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La muerte, tan natural como es la vida, es caprichosa y enigmática. Se aparece con sus disfraces y se burla de todos. Crea situaciones absurdas y guarda sorpresas que pueden ocultarse hasta el último minuto, sin que nadie jamás sospeche sus planes y desenlaces. A través de las 16 historias de este libro, los lectores quedarán sorprendidos por la originalidad con que se manejan los entretejidos de avatares y coincidencias que persiguen siempre a Mac Finalé, un personaje de ficción condenado a enfrentar los finales más increíbles.
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Seitenzahl: 62
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares delCopyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona.Tel. 93 494 97 20España.
Cuidado de la edición: Tte. Cor. Ana Dayamín Montero Díaz
Edición: Elier Ramírez Cruz
Diseño y realización: Víctor M. Falcón García
Ilustraciones y cubierta: Jorge Sánchez Armas
Corrección: Maricel Pérez Aguilera
Conversión a ebook: Grupo Creativo Ruth Casa Editorial
© Juan Miguel Cruz Suárez, 2019
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2024
ISBN: 9789592247208
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito
de la editorial.
Casa Editorial Verde Olivo
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Plaza de la Revolución, La Habana
[email protected] / www.verdeolivo.co.cu
Es la muerte un acontecimiento tan variado e impredecible como la vida. Los suicidas suelen ser los únicos que alcanzan a elegir su final, y es tal vez por esa intromisión en el enigmático campo del destino que la sociedad suele rechazar a quienes se inmolan de forma tan “programada”.
La hora final está dotada de misterios y coincidencias funestas; causas y azares que van tejiendo ese minuto como resultado de las más escalofriantes casualidades o de los cálculos más fríos, hasta llegar por donde menos se la espera o escoger los escenarios más sorprendentes.
Si antes de nacer se tuviera alguna remota idea de los posibles finales, ¿quién sabe lo que podría pasar? Tal vez escogeríamos el más pintoresco, el más notable o incluso el más absurdo.
AMac Finalé le agradaba que su caballo lo llevara; que marcara el paso y adoptara el ritmo impuesto por las peripecias del trillo. Así era mejor, porque entonces él se entretenía pensando o divagaba sobre los detalles de las partidas de dominó que cada noche sostenía en el espacioso comedor de su compadre.
Era un hombre apegado a los horarios, metódico, completamente convencido de que nada pasaba en la vida sin una causa, muchas veces oculta. Creía ciegamente en el destino y era un adorador del tiempo y sus misterios.
Por momentos detenía al manso animal y arrimaba su muñeca a los ojos para distinguir las manecillas del reloj. Como era su costumbre, justo a las diez emprendería la bajada de aquella pendiente donde la carretera, iluminada por la luna llena, semejaba un canal de aguas serenas.
10:00 p.m., al norte de la carretera
Meriño el camionero se ponía furioso cuando otros conductores se le venían encima por la senda contraria sin cambiar las luces y lo encandilaban a tal punto que porunos segundos el vehículo quedaba a merced de sus viejos instintos de chofer. Porsuerte se había aprendido de memoria aquel trayecto. Ya conocía cada bache, cada elevación, cada curva y hasta el lugar donde la gente dejaba pastando el ganado a su libre albedrío.
Era un fanático de la puntualidad, un esclavo del reloj, cuyos resortes misteriosos dictaban el decursar de un tiempo siempre enigmático e impredecible. “Buen paso”, pensó cuando la esfera en la pizarra de controles le indicó las diez de la noche. Si todo seguía como de rutina, en veinte minutos estaría pasando por El Cruce; único lugar donde, de vez en vez, encontraba a algún viajero en espera de favores.
10:05 p.m., al sur de la carretera
Cerca de la casa de Zoila, Mac Finalé arreó ligeramente a su alazán, dejando escapar una bocanada de humo azul mientras apartaba el tabaco con sus dedos de campesino hacendoso.
Como siempre, ella estaría en la ventana de la cocina, desde donde podía ver el ir y venir de quienes pasaban por la carretera: “¿Un cafecito, Finalé? Mire que la noche nunca dura más de lo que manda el amanecer”, ofrecía la mujer invariablemente, aunque él rehusara cortés su invitación una y otra vez.
10:05 p.m., al norte de la carretera
Meriño no había dormido bien la noche anterior. Fue una madrugada fría y le dolía mucho la espalda. Quizás por eso sentía un poco más de sueño, pero de todas formas era llevadero y el camión se portaba bien, como agradecido de encontrar la vía más despejada de lo habitual.
Sabía que en solo minutos aparecería aquel quiosco de tablillas lisas pintadas de azul, donde habían rotulado con poca estética un cartel: FLORA, EL CAFÉ DEL VIAJERO. Siempre que lo veía, sonreía pensando:“Flora invita, pero yo me rehúso una y otra vez”.
10:10 p.m., al sur de la carretera
Al caer la tarde, cuando lo vio ensillando el alazán, su vieja le había dicho: “No vayas hoy al dominó, que anoche la cintura te dolió mucho y vas a regresar dormido sobre la bestia”. Verdad que ahora, después de unas cuantas partidas, tenía sueño: el sueño que nunca tuvo cuando cabalgaba de vuelta.
Pensó que al menos esta vez le convendría aceptar la oferta de Zoila. La mujer se apartó feliz de la ventana y con increíble rapidez repletó una tasa con el líquido humeante y aromático.
10:10 p.m., al norte de la carretera
Mientras subía un poco el cristal de la portezuela, Meriño pensaba en la insistencia de su mujer esa mañana, empeñada en darle para el camino el termo que usaba supapá. Ella sabía que a su esposo no le gustaba el café, pero creía en su efectividad contra el sueño.
Ahora le pesaba haberse negado. Sobre eso meditaba cuando poco a poco la lejana silueta del quiosco de Flora fue tomando forma, iluminado por las luces del camión.
Meriño titubeó unos instantes y luego accionó los frenos, echando por tierra su tradición de no detenerse jamás en el camino.
10:15 p.m., al sur de la carretera
El caballo se estremeció, molestado por algún insecto, y un poco de café se derramó en el pantalón del jinete. La mujer ofreció traer un paño húmedo, pero él se negó. Dio las gracias y reanudó la marcha. Ella se quedó un rato mirándolo mientras se alejaba, pensando en aquella rareza: “Todo un acontecimiento que el compadre Mac aceptara su café, por una vez al menos”.
10:15 p.m., al norte de la carretera
El motor del camión jadeaba como un animal cansado. Meriño lo dejó en funcionamiento, como señal de prisa, saltó a tierra y se dirigió al quiosco a pedir un café. El néctar humeante rebozó la taza de oscura cerámica. Estaba más caliente de lo que calculaba y al retirar la vasija apresuradamente derramó un poco sobre su camiseta.