Lecciones del ayer para el presente - Benito Pérez Galdós - E-Book

Lecciones del ayer para el presente E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

"Lecciones del ayer para el presente" es una antología de escritos que responden a diferentes momentos de la vida política española de la que Benito Pérez Galdós fue o bien actor o bien testigo de excepción. Algunos de ellos inéditos hasta ahora, estos textos dan cuenta de una época que abarca desde la juventud del autor hasta prácticamente sus últimos días; a pesar de su intermitencia, Galdós siempre estuvo muy atento al latir político de sus país y siempre lo retrató de forma sagaz y apasionada.

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LECCIONES DEL AYER PARA EL PRESENTE

 

BENITO PÉREZ GALDÓS

EDICIÓN E INTRODUCCIÓN DE GERMÁN GULLÓN

LECCIONES DEL AYER PARA EL PRESENTE

ANTOLOGÍA DE TEXTOS POLÍTICOS

BIBLIOTECA NUEVA

 

Cubierta: Malpaso Holdings, S. L. U.

© Para la edición y prólogo, Germán Gullón, 2020

© Biblioteca Nueva, S. L., Madrid

© Malpaso Holdings, S. L., 2021

c/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18236-58-7

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

 

ÍNDICE

CUBIERTA

INTRODUCCIÓN

1. LAS CARAS DEL AUTOR

2. GALDÓS, DIPUTADO

3. DEFENSA DE LA DEMOCRACIA

4. EVOLUCIÓN POLÍTICA Y COMPROMISO REPUBLICANO

5. LA FRACTURA ENTRE LA REALIDAD Y LO SILENCIADO

BIBLIOGRAFÍA

ANTOLOGÍA DE ARTÍCULOS Y DISCURSOS POLÍTICOS DE BENITO PÉREZ GALDÓS

REVISTA DE ESPAÑA

PRIMER AÑO DE LA MONARQUÍA DE AMADEO I

COALICIÓN NACIONAL, GROTESCO MARIDAJE DE CARLISTAS, ALFONSINOS, REPUBLICANOS Y RADICALES

LA INSENSATEZ POLÍTICA DEL LLAMADO CARLOS VII

EL GABINETE SERRANO (28/6/1872)

LA PRENSA, DE BUENOS AIRES

ÉPOCA DE CONFUSIÓN

RÉGIMEN REPRESENTATIVO

PROCEDIMIENTOS ELECTORALES

LA RAZÓN DE LOS FUERTES

LA FAMILIA REAL DE ESPAÑA

UN GOBIERNO LIBERAL

POLÍTICA MENUDA

LOS REPUBLICANOS ESPAÑOLES

EL «ENCASILLADO» Y SUS CONSECUENCIAS

UN REY PÓSTUMO

FLORES RETÓRICAS

LOS TRES ORADORES: SALMERÓN, CASTELAR Y CÁNOVAS

EL REGIONALISMO

INSURRECCIONES Y MOTINES. VILLACAMPA

POLÍTICA DE CONCILIACIÓN

MARRUECOS

PUEBLO Y POLICÍA

LA ISLA DEL PEREJIL Y LA MARINA ESPAÑOLA

CUESTIONES ECONÓMICAS

VIDA LEGISLATIVA

LA DEMOCRACIA Y EL TRONO

LA GUERRA EUROPEA Y ESPAÑA

LAS DOS REINAS

EL VICIO DE LA LOCUACIDAD

EL DUQUE DE MONTPENSIER

EL CONCEPTO DE LA DISCIPLINA EN ESPAÑA

EL 1.º DE MAYO

ALMA ESPAÑOLA (8/11/1903)

«SOÑEMOS, ALMA, SOÑEMOS»

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL FRONTÓN CENTRAL DE MADRID (6/11/1905)

CARTA AL DIRECTOR DE EL LIBERAL

INTERVENCIÓN DE GALDÓS EN EL CONGRESO (1/6/1909)

MENSAJE DE GALDÓS (7/11/1909)

PUEBLO DE MADRID (15/5/1910)

CORRELIGIONARIOS Y COMPAÑEROS (1/1/1913)

 

INTRODUCCIÓN

Considero que el deseo de vanagloria resulta entre nosotros un mal aún mayor que la envidia, la lacra nacional por excelencia según Miguel de Unamuno, porque entorpece profundamente la vida cultural. Esa enfermiza pulsión de medirse con el otro en lugar de sentirse complementario ha dañado reputaciones, pero sobre todo empaña la visión de las personas y las obras que destacan por su contribución intelectual. Benito Pérez Galdós (1843-1920) ha sido una de sus víctimas mejor conocidas: conocidos son los tira y afloja de dichos de Ramón de Valle-Inclán, inventor de la rencorosa adjetivación de Garbancero; el deseo de colocar su obra como segunda tras la de Leopoldo Alas por parte de Azorín —actitud parecida a la de Pío Baroja—; o incluso la inquina propagada por Antonio Espina, muerto Galdós, en el primer número la Revista de Occidente (1923), negando con furia rencorosa todo valor a su obra «la falta de ese sentido crítico —o con más exactitud, autocrítico—» (p. 114). Todo esto supone un extremo de combatividad contra un coloso de nuestras letras totalmente inexplicable. En nuestro tiempo, Juan Benet y Francisco Umbral, entre otros, vocearon palabras denigrantes sobre la labor del escritor canario, intentando embarrar su reputación, probablemente sin conocer la obra. Pedí a Benet en varias ocasiones, en privado y en público, que me explicase sus razones, pero nunca saqué nada en claro, excepto vaguedades y alusiones que se resumían en la frase «a Baroja tampoco le gustaba». La grandeza o miseria de un hombre ensalzado por la fama, sacudido por la vanagloria, se manifiestan por la forma en que la recibe, y Galdós estuvo a la altura de los mejores, ese selecto grupo de artistas que esquiva la gloria del paraninfo. Quienes le mencionan junto a Cervantes honran dos ejemplos a seguir.

Lo nocivo de este desmedido deseo de vanagloria produce un efecto dañino: que arrasa la dignidad personal, ahuecando el sentido de valía personal. Todo vale con tal de salir en la foto y, en nuestro caso, al fundirse con la inquina de quienes querían infligir daño a la reputación galdosiana en venganza por airear la verdad sobre las miserias impuestas por la Iglesia católica a la sociedad española, especialmente a los más débiles. En fin, entre todos ellos consiguieron arrebatar a Pérez Galdós el puesto que le correspondía en el centro de esa edad gloriosa de nuestras artes y letras que va de 1885 a 1936, de Emilia Pardo Bazán, de Joaquín Sorolla, de Isaac Albéniz, de Manuel de Falla, de Juan Ramón Jiménez, de Federico García Lorca, y de tantos otros. Consiguieron recortar de la vida y de la obra del escritor aspectos sustanciales, que se desestimase parte de su producción, como el teatro o los ensayos políticos, donde el español de ayer y de hoy puede encontrar el solaz de la comprensión del modo de ser y de comportarse español. A pesar de los desdenes y condenas, los lectores siguieron leyendo a Galdós, sus Episodios nacionales, desde luego. La lectura ha hecho siempre de cordón umbilical entre la obra y el lector, como explicó muy bien Francisco Ayala en «Mi Galdós». Los desafectos nunca lograron que los lectores le abandonaran. Esta antología recoge su principal lección: cuando las cosas van mal en nuestra sociedad, no es culpa de unos o de otros, la tenemos todos, y debemos esforzamos en reestablecer el equilibrio de fuerzas.

1. LAS CARAS DEL AUTOR

El 4 de enero de 2020 se cumplieron los cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós, un momento apropiado para revisar su contribución a la cultura española. Las anécdotas sobre su persona, las referentes a la vida amorosa, o la enorme cantidad de crítica apilada sobre su obra literaria, las manidas etiquetas utilizadas por los historiadores de la novela, como realismo y naturalismo, sumadas a las interpretaciones críticas hechas al albur del momento, las innecesarias discusiones sobre sus amistades y enemistades tienden a desenfocar la vista de su persona y de su obra. De hecho, impiden que resplandezca la lectura correcta del escritor que prolongó el humanismo cervantino, la corrección que suponía el poder de la imaginación al racionalismo del XVII, que nuestro homenajeado convirtió en humanismo galdosiano al fundir esa genuina característica del ser humano: la bonhomía del caballero andante con la visión centrada en el hombre que vive de lleno en la sociedad laica y urbana del siglo XIX. La ingenuidad y la bondad del personaje de Cervantes unidas en el XIX al personaje de Galdós, el ser humano que rige sus destinos, según lo determine su voluntad personal, que vive en una sociedad plural, permiten al ciudadano español moderno reconocerse en su grandeza y contradicciones.

Conviene asimismo diferenciar las varias caras del autor que asoman en sus obras para que podamos entender el reflejo de la persona y de la vida del escritor y la relación que guarda la riqueza artística e intelectual de su producción con la sociedad de su tiempo. Y la actividad política, sea a través de artículos, como diputado en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, o luego como político comprometido con el pueblo en su última etapa, cuando se hizo republicano.

La cara más cercana, y la atesorada por quienes frecuentan sus libros, es la perteneciente a la voz que te recibe en las primeras líneas, la del Galdós que se transparenta en las novelas. Quien te invita a entrar en una casa de ficción donde el lector encuentra un cobijo, un gustoso refugio, habitado por seres humanos entrañables con quienes resulta fácil relacionarse, siempre y cuando aceptemos las reglas sociales que en ella rigen, las de la igualdad y libertad personal. Luis Cernuda, el gran poeta, contó que durante el exilio, estando de profesor en una pequeña universidad norteamericana, Mount Holyoke College, cuando quería experimentar el calor de la patria, leía páginas de Galdós para sentir que había vuelto a su país. También recuerdo escuchar en una conversación al gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, aficionado desde joven a la lectura de los Episodios nacionales, que al revivir las emociones de su narrador, Salvador Monsalud, encontraba su razón de ser. Este Galdós permite conocer el mundo en su dimensión más humana, porque el mundo que presenta era el suyo, el de sus gentes, con quienes se sentía identificado.

Otra cara, la del Galdós innovador de la narrativa española, que Leopoldo Alas, Clarín, su amigo, excelso narrador y gran crítico, describió por primera vez cuando, comentando las innovaciones de La desheredada, mencionó el fluir de la conciencia. Galdós era un extraordinario creador no solo de historias que nos templan el ánimo, sino que además fue el hombre que buscó la manera más expresiva de contarlas, utilizando formas desconocidas por entonces en Europa, como usar la segunda persona narrativa, técnica apropiada para mostrar cómo entablamos una conversación con ese tú que llevamos dentro. O utilizar el puro diálogo en la novela Realidad para contar una historia personal que dramatizaba la dificultad de entender el encaje de la vida personal en la social. Un Galdós que abre la puerta a esa difícil tarea de vivir con la plena conciencia de nuestros actos y la responsabilidad que conlleva.

La cara de Galdós que aparece con mayor frecuencia es la presentada por los historiadores de la literatura y por los filólogos, de múltiple e inconcreto perfil. Ellos se han ocupado principalmente de recomponer el rompecabezas que constituye su ingente obra, de más de un centenar de libros y cientos de artículos de periódico, publicados aquí y allá. También en la biografía se han ido haciendo hallazgos gracias a su epistolario, si bien se suele hacer un uso un tanto folclórico de los mismos, pues se publicitan las partes más picantes, como su relación con Emilia Pardo Bazán, reducida a las relaciones sexuales, cuando se trató de un contacto intelectual y personal de extraordinario calado. De hecho, el espacio amistoso e intelectual creado dentro del triángulo Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas, Clarín, y Galdós, en el que a su vez se reflejaban las amistades individuales de cada uno, las cosmopolitas de la condesa, las de personas altamente instruidas del escritor aportadas por su círculo de íntimos ovetenses o las provenientes del entorno periodístico y político del canario, resulta imprescindible para entender correctamente la obra del escritor y, aún más, para comprender el momento en que floreció la novela española de la segunda mitad del siglo XIX. Una etapa cultural desacreditada por la egolatría de algunos escritores modernistas necesitados del halago para sentirse importantes, por la censura franquista, y por ese morboso afán de la filología nacional de medir la literatura española según los metros de edades a las que asignan valores de metales preciosos, como el oro y la plata.

Hay también quienes ven en las páginas galdosianas una cara fea o, mejor dicho, la de la careta que le puso un personaje de Luces de bohemia, de Ramón del Valle-Inclán, cuando le denominó «don Benito, el Garbancero». Recientemente, también han tratado de ponerle una careta de antifeminista, pero esta, como la del Garbancero, choca con la verdadera persona conocida por los lectores de Galdós. Esta última careta, fabricada con cartón piedra, vino inspirada por circunstancias profesionales y sociales que nada tienen que ver con las de la España del siglo XIX. Además, estas caretas han sido explotadas por una mezcla de rencor e incomprensión, que escamotean los valores humanos y literarios del autor.

Galdós, recuerdo, fue un excelente periodista, director de influyentes publicaciones —El Debate, Revista de España, Océano—, autor de artículos sobre arte, literatura, moda, música y política. Sus habilidades para el dibujo y con el pincel han quedado patentes en numerosos cuadros, igual que su gusto musical —tocaba el piano y el armonio—. Y no olvido su faceta de editor, ni la de dramaturgo, y, por último, la que hoy nos ocupa, la menos conocida, la del político. No solo fue diputado largos años, liberal y republicano, sino un ensayista y autor de piezas de oratoria muy importantes. Su genialidad fue siempre acompañada del trabajo, de un perpetuo trabajo, incluso cuando sus ojos ya no tenían luz.

2. GALDÓS, DIPUTADO

En los inicios de su dedicación al periodismo, Pérez Galdós trabajó de reportero en el diario Las Cortes, donde coincidió con José Alcalá Galiano (1839-1919), nieto de Antonio Alcalá Galiano y sobrino de Juan Valera; provenía, pues, de una familia de linaje liberal, y entablaron una amistad que duraría la vida entera. Años después, cuando José ejercía de cónsul en Newcastle, lo invitó a visitarlo. Galdós aceptó —fue su primer viaje al Reino Unido—, iniciando el periplo por Londres, donde conoció de primera mano la vida parlamentaria inglesa, el civismo de la vida social y política, que tomaría desde entonces como modelo. Le pasó lo que a otros intelectuales españoles, que admiraban el ambiente de París, por ser la plataforma de la vida cultural de su tiempo, y se sentían cautivados por el mencionado civismo de la cultura inglesa. Leopoldo Alas, Clarín, sentía de la misma manera, aunque sus conocimientos eran meramente librescos. Durante aquellos primeros momentos, a comienzos de los setenta, cuando los dos jóvenes, José y Benito, acudían al Congreso a cubrir las sesiones, debió de nacer ese gusanillo galdosiano de contribuir, seguramente inspirado por los oradores, y no solo de comentar las propuestas políticas, haciéndose partícipe de las mismas. Alcalá Galiano fue un magnífico introductor en ese mundo, en el que se encontraba como pez en el agua por venirle de familia, mientras Galdós desplegaba su capacidad de observación y de persona que aprendía con celeridad.

La actividad parlamentaria galdosiana viene apuntada en su epistolario, especialmente los momentos cruciales (1886 y 1907). Y gracias a las investigaciones de Bellón Fernández en la documentación del archivo del Congreso de los Diputados conocemos la cronología exacta de la actividad política galdosiana durante sus cuatro etapas. La primera, cuando su amigo el periodista y diputado José Ferreras, quien fuera compañero en El Debate, tras consultar a Práxedes Mateo Sagasta, le insta a presentarse a las elecciones, y lo hizo. Fue elegido diputado cunero por el distrito de Guayama (Puerto Rico) (4/4/1886), por 17 votos, como miembro del Partido Liberal de Sagasta, cargo que desempeñó desde su toma de posesión (5/5/1886) hasta su salida (29/12/1890). Se volvió a presentar por el mismo distrito en 1891, pero salió derrotado. En 1903 rehusó presentarse a las elecciones, alegando mala salud, pero en verdad sus proyectos literarios, especialmente la actividad teatral desde el estreno de Electra (30/1/1901), lo mantenían ocupado, además del anhelo de darse a conocer mejor en el extranjero. De hecho, los dramas tenían un alto contenido social y llegaban muy bien a la audiencia; en Francia, Electra conquistó al público, mientras que sus novelas hasta entonces no pasaban de ser reconocidas en el círculo de los hispanistas, como Alfred Morel-Fatio. La segunda etapa comienza tras las elecciones del 21/4/1907, que gana como miembro del Partido Republicano, con 16790 votos. La legislatura fue desde el 6/5/1907 hasta el 14/4/1910. La tercera etapa se inició con la presentación como candidato por la Conjunción Republicano-Socialista, que amalgamaba a los republicanos con el PSOE, a las elecciones del 8/5/1910. Obtuvo 42247, y Pablo Iglesias, 40696. Lo que indica su popularidad, pues los votos de Iglesias se consiguieron gracias a la disciplina férrea del jefe de filas. Permanecerá en el Congreso como diputado del 17/5/1910 al 2/1/1914. En la cuarta etapa, teniendo ya setenta y un años, ciego, y dictando sus últimas obras de teatro, Galdós fue elegido por Canarias el 8/3/1914. Quizá debería decir proclamado por sus paisanos, quienes dejaron de lado las habituales rencillas políticas, e impulsado por el aprecio y cariño de su amigo Fernando León y Castillo. Desempeñaría el puesto desde el 23/3/1914 hasta el 16/3/1916, cuando empieza a recortar sus actividades y viajes. Al año siguiente viajaría por última vez a San Quintín, su querida casa de Santander.

3. DEFENSA DE LA DEMOCRACIA

Galdós falleció en la madrugada del 4 de enero de 1920 en Madrid, rodeado de familiares y al cuidado de su médico y amigo, Gregorio Marañón. Con su muerte perdimos al maestro de las letras modernas y a un excelente defensor de la democracia española, de España, de la patria, y un firme creyente en el futuro de la nación. Emprendió con su arma preferida, la pluma, una incesante batalla por la democracia, y lo hizo hasta un par de días antes de su muerte, cuando apenas podía manifestar su apoyo a una causa popular con una temblorosa firma. Fue un cronista de las venturas y desventuras de la política. Las desavenencias, los enfrentamientos, las descalificaciones, los insultos a la jefatura del Estado, las mentiras a los votantes para captar su favor, el ansia de poder, las beneficios económicos obtenidos por los políticos, la búsqueda espuria de la vanagloria, los mimbres con los que los malos políticos, o simplemente los que se dejan llevar por el ansia de poder, tejen la vida parlamentaria se contrapesa con la fuerza de la legalidad democrática, la grandeza de espíritu y la inteligencia de nuestros mejores políticos, sin que importe su partido, llámense Antonio Cánovas de Castillo o Emilio Castelar. Galdós solo exigía de los políticos el respeto a la Constitución, la honestidad y la coherencia. El choque de posiciones políticas cuando se rige por esas normas de conducta llegará a formar un consenso, a soldar una política común, en la que reine el equilibrio de todas las clases sociales para que el país pueda prosperar.

La producción periodística política de tan prestigioso escritor ha corrido una suerte curiosa, como comentaba al principio. Fue marginada por décadas, es decir, enchiquerada en las obras de los historiadores, pero en contadas ocasiones presentada al público. Se conocen tópicos, el anticlericalismo, que proviene del anecdotario del estreno de Electra, en 1901, y poco más. Un fenómeno curioso que ocurre con la obra de Galdós, incluso a la altura de 2021, es que la crítica y las interpretaciones de su obra vienen apoyadas en estudios de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, de cuando había censura en los tiempos de Franco. Seguimos sin tener unas obras completas, las de Aguilar de Federico Sainz de Robles siguen siendo las que abarcan, con baches, la obra entera en sus diversas facetas. Una parte de la crítica sobre Galdós resulta institucional, universitaria, académica o anecdótica, y viene machacando los mismos clavos, sea en la biografía o en el estudio de las obras, principalmente filológica o hagiográfica. Por fortuna, la crítica progresista en el último cuarto del siglo XX ha explorado las diversas facetas de su obra, ha descubierto su labor ensayística, gráfica, periodística, su relación con la música, la literatura de viajes, y ha realizado estudios de crítica moderna. Estos estudios siempre se han apoyado en los Anales galdosianos y la crítica del hispanismo norteamericano, flanqueado por contribuciones de hispanistas europeos, que viene manteniendo durante décadas un discurso crítico que avanza la interpretación de sus obras. Buena parte de los dedicados al estudio de Galdós en España desconocen el inglés, razón por la que jamás han leído la biografía de Chonon Berkowitz (1948), la única que se escribió al poco de morir Galdós, cuando el profesor norteamericano pudo hablar con gentes que tenían aún viva la memoria del maestro, y de paso ignoran la excelente producción crítica escrita en inglés.

Cuando ideaba el concepto de la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana para celebrar el centenario de la muerte del escritor en la Biblioteca Nacional de España (1/11/2019-16/2/2021), mi mayor preocupación era precisamente presentar las múltiples caras del autor, quien, además de un novelista de excepción, fue autor de teatro, pintor y dibujante, editor, político, aficionado a la música, etc. Todo ello perseguía dotar a su obra no de un contenido filológico (o macarrónico) que contase los argumentos de su obra, sino de uno dirigido a mostrar al público su valor social, el que cuenta una verdad humana, la que él ideó en la época de la burguesía, cuando la España democrática pedía consolidarse, pero se tambaleaba por el egoísmo de los políticos y la sequedad institucional. Su obra constituía una tabla de salvación que, como la de Miguel de Cervantes en el siglo XVII, representaba a la sociedad secular, donde el hombre podía actuar de acuerdo con sus emociones, creencias, inclinaciones, según su modo de ser, con su propia verdad. Ofreció a la sociedad de su tiempo una esperanza, advirtiendo que el hombre, los seres humanos, no necesita de la protección divina, sino que su fuerza viene de dentro. La exposición quería contrarrestar el protagonismo de dos textos que se citan sin cesar, uno de 1870, «Observaciones sobre la novela española contemporánea», y otro de 1897, «La sociedad presente como materia novelable», su discurso de entrada en la Real Academia Española, donde Galdós pone énfasis en su labor, la mirada a la realidad, para dar entrada al contenido de su obra, la verdad humana. Por la masiva presencia de público en la exposición y los cientos de comentarios que me hicieron, entendimos que ese cambio de énfasis del objeto del arte, la realidad, a la sustancia del contenido del arte conectaba mejor con el público.

Bien, pues la antología de textos que aquí presentamos debe leerse no para congelar las ideas de Galdós en un ayer filológico o histórico, sino por cuanto presentan del estado de los asuntos públicos en la segunda mitad del XIX, intentando descubrir la relación que guardan con el presente. He elegido de sus artículos los que creo que ilustran mejor su pensamiento, referidos a la vida parlamentaria, el papel de la Corona y de los principales políticos de su tiempo, como Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Emilio Castelar y Antonio Maura, y de cuestiones, como el regionalismo o Marruecos, que marcaron aquel momento histórico.

Ya abordamos en páginas anteriores el periplo del Galdós diputado durante varias legislaturas. Su bautizo político, afiliado al Partido Liberal de Sagasta, quien tuvo el buen ojo de incluirlo en la terna del partido, fue su elección como diputado cunero por Guayama (Puerto Rico), con lo que el destacado novelista, cuya fulgurante carrera lo convertía en una estrella en el firmamento cultural, adquirió una nueva dimensión. Al terminar la primera legislatura, el nombre de Galdós no dejará de aparecer en los diarios, casi a diario, y así seguirá hasta su muerte. O sea, que el podio cultural al que lo elevaron sus obras narrativas habría que teñirlo con este componente político, de político liberal. No olvidemos que el trasfondo familiar galdosiano era profundamente conservador; que su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, era una urbe tradicional española, con su catedral, sus cuarteles que guardaban las esencias patrias, y que él, gracias al contacto con la cultura progresista en Madrid, en el Ateneo, durante sus viajes a París, con su círculo de amigos, como Fernando León y Castillo, cambió de signo. Un acto intelectual de entereza personal que le llevó a adoptar una posición política que mantuvo ante los ataques incluso de sus amigos. Pienso en José María de Pereda, rabioso carlista, o Marcelino Menéndez Pelayo, un adalid del conservadurismo español.

Galdós se enfrentó al romanticismo pasional de Pereda y de Menéndez Pelayo, defensores de los valores tradicionales, oponiendo en sus artículos y novelas una realidad concebida a partir de la realidad palpable, no de creencias en una realidad todopoderosa existente en los cielos. Los problemas de los seres humanos surgían en el aquí y en el ahora. Ideó un sistema de valores humanos, potenciados por el krausismo y el institucionismo, que permitía una mejora de la sociedad, una actitud que intentaba propiciar unos modos de conducta apropiados para una sociedad secular. No debemos caer en la trampa de interpretar la evolución de Galdós de acuerdo con dos ejes: la revolución de 1868 o la derrota española de 1898, una tendencia de quienes prefieren los esquemas didácticos a la complejidad de las situaciones; o comenzar su implicación con la política a partir de 1901, coincidiendo con el estreno de su obra teatral, Electra. Hay que mirar con una mente amplia que nos permita sumar a los cambios sociales introducidos por el 1868, indudables, como señaló abundantemente José María Jover, el creciente descontento social, manifiesto en los atentados reales o en el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo, y las fracturas regionales, principalmente de los catalanes. Todo esto sucede cuando la prensa nacional vive un momento de expansión que mejora las comunicaciones y cuya libertad Galdós defiende con fuerte empeño. No olvidemos la mejora en las conexiones ferroviarias, el telégrafo y el teléfono, pero sucede que el acercamiento no servía para mejorar la comunicación o la resolución de los problemas. Las guerras carlistas, la desigualdad económica, la política de traiciones, de ambiciones personales, de pactos obscenos dividían aún más al país. Sus ensayos ofrecen esa voz calma, moderada, de quien tiene fe en el futuro, en que los resortes de la vida democrática, de la sociedad laica, resolverán las inquietudes y retos del presente y del futuro.

4. EVOLUCIÓN POLÍTICA Y COMPROMISO REPUBLICANO

La evolución política de Galdós pasó por diversas etapas. La primera durante su época de periodista, que podemos extender hasta 1890, cuando fue elegido diputado y defendió el ideario del liberalismo liberal, tal y como había sido configurado durante el sexenio revolucionario (1868-1874). En esta etapa inicial, a la vez que desarrollaba su labor de periodista político y a partir de 1870, su postura se verá reforzada por el explícito posicionamiento progresista en sus novelas, tanto en las dos primeras series de Episodios nacionales, que expresan una cerrada defensa del patriotismo español, especialmente en la primera serie, mientras en la segunda aborda el posicionamiento personal ante la política, confrontando a los conservadores con los liberales, como en el resto de las novelas de la primera y segunda manera narrativa, de 1870 a 1887, o desde La fontana de oro (1870) a Miau (1888). Su posicionamiento político se expresará de manera estridente en las llamadas novelas de tesis, DoñaPerfecta (1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1879), decididamente anticlericales, y más sutil en la segunda manera, como la mencionada Miau, donde critica a la Administración del Estado, especialmente la posición de los cesantes.

Hubo un momento en que dejó la política activa y se dedicó plenamente a la creación novelesca y a desarrollar una carrera teatral; en este intervalo, que coincide en parte con la crisis de 1898, empieza a darse cuenta de que las reformas sociales y políticas que con tanto empeño había defendido, desde su posición de diputado liberal y como novelista comprometido con los ideales marcados por el progresismo social de Francisco Giner de los Ríos y de la Institución Libre de Enseñanza, se quedaban sin realizar. Entonces, y como muy bien ha argumentado Antonio Robles, chocó con la realidad histórica: las ideas y la realidad no cuadraban en absoluto. En el episodio Zumalacárregui (1898) cuenta esa mascarada esperpéntica protagonizada por los carlistas, donde un ideario de guardarropía obligó a las fuerzas constitucionalistas a entrar en guerra, que costó vidas y produjo un sinfín de dolor. Años después ocurrió otro acontecimiento paradigmático, el decreto del Gobierno de Antonio Maura que pedía el reclutamiento de soldados para ir a Marruecos, injusta petición de un esfuerzo patriótico cuando las heridas causadas por la derrota del 98 todavía no estaban cicatrizadas. Estas son las realidades con las que chocó Galdós.

Un poco antes, en ese clima de tensión política en que los conservadores, apoyados por una prensa de derechas belicosa que defendía las exigencias, incluso con llamadas a la violencia, del capital frente a las reivindicaciones obreras, que conducirá después a la mencionada Semana Trágica (1909), Galdós se afilió al Partido Republicano, insisto, no porque hubiera cambiado de ideas políticas, sino porque la situación de la vida social le hace cambiar de rumbo. Luis Ángel Rojo sintetiza esta llegada de Galdós al republicanismo así: «Pero Galdós ya no se sentía satisfecho limitándose a exponer sus críticas sociales y políticas a través de sus obras literarias, y acabó aceptando, en 1906, la invitación de los republicanos a incorporarse a sus filas para participar en la lucha política» (p. 66).

Víctor Fuentes, un pionero estudioso del Galdós político, aborda esta segunda etapa, la republicana, e intenta rebatir la opinión expresada por el biógrafo Chonon Berkowitz de que Galdós entró en política obligado. Fuentes opina que el impulso republicano de Galdós nace con Electra (1901), drama que en verdad suponía una condensación temática de su anticlericalismo novelesco, evidente ya desde Doña Perfecta, y fácilmente trazable a través de sus obras, La familia de León Roch (el fanatismo religioso de María Egipciaca), Tormento (el sacerdote acosador Pedro Polo), Fortunata y Jacinta (el vulgar de maneras y de mente, Nicolás Rubín). El profesor Fuentes toma, pues, el drama como el punto de partida en el que yo hago converger la mencionada realidad histórica subyacente, cargada de violencia, que se superponía al mar de fondo creado por el 98, las ideas sobre el advenimiento y la consolidación de la democracia en los artículos aquí antologizados, los publicados en los años finales de la década de los sesenta y comienzos del sesenta en la Revista de España y los publicados en La prensa de Buenos Aires entre 1884 y 1890, que pueden interpretarse sin forzar los textos como un tratado sobre el funcionamiento de la democracia.

Si alguien quiere conocer el origen de las maneras democráticas españolas durante la primera transición política, el paso de la monarquía absolutista a la monarquía constitucional y democrática durante la Restauración, los artículos aquí seleccionados son una buena introducción, y una manera de entender cómo nuestro ayer enlaza inevitablemente con el presente. O sea, que cuando Galdós comience a evolucionar hacia un mayor compromiso con las gentes menos favorecidas, hacia el republicanismo, que ya observamos desde 1903, y que irá en aumento, hasta que en 1907 haga profesión pública de fe republicana en la carta dirigida al director de El liberal, no podemos considerarlo como un fenómeno nuevo, sino la lógica conclusión del fallo, tanto de los liberales como de los conservadores, a la hora de cumplir los compromisos sociales adquiridos en las urnas, de institucionalizar las promesas de esa monarquía institucional, y del clima social.

La tercera etapa es la de la Conjunción Republicana-Socialista (1909), cuando pacta con Pablo Iglesias, que ya vimos, y que durará unos cuatro años. Durante este tiempo de gran activismo, donde su retórica recuerda la energía patriótica de la primera serie de los Episodios, sentirá que el Partido Republicano resulta incapaz de ordenar sus prioridades, frente a la disciplina del Partido Socialista de Iglesias, que, dirigido por una sola persona, puede desarrollar políticas de una manera coherente. Cito de nuevo a Luis Ángel Rojo: «Por lo tanto, su confianza fue minada por las fuertes debilidades del lado republicano, lo que le llevó a dejar la política. Galdós, entretanto, no había ocultado sus críticas a “la inmensa gusanera de caciques y caciquillos” del republicanismo ni su admiración hacia el Partido Socialista, serio, disciplinado y el único que tenía algo que decir, en su opinión, sobre la cuestión social. Nunca fue, sin embargo, miembro del Partido Socialista, ni sus profundas raíces liberales, aunque matizadas con el paso del tiempo, le permitieron asumir el ideario socialista, a pesar de sus referencias frecuentes a la revolución en sus últimos años» (p. 68).

La última y cuarta etapa arranca cuando es elegido diputado por Las Palmas (1914) con ayuda de su amigo Fernando León y Castillo. Su actuación pública se reducirá bastante por la pérdida de la vista, que nunca fue completa, pero que le obligó a dictar sus obras a partir de finales de 1911 —aunque aún podía dibujar palabras en cartas breves— y a llevar un acompañante, siendo Victoriano Moreno uno muy frecuente en aquel tiempo. Nunca dejó de apoyar las denuncias de actos o leyes injustas, es decir, su presencia testimonial fue relevante. Contrastaba con la de los literatos modernistas, más preocupados por su obra que por las cuestiones sociales, o si lo estaban, como sería el caso de Valle-Inclán, tapándose las narices con pinzas carlistas cuando las clases menos privilegiadas aparecían en el panorama.

Al leer y estudiar al Galdós político se suele adoptar una perspectiva privilegiada, su ideología liberal, que, como miembro del grupo de Sagasta, seguía en la Cámara de los Diputados y que se corresponde a la exhibida por el narrador en sus novelas de la segunda manera, las denominadas contemporáneas. Y suele además compararse con la política del Partido Conservador, de Cánovas del Castillo, y mediante ese choque de ideologías perfilamos la ideología galdosiana. Esto servía, y muy bien, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, cuando denominábamos el XIX como la edad de las ideologías, como si ellas solas bastaran para interpretar lo que sucedió en ese momento histórico. Sin embargo, en la actualidad, con la explosión de conocimientos accesibles gracias a Internet, podemos usar una lente más amplia y seccionar sus textos por capas. La labor deja de ser semejante a la del minero ocupado con la veta de un solo metal, las ideologías, para parecerse a la del geólogo, que va descubriendo las capas que constituyen el texto. Prefiero, por ello, indicar una serie de niveles dentro de sus escritos que se superponen, interactúan unos con otros, porque describen mejor la esencia de la práctica política, en la que las ideas primarias se ven matizadas por la realidad política, con la práctica.

La base de la ideología política galdosiana está formada por (1) una capa básica de romanticismo, de idealismo, de energía creadora, de entusiasmo, que la hace impermeable al pesimismo, sobre la que se superpone, en primer lugar, la del mayor irritante a su pensamiento, el anticlericalismo (2), originado por un radical rechazo hacia las maneras del Antiguo Régimen que conoció en su Las Palmas natal. Una ciudad como tantas de aquella época, con una catedral, las autoridades eclesiásticas y sus clérigos, que se creían con pleno derecho a dirigir la conciencia y la conducta de los ciudadanos, y los mandos militares, instalados en el cómodo papel de mantener las esencias del orden civil. Las costumbres y la vida de la clase media, la burguesía, que vivía de las rentas del campo, o de las transacciones financieras, constituye la siguiente capa (3), que, frente a la aristocracia, estaba afiliada en buena parte al liberalismo progresista, defendiendo una serie de valores que considera irreductibles, como la libertad individual, la libertad de prensa, el respeto a la Constitución y a la monarquía constitucional. Una cuarta capa (4) es la de compromiso con la clase trabajadora, al darse cuenta, gracias a su propia trayectoria, marcada en sus principios por la obra de Charles Dickens, quien describió con inesquivable realismo los bajos fondos de la miseria en Londres, hasta su propia experiencia, que dejó retratos inolvidables en La desheredada (1881), en Nazarín (1895) y en Misericordia (1897), y que, a través de los escritos de Joaquín Costa y la defensa de los obreros de Pablo Iglesias, le llevó a hacerse republicano. Nunca un republicano doctrinario, sino como Castelar, moderado, dispuesto a defender sus ideales dentro de la monarquía constitucional. Finalmente, la quinta capa (5) es la mental, esa fuerza de los personajes que los hace seres humanos individuales, que ven la vida según su comprensión mental; Isidora Rufete en La desheredada habla consigo mismo, con su conciencia, buscando un asidero que no le ofrece la realidad; Nazarín se refugia en un evangelismo estricto, casi de Renan, en que toda atracción del mundo palpable, riqueza o lo que fuere, debe ser rechazado para vivir una vida pura; Benina, la protagonista de Misericordia, existe en ese espacio de bondad habitado por los compasivos. El dinero, el poder, la política, lo externo desaparece para dejar limpio el campo a ese espacio que la psicología y la psiquiatría iban abriendo en la sociedad.

Puedo decir que estos cinco niveles en ningún caso pretenden agotar la riqueza del texto, pero sí matizar la caracterización política de sus textos, liberarlos de las lecturas hechas a base de una ideología. Los textos vienen interrelacionados, se mezclan, confunden, y proponen una lectura abierta a la promiscuidad lectora, a ver el mundo político representado con profundidad, lo que contrasta con las acciones comentadas, lo que sucede con leyes, reyes, políticos y votantes, que pasan por el texto a gran velocidad y que cambian continuamente. Me parece que la lectura de los artículos aquí antologizados se puede hacer entendiendo su riqueza, el hecho de que Galdós cree escenas, escenarios, donde los políticos, sea el abominado Ruiz Zorrilla el culpable de que se considere la posibilidad de que en España hubiera un Gobierno Frankenstein, utilizando la terminología actual, que juntase a carlistas, republicanos y alfonsinos, lo que repugnaba al ensayista, se vea confrontado dentro del texto no solo por las críticas directas, explícitas, del narrador, del autor Galdós, sino que viene en textos donde los otros cinco niveles, el idealista, el anticlerical, el del liberalismo progresista, el de la ciudanía que vive en democracia, la deslealtad de los republicanos a las clases menos privilegiadas, y por último, la estafa intelectual, un nivel de perversión mental extraordinario. Galdós consigue, en realidad, una profundidad ensayística que denuncia la promiscuidad ideológica, que mezcla lo que la moral y la ética no permite mezclar, a no ser que tiremos por la borda los ejes de la política liberal, la defensa de la Constitución, basada en una organización legal.

Así pues, los ensayos políticos de Galdós abordan esos dos grandes bloques temáticos, que a modo de pinzas, definen el problema político español en su tiempo, la defensa de los derechos democráticos, la libertad, individual y de expresión, la de que la Constitución que nos hemos dado sea respetada y, por otro lado, la permanente oposición de los aspirantes al poder de romper ese pacto democrático. Galdós definía así más que las dos Españas, como hiciera en Doña Perfecta, las dos políticas.

El lector atento de estos artículos y ensayos podrá comprender la política en la época de Galdós, es decir, la manera en que los asuntos públicos eran manejados por los representantes de los ciudadanos, que complementa la realidad representada en sus obras narrativas y teatrales. Nunca trató el asunto del estatus de la mujer, aunque deducimos por la correspondencia con su última amante, Teodosia Gandarias, que conocía la obra de Concepción Arenal, pues ella le pide prestados libros suyos. Así considerada, su obra resulta de un valor imprescindible, porque podemos asomarnos a sus páginas y ver cómo somos, mientras los escritos políticos hablan de la conducta pública, un ámbito donde los intereses personales o de clase determinan la difícil tarea de gobernar. Leerlo sirve de ejemplo para interpretar el presente, porque la problemática exhibe sorprendentes semejanzas.

5. LA FRACTURA ENTRE LA REALIDAD Y LO SILENCIADO

Mientras redactaba esta introducción una pregunta rondaba mi cabeza. Pensaba, por un lado, en que no quería desligar los escritos políticos galdosianos de la realidad que inspiraba sus comentarios, de no sustituirla, según dije en varias ocasiones, por comentarios ideológicos que explican la visión general, pero que no llegan a donde él quería llegar, a poner de relieve los problemas del ciudadano. La coalición con Pablo Iglesias fue en este sentido crucial, y antes la amistad con Joaquín Costa, le mostró la difícil situación del proletariado. Los discursos aquí antologizados, leídos en reuniones públicas por secretarios, como Pablo Nougués, o simples amigos sirven de ejemplo para poner al descubierto una fractura en la percepción social, entre la realidad y lo silenciado, o expresado de otra manera, entre los aspectos de la realidad social que nos afectan y los que dejamos de lado, por incómodos, por intratables.

Galdós cambió de tono en sus escritos políticos, pasó de reportero de los acontecimientos, de hacer que giraran en torno a las novedades del día a día, comentados desde la perspectiva ofrecida por su ideología liberal progresista, a la perspectiva del activista social, que se puso al lado de los maltratados por el capital. No suponía un posicionamiento ideológico, insisto; Galdós poseía una copia de El capital, de Karl Marx, pero la plegadera nunca entró en sus páginas. Los textos publicados con anterioridad a su conversión al republicanismo son valiosos para el lector actual, pues nos enseñan el abecedario de la primera democracia, la base de la actual, la que llegó después del enorme hiato de cuarenta años de dictadura, que había nacido tras una revolución (1868), que transformaría el país de una monarquía absoluta en una constitucional. Y cuando llegamos a la etapa republicana, entonces el propósito social aparece claro, y adquiere un carácter diferente, hacernos entender la realidad. Debemos leerla con el carácter ejemplar que exhiben sus novelas, como Misericordia, por ejemplo, donde mejor describió la parte invisible de la sociedad de su tiempo.

Sus escritos políticos terminan mostrando el compromiso con el ser humano y su situación en la sociedad, el que siempre se olvida, sea el hombre en minoría, el acallado por las maniobras políticas, que llegan a forjar mayorías pactadas para crear legitimidades mixtas, desprotegido por las maniobras de mercadotecnia política. Apuntan, en cambio, al corazón de carne y hueso del ciudadano, no al corazón mecánico, hecho de plástico político, que reemplaza al verdadero, en las discusiones del presente. Galdós apuntaba a la realidad del país. Acabo de decir que los políticos actuales han conseguido llevar a cabo una compleja cirugía en el cuerpo social, sustituir como sujeto de sus políticas y discursos, al hombre real, al ciudadano palpable, por un muñeco con corazón de plástico, que ni sufre ni siente, y al que se le puede hacer lo que se quiera.

Esto se prueba de muchas maneras, pero solo mencionaré una, y cito un reportaje de Noticias ONU (7 de febrero de 2020) hecho según las investigaciones realizadas por el relator Philip Alston: «Puesto en cifras: En 2018, el 26,1 % de la población en España, y el 29,5 % de los niños, se encontraban en riesgo de pobreza o exclusión social. Más del 55 % experimentó algún grado de dificultad para llegar a fin de mes y el 5,4 % sufrió privación material severa. La tasa de desempleo del 13,78 % es más del doble de la que presenta la media de la UE, y ha sobrepasado el 30 % para los menores de 25 años».

Galdós no fue un socialista, ni siquiera un socialista de salón de los que llenan de hojarasca los medios de comunicación. Representó en sus obras, junto con los grandes realistas de su tiempo, Dickens o Dostoievski, la cara de la sociedad, con su confort y sus miserias, que expresaba con maestría una etapa de la conciencia social humana.

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