La vida te enseña - Patricia Galindo Aranda - E-Book

La vida te enseña E-Book

Patricia Galindo Aranda

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Beschreibung

La vida te enseña reúne ciento una historias con un poso real y cotidiano. Son muy breves, pero de ellas se puede extraer mucha sabiduría. La lectura de estos relatos y la reflexión que acompaña a cada uno de ellos permiten extraer, de modo natural, conclusiones prácticas para la existencia cotidiana que harán el trato con los demás, con uno mismo y con el entorno más fácil y agradable. Este libro demuestra que se puede vivir con coherencia y con paz, y que extraer una enseñanza nueva de cada día es posible: solo hay que tener los ojos mentales bien abiertos.

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Primera edición digital: febrero 2024 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Imagen de la cubierta: Patricia Álvarez Casal Maquetación: Eva M. Soria Corrección: María Luisa Toribio Revisión: Isabel Bravo de Soto

Versión digital realizada por Libros.com

© 2024 Patricia Galindo Aranda y José Galindo Gómez © 2024 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-19999-17-7

Patricia Galindo Aranda y José Galindo Gómez

La vida te enseña

Relatos inspiradores para aprender de nuestro día a día

Índice

 

Cubierta

Créditos

Portada

Agradecimientos

Prólogo

1. Mi vecina

2. Agua tibia

3. El aparcamiento mágico

4. La canica de cristal

5. Deseo inexacto

6. La sabiduría infantil

7. Las conchas del Mar Menor

8. El globo rojo

9. El prefijo pre

10. Rutinariamente

11. Acumulando problemas

12. El papel de un papel

13. Errores al pagar

14. Clavos

15. Enfermedad y muerte

16. Miedo a lo bueno

17. Burpees

18. No hay nada seguro

19. Cada gota de agua

20. El metro

21. La muerte

22. El funeral inspirador

23. Ni un Nobel

24. Limosnas

25. El planchazo

26. Tu voluntad

27. Querer aprender

28. La corbata

29. El acantilado

30. La guapura

31. Lo que un político piensa

32. La escayola

33. La torta gratis

34. El grano

35. Al que humo predica

36. Vendimiar es barato

37. Se fue con otro

38. El sueño

39. ¿Es de sabios insultar?

40. Fuego en tu mente

41. La línea verde

42. El especialista

43. La camiseta viva

44. Pagas con tiempo

45. La energía de dos amigos

46. Como un perro

47. Traslado mental

48. Poner ilusión en un curso

49. Dos estudiantes diferentes

50. El gorro perdido

51. Premiar el error

52. El periquito que murió por infarto

53. Trapos raídos

54. Hospitales

55. Aceptar y protestar

56. Mal amigo

57. El papel higiénico

58. Los retrasos

59. El Lamborghini

60. La levadura

61. El libro más inspirador

62. Encendidas, pero sin luces

63. El sintetizador

64. El consejo

65. La igualdad

66. Regañar

67. La coca de mollitas

68. Calcetines duraderos

69. Mis cicatrices molan

70. Enfadarse es de humanos; pedir perdón, también

71. Las expectativas de vida

72. Custodia

73. Tienes tiempo para todo lo que de verdad quieras

74. Si quieres, voy

75. Jefes y subordinados

76. Resistiré

77. Correr o esquivar

78. Entender

79. Resistiendo al frío, un poco

80. El poder del tono

81. Cosas de la informática

82. Con volantes y a lo loco

83. La bicicleta

84. El buen suspenso

85. La matrícula de honor

86. Chocolate de premio

87. Plantamos árboles y no llueve

88. Presumir de marca

89. Más duchas frías

90. El reloj en el bolsillo

91. Svetlana, la profesora de yoga

92. Algo sin importancia

93. No escuchamos

94. GPS

95. Regalos de corazón

96. El superhéroe

97. Escuchando en silencio

98. Nunca tienes la verdad

99. Gimnasia

100. Descubre lo que te gusta

101. ¡Qué malo es tener buena memoria!

Otros libros de José Galindo Gómez

Mecenas

Contraportada

Agradecimientos

 

A Estela Berzal Martínez y a Yesenia Serpa, por sus invaluables aportaciones literarias.

A Teresa, Estela, Carletes y Diego, por sus generosas contribuciones al crowdfunding que hizo posible este libro, y también, por supuesto, a todos los demás mecenas y a la editorial que confió desde el principio en esta pedagógica locura.

Prólogo

 

Este libro tiene sus raíces inspiradas en la India, un país con grandes desigualdades y bastante pobre en lo material, pero tremendamente rico en intangibles (espiritualidad, sabiduría vital…). Por desgracia, el dinero tangible está entre las cosas más apreciadas, especialmente en esos países que se sienten superiores porque su PIB es excesivo. Hay que ser muy ignorante para seguir usando el PIB como medida de riqueza o bienestar, pero ese es otro asunto. El sabio sabe que la avaricia empobrece. Te empobrece también porque te hace sentir pobre.

La idea de este libro nace de otro titulado 101 cuentos clásicos de la India (Edaf, 1995), una magnífica recopilación del maestro de yoga Ramiro Calle. Al leer el libro, mi hija Patricia se preguntó si en nuestra cultura occidental nuestras vidas no pasan por episodios que nos permitan aprender valiosas enseñanzas. La respuesta es claramente afirmativa. Todas las vidas —en todas las culturas— tienen miles de oportunidades para aprender preciosas lecciones, muchas veces universales. Tan solo hay que estar atentos. Las oportunidades para aprender se ofrecen casi a cada instante. Unas son fáciles de interiorizar y otras…, bueno…, otras pueden requerir varios tropiezos antes de entenderlas y asimilarlas del todo.

Con esta obra pretendemos dos cosas, aunque intentaremos ser felices incluso sin conseguir ninguna. Por una parte, queremos compartir con toda la humanidad nuestras experiencias y lo que hemos aprendido. Y por otra, buscamos incitar a que los lectores estén atentos, a partir de ahora, a las cosas que pueden aprender de lo ordinario, cada día. El libro no tiene historias de aventuras formidables, sino cuestiones cotidianas, pero sorprendentemente didácticas, para el que entrena su ojo.

Una de las cosas más curiosas es que las lecciones más importantes que la vida nos ofrece son como verdades absolutas. Son útiles aquí y en cualquier lugar del universo. ¿O acaso no?

En los blogs Historias incontables[1] y BlogSOStenible[2] regalamos otros relatos con los que aprender y reflexionar. Sírvase usted mismo.

José Galindo Gómez

[1]https://historiasincontables.wordpress.com/

[2]https://blogsostenible.wordpress.com/

1. Mi vecina

 

Elsa, mi vecina, tendrá unos setenta años. Puede que alguno menos. Es de origen alemán y bastante introvertida, como yo. Por eso, cuando ambos coincidimos en el ascensor, viajamos en silencio. Reconozco que puede parecer algo incómodo, pero es más bien relajante, porque supongo que ambos sabemos que no tenemos necesidad de hablar por hablar.

Cierto día empezó a caerme peor. Me la encontré intentando meter en el ascensor una pesada caja. Sin pensarlo, me puse a ayudarle. De forma un tanto airada, ella rehusó mi ayuda con un tono con el que nunca me la había imaginado:

—No. No necesito tu ayuda. ¡Por favor, déjame tranquila!

Le pedí disculpas y me escapé escaleras arriba rumiando mi sorpresa y derramando un enfado contenido.

Meses más tarde, un vecino me contó que a Elsa la habían operado de la cadera y que estaba ya de vuelta en casa. Al llegar al portal de mi casa, me la encontré cargada con cuatro bolsas que parecían bastante pesadas. Elsa balanceaba el cuerpo como si le costara mantener el equilibrio. Sin tener en cuenta su reacción de meses atrás, le quité las bolsas de sus manos al tiempo que le decía:

—Déjame que te ayude.

—Muchas gracias —contestó con voz afable—. Pensaba que no llegaría a casa.

֎ La vida te enseña: la reacción de los demás nos invita a reflexionar, pero si creemos que nuestros actos son correctos, no debemos alterarlos ni alterarnos.

2. Agua tibia

 

¿Alguna vez habéis tenido un día de esos en lo que todo te sale terriblemente mal? Nunca olvidaré que sufrí unos diez días como esos, pero condensados en una sola tarde de invierno. Tuve problemas en el trabajo y problemas con mi pareja, pinché la rueda de mi bici, un camión me salpicó el agua sucia de un charco grasiento, se rompió la lavadora, perdí la cartera…, y otras desgracias que no sé cómo conseguí borrar de mi memoria.

Llegué a casa llorando, con la desesperación palpitando por dentro y tiritando de frío por fuera. Tras una ducha rápida, me frustré buscando alguna infusión por la cocina. Entonces, me calenté ligeramente un vaso de agua y, mirando la lluvia por la ventana, me sentí en paz. Todo se arreglaría.

֎ La vida te enseña: sentirse bien es fácil hasta con un vaso de agua, pero a veces nos resistimos a ser felices con las cosas simples.

3. El aparcamiento mágico

 

Vivimos con prisas. Somos puro estrés. A veces lo sufrimos sin pensar, como si fuera natural. Algunos son tan ignorantes que hasta presumen de vivir estresados. Nos apuntamos a más cosas de las que podemos hacer bien. Nos dejamos la vida para cumplir nuestros compromisos aunque sea de forma mediocre. Puede que vivamos así para sentir que estamos vivos, o acaso para alimentar la vana ilusión de dejar algo imperecedero.

Uno de esos días estresantes, llegaba tarde a una importante reunión en las oficinas centrales de mi empresa. Tenía que encontrar rápido un lugar donde aparcar o mi equipo no conseguiría valiosos beneficios. Todo dependía de que fuese puntual. Detrás de mi parabrisas, oteaba las hileras de coches aparcados buscando un hueco. En un momento, como por intervención divina, vi un coche que iba a salir de su aparcamiento. Con ímpetu, puse mi intermitente, y al instante siguiente tuve que apagarlo. El coche que circulaba justo delante de mí se apropió del hueco que ya había supuesto que sería mío.

Injustamente, me enfadé con el conductor del coche por quitarme algo que no me correspondía. Me enfadé con el destino y grité al cielo de rabia. Ojiplática, quinientos metros más adelante encontré una plaza mucho mejor. Más grande y más cerca de mi destino. Llegué a tiempo y mi equipo salió airoso.

֎ La vida te enseña: cuando algo sale mal, el estrés no ayuda, y es posible que el destino nos ofrezca algo mejor quinientos metros más adelante.

4. La canica de cristal

 

Tenía que entregar un importante informe y el plazo acababa al día siguiente. Aunque a veces es inevitable, me enfado cuando tengo que llevarme trabajo a casa. Aquella tarde me concentré en el ordenador. Mientras, mis dos hijos pequeños jugaban entretenidos entrando y saliendo. De repente, ambos estallaron a gritar como si quisiesen derribar el edificio. Los pequeñajos estaban peleándose, lanzándose improperios y amenazándose con los dientes visibles.

Me quedé de piedra cuando supe que el motivo de tan ruidosa pelea era una canica de cristal. Aunque tenían muchas otras, ambos querían tener justo esa bola. Deseaban esa canica concreta por encima de todos los demás juguetes. Para ellos debía de ser lo más valioso del mundo. En cambio, para mí era una simple canica.

Entendí que cuando nos enfadamos, seguramente nos enfadamos por una simple bola de cristal, por algo que tiene todo el valor que queramos darle, pero que difícilmente tiene una importancia absoluta.

֎ La vida te enseña: cuando pones las cosas en un contexto amplio percibes que su importancia cambia y que hay menos argumentos para enfadarse. Esos motivos son, finalmente, simples canicas de cristal. Relativiza los problemas y adáptate al cambio. Como dijo Bruce Lee: «Be water, my friend».

5. Deseo inexacto

 

Mi ciudad tiene buenas características para moverse en bicicleta (pocas cuestas, buen clima…). Sin embargo, todo el mundo me advertía del peligro de circular entre tantos coches en hora punta. Aunque seguí pedaleando, el miedo se apoderó de mí y deseé con fuerza un carril bici que me permitiera una movilidad sostenible y segura. Sorprendentemente, en pocas semanas hicieron una senda especial para bicis que abarcaba gran parte del recorrido que yo necesitaba.

Al principio estaba eufórico. Con el rodar del tiempo fui dándome cuenta de que aquel carril no era tan bueno como había imaginado. Su diseño me hacía avanzar más lento, con lo que llegaba tarde a mis obligaciones. El carril bici estaba puesto encima de la acera, en la que simplemente habían pintado de color una parte del espacio que pertenecía a los peatones, que, de hecho, compartíamos con ellos. Era imposible —y peligroso— alcanzar una buena velocidad, porque niños y adultos se cruzaban por el carril bici. También estaba lleno de otros obstáculos: escalones, bancos y contenedores de reciclaje mal colocados; farolas demasiado cerca; giros bruscos que obligaban a reducir la velocidad, etc. Era obvio que el diseñador de ese carril bici no era un ciclista habitual.

Al final, decidí circular, de nuevo, con los vehículos motorizados. Era más seguro y más rápido. Y ahora, casi cada día, hay conductores que me recriminan que no utilice el maldito carril bici. Ellos no entienden lo que pasa porque, como el diseñador, tampoco han probado a circular en bici.

֎ La vida te enseña: el universo puede concederte todo lo que quieras, pero casi nunca sabemos bien lo que queremos. Párate y piensa si lo que deseas para tu vida es tan bueno como crees.

6. La sabiduría infantil

 

Ya sabéis que no me gusta llevarme trabajo a casa. Os prometo que no lo hago…, casi nunca. Pero cuando no tengo más remedio, no puedo hacer otra cosa (menuda frase más absurda).

Mi jefe me ordenó que escribiera un artículo para un congreso, y el deadline (fecha máxima) acababa dos días después. Para mí era casi imposible prepararlo todo con esa urgencia. Arañé horas al sueño y horadé tiempo de juego con mis hijos. El último día de plazo, ellos querían ir al parque a pasear con sus bicicletas, y yo estaba agarrado al ordenador, aporreando el teclado nerviosamente.

Ellos me pedían una y otra vez: «Papá, vamos al parque…». Yo ni siquiera contestaba. No tenía tiempo. Ellos insistían, erre que erre. Yo callaba, concentrado. Ellos subían el tono. Yo intentaba no alterarme. Ellos gritaron. Y al fin, agoté mi paciencia y estallé:

—¡Sileeeeencio! —vociferé, alzando los brazos—. ¿No veis que estoy trabajando? Tengo que entregar esto hoy mismo y no tengo tiempo.

—Pero, papá… —intentó decirme algo el más pequeño.

—¡Silencio! —interrumpí—. ¡Necesito concentrarme!

Tras varias interrupciones, decidí escucharle para que me dejara continuar con mi trabajo:

—Papá, ¿por qué no pides que te den más tiempo?

Me quedé paralizado. El bolígrafo se me fue de las manos. Respiré hondo y me dirigí a ellos, que me miraban con sus grandes ojos:

—Nos vamos al parque. Coged las bicicletas.

Sin más, les escribí a los organizadores del congreso rogando cuarenta y ocho horas más para enviarles mi propuesta. Al volver del parque, ya me habían contestado afirmativamente.

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