Las emociones y el cáncer - Gina Tarditi - E-Book

Las emociones y el cáncer E-Book

Gina Tarditi

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Beschreibung

La ira, el resentimiento y otros falsos culpables. Las falsas creencias respecto de las emociones y su supuesto papel en el desarrollo del cáncer dan lugar a expectativas ilusorias y reduccionistas que obstaculizan la atención oportuna. Además, llevan al hostigamiento de los pacientes, quienes acaban sintiéndose culpables por estar enfermos. Gina Tarditi, especialista del Instituto Nacional de Cancerología y consejera de la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer, denuncia en este libro la idea errónea –propagada por numerosos autores de libros de autoayuda, sanadores y médicos "alternativos"– de que la ira, el resentimiento y la frustración provocan el cáncer o aceleran su desarrollo. También cuestiona afirmaciones como las que sostienen que el pensamiento positivo, por sí solo, tiene el poder de prevenir e incluso curar la temida enfermedad.

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Este libro está dedicado a todos los pacientes,pero sobre todo a mis tres grandes maestros...De ellos aprendí que, en la enfermedad,la vida de todo ser humano conserva íntegramentesu misterio, valor y dignidad.

Agradecimientos

Cuando bebas agua, recuerda la fuente.

PROVERBIO CHINO

Gracias a todas las personas que durante años me animaron a escribir diciéndome que les parecía importante que plasmara en blanco y negro mi experiencia al lado de pacientes con una enfermedad crónica avanzada. Su confianza y certeza finalmente me acompañó durante todo el proceso iniciado en enero del 2009.

De manera especial agradezco a todos aquellos pacientes y a sus familias que me abrieron sus pequeños mundos y me permitieron acompañarlos durante su proceso de enfermedad: a quienes siguen con nosotros y a quienes sin estarlo dejaron una huella única. Con cada uno he aprendido a valorar la vida cada vez más; a descubrir la infinitud de sus potencialidades; a respetar las diferencias; a sorprenderme con la capacidad de reinvención que descansa en lo más profundo de nuestro ser para que, cuando la vida nos enfrente a situaciones extremas, se movilice en pos del encuentro de nuevos equilibrios que nos permitan continuar viviendo de manera plena y significativa.

A la Fundación CIM*AB por el apoyo recibido para que las sobrevivientes de cáncer de mama que lo desearan fueran entrevistadas. A ellas y a todos los demás pacientes que aceptaron la entrevista: mil gracias. Sus testimonios, sin duda, enriquecieron este trabajo aun cuando solo sean seis las entrevistas que se presentan, las cuales fueron seleccionadas por la claridad de las ideas y porque reflejan el sentir de la mayoría de los entrevistados. He cambiado sus nombres para proteger su identidad.

A los psicólogos y queridos profesores, doctor Robert Johnson y maestra Magdalena Bayona, por sus recomendaciones respecto al capítulo dedicado a las emociones.

Asimismo, quiero extender mi gratitud al doctor Francisco Javier Ochoa Carrillo, expresidente de la Academia Mexicana de Cirugía, y a la doctora Carolina González-Schlenker, investigadora en temas de salud pública en la población latina que vive en Estados Unidos. A pesar de su agenda complicada, ambos se dieron a la tarea de leer el libro y dictaminarlo como un trabajo profesional y serio que, de manera fluida, cumple con el cometido de derribar mitos construidos alrededor de la enfermedad.

Finalmente, gracias a Editorial Océano y a la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer por hacer de este proyecto una realidad.

I.

El hombre real frenteal sufrimiento

La duda es desagradable, pero la certeza es ridícula.

VOLTAIRE19

El hombre supera infinitamente al hombre.

PASCAL

Muchas veces me he preguntado cómo es posible que el hombre soporte tanto sufrimiento y, más aún, que salga fortalecido de situaciones que al menos para alguien ajeno parecen extremas. La respuesta que he encontrado se antoja sencilla, pero no lo es. Si el hombre se recompone en medio del dolor y sale airoso de la experiencia crítica es porque algo bueno y positivo puede rescatar del martirio que se vive en una situación así.

Cuando de súbito nos vemos en situaciones dolorosas que nos despojan de la “absurda seguridad” con la que fantaseamos vivir sentimos que el mundo se nos viene encima; vemos todo en negro, sin rastro de luz. Lo que hasta ese momento nos daba certeza desaparece y entonces sentimos, miedo, frustración, coraje, impotencia y una inmensa tristeza. Pareciera que nada tiene sentido. Nuestra vida ha cambiado para siempre. Aceptarlo duele y duele mucho. Acostumbro imaginar que la vida de cada persona es un rompecabezas que, aunque poco o muy desordenado o mal embonado —no hay vida perfecta— está acostumbrada a vivir así.

Quizá al final de la crisis nuestra vida se vea afectada positivamente, pero en esos primeros momentos ni siquiera lo sospechamos. Lo único que deseamos es que alguien nos despierte y nos diga que todo ha sido un mal sueño, que todo sigue igual. Nuestra mente empieza a traicionarnos de inmediato: “¿y si lo que pasa es más grave...?”, “¿y si no me recupero, qué pasará conmigo, con mi familia, con mi trabajo...?”, “no podré con esto”, “quiero salir corriendo; literalmente, quiero huir”.

La evaluación que hacemos de lo que sucede es, en realidad, lo que nos provoca el sufrimiento.20 Por ejemplo, si a dos personas las despiden de sus empleos y ambas tendrán que encarar más o menos los mismos problemas, sufrirá más la que vincule el hecho de tener un empleo con la valía personal; la que lo vea como un fracaso, como una desgracia insuperable. Si una persona se divorcia y considera que es lo peor que le puede suceder sufrirá más que otra que lo vea como un hecho doloroso, pero necesario o inevitable.

Al respecto, me gusta recordar una historia china a la que hace alusión Carlos G. Vallés en su libro Ligero de equipaje:

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?”. Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”. Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?”. Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Todo lo que a primera vista parece un contratiempo puede ser un disfraz del bien.21

Debemos entender que en la vida todo es perder y ganar, y que la pérdida está presente desde el momento mismo en que nacemos: perdemos la seguridad que nos brinda el vientre materno para ganar la vida misma. A partir de ese momento son muchas las pérdidas que habremos de enfrentar, y mientras más se vive más pérdidas se acumulan. Podemos anticipar y hasta prepararnos para algunas: las que vienen asociadas con el cambio de residencia, separación y divorcio, entrada en la universidad, jubilación, nido vacío, etcétera. Pero muchas nos tomarán por sorpresa: accidentes, enfermedades, tragedias naturales, entre otras.22

Claro, cada una de las pérdidas requiere un proceso de asimilación. Imaginar que en automático podemos aceptar los hechos dolorosos sería absurdo y muy poco objetivo. A fin de cuentas, lo importante es saber que se puede, que por duro que sea, por difícil que parezca podemos recomponernos para afrontar las situaciones de la mejor forma y, así, poco a poco ir digiriendo y asimilando los acontecimientos hasta lograr seguir viviendo en el sentido más amplio de la palabra, siempre insertos en nuestro mundo, más allá de las propias circunstancias.

Reconocer y elaborar cada una de las pérdidas que se vayan presentando en las diferentes etapas de la vida da más y más confianza en que no nos destruirán, que incluso pueden dar la certeza de que siempre es posible enfrentar de la mejor forma lo que la vida depara y que es factible incluso salir fortalecido de estas experiencias; que se tiene la capacidad de integrarlas junto con las ganancias en lo que se convertirá en parte de nuestra experiencia de vida. Una experiencia que da forma a nuestra existencia, que de algún modo nos define y nos hace únicos.23

Resulta irónico hablar de pérdidas en el mundo que hemos construido en “blanco y negro”. Lo blanco es la felicidad, la plenitud, la belleza, la salud, la fuerza física, la juventud, la riqueza... Lo negro es la enfermedad, la vejez, la soledad, la fealdad, la discapacidad, la pobreza... Ambivalente, también, porque hoy precisamente se vive un gran vacío existencial.24