Lágrimas de esperanza - En brazos de la tentación - Heidi Rice - E-Book

Lágrimas de esperanza - En brazos de la tentación E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Lágrimas de esperanza Brenda Harlen Acostumbrada a vivir en la gran ciudad, la bella Zoe Kozlowski acudió a Pinehurst a recuperarse de su separación matrimonial y de la aterradora lucha contra el cáncer de mama. Enseguida se lanzó a un ambicioso proyecto: convertir su casa en un pequeño hotel. Afortunadamente, el mejor arquitecto del pueblo resultó ser su vecino, Mason Sullivan. El interés de Mason por las obras de la casa no tardó en convertirse en una auténtica pasión… En brazos de la tentación Heidi Rice ¿Cómo había podido acabar Kate en el despacho de Zack Boudreaux, dueño del hotel donde se alojaba, en ropa interior? Zack parecía dar por hecho lo peor y no era para menos. No tenía ropa ni billete de vuelta a casa, sólo le quedaba la esperanza de que él la ayudase… Y lo hizo. Como su asistente personal, Kate estaba deseando cumplir todas las órdenes de su atractivo jefe...

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Seitenzahl: 459

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 443 - abril 2022

 

© 2007 Brenda Harlen Lágrimas de esperanza

Título original: The New Girl in Town

 

© 2008 Heidi Rice

En brazos de la tentación

Título original: The Tycoon’s Very Personal Assistant

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-750-9

Índice

 

Créditos

 

Lágrimas de esperanza

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

 

En brazos de la tentación

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ZOE Kozlowski definitivamente ya no estaba en Manhattan.

Años viviendo en la ciudad habían hecho que se acostumbrase al ruido del tráfico: el chirrido de las ruedas, los claxon, las sirenas… Hubiera dormido perfectamente con el ruido de un martillo percutor seis pisos más abajo de la ventana abierta de su dormitorio, pero el suave gorjeo de los gorriones la había sacado de su sueño.

Con el tiempo, estaba segura, acabaría acostumbrándose a ese sonido, pero de momento, era nuevo y lo bastante agradable como para que no le importara que la despertara a una hora tan temprana. Mientras se dirigía con una infusión al porche trasero, podía oír no sólo el canto de los pájaros, sino también la suave brisa que movía las hojas y, de fondo, el ladrido de un perro.

Se detuvo a contemplar los alrededores a la luz de la mañana. Los colores eran tan vívidos y brillantes que casi hacía daño mirarlos. El reluciente azul zafiro del cielo sólo roto por el paso ocasional de alguna nube. Y los árboles… los había de tantas clases, tantos tonos de verde sólo alrededor del perímetro del jardín. Robles, arces y álamos con hojas de todos los tamaños, formas y colores que iban desde el verde amarillento al verde oscuro.

Se preguntó cómo sería en otoño, qué cantidad de gloriosos amarillos, naranjas y rojos aparecerían. Y después en invierno, cuando las hojas hubieran caído y los árboles quedaran desnudos, las largas ramas brillando por el hielo o cubiertas de nieve. Y al principio de la primavera, cuando las primeras yemas empezaran a abrirse y anunciaran así la llegada de la nueva estación.

Pero en ese momento, rozando el principio del verano, todo era verde, fresco y bonito. Y mientras apreciaba la belleza natural del presente, ya estaba anticipando el cambio estacional. No deseándolo, pero sí mirando el futuro y preparándose para disfrutar cada minuto.

El jardín precisaba de una buena cantidad de trabajo, lo mismo que la vieja casa en la que había pasado la noche, pero mientras echaba otro vistazo alrededor sintió que una gran paz la inundaba.

Tenía que conseguir un columpio para el porche, decidió de pronto, impulsivamente. Un lugar donde sentarse a disfrutar de la primera taza de té de la mañana. Echaría raíces allí, como los árboles, bien profundas. Haría de ese sitio su hogar.

Era extraño que hubiera vivido diez años en Nueva York y nunca hubiera experimentado esa necesidad de echar raíces. Y no era porque no le gustara Manhattan, que tenía un aura que la seguía atrayendo, una emoción que no había experimentado en ningún otro lugar. Para una fotógrafa joven, había sido el lugar en el que estar y cuando Scott le había propuesto mudarse allí después de casarse, había aprovechado la oportunidad. Habían empezado en un diminuto estudio-apartamento en Brooklyn Heights, después se habían trasladado a un piso de una habitación en el Soho y, finalmente, cuatro años antes, a un clásico sexto piso en Park Avenue.

Nunca se había imaginado la posibilidad de marcharse de allí, hasta que una rutinaria visita al médico se había vuelto no tan rutinaria después de todo.

Dieciocho meses después de aquello, su vida había dado varios giros inesperados. El más reciente la había llevado allí, a Pinehurst, Nueva York, a visitar a su amiga Claire y…

¡Oh!

Se quedó sin respiración y la taza le salió disparada de la mano cuando una bestia la empujó por la espalda y luego se acomodó en su pecho. Habría gritado si hubiera tenido aire en los pulmones para hacerlo. Cuando abrió la boca para respirar, una enorme lengua le pasó por la cara.

¡Ugh!

No estaba segura de si aquella peluda criatura la chupaba por afecto o para comprobar su sabor antes de hincarle el diente. Escupió y trató de quitársela de encima.

Se oyó un silbido en la distancia y el perro, al menos eso pensaba ella que era, aunque no se parecía a ninguna raza que conociera, levantó la cabeza al oír el sonido. Después, volvió a lamerla.

—¡Rosie!

El animal reculó y le apoyó su impresionante peso en la parte superior de los muslos, dejándola así atrapada. Zoe lo miró recelosa mientras se apoyaba en los codos para incorporarse e intentar defenderse del siguiente ataque. Un movimiento en el límite del bosque atrajo su atención. Volvió la cabeza y vio un hombre alto y de hombros anchos que cruzaba el jardín a grandes zancadas. Volvió a empujar al animal, pero no consiguió nada.

—¿Puedes quitarme esto de encima? —dijo con los dientes apretados.

—Lo siento —el hombre se agachó y agarró al animal del collar.

A Zoe se le pasó la irritación en cuanto echó un vistazo a su salvador.

Tenía el pelo oscuro, casi negro, y corto alrededor de un rostro que parecía estar cincelado en granito. La frente era amplia, las mejillas afiladas y la nariz tenía un ligero bulto en el puente como si se le hubiera roto una o dos veces. Tenía barba de un par de días y los ojos, no podía ver bien el color porque estaban en sombra, pero hubiera dicho que eran oscuros, entornados mirando al perro. Llevaba una camiseta vieja de la Universidad de Cornell, un par de vaqueros que se ajustaban a sus musculosas y largas piernas y unas zapatillas de deporte.

—¿Estás bien? —preguntó con una voz suave y cálida como el whisky bueno.

—Estoy bien. Bueno, lo estaré cuando me quites esta cosa de encima.

—Rosie, fuera —le dijo a su atacante al tiempo que daba un tirón del collar.

La bestia de cuatro patas inmediatamente sacó su peso de encima de las piernas y se sentó al lado del hombre con la lengua colgando y mirándolo arrobada.

Zoe se imaginó que sería una hembra. También se figuró que ese hombre estaría acostumbrado a esa reacción por parte de las mujeres que lo conocieran. Ella misma se habría puesto a babear si no hubiera estado inmunizada contra las caras bonitas después de doce años de trabajar como fotógrafa de moda. Bueno, casi, porque no podía negar que había algo en ese hombre que le hizo desear haber tenido la cámara a mano.

Lo inesperado de esa urgencia sería algo en lo que tendría que pensar luego, decidió Zoe mientras se ponía de pie y se pasaba una mano por la cara para limpiarse las babas del perro. Se sacudió los pantalones cortos y tiró un poco de ellos consciente de que no llegaban más de cinco centímetros más abajo que el borde de las nalgas.

—¿Qué demonios es esa cosa? —preguntó dando un paso atrás.

—Es un perro —respondió en el mismo tono suave—. Y aunque es excesivamente cariñoso en ocasiones, no suele encariñarse con extraños.

—Evidentemente es un perro —al menos tenía cuatro patas y rabo—, pero ¿de qué raza? Nunca he visto algo tan —«feo» fue la palabra que le vino a la cabeza, pero no quería insultar ni al hombre ni a su mejor amigo, así que optó por— grande.

—Tiene un pedigrí indeterminado —dijo con una sonrisa irónica—: parte de sabueso, parte de pastor inglés y muchas más mezclas.

Miró de nuevo al guapo extraño y se dio cuenta de que le estaba haciendo el mismo estudio que ya le había hecho su mascota. Fue consciente de que tenía el pelo revuelto, no se había lavado los dientes y tenía la camiseta llena de huellas del perro. Después se encontraron sus miradas y Zoe ya sólo fue consciente de que tenía los ojos azules como el cielo color zafiro que había en ese momento.

—¿Has pensado alguna vez en llevar a tu perro a clases de obediencia? —preguntó—. Mejor antes de que deje a alguien inconsciente.

—Rosie acaba de terminar con éxito las clases. Puede sentarse, tumbarse, darse la vuelta y hablar —se encogió de hombros y volvió a sonreír—. Sólo le falta aprender a refrenar su entusiasmo.

—No bromees —dijo cortante—. ¿Lo llamas Rosie? —frunció el ceño.

—Es un diminutivo de Rosencratz.

—Rosencratz —repitió Zoe preguntándose qué clase de persona torturaría con ese nombre a un animal indefenso.

—Como Rosencratz y Guildestern —le dijo—. De Hamlet.

Estaba realmente sorprendida y mucho más intrigada de lo que quería por ese extraño de ojos azules y lector de Shakespeare.

—¿Dónde está Guildestern? —preguntó aprensiva.

—Con mi hermano —respondió—. Mi socio encontró los dos cachorros abandonados en un arroyo tras su patio trasero. Su mujer y él querían quedárselos, pero ya tenían un gato y un bebé en camino, así que yo me quedé uno y mi hermano otro.

Se dio cuenta de que su socio tenía esposa, pero no había dicho nada de si él también. No era que importara, por supuesto. Tenía muchas razones para haberse mudado a Pinehurst, pero un romance no era una de ellas, sobre todo porque las heridas de su fallido matrimonio estaban apenas empezando a cicatrizar.

—Bueno, deberías llevarlo con una correa —dijo intentando volver a concentrarse en la conversación.

El animal, de pronto, se tiró al suelo panza arriba y empezó a lloriquear.

—¿Qué le pasa? —preguntó Zoe con el ceño fruncido.

—Has dicho la palabra con C —respondió él.

Lo miró inexpresiva.

—C-O-R-R-E-A.

—Estás de broma.

—Rosie odia que lo aten —dijo negando con la cabeza.

—Bueno, pues tendrá que irse acostumbrando porque no me gusta nada que tu chucho me ataque en mi propio jardín.

—¿Tu jardín? —pareció sorprendido—. ¿Has comprado la casa?

Ella asintió.

—¿Eres rica y te aburres o simplemente estás completamente loca?

—No es la primera persona que cuestiona mi salud mental —admitió—, pero sí la que tiene el descaro de hacerlo dentro de mi propiedad.

—Yo sólo… estoy sorprendido —dijo él—. La casa llevaba a la venta mucho tiempo y no había oído nada sobre ningún potencial comprador.

—Los últimos papeles los firmamos ayer. Es mi casa, mi tierra.

—Si ésta es tu casa, tu tierra, entonces eso significa… —hizo una pausa y sonrió lo que hizo que el traidor corazón de Zoe latiera más deprisa— eres mi vecina.

 

 

Mason vio cómo las pálidas mejillas se teñían de color y pensó que un poco más limpia sería bastante atractiva. Incluso en ese momento, a pesar de estar hecha un desastre. El largo pelo rubio era una maraña alrededor de su rostro, tenía las cejas, que coronaban unos preciosos ojos color chocolate, arrugadas al fruncir el ceño y la escasa camiseta estaba cubierta de barro. No pudo evitar observas que bajo la ropa se adivinaban unas curvas suaves y redondas que estaban bien colocadas en su sitio. Y sintió el estímulo de la excitación.

Se dio a sí mismo una reprimenda mental. Era evidente que llevaba tanto tiempo sin estar con una mujer que la visión de una bastante desaliñada lo encendía.

Su periodo sin citas había sido tanto una elección como una necesidad. Desde su ruptura con Erika le habían salido una serie de trabajos bastante importantes que habían requerido toda su atención. Últimamente, sin embargo, en la oficina las cosas habían empezado a ir más despacio. Lo suficiente para que pudiera dormir una cantidad razonable de horas e incluso considerar la posibilidad de recuperar la vida social. Si lo hacía, a lo mejor conocía a una mujer que fuera más de su tipo, pero era esa mujer la que atraía su atención en ese momento. Porque era, si no su tipo, al menos su vecina, lo que le hacía sentir una curiosidad natural hacia ella.

—Dime algo —dijo Mason.

—¿Qué? —preguntó recelosa.

—¿Qué ataque le ha dado a una chica de ciudad como tú para que se compre una casa como ésta?

—¿Qué te hace pensar que soy una chica de ciudad?

La recorrió con la vista antes de decir:

—La ropa de diseño y el reloj de moda, para empezar. Pero sobre todo esa desenfadada confianza en ti misma que hay bajo esa sensación que transmites de «al diablo con lo que piense el resto del mundo» y que te queda tan bien como esos diminutos y ajustados pantalones cortos.

Zoe alzó la barbilla.

—Es una presunción bastante sorprendente después de sólo cinco minutos de conversación.

—Disfruto observando a la gente —dijo con una sonrisa—. Especialmente a las mujeres.

—No lo dudo —dijo cortante.

Sin amilanarse por el tono del comentario, siguió.

—No has respondido a mi pregunta de por qué has comprado la casa.

—Es bonita.

—Debió de serlo hace más de diez años —reconoció—. Antes de que la señora Hadfield se hiciera vieja y se volviera demasiado tacaña para pagar las reparaciones.

—¿Qué le pasó a la señora Hadfield? —preguntó en lo que pareció ser un intento evidente de cambiar de conversación.

—Murió hará un año y medio y le dejó la casa a una nieta que vive en California. Ella la puso a la venta de inmediato, pero sólo hubo una oferta de una promotora y ella la rechazó porque pensaba que a su abuela no le hubiera gustado que derribaran la casa y dividieran la tierra.

Después de ese intento, la casa había caído en el olvido. Mason había oído al agente inmobiliario que la nieta tenía una idea muy clara de quién le hubiese gustado a Beatrice Hadfield que viviera en su casa una vez muerta, pero no había hecho una lista de criterios, ni siquiera al agente, que casi había abandonado la idea de vender la casa, hasta ese momento.

—Y sabes todo eso porque….

—Porque en un ciudad pequeña no hay secretos.

—Estupendo —murmuró—. Y odiaba tener unos vecinos encima en Nueva York.

Realmente no era su tipo, pero era femenina y en cierto modo mona, así que no pudo resistirse a bromear.

—Yo sólo estaré encima si es eso lo que quieres, querida.

Ella entornó los ojos color chocolate y se irguió todo lo que pudo, lo que era casi treinta centímetros menos que él.

—No querré —dijo fría—. Y no me llames «querida».

—No quería ofenderte… —hizo una pausa para darle la oportunidad de que le dijera su nombre.

—Me llamo Zoe —dijo ella finalmente—. Zoe Kozlowski.

Era un nombre raro, pero de algún modo a ella le iba bien.

—Mason Sullivan.

Zoe miró un momento la mano que le tendió antes de estrechársela.

Rosie ladró y levantó una pata.

Su nueva vecina miró hacia abajo con una medio sonrisa en los labios. Se descubrió a sí mismo mirando esos labios y preguntándose si serían tan suaves y besables como parecían.

—No me habías dicho que sabía dar la mano —dijo ella agarrando la pata de Rosie.

—Otra de sus muchas habilidades —extrañamente incómodo porque pusiera más interés en el perro que en él.

No era que él tuviera interés en ella, pero tenía una reputación en la ciudad por su éxito con las mujeres y nunca antes ninguna lo había descartado por un animal.

—Ahora ya sólo falta que le enseñes a respetar los límites entre nuestras propiedades.

—Eso puede llevar algo de tiempo —advirtió mientras ella soltaba la pata de Rosie y se volvía a poner derecha—. Lleva muchos meses acostumbrada a correr por aquí.

—No llevará nada de tiempo si lo tienes atado.

Rosie lloriqueó como si hubiera entendido la amenaza, obligando a Mason a salir en defensa del animal.

—Es un espíritu libre —dijo, luego sonrió—. Como yo.

Zoe inclinó la cabeza y lo miró con detenimiento como si fuera una importante grieta en la base de una columna.

—¿De verdad en esta zona las mujeres se dejan impresionar por tópicos tan antiguos?

—No he tenido ninguna queja —dijo Mason manteniendo la sonrisa a toda costa.

—He trabajado en Images en Nueva York durante seis años —dijo Zoe refiriéndose a una de las principales revistas de moda—. He pasado la mayor parte de los días rodeada de hombres que viven de su imagen, así que va a hacer falta algo más que una sonrisa para que me derrita.

De acuerdo, era más dura de lo que había pensado, pero todavía no había conocido a ninguna mujer que fuera inmune a sus encantos, sólo había que buscar un resquicio por donde colarse.

—Parece un reto.

—Sólo una descripción de los hechos. Ahora, si me perdonas, tengo cosas que hacer.

Mason salió del porche sin dejar se sujetar el collar del perro y sin dejar de mirar a su nueva vecina.

—Encantado de conocerte, Zoe.

—Ha sido realmente interesante —dijo ella con una media sonrisa que le hizo pensar que ya no estaba enfadada por la educación de Rosie.

De vuelta a casa se descubrió planeando su siguiente encuentro con la nueva vecina.

 

 

Zoe entró a la casa con una sonrisa en el rostro y una mirada positiva sobre el día a pesar, o a lo mejor a causa de, los inesperados sucesos de la mañana. A pesar de que no había previsto encontrarse con uno de sus vecinos en el jardín trasero tan temprano, pensó que había manejado bastante bien la situación. Había sido capaz de mantener una conversación informal sin preocuparse mucho de lo que él estaba viendo o estaría pensando. Había sido una experiencia liberadora.

Mason era un extraño que no sabía nada de ella ni de su pasado, el dueño de un perro disculpándose por la actitud cariñosa de su mascota. Era un hombre que la había mirado como si fuera una mujer, una interacción normal tras un año y medio de preguntarse si algo volvería a parecer normal de nuevo.

En los últimos dieciocho meses había perdido todo lo que importaba: su marido, su trabajo, su casa y, lo peor de todo, la sensación de ser ella misma. Había empaquetado la mayor parte de lo que tenía y lo había guardado en un pequeño almacén, todo menos una docena de cajas que había echado al maletero del coche y había salido de la ciudad decidida a empezar una nueva vida en otro sitio. Lo que realmente quería era ir a algún lugar donde nadie supiera quién era, donde nadie la mirara con lástima o la hablara de modo compasivo. Algún sitio donde pudiera volver a ser la mujer que había sido.

Lo que había encontrado al ir a visitar a Claire, su mejor amiga y confidente, había sido una encantadora casa victoriana que atrajo tanto su atención que llegó a parar el coche en medio de la carretera para mirarla.

Era un impresionante edificio de tres plantas con chimeneas y torres, bastante descuidado y al que hacía falta una buena reparación. El tejado del porche que daba toda la vuelta estaba medio hundido, las chimeneas deshechas, la pintura desconchada y algunas ventanas clavadas con tablas.

Mientras miraba las partes más ruinosas de la casa, tuvo que contener las lágrimas. No había duda de que la casa alguna vez había sido fuerte y orgullosa y bonita. Ya no era mucho más que una sombra de lo que debió de ser. Lo mismo que ella.

Casi no había visto el cartel de se vende oculto por la hierba que había crecido en el jardín delantero, pero cuando lo descubrió, supo que estaba dirigido a ella. Había sacado el coche de la carretera, se había acercado al jardín, había sacado el móvil y marcado el número que había en el cartel.

El año y medio anterior había estado buscando algún objetivo, algún propósito, y allí, finalmente, lo había encontrado.

O a lo mejor era verdad que estaba loca. Consideró esa posibilidad mientras dejaba la taza en la pila. Pero incluso aunque lo estuviera, tenía un compromiso. La casa era suya, además de la hipoteca que había suscrito para la compra y las reformas. Y, aunque una parte de ella estaba aterrorizada pensando que había cometido un tremendo error, otra, más grande, estaba ilusionada por los retos y oportunidades que se le presentaban: iba a arreglar su destartalada casa y convertirla en un exitoso alojamiento. Aunque ya hubiera varios establecimientos similares en la ciudad, ninguno tenía la magia del edificio que ya era su hogar.

Echó un vistazo al reloj y vio que eran casi las ocho. El arquitecto, que había resultado ser el marido de la abogada que le había asesorado en la compra, llegaría en menos de media hora.

Estaba excitada por la reunión, ansiosa por empezar, pero también sentía ya las primeras dudas. Una cosa era darle vueltas a ideas en la cabeza y algo completamente distinto compartir esas esperanzas con alguien que podría ayudarla a llevarlas a cabo… o destruirlas.

Mientras recorría el polvoriento suelo, las preguntas y las dudas le salían a cada paso.

¿Qué estaba haciendo?

Eso era lo que sus amigos y compañeros le habían preguntado cuando había dejado el trabajo en la revista. Habían expresado comprensión por todo lo que había pasado, pero todos le habían recomendado mantener su situación como estaba. Le parecía irónico, incluso irritante, que tanta gente que no había pasado por lo que ella, tuviera tantos consejos que darle sobre cómo salir adelante. Sólo la había entendido Claire. Y se había emocionado cuando su amiga había elegido Pinehurst para empezar de nuevo. Su emoción se había visto bastante atemperada cuando había visto la casa que Zoe había comprado, pero nunca había dejado de apoyarla.

Mientras quitaba una telaraña, se preguntó qué pensarían sus colegas de Manhattan. Sacudió la cabeza para dejar de ir por ese camino. No tenía tiempo para dudas y recriminaciones, tenía que arreglarse para su cita con el arquitecto.

Los grifos goteaban y las tuberías rugían, pero Zoe se las arregló para conseguir que saliera agua por la ducha del primer piso. No estaba ni muy caliente ni muy limpia, pero fue suficiente para empapar una esponja con la que frotarse. Tratar de aclararse el pelo fue otra historia, y se preguntó si habría valido la pena pasar la noche en la habitación de un hotel, al menos se habría podido dar una ducha en condiciones, pero sabía que la reforma de la casa iba a ser costosa, y lo que le quedaba en el banco después de los gastos médicos y la entrada de la casa no era una cantidad desorbitada.

Desechó las ideas negativas. A pesar de que la vendedora le había advertido de que la casa necesitaba mucha reforma, Zoe no tenía miedo de remangarse y mancharse las manos. De hecho era lo que buscaba. Incluso pensaba que el trabajo resultaría terapéutico. Lo que le preocupaba era lo que no podía hacer ella. Lo que le iban a costar los electricistas, fontaneros o cualquier otro profesional que tuviera que contratar. Por suerte, el marido de Jessica le diría exactamente lo que necesitaría e incluso podía hacerle alguna recomendación.

Otro rápido vistazo al reloj le dijo que faltaban menos de diez minutos para que fuera la hora. Sintió la garra de la ansiedad en el estómago mientras se ponía unos vaqueros y una camiseta. No sabía qué esperar, qué le sugeriría el arquitecto, cuánto le costaría.

Echó un vistazo en torno suyo con ojo crítico. ¿Era un sueño descabellado pensar que podría hacer que esa destartalada vieja casa volviera a ser tan bonita como ella sabía que habría sido?

Bueno, descabellado o no, era su sueño… y estaba decidida a hacer todo lo posible para llevarlo a cabo.

 

 

El teléfono estaba sonando cuando Mason entró por la puerta con Rosie. El perro corrió hasta su bebedero y se puso a beber ruidosamente. Mason levantó el auricular.

—Sullivan.

—Estás ahí. Dios —Nick Armstrong parecía angustiado, lo que no era frecuente en el hombre que Mason conocía desde el colegio y con quien llevaba trabajando quince años.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Necesito que vayas a una cita por mí esta mañana —después su voz se perdió un momento mientras decía—. Aguanta, cariño. Ya casi llegamos.

Tras un momento de confusión, Mason se dio cuenta de que la segunda parte no estaba dirigida a él.

—¿Pasa algo con Jess? —preguntó preocupado.

—Ha roto aguas. Hace menos de media hora. Tiene contracciones cada vez más frecuentes.

Mason entendió el pánico en la voz.

Nick y Jess llevaban mucho tiempo deseando ese bebé que por fin iba a tener y la idea de que algo pudiera ir mal casi al final, era aterradora.

—Respira, cariño —murmuró Nick dirigiéndose a su esposa.

Mason oyó la cortante respuesta de Jess. Nada que ver con la mujer serena y fría que normalmente era. Eso era lo que le pasaba a la gente normal y racional cuando tenía un bebé, supuso, y agradeció no tener en perspectiva ser padre.

¿Matrimonio y niños? Se estremecía sólo de pensarlo. Diablos, sólo pensar en el compromiso le producía urticaria.

Su mejor amigo había elegido un camino diferente, pero Mason estaba deseando poder ayudar.

—Concéntrate en ella —dijo—. Yo me hago cargo del negocio.

—Gracias, Mason.

—No te preocupes por nada —de fondo oyó jurar a Jess—. Dile a Jess que luego le llevaré un tarro de medio litro de helado de fresa.

—Le encantará —dijo su amigo—. Te dejo… estamos llegando al hospital.

—Espera —dijo antes de que colgara.

—¿Qué?

—¿Dónde y cuándo es la cita?

Recibió la información y sonrió mientras colgaba.

El día iba cada vez mejor.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ZOE reconoció a Mason en cuanto lo vio en la puerta.

Se había afeitado y puesto unos pantalones caqui, una camisa y una corbata en lugar de la camiseta y los vaqueros que llevaba antes; tampoco estaba a su lado la gigantesca bestia, pero los ojos azules y la sonrisa sexy seguían en su sitio.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.

—Tenemos una cita —dijo sin desanimarse por la falta de entusiasmo en la expresión de Zoe.

—¿Eres el marido de Jessica?

—No —dijo apoyando la negativa con un gesto de la cabeza—. Soy el socio de su marido. Me envía Nick con sus disculpas por no poder venir en persona. Está de camino al hospital… parece que Jessica va a dar a luz hoy.

Cuando había conocido a Jessica, Zoe ya se había dado cuenta de que estaba embarazada, pero no había pensado que de tantos meses.

—Sé que esperabas a Nick —siguió Mason—, pero estoy seguro de que entenderás que tiene que estar con su mujer en estos momentos.

—Por supuesto —no pudo evitar recordar cuando ella había estado en el hospital, sin su marido al lado.

No había sido algo muy agradable y había marcado el inicio del final de su matrimonio.

—¿Zoe?

—Perdona —dijo volviendo al presente—. Estaba pensando…

—¿Prefieres que pongamos otra fecha para cuando Nick pueda?

—No —dijo—. Sólo quiero saber qué hay que hacer para arreglar esta casa.

—¿Cuánto tiempo tienes?

—¿A qué te refieres? —preguntó entornando los ojos.

—Simplemente te sugiero que eches una mirada detenida a lo que tienes alrededor —dijo Mason.

Lo hizo, y vio toda la belleza que había sido abandonada. El brillo de la madera noble bajo las capas de polvo, los destellos de las vidrieras emplomadas debajo de la mugre, los intrincados detalles de los remates y las molduras debajo de las telarañas. Veía historia que había que preservar y promesas esperando a ser cumplidas, pero no se sentía cómoda diciéndole nada de eso.

—La vendedora me aseguró que la estructura del edificio está bien.

—Los cimientos parecen sólidos —admitió él—, pero hay que cambiar la cubierta, reconstruir las chimeneas y volver a levantar el porche. Y eso es sólo lo que se ve desde fuera. Si realmente quieres tener una casa aquí, seguramente será más fácil y más barato tirar ésta y levantar otra.

Podía ser más fácil y más barato, pero no era lo que ella quería. Necesitaba arreglar la casa, demostrar que valía a pesar de las partes dañadas.

—No me interesa lo fácil, y no me hago ilusiones de que sea barato, pero quiero restaurar esta casa —le dijo.

—Sólo quería estar seguro de que considerabas todas las opciones —dijo encogiéndose de hombros.

Ella asintió, aunque en su interior sabía que no podía considerar la demolición como una de las opciones. Destruir lo que quedaba de ese hermoso edificio, le rompería de nuevo el corazón.

Entraron en la casa y Mason empezó a tomar medidas y hacer anotaciones con eficacia, pero no dejaba de sacar defectos según iban pasando de una habitación a otra. Se sentía frustrada por sus incesantes comentarios negativos y estaba a punto de decirle que buscaría otro arquitecto cuando se dio cuenta de la contradicción que había entre lo que decía y lo que hacía.

Le advertía de que el techo estaba dañado por la continua entrada de agua, pero su mirada se detenía en las esquinas de latón. Le decía que la fontanería estaba terriblemente vieja, pero le brillaban los ojos al ver los antiguos grifos. Y mientras se quejaba de que alguien había pintado el manto de la chimenea, con los dedos acariciaba la madera tallada.

—Los marcos de todas esas ventanas están empezando a pudrirse —dijo—. Habría que cambiarlos.

Zoe suspiró y cuando habló en sus palabras había resignación.

—A lo mejor tienes razón. A lo mejor habría que derribarla.

Giró la cabeza para mirarla y la miró con los ojos entornados.

—¿Es eso lo que quieres hacer?

—Estoy empezando a creer que es lo más lógico.

—Lo es —dijo después de una breve duda.

Zoe sonrió.

—Espero que seas mejor arquitecto que actor.

—¿De qué hablas?

—No te gusta la idea de destruir este hermoso edificio.

—Este edificio está muy lejos de ser hermoso —dijo seco.

—Pero lo fue una vez, y puede volver a serlo, ¿verdad?

—Podría ser —dijo Mason tras un largo silencio.

—Puedes verlo, ¿verdad? —presionó ella—. Te puedes imaginar cómo era… cómo volverá a ser.

—Puede ser —volvió a decir él—. Siempre he pensado que era una vergüenza que nadie hiciera nada para que este edificio no se cayera.

—¿Por qué no tú?

Mason la miró con una de esas irónicas medio sonrisas.

—Porque por mucho que admire las gráciles líneas y los detalles de excelente riqueza, también sé el tiempo y el dinero que hacen falta para arreglarla.

—Pensaba que un arquitecto de éxito tendría los recursos necesarios para hacer el trabajo.

—Lo que no tengo —le advirtió él—, y cualquiera en la ciudad te lo podrá confirmar, es la capacidad de comprometerme con proyectos a largo plazo.

—Por eso me estás echando el cebo, ¿para saber si yo estoy comprometida?

—Has tenido que soltar un buen montón de dinero para comprar esto —dijo—, supongo que eso prueba tu compromiso. Sólo espero que tengas un buen montón más porque lo vas a necesitar para restaurar esta casa como es debido.

—Espero poder hacer yo alguno de los trabajos más sencillos: parchear, lijar, pintar…

—Esta casa necesita mucho más que parches, lija y pintura —advirtió.

—Lo sé —y tenía presupuesto para el otro trabajo que sabía que requeriría—, pero quiero implicarme en el proyecto, no sólo firmar cheques.

Le dedicó una mirada calculadora y dijo:

—Has dicho que trabajabas en la revista Images.

—De fotógrafa.

—¿Has hecho antes alguna reforma en una casa?

—No —admitió reacia.

—¿Por qué dejaste ese trabajo para venir aquí?

—No creo que eso sea relevante.

—Por supuesto que lo es.

—Estoy comprometida con la restauración —dijo ella—. Eso es lo que importa.

La miró unos segundos antes de decir:

—Hay un par de buenos contratistas que podría recomendarte. Son de aquí y son honrados.

Abrió la boca para protestar, pero luego decidió que no valía la pena discutir con él, ahorraría energías para el trabajo que tenía que hacer.

—Puedes darme sus teléfonos después de que echemos un vistazo al ático.

Mason siguió a Zoe por las estrechas escaleras que llevaban al ático. Trataba de mantenerse concentrado en el trabajo, pero no podía apartar la mirada del trasero que tenía delante. Había acertado en una cosa: limpia mejoraba.

Tenía el pelo recogido en una coleta. Se había puesto una pizca de maquillaje, algo de rímel y un poco de brillo en los labios. Lo justo para no parecer maquillada, pero sí para realzar sus facciones. Era una mujer atractiva. Mucho más atractiva de lo que había pensado al principio. Seguía sin ser su tipo habitual, pero disfrutaba de las mujeres demasiado como para ser picajoso con los detalles.

Zoe se dio la vuelta al llegar al final de las escaleras y atravesó un arco que daba a una habitación a oscuras. Mason oyó el clic de un interruptor y se encendió una luz que mostró a Zoe de pie en medio del ático. Mason experimentó la habitual sensación de deseo que, pensó, cualquier hombre sentiría en la compañía de una hermosa mujer joven. Enfatizó lo de joven intentando adivinar la edad. Supuso que estaría alrededor de los veinticinco, lo que suponía que era mucho más joven que él, demasiado como para dejarse llevar por la atracción que sentía.

Además había sombras en su mirada que mostraban que había experimentado algunas cosas demasiado fuertes para su edad. Un gesto testarudo en la barbilla que hablaba de enfrentarse a retos… y ganarlos. Se imaginaba que era una mujer con mucho más equipaje que la maleta que había visto al lado de un sofá en el comedor. Y ésa era una razón más para no implicarse con ella.

Le gustaban las mujeres que se reían frecuentemente y con facilidad, las mujeres que querían pasarlo bien sin expectativas de nada más. Había pensado que Erika era una mujer así, hasta que después de sólo tres meses de salir le había dicho que ya estaba bien de dar vueltas a las cosas y que era el momento de comprometerse. La noche que le había dicho eso había sido la última vez que se habían visto.

No se arrepentía de haber terminado con Erika. No se podía imaginar comprometido con ninguna mujer y no tenía intención de enamorarse, pero no podía negar que había veces, como cuando estaba con Jessica y Nick, en que se preguntaba cómo sería amar y ser amado. Solía durarle un momento, inmediatamente recordaba a su padre y cómo la pérdida de la mujer que amaba lo había metido en una espiral descendente que finalmente lo había destruido. No, Mason no pensaba amar nunca a nadie.

—¿Qué te parece? —preguntó Zoe.

La pregunta lo sacó de su ensimismamiento. Miró la enorme habitación iluminada sólo por dos bombillas desnudas que colgaban del techo inclinado. Había viejos baúles cubiertos de polvo y telas de araña que colgaban de las vigas.

—Creo que es oscuro y deprimente.

—Eso es ahora, pero si abrimos una ventana allí —hizo un gesto hacia el fondo—, entrará el sol de la mañana. Será perfecto para una habitación con despacho. Y hay un cuarto de baño inmediatamente debajo, así que no será muy difícil subir la fontanería para hacer uno aquí arriba —lo miró esperanzada—. ¿Se podría?

—No estoy seguro de que sea fácil —le advirtió él—, pero sí, podrá hacerse.

Zoe sonrió y él sintió como si el aire volviera a llenarle los pulmones. No la había visto sonreír así hasta ese momento y no estaba preparado para su belleza cuando le brillaban los ojos y le ardían las mejillas.

Se metió las manos en los bolsillos para contener el súbito impulso de abrazarla y probar esos labios.

Se obligó a concentrarse en lo que debía y dejar a un lado las fantasías.

—Éste será mi espacio —decidió—. Con brillantes suelos de madera noble, las paredes pintadas de un alegre amarillo, una cama de cuatro postes…

Para evitar pensar en ella tumbada en la cama, interrumpió diciendo:

—No podrás subir una cama de cuatro postes aquí. No por esas escaleras en curva.

—Tienes razón —dijo con un suspiro—. Bueno, los muebles son sólo detalles.

—Si vas a subirte aquí, ¿qué vas a hacer con el resto de la casa?

—Voy a abrir un hotelito —sonrió de nuevo y en los ojos se le notaba la ilusión por sus planes.

Odiaba apagar ese brillo en sus ojos, pero tenía que hacer volver a esa mujer a la realidad.

—Ya hay más de media docena de hostales en la ciudad —señaló—. Y ni siquiera en temporada alta están completos.

—No busco autobuses cargados de turistas —dijo ella—. La publicidad creativa traerá aquí gente suficiente para hacer que mi negocio tenga éxito.

—No me has dicho qué te ha traído aquí desde la gran ciudad —dijo él.

—Evidentemente estoy intentando hacer algunos cambios en mi vida.

—¿Por qué?

—¿Eres así de fisgón con todos tus clientes? —preguntó entornando los ojos.

—No eres sólo mi cliente, eres mi vecina —le recordó.

—Eso es una casualidad geográfica.

—De acuerdo… esperaremos para las confidencias personales hasta que me consideres un amigo.

—¿Amigo? —dijo con evidente escepticismo.

—¿Te parece imposible?

—Imposible no —dijo—, sólo sorprendente.

—¿Porque la mayor parte de los hombres quieren saltarse esa parte y pasar directamente a tu dormitorio?

—Podría ser —admitió dubitativa.

—Pero yo ya estoy en tu dormitorio —dijo sonriendo.

—Así parece —volvió a sonreír y Mason volvió a sentir esa punzada de atracción—, pero sólo porque tienes un realmente impresionante… metro.

 

 

Zoe dejó a Mason en el ático tomando medidas y ella se marchó con la excusa de quitarle el polvo a la mesa del comedor y a un par de sillas para que así pudieran sentarse y hablar sobre sus ideas para la reforma. La realidad era que necesitaba algo de espacio. El enorme ático era demasiado pequeño cuando él estaba cerca de ella.

Si la compra de esa casa había sido irracional, su atracción por Mason lo era mucho más. Era un hombre educado e inteligente, e innegablemente guapo, pero también sería un rompecorazones. Era el tipo de hombre para quien flirtear debía de ser tan natural como respirar.

Sí, conocía a los de esa clase. Y aunque no podía negar que se sentía atraída, podía. y debía, rechazar cualquier posibilidad de que las cosas fueran a más. Había perdido demasiado en el último año y medio, recibido demasiados golpes emocionales como para arriesgarse a otro. Además, había algo en el modo que la miraba que le hacía sentirse joven y despreocupada otra vez, que le hacía querer volver a ser la clase de mujer que solía ser… aunque sólo fuera un rato.

Una fantasía, lo sabía, y una locura también. Y cuando oyó el sonido de pisadas bajando las escaleras, la sacó de su mente y terminó de limpiar la mesa.

—Ni siquiera puedo ofrecerte una taza de café porque no he tenido tiempo ni de ir a la compra —se disculpó.

—Está bien así —dijo sentándose enfrente de ella.

Zoe unió los dedos y apoyó las manos en la mesa tratando de no parecer nerviosa. Era el momento de la verdad, el momento de averiguar si sus sueños para esa casa podían realizarse o si había cometido un error colosal gastándose la mayor parte de sus ahorros en la entrada.

Mason abrió un cuaderno y pasó las hojas hasta que encontró una en blanco. Tenía las manos anchas, los dedos largos y las uñas bien cortadas. Se imaginó que serían unas manos fuertes. Manos que podrían realizar cualquier tarea con eficacia, desde dibujar el plano de una casa hasta acariciar el cuerpo de una mujer…

Zoe sintió que se ruborizaba incluso después de reprenderse por tener un pensamiento tan ilógico.

—Quieres dividir el ático en tres espacios: un dormitorio, un cuarto de baño y un despacho —dijo revisando las instrucciones que ella le había dado—. Cuatro dormitorios y dos baños en el primer y segundo piso, y que cada habitación tenga acceso a uno de los baños.

Ella asintió.

—¿Qué pasa con este piso?

—No estoy segura —admitió ella—. No sé si necesita mayores cambios, pero la disposición no queda bien.

—Porque ha sido reformado y modernizado —dijo él—. El espacio es demasiado abierto.

—¿Qué quieres decir?

—Esta sala —señaló el espacio abierto que había entre el comedor y el cuarto de estar— es demasiado contemporánea para el estilo de la casa. Tienes que romperla en habitaciones separadas más apropiadas para esa época.

En cuanto entendió a lo que se refería, estuvo de acuerdo.

—¿Qué sugieres?

—Un tradicional gran recibidor según entras por la puerta. Toda esta zona como comedor de manera que puedas colocar varias mesas para los huéspedes, una puerta que conecte con la cocina y, en el otro extremo, un salón, a lo mejor detrás una biblioteca.

Eran posibilidades que no se le habían ocurrido a ella, pero al oírlas empezó a sentirse intrigada.

—Podrías colocar estanterías con libros a ambos lados de la chimenea y unos cómodos sillones para que los clientes puedan relajarse y leer.

Podía imaginárselo perfectamente y sonrió por la bonita estampa que hacía.

—Eres realmente bueno.

—Es mi trabajo.

—Lo dices con pasión —dijo sacudiendo la cabeza.

—Siempre me han encantado las casas viejas —dijo encogiéndose de hombros.

—¿Por qué? —preguntó con auténtica curiosidad.

—Por su historia y el carácter único de cada estructura. No se lo digas a Nick o se pondrá a buscar un nuevo socio, pero yo disfruto más reformando edificios antiguos que diseñando nuevos. Es una experiencia increíble… descubrir lo que está oculto, destapar la belleza que tantas veces no se ve.

No quería que le gustara. Ya era bastante incómodo sentirse atraída. Pero escucharlo hablar, saber que sentía lo mismo que ella respecto a esa vieja casa, hacía que se ablandara.

—Debe de ser enormemente satisfactorio amar lo que haces.

—La clave está en hacer lo que amas —dijo él.

Ella asintió. Lo entendía porque no hacía mucho tiempo había hecho exactamente eso, pero en algún momento a lo largo del camino, el amor había desaparecido.

—¿No hay nada por lo que tengas pasión? —preguntó Mason.

Esperó que la pregunta fuera acompañada por algún gesto de flirteo, pero no, era una pregunta en serio. Como si realmente lo quisiera saber, como si estuviera interesado en lo que a ella le importaba.

—Esta casa —respondió de modo automático.

—Eso es obvio —dijo—, pero ¿qué acabó con tu pasión antes de venir a Pinehurst?

Zoe sacudió la cabeza rechazando mirar al pasado, pensar en todo lo que había dejado detrás.

—¿Podemos centrarnos en la casa?

—De acuerdo. ¿Dónde quieres poner el cuarto oscuro? —preguntó.

—No necesito ningún cuarto oscuro —respondió ella.

—Hay muchas habitaciones en el sótano —siguió como si ella no hubiese dicho nada—. Y está realmente muy oscuro. También podrías transformar la lavandería. Diseñé una casa para Warrem Creshaw y su esposa. Los dos son fotógrafos de naturaleza, no profesionales, pero comparten la afición. Pusimos un cuarto oscuro justo al lado de su dormitorio.

—No necesito un cuarto oscuro —repitió tensa—. Ya no soy fotógrafa.

—Tengas o no una cámara entre las manos, sigues siendo fotógrafa. Es el tipo de cosa que se lleva en la sangre… como diseñar casas va en la mía.

Zoe negó con la cabeza y tragó con dificultad.

—Dejé esa parte de mi vida en Manhattan.

Mason dudó un momento como si tuviera algo más que decir, pero justo en ese momento sonó un móvil.

—Perdona —dijo ella empujando la silla.

Buscó el teléfono en el bolso, lo sacó y atendió la llamada.

—Hola.

—¿Dónde estás? —preguntó Scott sin preámbulos.

El inesperado sonido de su voz le hizo dar un salto y sentir un ligero dolor en el corazón. Por otro lado, la pregunta le molestó.

—¿Por qué llamas?

—Sólo quería saber qué tal te iba.

Caminó hasta la ventana para alejarse de Mason que seguía sentado a la mesa.

—Estoy bien.

—Sería más fácil de creer si estuvieras donde decías que ibas a estar.

—Estoy en Pinehurst —dijo cortante.

—Dijiste que ibas a quedarte con Claire.

—No para siempre.

—Me ha dicho que estabas pensando en comprar una casa.

Frunció el ceño y pensó que por qué su amiga tenía que contarle nada a Scott, pero no podía reprochárselo a Claire porque ella misma sabía mejor que nadie lo persuasivo que podía ser.

—¿Y?

—Comprar una casa es una decisión muy importante —dijo con amabilidad—. Y tú has tenido un año muy duro.

—Demasiado tarde —oyó de fondo una especie de rugido y reprimió una sonrisa—. Ha sido algo completamente irracional —admitió—. Vi el cartel en el jardín, llamé a la agente e hice una oferta.

—Por favor, dime que al menos has hecho inspeccionar la casa.

Sonrió. Scott, tan práctico como siempre, nunca entendería que el corazón le hubiera movido a comprarse esa casa.

—Un inspector me hubiera dicho que haría falta mucho trabajo —dijo sin admitir que le habían dado una copia de una inspección que se había realizado a la casa unos pocos meses antes—. Y eso ya lo sé yo.

—Por Dios, Zoe. ¿Has perdido el juicio?

—Ése parece ser el consenso general —estuvo de acuerdo.

—Deja que hable con mis abogados —dijo él—. A lo mejor puede deshacerse la transacción.

—No —dijo rápidamente.

—¿Qué quiere decir no?

—Quiero decir —suspiró— que no quiero deshacer la compra. Quiero esta casa.

—Puedes estar cometiendo un gran error —le advirtió.

Sabía que tenía razón, pero había pasado la mejor parte de sus veintinueve años haciendo lo inteligente, lo seguro y aun así no había estado preparada para los problemas que le deparaba la vida. Aunque comprar esa casa al final fuera un error, sería su error.

—¿Por qué te preocupas? —dijo retadora—. Me has dejado, ¿te acuerdas?

—Tú me diste la patada.

Él estaba en lo cierto, tenía que admitirlo, pero sólo porque no podía seguir viviendo con él tal y como se habían puesto las cosas.

—¿Importa eso? —preguntó ella—. El resultado final es el mismo.

—Siempre me preocuparé por ti, Zoe.

Y eso habría sido suficiente para seguir juntos si no se hubieran cruzado otros obstáculos.

—¿Sólo has llamado por eso?

—¿Cuándo es tu próxima cita con la doctora Allison?

Sintió la quemazón de las lágrimas. Si hubiera estado la mitad de preocupado diez o doce meses antes, a lo mejor su relación no se habría terminado.

—Tengo que colgar, Scott.

Antes de que pudiera decir nada más, Zoe colgó. Parpadeó para contener la humedad en los ojos. Sintió la mano de Mason en el hombro, suave pero firme. Se dio la vuelta para mirarlo.

—¿Zoe?

No podía mirarlo. Sólo necesitaba medio minuto para recuperarse, para volver al coraje y la confianza que había aprendido a fingir.

—¿Quién era? —preguntó Mason.

Respiró hondo y se preparó para afrontar la pregunta. Después de todo, no era de su incumbencia. Apenas conocía a ese hombre y no le debía ninguna explicación.

Pero cuando lo miró, se dio cuenta de que no estaba tratando de entrometerse. Preguntaba porque se había dado cuenta de que ella estaba alterada y se había preocupado. Los últimos dieciocho meses había aprendido a salir adelante ella sola. Únicamente Claire había estado ahí para apoyarla. No necesitaba a nadie más.

Después de sólo unos pocos días en esa ciudad, se había dado cuenta de que una de las razones para irse allí era porque no quería vivir sola el resto de su vida. Quería, necesitaba, tener amigos que se preocuparan de ella y a los que ella pudiera cuidar. Así que dio lo que esperaba sería un primer paso en esa dirección y respondió la pregunta con sinceridad.

—Era mi marido.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

MARIDO?

El anuncio de Zoe lo había pillado completamente desprevenido. Y dicho con esa voz suave y sexy, el golpe era incluso más inesperado.

Le llevó un minuto procesar esa sorprendente información que, al menos para él, cambiaba por completo la ecuación: Zoe estaba casada.

No podía decir por qué la revelación lo sorprendía tanto, o por qué le dejaba extrañamente molesto. Lo único que sabía era que tenía que dejar de pensar en esa mujer como su atractiva vecina y concentrarse en el hecho de que estaba casada con otro.

Maldición.

Zoe podía no ser su tipo habitual, pero se sentía arrastrado hacia ella. Había algo en ella que lo intrigaba. En el escaso tiempo que había pasado desde que se habían conocido por la mañana y que había ido a la cita, se había dado cuenta de que estaba haciendo planes para pasar tiempo con ella.

Evidentemente, todo eso era antes de enterarse de que estaba casada.

Era culpa suya por permitirse fantasías. Dejó caer las manos a los lados y dio un paso atrás.

Ella lo miró dubitativa y cruzó los brazos. Todavía tenía el teléfono en la mano, la mano izquierda. Se fijó en ese detalle al mismo que tiempo que en que no llevaba ningún anillo.

—No llevas anillo —apuntó Mason.

Por supuesto que sabía que no todo el mundo lo llevaba, pero tenía la sensación de que ella era de la clase que sí, que si se comprometía con alguien, luciría la prueba del compromiso. Claro que si se había equivocado pensando que no estaba comprometida, también se podía equivocar en eso.

Ella negó con la cabeza, volvió al comedor y se sentó en la silla que había abandonado para responder a la llamada.

—No, no llevo anillo. Ya no. No desde… estoy, quiero decir estamos, divorciándonos.

—Oh —dijo él mientras procesaba esa segunda, inesperada y bienvenida revelación.

Inmediatamente se sintió un canalla por alegrarse de que su matrimonio hubiera fracasado y así no tener que sentirse culpable por fantasear con una mujer casada.

—Estamos esperando los últimos papeles para terminar con ello —admitió ella.

—Lo siento —dijo él sin mucha convicción.

—Son cosas que pasan —Zoe se encogió de hombros.

Sí, sabía que era así. También sabía que una ruptura nunca era tan fácil como ella lo hacía parecer, incluso aunque fuera la elección correcta.

—¿Cuánto tiempo habéis estado casados?

—Casi nueve años.

Miró a aquella mujer que pensaba que no tendría más de veinticinco años.

—¿Te casaste cuando aún estabas en el instituto?

—Recién salida de la universidad —dijo con una sonrisa.

—¿Con cuántos años fuiste a la universidad?

—Tengo veintinueve años —concluyó ella.

Y él treinta y siete. Entonces no había tantos años de diferencia entre ellos como había pensado al principio, aunque seguía estando la barrera del matrimonio. Y aunque los papeles del divorcio llegaran al día siguiente, era evidente que ella seguía enamorada de su marido.

—¿Qué quería el que pronto será tu ex marido? —preguntó—. ¿Te llevaste su cafetera o algo así?

—No, nada de eso. Realmente tenemos un acuerdo de lo más civilizado.

—¿Entonces por qué te llama?

—Había oído que iba a comprarme una casa y quería decirme que podía ser un error.

—¿No le has dicho que no era de su incumbencia?

—Sí —dijo ella—, pero después de nueve años casados y no sólo viviendo juntos sino trabajando juntos, también, algunas costumbres son difíciles de romper.

—¿También es fotógrafo?

—No, es uno de los editores de Images.

—Por eso te fuiste de Manhattan…

Zoe negó con la cabeza.

—Es una ciudad lo bastante grande como para poder haberme quedado, encontrado un nuevo apartamento, un nuevo trabajo y, seguramente, no haber vuelto a verlo nunca más, pero todo se había enredado de un modo inexplicable y necesitaba alejarme. Necesitaba empezar de nuevo.

—Bueno, has elegido un buen sitio.

—¿Hablas por experiencia? —se le debió de notar la sorpresa porque ella sonrió—. A lo mejor yo no te he notado el origen tan rápido como tú a mí, pero cuanto más te escucho, más voy notando un sutil arrastre de las vocales.

—Puedes sacar a un muchacho del sur, pero no puedes sacar el sur de un muchacho —musitó.

—¿Cuánto del sur?

—Beaufort, Carolina del Sur.

—¿Qué te trajo aquí?

—Vine al norte a la universidad, conocí a Nick Armstrong, vine a Pinehurst de visita un verano y decidí quedarme y asociarme con él.

—¿Vas a casa con mucha frecuencia?

—Ésta es mi casa.

—¿No tienes familia en Beaufort?

—No, sólo somos mi hermano Tyler y yo, y él vive por aquí también.

—¿Ni esposa ni ex esposa?

—No —se estremeció ante la idea.

—Bueno, de momento es suficiente.

—No es que me oponga a la institución del matrimonio. De hecho fui el padrino de Nick —sonrió—. Las dos veces.

—¿Se casó con alguien antes que con Jessica?

—Con tu agente de la propiedad inmobiliaria.

Le tocó sorprenderse a Zoe.

—No conozco a Jessica muy bien, evidentemente —dijo ella—, pero por la forma en que habla de Nick, tengo la impresión que llevan juntos desde siempre.

—Siempre han estado enamorados —se mostró de acuerdo—. Tuvieron un breve romance cuando eran jóvenes, después sus vidas se separaron y se volvieron a encontrar hace sólo un año.

—¿Eso no te parece extraño?

—Es una ciudad pequeña —le recordó—. Y la ex de Nick llevaba casada bastante tiempo antes de que Jess volviera.

Zoe pensó en la posibilidad de que Scott se volviera a casar y se preguntó si podría ser amiga de la nueva esposa de su ex marido. Llegó a la conclusión de que no tenía sentido. Scott estaba fuera de su vida, ella se había marchado.