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Próspero, duque de Milán y un gran mago, fue traicionado por su hermano Antonio, y tras un complot, destituido de su cargo y desterrado, junto con su hija Miranda, a una extraña isla habitada por Ariel, un espíritu del aire, y un monstruo llamado Calibán.Con el objetivo de vengarse de esta traición y así, poder volver a Milán, Próspero trae, por medio de encantamientos, a sus hermanos a la isla y crea una tormenta sobrenatural, desatando la furia de una tempestad para exigir justicia y retomar su poder.La tempestad representa el caos interno y externo, que viene a purificar la historia. Traición, ambición de poder, venganza, perdón y amor son los temas que se tocan en esta obra, combinados con la magia y lo sobrenatural del entorno.Conocida como la última gran obra de Shakespeare, aquí el autor muestra su interés por las relaciones familiares y el perdón, situados en un ambiente poético y mítico. Es así que la originalidad de su escritura, la fuerza de la historia y el mensaje hacen de esta obra un clásico de placentera lectura. -
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Seitenzahl: 78
Veröffentlichungsjahr: 2020
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William Shakespeare
Jaime Clark
Saga
La tempestad Translated byJaime Clark Original titleThe TempestCopyright © 1623, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726463125
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
ALONSO,
rey de Nápoles
SEBASTIÁN,
su hermano
PRÓSPERO,
el legítimo Duque de Milán
ANTONIO,
su hermano, usurpador del ducado de Milán
FERNANDO,
hijo del rey de Nápoles
GONZALO,
viejo y honrado consejero
ADRIÁN
nobles
FRANCISCO
CALIBÁN,
esclavo salvaje y deforme
TRÍNCULO,
bufón
ESTEBAN,
despensero borracho
El CAPITÁN del barco
El CONTRAMAESTRE
MARINEROS
MIRANDA,
hija de Próspero
ARIEL,
espíritu del aire
IRIS
espíritus Ninfas
CERES
JUNO
Segadores
Escena: una isla deshabitada.
CAPITÁN
¡Contramaestre!
CONTRAMAESTRE
¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?
CAPITÁN
¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encallamos! ¡Corre, corre!
Sale.
Entran los MARINEROS.
CONTRAMAESTRE
¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡Deprisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! - ¡Vientos, mientras haya mar abierta, reventad soplando!
Entran ALONSO, SEBASTIÁN, ANTONIO, FERNANDO, GONZALO y otros.
ALONSO
Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? - [A los MARINEROS] ¡Portaos como hombres!
CONTRAMAESTRE
Os lo ruego, quedaos abajo.
ANTONIO
Contramaestre, ¿y el capitán?
CONTRAMAESTRE
¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.
GONZALO
Cálmate, amigo.
CONTRAMAESTRE
Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el título de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!
GONZALO
Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.
CONTRAMAESTRE
A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois consejero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgracia en vuestro camarote. - ¡Ánimo, muchachos! - ¡Quitaos de enmedio, vamos!
Sale.
GONZALO
Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca, estamos perdidos.
Salen.
Entra el CONTRAMAESTRE.
CONTRAMAESTRE
¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor!
Gritos dentro.
¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido!
Entran SEBASTIÁN, ANTONIO y GONZALO.
¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?
SEBASTIÁN
¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desalmado!
CONTRAMAESTRE
Entonces trabajad vos.
ANTONIO
¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, insolente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.
GONZALO
Seguro que él no se ahoga, aunque el barco fuera una cáscara de nuez e hiciera aguas como una incontinente.
CONTRAMAESTRE
¡Ceñid el viento,, ceñid! ¡Ahora con las dos velas! ¡Mar adentro, mar adentro!
Entran los MARINEROS, mojados.
MARINEROS
¡Es el fin! ¡A rezar, a rezar! ¡Es el fin!
[Salen.]
CONTRAMAESTRE
¿Vamos a quedar secos?
GONZALO
¡El rey y el príncipe rezan! Vamos con ellos:
nuestra suerte es la suya.
SEBASTIÁN
Estoy indignado.
ANTONIO
Estos borrachos nos roban la vida.
¡Y este infame bocazas...! - ¡A la horca,
y que te aneguen diez mareas!.
[Sale el CONTRAMAESTRE.]
GONZALO
Irá a la horca, por más que lo desmienta cada gota de agua y se abra el mar para tragárselo.
Clamor confuso dentro.
[VOCES]
¡Misericordia! ¡Naufragamos, naufragamos! ¡Adiós, mujer, hijos! ¡Adiós, hermano! ¡Naufragamos, naufragamos!
ANTONIO
Hundámonos con el rey.
SEBASTIÁN
Vamos a decirle adiós.
Sale [con ANTONIO].
GONZALO
Ahora daría yo mil acres de mar por un trozo de páramo, con brezos, matorrales, lo que sea. Hágase la voluntad de Dios, pero yo preferiría morir en seco.
Sale.
MIRANDA
- Si con tu magia, amado padre, has levantado
este fiero oleaje, calma las aguas.
Parece que las nubes quieren arrojar
fétida brea, y que el mar, por extinguirla,
sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido
con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,
que sin duda llevaba gente noble,
hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores
me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.
Si yo hubiera sido algún dios poderoso,
habría hundido el mar en la tierra
antes que permitir que se tragase
ese buen barco con su carga de almas.
PRÓSPERO
Serénate. Cese tu espanto.
Dile a tu apenado corazón
que no ha habido ningún mal.
MIRANDA
¡Ah, desgracia!
PRÓSPERO
No ha habido mal. Yo sólo he obrado
por tu bien, querida mía, por tu bien, hija,
que ignoras quién eres y nada sabes
de mi origen, ni que soy bastante más
que Próspero, morador de pobre cueva
y humilde padre tuyo.
MIRANDA
De saber más
nunca tuve pensamiento.
PRÓSPERO
Hora es de que te informe. Ayúdame
a quitarme el manto mágico. Bien. –
Descansa ahí, magia. - Sécate los ojos; no sufras.
La terrible escena del naufragio,
que ha tocado tus fibras compasivas,
la dispuse midiendo mi arte de tal modo
que no hubiera peligro para nadie,
ni llegasen a perder ningún cabello
los hombres que en el barco oías gritar
y viste hundirse. Siéntate,
pues has de saber más.
MIRANDA
Cuando ibas a contarme quién soy yo,
te parabas y dejabas sin respuesta
mis preguntas, concluyendo: «Espera, aún no.»
PRÓSPERO
Llegó la hora. El instante
te manda abrir oídos. Obedece
y préstame atención. ¿Te acuerdas
de antes que viviéramos en esta cueva?
Creo que no, porque entonces no tenías
más de tres años.
MIRANDA
Sí me acuerdo, padre.
PRÓSPERO
¿De qué? ¿De alguna otra casa o persona?
Dime una imagen cualquiera
que guarde tu recuerdo.
MIRANDA
La veo muy lejana,
y más como un sueño que como un recuerdo
del que dé garantía mi memoria. ¿No tenia
yo a mi servicio cuatro o cinco damas?
PRÓSPERO
Sí, Miranda, y más. Pero, ¿cómo es que eso
aún vive en tu mente? ¿Qué más ves
en el oscuro fondo y abismo del tiempo?
Si te acuerdas de antes de llegar aquí,
recordarás cómo llegaste.
MIRANDA
No me acuerdo.
PRÓSPERO
Hace doce años, Miranda, hace doce años,
tu padre era el Duque de Milán,
y un poderoso príncipe.
MIRANDA
¿No eres mi padre?
PRÓSPERO
Tu madre fue un dechado de virtud
y decía que tú eras mi hija; tu padre
era Duque de Milán, y su única heredera,
princesa no menos noble.
MIRANDA
¡Santo cielo! ¿Qué perfidia
nos hizo salir de allá? ¿O fue
una suerte el venir?
PRÓSPERO.
Ambas cosas, hija.
Nos expulsó la perfidia, como dices,
pero a venir nos ayudó la suerte.
MIRANDA
¡Ah, se me parte el alma de pensar
que te hago recordar aquel dolor
que no guarda mi memoria! Mas sigue, padre.
PRÓSPERO
Mi hermano y tío tuyo, de nombre Antonio
(y oirás cómo un hermano puede ser
tan pérfido); él, al que después de ti
más quería yo en el mundo, y a quien confié
el gobierno de mi Estado, el principal
en aquel tiempo de entre las Señorías,
y Próspero, el gran duque, de elevado
renombre por su rango y sin igual
en las artes liberales... Siendo ellas mi anhelo,
delegué en mi hermano la gobernación
y, arrobado por las ciencias ocultas,
me volví un extraño a mi país.
Tu pérfido tío... ¿Me escuchas?
MIRANDA
Con toda mi atención.
PRÓSPERO
... impuesto ya en el uso de otorgar
o denegar solicitudes, ascender a éste,
frenar al otro en su ambición, volvió a crear
a las criaturas que eran mías, cambiando
o conformando su lealtad y, marcando el tono
de función y funcionario, afinó
a su gusto a todos, hasta ser
la hiedra que ocultó mi noble tronco
sorbiéndole la savia... ¡No me escuchas!
MIRANDA
¡Sí te escucho, padre!
PRÓSPERO
Préstame atención. Al descuidar
los asuntos del mundo, consagrado
al aislamiento y al cultivo de la mente
con un arte tan secreto que excedía
la apreciación de las gentes, desperté
en mi falso hermano un mal instinto,
y mi confianza, que no tenía límites,
cual buen padre inversamente generó
en él una falsía tan inmensa
como fue mi confianza. Llegó a enseñorearse
no sólo de mis rentas, sino también
de cuanto mi poder le permitía,
e igual que quien hace pecar a su memoria
contra la verdad al creerse sus mentiras
a fuerza de contarlas, creyó ser
el duque mismo por haberme reemplazado
y ostentar el rostro del dominio
con todo privilegio. Creciendo su ambición...
¿Me oyes bien?
MIRANDA
Padre, tu relato curaría la sordera.
PRÓSPERO
Para no tener obstáculo entre papel
y personaje, querrá ser el propio
Duque de Milán. Para mí, ¡pobre!,
mi biblioteca era un gran ducado. Me cree
incapaz para el gobierno, se alía
(tal era su sed de mando) con el rey de Nápoles
pagándole tributo, rindiéndole homenaje,
entregando la corona ducal a la del rey
y sometiendo el ducado, aún sin doblegar,
a la más innoble postración.
MIRANDA
¡Santo cielo!
PRÓSPERO
Escucha el pacto y sus consecuencias,
y dime si obró como un hermano.
MIRANDA
Pecaría si no pensara noblemente
de tu madre: la buena entraña
ha dado malos hijos.
PRÓSPERO
Escucha el pacto. El rey de Nápoles,
que siempre fue mi eterno enemigo,
atiende el ruego de mi hermano;
a saber: que, a cambio del convenio
de homenaje y no sé cuánto tributo,
arroje del ducado a mí y a los míos
sin demora, regalando la hermosa Milán
con todos los honores a mi hermano. Así,