La vuelta al mundo, de un novelista Tomo II - Vicente Blasco Ibañez - E-Book

La vuelta al mundo, de un novelista Tomo II E-Book

Vicente Blasco Ibanez

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Beschreibung

Segundo volumen de la trilogía de viajes del autor Vicente Blasco Ibáñez en las que recoge sus impresiones a lo largo de diferentes periplos por todo el mundo, desde las américas al Asia menor o lo más profundo de África. En estos textos aparecen curiosidades geográficas, políticas, culturales y contrastes con los propios rasgos españoles. El primer volumen abarca los viajes por China, Macao, Hong Kong, Filipinas, Java, Singapur, Birmania y Calcuta.-

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Concepción Gimeno de Flaquer

La mujer española

ESTUDIOS ACERCA DE SU EDUCACION Y SUS FACULTADES INTELECTUALES precedidos de una curia-prólogo DEL ACADÉMICO EXCMO.SR. D. LEOPOLDO AUGUSTO DE CUETO.

Saga

La mujer española

 

Copyright © 1877, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726509212

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

es propiedad de la autora.

Á S. M. EL REY DON ALFONSO XII.

Señor:

Al ver al frente de nuestra nacion un Monarca tan ilustrado y de sentimientos tan caballerosos, imaginé que podria serle simpática la idea que anima mi libro, y se lo ofrecí alentada por la más risueña esperanza.

Cuando tuve el honor de leer á V. M. algunos capítulos de la obra inédita, en cuya lectura fuí galantemente interrumpida por los halagadores elogios que V. M. me tributó, la esperanza se convirtió en bellisima realidad, elevando mi entusiasmo al más alto grado.

No era mi alegría hija de la vanidad literaria satisfecha sentimiento más noble inundaba de gozo mi corazon. Miéntras V. M. saludaba con aplauso la bandera de progreso que ha de regenerar á la mujer, yo vislumbraba para ésta dilatados horizontes, y un porvenir más placentero, debido á la generosa proteccion de V. M.

Hoy, al tener la honra de entregar á V. M. el libro impreso. manifiesto á V. M. la más profunda gratitud, en nombre de mi sexo, por las bondadosas frases que éste ha merecido á la delicada cortesía de V. M.

 

Señor:

B. L. R.M.de V. M.,

María Concepcion Gimeno.

La mujer debe encender la antorcha de la civilizacion y enarbolar la bandera del progreso, junto á la cuna de sus hijos; pues léjos de éstos, la mujer es un sér incompleto.

. . . . . . . . . . . . . . .

EXCMO. SR. D. JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.

Querido amigo y compañero: Es antigua la manía de escribir prólogos, y tan antigua como ella es tambien la instintiva aversion que suelen inspirar á los lectores. Por regla general, el prólogo es un escrito insulso que nadie lee. ¿Y cómo no ha de ser antipático por naturaleza, si nadie acierta á comprender su objeto de un modo satisfactorio y favorable? Si explica, es demostracion de que el libro es confuso ó incompleto; si encomia, es lisonja de amigo ó astucia de librero; si censura, es contrasentido ó perfidia.

Un antiguo escritor castellano ( 1 ), decidido á escribir un prólogo á regañadientes, decia con donairoso desenfado: «Contra los autores de prólogos quisiera yo, en lugar de prólogo, componer una sátira». Y sin embargo escribió el prólogo; y así han seguido las generaciones sucesivas, escribiendo prólogos; es decir, haciendo obstinadamente aquello mismo de que se burlan, y demostrando, en esto como en todo, que el hombre es, ha sido y será siempre esclavo de sus rutinarias tendencias y juguete de sus condiciones.

Una señorita (doña Concepcion Gimeno) dotada de todas las prendas intelectuales que dan vuelo, esplendor y gala á la fantasía, acaba de escribir un libro acerca de La Mujer, y desea darlo á la estampa, precedido de algunos renglones mios. No me explico el deseo; pero agradezco la honra inmerecida que se me dispensa, y me rindo gustosísimo á la obligacion que me imponen de consuno la cortesía y la admiracion.

No vaya usted á temer, amigo mio, que le moleste con una detallada descripcion del libro. No puedo hacerlo por várias concluyentes razones. Una de ellas es el no querer anticipar al lector las bellezas que el libro encierra, para que las saboree por sí mismo, y la más poderosa, porque no lo he leido. Me lo ha leido la autora, y usted sabe que estas pérfidas lectoras producen en el ánimo la hechicería y engañosa fascinacion que los poetas atribuyeron al canto de las sirenas. Imagine usted una bella jóven de veinticuatro años, que con voz dulce y sonora sabe hacer vibrar en el alma todas las inflexiones de los afectos humanos, que expresa el sentido con propiedad y con calor, pero sin exuberante vehemencia, que lee, en fin, como el rey Alfonso XII ó como Ventura de la Vega, que son las dos personas que yo recuerdo haber oido leer con mayor perfeccion en España, y comprenderá usted fácilmente que la lectura de este libro ha sido para mí una cadenciosa melodía que no deja pensar, sino sentir el deleite estético, y que penetra más en el corazon que en la rázon austera y fria.

Lo que aún vive en mi memoria de la impresion que me dejó la fascinadora lectura, es la espléndida abundancia que hay en el libro de poéticas imágenes, de brillantes pensamientos y de encumbrados sentimientos.

Resplandecen en él las galas del ingenio, la elegancia del estilo y las peregrinas cavilaciones del sentimiento.

La señorita Gimeno posee el dón de hermanar en su estilo cosas que suelen ir separadas como de índole divergente en los escritos de los demas. Discute como un polemista escolástico, idealiza como un filósofo espiritualista, aconseja y dispone como un moralista cristiano; canta, siente y pinta como un poeta. Y todo simultánea y desembarazadamente, en una singular y sabrosa amalgama, en que andan juntas de un modo natural y ameno la dialéctica del razonador apremiante y el vuelo de una imaginacion soñadora y ambiciosa.

Este peculiar carácter de estilo resalta en la animada apología que hace la autora de la madre y de la maestra, en la bella pintura de las facultades estéticas de la mujer, y principalmente en el capítulo en que presenta al tedio, que sólo cabe en almas ociosas y descaminadas, como el enemigo del hogar, como enfermedad moral que envenena la vida y acaba con el sosiego, con la alegría, con la dignidad de la familia.

Da muestra insigne de cordura la señorita Gimeno, cuando declara á la mujer el elemento principal del progreso humano dentro de la familia, y con razon afirma que fuera de ella es la mujer un sér incompleto.En efecto, ese santo temor de Dios que entre dulces caricias infunde la madre á sus hijos, en los albores de la vida, es la mayor riqueza del alma; y tal y tan consistente, que no hay corazon, por corrompido que parezca, que no sienta cierto inefable estremecimiento de ternura y respeto al recuerdo de aquellas puras palabras y oraciones, que como la voz de un ángel se oyeron en la infancia, de los labios de una madre amorosa y cristiana.

Fuera de la familia está la mujer política, y la mujer política es una de las cosas más anómalas, irrisorias é inadecuadas que ha creado la vanidad moderna. Ella no puede realizar para sí los sueños de ambicion personal que son en el hombre la fuerza y la disculpa de las pasiones públicas. Los perturbadores engreimientos de la política entibian el santo fervor de los afectos y de los deberes del hogar, y la mujer no entra en tales afanes sin salir de su natural esfera, la familia, donde están en realidad su hechizo, su ventura, su ascendiente moral, su civilizador imperio. Al hablar de esto, viene de suyo á la memoria lady Esther Stanhope, la famosa sobrina de William Pitt. Es el prototipo de las mujeres políticas de los tiempos modernos. De ella decia el anciano rey Jorge á su ministro: «Que era un hombre de Estado y que tenia todas las altas prendas de nuestro sexo y del suyo». Era en verdad lady Stanhope, por su perspicacia y su talento, muy superior á las ambiciosas medianías de que se complacen en rodearse los políticos eminentes; pero le faltaba la cualidad esencial de la mujer: no sabía amar. Dotada de temple masculino, dejó á la ambicion avasallar por completo su alma, y cuando murió Pitt, que era en realidad la luz triunfante que reflejaba en ella, no pudo tener sufrimiento para la indiferencia y el desvío de los aduladores de Canning, y se retiró á un rincon escarpado del Líbano; prefiriendo á los apacibles y sanos deleites de la familia, ser Reina de Tadmor, esto es, soberana aparente de un puñado de aldeanos semisalvajes drusos y maronitas. Allí murió, soltera, arruinada, sola, infeliz, devorando con loca pertinacia las angustias de su desesperacion, de su inutilidad y de su aislamiento. Ni amó, ni fué amada: estas pocas palabras encierran la triste historia de tan brillante mujer política. Leccion amarga para aquellas que, ahogando sus instintos de mujer, truecan los dulces afectos y los sagrados afanes del hogar por los acres deleites de la vida pública, triste patrimonio del hombre, que no es en ella por lo comun sino juguete y mártir de la ambicion y de la soberbia.

La historia presenta ejemplos innumerables de mujeres ilustres que han conquistado gallardamente los laureles del hombre. El Padre Feijóo, en su Defensa de las Mujeres, recuerda muchos ejemplos de valerosas guerreras que han dejado memoria por su denuedo en los anales de todas las naciones antiguas y modernas. Allí hay várias Juanas de Arco, romanas, dinamarquesas, italianas, francesas y españolas, entre las cuales descuella la famosa heroína gallega María Pila, vencedora de los ingleses en tiempo de Felipe II. Hasta encuentra Feijóo una segunda Monja Alférez en Ana de Baux, gallarda flamenca que, en las guerras del siglo XVII, por su militar esfuerzo mereció ser nombrada teniente de una compañía, y escondió su sexo, viviendo entre soldados, con igual maravillosa fortuna y perseverancia que nuestra guipuzcoana doña Catalina de Erauso. Pero estas mujeres que manejan con tan varonil vigor la rodela y la espada, é impávidas derraman sangre en las batallas, desmienten su sexo: son más hombres que mujeres; son las viragos de los romanos, que causan asombro, pero no simpatía.

La señorita Gimeno, á pesar de ser tan justamente admirada por los hombres, les manifiesta cierta ojeriza. Los supone sin duda contagiados del paganismo griego, que envilecia á las mujeres y les cerraba las puertas de la inteligencia. No tiene razon. El hombre de nuestros dias no puede desear que la compañera de su vida sea incapaz de entrar en la atmósfera de luz intelectual donde él siente y respira. La comunicacion íntima de las ideas suele ser pábulo del entendimiento, y á veces despertador del genio. Sólo los estúpidos pueden preferir la mujer ignorante á la mujer ilustrada y modesta.

Es indudable que la sociedad trata á menudo á la mujer con visible injusticia y la censura por todo lo bueno que hace. Si cultiva las letras, es una marisabidilla pedante y engreida; si habla con interes de los infortunios ó de las venturas de la patria, es una mujer política, enfadosa é intrigante; si consagra noblemente su tiempo y su dinero á obras de caridad ó de enseñanza, es una taimada que busca por este camino triunfos de vanidad; si analiza, aunque sea con sobriedad y buen gusto, las telas de moda y los adornos del tocado, es una mujer insustancial; si explica el órden interior de su casa, es prosaica y vulgar; si va á la iglesia en busca de las bendiciones del cielo, es una gazmoña que intenta echar un velo con su hipocresía sobre sus pecados secretos; si habla mucho, con viveza y gracia, es bachillera y maldiciente; si por modestia y timidez habla poco, es boba.

Pero no son responsables los hombres sólo de estos arbitrarios y errados juicios de la opinion vulgar. Las mujeres son las mayores enemigas de las mujeres, y ellas son las que principalmente suelen mirar con envidia y saña á todas aquellas que el talento ó la suerte coloca sobre un brillante pedestal. Esta injusticia para con las mujeres no puede achacarse exclusivamente á los hombres, sino á la sociedad entera, á la intolerancia de las gentes, á la incurable malevolencia humana.

Insignes escritores dicen: «El hombre es la fuerza, la mujer la belleza». La señorita Gimeno se rebela contra la manoseada clasificacion de el sexo fuerte y el sexo débil. Esta afirmacion dogmática de la debilidad de las mujeres le parece sin duda una sándia invencion, humillante para el sexo hechicero que ejerce en el mundo un poder soberano. La ingeniosa escritora tiene en este punto razon completa. Trivial arrogancia y pobre impulso del ánimo ha sido en los hombres declararse fuertes, como haciendo alarde de superioridad y dominio. Si se refieren á la fuerza material, ¡pobre superioridad del hombre aquella en que los brutos le aventajan! Si se levanta la idea á la esfera filosófica de las fuerzas morales, entónces la cuestion es muy diferente: acaso el hombre no saliera bien librado en el análisis comparativo de las facultades poderosas que influyen con mayor eficacia en el desarrollo, en la direccion y en el equilibrio de los impulsos íntimos del alma, y por consiguiente en la marcha y en el acrecentamiento de la civilizacion verdadera.

Pensar que los hombres desdeñan y escarnecen el talento de las mujeres, sólo porque á ellas pertenece, es error insigne. Lo que el mundo mira con indiferencia y á veces con cansancio y desvío, y esto así en los hombres como en las mujeres, es la medianía; y no la medianía modesta, que ama y cultiva sin estrépito las artes y las letras por el deleite que proporcionan y por la elevacion y cultura que traen al alma, sino la medianía gárrula y ostentosa que más que con la inspiracion y con el genio, pretende conquistar la gloria con la presuncion y con la audacia. Esto en la mujer es imperdonable, porque yerra su camino, desatiende las sagradas tareas de la vida íntima y malogra su ventura. Pero que la mujer pensadora, mística, artista, poetisa ó novelista, sienta su alma encendida con un rayo de la luz del cielo, y se llame Aspasia, Mme. de Staël, Santa Teresa, Angélica Káufmann, Mlle. Mars, Jorge Sand ó Fernan Caballero, y entónces no brotan en los labios de nadie sonrisas de burla y de desden, sino acentos de admiracion y aplauso, y la historia prodiga inmortales coronas á aquellas ilustres mujeres que lograron ser orgullo de su sexo y gloria de su patria.

El entendimiento sano y vigoroso, la inspiracion verdadera, el sentimiento estético, profundo y delicado, cobra siempre en el mundo su legítimo imperio, y triunfa de todos los obstáculos que suscitan á la mujer leyes, preocupaciones y costumbres. Véase, por ejemplo, la mujer de la Grecia antigua, cuya condicion social fué tan diversa segun los tiempos y las instituciones. La mujer de la Grecia heroica, esto es, la mujer homérica, buena ó mala, sublime ó perversa, es siempre grande y soberana en sus virtudes y en sus crímenes. Como la mujer de la Biblia, de los Vedas, de los Niebelungen, de los poemas y cuentos caballerescos de la Edad Media, tiene accion, tiene espontaneidad, tiene influencia propia y directa en la vida social. En el período histórico de la democracia griega, la mujer se convierte en un sér sin alma, sin ascendiente moral, sin albedrío. La descripcion que hace Jenofonte de la mujer perfecta, demuestra que los griegos de entónces no veian en la esposa más que una despensera ó un ama de llaves. Esclava de su marido, esclava de sus hijos, vegetaba en un rincon del gineceo, vigilando los quehaceres domésticos, la cocina, el horno del pan, las telas fabricadas en casa, los vestidos, el aseo doméstico, la salud de los esclavos. En su tumba solian esculpir un freno, una mordaza y un buho, emblemas de economía, de silencio y de vigilancia.

Tucídides pone en boca de Platon estas palabras: «La verdadera gloria de la mujer consiste en que no haga hablar de ella ni en mal ni en bien».

«Detesto á las sábias,—dice el Hipólito de Eurípides:—léjos de mí y de mi casa la que levanta su entendimiento más alto de lo que cuadra á una mujer.»

Basta de ejemplos, que podrian multiplicarse al infinito. Esquilo y Sófocles, que se inspiran en la grandeza heroica de Homero, y Píndaro, apegado á las antiguas tradiciones nacionales y enemigo de la flamante democracia y de los aduladores del populacho, son los únicos que glorifican á la mujer y conservan en su frente la divina aureola del genio y de la gloria.

Pero no hay mordazas morales que basten á comprimir en ningun sér humano la expresion de las emociones internas del alma, cuando ésta sube á los nobles espacios de lo bello y de lo ideal. Entre aquellos mismos hombres del pueblo tirano, como llama á Aténas Aristófanes, que se reservan como un monopolio el derecho de pensar y sentir, y viven casi exclusivamente con la vida turbulenta del ágora, donde no cabe la mujer, la mujer se abre paso por la sola fuerza del talento, para brillar en el mundo de las artes y de las letras, y avasallar con el embeleso de su ingenio á los hombres de Estado, á los filósofos, á los artistas y á los poetas.

Al lado de la mujer honrada, comprimida y menospreciada, se levanta la hetaira, (amiga, compañera), la mujer de la elegancia, del ingenio, del placer y de la cultura: es música, cantora, filósofa, pintora, poetisa. No hay que confundirla con la traviata de nuestros dias, sér raquítico y repugnante, que, para prosperar, no necesita más que corrupcion, codicia, hermosura y descaro. El ascendiente de la hetaira fué y no podia ménos de ser inmenso en aquella extraña sociedad de Aténas, donde tan fácilmente se prescindia de la pureza moral para prodigar incienso y oro al deleite, al arte y al orgullo. El esplendoroso, bello é inconstante Alcibiádes, el Don Juan Tenorio de Aténas, rindió por completo su corazon á la famosa Timandra, que, aún más que por su hermosura, brillaba por su elegancia y por su peregrino y cultivado entendimiento. Perícles vivió á los piés de Aspasia, que, colocada al nivel intelectual del orgulloso dictador, le inspiraba grandes ideas, y le ayudaba en sus tareas oratorias ( 2 ). Sócrates la visitaba, y decia que aprendia de ella. El ideal Platon se dejó cautivar por el hechizo de la instruida y discreta Arqueanasa. Herpílis avasalló con su talento á Aristóteles; Lagisca á Isócrates. Interminable es la lista de las hetairas que ejercieron poderoso ascendiente intelectual en el ánimo de los varones eminentes de la Grecia. Ellas reinaban en la opinion sobre la moda, sobre la poesía, sobre los cuentos milesios (las novelas de entónces), sobre el renombre de los escritores y de los artistas. Eran, si bien, con diferente forma y medida, lo que son hoy dia las damas del gran mundo, cuando refleja en ellas la luz celestial del gusto y del ingenio. La hetaira, llevada del sentimiento artístico que en Aténas lo dominaba todo, comprendió que la mujer no puede ejercer sobre el hombre imperio grande y duradero, si se limita á la fascinacion de los hechizos exteriores; fascinacion efímera como todo cuanto se funda exclusivamente en la materia. Dejó á la matrona y á la doncella del hogar doméstico la rastrera existencia de la oscuridad y del olvido, y alcanzó la inmortalidad y el dominio, compartiendo con los hombres los deleites del alma. Nació esclava, la inteligencia la hizo reina.

¿Qué les faltaba?... El pudor, magia divina de la mujer, que llega hasta el fondo del corazon del hombre honrado; el sentimiento de los santos deberes de la familia. Poner un abismo entre la virtud y la cultura intelectual de la mujer, fué uno de los grandes errores de aquella inquieta y corrompida Aténas.

El Cristianismo, con su idealidad mística, transforma á la mujer y, por decirlo así, la diviniza en la celestial figura de María. La mujer cristiana sabe hermanar el desarrollo de su entendimiento con los nobles y sagrados deberes del hogar, la modestia con la gloria; la discrecion, el talento y la gracia con la elevacion moral.

No queria yo, amigo mio, hablar de la mujer, asunto hábil y elegantemente tratado por la señorita Gimeno, y para el cual me siento incompetente, porque he mirado siempre á la mujer como un sér privilegiado, digno de admiracion y culto, sin haberla podido comprender jamás. Usted que. como yo. la admira, y mejor que yo la comprende, permítame que copie á continuacion su ingenioso y gallardo romance Ellas y ellos. La señorita Gimeno verá en él que, si hay hombres de tan menguado alcance que se atreven á comparar, como en un ridículo certámen, las excelencias del hombre y de la mujer, los escritores de sano y alto númen no titubean en dar la palma al sexo hermoso, que junta á las prendas del hombre las muchas y delicadas perfecciones de corazon y de fantasía, que hacen á la mujer el enigma, la gloria y el embeleso del mundo entero.

 

Leopoldo Augusto de Cueto,marqués de Valmar.

ELLAS Y ELLOS.

ROMANCE.

Años há que hay en el mundo

reñidísima cuestion

sobre cuál, de hombre y mujer,

es en lo moral mejor.

Cada uno defiende el pleito,

pidiendo sentencia en pro;

y á falta de juez, que pueda

fallar sin apelacion,

uno y otro litigante

se proclama vencedor.

Satisfechos de este modo

entrambos con su opinion,

viven en tregua apacible

hombres y mujeres hoy,

y para el dia del juicio

se aplaza la decision,

que á ellas y ellos manifieste

quién acertaba y quién no.

Pero como á cada riña

que tienen hembra y varon,

la suspendida contienda

se renueva con calor,

y es en circunstancia tal

la salida de cajon

decirse ambos, al sacarse

todos los trapos al sol:

«ustedes son los peores,—

ustedes sí que lo son»;

yo, sin ánimo de hacerme

de ninguno defensor,

quiero agregar á los autos,

por vía de ilustracion,

unos apuntes históricos,

obra de ignorado autor,

que hallé por casualidad

en un viejo cronicon ( 3 ).

Cuando el Poder Infinito

la obra del mundo acabó,

al poner á hombre y mujer

en su plena posesion,

árbitro de su destino

hizo al hombre el Criador

Todos los vicios y males

encerrados se los dió

en una caverna horrible,

segurísima prision,

de cuya puerta de acero

la llave al hombre fió.

Las virtudes y placeres,

en tanto, á su discrecion

dueños del orbe quedaron:

edad venturosa, ¡ay Dios!

y tanto más envidiable,

cuanto más breve pasó!

Tuvo una vez la mujer

el deseo tentador

de ver qué clase de gente

guardaba aquella mansion;

pues conociendo de trato

la paz, el gozo, el amor,

quiso conocer de vista

y oir un rato la voz

á la tristeza, la envidia,

la cólera y la ambicion.

Cogió por desgracia un dia

al hombre de buen humor;

cogióle luégo la llave,

y sin más meditacion

fué á la gruta, y para abrirla

la osada mano tendió.

Los firmes ejes del mundo

se estremecieron al són

que hizo la llave al girar

de su punto en derredor.

Abrió la puerta; los vicios

salieron en peloton,

y tropezando de golpe

con la mísera que abrió,

hicieron en ella presa

sin ninguna compasion.

El hombre, que estaba léjos,

mejor al pronto libró,

pues al fin pudieron sólo

entrar en su corazon

los vicios que, por salir

con ligereza menor,

no hallaron en la mujer

desocupado rincon.

Pero esta desigualdad

pronto desapareció:

pues llorando la curiosa,

aunque algo tarde, su error,

en busca de su consorte

guió la planta veloz:

abrió el esposo los brazos;

ella en ellos se arrojó;

y al seno del hombre entónces

pasaron sin dilacion

todas las calamidades

con que la mujer cargó;

heredando al abrazarla

cuanta humana imperfeccion

dejó á la naturaleza

la ley del Sumo Hacedor.

De esta secreta memoria

infiere el que la escribió

que, á vivir hombre y mujer

con total separacion,

quizá el hombre en ese caso

fuera de ambos el mejor;

mas como ella y él se tienen

invencible inclinacion;

como es, á pesar de todo,

ese sexo encantador

la maravilla que puso

término á la creacion;

busca el hombre á la mujer,

copia de ella lo peor,

y así junta en su persona

los vicios de ambos á dos.

Juan Eugenio Hartzenbcsch.

CAPITULO I.

Á LOS IMPUGNADORES DE LA MUJER.

La mujer es una religion: es un ser sagrado.

Michelkt.

Al hacer patrimonio del público nuestras ideas para demostrar la influencia de la mujer en la cultura de los pueblos y su fuerza moral sobre éstos, no podemos renunciar al deseo de dirigiros algunas líneas, en vista de lo mucho que se ha desarrollado en el mundo la injusticia.

Atacar ésta ahora y siempre, es y será el lema constante de nuestra vida: ardua es la mision que nos imponemos, teniendo en cuenta la inmensidad del terreno que ha recorrido y los adalides que la apoyan; mas no retrocedemos ante la idea de hacer brillar la verdad, que es nuestro firme propósito, la cual esperamos tenga buena acogida en las conciencias rectas, y de este modo no habrá sido estéril nuestro trabajo.

Severa es la clase que ha de juzgarnos; pero no nos intimida, esgrimiendo un arma tan poderosa como es la razon.

Decidnos: ¿por qué hay individuos que censuran á la mujer? Por la ignorante rutina, más que por la sólida conviccion del estudio. ¿Por qué la calumnian otros? Porque no tienen opinion fija, y se dejan arrastrar por las absurdas teorías de algunos insensatos. ¿Por qué varios la motejan, haciendo alarde de un escepticismo que no sienten? Porque son séres pedantes que, apénas han dado sus primeros pasos en la vida, empiezan por decir que la existencia les hastía, que es una carga odiosa é insoportable, lamentándose de tener el alma triturada y el corazon hecho trizas por la aguda y acerada punta del desengaño.

¿Y sabeis de quién proceden tan irrisorias lamentaciones? Precisamente de aquellos á quienes no ha habido mujer alguna que se haya querido tomar la molestia de engañarles.

¿Creeis que los que con tanta insensatez como falta de buen criterio nos injurian, merecen los laureles del heroísmo, cuando en último resultado vienen á atacar á un sér que ellos apellidan débil é indefenso?

¡Oh! Convendreis conmigo en que al lanzar tan injustas diatribas arrojais entre vosotros y nosotras el puñal de dos puntas, que hace resaltar más y más vuestra inferioridad, hasta ponernos de manifiesto que habeis perdido lo último que debe perder el hombre: la caballerosidad.

Los que de tal manera se conducen respecto á la mujer, son séres desgraciados que han llegado á la triste situacion de ser insensibles al sentimiento, como de ser monstruosamente ingratos por haber olvidado que deben su existencia á una mujer, á la madre, á ese sér todo ternura, amor y abnegacion, en cuyo pecho ha vibrado dolorosamente el primer gemido del que un dia será hombre, y sin temor á la inclemencia del tiempo le ha presentado el desnudo seno, dándole parte de su propia vida, y quedando sentenciada desde este dia á no dormir sin que su sueño sea interrumpido; molestia que sufre con la sonrisa en los labios. Pasados estos primeros meses de dulce martirio, empieza el penoso trabajo de formar el corazon del niño, dirigiéndole por el sentimiento y la ternura, arraigando en su alma una fe ardiente hácia el Todopoderoso, y dulcificándole sus instintos. En cambio, este mismo niño, apénas adquiere la facilidad de poder expresarse, gracias, repetimos, á la constancia y desvelos de la mujer, emplea ese dón en proferir mil injurias contra ella.

Y no sólo podemos presentaros este tipo. Decidnos: ¿será frívola, como vosotros apellidais á la mujer, la hija que, educada en la opulencia, se ve en la primavera de su vida arrancada de aquélla por la mano del infortunio, para descender á una vida de privaciones, hasta el punto de verse reducida á habitar una mísera buhardilla, prestando solícitos cuidados á una madre enferma, y soportando con heroica resignacion los más duros y humildes trabajos, bien en discordancia con su delicada contextura?

¿Desconoceis que tan sublimes esfuerzos son hijos de la caridad, madre de todas las virtudes, cualidad inherente á la mujer?

¿Negareis que en alas de la caridad la encopetada aristócrata vuela á la triste y recóndita mansion del indigente, nivelando de este modo la barrera que separa las diferentes clases sociales, y constituyéndose en el ángel bueno de aquél? ¿Y qué direis de esas señoras misericordiosas que, ungidas por el dulce bálsamo de tan piadosa virtud, se han consagrado al servicio de la humanidad doliente, ora llevando el consuelo al que sufre en los benéficos asilos hospitalarios, ora recorriendo los campos de batalla para curar á los heridos, sin que su valor vacile ante la muerte, exponiéndose al contagio de malignas epidemias, ora endulzando los últimos momentos del que agoniza, prodigándole cuidados maternales, y derramando sobre su frente, abrasada por los ardores de la fiebre, el rocío refrigerante de sus dulces lágrimas?

En estos tipos que someramente hemos bosquejado, encontrarán los detractores de la mujer la refutacion de su propaganda. Creednos, no hay nadie que aventaje á la mujer en todo lo que se refiere á la mayor intensidad del sentimiento. Y en resúmen, ¿qué sería el mundo sin la mujer? Un páramo, un desierto erial. Sin ella no se comprenderia el amor, esa pasion tan santa como sublime, esa especie de asimilacion de dos almas que se ponen en contacto, que se armonizan y producen sonoros concentos, esa pasion que tiene el poder de suavizar el yugo más fiero, de hacer brotar flores donde ántes hubo espinas, de darnos valor para acometer arduas empresas, transformando los hombres en héroes, impeliéndoles á patentizar hazañas, y de poetizar hasta la miseria.