La tempestad - Shakespeare - William Shakespeare - E-Book

La tempestad - Shakespeare E-Book

William Shakespeare

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La tempestad es una obra de teatro de William Shakespeare. Fue representada por primera vez el 1 de noviembre de 1611 en el palacio de Whitehall de Londres.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



En este drama, escrito al final de su carrera, como en El sueño de una noche de verano, escrito al comienzo, Shakespeare utiliza lo sobrenatural, recurriendo al mundo maravilloso de los elfos y de las hadas, fundiendo admirablemente sus acciones con aventuras humanas, con lo que éstas ganan en donosura y profundidad. Después de Hamlet, La tempestad es el drama shakesperiano que ha dado más amplio pábulo a hipótesis e interpretaciones. En ciertos momentos, en las poesías de Ariel y en las palabras de Próspero, el poeta mismo, por boca de sus personajes, se dirige al mundo y expresa su concepto de la vida, de manera que La tempestad es el más personal de sus dramas y parece reflejar a veces el pensamiento más profundo del dramaturgo: «Somos de la misma sustancia de que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño» (IV, esc. 1).

La tempestad está considerada como la invención más sincera y original de Shakespeare. Es también la «summa» de su cultura acumulada a través de los años, y sobre todo de su experiencia teatral. Es ante todo un experimento en el ámbito del espectáculo: explota, deliberadamente, como ninguna otra obra precedente, los recursos y trucos de escena y hace del elemento musical y de todos los efectos sonoros una estructura que recorre la obra. Suele hablarse del texto como testamento literario de su autor, puesto que las obras que escribió después fueron elaboradas en colaboración con otros autores, y no alcanzan la calidad de ésta.

Próspero, duque legítimo de Milán ha sido expulsado de su posición por su hermano y se encuentra en una isla desierta tras naufragar su buque. La obra comienza con una fuerte tormenta provocada por sus artes mágicas cuando adivina que su hermano, Antonio, viaja en un buque cerca de la isla en la que se encuentra. En ella, Próspero cuenta con la compañía de su hija Miranda y descansa con sus numerosos libros dedicándose al estudio y el conocimiento de las Artes Clásicas. Próspero entra en contacto con seres invisibles como Ariel, intermediarios entre los dioses y los hombres. Con su ayuda, desde el caos y la locura, Próspero tejerá un encantamiento que le permitirá iniciar su venganza. Escrito en 1611 y estrenado el mismo año, este drama en cinco actos, en verso y prosa, de William Shakespeare se publicó en el in-folio de 1623.

William Shakespeare

La tempestad

DRAMATIS PERSONAE

[1]

ALONSO, rey de Nápoles

SEBASTIÁN, su hermano

PRÓSPERO, el legítimo Duque de Milán

ANTONIO, su hermano, usurpador del ducado de Milán

FERNANDO, hijo del rey de Nápoles

GONZALO, viejo y honrado consejero

Nobles

ADRIÁN

FRANCISCO

CALIBÁN, esclavo salvaje y deforme

TRÍNCULO, bufón

ESTEBAN, despensero borracho

El CAPITÁN del barco

El CONTRAMAESTRE

MARINEROS

MIRANDA, hija de Próspero

ARIEL, espíritu del aire

Espíritus Ninfas

IRIS

CERES

JUNO

Segadores

Escena: una isla deshabitada.

ACTO I

ESCENA PRIMERA

Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos. Entran un CAPITÁN y un CONTRAMAESTRE

CAPITÁN

¡Contramaestre!

CONTRAMAESTRE

¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?

CAPITÁN

¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encallamos! ¡Corre, corre! (Sale)

Entran los MARINEROS.

CONTRAMAESTRE

¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡Deprisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! ¡Vientos, mientras haya mar abierta, reventad soplando!

Entran ALONSO, SEBASTIÁN, ANTONIO, FERNANDO, GONZALO y otros.

ALONSO

Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? (A los MARINEROS) ¡Portaos como hombres!

CONTRAMAESTRE

Os lo ruego, quedaos abajo.

ANTONIO

Contramaestre, ¿y el capitán?

CONTRAMAESTRE

¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.

GONZALO

Cálmate, amigo.

CONTRAMAESTRE

Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el título de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!

GONZALO

Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.

CONTRAMAESTRE

A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois consejero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgracia en vuestro camarote. ¡Ánimo, muchachos! ¡Quitaos de en medio, vamos!

Sale.

GONZALO

Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca[2], estamos perdidos. (Salen)

Entra el CONTRAMAESTRE

CONTRAMAESTRE

¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor! (Gritos dentro) ¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido!

Entran SEBASTIÁN, ANTONIO y GONZALO.

¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?

SEBASTIÁN

¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desalmado!

CONTRAMAESTRE

Entonces trabajad vos.

ANTONIO

¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, insolente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.

GONZALO

Seguro que él no se ahoga, aunque el barco fuera una cáscara de nuez e hiciera aguas como una incontinente.

CONTRAMAESTRE

¡Ceñid el viento, ceñid! ¡Ahora con las dos velas! ¡Mar adentro, mar adentro!

Entran los MARINEROS, mojados.

MARINEROS

¡Es el fin! ¡A rezar, a rezar! ¡Es el fin!

Salen.

CONTRAMAESTRE

¿Vamos a quedar secos?

GONZALO

¡El rey y el príncipe rezan! Vamos con ellos:

nuestra suerte es la suya.

SEBASTIÁN

Estoy indignado.

ANTONIO

Estos borrachos nos roban la vida.

¡Y este infame bocazas…! ¡A la horca,

y que te aneguen diez mareas[3]!

Sale el CONTRAMAESTRE.

GONZALO

Irá a la horca, por más que lo desmienta cada gota de agua y se abra el mar para tragárselo.

Clamor confuso dentro.

(VOCES)

¡Misericordia! ¡Naufragamos, naufragamos! ¡Adiós, mujer, hijos! ¡Adiós, hermano! ¡Naufragamos, naufragamos!

ANTONIO

Hundámonos con el rey.

SEBASTIÁN

Vamos a decirle adiós.

Sale con ANTONIO.

GONZALO

Ahora daría yo mil acres de mar por un trozo de páramo, con brezos, matorrales, lo que sea. Hágase la voluntad de Dios, pero yo preferiría morir en seco.

Sale.

ESCENA SEGUNDA

Entran PRÓSPERO y MIRANDA.

MIRANDA

Si con tu magia, amado padre, has levantado

este fiero oleaje, calma las aguas.

Parece que las nubes quieren arrojar

fétida brea, y que el mar, por extinguirla,

sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido

con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,

que sin duda llevaba gente noble,

hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores

me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.

Si yo hubiera sido algún dios poderoso,

habría hundido el mar en la tierra

antes que permitir que se tragase

ese buen barco con su carga de almas.

PRÓSPERO

Serénate. Cese tu espanto.

Dile a tu apenado corazón

que no ha habido ningún mal.

MIRANDA

¡Ah, desgracia!

PRÓSPERO

No ha habido mal. Yo sólo he obrado

por tu bien, querida mía, por tu bien, hija,

que ignoras quién eres y nada sabes

de mi origen, ni que soy bastante más

que Próspero, morador de pobre cueva

y humilde padre tuyo.

MIRANDA

De saber más

nunca tuve pensamiento.

PRÓSPERO

Hora es de que te informe. Ayúdame

a quitarme el manto mágico. Bien.

Descansa ahí, magia. Sécate los ojos; no sufras.

La terrible escena del naufragio,

que ha tocado tus fibras compasivas,

la dispuse midiendo mi arte de tal modo

que no hubiera peligro para nadie,

ni llegasen a perder ningún cabello

los hombres que en el barco oías gritar

y viste hundirse. Siéntate,

pues has de saber más.

MIRANDA

Cuando ibas a contarme quién soy yo,

te parabas y dejabas sin respuesta

mis preguntas, concluyendo: «Espera, aún no».

PRÓSPERO

Llegó la hora. El instante

te manda abrir oídos. Obedece

y préstame atención. ¿Te acuerdas

de antes que viviéramos en esta cueva?

Creo que no, porque entonces no tenías

más de tres años.

MIRANDA

Sí me acuerdo, padre.

PRÓSPERO

¿De qué? ¿De alguna otra casa o persona?

Dime una imagen cualquiera

que guarde tu recuerdo.

MIRANDA

La veo muy lejana,

y más como un sueño que como un recuerdo

del que dé garantía mi memoria. ¿No tenía

yo a mi servicio cuatro o cinco damas?

PRÓSPERO

Sí, Miranda, y más. Pero, ¿cómo es que eso

aún vive en tu mente? ¿Qué más ves

en el oscuro fondo y abismo del tiempo?

Si te acuerdas de antes de llegar aquí,

recordarás cómo llegaste.

MIRANDA

No me acuerdo.

PRÓSPERO

Hace doce años, Miranda, hace doce años,

tu padre era el Duque de Milán,

y un poderoso príncipe.

MIRANDA

¿No eres mi padre?

PRÓSPERO

Tu madre fue un dechado de virtud

y decía que tú eras mi hija; tu padre

era Duque de Milán, y su única heredera,

princesa no menos noble.

MIRANDA

¡Santo cielo! ¿Qué perfidia

nos hizo salir de allá? ¿O fue

una suerte el venir?

PRÓSPERO

Ambas cosas, hija.

Nos expulsó la perfidia, como dices,

pero a venir nos ayudó la suerte.

MIRANDA

¡Ah, se me parte el alma de pensar

que te hago recordar aquel dolor

que no guarda mi memoria! Mas sigue, padre.

PRÓSPERO

Mi hermano y tío tuyo, de nombre Antonio

(y oirás cómo un hermano puede ser

tan pérfido); él, al que después de ti

más quería yo en el mundo, y a quien confié

el gobierno de mi Estado, el principal

en aquel tiempo de entre las Señorías,

y Próspero, el gran duque, de elevado

renombre por su rango y sin igual

en las artes liberales… Siendo ellas mi anhelo,

delegué en mi hermano la gobernación

y, arrobado por las ciencias ocultas,

me volví un extraño a mi país.

Tu pérfido tío… ¿Me escuchas?

MIRANDA

Con toda mi atención.

PRÓSPERO

… impuesto ya en el uso de otorgar

o denegar solicitudes, ascender a éste,

frenar al otro en su ambición, volvió a crear

a las criaturas que eran mías, cambiando

o conformando su lealtad y, marcando el tono

de función y funcionario, afinó

a su gusto a todos, hasta ser

la hiedra que ocultó mi noble tronco

sorbiéndole la savia… ¡No me escuchas!

[...]