Las alegres esposas de Windsor - William Shakespeare - E-Book

Las alegres esposas de Windsor E-Book

William Shakespeare

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Beschreibung

Al llegar a Windsor, John Falstaff se encuentra escaso de fondos. Es por ello que decide cortejar, escribiendo dos cartas idénticas, a dos mujeres casadas, la señora Ford y la señora Page, para mejorar su situación económica. Así comienza esta historia de disparates, llena de ingeniosos personajes, como los criados Pistol y Nym, y divertidas confusiones y juegos de palabras, que lo entretendrán de principio a fin.En esta comedia clásica, presentada de la mano de John Falstaff como antihéroe romántico, Shakespeare supo combinar todos los personajes y situaciones de manera magistral, desplegando todo su talento teatral. La ironía, la sorpresa y la sátira lo atraparán desde el principio en esta agradable lectura. -

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Seitenzahl: 120

Veröffentlichungsjahr: 2020

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William Shakespeare

Las alegres esposas de Windsor

Jaime Clark

Saga

Las alegres esposas de WindsorTranslated by Jaime Clark Original titleThe Merry Wives of Windsor Copyright © 1602, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726353020

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

SIR JOHN FALSTAFF. FENTON, Caballero joven. POCOFONDO. Juez de paz de campaña. SLENDER, primo de Pocofondo. Mr. FORD, caballero residente en Windsor. Mr. PAGE, caballero residente en Windsor. GUILLERMO PAGE, hijo de Mr. Page. SIR HUGH EVANS, cura galés. DOCTOR CAIUS, médico francés. POSADERO DE LA LIGA. BARDOLFO, acompañante de Falstaff. PISTOL, acompañante de Falstaff. NYM, acompañante de Falstaff. ROBIN, paje de Falstaff. SIMPLE, criado de Slender. RUGBY, criado del Doctor Caius. SEÑORA FORD. SEÑORA PAGE. SEÑORITA ANA PAGE, su hija, enamorada de Fenton. SEÑORA APRISA, ama de llaves del Dr. Caius. CRIADOS DE PAGE, DE FORD, ETC. ESCENA.—Windsor y sus alrededores.

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

En Windsor, delante de la casa de Page

[Entran el juez POCOFONDO, SLENDER y Sir HUGH EVANS]

POCOFONDO.—No tratéis de disuadirme, sir Hugh. Llevaré este asunto a la  alta  corte  de  justicia  para  lo  criminal.  Así  valiera  sir  Juan  Falstaff  veinte como él, no ofenderá a Roberto Pocofondo, escudero.

SLENDER.—En el condado de Glocester, Juez de paz y coram.

POCOFONDO.—Si, primo Slender, y Cust-alorum.

SLENDER.—Si, y también ratolorum, gentilhombre de nacimiento, señor cura,  que  se  firma  armígero  en  todos  los  actos,  notas,  recibos,  mandatos  y obligaciones: armígero.

POCOFONDO.—Si, que lo hacemos y lo hemos hecho invariablemente en estos últimos trescientos años.

SLENDER.—Todos  sus  sucesores  que  han  vivido  antes  que  él,  lo  han hecho; y todos sus antepasados que han de venir después de él podrán hacerlo. Podrán exhibir los doce lucios en su casaca.

POCOFONDO.—Es una antigua casaca.

EVANS.—Sienta muy bien a una casaca antigua una docena de lucios. Lo uno  se  aviene  muy  bien  con  lo  otro.  Es  un  animal  familiar  al  hombre;  un emblema de amor.

POCOFONDO.—El lucio es pescado fresco: la casaca antigua es pescado salado.

SLENDER.—¿Puedo hacer tercio en vuestro escudo, primo?

POCOFONDO.—Sin duda alguna, si os casáis.

EVANS.—Pues si entra en tercio, de seguro que no podrá hacer sino mal tercio.

POCOFONDO.—De ninguna manera.

EVANS.—Por  nuestra  señora,  que  sí.  Si  él  toma  un  tercio  de  vuestra casaca, no quedarán, en mi humilde juicio, sino los otros tercios para vos. Pero todo sale a lo mismo. Si el caballero Falstaff ha cometido algún desacato hacia vos,  miembro  soy  de  la  iglesia  y  me  emplearía  de  todo  corazón  en  hacer mediar desagravios y avenimientos.

POCOFONDO.—No;  la  alta  corte  habrá  de  tomar  noticia  de  esto.  Hay rebelión.

EVANS.—No es propio que se le haga oír de tal asunto. En las rebeliones no hay temor de Dios y el Consejo preferirá oír hablar del temor de Dios másbien que de una rebelión. Considerad esto.

POCOFONDO.—¡Ah,  por  vida  mía!  Si  fuese  joven  aún,  esto  acabaría  a estocadas.

EVANS.—Más  vale  que  sean  los  amigos  y  no  la  espada  quien  termine esto. Y además, tengo en la cabeza un proyecto que quizás tenga ventajosos resultados. Hay una Ana Page, hija del señor Jorge Page, que es una guapa doncella.

SLENDER.—¿La  señorita  Ana  Page?  Tiene  cabellos  castaños  y  habla tímidamente como cumple a una mujer.

EVANS.—De  cuantas  hay  en  el  mundo,  es  ella  precisamente  la  que podríais desear. Y su abuelo (guárdele Dios una resurrección feliz) en su lecho de  muerte  le  dejó  setecientas  libras  en  dineros,  y  oro  y  plata,  para  cuando cumpla los diez y siete años. Sería cosa muy cuerda dejar vuestras disputas y procurar un matrimonio entre el señor Abraham y la señorita Ana Page.

POCOFONDO.—¿Setecientas libras le dejó su abuelo?

EVANS.—Sí, por cierto. Y su padre le dará aún mejor caudal.

POCOFONDO.—Conozco a la señorita: tiene buenas prendas.

EVANS.—Setecientas  libras  y  esperanzas  de  heredar  más,  no  son  malas prendas.

POCOFONDO.—Bien.  Busquemos  al  digno  señor  Page.  ¿Está  allí Falstaff?

EVANS.—¿Habré de deciros una mentira? Desprecio al mentiroso, como desprecio a uno que es falso, o como desprecio a uno que no es sincero. El caballero sir Juan está allí y os ruego que os dejéis guiar por los que os quieren bien.  Llamaré  a  la  puerta  y  preguntaré  por  el  señor  Page.  (Golpea.)  ¡Hola! ¡Dios bendiga vuestra casa!

Entra Page

PAGE.—¿Quién llama?

EVANS.—He aquí, con la bendición de Dios y con vuestro amiga, al juez Pocofondo y al joven señor Slender, que acaso podrán contaros un cuento, si las cosas salen a gusto vuestro.

PAGE.—Me alegro de hallar bien a vuestras señorías. Os doy las gracias por el venado que me habéis remitido, maese Pocofondo.

POCOFONDO.—Señor Page, me congratulo de veros. ¡Huélguese vuestro buen  corazón!  Hubiera  querido  que  fuera  mejor  aquel  venado,  pues  no  fue muerto como manda la ley. ¿Cómo está la buena señora Page?… Y os quedopor siempre agradecido de corazón, ¡así!, de corazón.

PAGE.—Gracias, señor.

POCOFONDO.—Gracias, señor; por sí y por no, gracias.

PAGE.—Me alegro de veros, amiguito Slender.

SLENDER.—¿Cómo  está  vuestro  lebrel  leonado,  señor?  Me  dijeron  que había perdido en las carreras de Cotsale.

PAGE.—La cosa no pudo ser juzgada.

SLENDER.—¡No queréis confesarlo, no queréis confesarlo!

POCOFONDO.—¡No  lo  ha  de  querer!  «Es  culpa  vuestra,  es  culpa vuestra». Es un buen perro.

PAGE.—Perro de mala ralea, señor.

POCOFONDO.—Un  buen  perro,  señor,  un  hermoso  perro.  ¿Qué  más  se puede decir? Es bueno y hermoso. ¿Está aquí el señor Juan Falstaff?

PAGE.—Está dentro. Quisiera poder hacer algo en bien de vosotros.

EVANS.—Así es como debe hablar un cristiano.

POCOFONDO.—Señor Page, él me ha ofendido.

PAGE.—Lo reconoce en cierto modo, señor.

POCOFONDO.—Si lo reconoce, no lo repara. ¿No es así, señor Page? Me ha ofendido; en todas veras me ha ofendido: en una palabra, me ha ofendido. Creedme. Roberto Pocofondo, escudero lo ha dicho: se le ha ofendido.

PAGE.—Aquí viene sir Juan.

Entran sir Juan Falstaff, Bardolfo, Nym y Pistol

FALSTAFF.—Y bien, señor Pocofondo: ¿vais a quejaros de mí al rey?

POCOFONDO.—Caballero: habéis golpeado a mis gentes, muerto mi caza y allanado mi domicilio.

FALSTAFF.—Pero no he besado a la hija de vuestro guardián.

POCOFONDO.—Se me da un ardite. Tendréis que responder de esto.

FALSTAFF.—Y  respondo  desde  luego:  he  hecho  todo  lo  que  decías.  Ya está respondido.

POCOFONDO.—Esto irá a dar al Consejo.

FALSTAFF.—Sería mejor para vos que el Consejo nada supiera. Se reirían de vos.

EVANS.—Pauca verba, sir Juan; buenas palabras.

FALSTAFF.—¡Buenas  palabras!,  ¡buenas  coles!  Slender,  os  rompí  la cabeza: ¿qué tenéis contra mí?

SLENDER.—Cierto,  señor;  tengo  algo  contra  vos  en  la  cabeza  y  contra vuestros  ladrones  de  conejos,  Bardolfo,  Nym  y  Pistol.  Me  llevaron  a  la taberna, me emborracharon y en seguida me robaron el bolsillo.

BARDOLFO.—¿A ti, queso de Banbury?

SLENDER.—Bien, eso no importa.

PISTOL.—¿Con ésas nos sales, Mefistófeles?

SLENDER.—Bien, eso no importa.

NYM.—¡Tajarlo!, digo, ¡pauca, pauca, tajarlo! Eso me pide el gusto.

SLENDER.—¿Dónde está Simple, mi criado? ¿Lo sabéis, primo?

EVANS.—¡Paz,  os  ruego!  Procuremos  entendernos.  A  lo  que  se  me alcanza, hay tres árbitros en este asunto, a saber: el señor Page, fidelicet, señor Page; yo mismo, fidelicet, yo; y por fin y remate el tercero es mi posadero de la Liga.

PAGE.—Nosotros tres para entender del asunto y arreglarlo entre ellos.

EVANS.—Muy  bien.  Tomaré  nota  en  mi  libro  memorándum,  y  después nos ocuparemos de la causa con toda la discreción que nos sea posible.

FALSTAFF.—¡Pistol!

PISTOL.—Soy todo orejas.

EVANS.—¡El  diablo  y  su  abuela!  ¿Qué  frase  es  esa  «ser  todo  orejas»? Pues eso es afectación.

FALSTAFF.—Pistol, ¿robaste la bolsa del señorito Slender?

SLENDER.—Sí, por vida de mis guantes, que lo hizo, (o no querría yo, a no ser cierto, volver jamás a mi salón). Me robó siete monedas de a cuatro peniques y dos tablillas Edward para jugar al tejo, que me habían costado dos chelines y dos peniques cada una, en casa de Miller. ¡Sí, por estos guantes!

FALSTAFF.—¿Es verdad esto, Pistol?

EVANS.—No: es falso, si es una ratería.

PISTOL.—¡Ah!  ¡Eres  un  forastero  montaraz!  Sir  Juan,  amo  mío,  reto  a combate a este sable de hoja de lata. Aquí, en tus labios está la mentira: hez y escoria, ¡mientes!

SLENDER.—Pues por estos guantes, que entonces era el otro.

NYM.—Andad  con  cuidado  y  dejaos  de  bromas,  señor  mío,  que  si  os acomoda tratarme como a ratero, a mí me acomodará atraparos a mi modo. Y esto es lo que hay en el caso.

SLENDER.—Pues  entonces,  por  este  sombrero,  quien  tiene  la  culpa  es aquél  de  la  cara  colorada;  pues  aunque  no  puedo  acordarme  de  lo  que  hice cuando me embriagasteis, con todo no soy enteramente un asno.

FALSTAFF.—¿Qué decís vosotros, Scarlet y Juan?

BARDOLFO.—Por mi parte, lo que digo es que el caballero bebió hasta perder los cinco sentimientos.

EVANS.—Los cinco sentidos, se dice. ¡Santo Dios! ¡Qué ignorancia!

BARDOLFO.—Y  estando  achispado,  le  arreglaron  las  cuentas,  como dicen, y así se acabó el cuento.

SLENDER.—Sí,  y  entonces  hablaste  en  latín  pero  no  importa.  Nunca, jamás  me  emborracharé  mientras  viva  otra  vez,  sino  en  honrada  y  buena sociedad, a causa de este percance. Si me emborracho, me emborracharé con los que tienen temor de Dios, y no con ebrios bribones.

EVANS.—Que Dios me juzgue, como es cierto que ese es un propósito de virtud.

FALSTAFF.—Oís, señores, que todos esos cargos han sido negados. ¿Lo oís?

Entra Ana Page, trayendo vino, seguida por la Sra. Ford y la Sra. Page

PAGE.—No, hija. Llévate el vino. Beberemos allá dentro.

Sale Ana Page

SLENDER.—¡Oh cielos! Esta es la señorita Ana Page.

PAGE.—¿Cómo va, señora Ford?

FALSTAFF.—Por  vida  mía,  señora  Ford,  sois  muy  bien  venida.  Con vuestro permiso, buena señora. (La besa.)

PAGE.—Esposa mía, da la bien venida a estos caballeros. Venid, tenemos un  buen  pastel  caliente  de  cacería  para  la  comida.  Vamos,  señores,  que ahogaremos en el vino todo resentimiento.

[Salen todos menos Pocofondo, Slender y Evans]

SLENDER.—Daría cuarenta chelines por tener aquí mi libro de canciones y sonetos. (Entra Simple.) ¡Cómo! Simple, ¿dónde habéis estado? Tendré que ser mi propio sirviente, ¿no es así? ¿Ni tenéis tampoco a la mano el libro de los enigmas, por supuesto?

SIMPLE.—¡El  libro  de  los  enigmas!  ¿Pues  no  lo  prestasteis  a  Alicia Pocapasta  en  la  fiesta  última  de  Todos  Santos,  quince  días  antes  del  San Miguel?

POCOFONDO.—Venid,  primo,  venid.  Os  estamos  aguardando.  Una palabra al oído, primo. Hay, como quien dice, una oferta, una especie de oferta muy a lo lejos, hecha por sir Hugh. ¿Entendéis?

SLENDER.—Sí, y me encontraréis razonable. Si ha de ser así, haré lo que esté puesto en razón.

POCOFONDO.—Pero entendedme bien.

SLENDER.—Lo hago, señor.

EVANS.—Prestad oído a sus consejos, señorito Slender. Ya os describiré el asunto si tenéis capacidad para ello.

SLENDER.—Haré como diga mi primo Pocofondo. Perdonadme, pues él es juez de paz en su condado, aunque yo no sea aquí sino un cualquiera.

EVANS.—Pero  no  se  trata  de  eso.  Se  trata  de  lo  concerniente  a  vuestro matrimonio.

POCOFONDO.—Sí; este es el punto vital de la cuestión.

EVANS.—Por cierto que lo es. Es el punto vital de la señorita Ana Page.

SLENDER.—Pues siendo así, me casaré con ella si se me pide en debida forma.

EVANS.—Pero  ¿podéis  amar  a  la  mujer?  Debemos  exigir  que  lo  digáis con vuestros labios; porque muchos filósofos pretenden que los labios son una parte de la boca; por tanto, ¿podéis, sí o no, inclinar vuestra buena voluntad hacia la doncella?

POCOFONDO.—Primo Abraham Slender, ¿podéis amarla?

SLENDER.—Así lo espero. Haré lo que cumple a uno que quiere obrar en razón.

EVANS.—No,  por  Dios  y  sus  santos  y  sus  esposas;  debéis  decir positivamente si podéis inclinar hacia ella vuestros deseos.

POCOFONDO.—Tenéis  que  hacerlo.  ¿Queréis,  siendo  buena  la  dote, casaros con ella?

SLENDER.—Haré aún mucho más que eso, por cualquiera razón, primo, si lo queréis.

POCOFONDO.—No; comprendedme, comprendedme, amable primo mío. Lo que hago es por seros grato, primo. ¿Podéis amar a la doncella?

SLENDER.—La  tomaré  por  esposa  a  petición  vuestra,  señor.  Si  no  hay mucho amor al principio, con el favor del cielo podrá disminuir cuando nos conozcamos  mejor  después  de  casados  y  que  haya  habido  ocasión  de conocerse  el  uno  al  otro.  Espero  que  con  la  familiaridad  crecerá  el menosprecio; pero si decís «casaos con ella», con ella me caso. A eso estoy disuelto disolutamente.

EVANS.—Muy juiciosa respuesta; salvo la falta en las palabras «disuelto disolutamente»  que  quisieron  significar  «resuelto  absolutamente».  Pero  su sentido era bueno.

POCOFONDO.—Sí, creo que fue buena la intención de mi primo.

SLENDER.—Y si no, que me ahorquen.

[Vuelve a entrar Ana Page]

POCOFONDO.—He  aquí  a  la  hermosa  señorita  Ana.  Querría  por  vos volver a la juventud, señorita Ana.

ANA.—La  comida  está  en  la  mesa.  Mi  padre  desea  el  honor  de  vuestra compañía.

POCOFONDO.—Estoy a sus órdenes, bella señorita Ana.

EVANS.—¡La voluntad de Dios sea bendecida! No faltaré al benedícite.

[Salen Pocofondo y sir Hugh Evans]

ANA.—¿Tenéis a bien, caballero, pasar adelante?

SLENDER.—No;  gracias  os  doy  por  ello  muy  de  corazón.  Estoy  muy bien.

ANA.—Os espera la comida, señor.

SLENDER.—No tengo hambre, os doy las gracias. Ve, criado, pues todo tú eres mi sirviente, ve a servir a mi primo Pocofondo. (Sale Simple.) Un juez de  paz  puede  alguna  vez  quedar  obligado  a  su  amigo  por  un  sirviente.  No tengo  a  mi  servicio  sino  tres  criados  y  un  muchacho,  hasta  que  muera  mi madre: pero ¿qué importa? Sin embargo, vivo como si fuera un caballero de cuna pobre.

ANA.—No  entraré  sin  vos,  señor.  No  se  sentarán  a  la  mesa  hasta  que hayáis llegado.

SLENDER.—A  fe  mía,  no  comeré.  Os  agradezco,  sin  embargo,  como  si comiera.

ANA.—Os suplico, señor, que entréis.

SLENDER.—Me  agradaría  más  pasear  aquí.  Os  doy  las  gracias.  El  otrodía, jugando a la esgrima, con espada y daga, con un profesor de armas, me lastimé  la  cara.  Habíamos  apostado  en  tres  asaltos  un  plato  de  ciruelas guisadas. Desde entonces no puedo soportar el olor de las viandas calientes. ¿Por qué ladran vuestros perros? ¿Hay osos en la ciudad?

ANA.—Pienso que sí, señor. He oído hablar de ellos.

SLENDER.—Me agrada bastante la diversión de cazarlos; pero en ella soy tan pronto en enfadarme como el hombre que más en Inglaterra. Un oso suelto os intimida ¿no es verdad?

ANA.—Ciertamente que sí, señor.