe bromeó diciendo que no entendía a qué venía tanto alboroto si hacía años que Sophie llevaba ropa de tiendas benéficas.
Sophie se rió con todas, pero más tarde, en su habitación, miró su guardarropa, lleno de la ropa amplia y aburrida que desesperaba a sus sofisticadas hermanas, y no sonrió.
La ropa amplia no era casualidad. Sus esbeltas hermanas no tenían unos senos enormes como ella, que hacían que los hombres se la quedaran mirando, y por eso había decidido ocultarlos bajo ropa suelta que no marcara las formas.
En una familia famosa por su belleza y elegancia, rasgos de los que ella carecía, la genética la había dotado con el gen de la torpeza. Un fastidio, sí, pero para el modo de pensar de Sophie, nada comparado con que todas las cabezas se giraran automáticamente cuando una entraba en una habitación, como les sucedía a sus hermanas.
Una Balfour a la que no le gustaban los focos, que no era lista ni guapa. Sophie se había preguntado con frecuencia si no se habrían dejado en la maternidad a la auténtica cuando a ella la llevaron a casa. Pero tenía los ojos azules de los Balfour, la misma mirada penetrante de su padre.
No le gustaba llamar la atención. Había tardado mucho, pero a sus veintitrés años era una experta en el arte de fundirse en el fondo. Ser bajita y rechoncha ayudaba, así que la única manera de que la gente se fijara en ella era cuando se tropezaba o se le caía algo.
Consiguió hacer ambas cosas a la vez cuando una voz dijo a su espalda:
–¿En qué puedo ayudarla?
Sophie soltó un grito, se dio la vuelta y dejó caer el bolso al suelo. Una mujer alta y rubia, con un vestido rojo que le marcaba la figura, la observó con una ceja levantada cuando Sophie se puso de rodillas para recoger las monedas que se le habían salido del monedero.
–Lo siento, yo… soy Sophie Balfour –balbuceó apartándose el pelo de la cara–. He venido a… trabajar…. Mi padre….
–¿Tú eres Sophie Balfour? –la rubia la miró con escepticismo–. Esperaba….
No terminó la frase, pero no hizo falta. Esperaba a alguien con más estilo.
–Soy Amber Charles –dijo la mujer apretando ligeramente los labios pintados–. Tu padre dice que tienes mucho talento.
–He traído mi currículum –murmuró ella bajando la vista.
Sus notas no iban a provocar admiración en los ojos de la mujer. Sophie no había demostrado ningún talento académico ni deportivo en Westfields.
–Seguro que es excelente –aseguró Amber extendiendo la mano–. Muchas chicas de Westfields van luego a la universidad en Oxbridge. ¿A cuál fuiste tú?
–Lo cierto es que no he ido a la universidad –reconoció Sophie–. Estudié a distancia.
–Qué… bien.
Sophie vio cómo su jefa intentaba sonreír; sin duda su padre no le había dado muchos detalles.
–Bueno, Sophie, ¿qué vamos a hacer contigo? Puede que tengas talento, pero…
Sophie sabía que debía acallar esas dudas anunciando que no sólo tenía talento, sino que era un genio, pero ella no sabía venderse.
–… pero no basta con tener talento –concluyó su jefa.
–¿Ah, no?
–Por supuesto que no. Éste es un mercado muy competitivo. Me temo que las apariencias son también muy importantes. Nuestros clientes esperan un cierto…, ya sabes. Creo que estarías más contenta sin trabajar de cara al público.
–¿No quiere que trabaje de cara al público?
Sophie sabía que quería decirle que no podía arriesgarse a que los clientes la vieran, y no se ofendió. De hecho era la mejor noticia del día.
Relajándose un tanto al darse cuenta de que Sophie no iba a ponerse difícil, Amber asintió con la cabeza.
–¿Sabes, querida? Deberías sonreír más a menudo. Te hace parecer casi guapa.
Marco salió del coche y recorrió andando el último kilómetro hasta la entrada del palazzo, el cual pertenecía a su familia desde hacía siglos. En el bolsillo llevaba la llave de la enorme puerta que había cerrado un año atrás.
Había cerrado y se había marchado de allí sin mirar atrás. En su momento se dijo que se trataba de un gesto simbólico: cerraba y dejaba atrás sus errores, la humillación, un matrimonio destrozado. Se dijo que debía seguir adelante con su vida, canalizar sus energías. Su objetivo era el beneficio económico y había funcionado.
Apartarse de los actos sociales, a los que se creía en la obligación de acudir como representante del apellido Speranza, le había dejado más tiempo para dedicarse a sus aventuras empresariales, y había conseguido un éxito superior a lo que esperaba. Ya no se sentía obligado por ningún código moral a respetar los votos matrimoniales, que él había mantenido mientras se encontraba casado aunque su esposa hiciera gala de numerosas infidelidades. Encontró tiempo para salir con mujeres, aunque nunca su intimidad con ellas no fuera más allá del dormitorio. El vacío que pudiera sentir después era mucho más fácil de sobrellevar que las complicaciones de una relación. Ya no era el idealista romántico que se había casado con Allegra, y no se le ocurriría entregarle el corazón a ninguna mujer, no fuera a ser que se lo pisoteara con sus delicados tacones.
Aquella nueva faceta de su vida no era un error, pero sí lo había sido huir de sus responsabilidades; ahora lo veía claro. Tenía una obligación para con su apellido y para con las personas que habían servido a su familia durante generaciones. Se avergonzaba del impulso cobarde y egoísta que lo había llevado a darles la espalda porque no quería que fueran el recordatorio constante de su fracaso. Apretó con firmeza las mandíbulas. Los demás no debían pagar por sus errores. El deber, algo que formaba parte de su código genético, era lo que lo había llevado de regreso allí. El deber y un deseo de recuperar algo que quizá hubiera perdido.
Marco se preguntó si un hombre podía perder algo a lo que no sabía poner nombre. Lo que sí sabía era que el pulso no se le aceleraba por la emoción al acercarse a su casa, como el sucedía antes.
Siempre se había mostrado apasionadamente orgulloso de su legado. ¿Cuándo se convirtió aquella pasión en obligación?, se preguntaba mientras se detenía a observar su antiguo hogar.
El hogar al que había llevado a su esposa, el hogar del que había huido el día que ella desapareció con su mejor amigo y él presentó la demanda de divorcio. Su matrimonio había sido un desastre desde el principio. No había sido el alcoholismo de Allegra ni sus infidelidades lo que peor llevaba, sino haberse creído su papel de chica dulce e inocente.
Sin embargo, en aquella casa había otros recuerdos. Allí era donde había pasado su infancia. En la finca había disfrutado de cierto grado de libertad, que no habría tenido si sus padres hubieran estado más pendientes. Su madre, actriz, pasaba mucho tiempo rodando fuera. Su padre era una figura distante que había dejado una prometedora posición en el mundo del derecho para entrar en política. Su integridad le había proporcionado tantos aliados como enemigos, y la familia ocupaba un pobre segundo lugar para él.
Tal vez demasiados enemigos, pensó Marco al recordar el día en el que se había enterado viendo las noticias del asesinato. Una bala había matado al instante a su padre y él había heredado el título.
–Marchese…
Aquella manera de dirigirse a él lo sacó de sus oscuras reflexiones. Un hombre bajó del vehículo sin techo con la agilidad de alguien veinte años más joven y se acercó a estrecharle la mano.
–¡Alberto! –una sonrisa cruzó las facciones clásicas de Alberto–. Tienes muy buen aspecto.
–Usted también –aseguró el otro, lamentando ver en sus ojos verdes un cinismo que no estaba allí en su juventud.
Aunque a un hombre que había vivido lo que Marco se le podía permitir algo de cinismo.
–¿Estás vigilando al nuevo?