La tentación del indomable - Trish Morey - E-Book
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La tentación del indomable E-Book

Trish Morey

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Beschreibung

¡Bienvenidos al Chatsfield de Sídney! Franco Chatsfield nunca se había regido por las normas de su familia y no pensaba empezar a hacerlo a esas alturas de su vida. Pero el nuevo director general de los hoteles Chatsfield necesitaba que Franco consiguiera un contrato y no podía negarse a hacerlo. Pensaba llegar a Australia, cumplir con el trámite e irse, pero no había contado con que una mujer iba a interponerse en su camino... Holly Purman había dedicado toda su vida a los viñedos de su familia y no estaba dispuesta a arriesgarlo todo por un Chatsfield. Antes de firmar el contrato, necesitaba que Franco trabajara seis semanas con ellos para probar el tipo de hombre que era.

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Seitenzahl: 236

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La tentación del indomable, n.º 104 - mayo 2015

Título original: Tycoon’s Temptation

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6375-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Sé amable con él, Holly.

Holly Purman sonrió y puso su expresión más inocente, la que reservaba para cuando su abuelo le pedía algo que no quería hacer. Una expresión que solía funcionarle muy bien con él.

–¿No soy siempre amable con todo el mundo? –repuso ella.

–Lo digo en serio –le advirtió gruñendo Gus sin dejarse engañar por su gesto inocente–. Sé cómo eres cuando se te mete algo entre ceja y ceja. Recuerda que te conozco muy bien.

–No tengo nada entre ceja y ceja, abuelo. Ni un pelo –repuso ella inclinándose para besar la frente arrugada de su abuelo.

–¡No es una broma, Holly! Quiero que te tomes la visita de Franco Chatsfield en serio. Es muy importante. Recuerda que viene hasta aquí solo para hablar con nosotros y la cantidad de dinero de la que habla… Se trata de un negocio que nos podría arreglar la vida.

Holly suspiró. Sabía que no iba a poder hacerle ver a su abuelo que ese contrato con la cadena hotelera Chatsfield no iba a ser el negocio del siglo. Para ello, tendría que tener con él una conversación que había estado temiendo desde que Gus recibiera la llamada telefónica, cuando les dijeron que iba a visitarlos un representante de los Chatsfield con una oferta.

Acercó una silla a donde estaba su abuelo y se sentó frente a él. Después, puso la mano sobre la del anciano, que la tenía apoyada en el reposabrazos de su silla de ruedas.

–Muy bien, abuelo. Seré amable y me lo tomaré en serio, te lo prometo. Es verdad que parece que tienen interés en nosotros, pero eso es normal. Después de ganar tantos premios en las competiciones a las que llevamos nuestros vinos, todo el mundo quiere probarlos. Hemos recibido ofertas de muchos compradores de Australia y también del Reino Unido. Pensé que estabas contento con ellos. Por eso no entiendo que estés tan entusiasmado con los hoteles Chatsfield. ¿Qué nos puede ofrecer su representante que no puedan ofrecer los otros?

–Sería un escaparate, Holly. ¡Por eso es tan importante! Sabes tan bien como yo que un acuerdo con los hoteles Chatsfield nos daría una fama internacional que no podríamos llegar a tener con ninguna de las otras ofertas. Esta cadena puede llevar nuestro vino por todo el mundo y el prestigio de sus hoteles es garantía suficiente de la calidad de nuestro vino. Es un tipo de publicidad que no se puede comprar.

Holly se frotó las sienes. Estaba algo cansada. Le habría encantado estar en el despacho el día que llamaron de la cadena hotelera. Pero había sido su abuelo el que había tenido que contestar y había estado entusiasmado desde entonces. De haberlo hecho ella, no habría aceptado tan fácilmente esa visita.

Pero, cuando Holly supo que iba a ir a verlos, él ya había estado en camino. Y tenía que reconocer que su abuelo tenía razón, había estado dándole vueltas al asunto desde entonces.

Acarició la mano de su abuelo, tratando de calmarse antes de hablar.

–Sé que tienes razón y que conseguiríamos darnos a conocer en todo el mundo. Pero ¿estás seguro de que Vinos Purman se beneficiaría de ver su nombre ligado a la familia Chatsfield? Cada semana aparecen en la prensa por su vida escandalosa. ¿Queremos que la gente relacione a Vinos Purman, una marca de calidad, con ellos? Hemos trabajado tan duro para conseguir que nuestros vinos tengan éxito, que lo último que quiero es ver el apellido Purman por los suelos.

–¡Pero la cadena Chatsfield es la más prestigiosa del mundo!

–Lo fue, abuelo. Hace años, sus hoteles representaban algo especial, pero ahora esa marca es sinónimo de escándalo, no de estilo ni de elegancia –insistió ella.

El hombre cerró con fuerza los ojos mientras negaba con la cabeza.

–¡No, no, no! Holly, las cosas están cambiando. Eso es lo que me dijo el hombre con el que hablé. Tienen un nuevo director general a cargo de la empresa y están inmersos en un cambio de imagen. Entre otras cosas, quieren renovar el menú y la carta de vinos de sus restaurantes. Y están invirtiendo muchos dólares en ese cambio para conseguir contar con los mejores. Nos han ofrecido mucho dinero. ¿Por qué no íbamos a tratar de sacar provecho de esta situación?

Holly miró a su abuelo con una sonrisa.

–Ya hemos conocido a otros hombres con mucho dinero que nos prometían el mundo, abuelo, no es la primera vez. Y no recuerdo haberte visto entonces tan emocionado.

Gus resopló. Sus ojos seguían siendo tan azules y brillantes como lo habían sido siempre, aunque la piel que los rodeaba estaba arrugada y curtida tras toda una vida de trabajo al sol.

–¿Estás así por algo que sucedió hace diez años? –le preguntó él–. No te merecía y lo sabes.

–Sí, eso lo sé –le dijo ella conteniendo un segundo el aliento.

A pesar del tiempo que había pasado, no podía evitar seguir sintiendo dolor cuando pensaba en ello. Era algo que aún le hacía daño si ella se lo permitía. Y a veces lo hacía, aunque solo fuera para recordarse a sí misma que no podía volver a ser tan ingenua como lo había sido entonces.

–Pero en realidad estaba pensando en lo que pasó después de que lo echaras de aquí, cuando hizo todo lo posible por arrastrar el apellido Purman por el fango. ¿No recuerdas todos esos artículos venenosos que publicó, en los que criticaba nuestros vinos? ¿Y todas esas llamadas de clientes cancelando pedidos, preocupados pensando que no íbamos a poder estar a la altura?

–Pero esto sería distinto. Solo con el dinero que…

–El dinero no es lo único a tener en cuenta –lo interrumpió ella–. ¡Se trata de proteger nuestra marca! Si los Chatsfield están tratando de mejorar su imagen pública, estupendo. Pero no entiendo por qué tenemos que prestarles nuestro prestigio ni nuestros éxitos. Corremos el riesgo de perder todo por lo que tanto hemos trabajado solo para que ellos recuperen su buena fama.

–No, no se trata solo de dinero, estoy de acuerdo contigo. Limítate a hablar con él, Holly. No tienes que hacer nada más –le dijo el hombre–. Llegará pronto. Escucha lo que tiene que decirnos, dale una oportunidad. Dale una oportunidad a la cadena Chatsfield.

–Si tan interesado estás, ¿por qué no hablas tú con él?

–Lo haré, Holly. Pero como estoy tan limitado con este maldito cacharro… –murmuró señalando su silla de ruedas–. Tendrás que mostrarle tú el viñedo y la bodega. Y me temo que también tendrás que ser tú la que le hables de las cosechas. Después de todo, es a ti a quien todo el mundo quiere conocer, a la maga de los vinos, a la sierva del dios Dioniso, a la mujer que convierte unas humildes uvas en un vino que es el néctar de los dioses… –le dijo su abuelo con emoción en los ojos–. Mi Holly.

Ella suspiró y le apretó la mano.

–Esos críticos de vinos escriben de una manera tan cursi…

–Pero es todo verdad. Tienes un don, querida mía, un don que te ha dado Dios para cuidar de las uvas y hacer buen vino. ¡Estoy tan orgulloso de ti!

Holly le sonrió con cariño y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

–Si es de verdad así, es gracias a todo lo que me has enseñado.

Su abuelo le agarró con fuerza la mano.

–¿No te das cuenta? Este contrato con los Chatsfield podría ser lo mejor que nos ha pasado.

Entendía por qué era tan importante para su abuelo. Económicamente, podría ser una gran oportunidad, pero creía que también podría llegar a ser el mayor error que pudieran cometer. Sobre todo teniendo en cuenta el lamentable estado en el que estaba la familia Chatsfield y su cadena hotelera. Pero decidió no insistir más.

–De acuerdo, hablaré con él, abuelo –le dijo.

Ese hombre llevaba tanto tiempo siendo el centro de su existencia que ya no recordaba cómo había sido su vida sin él.

–Le daré una oportunidad y escucharé su propuesta –le prometió.

«Y después le diré que se vaya por donde ha venido», pensó ella.

Capítulo 2

A Franco Chatsfield no le gustaba nada estar en esa situación, con una pistola apuntando a su cabeza, aunque solo fuera metafóricamente. Sobre todo cuando esa pistola la sujetaba Christos Giatrakos, el nuevo director general, el hombre al que su padre había contratado para meter a todos los hermanos en cintura, también a él.

Dejó en el asiento de al lado la revista de negocios y finanzas que había estado tratando de leer mientras el avión descendía para aterrizar en el aeropuerto de Adelaida. No había sido capaz de concentrarse en nada de lo que había leído y, cuanto más se acercaba al suelo ese avión, más resentimiento sentía. En circunstancias normales, no le habría concedido a alguien como Giatrakos ni cinco minutos de su tiempo. En circunstancias normales, le habría dicho Giatrakos lo que pensaba de él y por dónde podía meterse su amenaza. Pero el último correo electrónico que le había enviado Giatrakos lo había detenido en seco.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: CONDICIONES PARA SEGUIR RECIBIENDO DINERO DEL FONDO FIDUCIARIO DE LA FAMILIA

Después de numerosos, y fallidos, intentos para tratar de que comprenda los cambios que necesita hacer en su vida, he decidido que, si no consigue sellar un acuerdo con Vinos Purman, no me quedará más remedio que usar el poder notarial que me ha dado su padre y bloquear su acceso al fondo fiduciario de su familia.

Esta es la última advertencia que le doy.

C.G.

Por mucho que le fastidiara tener que seguirle el juego a Giatrakos, Franco no estaba dispuesto a poner en peligro el flujo de ingresos que recibía de su familia. Pensaba incluso dejar que el director general de la cadena Chatsfield creyera que le había ganado la partida. Después de hablar con Angus Purman, el dueño de los viñedos, le había quedado muy claro que le entusiasmaba la oferta y sabía que no le iba a costar nada conseguir que firmara el acuerdo.

Y no le extrañaba nada que le gustara su oferta. Tenía un gran presupuesto con el que jugar y había conseguido ponerle los dientes largos a Purman.

Creía que no tardaría mucho en lograr su propósito y que podría regresar a Milán antes de que se terminara de secar la tinta de las firmas en el contrato.

Estaba deseando ver la reacción de su famoso padre cuando viera lo que había conseguido. Ese hombre que no le había dedicado más de dos minutos de atención desde su nacimiento y que tan poca fe tenía en él. Suponía que lo imaginaría completamente intimidado en esos momentos, pensando en cómo iba a conseguir un contrato con unos viñedos en condiciones ventajosas para los hoteles Chatsfield. Estaba deseando demostrarle de lo que era capaz.

Porque, aunque había dejado los estudios a los dieciséis años y había huido del circo mediático que rodeaba a los Chatsfield, había logrado aprender bastante por su cuenta.

Esperaba que su padre fuera por fin consciente de la capacidad de su hijo.

Resopló con frustración.

Ni siquiera entendía por qué seguía importándole tanto lo que pensara su padre.

El avión estaba a punto de aterrizar y miró por la ventanilla. Le sorprendió ver que Adelaida no parecía una ciudad. Se extendía a sus pies una inmensa alfombra ondulada de color verde, salpicada de vez en cuando con pequeños pueblos conectados por estrechas carreteras.

Vio bosques de pinos y el gris verdoso de los eucaliptos, había también grandes extensiones de campo con viñedos. Se dio cuenta de que, en algún lugar ahí abajo, crecían las uvas de las que salía el famoso y premiado espumoso, mezcla de pinot y chardonnay, de Vinos Purman.

Una ráfaga de lluvia salpicó el cristal de su ventana, haciendo desaparecer las vistas.

Se acomodó de nuevo en su asiento.

En cuanto el avión aterrizara, pensaba pasar la aduana e ir directo a los viñedos que los Purman tenían en Coonawarra, la región vinícola de Australia. Para eso iba a tener que tomar otro vuelo más corto. Ni quería ni necesitaba ver nada más de ese país. Sabía que su trabajo consistía en terminar de concretar algunos detalles del contrato que ya estaba redactado y lograr las firmas.

Después de todo, no estaba allí de vacaciones y estaba deseando dar por concluido ese trámite cuanto antes para no tener que lidiar más con Giatrakos y poder seguir disfrutando del dinero de su familia. En ese momento, eso era todo lo que le importaba.

Estaban en invierno, pero esos días estaban siendo peores aún de lo habitual en esas fechas. Holly dejó lo que estaba haciendo para entrar de nuevo en casa y preparar unos sándwiches para su abuelo y para ella.

Llovía con tanta fuerza que, al principio, apenas notó el ruido. Incluso un poco más tarde, cuando distinguió el característico sonido de la hélice de un helicóptero, no le prestó demasiada atención. Vivían bastante cerca de la pista de aterrizaje y había bastantes vuelos turísticos en esa zona para ver el paisaje, aunque era algo mucho más común durante los meses más cálidos que en esa época del año.

El ruido se hizo cada vez más fuerte y más cercano. Dejó de cortar el queso y se estremeció, preguntándose si se trataría de él, el representante de Chatsfield al que habían estado esperando.

Fue a la ventana. Desde allí se veían hectáreas de vides. En ese momento, estaban casi todas desnudas, despojadas de sus hojas. No tardó en ver cómo un helicóptero se acercaba al césped que hacía las veces de rudimentario helipuerto cuando la ocasión así lo requería.

–¿Crees que será él? –le preguntó su abuelo acercándose a ella.

–¿Quién más podría ser? Está claro que es alguien a quien le gusta hacer una entrada triunfal.

Salieron a la terraza y esperaron a que se detuviera el motor del helicóptero. A pesar del frío que hacía, le hervía la sangre. Le dolía que ese hombre pudiera pensar que iba a conseguir impresionarlos llegando a los viñedos de una manera tan espectacular. Se abrió entonces la puerta del pasajero y su invitado salió del helicóptero dando un salto.

No pudo evitarlo, sintió que se le erizaba la piel.

Aunque andaba algo encorvado para protegerse de las hélices del aparato, vio que era bastante alto. Cuando se enderezó y pudo ver su cara, se dio cuenta de que tenía que ser un Chatsfield. Con esos rasgos cincelados y perfectos y su apariencia de chico malo, solo podía ser uno de los herederos de la cadena hotelera. Se intensificó el cosquilleo que sentía bajo su piel y no pudo evitar sentirlo también en sus pechos. Se cruzó de brazos y trató de convencerse de que estaba reaccionando de esa forma por culpa del frío que hacía allí afuera.

Cada vez estaba más molesta. No entendía por qué ese hombre los miraba con una gran sonrisa, como si estuvieran allí para darle la bienvenida.

–¿Es Angus Purman? –preguntó el recién llegado alargando la mano hacia su abuelo–. Soy Franco Chatsfield, encantado de conocerlo.

–Llámeme Gus, por favor –repuso su abuelo.

Franco estrechó la mano del anciano. A pesar de su edad, se la apretó con fuerza y no se le pasó por alto lo curtida que estaba su piel después de una vida de trabajo en el campo.

–Le presento a mi nieta, Holly. Ella es la verdadera jefa de todo esto –le dijo el anciano.

A Franco le sorprendió mucho oírlo. No se lo había esperado.

–Encantado, Holly –la saludó dándole también la mano.

No podía haber notado mayor contraste entre los dos apretones de manos. El del anciano había sido fuerte y directo. La mano de la joven, en cambio, era fría y suave.

El contacto había sido tan breve que Franco no estaba seguro de si de verdad había sentido una especie de electricidad al tocarla o si solo habría sido un efecto de su propia imaginación.

Lo que no se le había pasado por alto era que ella no había abierto la boca ni le había devuelto la sonrisa. No parecía contenta de verlo allí. La miró de arriba abajo. Llevaba unos pantalones de color caqui, unas sucias botas y un polo de manga larga con el logotipo del viñedo. Tenía un aspecto triste y apagado. No llevaba maquillaje, la única nota de color era la de sus ojos azules.

–Les pido disculpas si mi llegada los ha pillado por sorpresa –comentó él.

Pensó que quizás estuviera enfadada porque no había tenido tiempo para cambiarse y arreglarse antes de que llegara. Sabía que a las mujeres les gustaba acicalarse.

–No, claro que no. Lo estábamos esperando –le dijo el anciano.

–Lo que no esperábamos era que llegara en eso –añadió la mujer señalando el helicóptero.

Tal y como había adivinado, estaba enfadada con él. Aunque no entendía por qué.

–He tenido que venir en él desde Mount Gambier. Han cerrado el aeródromo de Coonawarra por culpa de la tormenta y mi vuelo no podía aterrizar allí.

–¿Y no podía haber alquilado un coche? –le preguntó Gus mientras hacía girar la silla para volver a entrar en la casa y le hacía a Franco un gesto para que lo siguiera.

–No –repuso él entrando tras él–. Bueno, nada que fuera adecuado…

Recordó el coche que le habían ofrecido. Era tan pequeño que habría tenido que conducir hasta allí completamente doblado.

–¿No les quedaba ningún Maserati? –le preguntó bromeando la joven–. ¡Yo también lo odio cuando me pasan esas cosas!

–Holly… –murmuró Gus mirando a su nieta por encima del hombro.

Aunque empezaba a sentirse algo molesto, Franco se esforzó por sonreír. Estaba allí con un montón de dinero y un contrato que ni un loco querría rechazar. Pero esa mujer lo estaba tratando como si no fuera bienvenido. No entendía qué le pasaba ni qué problema tenía con él.

El calor lo envolvió cuando entraron en el salón de la casa. Había una cocina en un extremo y un comedor dominado por una enorme mesa de madera en el otro. Una gran chimenea de piedra ayudaba a caldear el ambiente. No se había parado a pensar en lo que se iba a encontrar allí, pero lo último que se habría esperado habría sido una casa como esa. Le recordaba mucho a su propia villa en las colinas de Piacenza, a las afueras de Milán. Le parecía increíble sentir algo así cuando estaba al otro lado del mundo, en el sureste de Australia.

–Estábamos a punto de comer –le dijo Gus–. ¿Por qué no se sienta con nosotros?

–No, no se molesten, por favor –les dijo Franco.

Holly se fijó en su reloj de oro cuando levantó las manos. Parecía auténtico y muy caro. Tan caro y extravagante como sus zapatos de piel. Estaba segura de que se los hacían a medida y de manera artesanal. Vio que tenía los pies bastante grandes… No entendía por qué estaba pensando en eso.

Era alto, con pies grandes.

«¿Qué es lo que dicen sobre los hombres altos con pies grandes?», pensó entonces.

No pudo evitar sonrojarse, su mente la estaba traicionando.

Le dio la espalda a los dos hombres y fue a la cocina. Tomó el cuchillo y comenzó a cortar pan con más ímpetu del necesario. Estaba furiosa consigo misma. Ni siquiera le gustaba ese hombre, no entendía por qué estaba pensando en esas cosas.

–Un hombre no puede hacer negocios con el estómago vacío –le dijo su abuelo al recién llegado–. No es ninguna molestia, ¿verdad, Holly?

–No, claro que no –repuso ella–. Espero que le gusten los sándwiches de carne asada.

–Sí, por supuesto –le dijo Franco Chatsfield.

Había algo en su acento que le llamaba la atención. Se había imaginado que hablaría como un miembro de la clase alta británica, con ese aire de superioridad que parecía rodear a esa gente. Pero ese hombre tenía un acento diferente y recordó entonces que su madre era italiana.

–Así me gusta –comentó su abuelo–. Holly no solo hace el mejor vino de la región, sino que también es conocida por sus deliciosos sándwiches. Hace ella misma la salsa, ¿sabe?

–¿En serio? Vaya, qué suerte he tenido –repuso Franco–. Supongo entonces que he llegado en el mejor momento.

Holly vio que era uno de esos hombres que trataban de engatusar a la gente desplegando sus encantos. Preparó los sándwiches y los puso en una bandeja mientras añadía ese último descubrimiento a una lista cada vez más larga, la de cosas que no le gustaban de ese tipo.

Además de ser un Chatsfield y un encantador de serpientes, tenía un acento extraño, llevaba zapatos hechos a mano y relojes de oro y se permitía el lujo de contratar helicópteros cuando los simples mortales tenían que limitarse a alquilar un coche.

No le gustaban nada los hombres encantadores y ricos. No se fiaba de ellos.

Miró por encima del hombro a su invitado. Estaba conversando con su abuelo.

Había empezado a llover de nuevo y el fuerte viento estaba haciendo que la lluvia golpeara con fuerza los cristales de las ventanas. Era tanto el ruido que hacía la tormenta, que apenas podía oír lo que estaban hablando, pero sí podía observarlo.

Franco Chatsfield se había quitado la chaqueta y vio que llevaba un jersey de punto fino que se abrazaba a los poderosos hombros y al torso de ese hombre como una segunda piel.

Aunque era alto, también era fuerte y musculoso. Tenía esa capacidad que ya había visto en otras personas, gente que parecía llenar las habitaciones con su presencia, incluso un salón tan grande como el de esa casa.

Acababa de descubrir una razón más para odiarlo. Llevó la bandeja con los sándwiches a la mesa y volvió deprisa a la cocina, donde se sentía mucho más segura. Puso agua en la tetera mientras observaba cómo tomaba uno de sus sándwiches. Vio que tenía manos esbeltas, con largos dedos… Recordó entonces cómo había sido darle la mano cuando llegó y se presentó. Todavía podía sentir el cosquilleo en su piel, una especie de descarga eléctrica que le había parecido percibir en cuanto sus manos se tocaron.

Franco levantó en ese momento la vista y la sorprendió observándolo. Se quedó sin aliento y se dio rápidamente la vuelta para mirar por la ventana. Se dio cuenta de que mirarlo era peligroso. No entendía qué le pasaba.

–¿No va a comer? –le preguntó Franco.

Holly negó con la cabeza. No sabía qué le había pasado a su apetito, estaba demasiado nerviosa como para comer, demasiado ocupada lamentando que ese hombre hubiera tenido que ir a verlos.

–Tienes que enseñarle a Franco los viñedos cuando deje de llover –le recordó su abuelo–. Muéstrale nuestro suelo terra rossa, una de las razonas por las que nuestras uvas son tan buenas.

–Abuelo, ¿has mirado por la ventana? No es un buen día para salir a dar un paseo con nadie.

Sobre todo si eso significaba que además iba a tener que estar a solas con él.

–¡Tonterías! –replicó Gus mirando a su invitado–. Si Franco ha venido hasta aquí es porque quiere ver todo esto y aprender todo lo que pueda de nuestros viñedos y de la bodega, ¿verdad?

–Por supuesto –respondió Franco con una sonrisa algo forzada–. Mientras esté aquí, me encantaría ver todo lo que pueda.

–Excelente –repuso Gus golpeándose los muslos con las palmas de las manos.

Su abuelo parecía entusiasmado con la idea, pero ella no lo tenía tan claro. No le parecía que a Franco le hiciera demasiada ilusión salir a ver los viñedos. Supuso que le daría miedo echar a perder sus maravillosos zapatos de piel.

–Parece que ha amainado. Será mejor que salgáis antes de que vuelva a llover –les dijo–. Holly te dará un abrigo.

Franco se puso en pie.

–De acuerdo –murmuró el invitado–. Y, Gus, después del paseo, ¿podríamos sentarnos a concretar los detalles del contrato?

Holly se giró hacia él en cuanto oyó su sugerencia.

–No pierde el tiempo, ¿verdad, señor Chatsfield? –le dijo.

–Por favor, llámame Franco. Y no, no me gusta perder el tiempo. De hecho, traigo un contrato conmigo que ya está listo para ser firmado. Ya le expliqué los generosos términos a su abuelo por teléfono y sé que es la mejor oferta que van a tener.

–Me parece estupendo –le dijo Gus con los ojos brillantes–. Siento no poder acompañaros en el paseo, pero desgraciadamente estoy confinado a esta silla. Holly, estaré en el despacho, ¿de acuerdo? Tengo que buscar algo. Avísame cuando volváis y nos sentaremos juntos para hablar de ese contrato.

Se había abierto un poco el cielo, pero aún había oscuras nubes en el horizonte. Holly calculó que no tenían más de diez minutos antes de que volviera a llover con fuerza.

–Va a echar a perder sus elegantes zapatos en el barro –le advirtió ella mientras se ponía su viejo chubasquero.

–No pasa nada, solo son zapatos –le dijo él.

Holly sonrió mientras se ponía sus altas botas de goma. Creía que solo alguien como él, acostumbrado a usar zapatos hechos a mano, podía permitirse el lujo de decir que solo eran zapatos. Empezaba a ver que los Chatsfield tenían más dinero que sentido común.

Otro crimen que agregar a su ya larga lista.

Comenzó a andar delante de él, atravesando el empapado césped con sus botas de lluvia y con las manos metidas en los bolsillos de su chubasquero. No tenía que darse la vuelta para saber que Franco estaba justo detrás de ella. Podía sentirlo en su piel. Era como si el aire se hiciera más denso a su alrededor. Ese hombre era una nube negra más con la que tenía que lidiar ese día de tormenta. Al menos sabía que esa nube no tardaría mucho en esfumarse para volver a su mundo lleno de privilegios y escándalos.

Su abuelo le había pedido que fuera amable con él y respiró profundamente para tratar de calmarse y olvidar todo el resentimiento que sentía, pero no le gustaba nada ese hombre, ni su apariencia de galán de Hollywood, ni sus grandes pies ni sus largos dedos.

No sabía por qué, pero no podía reunir las fuerzas necesarias para olvidarse de todo lo que le desagradaba de ese hombre para ser amable con él.

Supuso que al menos podía intentar tratarlo de una manera más o menos civilizada. Después de todo, no iba a estar allí mucho tiempo y podía hacer ese pequeño esfuerzo.

–Tenemos unas cincuenta hectáreas de la mejor tierra de Coonawarra bajo estas vides… –comenzó ella.

Pero Franco no la escuchaba. Estaba demasiado distraído con lo que acababa de descubrir. Había visto la sonrisa de esa joven antes de salir de paseo con él. Había sido un gesto muy breve, solo había sonreído porque estaba segura de que él iba a echar a perder sus zapatos, pero había sonreído.

Y ese sencillo gesto había sido toda una revelación para él porque, cuando sonreía, era casi bonita. Cuando bajaba la guardia y sonreía, sus ojos azules se hacían más luminosos.

Había sido toda una sorpresa.

Holly lo llevó hacia un viejo edificio de piedra que estaba rodeado por enormes eucaliptos, vio que salía humo de la chimenea. Mientras le hablaba, solo escuchaba a medias, sin prestar demasiada atención a los detalles sobre las variedades de uva, el suelo o el rendimiento que le daban a esas tierras. No necesitaba tener tanta información. Pensaba irse de allí en cuanto consiguiera que firmaran el contrato y, entonces, no tendría que volver a preocuparse por Vinos Purman ni por esa joven que tan poco había hecho por ocultar lo que pensaba de él.