La sotana negra - Wilkie Collins - E-Book

La sotana negra E-Book

Wilkie Collins

0,0
12,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

"La sotana negra" tan sólo aborda el tema de la religión para crear un malvado tan retorcido como el padre Benwell y enfrentar el poder de la manipulación religiosa y el poder del amor en una lucha encarnizada y, a veces, un tanto desigual. En esta novela construye Collins uno de los triángulos más singulares de la literatura victoriana. Porque, a lo largo de toda la historia, Stella y el padre Benwell competirán con todas sus armas y sus ejércitos por el alma ¿y la felicidad¿ de Romayne. Todo en esta novela rebosa oficio: la construcción de la trama, la soltura de la narración, la caracterización de los personajes, la viveza de los diálogos, los múltiples hilos que se entretejen. Que todo ocurra con fluidez es mérito de un autor de espíritu sutil y mirada perspicaz que dominó como nadie en su tiempo el complejo arte de la novela.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 636

Veröffentlichungsjahr: 2014

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Wilkie Collins

La sotana negra

Edición de Damià Alou

Traducción de Damià Alou

Índice

INTRODUCCIÓN

Semblanza de Wilkie Collins

El contexto social

Reformas

La ley y la dama

Clase, religión e inconsciente

El contexto literario

Producción y distribución

Las formas de la novela

El mercado y la crítica

«La sotana negra»

BIBLIOGRAFÍA

LA SOTANA NEGRA

Antes de la historia

Primera escena. Boulogne-sur-Mer. El duelo

Segunda escena. Vange Abbey. Augurios

La historia

Libro primero

Capítulo primero. Las confidencias

Capítulo 2. Los jesuitas

Capítulo 3. La presentación a Romayne

Capítulo 4. El padre Benwell golpea

Capítulo 5. El padre Benwell falla

Capítulo 6. El orden de los platos

Capítulo 7. La influencia de Stella

Capítulo 8. ¿El sacerdote o la mujer?

Capítulo 9. El público y los cuadros

Capítulo 10. Correspondencia del padre Benwell

Capítulo 11. Stella se impone

Capítulo 12. La familia del generaL

Capítulo 13. Correspondencia del padre Benwell

Libro segundo

Capítulo primero. El Baile del Sandwich

Capítulo 2. La cuestión del matrimonio

Capítulo 3. El final del baile

Capítulo 4. De madrugada

Libro tercero

Capítulo primero. La luna de miel

Capítulo 2. Acontecimientos en Ten Acres

Capítulo 3. El padre Benwell y el libro

Capítulo 4. El final de la luna de miel

Capítulo 5. Correspondencia del padre Benwell

Libro cuarto

Capítulo primero. Se amplía la brecha

Capítulo 2. Un jesuita cristiano

Capítulo 3. Winterfield regresa

Capítulo 4. Correspondencia del padre Benwell

Capítulo 5. Correspondencia de Bernard Winterfield

Capítulo 6. La más triste de las palabras

Capítulo 7. El sexo impulsivo

Capítulo 8. Correspondencia del padre Benwell

Libro quinto

Capítulo primero. El descubrimiento de Mrs. Eyrecourt

Capítulo 2. Se siembra la semilla

Capítulo 3. Se recoge la cosecha

Capítulo 4. Camino de Roma

Después de la historia

Extractos del diario de Bernard Winterfield

I. Winterfield se defiende

II. Winterfield resume su diario

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

Wilkie Collins fue el inventor del suspense. Su carrera se inscribe en los años de apogeo de la novela victoriana, de la que probablemente fue el mejor urdidor de tramas. Siempre atento a la reacción del público, cuando comenzó a publicar sus novelas por entregas comprendió que, dentro del misterio global de la obra, debía salpicar pequeños enigmas que se resolvieran en cada entrega y dejar abierta una puerta al siguiente. En ello fue un maestro. Vivió una época en que la narrativa contaba con un público cada vez más amplio y las novelas iban creciendo en importancia. El novelista Anthony Trollope afirmó que «nos hemos convertido en un pueblo que lee novelas (...) desde el primer ministro hasta la última fregona»1. Las novelas se convirtieron en depositarias de los sueños e ideales, fantasías y especulaciones de la nación. La abolición del impuesto sobre el papel y los avances en la tecnología de la impresión condujeron a un gran incremento en la producción de libros. En 1850 se publicaban cuatro veces más novelas que en 1820. También tuvo gran importancia la aparición de bibliotecas donde las novelas, cuya primera edición solía ser en tres volúmenes, se podían sacar en préstamo mediante suscripción. En los puestos de las estaciones de tren se vendían reimpresiones baratas en un solo volumen. Y los semanarios populares, como el London Journal y el Family Herald, también comenzaron a serializar novelas. Escribir se convirtió en una profesión: hacia el final de la vida de Collins se fundó la Sociedad de Autores, y el oficio de agente literario se instituyó en la década de 1870.

A este público Collins le ofreció un nuevo género: lo que se acabaría denominando la sensation novel, cuya traducción más acertada me parece «novela efectista». De hecho, se diría que quienes lo practicaban pretendían electrizar los nervios: la experiencia del suspense permanente podía ser perjudicial para el sistema nervioso, y muchos de los personajes de dichas novelas parecían hallarse en un estado histérico que se podía comunicar al lector. La dama de blanco, la primera novela de Collins que se considera perteneciente al género, también fue publicada por entregas, y los lectores esperaban el siguiente número de la revista donde aparecía prácticamente conteniendo el aliento. Además, Collins escribía sobre los misterios que se hallan bajo la superficie del alma humana tres décadas antes de que Freud comenzara sus investigaciones. Le interesaban los dobles y las dobles identidades, la monomanía y el delirio. Rastreaba los caminos de las asociaciones inconscientes y los recuerdos reprimidos. Y estos no eran un invento de Collins: a mediados del siglo xix tuvo lugar un considerable aumento en los casos de locura o trastorno cerebral, que un médico de la época vinculó al efecto de una civilización espuria y hueca, mientras que otros especulaban que se debía a la ansiedad y la competencia provocadas por la vida comercial y social2. Así pues, la «novela efectista» abordaba un mundo abocado a un cambio rápido y desasosegante, y los ataques de Collins a las ortodoxias victorianas obedecían a la percepción de que todo se englobaba en un malestar más general.

Sus ideas fueron siempre poco convencionales. William Winter afirmó que sus opiniones eran «las de un hombre que había observado la naturaleza humana y la sociedad a lo largo y a lo ancho y que pensaba por sí mismo»3. En sus últimos años, mantuvo dos esposas y dos familias por separado con el conocimiento de ambas, y nunca puso a ninguna por encima de la otra4. En su obra abordó temas como el sexo, el matrimonio, la religión y la clase social que Dickens, su gran amigo y maestro, había procurado evitar, y creó continuas interrelaciones entre la sociedad respetable, los marginados y el hampa. Este rasgo no es exclusivo de Collins y, sin ir más lejos, constituye la base de todas las aventuras de Sherlock Holmes que ideó Sir Arthur Conan Doyle.

Como escritor, su método consistió en no improvisar nunca. Comenzaba cada una de sus novelas tras una combinación de pacientes preparativos y rachas de escritura intensa y continua. En primer lugar desarrollaba la idea central, las peculiaridades de la trama y los personajes. Fue un hombre siempre fascinado por la carpintería de la obra y por cualquier sutileza a la hora de mantener al lector atento, interesado y ansioso por saber lo que venía después. En pocas palabras, perseguía ser un narrador de primer orden. Como le comentó modestamente a una amiga: «No soy más que un tipo al que le gusta contar historias»5. Aunque detrás de ese comentario se ocultaba una gran profesionalidad que pocos de sus contemporáneos consiguieron igualar, y Anthony Trollope comentó que la construcción de sus obras era «de lo más minuciosa y asombrosa»6.

Tal era su minuciosidad a la hora de elaborar el argumento que, a su muerte, su amigo Walter Besant no tuvo ninguna dificultad en terminar la novela que había dejado inacabada, Blind Love. El mismo Besant comentaría que no solo había encontrado unas simples notas, como esperaba, sino un detallado guión de todos los incidentes, por triviales que fueran, así como fragmentos del diálogo.

En la novela que ahora tiene el lector en sus manos, La sotana negra, podrá comprobar la complejidad de la construcción y la atención al detalle y a la evolución de los personajes que recorre la obra de Collins. Publicada en 1881, es una de las novelas menos conocidas y más breves de su autor. Quizá ambas cosas vayan ligadas: en una época como la nuestra, en que la importancia de una obra a veces se mide por su peso, las doscientas y poco páginas de la edición inglesa en poco pueden competir con las más de seiscientas de sus obras más conocidas: La dama de blanco (The Woman in White), La piedra lunar (The Moonstone), Armadale o Sin nombre (No Name), su gran tetralogía de la década de 1860. Collins la consideraba la mejor novela de su última etapa, y es una de esas intrigas que cuesta mucho abandonar, y donde el goce del autor al elaborarla se transmite inmediatamente al lector.

SEMBLANZA DE WILKIE COLLINS

William Wilkie Collins nació en Londres el 8 de enero de 1824. Sus padres fueron Harriet (Geddes de soltera) y William Collins, un pintor paisajista de éxito que había sido elegido miembro de la Real Academia en 1820. Wilkie era el nombre de su padrino, un amigo de su padre y en algunos aspectos su mentor, el pintor Sir David Wilkie. Collins tuvo un hermano pequeño, Charles Allston, nacido el 25 de enero de 1828. Ambos hermanos disfrutaron de una infancia feliz y segura, y tuvieron la suerte de contar con unos padres inteligentes y creativos. Ambos practicaron la religión evangélica, y su padre fue conservador en política. William Collins fue un hombre siempre muy preocupado por la respetabilidad, tanto moral como religiosa, que consideraba una condición imprescindible para el éxito en el campo que había elegido.

Aunque Wilkie Collins manifestó muchas veces irritación hacia el evangelismo y el conformismo social de sus padres, siempre les profesó afecto y admiración. Posteriormente describiría a su madre como «una mujer de extraordinaria cultura mental», afirmando que había sido el origen «de cualquier poesía e imaginación que pueda albergar mi carácter»7. Si las simpatías evangélicas y conservadoras del padre de Collins ensombrecieron un poco su infancia, sobre todo los domingos, tampoco impidieron a Willie (tal como era conocido entre su familia de pequeño) leer mucho y con entusiasmo. Entre las lecturas que le formaron encontramos las novelas góticas de Ann Radcliffe y la poesía de Shakespeare, Alexander Pope, Sir Walter Scott, Shelley y Lord Byron, y las novelas más en boga entre los muchachos de clase media de la época: las historias de Robin Hood, Don Quijote, El vicario de Wakefield, y una antología de Las mil y una noches, así como las novelas de Frederick Marryat y, de nuevo, Sir Walter Scott. (De adulto sería un ávido lector de Daniel Defoe y un entusiasta de Robinson Crusoe). Willie no fue a la escuela hasta 1835, cuando contaba ya con once años, y su educación académica se vería bruscamente interrumpida en septiembre de 1836, cuando su padre siguió el consejo de Sir David Wilkie y emprendió un viaje por Italia para ver de primera mano el paisaje, el arte y la arquitectura del país, y también para pintar escenas italianas. La familia Collins puso rumbo a París el 19 de septiembre de 1836, y de ahí viajaron a Niza, Florencia, Roma, Nápoles y Venecia. Posteriormente, Collins afirmaría que los dos años que había pasado en Italia entre los doce y los catorce años le habían resultado más útiles que todo lo que había aprendido en la escuela. Aprendió a hablar y a escribir italiano, conoció las galerías de arte de Francia e Italia y mantuvo trato con muchos de los artistas más importantes del momento.

Cuando la familia regresó a Inglaterra, en agosto de 1838, a Collins lo mandaron a un internado en Highbury, al norte de Londres, donde pasó tres años en los que nada ocurrió digno de mención. Para no perder el italiano, lo utilizaba para escribir a su casa. El reverendo Henry Cole, director del colegio, lo consideraba un alumno perezoso que no prestaba atención a sus clases, mientras que Collins se sentía en esa escuela totalmente fuera de lugar, ya fuera por su cosmopolitismo o por la incomodidad que le provocaba su aspecto: era muy bajo, tenía la cabeza y los pies muy pequeños y la frente deforme, pues había nacido con un bulto en el lado derecho. Además, era muy corto de vista, hasta el punto de que tenía que acercarse mucho a su interlocutor. Quizá lo más destacable de su estancia en esa escuela fuera su iniciación al arte de contar historias. El propio Collins describe cómo uno de sus compañeros en la escuela, un sujeto enorme de diecisiete años al que le gustaba mucho escuchar historias en la cama, le nombró contador oficial nada más conocerle. A resultas de ello se vería obligado a entretenerle prácticamente sin previo aviso, una lección que le resultaría beneficiosa posteriormente. Y a pesar de recibir una paliza cada vez que se negaba a contarle una historia o no se le ocurría ninguna, Collins afirmó estar en deuda con ese bruto que había despertado en él un talento del que quizá nunca habría sido consciente.

Posteriormente, el padre de Collins le sugirió que fuera a Oxford como primer paso para convertirse en clérigo; ante la negativa de su hijo, lo colocó en el despacho que Edward Antrobus, comerciante de té, tenía en el Strand. Pero en aquella época Collins ya había empezado a escribir y ambicionaba ganarse la vida con los libros: consideraba su trabajo en aquella oficina como una prisión, hecho que reflejaría posteriormente en su novela El juego del escondite (Hide and Seek) (1854). A pesar de ello, Collins trabajó cinco años en esa oficina, interrumpidos por dos largos viajes a Escocia con su padre en el verano de 1842 y dos visitas a Francia: una en 1844 y la otra en 1845.

De esas fechas data el primer intento literario de Collins: una novela gótica titulada Ioláni, o Tahití tal como era (Iolani; or Tahiti as it was), en la que dio rienda suelta a su imaginación juvenil entre los nobles salvajes. En el verano de 1845 el padre de Collins ofreció la novela a Longman y a Chapman and Hall, pero ambas editoriales la rechazaron, y no se publicó en vida del autor.

Después de ese fracaso, Collins aceptó la sugerencia de un amigo de su padre para que estudiara leyes, y fue admitido como alumno en Lincoln’s Inn el 17 de mayo de 1846. Al principio Collins se esforzó a conciencia en sus estudios, pero al cabo de dos meses sentía una absoluta aversión por el derecho, y se vio obligado a decirle a su padre que ya no lo soportaba más. Tras abandonar sus estudios se dedicó a trabajar en la novela que había comenzado un mes antes de iniciar sus estudios de abogado: Antonina, una novela histórica a menudo escabrosa y violenta basada en el relato de la conquista de Roma por parte de Alarico en el año 410 d.C., tal como la relata Edward Gibbon en su monumental obra Decadencia y caída del imperio romano, así como en las novelas históricas de Sir Walter Scott y Los últimos días de Pompeya, de Sir Edward Bulwer-Lytton. Sin embargo, abandonó la novela y no volvió a trabajar en ella hasta 1848.

Ello obedeció a un motivo trágico: la muerte de su padre en febrero de 1847, después de años de ver cómo declinaba su salud. A raíz de este suceso, Collins decidió comenzar una biografía: Memoirs of the Life of William Collins, Esq., R. A., With Selections from his Journals and Correspondence. Al escribir esta obra, Collins cumplía con un deber filial que su padre ya había planificado y preparado, como se observa en una entrada de su diario fechada el 1 de enero de 1844. La redacción de esta biografía también le sirvió a Collins como aprendizaje en su profesión, y le dio la oportunidad para reflexionar acerca de su propia historia y formación. La publicación de las Memoirs en 1848 le serviría de trampolín a Collins a la hora de lanzar su carrera de escritor profesional, pues recibió buenas críticas en publicaciones tan importantes como el Athenaeum, la Westminster Review y Blackwood’s, que elogiaron su estilo, sensatez y perspicacia.

La muerte de William Collins resultó liberadora para su esposa e hijos. Harriet Collins, ya no constreñida por la extrema prudencia de su marido en cuestiones económicas ni por su extrema rectitud en su conducta social, resultó una compañera mucho más divertida, y creó un entorno mucho más agradable para la vida social de sus hijos, que seguirían viviendo con ella durante la década siguiente: Collins no abandonaría la residencia familiar hasta 1859. Harriet abrió la casa para sus hijos y sus amigos, y eran frecuentes las visitas de los jóvenes pintores prerrafaelitas Augustus Egg, William Holman Hunt y John Everett Millais. Otros amigos importantes fueron Charles Ward (el banquero de la familia en Coutts y en una época compañero de correrías francesas de Collins) y Edward Pigot.

Collins también dio rienda suelta a sus aficiones teatrales, que había adquirido durante sus viajes por Francia, y produjo y actuó en Los rivales, de Richard Sheridan, y The Good-Natur’dMan, de Oliver Goldsmith, y él mismo intentó adaptar un melodrama francés que se representó con el título de A Court Duel en el Miss Kelly’s Theatre de Dean Street, en febrero de 1850. También se publicó su primera novela, Antonina o la caída de Roma, que recibió buenas críticas en el Spectator y el Athenaeum, aunque los críticos advirtieron al autor en contra de la recurrencia al efectismo y la innecesaria acumulación de detalles repugnantes. En la misma editorial, Richard Bentely and Son, vería la luz Rambles Beyond Railways, un relato ilustrado del viaje que había emprendido por Cornualles en el verano de 1850 acompañado de su amigo el artista Henry Brandling, que lo ilustró.

El año 1851 resultaría crucial en la vida de Collins, pues comenzaría una amistad que iba a marcar las vidas de dos grandes de la narrativa inglesa de mediados del siglo xix: la de Wilkie Collins y Charles Dickens, que se forjó gracias a su mutuo interés en el teatro. En aquella época, Dickens estaba montando una producción de Not So Bad as We Seem, de Bulwer-Lytton, para recaudar fondos para el Gremio de la Literatura, una asociación que se había formado recientemente para mejorar las condiciones de los escritores, y, a través de Augustus Egg, Dickens le pidió a Collins que actuara en la obra. A partir de entonces, y durante los quince años siguientes, los dos escritores cenaron juntos, asistieron al teatro y vagabundearon por las calles de Londres y París juntos; escribieron y actuaron juntos y trabajaron en estrecha colaboración cuando Collins pasó a formar parte de la plantilla de la revista de Dickens, Household Words, en octubre de 1856. A partir de entonces, Collins convivió frecuentemente con la familia de Dickens en sus vacaciones veraniegas en Francia o en la costa de Kentish, y los hijos del autor de Oliver Twist lo consideraban un tío honorario. Collins era un excelente compañero de diversiones para un hombre casado que quería evadirse de su familia: sabía vivir, le apasionaban los buenos vinos, el champán seco y la comida francesa. Al igual que Dickens, adoraba París, y su tolerancia en cuestiones sexuales le convertían en un compañero comprensivo cuando se trataba de buscar compañía femenina remunerada.

Pero Dickens no solo lo consideraba un compañero agradable. Desde un principio afirmó que Collins

acabaría siendo el escritor más destacado de su época, pues era el único que combinaba la invención y la fuerza, tanto a la hora de hacer reír como de emocionar, con la inquebrantable determinación de trabajar, y esa profunda convicción de que nada digno de estima se consigue sin trabajo8.

La redacción de su siguiente novela, Basil, se vería demorada por su dedicación a las empresas teatrales de Dickens y a que entonces ya había iniciado su colaboración en la revista Bentley’s Miscellany, donde escribía relatos y críticas de arte, y también en el semanario Leader, que abrazaba opiniones radicales y donde también publicaba reseñas de libros y obras teatrales. Cuando finalmente se publicó Basil, en noviembre de 1852, las reseñas no fueron precisamente unánimes. Hubo quienes le achacaron no sentir mucho respeto por la verosimilitud, y otros su escaso sentido del decoro.

En abril de 1853 comenzó a trabajar en El juego del escondite, que continuó en la residencia veraniega de los Dickens: el Château des Molineaux de Bolonia. En octubre regresaría a dicha ciudad en compañía de Augustus Egg para emprender un dilatado periplo por Venecia, Basilea, Berna, Lausana, Milán, Génova, Nápoles Roma y Florencia, donde evocaría muchos recuerdos de su infancia. Su tercera novela se publicó por fin el 5 de junio de 1854, unas diez semanas después del estallido de la guerra de Crimea, una circunstancia que monopolizó la atención nacional y afectó de manera adversa las ventas del libro: el público sentía más interés por los periódicos que por las novelas.

Durante los años posteriores, Collins se vio sumido en una actividad frenética: continuó su carrera periodística y las colaboraciones literarias que formaban parte de su amistad con Dickens. Completó dos novelas más: Confesiones de un granuja (A Rogue’s Life), una novela picaresca protagonizada por la oveja negra de una familia aristocrática; y El secreto (The Dead Secret), una novela que prefigura sus novelas «efectistas» de la década de 1860. También publicó una recopilación de relatos After Dark (1856), y siguió escribiendo obras teatrales, como The Frozen Deep y The Lighthouse, escenificadas por Dickens en 1857, y The Red Vial, representada en el Olympic Theatre en 1858 y (que fue un sonoro fracaso).

En la época en que se publicó La dama de blanco, que se convertiría en la novela más popular y reconocida de todas las que escribió Collins, tanto él como Dickens estaban inmersos en ciertas irregularidades conyugales y, al igual que ocurre con la mujer del título, habían creado un secreto en torno a dos mujeres. En mayo de 1858 Dickens se separó de su esposa, hizo una declaración pública afirmando que no había involucradas terceras personas y prosiguió su relación clandestina con Ellen Ternan, una joven actriz que había conocido en 1857. Collins, al mismo tiempo, y un tanto menos en secreto, había entablado una relación con Caroline Graves, una joven viuda que había conocido a principios de la década de 1850. Las circunstancias de su encuentro están envueltas en el misterio. Una versión procede del hijo de John Millais, un amigo de Collins. Relata que una noche este y su hermano, acompañados de John Millais padre, regresaban de Hanover Terrace a Gowert Street, donde vivía Millais, cuando «de repente se quedaron inmovilizados por un grito desgarrador que procedía del jardín de una villa cercana». De repente se abrió la puerta de hierro y de ella salió la figura de «una hermosa joven ataviada con un vestido suelto y blanco»9. La joven permaneció vacilante ante los tres hombres, lanzó una mirada de súplica y terror y a continuación huyó entre las sombras.

Aquella atrajo la curiosidad de Wilkie, que fue en pos de la mujer. No regresó, y al día siguiente sería extrañamente reacio a comentar la experiencia. Sin embargo, les dijo que ella le había relatado que era una mujer de buena cuna y posición a la que un desconocido había mantenido cautiva en una villa cerca de Regent’s Park, donde la había mesmerizado y amenazado. Desesperada, la mujer había conseguido escapar. No se sabe el año en sucedió el incidente. Probablemente a principios de 1854.

Quizá la historia sea una leyenda. Lo cierto es que Caroline Graves (Elizabeth Compton de soltera) había nacido en Gloucestershire en la década de 1830, hija de un carpintero, aunque cierta tendencia a la fantasía la llevaba a afirmar que era hija de un caballero llamado Courtenay. Sea como fuere, permaneció con Collins durante toda su vida (a excepción de un breve intervalo), y ahora los dos yacen enterrados en la misma tumba. Es posible que sirviera de modelo a las mujeres inteligentes y enérgicas de sus obras posteriores.

Lo cierto es que desde que comenzó su carrera por entregas, en noviembre de 1859 en la revista All the Year Round, La dama de blanco atrapó la atención del público. El misterioso pasado de Anne Catherick, su protagonista; por qué siempre viste de blanco; la relación con sus hermanastras, Marian y Laura; por qué la han mantenido encerrada en un manicomio y a qué obedece el dolor que siente por Sir Percival Glyde; cuál es el papel del conde Fosco, el excéntrico y corpulento villano. El lector quería ver respondidas todas aquellas preguntas y otras muchas que iba planteando la trama, pues Collins creaba numerosos vasos comunicantes que mantenían la fluidez y la realidad del relato; y cuanto más leía el lector, más sutilezas y relaciones descubría.

En La dama de blanco encontramos dos arquetipos que recorrerán casi toda la narrativa de Collins: la mujer resuelta y «masculina» en oposición al hombre incapaz y «femenino». Algunos de sus personajes femeninos suelen padecer de los nervios, como por ejemplo el conde Fosco, a quien se describe como poseedor de una aguda sensibilidad nerviosa. Los hombres son a menudo melancólicos y pasivos, mientras las mujeres hierven de independencia y energía: solo estas son capaces de mostrar una inquebrantable pasión moral. Por ello, los mejores villanos de sus obras suelen ser mujeres. Fue la manera en que Collins atacó las convenciones sexuales e ideas de su tiempo.

En sus obras los hombres a menudo tiranizan a las mujeres, pero casi siempre éstas se rebelan. Por ello, en esta historia de identidades robadas y encierros injustos, Collins consigue dramatizar la difícil situación de las mujeres victorianas de manera memorable: como esposas, carecen de derechos de propiedad y se ven privadas de su identidad, al tiempo que se las enclaustra en un mundo doméstico. Probablemente este sea el motivo por el que La dama de blanco ha despertado desde entonces un interés y una fascinación sin igual, y desde su aparición nunca ha estado ausente de las librerías.

También utilizó por primera vez una técnica que le daría magníficos resultados: el narrador múltiple. Casi todas sus novelas se nos ofrecen desde diversas perspectivas, y ninguno de los narradores sabe lo que van a contar los demás: es como un juicio en el que los diversos testigos relatan solamente lo que saben e ignoran cuál es el propósito general de su declaración. Collins afirmó haberse inspirado en los juicios en los que había asistido, y no hay duda de que su método favorece el suspense y la especulación, trenzando unos hilos que solo puede acabar anudando la mano de un consumado narrador. También apunta a la naturaleza esquiva de la verdad. ¿Qué es apariencia y qué es realidad? ¿Qué hay debajo de la superficie? Un aire melancólico, una sensación de inminente calamidad permea el relato. Se trata de una obra de coincidencias y dobles identidades, de sucesos más que de personas, de trama más que personaje. Es un tipo especial de novela que exige un arte particular y una imaginación singular. En 1888, el crítico Harry Quilter afirmó que se trataba de «un texto pionero (...) que señalaba una nueva época en el mundo de la novela (...) y revelaba una nueva idea del arte»10.

En la vida personal de Collins, la publicación de La dama de blanco coincidió con la presentación de Caroline ante sus amigos como la mujer con la que compartía su vida, aunque, fruto de su aversión al matrimonio, jamás se planteara casarse con ella. Sin embargo, Caroline comenzó a actuar de anfitriona ante sus amigos, y posteriormente le acompañaría a sus viajes a Inglaterra y al Continente. Y si bien las amigas de Collins estaban al corriente de este arreglo doméstico, no acompañaban a sus maridos en las cenas que se celebraban en casa de Caroline, siguiendo las costumbres y la doble moral de la época. Caroline tenía una hija cuando conoció a Collins, Carrie, a la que este siempre trató como si fuera propia y cuya educación costeó.

Ahora había dejado de ser un aprendiz e iba en camino de convertirse en un maestro.

Sin embargo, también descubrió que las leyes de la propiedad intelectual todavía no estaban vigentes en la época. Tras un viaje emprendido a París a la finalización de La dama de blanco, descubrió, nada más llegar a Londres, que una dramatización no autorizada de su novela estaba a punto de estrenarse en el Surrey Theatre de Blackfriars Road. Collins a menudo se enfrentaría a problemas de derechos de autor: en aquella época cualquiera podía dramatizar una novela sin consentimiento del autor, y este solo podía conservar los derechos teatrales si la dramatizaba antes u organizaba una representación semipública.

De todos modos, este suceso prueba también la inmensa popularidad de la novela, y Collins, a sus treinta y seis años, ahora tenía la puerta abierta a los círculos más artísticos de Londres. Los sábados por la tarde a veces asistía a las veladas musicales que ofrecían George Eliot y G. H. Lewes. Le encantaba Mozart, pero parece ser que le desagradó profundamente la Sonata a Kreutzer de Beethoven, y que detestaba a Schumann.

En 1861, George Smith, de Smith Elder, le ofreció un anticipo de 5.000 libras para su siguiente novela, que se publicaría en la revista Cornhill, que el propio Smith había fundado. Era la suma más elevada que Collins había recibido nunca, y eso lo llenó de euforia. Solo Dickens cobraba tales cantidades por sus obras.

Pero como para compensar sus éxitos, comenzó a padecer graves problemas de salud. El hígado le torturaba. Tomaba pastillas, cambió la dieta, y al final decidió recuperarse con un cambio de aires, viajando hasta Whitby, en la costa.

A principios de octubre, Collins volvía a estar en la cama con un ataque de gota, que le había dejado el dedo gordo del pie morado e hinchado como un puño. Creía haber heredado algunas de las dolencias de su padre, que también habría padecido violentos dolores reumáticos e inflamación de los ojos, pero a ello Collins añadía su apetito por las comidas fuertes y el buen vino, tanto en su casa como en sus frecuentes viajes a Francia. Sentía debilidad por el pâté de foie gras, el budín de alondra y el pastel de manzana, la langosta, las ostras y los espárragos. A menudo sus excesos le dejaban postrado en la cama. También es posible que sufriera alguna enfermedad venérea, contraída en sus correrías con Dickens, y no hay que descartar tampoco que padeciera estrés.

Pero ese ataque de gota de 1861 tendría unas consecuencias más duraderas, pues el doctor Beard, su médico, le recomendó, aparte de quinina y potasio, esa potente mezcla de opio y alcohol conocido como láudano. En aquella época, el láudano se podía comprar libremente, y al igual que había ocurrido con la ginebra en el siglo xviii, ayudaba a aliviar las amarguras de la vida. Sin embargo, también provocaba dependencia, hasta el punto de que Collins jamás conseguiría liberarse del todo del láudano, y de hecho, lo tomaría en cantidades cada vez más grandes, hasta que llegó un momento que era capaz de engullir en un solo vaso láudano suficiente para matar a doce personas11. Posteriormente, y sin resultado, intentaría reemplazar el láudano por inyecciones de morfina.

En la primavera de 1862 su nueva novela apareció en la revista de Dickens All the Year Round. Con el título de Sin nombre (No Name) presentaba una denuncia de las leyes que castigaban a los hijos ilegítimos mediante un secreto que, esta vez, se descubría al principio de la novela. Dickens se mostró entusiasmado con el tono general y el ímpetu del relato, que leyó con interés y admiración. Se trata de una novela distinta a La dama de blanco, pues comienza con un tono ligero para volverse de repente sombría a la muerte del señor Vanstone, lo que provoca el prematuro fallecimiento de su esposa. En ese instante, sus dos hijas descubren que la pareja no se casó nunca y que, por tanto, son hijas ilegítimas, con lo que la herencia va a parar a un hermano de su difunto padre con quien este no se hablaba y cuyo carácter no es precisamente amable. De nuevo nos encontramos con un carácter femenino fuerte encarnado en una de las dos hermanas, Magdalen, que decide emprender una rebuscada venganza al tiempo que se convierte en actriz. Se trata de un personaje moralmente ambiguo y decidido a todo para conseguir sus fines, y al mismo tiempo muestra el matrimonio como una forma de prostitución legalizada. Es una de esas mujeres extraviadas en un mundo de hombres, otro ejemplo de cómo Collins exploraba la sensibilidad femenina de una manera completamente ajena a los demás novelistas victorianos, creando heroínas que no se parecían en nada a las de sus contemporáneos. Algunos críticos han considerado Sin nombre la novela más fascinante de Collins, y sin duda cuenta con uno de sus personajes más logrados, el taimado y parlanchín capitán Wragge. La primera edición de Sin nombre constaba de 4.000 ejemplares, y en la tarde del día de su publicación ya solo quedaban 400 en las librerías. Había obtenido otro gran éxito, y por su siguiente novela ya había cobrado 5.000 libras.

Pero sus problemas de salud no mejoraban. Durante los primeros meses de 1863 tenía el dedo gordo tan hinchado que apenas podía caminar, y aunque intentaba tranquilizar a su madre afirmando que había encontrado alivio gracias a una cataplasma de hojas de col, eso distaba mucho de ser cierto. En su desesperación, buscó ayuda en el doctor John Elliotson, amigo de Dickens y conocido por practicar el mesmerismo para curar dolencias físicas y mentales. El doctor Elliotson no aprobó el tratamiento con opio, y pretendió interrumpirlo. Probó a hipnotizar a Collins para que pudiera dormir sin opio, y aunque lo consiguió por una noche, posteriormente Collins sufrió irritación nerviosa y un intenso desasosiego. Como último remedio, acudiría en compañía de Caroline al balneario de Aix-la-Chapelle, donde, aparte de una mejoría, descubrió que su autógrafo estaba muy solicitado entre lectores franceses, alemanes, americanos e ingleses. Ahora era un hombre público.

En la primavera de 1866, Collins completó su siguiente novela, Armadale, y le contó a su madre que nunca se había sentido tan conmovido ni entusiasmado por ninguno de los finales que había escrito. La novela había comenzado a aparecer por entregas en el número de noviembre del año anterior de la revista Cornhill, y había trabajado en ella sin parar a pesar de sus problemas nerviosos y de gota. Se trata de la novela más larga de Collins, su trama se mueve entre Londres y Alemania, Madeira y Nápoles, y pasa de una clínica abortista de Pimlico a una casa de campo en Somerset. Comienza con una confesión en el lecho de muerte y acaba con un suicidio, y encontramos en ella sueños proféticos, secretos familiares y al inolvidable Ozias Midwinter. De ella comentó T. S. Eliot que «su mérito no va más allá del melodrama, y sin embargo posee todos los méritos que puede tener un melodrama»12.

Su protagonista, la señorita Gwilt, es una consumada intrigante y aventurera que se gana el corazón de los jóvenes. Ha sido falsificadora, asesina, ladrona y bígama, y una de sus asociadas es propietaria de una clínica abortista. Así, no es de extrañar que el crítico de The Spectator afirmara que la señorita Gwilt «era más repugnante que la escoria de las calles», y que el mundo de Collins estaba poblado por «una serie de bribones que se aprovechaban de un ejército de bobos a la espera de que los abogados y los espías les aplicaran una justicia punitiva»13. Pero hubo otros críticos que señalaron el magnetismo de la narrativa de Collins y observaron que los personajes se mantenían en movimiento por la fuerza y energía del autor.

Sin embargo, George Smith, que había pagado 5.000 libras a Collins por el libro, nunca acabaría recuperándolas, pues tras el entusiasmo inicial, las ventas no fueron muy altas. Tras la publicación de la novela, Collins se fue de vacaciones en Italia, y al pasar por París habló con el director del Théâtre Français para montar una producción de Armadale, pues había depositado grandes esperanzas en el teatro. Creía que podía ganar una fortuna en Londres y París, y siempre afirmó que su don creativo era esencialmente teatral.

A principios de 1817, sin dejarse arrastrar por el relativo fracaso comercial de Armadale, se puso a trabajar con la esperanza de descubrir un nuevo público, pues había decidido que quería escribir para las publicaciones baratas. Su plan era que su nueva novela resultara mucho más breve que la anterior, cosa que solo consiguió de manera relativa. Para escribirla, consultó volúmenes sobre la religión hindú y la tradición popular de la India. Habló con ingleses que habían vivido en el país o habían viajado a él, y estaba a punto de titularla The Serpent’s Eye cuando se le ocurrió el título más sugerente de La piedra lunar. La novela se publicó durante ocho meses a lo largo de treinta y dos episodios en All the Year Round, y desde entonces ha sido la novela de más éxito y más popular de su autor. En esta ocasión, son hasta once los narradores que nos relatan las circunstancias referentes al robo de una magnífica joya en una casa rural. A partir de entonces se convertiría en el paradigma del relato de detectives, y su investigador, el sargento Cuff, un excéntrico cuya principal pasión consiste en cultivar rosas, fue uno de los primeros personajes de ficción que utilizaron la lupa. Encontramos también otras características de la novela de misterio que luego serían utilizadas hasta la saciedad: todos los habitantes y el servicio de la casa son sospechosos; quien comete el crimen es al final quien menos pensamos; el astuto detective contrasta con la incompetente e ineficaz policía local, y al final es un aficionado quien resuelve el delito que tanto ha desconcertado a los profesionales; se va culpando a todos los personajes uno tras otro hasta que el asunto se resuelve por fin reconstruyendo los sucesos de la noche de autos. La criminología estaba aún en mantillas cuando Collins escribió su novela, y, en una época en que se creía que el número de delitos aumentaba, el público demandaba ya la existencia de un detective justiciero, que acabaría encarnándose en el famosísimo Sherlock Holmes. El detective sería el encargado de devolver el orden a un mundo en caos, y se convertiría en símbolo del anonimato urbano y en síntoma de un ansia de justicia que la ley no podía satisfacer.

Las múltiples narraciones de la novela acaban creando un suspense interminable. Nada es lo que parece, y los misterios se multiplican. Pero además Collins convierte a sus personajes indios en seres de carne y hueso, y no en los salvajes sedientos de sangre que había poblado las novelas hasta entonces. Collins se los toma en serio, y también su religión. La famosa «piedra lunar» había sido originariamente robada por un soldado inglés que se la había llevado a su país. Cuando la piedra posteriormente es robada del dormitorio de una joven, el hurto se convierte en un símbolo de violación, que se puede interpretar como la violación de la ley de la India.

Desde el principio, Collins consideró que había escrito su mejor novela, y esperó con impaciencia la reacción del público. Esta fue entusiasta. Los primeros 1.500 ejemplares se vendieron rápidamente, y enseguida se imprimieron 500 más. Robert Louis Stevenson, que por entonces tenía diecisiete años, afirmó en una carta a su madre que la novela era de lo más interesante. Dickens, en cambio, aunque al principio se mostró entusiasmado por el libro, posteriormente afirmó que «la construcción es bastante tediosa, y recorre el libro un aire de pertinaz engreimiento que lo convierte en enemigo de los lectores»14. No obstante sus palabras, La piedra lunar sería uno de sus modelos a la hora de escribir El misterio de Edwin Drood (The Mystery of Edwin Drood), y no hay duda que la novela de Collins ha sido mucho más leída que la de Dickens. De todos modos, las críticas tampoco fueron entusiastas, y aunque todos reconocieron lo ingenioso de la construcción, le echaron en cara que fuera incapaz de crear personajes de carne y hueso y que sus secundarios carecieran de la desbordante energía y vitalidad de los de Dickens. Muchas veces se ha considerado que el elemento detectivesco descalificaba una novela como obra de arte, cuando de hecho abrió un camino completamente nuevo en la literatura inglesa.

La novela fue escrita en un momento en que Collins sufría una grave afección nerviosa y dolor en todas las extremidades, así como una inflamación ocular que le impedía leer y escribir. Confesó que se había visto obligado a dictar la novela cuando le remitían los dolores, aunque quizá exageraba, pues de todo el manuscrito solo cinco páginas exhiben la letra de Carrie Graves. La cantidad de láudano que ingirió mientras redactaba la obra fue considerable, y afirmaba no acordarse mucho de la trama y que, cuando llegó al final, no reconoció el libro como propio.

La madre de Collins enfermó gravemente dos semanas después de la publicación del libro, y moriría el 19 de marzo de 1868. Una de las razones que había esgrimido Collins ante Caroline para no casarse había sido que no quería dar un disgusto a su madre. Al morir esta, Caroline insistió en el tema del matrimonio, y probablemente por despecho, o quizá porque había descubierto que Collins había entablado una nueva relación amorosa, se casó de repente con Joseph Clow el 29 de octubre de ese mismo año, en una ceremonia a la que asistieron el propio Collins y su médico Frank Beard.

En este mismo año vemos emerger a Martha Rudd al lado de Collins, oficializando su nueva relación. Los orígenes de esta también quedan envueltos en el misterio, al igual que había ocurrido con Caroline Graves. Sin embargo, lo más probable es que Collins, a sus cuarenta años, conociera a Martha en 1864, cuando esta tenía diecinueve, mientras se encontraba en Great Yarmouth investigando para su novela Armadale. Martha y su hermana mayor, hijas de un pastor de Norfolk, trabajaban de criadas para un posadero de la localidad. No está del todo claro cuándo Martha se trasladó a vivir a Londres, pero en 1868 vivía en el 33 de Bolsover Street en una casa alquilada por Collins. Martha le dio tres hijos, y a sus íntimos Collins describía su relación como un «matrimonio morganático», es decir, el que contraen personas de rango social distinto, conservando cada una el propio después de celebrado. Probablemente nunca se la presentó a Caroline, y es posible que Martha tampoco frecuentara la compañía de sus amigos. Quizá se avergonzaba un poco de ella, pero necesitaba su compañía y su cama. Martha permaneció a su lado hasta el final de su vida.

Una vez acabada La piedra lunar, Collins planeó un viaje a Suiza en compañía de su amigo Frederick Lehman, al tiempo que su salud iba empeorando. Pero siempre fue un trabajador incansable, y al poco comenzó su siguiente novela, Marido y mujer (Man and Wife), fruto de la indignación que le provocaba el hecho de que una mujer no poseyera ningún derecho legal sobre su propiedad después del matrimonio. En aquella época, la ley no permitía a una mujer casada reclamar la propiedad de nada, y, de hecho, ella misma era otra propiedad. En la novela, una ley permite al abogado Delamayn anular el matrimonio de Anne Silvestre con John Vanborough cuando este último pretende casarse con una viuda aristócrata. El problema surge por culpa de la ley escocesa del «matrimonio irregular», que permite que una pareja se case simplemente declarando públicamente que son marido y mujer después de, por ejemplo, haber pasado la noche en un hotel o una posada. Pero lo que empieza siendo un ataque por parte de Collins a las leyes matrimoniales, se convierte en una invectiva contra la posición de la mujer en el matrimonio y, finalmente, contra el matrimonio como institución. Al igual que en La dama de blanco, encontramos a un hombre que considera a su mujer como una propiedad y la mantiene encarcelada en su casa. Y si Anne representa el sufrimiento de la heroína de clase media, en la confesión de Hester Dethridge encontramos las penalidades de una mujer de clase trabajadora que acaba asesinando a su brutal y borracho marido.

A todo esto, el 4 de julio de 1869 nació el primer descendiente de Wilkie Collins y Martha Rudd, una niña a la que llamarían Marian Dawson. El nacimiento no fue registrado, y desde ese momento Collins se convirtió en William Dawson, abogado, para mantener las apariencias, y le pagó una asignación mensual de 20 libras a la «señora Dawson», al tiempo que redactaba su primer testamento.

El 9 de junio, mientras todavía trabajaba en Marido y mujer, se quedó dormido de puro agotamiento. Cuando despertó le comunicaron que Charles Dickens había fallecido. La noticia le dejó consternado y afligido, aunque su amistad ya no era tan estrecha en los últimos años y no se veían tan a menudo como antes. El hermano de Collins, Charles, se había casado con una hija de Dickens, Kate, y este le tenían cierta aversión, pues lo consideraba una carga y un enfermo permanente. Collins no manifestó ningún profundo pesar por la muerte de su amigo, aunque en Charing Cross Station se subió al tren que transportaba el cadáver de Dickens, y de ahí viajó hasta Westminster Abbey en el último de los tres vagones que seguían el coche fúnebre.

En la primavera de 1871, como muy tarde, Caroline Graves ya había abandonado a su marido y regresado a la casa que compartía con Collins tras dos años de ausencia. Las razones por las que se distanció de Joseph Clow son desconocidas, pero también es posible que echara de menos la compañía de Collins. En el censo de 1871 se describe como «viuda» y «sirvienta doméstica y ama de llaves». Vivió con él durante el resto de su vida, y asumió el papel de su compañera. Se la veía a menudo junto a Collins y su hija en el teatro o en alguna exposición.

Martha Rudd, en cambio, permaneció en un segundo plano, aunque esa primavera dio a luz otra hija, a la que llamaron Harriet Dawson. Aunque Martha jamás visitó Gloucester Place, la casa que Collins compartía con Caroline, sus hijos siempre fueron bien recibidos allí. El hecho de poseer dos amantes era, incluso para el siglo xix, una situación precaria, aunque al parecer Collins se adaptó perfectamente ella. En cuanto a Martha, parece ser que aceptó su situación sin queja, agradecida de la seguridad que le proporcionaba, y acompañada por un hombre que siempre procuró su bienestar y el de sus hijos, y que poseyó una amabilidad que marcó su relación con esa mujer mucho más joven.

En 1871 comenzó una nueva novela, La pobre señorita Finch (Poor Miss Finch), y por fin llegó a la escena La dama de blanco, que, pese a durar cuatro horas en su estreno en el Olympic el 9 de octubre de 1871, obtuvo un gran éxito: estuvo en cartel seis meses y se añadieron sillas extra en los pasillos. Por fin Collins había conseguido ganar dinero con el teatro.

Como a causa de sus problemas de vista había llevado los ojos vendados durante muchos días, Collins simpatizaba perfectamente con la protagonista de su nueva novela, la ciega señorita Finch. La trama es un tanto absurda: una chica ciega se enamora de un joven que tiene un gemelo idéntico; por desgracia, la piel del joven queda descolorida cuando, a causa de su epilepsia, se le trata con nitrato de plata. Un médico alemán devuelve la vista a la señorita Finch, momento en el que el hermano idéntico de su marido —cuya piel es perfectamente blanca— aparece. Y tras una serie de confusiones, todo termina felizmente. A pesar de lo poco feliz de su argumento, posee esa capacidad de atrapar al lector tan característica de Collins, esa sensación de a ver qué ocurre ahora, algo que tiene mucha relación con el trabajo meticuloso y metódico del autor, que siempre deja pistas y pruebas en el lugar adecuado e insinúa continuamente que existe «algo bajo la superficie», «un motivo oculto» o «un terrible secreto», lo que siempre provoca una insaciable curiosidad. La novela no tuvo un gran éxito y, para algunos, fue el comienzo de su declive. A partir de entonces Collins querría que sus novelas transmitieran siempre algún «mensaje», algo de lo que se burlaría el poeta Swinburne en un famoso pareado:

¿Qué ha llevado al genio del buen Wilkie a la perdición?

Un demonio le ha susurrado: ¡Wilkie! ¡Necesitas una misión!15.

Puede que fuera injusto, pues Collins nunca sermoneaba, aunque sí había siempre en sus novelas un elemento didáctico y, desde luego, nunca permitió que ningún «mensaje» se impusiera las imperativos de la trama, y se consideró de principio a fin un narrador más que un conferenciante.

A principios de 1872, Collins había afirmado que no tenía intención de comenzar ninguna otra historia larga, que necesitaba un descanso. Quería salir del país, aunque antes pasó una temporada en Ramsgate, en la costa, en compañía de Caroline Graves. Sin embargo, su productividad pudo con sus deseos de descansar, y en otoño de ese mismo año The New Magdalen apareció señalizada en la revista Temple Bar. La novela le provocó un enfrentamiento con el fundador de la biblioteca de préstamo más importante, el enormemente respetable Charles Edward Mudie, que exigió un cambio de título, pues «Magdalena» era el hombre que se daba a las prostitutas reformadas. Collins se negó a cambiar el título, y le irritó sobremanera que «este ignorante fanático impida la circulación de mi libro»16. Es probable que hubiera elegido la historia de una prostituta para recuperar a parte del público que no había apreciado La pobre señorita Finch, y parece que tuvo éxito, pues las ventas de la revista ascendieron de manera considerable, y en primavera Temple Bar era la revista más buscada del mes.

El libro se publicó en 1873, y la adaptación teatral se estrenó dos días más tarde. The New Magdalen es la historia de una prostituta reformada, Mercy Merrick, que roba la identidad de una mujer «respetable», Grace Roseberry. Mercy ha sido rescatada de su vida de pecado por las prédicas del clérigo radical Julian Gray en el refugio de mujeres en la que ha estado viviendo, y ahora trabaja de enfermera en la Cruz Roja durante la Guerra franco-prusiana. Cuando conoce a Mercy, Grace se dirige a Inglaterra para trabajar como dama de compañía de lady Janet Roy, una dama adinerada. Por el camino, un obús hiere a Grace, que es dejada por muerta. Es entonces cuando Mercy se hace pasar por ella y viaja a Inglaterra para usurpar su lugar como compañera de lady Janet. Cuando Grace es milagrosamente curada por un médico y recupera su identidad, Mercy acaba confesando y, en última instancia, es incapaz de escapar al juicio de la sociedad. Finalmente, y aunque casada con el clérigo que le había salvado de pecado, no consigue asimilarse a la sociedad inglesa y acaba buscando una nueva vida en Canadá. Matthew Arnold afirmaba que The New Magdalen era su «novela efectista» preferida, y lo cierto es que transmite una extraordinaria intensidad que atrapa al lector.

Ese mismo año, poco antes de la aparición de la novela, murió el hermano de Collins, Charles, tras una larga lucha contra un cáncer de estómago. Sus más allegados consideraron aquella muerte una liberación a sus sufrimientos. La vida de Charles Collins había sido infeliz, y probablemente no tuvo suerte. Jamás alcanzó el éxito de su hermano y siempre pareció rodeado de gente más capaz y más vigorosa que él.

El 13 de septiembre de 1873, Collins zarpó rumbo a los Estados Unidos para su primera gira americana, tal como había hecho Dickens anteriormente, pero antes quiso redactar un nuevo testamento, mediante el cual quedaran bien cubiertas las necesidades de Martha Rudd y sus hijas, y también las de Caroline Graves y su hija. Le pidió a su abogado, William Tindell, que cuidara de ambas familias en su ausencia. También aseguró el nuevo mobiliario de Martha. Se embarcó en el Algeria en Liverpool, y tras un viaje sin incidentes llegó al puerto de Nueva York doce días más tarde. Allí le recibió el actor Charles Fechter, que lo acompañó al Hotel Westminster, donde cenaron juntos.

En Nueva York se encontró con gran cantidad de amigos y periodistas, y comprendió que su popularidad en Estados Unidos solo era superada por la del propio Dickens. Las ventas de The New Magdalen, por ejemplo, habían sido enormes en comparación con las de Inglaterra, pero como no existía acuerdo de derechos de propiedad con Estados Unidos, sus beneficios no fueron tan altos. Le dijeron que una editor americano había alcanzado la cifra de 120.000 ejemplares vendidos de La dama de blanco, a lo que respondió que jamás le habían enviado un penique.

Durante su estancia en la ciudad fue agasajado por todo lo alto, y como invitado de honor se presentó en el Lotos Club delante de las personas más ilustres. Su primera semana en suelo americano pasó entre un torbellino de cenas, desayunos, encuentros y charlas. Al igual que ocurría con otros famosos visitantes británicos, las atenciones de la prensa le parecían muy desagradables: los reporteros le esperaban en pasillos y lugares públicos, e incluso le seguían a los domicilios privados. Tanto llegaron a importunarle los periodistas que decidió recibirlos en grupo en lugar de individualmente. En una ocasión se encontró con un grupo de veinte periodistas femeninas que esperaban en la salita de su hotel. Pero en general quedó encantado y fascinado por los estadounidenses que conoció. Le pareció un pueblo franco, jovial y libre, que no obedecía las convenciones de la Inglaterra victoriana que Collins tanto detestaba. Carecían de la hipocresía y los fríos modales de la clase media inglesa, y los únicos defectos que les encontró eran de poca monta: no canturreaban ni silbaban; no tenían perros y nunca iban andando ninguna parte17.

Se había comprometido para diez lecturas, y la primera de ellas tuvo lugar en Albany. Al ser un hombre más retraído que Dickens, sus lecturas carecían de la energía de este, y, como le gustaba recordar al público, no era actor. Sin embargo, su primera lectura fue un gran éxito, y el público quedó tan cautivado que no se movió ni un alma. Es posible que no tuviera mucha personalidad, pero sabía contar una historia. A raíz de su lectura en Boston, un periódico de la ciudad informó que era un hombre de gran expresividad facial y buen dominio de su voz. Ahora la fama le precedía allí donde iba. En una ocasión, mientras caminaba por las calles de Nueva York, le detuvo un joven que le reconoció y le pidió un autógrafo.

A pesar de su frágil salud, Collins resistió un largo viaje en tren de quince horas de Montreal a Toronto gracias a la ingesta de mucho champán y pavo frío. Cuando regresó a los Estados Unidos, a principios de 1834, tenía planeado llegar hasta Salt Lake City, el hogar de los mormones, pero la salud no le permitió pasar de Chicago. Finalmente tuvo que regresar a Inglaterra antes de lo previsto, pues el casero de Martha deseaba vender la casa que esta habitaba, con lo que ella y sus dos hijas tendrían que marcharse. La gira americana le había reportado aproximadamente 2.500 libras, solo una décima parte de lo que había conseguido Dickens, pero consideraba que había valido la pena: había hecho nuevos amigos y había disfrutado de la admiración sincera de su público.

Cuando regresó a Inglaterra se encontró con que Martha se había mudado a Tauton Place, cerca de Regent’s Park, donde vivirían los quince años siguientes. Y por supuesto, regresaron sus problemas de salud: los ojos se le pusieron amarillos y sufría repetidos dolores de cabeza. Su nueva novela, La ley y la dama (The Law and the Lady), comenzó sus serialización en otoño de ese año.

Pero lo que más le preocupaba ahora eran sus derechos de propiedad intelectual. Estaba a punto de firmar un acuerdo con George Bentley para reeditar todas sus novelas en una edición barata cuando un editor relativamente inexperto, Andrew Chatto, apareció con una oferta mejor. Le propuso la suma de 2.000 libras para publicar toda la narrativa anterior de Collins mediante una licencia de siete años; Collins conservaría los derechos de propiedad. Todas las novelas posteriores de Collins se publicarían en el sello de Chatto & Windus.

El día de Navidad de 1874 nació el tercer hijo de Collins, al que llamaron William Charles Dawson.

Dos destinos (The Two Destinies), su siguiente novela, obtendría las peores ventas de su vida como escritor. En ella Collins explora los misterios de la telepatía y lo sobrenatural: es la historia de dos enamorados que al principio de su relación deben separarse. Posteriormente volverán a encontrarse, pero por razones un tanto confusas no consiguen reconocerse y, al final, tras visitarse el uno al otro en sueños y apariciones, se reúnen cuando la mujer reconoce un recuerdo de la infancia que su enamorados siempre llevaba con él.

En aquella época, Carrie, la hija de Caroline, servía de amanuense a Collins siempre que le era posible, pero en ocasiones tenía que recurrir a una secretaria. Sin embargo, sus hábitos de trabajo eran fijos. Junto a la ventana de su estudio en la primera planta de Gloucester Place había una gran mesa para escribir, al lado de un viejo escritorio, el mismo que había utilizado desde sus años de escolar. Al lado había una caja que contenía las notas que utilizaba en sus relatos y para crear sus personajes. También había dos libros de recortes de periódico, uno titulado «Notas para escenas de incidentes» y el otro «Notas para personajes». Cuando finalizaba un manuscrito, lo revisaba y lo entregaba al copista, y el manuscrito de este era sometido a dos revisiones más antes de enviarlo a la imprenta. A continuación se revisaban las pruebas de imprenta, y cuando la novela, después de su serialización, aparecía en forma de libro, se volvía a corregir.

El esfuerzo y la concentración de Collins no disminuyó en años posteriores. A principios de 1879 una nueva novela, Las hojas caídas (The Fallen Leaves) comenzó a aparecer por episodios en el World. Relata la historia de una joven prostituta, Sally, que se ha visto obligado a abrazar ese oficio no por ser ninguna degenerada, sino por las circunstancias de la vida: su padre la abandonó de pequeña, acabando en manos de un padrastro borracho al que califica de la desgracia de la civilización inglesa. La religión decimonónica también sufre los azotes de Collins. Uno de los personajes llega a declarar que la religión cristiana, tal como la enseñó Cristo, ha dejado de ser la religión del mundo cristiano, y en su lugar no hay más que un cruel simulacro. La novela es una de las críticas más contundentes y apasionadas de la sociedad victoriana escrita por un novelista.

La relación con sus dos familias era fluida y sin sobresaltos, y aunque Martha y Caroline jamás se vieron, los hijos de ambas se mezclaban sin ningún problema. Su lugar de descanso preferido en la costa era Ramsgate, pues odiaba Brighton, donde no podía comer ni dormir. En 1880 publicó dos novelas más en poco tiempo: La hija de Jezabel (Jezabel’s Daughter) y The Red Vial, pero al final de cada novela quedaba exhausto y sin fuerzas. Que su aspecto era francamente mejorable lo atestigua Julian Hawthorne, el hijo del novelista Nathaniel, que fue a visitarlo en esa época a su casa de Gloucester Place. Lo describió como un hombre «fofo, rollizo y pálido, atacado por diversas dolencias, con el hígado estropeado, el corazón débil, los pulmones flojos y el estómago averiado»18. También había adquirido la costumbre de dejar la mano colgando junto a la muñeca, como si fuera un conejo sobre las patas traseras: daba la sensación de que necesitaba auxilio.

En otoño de 1880 publicó una nueva novela, La sotana negra (The Black Robe), a la que nos referiremos en un último apartado, y en diciembre de 1881 Corazón y ciencia (Heart and Science), un contundente alegato contra la deshumanización de la ciencia en general y contra la práctica de la vivisección en particular. Se entusiasmó tanto con el tema que era capaz de trabajar durante doce horas seguidas, y durante los seis meses que la estuvo escribiendo no sufrió gota ni una vez. El tema de los experimentos con animales vivos había sido objeto de viva polémica en los tribunales, el parlamento y los periódicos desde mediados de la década de 1870. La polémica adquirió virulencia cuando la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales demandó a un fisiólogo francés, Eugène Mangan, por haber inyectado absenta a un perro vivo el encuentro anual de la Asociación Médica Británica. El fracaso de la demanda contra Mangan llevó a los adversarios de la vivisección a emprender una campaña para que se dictaran nuevas leyes. Se publicaron numerosos artículos y se designó una comisión para investigar los pros y los contras de la vivisección. Numerosas personalidades literarias de la época se manifestaron en contra de esa práctica cruel e injustificable, entre ellos Christina Rossetti, Robert Browning, John Ruskin, Lewis Carroll, Alfred Lord Tennyson y George Bernard Shaw. En el lado contrario, científicos como Charles Darwin y Thomas Henry Huxley recalcaban la importancia de la vivisección para el avance médico y científico. Finalmente, en 1876 se regularon los experimentos con animales con la aprobación de la Ley contra la Crueldad con los Animales. Pero en 1881 la vivisección volvió a primer plano cuando el Congreso Médico Internacional afirmó que la experimentación con animales vivos era indispensable para la futura investigación. Para Collins, la vivisección no era más que un ejemplo concreto de cómo la ciencia experimental moderna iba en contra del sentimiento y acababa endureciendo el corazón humano. La novela no presenta una simple oposición entre «corazón» y «ciencia», sino que distingue de manera nítida entre la ciencia «buena», que trabaja en armonía con la naturaleza y por el bien de los demás, y la «mala», que se coloca por encima de la naturaleza, se separa de la cultura humana y trabaja solo para satisfacer la curiosidad del científico y para promover sus ambiciones personales. Los dos ejemplos de la tendencia deshumanizadora de la ciencia moderna que aparecen en la novela son la señora Galilee y el doctor Benjulia. La señora Galilee desatiende a sus hijos para asistir a los comités científicos, y le preocupa más la teoría de los átomos que su marido y su familia, mientras que el otro científico «malo» de la novela, el doctor Benjulia, es el ejemplo clásico del científico para quien el reconocimiento supone la justificación de cualquier práctica, por cruel que sea. En 1883, la revista Academy afirmó que Corazón y ciencia era un libro fascinante y ameno desde la primera hasta la última página, y el libro tuvo un éxito relativo.

Animado por el éxito de la novela, se puso a trabajar en una nueva serialización. Como deseaba derrotar a los editores piratas de Estados Unidos, les prometió a Harper & Brothers que les mandaría un manuscrito completo tres meses antes de que terminara de publicarse por entregas en Inglaterra: así no habría posibilidad de que los piratas se les adelantaran. Pero eso también significaba trabajar a destajo, en contra del consejo del doctor Beard, y los últimos diez capítulos los escribió descansando solo para comer y dormir. El resultado fue La respuesta es no (I Say No), otro misterio sobre una muerte inexplicable, una novela de puro suspense al más puro estilo Collins.

En esa misma época sufrió una pérdida que le afectó mucho: murió su perro Tommy, que le había acompañado durante muchos años, y Collins no había estado tan desolado desde la muerte de su hermano. Por las noches, cuando dejaba de escribir, Tommy