Lady Marian - Alba Quintas Garciandía - E-Book

Lady Marian E-Book

Alba Quintas Garciandia

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Beschreibung

Todo el mundo quiere entrar en el decadente mundo virtual del videojuego "Lady Marian", pero pocos pueden hacerlo. Y, de ellos, hay una única jugadora para la que este laberinto de niebla, ruinas y traición es un asunto de vida o muerte: Sophie Adler, una joven dramaturga con un pasado lleno de polémicas y un presente gris. Sophie está decidida a averiguar por qué su mejor amigo está muerto, y en qué medida influyó el videojuego de moda en ello. Pero el "Lady Marian" es una telaraña de la que tal vez le resulte difícil salir... 

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Seitenzahl: 384

Veröffentlichungsjahr: 2024

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«El futuro no trae heraldos. Jamás avisa de cuándo llega. Pero nosotros trabajaremos más rápido que él».

ISRAEL VALENTY, Texto fundacional de Sysiphos

«Todo aquello con lo que llené mi vida, el amor, los éxitos, la belleza que me rodeaba, no fue más que un espejismo que no consiguió apagar mi sed».

MARIAN LAGO, Mi más alto refugio

«Jamás voy a amar aquello que nos destruirá».

SOPHIE ADLER,

PRÓLOGO

Aquella capilla era el edificio más extraño de todos cuantos Sophie había visto en Alstreim.

Los muros ruinosos eran incapaces de contener el viento del anochecer, que se colaba con libertad entre las grietas y hacía tiritar a la joven. El espacio era pequeño, pero distaba mucho de resultar acogedor. Apenas habían sobrevivido una mesa sencilla que hacía las veces de altar y un par de bancos de madera vieja con detalles en hierro forjado. En la pared del fondo, en lugar de un retablo como los que Sophie había estudiado en los archivos históricos, había pintada una enorme cruz cristiana en negro, con rudos brochazos que no acababan de disfrazar el mal estado del muro. El resto era piedra desnuda y un suelo de baldosas rotas.

Sophie Adler jamás había visto un edificio con paredes de piedra. En Tesla, la mayoría estaban hechos de ladrillo recubierto de fibra de carbono para protegerlos de los terremotos, con cristaleras que muchas veces ocupaban fachadas enteras.

Los ecos del pasado marcaban la atmósfera decadente y sombría de Alstreim, y aquella capilla, de entre todos los lugares que Sophie había visitado dentro del Lady Marian, se llevaba la palma.

Barrió la sala con la mirada y contuvo la respiración al darse cuenta de que no estaba sola. Sentada en el extremo de uno de los bancos, murmurando una plegaria, había una figura menuda vestida con un hábito de monja. No se volvió cuando los pasos de Sophie se aproximaron, aunque estaba segura de que la había oído llegar. Cualquier buen actor veía todo lo que ocurría encima del escenario, aunque no estuviera mirando en esa dirección.

La muchacha se sentó, dejando un par de metros de separación entre ambas, y esperó con paciencia a que los rezos concluyeran. Llevaba demasiado tiempo buscando respuestas, buscándola a ella, como para estropear aquel momento.

La hermana Helen.

Uno de los mayores misterios del Lady Marian. El eterno interrogante.

Pero Helen era solo un personaje. Quien estaba detrás, quien lo hacía real gracias a su talento, a sus impulsos, a su sensibilidad siempre única e inimitable, era la gran actriz de origen francés Monique Dumont.

Si la hermana Helen era para Sophie una puerta hacia la resolución del Lady Marian, Monique Dumont constituía una meta en sí misma. Años atrás, se hubiera cortado una mano con tal de tener la oportunidad de hablar y trabajar con aquella mujer a la que tanto admiraba.

La examinó. Debía de ser, a lo sumo, cinco o seis años mayor que ella. La toca dejaba escapar algunos bucles castaños que enmarcaban un rostro redondo de facciones dulces, aunque también tristes. Había visto una y otra vez aquellos rasgos en algunas de las producciones más populares de Tesla. Sus ojos oscuros se escondían detrás de unas gafas anticuadas que eran parte de la caracterización del personaje.

Pero Sophie tenía que dejar de pensar en ella como en la actriz que había admirado: las respuestas que buscaba las tenía el personaje.

La monja se santiguó lentamente y, entonces sí, clavó los ojos en su acompañante.

−Pensé que te unirías a mis oraciones −fue lo primero que dijo. Su voz suave parecía enrollarse con delicadeza en las columnas de piedra, disfrazando su desolación con una pizca de calidez.

Sophie sonrió con amabilidad.

−Me temo que yo tengo fe en cosas distintas que usted, hermana.

La hermana Helen asintió, comprensiva. Su pulcra imagen parecía fuera de lugar en aquella capilla oscura, como si la suciedad y la ruina del lugar pudieran sepultarla en cualquier momento.

Pero detrás de toda aquella gentileza no había en absoluto una mujer indefensa, se dio cuenta la joven. La rectitud de su espalda y la mirada brillante que jamás bajaba hacia el suelo se lo confirmaron. Sophie no era la única que estudiaba la situación con cuidado.

Y las siguientes palabras de la hermana no hicieron sino confirmárselo:

−Tú eres Sophie Adler, ¿no es así?

El respingo de la muchacha al oír aquello pareció servirle de confirmación.

−Te espero desde que vi que habías pegado aquel salto en el ranking, que habías pasado a ser la número uno −continuó−. Solo había una manera de avanzar tanto, y era encontrándome.

«Aquel salto en el ranking».

Ese era un detalle que Sophie no podía pasar por alto. Implicaba demasiadas cosas, ya que ninguno de los demás actores del Lady Marian había abandonado su personaje hasta ese momento. Por crítica que fuera la situación, se aferraban a su papel como si les fuera la vida en ello.

−No estás... actuando.

La monja se echó a reír. La joven no hubiera sabido decir por qué, pero había algo en aquella situación que no le encajaba.

−¿Estás tan acostumbrada a jugar al Lady Marian que no sabes cómo mantener una conversación sincera, Sophie Adler? A lo mejor es que ves la realidad como un guion ya escrito, y no sabes qué hacer cuando una actriz lo abandona.

Sí: había algo raro en todo aquello, y no solo eran las palabras de la hermana Helen. El personaje que tenía ante ella reconocía que estaban dentro de un juego, sí, pero no parecía la Monique Dumont que Sophie recordaba de los reportajes y entrevistas. Su acento la había abandonado. Su voz era más aflautada, sus gestos más afables. Estaba demasiado cómoda en aquel hábito, y acariciaba de vez en cuando la pequeña cruz que llevaba al cuello como haría cualquier religiosa.

−Sabes quién soy, ¿verdad? −dijo al fin.

La monja se rio cariñosamente.

−Oh, querida... Tu mejor amigo era uno de los actores protagonistas y tu expareja también forma parte del reparto. Todo el mundo aquí sabe quién eres.

Helen había sido el personaje más buscado de todos, por la creencia, aparentemente fundamentada, de que tenía la clave para resolver el misterio. La localización del resto de personajes siempre había estado marcada en el mapa del juego, pero a ella había que encontrarla a través de un camino de pistas muy bien ocultas. Un camino que había consumido los días previos a aquel encuentro de Sophie.

Y ahora se encontraba a alguien que no parecía estar actuando, como si perteneciera por completo a aquel lugar.

De alguna manera u otra, la hermana Helen pareció adivinar en qué dirección viajaban sus pensamientos.

−Quizá te sorprenda oírme hablar así −le dijo−, o puede que no tanto. Tengo la sospecha de que, desde el principio, sabes algo que el resto desconoce... Dime, Sophie: ¿quieres ganar el Lady Marian?

Aquella era la pregunta que más temía escuchar la joven desde hacía días.

«Más que nada en el mundo».

Podría responder aquello. Era lo que todos esperaban que dijera, lo que la mayoría de los habitantes de Tesla deseaba en esos momentos.

Pero no estaba preparada para ser tan brutalmente sincera consigo misma. Todavía no. Por ello, optó por contestar lo que habría sido la verdad en el pasado:

−Jamás pedí jugar a la versión beta del Lady Marian pensando en ganar. Quiero averiguar lo que le pasó a Elías... o, mejor dicho, a Rasvan −se dio cuenta de que era la primera vez que admitía aquello en voz alta en Alstreim, la primera que pronunciaba el nombre de su amigo. Algo que pesaba demasiado amenazó una vez más con hundir su pecho, pero Sophie se obligó a continuar−. Supongo que conoces la relación que tenía con él: trabajamos juntos durante mucho tiempo, le conocía como conozco a pocas personas. Y lo que han dicho sobre su muerte..., ni una sola de las cosas que afirman parece referirse a mi mejor amigo. La versión oficial no encaja, y los rumores que aparecieron luego sobre Rasvan tampoco.

Decir aquello le produjo un agotamiento que nada tenía que ver con su cuerpo ni con las horas de insomnio que acumulaba. Se revolvió el pelo, en un intento por esconder la desesperación que sabía que había invadido su rostro, y miró a su interlocutora.

Quería creer que por fin había dado con alguien que la podía ayudar.

Helen pareció entender su angustia, porque se acercó un poco más a ella y sonrió. Su expresión traslucía un cariño que Sophie nunca había esperado ver en Alstreim, y que no parecía posible en aquella ciudad de edificios semiderruidos y callejones llenos de sombras que no habían dejado de perseguirla. Aquella sonrisa consiguió relajarla un poco.

−Realidad... −dijo la monja−. Has escogido una palabra curiosa. ¿Crees que la realidad es única? ¿Crees que este lugar es... una falsificación? ¿Es solo un juego?

A eso sí que podía responder, pues eran preguntas que llevaba demasiado tiempo haciéndose.

−Creo que es la mejor fábula que alguien podía inventar. Como guionista que soy, no puedo dejar de admirarla.

La hermana Helen asintió.

−Yo, en cambio, hace tiempo que no distingo bien lo que es real de lo que no −confesó, y aquellas palabras golpearon como un martillo a la muchacha, ya que no era la primera vez que leía o escuchaba algo parecido de uno de los actores del Lady Marian−. De golpe, puedo darme cuenta de que llevo horas comportándome en Tesla como lo haría la hermana Helen, o vivir en Alstreim y olvidar que todo esto, el Lady Marian... es un juego.

−No creo que sea solo un juego −se le escapó a Sophie.

La otra mujer la miró con los ojos muy abiertos, pero también con cierta comprensión. Decir algo así en el Lady Marian era peligroso para los jugadores, sí; pero más aún para los personajes contratados por el juego, siempre en el punto de mira del game master y obligados a mantener su papel en todo momento. Aunque la hermana Helen, de una manera u otra, parecía haber encontrado una escapatoria a esas reglas.

Sus siguientes palabras lo confirmaron.

−Cuando arrancó el Lady Marian, yo ya era una de las claves para ganar. Pero no tenía el mismo rol que ahora. No estaba desaparecida −suspiró−. Me apartaron en un momento muy concreto, cuando yo misma... comencé a tener dudas acerca de lo que estábamos haciendo aquí. Unas dudas parecidas a las que sospecho que tienes tú, si has ido tirando de los hilos de lo que le ocurrió a Rasvan. Pero hay un problema, Sophie: cuanto más te adentras en el Lady Marian, más te atrapa. Y tú te has metido hasta el fondo. Eres el número uno del ranking. Debes de saberlo ya; no vas a poder escapar de esto fácilmente.

Sophie no comprendía de qué hablaba la hermana Helen y, a la vez, muy en el fondo, sabía que tenía razón.

Incluso en aquella circunstancia, se esforzó por acallar al instinto, a la ambición, a todo lo que le pedía a gritos que le preguntara a Helen por lo que sabía del asesinato de Marian, por la clave para resolver el misterio, para ganar el juego. Quería dejarse absorber por aquel juego −aquella fábula, como ella misma la había denominado−. Quería ganar. Quería ganar.

Quería ganar con todas sus fuerzas.

Quería el castillo en el aire frente a la dura y anodina realidad.

Era el recuerdo de Rasvan lo que le hacía mantener los pies en la tierra. El vacío y la desolación que había sentido desde que había sabido de su muerte, las noches llorando, el echarle en falta a cada paso del camino. Eso era lo que la había hecho pasar a la acción para descubrir la verdad.

−Creo que empiezo a comprender −dijo, volviendo a captar la atención de la hermana Helen−. Hay hechos que unen la trama del Lady Marian con la realidad, incluso más de lo que su creador ha admitido nunca. Hay puntos en los que ambas... se confunden. No sé tanto todavía como debió de averiguar Ras, pero si tú pudieras ayudarme...

La monja asintió.

−Por eso te pregunté si pensabas que todo esto es una falsificación.

−¡Lo es! Es un relato que está intentando manipular la verdad, lo que realmente ocurrió. Es una mentira.

−¿Tan segura estás?

La hermana Helen se volvió y clavó la vista en la cruz pintada de la pared, pensativa. Al ver aquellos gestos, Sophie se preguntó cuánto quedaría de la aclamada Monique Dumont y cuánto era ya la hermana Helen. Era una prueba más de lo que hacía aquel juego con las personas.

Aunque ella, al menos, seguía viva.

Rasvan no había tenido tanta suerte.

−Tiene gracia −oyó que decía la hermana Helen−. Todos dicen que el Lady Marian es un juego ideado por Israel Valenty, que él es el único creador aquí. Y, sin embargo, yo siento a mi Dios más cerca que en ningún otro lugar. ¿Y debo creer que eso tampoco es real? ¿Debo renunciar a mi fe, venga de donde venga?

Sophie atendía cuidadosamente a aquel discurso que tan extraño le sonaba.

Tal vez fuera estúpido intentar responder todas aquellas preguntas. Tal vez el Lady Marian estuviera destinado a devorarlos a todos, a no dejar más que la fábula.

La hermana Helen pareció darse cuenta de su silencio.

−Antes has dicho que tú creías en cosas diferentes a las mías −dijo−. ¿Qué cosas son esas?

Sophie se encogió de hombros.

−Que las personas pueden ayudarse unas a otras, supongo −acabó por contestar.

−¿Elías... Rasvan te ayudó a ti?

Los recuerdos volvieron a invadir su mente. Tardes tirados los dos en cualquier cafetería, ensayos nocturnos en salas de teatro de mala muerte, ánimos dados con gestos mínimos, proyectos compartidos, esperanzas... Rasvan hablaba de la soledad del perfeccionismo y Sophie contraatacaba con aquella inseguridad que la hacía sentirse pequeña frente a las nuevas historias que se le ocurrían. Y así habían pasado años: avanzando pese a todo, construyéndose una vida que parecía sostenida por hilos demasiado finos, que a veces solo mantenía su pasión por lo que hacían.

«Yo te necesito para que cuentes una historia y tú me necesitas para que actúe y la haga real. ¿No te parece la asociación perfecta?».

Lo había sido. Durante mucho tiempo, Rasvan había evitado que acabara de volverse loca.

−Me ayudó más de lo que podría expresar −respondió con tristeza−. En la época más oscura de mi vida, él estaba ahí. Jamás huyó, ni siquiera cuando todo amenazó con volverse una pesadilla. Hay muchos favores que no le he devuelto. Ni siquiera estoy segura de cómo continuar sin todo lo que me daba.

Gana, Sophie. Gana el Lady Marian y todo será mejor. Di adiós a tu anterior vida de mierda. Gana.

Acalló aquellos pensamientos.

−No es mala fe la que profesas −dijo la hermana Helen despacio−, y no deja de ser una paradoja que alguien como tú sea la primera de la clasificación. Qué contrasentido... Si Israel te hubiera escuchado, se habría echado a temblar.

−Israel Valenty no parece tener demasiadas razones para echarse a temblar últimamente −replicó Sophie.

La religiosa la miró con intensidad, como si quisiera advertirla de que no fuera por aquel camino.

−¿Estás segura de que quieres la verdad, incluso si conocerla fue lo que hizo que tu amigo muriera? −preguntó.

Sophie contuvo la respiración.

−¿Puedes decirme por qué murió Ras?

Estaba tan cerca...

−Puedo decirte mis razones para estar apartada; lo que he intuido según se desarrollaban los acontecimientos, las pistas que Rasvan me fue dando antes de morir. Tú decides si rellenas la parte de la historia que falta y... nos ayudas a todos. Porque todos somos presos de algo mucho más grande que un juego, aunque la mayoría de mis compañeros todavía no tenga ni idea de ello. Pero el precio que pagarías, sentir siempre miedo, convertirte en objetivo, es grande, mi niña −el tono de Helen se llenó de dulzura−. Y yo no puedo tomar una decisión tan importante por ti.

Pero aquella elección la había hecho mucho antes, en el momento en que se anunció que Sophie Adler, la enfant terrible, una de las dramaturgas y guionistas más talentosas y controvertidas de los últimos años, había solicitado entrar como jugadora en el Lady Marian. No había dudado entonces y no lo iba a hacer ahora.

Apretó los puños.

−Necesito saber.

La hermana Helen se santiguó, con los ojos cerrados.

Y justo cuando parecía que por fin iba a hablar, cayó la primera piedra.

−¡Cuidado! −gritó Sophie.

Pero era demasiado tarde. Una lluvia de cascotes se desprendió de lo poco que quedaba del techo de la capilla, causando un gran estruendo y llenándolo todo de polvo y escombros. La muchacha se cubrió la cabeza con las manos y echó a correr. Tropezó con uno de los bancos, pero ignoró el dolor y siguió huyendo.

Como siempre que ocurría algo así, olvidó que se encontraba dentro de una realidad virtual, que no podía sufrir daño. Parecía demasiado real.

Solo paró al chocar con una de las paredes de la capilla. Por un momento temió que pudiera venírsele encima, hasta que se dio cuenta de que el derrumbamiento ya había terminado.

Sophie, agarrotada por el miedo, se giró para mirar la nube de polvo y distinguió una terrible montaña de escombros. Aguzó el oído por si escuchaba gritos de auxilio, pero la capilla había vuelto a sumirse en el silencio.

Ante sus ojos apareció iluminada una de las alertas del Lady Marian, que abrió con un rápido gesto.

«El personaje de la hermana Helen ha muerto y se ha llevado sus secretos a la tumba. Que Dios la tenga en su gloria».

Justo debajo aparecía el ranking de aquellos que estaban más cerca de resolver el enigma del juego. Casi cincuenta jugadores habían sido invitados a formar parte de la versión beta del Lady Marian. Un día más, Sophie Adler seguía en primera posición.

Y, sin embargo, no tenía ni idea de qué acababa de ocurrir. Tan solo esperaba no volver a Tesla y encontrarse con la noticia de la muerte de Monique Dumont circulando por la red.

Un trébol verde en el medio de su campo de visión le indicó que acababa de recibir un mensaje.

Chasqueó los dedos y, por primera vez desde que entrara en la capilla, llamó a su asistente virtual pirateada.

−Alana, ¿quién me escribe?

Siempre la calmaba escuchar aquella voz que acompañaba a sus pensamientos desde hacía ya varios años. Mantener en el juego a su asistente virtual pirateada era un riesgo, pero no sabía que haría sin ella en aquellos momentos de crisis.

Se trata de un mensaje anónimo. Lo único que puedo decirte es que los jugadores no tenéis ninguna manera de enviarlos ocultando vuestra identidad, así que debe de tratarse de alguien de dentro del juego.

Sophie frunció el ceño.

−¿Uno de los actores?

Tal vez. No me extrañaría que les hubieran concedido este tipo de funciones por necesidades de la trama. También podría venir del personal de mantenimiento del juego.

−¿No puedes pasar sus barreras?

Está protegido por los mismos códigos que impiden desvelar el desarrollo del Lady Marian. Y recuerda que aquí restrinjo parte de mis funciones para ocultar que juegas con una asistente virtual ilegal... No puedo ver más allá.

−¿Qué dice el mensaje?

Había bloqueado su bandeja de entrada desde que subiera en el ranking del juego, para evitar tanto las amenazas como los intentos de comprarla, pero aquello era diferente. Parecía diferente.

Alana desplegó el texto del mensaje ante sus ojos:

TEN CUIDADO CON LA TELARAÑA.

−¿Qué querrá decir...?

Alana, como hacía siempre que estaba en funcionamiento, respondió a su pregunta:

Una telaraña es la trampa más perfecta del reino animal.

30 DE MARZO DE 2114. 21:05

−A dos semanas de la fecha prevista, el lanzamiento de este nuevo tipo de ocio ya promete ser toda una revolución en...

El presentador de las noticias de la noche se encontraba lo bastante cerca para distinguir que ni siquiera en la sección de maquillaje habían podido eliminar los signos de la que, sin duda, era una terrible resaca. Iba a conseguir que hubiera que utilizar los filtros de belleza en el rostro incluso a la hora de dar las noticias.

Normalmente no importaba demasiado, pues en Tesla el telediario nunca había tenido mucha audiencia, y los que trabajaban en él empezaban a desprender un aire de romántica nostalgia. A fin de cuentas, las noticias que merecían la pena circulaban de manera inmediata por las distintas plataformas de la red. A la hora de la cena, la gente buscaba entretenimiento y evasión, no un recordatorio de que el mundo fuera de su ciudad era un desierto lleno de desgracias.

Pero no aquella noche.

Aquella noche iban a darle a la ciudad de Tesla justo lo que necesitaba. Y el público estaba respondiendo: la cifra de la pantalla del fondo así lo indicaba. Marcaba el número de todos los espectadores que se iban conectando a su red de emisión o a las plataformas de streaming para ver la entrevista. Ya habían comenzado el programa con un récord de audiencia, y desde entonces no había dejado de crecer.

En uno de los lados, una periodista estudiaba un guion con nervios mal disimulados. Había sido la escogida para enfrentarse al invitado de aquella noche por su experiencia y por la habilidad con la que conseguía sacar respuestas que, más tarde, se convertirían en titulares. Pero aquella noche tenía ante sí el reto más importante de su carrera, y ella, sin duda, lo sabía.

−Ha pasado más de un año −prosiguió el presentador− desde que la compañía Sysiphos anunciara el lanzamiento del que pronto se convertiría en su producto más esperado. Las reacciones no se hicieron esperar, y desde entonces el entusiasmo no ha dejado de crecer. Son miles de personas ya las que han solicitado...

Los trabajadores comenzaron a agitarse a un lado del plató. Fue el preámbulo de la aparición del invitado estrella del programa. Todos los presentes aprovecharon para mirarlo con más o menos disimulo.

Ser la persona más conocida de la ciudad no parecía haber cambiado la actitud de Israel Valenty, director creativo de Sysiphos y creador del Lady Marian. Su aspecto chocaba frontalmente con el espíritu de todas sus creaciones: el pelo castaño y siempre despeinado, las gafas de montura oscura, el jersey grueso de lana, los zapatos viejos y cómodos... Solía esgrimir una sonrisa amable, cariñosa incluso; pero sus ojos oscuros eran brillantes e intensos, a veces demasiado.

Nada en Israel Valenty daba a entender que estaba ganando cantidades inimaginables de dinero cada día que pasaba; que, de ser uno de los creadores más conocidos de Tesla, había pasado a hacer historia. Los años tampoco parecían hacer mella en él, aunque quizá fuera la pasión que ponía en todos sus proyectos lo que le hacía mantenerse así. O quizá se tratase de que su vida se había congelado en un momento muy concreto, uno que todo Tesla conocía.

En cualquier caso, el señor Valenty no parecía tener la sana costumbre de esconder quién era o qué le había dejado una herida incurable.

El presentador concluía ya su introducción:

−Hoy tenemos el privilegio de contar con la presencia de quien ha creado el Lady Marian. Donde muchos hubieran visto un imposible, él encontró lo que estaba destinado a convertirse en toda una revolución cultural en Tesla...

La periodista corrió a sentarse en la silla que le correspondía. Frente a ella, Israel hacía lo propio con una tranquilidad pasmosa.

Sus miradas se encontraron. La mujer pareció querer confrontarle con algo de agresividad, pero solo consiguió sacarle otra de sus sonrisas educadas.

−Con todos ustedes, Israel Valenty.

Las cámaras los enfocaron mientras las luces subían de intensidad. El plató era muy sencillo, de acuerdo con los gustos austeros de su invitado: dos sillones blancos y una pequeña mesa de cristal entre ellos. Sin adornos. Sin florituras.

Israel esperaba calmado, las manos posadas sobre las rodillas. No se había movido desde que lo presentaran. Ni siquiera parecía ser consciente de las cámaras que los enfocaban a ambos, o de los cientos de miles de ojos que estudiaban cada uno de sus movimientos.

La primera pregunta de la periodista no pudo ser más directa:

−¿Está nervioso, señor Valenty, ante el estreno de lo que usted mismo ha llamado «el proyecto de su vida»?

Israel Valenty tenía una voz bonita que casaba perfectamente con sus rasgos y su aura. Siempre había tenido fama de creador introvertido, a pesar de ser el fundador de una de las mayores corporaciones del ocio en Tesla. Sus apariciones en medios de comunicación podían contarse con los dedos de la mano.

Por eso aquella entrevista era tan importante.

−Mucho. No lo voy a negar. Pero también tengo una ilusión tremenda −respondió−. No es ningún secreto que el Lady Marian está incompleto, a pesar de que desde Sysiphos ya hemos finalizado todo el proceso de desarrollo. Necesitamos que los actores, y sobre todo los jugadores, concluyan nuestro trabajo. Tengo muchas ganas de conocer el Alstreim que solo el público va a poder mostrarnos en su mayor potencial. Va a ser muy divertido para todos, de eso puedo estar seguro.

−¿Por qué Alstreim? −atacó ella−. ¿Por qué «Lady Marian»?

−Siempre he tenido la teoría de que el público de Tesla valora especialmente la ficción sobre crímenes y temas oscuros..., precisamente porque el gran éxito de nuestra ciudad es su baja tasa de criminalidad. Sabemos de lo que somos capaces los seres humanos, pero no forma parte de nuestro día a día y por eso queremos que nos lo cuenten para conocernos mejor −las palabras de Israel Valenty daban a entender que había reflexionado mucho sobre aquellos temas, como sin duda correspondía al que se había ganado el estatus de mejor creador de la ciudad−. Por eso comencé a imaginar Alstreim, esa ciudad oscura y sin esperanza que es la otra cara de la moneda de nuestra Tesla. En cuanto a por qué «Lady Marian»... −hizo una pausa−. No es como si hubiera intentado esconderlo, ¿verdad?

Eso era cierto: Israel Valenty había sido todo lo evidente que había podido, y lo que en un principio le habían recriminado, por ser quizá demasiado escabroso a primera vista, había terminado por ser uno de los puntos más atractivos de su creación.

−Es un homenaje a Marian Lago, su difunta esposa.

El hombre asintió, tranquilo. El recuerdo de su mujer ya no parecía afectarle.

−Como bien sabe, mi esposa fue asesinada hace dos años sin que se supiera quién lo hizo ni por qué. De hecho, debo felicitar a todos los medios de comunicación por la sensibilidad que mostraron al dar la noticia.

Mentira. Aquello había sido un auténtico circo, pero Israel Valenty siempre había sido elegante en sus escasas declaraciones sobre el tema.

−El objetivo del juego −continuó− es resolver un caso de asesinato. La víctima, sí, se llama Marian y tiene puntos en común con mi esposa.

El asesinato de Marian Lago había sido una convulsión como Tesla había conocido pocas. Quizá porque hacía mucho tiempo que no se recordaba nada similar en la ciudad, porque los investigadores habían sido incapaces de hallar ninguna pista fiable o por la identidad de la víctima. Marian era una de las artistas más vanguardistas de Tesla, no tan popular como su marido, pero con un prestigio difícil de alcanzar en aquella ciudad obsesionada con todas las formas de ocio imaginables.

Israel Valenty seguía llamándola «mi esposa» como si nunca fuera a dejar de serlo, como si todavía le estuviera esperando a la salida de la entrevista.

−¿No tiene miedo de que la aparición del juego pueda obstaculizar una investigación que todavía sigue en marcha en la vida real?

Aquella pregunta era un tiro a ciegas. Él bien podría responder que no tenía por qué haber relación entre un juego y un caso de asesinato, y que la pregunta no tenía fundamento. O incluso podría atacar la ineficacia de la investigación, que no parecía haber avanzado desde el asesinato. Pero no lo hizo; se la tomó muy en serio.

−No puedes crear una buena historia si no pones tu corazón en ella −sentenció.

−¿Esa es la esencia del Lady Marian? ¿Es una buena historia? −preguntó la mujer, inclinándose hacia delante de una manera más agresiva.

−Desde luego. Me especialicé en guion y nuevas formas de narrativa. Pese a todo lo que he vivido, mi sueño sigue siendo hacer buenas historias.

−¿Espera que los actores y los jugadores pongan también sus corazones en ella?

Israel Valenty se echó a reír.

−Estoy seguro de que lo harán.

Se instauró el silencio entre ambos. La entrevistadora seguía estudiando a su invitado, mientras que Israel Valenty mantenía su gesto tranquilo, incluso algo infantil, recostado en el sillón como si estuviera en el salón de su casa.

No respondía en absoluto al perfil de genio de las realidades virtuales; aunque tal vez ese tópico, como todos los que pasaban por las manos de aquel hombre, estuviera siendo reescrito.

−La versión beta está prevista para dentro de dos semanas −ella revisó sus notas por primera vez−. Por lo que veo, solo cuarenta y ocho personas podrán formar parte de ella, si no contamos, por supuesto, a los cinco actores del elenco que ya han sido confirmados. Entre los jugadores beta seleccionados se encuentran varios de los influencers con mayor número de seguidores de Tesla. Tan solo ellos podrán probar el Lady Marian durante el primer mes, lo cual supongo que no es del agrado de todos. ¿Por qué no abrirlo al gran público desde el primer momento?

−Me temo que esa es una decisión del departamento de marketing. Yo no estaba muy seguro de esta estrategia al principio. Nunca he ocultado que creo que hay que hacer un esfuerzo para que el ocio y la cultura estén al alcance de todos, prescindiendo de ciertas prácticas elitistas, bajando los precios y demás.

−Creo recordar que esas eran también las opiniones de su esposa.

−Sí: Marian realizaba muchas iniciativas en esa línea, y peleó desde el principio de su carrera porque en un lugar como Tesla, donde el ocio es algo que todos los habitantes necesitan y ansían, este se hiciera accesible. Mi esposa era cinco años mayor que yo e infinitamente más sabia −sonrió con nostalgia−. Sus ideas me han acompañado siempre, por difícil que parezca defenderlas desde una gran corporación como Sysiphos.

−Entonces, ¿cómo explica que el Lady Marian no se abra a toda la ciudad desde el principio?

−Al final me convencieron porque, como creador, también le veo las ventajas. El mundo de Alstreim crecerá poco a poco, la trama avanzará orgánicamente a medida que investigadores y personajes interactúen y, para cuando todo aquel que quiera pueda jugarlo, nosotros ya habremos comprendido su funcionamiento a la perfección y podremos ofrecer su mejor versión.

Israel Valenty había salido de aquel momento espinoso con maestría. No había conseguido inquietarle en ningún momento.

−Usted tiene fama de genio creativo y algo descuidado con los negocios... Aunque cuesta creerlo, en vista de que la empresa que creó en su casa con unos pocos ayudantes ha acabado por convertirse en la mayor corporación cultural de Tesla. ¿Se corresponde este perfil con la realidad, o es solo parte del juego?

−Yo no estoy jugando −la corrigió Israel con voz suave.

−Entonces, ¿es usted tal y como lo describen?

Pareció pensárselo unos instantes, como si no se hubiera parado a pensar demasiado en aquello. Como si no le interesara mucho comprenderse a sí mismo.

−Tengo más ego de artista que amor por el dinero, si eso es lo que quiere saber −acabó por responder.

−También hay algo de romántico en su imagen −señaló ella.

−¿Romántico?

Había extrañeza en su tono de voz.

−Usted sentía un amor tan profundo por su esposa que no puede evitar que todo aquello a lo que da vida tenga algo que ver con ella.

−¿Eso es lo que parece desde fuera?

−¿Lo niega?

Israel sonrió y se tomó unos instantes para contestar.

−Por supuesto que puedo escribir sobre cosas que no me toquen tan de cerca, o que no tengan que ver con mi esposa. Pero escojo no hacerlo. Si algo defendía ella era el contar siempre la mejor historia posible, y yo podía hacer algo realmente bueno hablando de su pérdida. Incluso si otros piensan que es de mal gusto, que es demasiado morboso, no me importa. Esta es mi manera de lidiar con mi duelo y, a la vez, estar a la altura de la confianza que ella tenía en mí −se explicaba despacio, como queriendo asegurarse de que escogía las palabras exactas−. Tiene razón en una cosa: no puedo olvidarme nunca de Marian. Antes que artistas, todos somos personas, y las personas a las que les ocurre algo funesto quedan marcadas por ello. Pero no tiene nada de romántico. Podría decirse que mis vivencias son más bien una tragedia sin tercer acto.

−¿Lady Marian también es una tragedia?

−Está construido a partir de una, de la mía. Mi esposa solía decir que sus mejores obras de arte echaban raíces en sus heridas más profundas −desde luego, aquellas palabras encajaban demasiado bien con la carrera de Marian Lago−. Pero no tiene por qué serlo para el resto. A fin de cuentas, los jugadores que se convertirán en los investigadores comienzan cuando el asesinato ya se ha cometido. Me gusta moverme entre la fina línea que separa el conectar emocionalmente con un espectador a hacérselo pasar mal. Lo primero lo ansío, lo segundo es un recurso artístico barato.

−¿Cuál era su principal propósito al crear el Lady Marian?

Israel Valenty casi consiguió disfrazar a tiempo, con una mueca cariñosa, que aquella le parecía una pregunta estúpida. Pero solo casi.

−Entretener, por supuesto −respondió, encogiéndose de hombros−. Es un juego. Por mucho que yo persiga ciertas cosas a la hora de crear mis historias, lo principal es entretener.

−¿Resolviendo un caso con reminiscencias del asesinato de su esposa?

−¿Y por qué no? ¿Hay algo más divertido que utilizar el ingenio para resolver un problema? Yo adoro escribir misterios. Creo que todo el mundo intenta solucionar algo, probablemente porque busca un propósito vital. Proponerles jugar a ser detectives es como hacerles la promesa de que pueden resolver todo lo que se les ponga por delante. ¿No le parece atractivo?

Escuchar a Israel Valenty cuando hablaba de los temas que le apasionaban era fascinante. Hasta la entrevistadora pareció dejar llevarse por el embrujo de su voz y el brillo de sus ojos tras las gafas durante unos instantes, justo antes de volver a atacar:

−¿Y usar su talento para controlarlo todo? ¿Eso también es divertido?

La cara de póker de su invitado fue especialmente buena.

−¿Controlar? −preguntó con inocencia.

−No se ha limitado a diseñar el Lady Marian: también ha querido hacer de game master del juego.

−¿Me está acusando de jugar a ser Dios?

−Intento descifrarle, señor Valenty −confesó la periodista−. Y no me lo está poniendo nada fácil.

Israel asintió, cuidándose mucho de parecer molesto, mientras ella aguardaba con algo de impaciencia.

−Lo que me interesa no es la sensación de poder o el control sobre los jugadores −dijo al fin−. Quería asegurarme de que mi creación no fuera manipulada, y la mejor manera era seguir siendo una parte fundamental de ella. Usted lo ha llamado game master,aunque no sé si puede aplicarse ese término, ya que no tendré un rol demasiado activo en la partida. Solo estaré... vigilando desde las nubes, desde lo imperceptible. Se lo he dicho antes: tengo mi ego de artista. Muchos me han dicho que es un defecto, lo han criticado a mi espalda, pero no me importa. El perfeccionismo no es un defecto a la hora de crear la mejor historia posible y de tomar las mejores decisiones en cualquier contexto. Yo me quedo en el Lady Marian para protegerlo, no para mí mismo.

La entrevistadora debía repartir el poco tiempo que le quedaba entre los muchos temas que quedaban por tratar. Pero había algunas preguntas que eran obligatorias. A fin de cuentas, el de Israel Valenty no era el único nombre famoso involucrado en el Lady Marian.

Volvió a mirar sus notas.

−Garret Maddox, Monique Dumont, Rasvan Petrescu, Amaury Jansen y Kaila Linden: de momento, esos son los nombres de los actores confirmados para interpretar a los diferentes personajes del Lady Marian, es decir, a los sospechosos. Reconocerá que es un reparto privilegiado.

−Privilegiado es quedarse corto −aseguró Israel Valenty, esta vez radiante−. Todo Tesla sabe que, cada uno a su manera, son los mejores intérpretes de la ciudad.

−Hay muchas sorpresas. Es la primera vez que el modelo de origen belga Amaury Jansen se pasa a la actuación. Tampoco esperaba nadie que Garret Maddox o Monique Dumont, actores de medios más clásicos, fueran a aceptar participar en algo tan novedoso como el Lady Marian, y Rasvan Petrescu es toda una promesa. ¿Cuáles han sido las dificultades de trabajar con todos ellos en un juego?

Una de las claves del éxito del Lady Marian, incluso antes de haber salido al mercado, era la elección de sus actores, eso estaba muy claro. Sysiphos había sabido cubrir casi todos los tipos de público con ellos: Amaury Jansen era el modelo con el que los jóvenes estaban obsesionados; Monique Dumont era la cumbre de la escena más artística e independiente; Kaila Linden había abandonado su retiro prematuro; y, por supuesto, Garret Maddox, uno de los actores de mayor éxito de Tesla, garantizaba el éxito de todos los proyectos en los que participaba. Y para su rostro más joven habían cogido a Rasvan Petrescu, quien, por lo que la periodista había podido investigar, tenía un talento descomunal y parecía destinado a ascender como la espuma en la escena teatral de la ciudad.

Esos eran los nombres detrás del Lady Marian, sus caras más visibles. Jugar suponía interactuar con ellos, tenerlos delante mientras sus habilidades eran puestas a prueba.

Israel parecía más que feliz de hablar de aquel tema.

−Ninguna. Se lo digo de verdad −se apresuró a añadir, al ver cómo la presentadora alzaba una ceja−. En cuanto comprendieron la calidad de nuestra realidad virtual, incluso los más escépticos empezaron a creer en este formato. Algunos reconocieron que, para ellos, era más sencillo que actuar en ciertas películas. Y tiene que pensar que el Lady Marian les da una gran libertad para construir a su personaje e incluso improvisar. A fin de cuentas, sus acciones y sus respuestas dependen de lo que hagan los jugadores.

−¿Se conoce al elenco completo? ¿O Sysiphos todavía tiene alguna sorpresa al respecto?

Israel Valenty negó con la cabeza incluso antes de contestar:

−Me temo que eso no lo puedo contar todavía. Pero habrá noticias en los próximos días.

Casi como si el creador del Lady Marian lo hubiera estado esperando para realizar aquella vaga promesa, sonó una alarma. El tiempo pactado para la entrevista se había agotado.

Israel Valenty, sin levantar nunca la voz, sin ofrecer nada que no fuera su pasión por lo que hacía, había vuelto a triunfar.

La presentadora aprovechó que la cámara enfocaba a su invitado para recomponerse y comenzar la despedida:

−Ha sido un honor contar con su presencia entre nosotros, señor Valenty. Estoy segura de que sus numerosos seguidores no podrán sino admirarle aún más tras escuchar sus respuestas −él se lo agradeció con un gesto−. ¿Le queda algo por decir antes de despedir este espacio?

El hombre no se lo pensó mucho.

−Tan solo quiero expresar mi gratitud a todos los que esperan con ilusión el estreno del Lady Marian. Vuestro apoyo desde que anunciamos el proyecto ha sido increíble, y estamos seguros de que no os decepcionaremos. Y, por supuesto, quiero recordar a mi mayor inspiración: mi esposa, porque nada de esto hubiera sido posible sin Marian. Ella me inspira para dar lo mejor de mí mismo cada día.

La realización regresó con el presentador de las noticias, que pareció aún más gris en comparación con quien acababa de hablar:

−Ya han escuchado las prometedoras palabras del director creativo de Sysiphos...

La retransmisión volvió a la normalidad, pero Israel Valenty no se movió de su sillón. La presentadora se volvió hacia su invitado, que la miraba sin tapujos.

Tan solo él oyó sus siguientes palabras:

−¿Cree que...? −le temblaba la voz−. ¿Sería posible... Ya sabe, acceder? ¿Al Lady Marian?

−¿Quiere jugar a la versión beta del Lady Marian? −repuso él.

En aquel momento sí que había algo que no encajaba con el Israel Valenty al que todo el mundo quería conocer. Un brillo triunfal en sus ojos. Una sonrisa cargada de satisfacción.

La periodista sin duda se dio cuenta, pero no pudo hacer otra cosa que contestar con sinceridad:

−¿Quién no querría?

1 DE ABRIL DE 2114. 11:42

−¿Crees que hacerme esperar forma parte de la prueba, o es que son así de capullos gratuitamente?

Hablar «sola» −o, lo que era lo mismo, conversar con su asistente virtual en un lugar público− solía considerarse un gesto de mala educación en Tesla, pero a Sophie jamás le habían importado demasiado las normas sociales, y menos teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba. Aunque la entrevista de trabajo tendría que haber comenzado hacía más de cuarenta minutos, nadie se había dignado a aparecer en la sala de espera a la que un trabajador nervioso, probablemente un becario, la había conducido.

Era consciente de que quizá estuvieran grabando sus palabras y sus movimientos; desde luego, Daedalus parecía el tipo de lugar en el que se llevarían a cabo semejantes prácticas. Pero no le preocupaba demasiado.

−Ni siquiera sé qué hago aquí −rezongó.

Había más de un sentido escondido en aquellas palabras; pero, por suerte para ella, Alana estaba programada para no dejar que se perdiera en pensamientos que no le hacían bien. En aquel momento, escogió el camino del pragmatismo:

Necesitas ingresos, o no podrás pagar el alquiler ni las pilas de hidrógeno para tu vehículo el próximo mes.

Su asistente virtual no acostumbraba a maquillar aquellas verdades. Quizá por eso a Sophie le caía mejor que la mayoría de las personas. En un lugar como las oficinas de Daedalus, necesitaba a Alana para combatir la sensación de que se había vendido, de que estaba en un lugar que había jurado no pisar nunca.

Claro que hasta el más talentoso de los artistas de Tesla tenía que comer. Y ella tenía demasiado orgullo para abandonar su pequeño estudio, aceptar la derrota y volver a vivir con su hermano mayor.

Volvió a echar una ojeada a su alrededor, algo más calmada. A juzgar por las puertas que se repartían por sus paredes, la sala de espera debía de ser un lugar de paso. Los muebles eran del color aguamarina corporativo de Daedalus, que tal vez podía parecer un color agradable, pero que, repetido en mesas, sillas y estanterías, terminaba por resultar odioso. En cambio, las vistas desde la ventana que tenía frente a ella eran espectaculares: se encontraba en el piso cuarenta y seis, y desde allí se divisaba todo el centro de la ciudad de Tesla, ajetreada como siempre a primera hora de la mañana. Sophie pensó que, muchos días, las nubes debían de estar más bajas que la planta en la que se encontraba, y ese fue el mejor argumento que había encontrado desde que pisara el edificio para aceptar trabajar allí.

Delante de ella había una mesa táctil que le ofrecía una selección de publicaciones relacionadas con el mundo del ocio y la industria cultural de la ciudad. Sophie había puesto los ojos en blanco nada más ver las proyecciones, y no se había dignado a tocar la mesa. Faltaban cinco días para que arrancara la versión beta del Lady Marian y, por supuesto, todas las publicaciones destacadas hablaban de la creación de Sysiphos.

Por desgracia, llevaba ya semanas siendo así, y la histeria colectiva por aquel juego no había hecho más que comenzar. Si Sophie accedía a mantenerse al tanto era solo porque Rasvan formaba parte del elenco del Lady Marian.

Había decidido que, cuando saliera al público general, compraría un pase solo para poder reencontrarse con su mejor amigo. Iba a disfrutar de volver a verlo actuar, aunque fuera en aquel contexto.

A un metro de distancia, la imagen de Israel Valenty con su habitual aspecto de genio descuidado la miraba desde la mesa. La muchacha volvió a resoplar. Siempre había pensado que incluso su aspecto físico era un artificio; pese a todo, el fundador de Sysiphos jamás lucía ojeras ni aparecía demasiado despeinado. Incluso sus ropas sencillas daban la impresión de ser recién compradas.

−Ni siquiera eres tan buen guionista.

¿Vuelves a meterte con alguien que no está presente, Sophie? Pensaba que ya habías abandonado esa costumbre.

No pudo evitar echarse a reír al escuchar la voz de su asistente personal entre sus pensamientos.

−Creo que te he permitido demasiadas libertades con tus modificaciones de programación, Alana −bromeó.

El cuidado de tu salud mental entra dentro de mis tareas, así como asegurarme de que no haces el ridículo en público. Pero, si querías una asistente virtual obediente, no deberías haber alterado mi código de manera ilegal.

−Siempre estoy a tiempo de remediar ese error.



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