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"Este libro en particular ha impactado e influenciado mi compresión de la iglesia más que cualquier otro". DAVID PLATT ¿CÓMO ES UNA IGLESIA SALUDABLE? Puede que hayas leído libros sobre este tema antes — pero no como este. En vez de un manual de instrucciones para el crecimiento de la iglesia, este texto clásico ofrece principios verdaderos y comprobados para evaluar la salud de tu iglesia desde una perspectiva bíblica. Sin importar si eres pastor, líder o un miembro comprometido de tu congregación, estudiar Las nueve marcas de la iglesia sana te ayudará a cultivar la vida nueva y el bienestar en tu congregación local para la gloria de Dios y el beneficio de Su pueblo. Esta guía clásica ahora incluye un nuevo prólogo, además de contenidos, ilustraciones y apéndices actualizados. "Ten cuidado con la obra que estás sosteniendo en tus manos: puede cambiar tu vida y ministerio". D. A. CARSON "Uno de los mejores libros, más amenos y útiles, para aprender cómo dirigir una iglesia al cambio espiritual". PHILIP GRAHAM RYKEN "Pocas personas en la actualidad han pensado más o mejor sobre lo que hace a una iglesia bíblica y saludable". JOHN PIPER "Una receta bíblica para la fidelidad". J. LIGON DUNCAN "Esta es una obra fundamental y altamente recomendada". JOHN MACARTHUR "Un llamado poderoso y apasionado a las congregaciones a que tomen en serio sus responsabilidades". TIMOTHY GEORGE "Es el mejor libro que he leído sobre este tema de vital importancia". C. J. MAHANEY "Debe estar en las manos de todo pastor fiel y de todos aquellos que oran por una reforma en esta época". R. ALBERT MOHLER
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Seitenzahl: 478
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.orgISBN 978-1-629462-66-0
Agradecemos el permiso y la ayuda 9Marks para imprimir este libro, Nine Marks of a Healthy Church en español.
Nine Marks of a Healthy Church Copyright © 2000, 2004 y 2013 by Mark Dever
Published by Crossway a publishing ministry of Good News Publishers Wheaton, Illinois 60187, U.S.A. This edition published by arrangement with Crossway. All rights reserved.
© 2020 Publicaciones Faro de Gracia. Edición realizada por Paula Bautista y Francisco Hernández; diseño de la portada y las páginas por Francisco Hernández. Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión ReinaValera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.
«Es asombroso que el apóstol Pablo describa la congregación local de cristianos como “la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28). Esto indica que la vida, la salud y la misión de la iglesia tienen un valor incalculable. Estamos hablando de un cuerpo de personas compradas con sangre. No quiero ideas humanas. Quiero escuchar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la iglesia. Veo con esperanza y confianza el compromiso radicalmente bíblico de Mark Dever. Pocas personas en la actualidad han pensado más o mejor acerca de lo que hace a una iglesia bíblica y sana. Agradezco a Dios por el libro y por el ministerio de 9Marcas».John Piper, fundador de Ministerios Desiring God; rector de la Bethlehem College & Seminary
«Hay montones de libros acerca de la iglesia. Este es diferente. Rara vez un libro acerca de la iglesia combina una reflexión bíblica y teológica responsable con un buen criterio piadoso y aplicaciones prácticas. Este es uno de esos libros. Si eres un líder cristiano, ten cuidado con la obra que estás sosteniendo en tus manos: puede cambiar tu vida y ministerio».D. A. Carson, profesor de Investigación del Nuevo Testamento, Trinity Evangelical Divinity School
«En una época en que la iglesia comúnmente es evaluada con base en aspectos superficiales y estéticos, es vital saber cómo determinar su verdadera salud. ¡También a los cadáveres les ponen maquillaje! Mark Dever presenta los parámetros bíblicos para discernir el bienestar espiritual de una iglesia, no cómo luce por fuera ante el mundo, sino cómo es internamente delante de Dios. Esta es una obra fundamental y altamente recomendada».John MacArthur, pastor de Grace Community Church, Sun Valley, California
«Las nueve marcas de la iglesia sana es uno de los mejores libros, más amenos y útiles, para aprender cómo dirigir una iglesia al cambio espiritual. No se enfoca en el crecimiento de la iglesia sino en su salud, que es la meta correcta de un ministerio centrado en Dios. Cada capítulo presenta argumentación bíblica y ofrece sugerencias prácticas para la predicación, el evangelismo, el discipulado y algún otro aspecto de la vida de la iglesia. Dever ha probado estos principios y prácticas en su propio ministerio como pastor principal de una congregación urbana floreciente».Philip Graham Ryken, presidente de Wheaton College
«Los Estados Unidos posmodernos están plagados de espiritualidad — pero no de cristianismo auténtico. Una evidencia clara de este hecho es la pérdida de una eclesiología bíblica en muchos sectores. La Iglesia siempre debe reformarse —y debemos orar para ver a la Iglesia reformada en nuestros días. Mark Dever apunta hacia una recuperación verdaderamente bíblica de la iglesia del Nuevo Testamento en su manifiesto Las nueve marcas de la iglesia sana. Cada página está llena de análisis profundos y consideraciones cuidadosas. Debe estar en las manos de todo pastor fiel y de todos aquellos que oran por una reforma en esta época».R. Albert Mohler, presidente y profesor Joseph Emerson Brown de Teología Cristiana en Southern Baptist Theological Seminary
«El futuro del cristianismo bíblico en el mundo occidental está completamente ligado al futuro de la iglesia local. Mark Dever lo sabe, y su libro Las nueve marcas de la iglesia sana es una receta bíblica para la fidelidad».J. Ligon Duncan, profesor John E. Richards de Teología Sistemática e Histórica en Reformed Theological Seminary
«Un llamado poderoso y apasionado a las congregaciones a que tomen en serio sus responsabilidades, para la gloria de Dios y la salvación de las almas perdidas».Timothy George, decano Fundador de Beeson Divinity School; Editor General de Reformation Commentary on Scripture
«Siguiendo la tradición de Martyn Lloyd–Jones y John Stott, Mark Dever llama a la iglesia a redescubrir su legado bíblico. Tal vez la iglesia nunca se había esforzado tanto por ser relevante dentro de la cultura como ahora, ¡y se ha vuelto irrelevante al hacerlo! Mientras muchos gurús modernos nos animan a “estar en el mundo”, Mark nos recuerda que hemos sido llamados a hacer eso sin ser “del mundo”. Este volumen está más enfocado en lo que la iglesia “es” que en lo que la iglesia “hace”. Después de todo, ser es primero que hacer, porque lo que “hacemos” al final siempre está determinado por lo que “somos”. ¡Que la iglesia sea la iglesia! ¡Léelo y recoge los frutos!».O. S. Hawkins, presidente del Annuity Board de Southern Baptist Convention
«Los libros que afirman lo primordial que es la iglesia no son muy comunes. Los libros que definen la práctica de la iglesia local según la Escritura y no según las tendencias culturales son aún más raros. Mark Dever nos ha dado un libro así. Escrito por un pastor y teólogo que ha edificado una iglesia local sólida en Washington, D. C., este es el mejor libro que he leído acerca de este tema de vital importancia».C. J. Mahaney, Ministerios Sovereign Grace
Contenido
PRÓLOGO Las nueve marcas de la iglesia sana
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN (2013)
PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN AMPLIADA (2004)
INTRODUCCIÓN
PRIMERA MARCA Predicación expositiva
SEGUNDA MARCA Teología bíblica
TERCERA MARCA El evangelio
CUARTA MARCA Una comprensión bíblica de la conversión
QUINTA MARCA Una comprensión bíblica de la evangelización
SEXTA MARCA Una comprensión bíblica de la membresía eclesial
SÉPTIMA MARCA La disciplina eclesial bíblica
OCTAVA MARCA Una preocupación por el discipulado y el crecimiento
NOVENA MARCA Liderazgo eclesial bíblico
APÉNDICE 1 Consejos para guiar a la iglesia en una dirección sana
APÉNDICE 2 “¡No lo hagas!”: Por qué no deberías practicar la disciplina eclesial
APÉNDICE 3 La carta original de las 9 marcas
APÉNDICE 4 Medicinas del armario
OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES FARO DE GRACIA
David Platt
Para mi vergüenza, solía dormirme al escuchar discusiones acerca de eclesiología (la doctrina de la iglesia). Yo pensaba: «¿De verdad es importante?». Desafortunadamente, creo que no era el único. En nuestra cultura y alrededor del mundo, los cristianos somos propensos a devaluar la iglesia de diferentes maneras.
En nuestra independencia, ignoramos a la iglesia. Somos personas autosuficientes y autónomas, y pensar en la sumisión, en rendir cuentas y en la interdependencia nos parece algo extraño, si es que no aterrador. En ocasiones nos enorgullecemos de ser independientes de la iglesia, y algunos cristianos profesantes dicen: «Puedo crecer en Cristo e incluso lograr más para Cristo solo, apartado de la iglesia».
Además, en nuestro pragmatismo, contaminamos la iglesia. Estamos obsesionados con lo que funciona, y si algo parece no funcionar de acuerdo con nuestros estándares de éxito, entonces debe ser incorrecto. A menudo, con las mejores intenciones, hacemos lo que sea para atraer a la mayor cantidad de personas a la iglesia. Casi sin darnos cuenta, no obstante, comprometemos sutilmente la Palabra de Dios en nuestros supuestos esfuerzos por alcanzar al mundo. A medida que atraemos personas a la iglesia, terminamos contaminando la misma iglesia a la cual les atraemos.
Aun en las misiones minimizamos a la iglesia. En nuestra sociedad han surgido muchas organizaciones paraeclesiásticas que se enfocan en varias facetas del ministerio, pero muchas de ellas prácticamente ignoran a la iglesia local, o la diluyen de maneras peligrosas. Muchas organizaciones misioneras se llenan de orgullo por haber plantado miles de iglesias en diferentes países, pero sus definiciones de «iglesia» son francamente falsas. Bíblicamente, la construcción de un edificio o la reunión de dos o tres creyentes no constituye una iglesia. Si verdaderamente deseamos llevar a cabo la Gran Comisión, seremos sabios al no minimizar al agente que Dios ha prometido bendecir para la propagación del evangelio en el mundo: la iglesia local.
También devaluamos la iglesia cuando ponemos nuestras tradiciones por encima de la verdad de Dios. Demasiado de nuestro modelo de iglesia actual está basado en lo que hemos hecho antes, en lugar de estar basado en la Palabra que Dios ha hablado para siempre. Valoramos nuestras preferencias más que las prioridades de Dios, organizando la iglesia según lo que nos agrada a nosotros en lugar de organizarla para ser más fieles a Cristo. Al final, prácticamente definimos la iglesia de acuerdo con nuestras comodidades personales. Una iglesia es una buena iglesia si nos hace sentir bien, de manera que saltamos de iglesia en iglesia, buscando el lugar y los programas que más se adapten a nuestras necesidades.
Por todas estas razones, necesitamos urgentemente oír lo que Dios dice acerca de Su iglesia en nuestra época. En lugar de devaluar la iglesia, necesitamos recobrar el aprecio por la iglesia. Más allá de las corrientes culturales y las tradiciones que dominan nuestro pensamiento contemporáneo, necesitamos preguntarle a Dios: «¿Qué valoras Tú en Tu iglesia?».
Necesitamos hacernos esta pregunta en la iglesia porque deseamos la gloria de Dios en el mundo. De acuerdo con Jesús en Juan 17, la unidad de la iglesia tiene el propósito de ser un reflejo del Dios Trino. El mundo que nos ve sabrá que Jesús ha sido enviado por Dios cuando vea Su gloria desplegada en Su pueblo (Juan 17:20–23).
Necesitamos preguntarle a Dios qué valora en Su iglesia no solo porque deseamos Su gloria, sino también porque adoramos a Su Hijo y atesoramos a Su Espíritu. Jesús es Quien establece la iglesia, y le corresponde a Él hacerla crecer, no a nosotros manipularla. Jesús es Quien compró la Iglesia; en palabras de Hechos 20:28, Él la «ganó por su propia sangre». Y la iglesia es el lugar en el cual el Espíritu Santo de Dios ha escogido habitar (1 Corintios 3:16–17; Efesios 2:19–22).
Necesitamos preguntarle a Dios qué valora en Su iglesia porque amamos Su evangelio en nuestras vidas y deseamos llevar a cabo Su misión en el mundo. La iglesia es el medio que Dios ha establecido para defender, desplegar y declarar el evangelio. Dios ha diseñado esta comunidad específica llamada iglesia para satisfacer y gratificar a Su pueblo a medida que difundimos Su gracia entre todos los pueblos.
Como resultado de todas estas cosas, necesitamos, deseamos y anhelamos escuchar la Palabra de Dios con respecto a la voluntad de Dios para Su iglesia. Por esta razón, agradezco a Dios por este libro. Como un pastor que navega en un mar de principios y prácticas para la salud y el crecimiento de la iglesia, este libro en particular ha impactado e influenciado mi compresión de la iglesia más que cualquier otro. Tal impacto e influencia se deben al hecho de que este libro se basa en la Palabra de Dios. Las nueve marcas descritas aquí tal vez no sean las marcas que identificarías inmediatamente como esenciales para la iglesia. Tal vez pienses que algunas son cuestionables y otras controversiales. Pero, hermano o hermana, estas nueve marcas son bíblicas, y por esa razón son tan valiosas.
Mark Dever no ha escrito este libro con la intención de apelar a tendencias populares en nuestros días. Él ha escrito este libro con el propósito de ser fiel a la verdad divina que supera el paso del tiempo. Estoy encantado de ver una edición más de esta obra, lo cual estoy seguro da testimonio de la atemporalidad de la Palabra que aquí se refleja. Además, este libro es el testimonio de un pastor y una congregación en Capitol Hill Baptist Church en Washington, D. C. Ellos admitirían humildemente que no son una iglesia perfecta. Pero después de pasar muchas horas frente a multitudes y muchos días detrás de cámaras con este pastor, y después de adorar, orar y servir junto a esta congregación, puedo recomendarte confiadamente no solo este libro, sino también a este pastor y esta congregación. En pocas palabras, ellos son un retrato claro, compasivo, conmovedor, poderoso, hermoso, y sobre todo bíblico de la esposa de Cristo.
A su vez, mi esperanza y oración es que estas nueve marcas estén cada vez más presentes en la iglesia que pastoreo, en las iglesias de Estados Unidos y en las iglesias alrededor del mundo. Anhelo que dejemos atrás toda devaluación de la iglesia para apreciarla de formas que reflejen la gracia de Dios y desplieguen la gloria de Dios a través de nosotros. «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20–21).
Pocos autores tienen una tercera oportunidad para intentar comunicar su mensaje a sus lectores. Mientras concluyo esta revisión, estoy cerca de completar veinte años pastoreando la misma congregación. Cuando prediqué por primera vez esta serie de sermones a nuestra iglesia, no les había pastoreado ni cinco años. Mi familia era joven. Nuestra iglesia era pequeña y de personas mayores. Ahora la iglesia es más grande y más joven y mi familia es más pequeña y más vieja. Es desde esta nueva perspectiva que retomo el tema de la salud de la iglesia una vez más.
Estoy profundamente agradecido con nuestros amigos de Crossway por esta oportunidad. Lane Dennis, Al Fisher, y muchos otros han sido aliados en el ministerio desde antes de acercarse a mí con la posibilidad de publicar este libro hace unos quince años.
Las nueve marcas que he escogido abarcar parecen tan relevantes hoy como en ese entonces. Muchos otros aspectos de la iglesia pueden ser discutidos con provecho, pero me gustaría continuar haciendo énfasis en estos temas. Las conversaciones con pastores y otros líderes eclesiales que he tenido durante estos años no me han hecho cambiar de opinión.
En esta tercera edición revisada, algunos argumentos han sido añadidos (acerca de, por ejemplo, la predicación expositiva, la naturaleza del evangelio y el complementarismo), las ilustraciones han sido actualizadas y los apéndices han sido modificados o agregados. Pero la estructura básica del libro permanece igual.
He recibido ayuda para estas revisiones de tantos amigos que sería difícil mencionarlos. Sin embargo, no puedo omitir a tres de ellos debido a la cantidad de atención que dedicaron a este proyecto y la ayuda que me brindaron: Mike McKinley, Bobby Jamieson y Jaime Owens. Además, mi querida esposa Connie volvió a leer el libro entero e hizo comentarios detallados para mejorar todo el contenido.
Como en cada edición, todos los errores de expresión y juicio son míos. Si algo bueno queda de la obra, toda la gloria es para Dios.
Mark DeverPastor principalCapitol Hill Baptist ChurchWashington, D.C.Septiembre 2012
Mientras escribo este prefacio a la nueva edición ampliada de Las nueve marcas de la iglesia sana, estoy a punto de celebrar diez años pastoreando la misma congregación. Para algunos, eso suena como una eternidad; para otros, puede parecer como que acabo de comenzar. Para ser honesto, siento que es un poco de las dos.
Confieso que pastorear una iglesia a veces es un trabajo difícil. Ha habido momentos en los cuales mis lágrimas no han sido de gozo, sino de frustración, o tristeza, o incluso algo peor. Las personas que están menos felices y abandonan la iglesia a menudo son aquellas en quienes se ha invertido más tiempo, y las que más han hablado a otros al dejar de asistir. Y a veces sus comentarios no han sido edificantes ni alentadores. No han pensado en el impacto que sus acciones tienen sobre la vida de otros —el pastor, la familia del pastor, aquellos que los han amado y que han trabajado con ellos, cristianos jóvenes que están confundidos y otros a quienes ellos han hablado incorrectamente. Hay cosas por las cuales trabajo que no resultan, y cosas por las que me preocupo que no le preocupan a nadie más. Algunas cosas que anhelo no se hacen realidad y ocasionalmente incluso llegan tragedias. Es natural para las ovejas perderse y para los lobos comérselas. Creo que si no puedo lidiar con eso, simplemente debería dejar de servir como pastor.
Sin embargo, siendo honesto, ¡la mayor parte de mi trabajo me emociona! Agradezco a Dios por los muchos momentos en los cuales he derramado lágrimas de gozo. Por la gracia de Dios, el número de personas que salen de la congregación inconformes ha sido opacado por el número de personas que salen con lágrimas de gratitud y aquellos que están llegando. En nuestra congregación hemos experimentado un crecimiento que no ha sido dramático si consideramos cualquier periodo de un año, pero que me asombra cuando hago una pausa y veo al pasado. He visto a hombres jóvenes convertirse a Cristo y con el tiempo entrar al ministerio. Mientras escribo esto, dos de los hombres que sirven como pastores fueron primero amigos míos cuando no eran cristianos. Yo estudié el Evangelio de Marcos con ellos. Por la gracia de Dios, vi a ambos llegar a conocer al Señor, y ahora me siento y los escucho predicar el evangelio eterno a otros. Tengo que contener la emoción y las lágrimas mientras escribo estas palabras.
La iglesia entera ha prosperado. Luce sana. Las tensiones en las relaciones se manejan de manera piadosa. Una cultura de discipulado ha echado raíz. La gente va de aquí al seminario o a sus trabajos como maestros, arquitectos o empresarios más comprometida con sus labores y con su evangelismo. Hemos visto muchos matrimonios comenzar y familias jóvenes florecer. Hemos visto a personas envueltas en la política ser instruidas en su cosmovisión; a creyentes en diferentes esferas de la vida creciendo en su comprensión del evangelio; y una aplicación de la disciplina bíblica que intenta sacar del engaño a aquellos que podrían estar autoengañados. El gozo ha sobrepasado el dolor. La gracia de Dios para con nosotros parece incrementar con cada persona que encontramos.
A medida que la Palabra de Dios ha sido enseñada, el apetito de la congregación por buena enseñanza ha crecido. Una sensación palpable de expectativa se ha desarrollado en la congregación. Hay mucha emoción cuando la iglesia se reúne. Los santos más ancianos reciben el cuidado que necesitan mientras atraviesan sus días difíciles. El cumpleaños número noventa y seis de un hermano querido fue celebrado por un grupo de jóvenes de la iglesia que lo llevaron a McDonald’s (¡su restaurante favorito!). Matrimonios heridos han recibido ayuda; personas heridas han sido sanadas por Dios. Los jóvenes han aprendido a apreciar los himnos y los mayores a apreciar los coros cantados con vigor. Un sinnúmero de horas han sido dedicadas en servicio silencioso para edificar a otros. Se ha orado por la toma de decisiones difíciles y se ha celebrado después de que se llevan a cabo. Nuevas amistades se forman cada día. Hombres jóvenes que han pasado tiempo aquí con nosotros están ahora pastoreando congregaciones en Kentucky, Michigan, Georgia, Connecticut e Illinois. Ellos están predicando en Hawái y Iowa. El presupuesto para misiones ha escalado de unos miles de dólares al año a unos cientos de miles de dólares al año. Nuestra compasión por los perdidos ha crecido. Y podría continuar. Dios ha sido bueno con nosotros evidentemente. Hemos conocido lo que es ser una iglesia sana.
MI CAMBIO SORPRENDENTE
No tenía la intención de que todo esto sucediera cuando llegué. No vine con un plan o programa para producir todo esto. Vine comprometido con la Palabra de Dios, comprometido a dedicar todo mi ser a conocerla, creerla y enseñarla. Había visto la desgracia de los que son miembros de una iglesia sin ser convertidos y estaba preocupado por eso, pero no tenía una estrategia cuidadosamente diseñada para tratar con el problema.
En la providencia de Dios, yo había hecho un doctorado enfocado en un puritano (Richard Sibbes) cuyos escritos acerca del cristiano individual amé, pero cuyas concesiones en cuanto a la iglesia me parecían desacertadas. Las iglesias que no son sanas causan pocos problemas a los cristianos más sanos; pero imponen una carga cruel para el crecimiento de los cristianos más jóvenes y débiles. Se aprovechan de quienes no entienden bien la Escritura. Desorientan a los niños espirituales. Incluso toman la esperanza de los no cristianos acerca de la posibilidad de una vida diferente, y parecen negar que exista. Las malas iglesias son fuerzas antimisioneras increíblemente efectivas. Yo lamento profundamente el pecado en mi propia vida, y la amplificación colectiva del pecado en la vida de tantas iglesias. Estas hacen que Jesús parezca un mentiroso al prometer vida abundante (Juan 10:10).
Todo esto cobró mayor importancia en mi vida cuando, en 1994, llegué a ser el pastor principal de la congregación donde hoy sirvo. Sentí el peso de esa responsabilidad sobre mis hombros. Pasajes como Santiago 3:1 («un juicio más severo» LBLA) y Hebreos 13:17 («han de dar cuenta») llenaban mi mente. Muchas circunstancias convergieron para enfatizarme la importancia que Dios otorga a la iglesia local. Pensé en una declaración del pastor y maestro de pastores escocés del siglo XIX John Brown, quien, en una carta de consejos paternales a uno de sus pupilos recién ordenado para pastorear una congregación pequeña, escribió:
Conozco la vanidad de tu corazón y sé que te sentirás mortificado porque tu congregación es demasiado pequeña, en comparación con las de los hermanos a tu alrededor; pero confórtate a ti mismo con las palabras de un viejo hombre: cuando vengas a rendir cuenta de ellos al Señor Jesucristo, delante de su trono de justicia, pensarás que tuviste suficiente1.
Al observar la congregación que tenía bajo mi cuidado, sentí el peso de tener que rendir cuentas a Dios.
Pero fue al predicar series de sermones expositivos, un libro tras otro, que todas las enseñanzas de la Biblia acerca de la iglesia llegaron a ser más centrales para mí. Empezó a parecerme obvio que es una farsa si afirmamos ser cristianos pero no nos amamos unos a otros. Todo apuntaba a la misma verdad: sermones acerca de el Evangelio de Juan y la primera carta de Juan, las reuniones del miércoles en la noche estudiando el libro de Santiago durante tres años, conversaciones acerca de la membresía y los pactos eclesiales.
Los pasajes de «unos a otros» y «unos por otros» comenzaron a cobrar vida y a materializar las verdades teológicas que había conocido acerca del cuidado de Dios para Su iglesia. Después de predicar a través de Efesios 2–3, para mí es claro que la iglesia es el centro del plan de Dios para mostrar Su sabiduría a los seres celestiales. Cuando Pablo habló a los ancianos de Éfeso, se refirió a la Iglesia como algo que Dios «compró con su propia sangre» (Hechos 20:28). Y, por supuesto, cuando Saulo iba por el camino hacia Damasco para apresar cristianos, el Cristo resucitado no le preguntó a por qué estaba persiguiendo a esos cristianos, o incluso a la Iglesia; en cambio, Cristo se identifica tanto con Su Iglesia que la pregunta acusadora que le hizo a Saulo fue: «¿por qué me persigues?» (Hechos 9:4). La iglesia claramente es central en el plan eterno de Dios, fue por ella Su sacrificio y ella es Su continua prioridad.
He llegado a ver que el amor es principalmente local. Y la congregación local es el lugar que afirma exhibir ese amor para que todo el mundo lo vea. Por eso Jesús enseñó a Sus discípulos en Juan 13:34–35: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». Yo he visto a amigos y familiares alejados de Cristo porque piensan que tal o cual iglesia local fue un lugar nefasto. Y, por otro lado, he visto a amigos y familiares venir a Cristo porque han visto exactamente este amor que Jesús enseñó y vivió —amor unos por otros, la clase de amor desinteresado que Él mostró— y han sentido la atracción natural a ese amor. De manera que la congregación —el pueblo reunido de Dios que sirve como una caja de resonancia para la Palabra— ha llegado a ser más central en mi comprensión del evangelismo y de cómo deberíamos orar y planear para evangelizar. La iglesia local es el plan de Dios para el evangelismo. La iglesia local es el programa de Dios para el evangelismo.
A lo largo de estos últimos diez años, la congregación también ha adquirido un lugar central en mi comprensión de cómo debemos discernir la verdadera conversión en otros, y cómo debemos tener certeza de nuestra propia conversión. Recuerdo el impacto que me causó 1 Juan 4:20–21 mientras me preparaba para predicar acerca de ese texto: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? […] El que ama a Dios, ame también a su hermano». Santiago 1 y 2 contiene el mismo mensaje. Este amor no parece ser opcional.
Más recientemente, considerar la centralidad de la congregación ha generado en mi pensamiento un nuevo respeto por la disciplina en la iglesia local —tanto la disciplina formativa como la correctiva. Hemos tenido algunos casos dolorosos aquí, y algunas restauraciones maravillosas. Por supuesto, todos nosotros somos obras en progreso. Pero ha llegado a ser claro que, si vamos a depender unos de otros en nuestras congregaciones, la disciplina debe ser parte del discipulado. Y si vamos a tener el tipo de disciplina que vemos en el Nuevo Testamento debemos conocernos unos a otros y debemos estar comprometidos unos con otros. También debemos tener cierta confianza en la autoridad. Todos los aspectos prácticos de confiar en la autoridad en el matrimonio, el hogar y la iglesia son forjados a nivel local. Una comprensión incorrecta de estos asuntos y una actitud de disgusto y resentimiento hacia la autoridad se acerca mucho a lo que generó la caída (Génesis 3). En cambio, entender estos asuntos parece estar muy cerca del centro de la obra de Dios para reestablecer Su relación con nosotros —una relación tanto de autoridad como de amor. He llegado a ver que la relación con una iglesia local es clave para el discipulado individual. La iglesia no es un extra opcional; es lo que moldea tu vida con Cristo. He llegado a entender eso ahora de formas que nunca entendí antes de venir a esta iglesia. Y creo estar viendo algo de la salud que Dios quiere que experimentemos en una congregación.
LO QUE ESTE LIBRO NO ES
Debo añadir algo acerca de lo que este libro no es. Permíteme decepcionarte de entrada. Este libro deja muchos asuntos sin tratar. Muchos de nuestros temas favoritos no se tocan. Después de releer este libro y de escuchar las opiniones de otros que lo han leído, estoy aun más consciente de muchas cosas que no he incluido. Algunos amigos me han dicho: «¿qué de la oración?» o «¿dónde está la adoración?». John Piper me preguntó: «Mark, ¿por qué no se habla aquí de las misiones?». No me gusta decepcionar a amigos que se han tomado el tiempo de leer el libro; y sin duda ¡no me gusta decepcionar a John Piper! Pero este libro no es una eclesiología exhaustiva. Hemos recibido buenas ideas de «otras marcas» que podríamos añadir. Y una segunda edición parece ser el momento más adecuado para hacerlo.
Pero hemos decidido no hacerlo. Sigo convencido de que errores comunes en estos nueve puntos son la causa de tantos males en nuestras iglesias. Me parece prudente, estratégico, fiel y simplemente correcto continuar tratando de enfocar la atención de los cristianos en estos asuntos particulares. Más misiones, perseverancia en la oración, adoración excelente —serán fomentadas, en mi opinión, al cuidar mejor estas áreas básicas. Nadie creerá en la necesidad de las misiones si no lo aprenden a partir de las Escrituras. Nadie irá si no tiene un entendimiento del gran plan de Dios de redimir un pueblo para Él. Y no habrá buenos misioneros si no entienden el evangelio.
Si la gente comienza a pensar más cuidadosamente acerca de la conversión, esto impactará sus oraciones. Si somos más bíblicos en nuestra práctica del evangelismo, nos encontraremos dedicando más tiempo a orar por los que no son creyentes, y nos daremos cuenta de la gran necesidad de orar para que las personas se conviertan. Si llegamos a entender mejor la membresía eclesial bíblica, nuestras reuniones de oración tendrán más importancia, más asistencia y servirán más para fortalecer nuestra fe y para desafiar y reordenar nuestras prioridades.
Si comenzamos a apreciar de nuevo el significado de la disciplina eclesial, nuestros tiempos de adoración colectiva estarán impregnados de un mayor sentido de admiración ante la gracia de Dios. Si nos encontramos en iglesias donde se practica el discipulado y los miembros están floreciendo espiritualmente, la emoción y la expectativa de cantar alabanzas y confesar nuestros pecados juntos crecerán. Si nos esforzamos para que nuestros líderes sean aquellos que reúnen los requisitos bíblicos, encontraremos gozo y confianza al estar creciendo juntos, tendremos más libertad y ánimo en el tiempo que compartimos, y nuestra obediencia será más consistente.
Este libro no es un inventario completo de todas las señales de buena salud. Más bien, es una lista de marcas cruciales que conducirán a esa experiencia plena.
UNA IGLESIA ENFOCADA EN LOS DE AFUERA
Si tuviera que añadir una marca más a lo que estás a punto de leer, no serían las misiones, ni la oración, ni la adoración; pero tocaría cada una de esas áreas. Creo que yo añadiría que nuestras iglesias estén orientadas a alcanzar a los de afuera. Nosotros debemos estar enfocados en las cosas de arriba —centrados en Dios. Pero también, en mi opinión, debemos reflejar el amor de Dios al mirar fuera de nuestra congregación, a otras personas y otras congregaciones.
Esto puede manifestarse de muchas maneras. Anhelo que nuestra congregación integre mejor nuestra visión de las misiones globales y nuestros esfuerzos de evangelismo local. Si tenemos el compromiso de ayudar en la evangelización de un grupo no alcanzado fuera de nuestro país, ¿por qué no nos hemos esforzado más para tratar de encontrar personas en nuestra área metropolitana? ¿Por qué no hemos integrado mejor nuestras misiones y nuestra evangelización?
Cada domingo en la oración pastoral pedimos que el evangelio prospere en otras tierras y a través de otras congregaciones locales. En este momento estamos añadiendo a alguien a nuestro personal para que nos ayude a plantar otra iglesia. Como iglesia ayudamos con el financiamiento de 9Marcas, y a través de este ministerio trabajamos para el beneficio de muchas otras iglesias. Tenemos «Intensivos 9Marcas» en los cuales recibimos a pastores y ancianos, estudiantes de seminario y otros líderes de iglesias para que estén con nosotros un fin de semana. Ellos presencian reuniones de ancianos reales y clases de membresía reales. Damos conferencias especiales e invitamos a los asistentes a nuestros hogares para comer y conversar. Tenemos pasantías para aquellos que se están preparando para el pastorado. Redactamos materiales de estudio y damos charlas. Todo esto es para la edificación de otras congregaciones. Como pastor sé que necesito reconocer que, bajo la dirección de Dios, la iglesia local es responsable de preparar a la próxima generación de líderes. Ninguna universidad cristiana, ningún curso o seminario puede hacer esto. Y esa preparación de nuevos líderes —tanto para servir dentro como fuera de la iglesia local— debería ser una de las metas de nuestra iglesia.
En retrospectiva, me anima ver la obra de Dios aquí y en muchas otras congregaciones. En la vida en comunidad de esta congregación he visto una iglesia sana en acción. Esta salud es evidente, creciente, es causa de gozo y glorifica a nuestro Dios.
Algunas personas piensan que la «salud» no es una imagen muy buena. Tal vez piensan que es una perspectiva demasiado centrada en el hombre o demasiado terapéutica. Pero tras considerarlo, yo cada vez estoy más convencido de que hablar de una iglesia sana es una buena imagen para representar algo firme, íntegro, correcto y justo.
Jesús habló de la salud de nuestros cuerpos como una imagen de nuestro estado espiritual (cf. Mateo 6:22–23 [Lucas 11:33–34]; cf. 7:17–18). Él dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Mateo 9:12 [Marcos 2:17; Lucas 5:31]). Jesús sanó los cuerpos de las personas enfermas para señalar la sanidad que Él ofrecía a sus almas (cf. Mateo 12:13; 14:35–36; 15:31; Marcos 5:34; Lucas 7:9–10; 15:27; Juan 7:23). Los discípulos en Hechos continuaron con el mismo ministerio de sanación que exaltaba a Cristo (Hechos 3:16; 4:10).
Pabló usó la imagen de un cuerpo para referirse a la Iglesia de Cristo, y describió su prosperidad usando imágenes orgánicas de crecimiento y salud. Por ejemplo, Pablo escribió que «hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Efesios 4:15–16 LBLA). Pablo describió la doctrina correcta en Tito 2:1 como «sana» doctrina. Juan saludó a su hermano en Cristo diciéndole: «deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 2).
No estamos sugiriendo que es la voluntad de Dios que todos Sus hijos tengan buena salud física en esta vida, sino simplemente afirmamos que la salud es una imagen natural que Dios mismo ha aprobado para referirse a aquello que es bueno y correcto. Como expresé antes, algunos cristianos, preocupados por no dar lugar a una cultura equivocadamente terapéutica, se abstienen de usar tales imágenes. Sin embargo, el abuso del lenguaje no debería limitar su uso apropiado. Y con este entendimiento de la salud —su conexión a la vida y la prosperidad; las normas objetivas de lo que es bueno y correcto; el gozo que implica; el cuidado que requiere— podemos ver fácilmente la sabiduría que hay en nuestro deseo de procurar la salud espiritual de nuestra propia alma, y de trabajar para tener iglesias sanas. Ese fue el propósito con el cual se escribió este libro. Y es mi oración que Dios lo use ahora para cumplir ese propósito en tu vida y en la vida de tu iglesia.
Mark Dever Washington, D. C.Junio de 2004
El autor y teólogo David Wells reportó algunos hallazgos interesantes de una encuesta realizada en siete seminarios en 1993. Uno en particular me pareció impactante: «Estos estudiantes no están satisfechos con el estado actual de la iglesia. Creen que ha perdido su visión, y quieren de ella más que lo que les está dando». Wells mismo estuvo de acuerdo: «Ni su deseo ni su juicio en esto son erróneos. De hecho, no es sino hasta que experimentamos una insatisfacción santa por el estado de las cosas que podemos plantar las semillas de reforma. Por supuesto, la sola insatisfacción no es suficiente»2.
La insatisfacción, ciertamente, no es suficiente. Encontramos insatisfacción con la iglesia por todas partes. Los estantes de las librerías gimen bajo el peso de libros con fórmulas para corregir lo que le aqueja. Los conferencistas viven de hablar acerca de enfermedades congregacionales que siempre parecen resistir y sobrevivir a los remedios que ellos proponen. Los pastores ven la vida de la iglesia y se gozan por razones equivocadas, o se desgastan en confusión e incertidumbre. Los cristianos quedan a la deriva, andando como ovejas sin pastor. Pero la insatisfacción no es suficiente. Necesitamos algo más. Necesitamos recuperar positivamente lo que la iglesia debe ser. ¿Cuál es la naturaleza y esencia de la iglesia? ¿Qué debe distinguir y marcar a la iglesia?
PARA LOS HISTORIADORES
Los cristianos a menudo hablan acerca de las «marcas de la iglesia». En su primer libro publicado, Men with a Message [Hombres con un mensaje], John Stott resumió la enseñanza de Cristo a las iglesias en el libro de Apocalipsis de la siguiente manera: «Estas, entonces, son las marcas de la iglesia ideal —amor, sufrimiento, santidad, sana doctrina, autenticidad, evangelismo y humildad. Esto es lo que Cristo desea encontrar en Sus iglesias al caminar en medio de ellas»3.
Pero este lenguaje también tiene una historia más formal, la cual debe ser reconocida antes de embarcarse en una consideración extensa acerca de «Las nueve marcas de la iglesia sana».
Los cristianos han hablado desde hace mucho acerca de las «marcas de la iglesia». En este tema, así como en mucho del pensamiento de la iglesia —desde las primeras definiciones de la persona de Cristo y la Trinidad hasta las reflexiones de Jonathan Edwards acerca de la obra del Espíritu Santo— la pregunta de cómo distinguir lo verdadero de lo falso ha llevado a una definición más clara de lo verdadero. El tema de la iglesia no llegó a ser el foco de debates formales sino hasta la Reforma. Antes del siglo XVI, la naturaleza de la iglesia no se discutía sino que se asumía. Esta era considerada como el medio de gracia sobre el cual el resto de la teología descansaba. La teología católica romana usa la frase «el misterio de la Iglesia» para referirse a la profundidad de la realidad de la Iglesia, la cual nunca puede ser explorada completamente. En la práctica, la Iglesia de Roma respalda su afirmación de ser la Iglesia verdadera y visible apelando a la sucesión de Pedro como obispo de Roma.
Sin embargo, con la llegada de las críticas radicales de Martín Lutero y otros en el siglo XVI, la discusión acerca de la naturaleza de la iglesia vino a ser inevitable. Como lo explica un académico, «la Reforma hizo que el evangelio, y no la organización eclesiástica, fuera la prueba para reconocer a la iglesia verdadera»4. Calvino cuestionó el que Roma afirmara ser la Iglesia verdadera con base en la sucesión apostólica: «Especialmente en la organización de la iglesia nada es más absurdo que respaldar la sucesión solo en personas mientras se excluye la enseñanza»5. Desde entonces, por tanto, las notae, signa, symbola, criteria o marcas de la iglesia han sido un foco necesario de discusión.
En 1530, Melanchthon redactó la Confesión de Augsburgo, que afirma en el artículo 7 que «la iglesia es la congregación de los santos, en la cual el evangelio es enseñado correctamente y los sacramentos son administrados correctamente. Y para la verdadera unidad de la iglesia es suficiente que haya unidad de creencia en cuanto a la enseñanza del evangelio y la administración de los sacramentos»6. En su Loci Communes (1543), Melanchthon repitió esa idea: «Las marcas que caracterizan a la iglesia son el evangelio puro y el uso apropiado de los sacramentos»7. Desde la Reforma, los protestantes generalmente han visto estas dos cosas —la predicación del evangelio y la administración apropiada de los sacramentos— como las marcas que separan a la iglesia verdadera de las impostoras.
En 1553, Thomas Cranmer produjo los cuarenta y dos artículos de la Iglesia de Inglaterra. Aunque no fueron promulgados oficialmente sino hasta más adelante en el siglo XVI como parte del asentamiento isabelino, estos muestran el pensamiento del gran reformador inglés con respecto a la iglesia. El artículo 19 dice (de la misma manera que aún aparece en los treinta y nueve artículos): «La iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles, en la cual se predica la palabra pura de Dios, y se administran debidamente los sacramentos, conforme a la ordenanza de Cristo en todas las cosas que por necesidad se requieren para los mismos»8.
En la Institución de la religión cristiana de Juan Calvino, el tema de la distinción entre la iglesia falsa y la verdadera se desarrolla en el libro 4. En el capítulo 1, sección 9, Calvino escribió: «Donde quiera que vemos la Palabra de Dios predicada y escuchada puramente, y los sacramentos administrados según la institución de Cristo, ahí, sin lugar a duda, existe una iglesia de Dios»9.
Una tercera marca de la iglesia, la disciplina correcta, ha sido a menudo añadida desde entonces, aunque es ampliamente reconocido que esta se encuentra incluida de manera implícita en la segunda marca —los sacramentos correctamente administrados10. La Confesión Belga (1561), en el artículo 29, dice:
Las marcas con que se conoce la iglesia verdadera son las siguientes: si la doctrina pura del evangelio se predica en ella; si ella mantiene la administración pura de los sacramentos como Cristo los instituyó; si la disciplina eclesiástica se ejerce para castigar el pecado; en definitiva, si todas las cosas se gestionan de acuerdo con la pura Palabra de Dios, todas las cosas contrarias son rechazadas, y Jesucristo es reconocido como la única cabeza de la Iglesia11.
Edmund Clowney ha resumido estas marcas de la siguiente manera: «predicación verdadera de la Palabra; observancia adecuada de los sacramentos; y un ejercicio fiel de la disciplina eclesial»12.
Podemos ver en estas dos marcas —la proclamación del evangelio y la observancia de los sacramentos— tanto la creación como la preservación de la iglesia, la fuente de la verdad de Dios y el precioso recipiente que la contiene y la exhibe. La iglesia es generada por la predicación correcta de la Palabra; la iglesia es mantenida y distinguida por la correcta administración del bautismo y la Santa Cena (esta última marca presupone que la disciplina eclesial es practicada).
LA IGLESIA DE HOY REFLEJA AL MUNDO
Este libro es una consideración de las marcas de la iglesia en otro nivel. Yo estoy de acuerdo con la perspectiva protestante tradicional que afirma que la iglesia verdadera se distingue de la iglesia falsa por la predicación correcta de la Palabra y por la administración correcta de los sacramentos. Pero dentro del grupo de todas las iglesias locales verdaderas, algunas son más sanas y otras menos sanas. Este libro describe algunas marcas que distinguen a las iglesias más sanas de las que son verdaderas pero más enfermizas. Por consiguiente, este libro no tiene como meta decir todo lo que se puede decir acerca de la iglesia. En lenguaje teológico se diría que no es una eclesiología completa. Haciendo uso de una analogía, este libro es más una receta o fórmula que un curso de anatomía general del cuerpo de Cristo.
Ciertamente, ninguna iglesia es perfecta. Pero, gracias a Dios, muchas iglesias imperfectas son sanas. Sin embargo, temo que muchas más no lo son —incluso entre aquellas que afirman la deidad de Cristo y la completa autoridad de las Escrituras. ¿Por qué pasa esto?
Algunos dicen que la salud precaria de muchas iglesias hoy en día está relacionada con varias condiciones culturales que han infestado la iglesia. Carl Braaten ha expresado su preocupación ante la presencia de un neopaganismo subjetivo y sin base histórica en algunas iglesias13. Os Guinness, en su provocador libro El fenómeno de las megaiglesias, ha sugerido que el problema es la secularización. Guinness escribe que incluso iglesias teológicamente conservadoras que se oponen deliberadamente al secularismo a menudo son, sin embargo, bastiones involuntarios de una versión secularizada del cristianismo, y que «las dos características más fácilmente reconocibles de la secularización en los Estados Unidos son la exaltación de los números y de la técnica»14.
Algunos de los chivos expiatorios más comunes han sido las instituciones que preparan a las personas para el ministerio. Richard Muller ha descrito algo de lo que ha visto en los seminarios que fallan en su mayordomía:
Los seminarios han sido culpables de crear varias generaciones de pastores y maestros que son fundamentalmente ignorantes de los materiales necesarios para las tareas teológicas y que están preparados para argumentar (en su propia defensa) la irrelevancia del estudio clásico para los aspectos prácticos del ministerio. El triste resultado ha sido la pérdida, en muchos lugares, de la función central y cultural de la Iglesia en Occidente y el reemplazo de pastores cultural e intelectualmente dotados por un grupo de practicantes y directores de operaciones que pueden hacer casi todo, excepto aplicar el mensaje teológico de la iglesia en el contexto contemporáneo15.
Este libro, entonces, es un plan para recuperar la predicación bíblica y el liderazgo eclesial en un momento de la historia en que demasiadas congregaciones están languideciendo en un cristianismo teórico y nominal, con todo el pragmatismo y la futilidad que resultan de ello. El propósito de muchas iglesias evangélicas ha caído de glorificar a Dios a crecer en números, asumiendo que el crecimiento numérico, sin importa cómo se logre, debe glorificar a Dios.
Al rebajar así nuestra visión quedamos con un problema teológico e incluso práctico, todo resulta en un pragmatismo autodestructivo:
Si la meta de la iglesia es crecer, la manera de lograrlo es haciendo que la gente se sienta bien. Y cuando la gente descubre que existen otras maneras de sentirse bien, abandona la iglesia que ya no necesita. La iglesia relevante está sembrando las semillas de su propia irrelevancia, y perdiendo su identidad para avanzar. La gran pregunta de hoy ha venido a ser cómo atraer a los nacidos en el tiempo de la posguerra para que regresen a nuestras iglesias, qué técnicas y métodos nos ayudarán a hacer el truco. Se hacen encuestas para saber lo que les gusta y las iglesias compiten para asegurarse de que lo obtengan16.
El neopaganismo, la secularización, el pragmatismo y la ignorancia son problemas serios que las iglesias actuales enfrentan. Sin embargo, estoy convencido de que el problema yace más fundamentalmente en la manera en que los cristianos conciben sus iglesias. Demasiadas iglesias malinterpretan la prioridad que deben darle a la revelación de Dios y a la naturaleza de la regeneración que Él ofrece en la Escritura. Hacer una reevaluación de estos conceptos debe ser parte de cualquier solución a los problemas de las iglesias actuales.
MODELOS POPULARES DE IGLESIA
Hoy en día hay tres modelos de iglesia en la asociación a la que pertenece nuestra congregación (la Convención Bautista del Sur), así como en muchas otras. Podríamos resumir estos modelos de la siguiente manera: liberal, sensible al buscador y tradicional.
Generalizando por un momento, podemos pensar en el modelo liberal como aquel que tiene a F. D. E. Schleiermacher como su santo patrón. En su esfuerzo por ser exitoso en la evangelización, Schleiermacher intentó replantear el evangelio en términos contemporáneos.
Podemos encontrar algo similar en el modelo de iglesias sensibles al buscador, presente en los escritos y ministerio de Bill Hybels y sus socios en Willow Creek y las muchas iglesias asociadas con ellos. Ellos han intentado repensar la iglesia, así como los liberales, siempre teniendo en mente la meta de evangelizar —de afuera hacia dentro, de nuevo, en un esfuerzo por hacer la relevancia del evangelio evidente para todos.
Podría decirse que el santo patrón de las iglesias evangélicas tradicionales es Billy Graham (o posiblemente uno de los grandes evangelistas de la generación presente o pasada). De nuevo, la meta es ser exitoso en el evangelismo, viendo la iglesia local como una campaña evangelística estacionaria. De hecho, la iglesia evangélica «tradicional» en Estados Unidos se parece mucho al modelo de iglesias sensibles al buscador, solo que orientada a una cultura más antigua —la cultura de hace cincuenta o cien años. Así que, en lugar de las parodias de Willow Creek, el trío de mujeres de la Primera iglesia Bautista es considerado como aquello que atraerá a los no creyentes a la iglesia.
Si bien existen diferencias doctrinales importantes entre estos modelos de iglesia, los tres tienen elementos importantes en común. Todos asumen que la relevancia evidente y la respuesta recibida son los indicadores de éxito claves. Los ministerios sociales de la iglesia liberal, la música de la iglesia sensible al buscador y los programas de la iglesia evangélica tradicional deben funcionar bien y funcionar de inmediato para ser considerados relevantes y exitosos. Dependiendo del tipo de iglesia, el éxito puede ser medido por la cantidad de personas alimentadas, la cantidad de personas involucradas o la cantidad de personas salvas; pero los tres tipos de iglesia suponen que el fruto de una iglesia exitosa puede verse de inmediato.
Tanto a partir de la Biblia como a partir de la historia, esta suposición parece ser extremadamente peligrosa. Bíblicamente, descubrimos que la Palabra de Dios está repleta de imágenes de bendiciones postergadas. Dios, con Sus propios propósitos inescrutables, pone a prueba a personas como Job y José, Jeremías e incluso a Jesús mismo. Tanto las pruebas de Job, como el sufrimiento y la venta de José, como el encarcelamiento y la ridiculización de Jeremías, como el rechazo y la crucifixión de Jesús nos recuerdan que Dios obra en formas misteriosas. Él nos llama a una relación de confianza con Él más que a un entendimiento completo de Su persona y Su forma de actuar. Las parábolas de Jesús están llenas de historias del reino de Dios que comienza de maneras sorprendentemente pequeñas y luego crece hasta alcanzar una gloriosa prominencia final. Bíblicamente, debemos comprender que el tamaño de lo que ven nuestros ojos casi nunca es una buena manera de estimar la grandeza de algo ante los ojos de Dios.
Desde una perspectiva histórica, haríamos bien en recordar que las apariencias engañan. Cuando una cultura está saturada de cristianismo y conocimiento bíblico, cuando la gracia común de Dios e incluso Su gracia especial se han extendido ampliamente, un observador puede percibir bendiciones evidentes. Puede que la moralidad bíblica sea reafirmada por todos. Puede que la iglesia sea ampliamente estimada. Puede que la Biblia se enseñe incluso en escuelas seculares. En tiempos como esos, puede ser difícil distinguir entre lo aparente y lo real.
Pero en épocas cuando el cristianismo está siendo amplia y rápidamente repudiado, cuando la evangelización es considerada intolerante o incluso clasificada como un crimen de odio, hallamos que las cosas han cambiado. Por un lado, la cultura a la cual nos conformaríamos para ser relevantes llega a estar tan entrelazada con el antagonismo al evangelio que conformarnos a ella tiene que resultar en la pérdida del evangelio mismo. Por otro lado, es más difícil que el cristianismo nominal progrese. En tiempos como esos debemos escuchar de nuevo la Biblia y reconsiderar el concepto de ministerio exitoso no como uno que da frutos de inmediato necesariamente, sino como un ministerio manifiestamente fiel a la Palabra de Dios.
Los grandes misioneros que han ido a culturas no cristianas han aprendido esto. Al ir a lugares en los cuales no había «campos blancos listos para la siega» sino solo años e incluso décadas de rechazo, ellos tenían otra motivación para seguir adelante. William Carey fue fiel en India y Adoniram Judson en Burma no porque el éxito inmediato les mostrara que estaban siendo evidentemente relevantes. Ellos fueron fieles porque el Espíritu de Dios en ellos los animaba a obedecer y confiar. Nosotros en el Occidente secular debemos recuperar un sentido de satisfacción en esa fidelidad bíblica. Y debemos recuperarlo particularmente en nuestras vidas juntos como cristianos, en nuestras iglesias.
UN MODELO DIFERENTE
Necesitamos un nuevo modelo para la iglesia. En realidad, el modelo que necesitamos es uno antiguo. Aunque estoy escribiendo un libro acerca de esto, no estoy seguro de cómo llamar ese modelo. ¿«Sencillo»? ¿«Histórico»? ¿«Bíblico»?
En términos simples, necesitamos iglesias que conscientemente sean distintas a la cultura. Necesitamos iglesias en las cuales el indicador clave del éxito no sean los resultados evidentes, sino una perseverancia en ser fieles a la Palabra de Dios. Necesitamos iglesias que nos ayuden a recuperar esos aspectos del cristianismo que son distintos del mundo, y que nos unen.
Lo que sigue no pretende ser un retrato de este nuevo (antiguo) modelo de iglesia sino una receta oportuna. Se enfoca en dos necesidades básicas de nuestras iglesias: predicar el mensaje y liderar discípulos.
PREDICAR EL MENSAJE
Las primeras cinco marcas de una iglesia sana que consideraremos reflejan la preocupación por predicar correctamente la Palabra de Dios. La primera marca toca directamente el tema de la predicación. Es una defensa de la primacía de la predicación expositiva, la cual refleja la centralidad de la Palabra de Dios.
¿Por qué es central la Palabra? ¿Por qué es el instrumento que produce fe? La Palabra es tan central e instrumental porque la Palabra del Señor nos presenta el objeto de nuestra fe. Nos presenta la promesa de Dios para nosotros —desde las promesas individuales (a lo largo de toda la Biblia) hasta la gran promesa, la gran esperanza, el gran objeto de nuestra fe, Cristo mismo. La Palabra presenta aquello que debemos creer.
Después, en la segunda marca, consideramos el marco de este mensaje: la teología bíblica. Debemos entender la verdad de Dios como un todo coherente, que nos llega principalmente como una revelación de Él mismo. Las preguntas acerca de Quién es Dios y cómo es Él nunca pueden considerarse irrelevantes para los asuntos prácticos de la vida de la iglesia. Diferentes ideas de Dios nos llevarán a adorarle de maneras diferentes, y si esas ideas son erróneas, algunas de las maneras en que nos acerquemos a Él pueden también ser erróneas. Este es un tema importante en la Biblia, a pesar de haber sido descuidado casi por completo en nuestros días.
En la tercera marca consideramos el corazón del mensaje cristiano al buscar una comprensión bíblica del evangelio. ¿Cuántos mensajes diferentes están pregonando las iglesias como si fueran las buenas nuevas de salvación en Jesucristo? Más aún, ¿con cuánto discernimiento examinamos nuestro propio entendimiento del evangelio, la forma en que lo enseñamos y nuestra manera de entrenar a otros para conocerlo? Nuestro mensaje, aunque barnizado con retoques cristianos, ¿es básicamente un mensaje de autosalvación, o es más que eso? ¿Consiste nuestro evangelio solamente en verdades éticas universales para la vida diaria o está arraigado en las acciones definitivas, históricas, especiales y salvíficas de Dios en Cristo?
Esto nos lleva a la recepción del mensaje, la cuarta marca: una comprensión bíblica de la conversión. Una de las tareas más dolorosas que los pastores enfrentan es tratar de reparar el daño de los falsos convertidos, aquellos a quienes algún evangelista ha convencido demasiado rápido e irreflexivamente de que son realmente cristianos. Esa actividad aparentemente benévola puede llevar a estallidos de emoción, participación e interés momentáneos; pero si una conversión aparente no resulta en una vida transformada, entonces uno comienza a cuestionar esa crueldad involuntaria de convencer a tales personas de que conocen toda la esperanza de una vida con Dios porque un día hicieron una oración. Estamos haciendo que piensen: «Si eso falló, entonces el cristianismo no tiene nada mejor que ofrecerme. No hay esperanza. No hay vida. Lo intenté, y no funcionó». Necesitamos iglesias que entiendan y enseñen lo que la Biblia enseña acerca de la conversión.
La quinta marca presenta una comprensión bíblica de la evangelización. Si en nuestra evangelización sugerimos que llegar a ser cristianos es algo que nosotros hacemos, estamos transmitiendo nuestra mala comprensión del evangelio y la conversión, con efectos desastrosos. John Broadus, reconocido erudito del Nuevo Testamento y predicador del siglo XIX, escribió un catecismo de enseñanza bíblica en el cual planteó la pregunta: «¿La fe viene antes del nuevo nacimiento?». Y él respondió: «No, es el nuevo corazón el que verdaderamente se arrepiente y cree»17. Broadus entendió que en nuestra evangelización debemos ser socios del Espíritu Santo, presentando el evangelio pero confiando en que el Espíritu Santo de Dios haga la verdadera obra de confrontar, convencer y convertir. ¿Están tus prácticas evangelísticas o las de tu iglesia en línea con esta gran verdad?
LIDERAR DISCÍPULOS
Otra serie de problemas en las iglesias de hoy tiene que ver con la administración correcta de los límites y los marcadores de la identidad cristiana. En términos más generales, estamos hablando de problemas al guiar a los discípulos.
Primero, en la sexta marca, abordamos el tema que establece todo el contexto para el discipulado: una comprensión bíblica de la membresía eclesial. En este último siglo, los cristianos han ignorado la enseñanza bíblica de lo que significa seguir a Cristo en comunidad. Nuestras iglesias están inundadas de un narcicismo egocéntrico y un hiperindividualismo levemente disimulados bajo etiquetas como «inventarios de dones espirituales» o «iglesias dirigidas a un público específico», iglesias que «no son para todos». Cuando leemos 1 Juan o el Evangelio de Juan, vemos que Jesús nunca tuvo la intención de que fuéramos cristianos solitarios, y que nuestro amor por otras personas que son diferentes a nosotros muestra si verdaderamente amamos a Dios.
Muchas iglesias actuales tienen problemas con la definición básica de lo que significa ser un discípulo. Por eso en la séptima marca exploramos una comprensión bíblica de la disciplina eclesial. ¿Existe algún comportamiento que las iglesias no deberían tolerar? ¿Existen enseñanzas en nuestras iglesias que se «salen de los límites»? ¿Hay en nuestras iglesias una preocupación por algo aparte de su simple supervivencia y expansión institucional? ¿Es evidente que entendemos que llevamos el nombre de Dios y vivimos ya sea para Su honor o para Su deshonra? Necesitamos iglesias que recuperen la práctica amorosa, regular y sabia de la disciplina eclesial.
En la octava marca