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Me llamo León, León Kamikaze. Nunca tuve una familia ni siquiera unos amigos. Me enamoré una vez... He tenido tres vidas. En la primera, el mundo me rechazó. En la segunda, todos me odiaron. En la tercera, aún no sé quién soy. Me llamo León, León Kamikaze, y este es el rastro que me ha traído hasta AQUÍ. Libro ganador del Premio Gran Angular 2016
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Seitenzahl: 325
Veröffentlichungsjahr: 2016
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#SeJubila#DomadorDeLeones
–Todos me tienen miedo.
–¿Qué hiciste esta vez? ¿Por qué te quitaron de esta familia ahora?
–Les tiré la sopa por el balcón. No dejaba de quemar. Me estaban volviendo loco. Dijeron que les asustaba mi violencia, que pensaban que no iba a encajar en su familia.
–¿Y tú también lo crees?
–Yo creo que me tenían miedo. No dejaban de sonreírme, pero no decían lo que pensaban. Simplemente eso. Eran unos mentirosos. Me aceptaron porque necesitan tener más puntos para adoptar algún bebé. El trabajador social que me los recomendó se equivocó. Otra vez. Y sé lo que está pensando ahora.
–No hace falta que me mires así, León, y no te pongas chulo. Te envié con ellos porque eran los únicos que aceptaron quedarse contigo, no había más, los has agotado. ¿Entiendes? Ya no queda ninguna familia que quiera hacerse cargo de ti. Ah, y lo que pienso es que eres un desgraciado que se hace el chulo. Aunque me puedo equivocar: solo soy un trabajador social.
–Yo soy mil veces más listo que usted, eso es lo que siempre le ha dado rabia, por eso me tiene tanta manía, porque usted soñaba con ser alguien y se ha quedado en un simple funcionario de Servicios Sociales que no puede pagar la hipoteca. Y yo le recuerdo todo lo que usted quiso ser.
–Y tú qué sabrás. No eres nadie, León. Solo eres un niñato estúpido que ha tirado un plato de espaguetis por la ventana.
–Sopa. Era sopa de fideos.
–Sí, eso.
–¡Que eran fideos! ¡Y se los tiré a esos cínicos porque me hacían comerme la sopa hirviendo y sonreír!
–¡Me da igual! ¡Me da igual si eran macarrones o fideos! ¡Me dan igual tus historias, León! Te conozco desde hace diez años y estoy harto de que no me hagas caso, de tus excusas, de tus discursos, de tus mentiras, de tu actitud de «me da igual» con la que te crees que impresionas a alguien…
–Entonces, si está tan harto, ¿qué hace aquí? ¿Por qué ha venido a verme?
–He venido a verte porque me voy, te dejo, me jubilo. Me iba a esperar un par de años, pero ya no aguanto más, me rindo. ¿Lo entiendes, León? Se acabó. Ya está. Ya no tendré que pedirle disculpas a ningún profesor al que hayas agredido. Ni acompañarte a los juzgados para que el juez me diga que hago mal mi trabajo porque te has metido en otra pelea. O porque te han tirado por las escaleras. O porque te han abierto la cabeza. Se acabó. Me sé tus cicatrices de memoria. Después de diez años contigo, diez años curándote y pidiéndote que dejes de pelear, tú nunca me has hecho caso. ¡Jamás me has hecho caso! Pues me rindo. ¿Lo entiendes, León? Ahora puedes hacer lo que te venga en gana, como si quieres pegarte con el mundo entero. ¿Lo has entendido? Ya no eres mi responsabilidad. Pronto serás mayor de edad. Me podía haber jubilado entonces, pero ya no aguanto más. Aunque me cueste dinero. Adiós, León. Espero que te vaya bien, aunque ambos sabemos que no va a ser así.
#YLeónDecidióCallarse #ParaSiempre#PorSegundaVezEnSuVida
#AlmaDeLola
Es martes, uno de esos martes en los que llueve cada vez que sales a la calle. Ahora llueve más. Lola se quita los zapatos nuevos, baja descalza del autobús y cruza el paso de cebra con su camisa blanca y su falda gris de colegiala mientras el semáforo verde parpadea. Algo empapada, mala suerte, sube las escaleras del instituto para colarse por las puertas atestadas de adolescentes uniformados que matan el tiempo viendo llover.
–Déjame entrar, Alma. Hazme un hueco, que me mojo.
–Tía, ¿qué haces descalza?
–Hoy he soñado que me moría. Es que son nuevos.
–Ah, ¿y qué llevabas puesto?
–Nada, me moría solamente.
–¿Desnuda?
–Que no, Almi, que me moría y no me fijaba en la ropa.
–Pues qué muerte más triste, ¿no? Yo he encontrado un tío que me hace un book de modelo gratis. Me ha dicho que vaya a su casa al salir de clase.
–Qué guay, qué suerte, yo me harté de buscar por los foros. Solo encontraba guarros.
–Ya, tía, qué asco. Este no. Este, al principio, me agregó y me dijo que era una tía, pero luego, cuando le dije que sí que iba a su casa, ya cambió y me dijo que era broma, que en realidad era un tío. Eso mola, que no te mientan, no sé, me da confianza. Ya te contaré, es que me he dejado el móvil en casa porque se me cayó al váter, pero mi padre me ha dicho que me compraba otro esta tarde. Luego, esta noche, cuando vuelva, te cuento. ¡Me voy a clase!
#DinosaurioCuadrado
Sigue lloviendo. El instituto es un edificio clásico, enorme, como un dinosaurio cuadrado situado en el centro noble de la ciudad. Como dinosaurio es precioso. Pero es martes y sigue lloviendo.
–¡Un poco de respeto, por favor! ¡Solamente les estoy pidiendo un poco de respeto! ¡Respeten su educación! ¡Respétense a sí mismos! ¡Respeten a Rousseau! Todos sabemos que no me escuchan, que ni siquiera me quieren entender. Ustedes son unos necios, cada generación que pasa es más estúpida, pero a ustedes eso les da igual. Viven pegados a sus celulares, viven obsesionados con hacerse fotos. ¡NO TIENEN NADA DENTRO! ¡De verdad! ¡En mi país ustedes ya habrían sido lanzados al mar en un avión simplemente por vagos! ¿Sí, quién es? Ah, Lola, es usted. Adelante, adelante, ¿por qué llegó tarde? No, por favor, lo pregunté como una simple cortesía, no se moleste en buscar una excusa. ¿Cómo que no tenés sitio? ¿Dónde está su pupitre? ¿Que lo ocupó quién? ¿Quién es usted... joven? ¿Quién demonios se sienta en un pupitre ajeno y se calla? Miren, ¿ven?, el final de la decadencia generacional educativa: el último alumno que me mandan es mudo. ¡Mudo, señores, mudo! ¿¡Y CÓMO DISERTO YO SOBRE ROUSSEAU CON UN MUDO!? ¿Cómo dicen? ¿Que dejaron su informe en mi mesa antes de que yo entrara? ¿Quién dejó? Ah, don Benavides, ¿quién si no? Veamos, veamos cómo se llama mi nuevo alumno mudo... ¿Y usted, Lola? Acomódese, vaya a... qué importa, siéntese aquí, en mi escritorio, ya habrá tiempo de proporcionarle uno más acorde a su talento. ¡LEÓN! ¡Así se llama nuestro nuevo discente! ¡LEÓN EL MUDO, LE LLAMAREMOS!
#Matías&Violeta
–Hay veces en que la vida te toca y se marcha, como si te hubiera robado un beso, y te deja con esa sensación de amor recién hecho. Otras, sin embargo, nos quedamos como muertos tras la noticia, como si la muerta nos hubiera mirado directamente a los ojos.
–¿A quién le dices eso?
–Lo han contado esta mañana en la radio.
–Eso es mentira, ya nadie escucha la radio.
–Yo sí. Lo hago para el concurso.
–No te llamarán nunca.
–Te equivocas.
Están en un piso amplio, cercano al centro, de aire modernista pero con unas horribles ventanas baratas de aluminio gris, como un actor guapo con gafas feas. Quizás parezcan uno de esos matrimonios que no trabajan y hacen cosas excéntricas a las diez de la mañana.
–Tampoco nadie hace crucigramas y ahí estás tú, sentada en el sofá a las... ¿qué hora es?
–Las diez de la mañana, con muchas letras. ¿Y qué? Tú estás oyendo la radio y yo no te digo nada.
Hay un silencio porque los bomberos… se acercan y luego… se alejan y entonces… no pueden hablar por culpa de esas horribles ventanas que nunca se quedan cerradas del todo.
–Violeta.
–¿Qué?
–¿Qué pensará nuestro hijo de nosotros?
–¿Liberto?
–Sí, claro, no tenemos otro hijo.
–No seas sarcástico, Matías, sabés que lo odio.
#Sarcasmo #Ironía#CasualidadesDeLaVida
Otro silencio… Pasa una ambulancia.
–¿Por qué lo dices? ¿Porque no salimos de casa? ¿Por lo de tu concurso? ¿O por lo demás?
–Por todo, Violeta, por todo. A veces pienso que el resto de padres lo hacen todo bien y nosotros todo mal, a veces hasta pienso que nuestro propio hijo se avergüenza de nosotros.
–Te entiendo, Matías. Te refieres al día en que se nos olvidó decirle que nos íbamos a hacer nudistas y vegetarianos.
–Sí, por ejemplo.
–Es cierto, Matías, qué disgusto cogió con las berenjenas...
–Hagamos algo, Violeta. Salgamos a la calle, vayamos a buscarlo al instituto y sorprendámoslo con una licencia de caza mayor o... yo qué sé... con un hijo. ¡Hagámosle un hermano, Violeta!
–Sinceramente, Matías, me da mucha pereza ponerme a dar a luz de nuevo ahora. Prefiero que lo hagas tú, mi vida. Y... ¿por qué no vamos al instituto y le confesamos a la muchacha esa a la que tanto ama que él está loco por ella, que cualquier día va a hacer una locura?
–¿A qué muchacha? ¿Enamorado? ¿Liberto, mi hijo, enamorado? ¿Y por qué yo no sé nada?
–Matías, no exageres, por favor. A todas luces eres conocedor de que Liberto tiene la habitación llena de fotos de esa chica... ¿cómo se llama? Ah, sí, Alma. Qué nombre más lindo, ¿no crees?
–Sí, no lo dudo. Lo que me extraña es ese acento argentino que te ha venido ahora, así como sin quererlo.
–Ya ves, yo también me he sorprendido. Pero eso no importa ahora, Matías, supongo que será por la emoción. Tú hijo está enamorado de una preciosa muchacha que se llama Alma y, al mismo tiempo, está profundamente avergonzado de nosotros dos. Más de ti que de mí, me lo ha confesado.
–Ah, lo entiendo, tal vez yo debería poner acento argentino también.
–No lo hagas, no te quedaría bien, créeme. Pero escuchame, vayamos juntos al instituto y confesémosle nosotros a esa muchacha, con un precioso bolero, que nuestro hijo está perdidamente enamorado de ella.
–Violeta, ¿tú crees que Liberto se da cuenta de que bebemos?
–No, estoy convencida de que no. El caso es que ya se me fueron las ganas de eso que te estaba contando. Voy a servirme un cóctel a la cocina. ¿Querés otro?
–No. ¿Qué hora es?
–Poco más de las diez.
–No, voy a escuchar la radio un poco más. Antes estaban diciendo en las noticias que habían intentado secuestrar a una niña de un colegio. Quizás eso también salga en el concurso.
–Ay, pobre, ¿y era buena estudiante?
–No sé, supongo que sí. ¿Quién iba a secuestrar a una mala? Lo han dicho por la radio.
–¿Y han dicho su nombre?
–Sí, me da que sí, creo que se llamaba Alma.
#Otoño #LlamadaDeRadio
Se hace de noche, principios de octubre. Pronto empezará a hacer frío. Lo dice la publicidad de El Corte Inglés con una modelo rubia que lleva un abrigo y un sombrero mientras caen hojas secas de tonos ocres. Pero en realidad hace calor y la gente sigue saliendo en manga corta y chanclas por el cambio climático.
–Los hijos te enseñan humildad y te vuelven más tonto, pues descubres que son la única cosa que amas sin haberla podido elegir. No sé si me entienden. Todo, todo lo demás, lo elegimos y no vale para nada.
La locutora de radio de un programa de madrugada, acostumbrada a todo tipo de confesiones telefónicas, no se siente cómoda con esta llamada. Quizás por ese deje arrastrado de quien le habla al otro lado de la línea como si estuviera borracho.
–Perdone, Arturo, y disculpe que se lo pregunte así directamente, pero... ¿va usted bebido?
–No… quizás… aunque es posible que me hayan dado algún calmante de caballo y alguno de elefanta. ¿Es que no se me entiende?
–Pues la verdad, Arturo, sinceramente, nos cuesta.
–Ya, si yo me lo noto, que se me pega la lengua. Pero es que no me puedo dormir.
–Ya, si ha consumido drogas es lógico, pero entiéndame, Arturo, que ni nosotros le estamos entendiendo ni usted mismo nos explica el motivo de su llamada. De modo que, si es tan amable, le agradecería...
–No, no quiero ser amable, por primera vez en mi vida no quiero ser amable con nadie. Quiero que me escuchen, que al menos sepan que me he pasado toda su vida aprendiendo artes marciales, que al día siguiente de que naciera ya me había apuntado a todas las clases que encontré, que me saqué la licencia de armas en cuanto pude, que jamás pasó un día...
–¿Arturo? Bien, vamos a cortar la llamada, compañeros.
–¡No! No me pueden... dejar de escuchar. Me lo deben.
–Verá, Arturo, usted no es quien dirige este programa: soy yo. Y estoy intentando hacerle comprender que ni drogado ni borracho voy a aceptar que su llamada esté en el aire por un segundo más. Me da igual lo que usted quiera contarnos, me dan igual sus estúpidas reflexiones, le estoy diciendo a mis compañeros que corten su llamada porque...
–Soy Arturo Velázquez, el padre de Alma Velázquez Sainz. Mi hija es la niña que han intentado secuestrar.
–Dios mío, lo siento, lo siento mucho. De verdad, Arturo, no podía imaginar...
–Yo tampoco. ¿Cómo iba a imaginar que mientras yo estaba tan tranquilo en mi casa, cambiando la hora a los relojes, mi niña estaba siendo secuestrada?
–No sé qué decirle, Arturo, de verdad que estoy sin palabras.
–Ahora yo me he oído y también me parezco un borracho.
–No, pero usted no se hunda, Arturo, que estoy segura, estamos todos seguros, de que su hija estará bien y de que ese criminal será atrapado y castigado por la justicia.
–¿Y qué? Ya lo he pensado también. Si multiplicar su dolor por cien le quitase a mi hija al menos un ápice del miedo que ha podido sentir, yo mismo pegaría a ese extraño durante el resto de mi vida. Pero no servirá de nada, mi niña se lanzó desde un balcón a causa del miedo. Un dolor no quita otro. Ahora mi hija vivirá con miedo de todos los hombres por culpa de ese… Y aunque yo lo atrapase, aunque fuese el mejor detective privado del mundo y lo agarrase con mis manos, ¿qué podría hacerle?
–Le entiendo, pero...
–No, eso no. Le aseguro que ni usted ni nadie me entienden. Mire, tengo ahora cincuenta y dos años, me quedan unos veinte de existencia. Pues aunque me pasara esos veinte explicándole la angustia que se siente, usted no podría imaginarse lo que yo he pasado.
–Tan solo era una... una frase hecha, Arturo, una muletilla que aquí decimos.
–Ya... ya... ¿sabe? Todo lo que hablamos son frases hechas, pero están vacías, las repetimos porque es lo que toca decir. Hemos gastado las palabras de tanto usarlas y ahora solo me encuentro con frases hechas, vacías, sin significado. ¿Cómo voy a dejar yo que alguien se acerque a mi niña?
–Le entiendo, quiero decir...
–¿Lo ve? No, déjelo, tan solo quería... decirles que gracias, que mi Alma está tranquila ahora, que ha llorado y le dolía la barriga porque no había podido ir al baño. Ya saben, del susto, pero ahora ya está bien, al final se ha sentado y ha hecho una muy gorda. Ahora ya duerme. Solo eso, muchas gracias a todos.
Se oye el pitido de un teléfono y enseguida salta la melodía del programa.
#LolaPrincesa
Lola es una princesa con un soplo en el corazón y un ojo vago que provocó que apareciera con un parche pirata blanco en todas sus fotos de comunión. Por suerte, a los once se cayó del trampolín de la piscina en el hotel de Benalmádena y se rompió un diente, de modo que ya nadie se daba cuenta de que se le iba un poco el ojo izquierdo. Curiosamente, a los trece le salió una teta, la derecha, mientras que la izquierda no le salió hasta un año después. Por lo que se bañó con camiseta hasta los catorce, edad en que todo se le enderezó y adquirió un perfecto estado de armonía transformando a la patita de la niñez, bizca y mellada, en una preciosa princesa enganchada al móvil. Salvo a los quince, que se rompió un brazo esquiando y se hizo un esguince tocando el piano. Un último detalle que ya hizo temer a sus padres que la niña fuera un cenizo. Preciosa, eso sí, pero un poco ceniza. De hecho, cuando la apuntaron a ballet, ningún padre quería llevarla en su coche con el resto de niñas; ya que después de siete pinchazos y dos motores averiados, comprendieron que Lola estaba acostumbrada a volver a casa en grúa. Sobre todo cuando uno de los conductores de la grúa la saludó por su nombre y le preguntó por su cumpleaños.
#Cenizo #Ceniza
Hubo una niña de las de ballet, Cristina, que durante un tiempo la llamó ceniza. Empezó tras la rotura de motor de su padre al intentar llevarlas a clase y la consecuente e imprevista cancelación del prometido viaje a Eurodisney por motivos económicos. Hablaron con la profesora, se reunieron los padres, lloraron las niñas y acabaron convenciendo a Lola de que no, que no se enfadara, que en realidad la llamaban Ceniza por Cenicienta, la princesa; pero que sí, que aceptaba borrarse de ballet por el bien de las demás. A partir de entonces, todo el mundo supo que Lola atraía la mala suerte y que por eso la llamaban Lola la Ceniza. O, simplemente, la Cenicienta.
Lola lleva, exactamente, 134 días sin ir a urgencias, si descontamos que el otro día se grapó un dedo en clase. De modo que, en plena posesión de sus facultades, Lola puede dedicarse a su mayor afición en el mundo: el móvil. Aunque siempre se le caiga y lo lleve con la pantalla rota. De hecho, son más de las doce de la noche y sigue enganchada al móvil roto. Aunque esta vez con razón, pues le han pasado el vídeo de Alma saltando por el balcón y el corte de radio de su padre diciendo que ha hecho una caca muy gorda. Y Alma salta así sin más, como si hubiera una piscina, girando los brazos y cerrando los ojos… y se estampa contra el techo de un Toyota Verso gris. Y luego se levanta y sigue corriendo y se cae de cabeza al suelo y la gente mira al cielo sorprendida.
Lo cierto es que a Lola también le entran ganas de reír, ¡pero es su amiga, por favor! Qué morrazo se mete contra el techo, no, no debe reírse… Venga, va, un emoticono serio. Eso sí, cuando Alma se levante mañana y se entere de lo de la radio y la caca, se muere y no vuelve al instituto. ¿Puede haber un problemón más gordo?
#AtraparUnLeón
A León le ha llegado la notificación de que su última familia de acogida, los de la sopa, no lo encuentran ajustado a sus parámetros de búsqueda. Ha recibido decenas de cartas como esa, todas rotas. Se la ha dado Gori, Gregorio, Luis Gregorio, el Gori, otro de los de Servicios Sociales. Todos son iguales, todos lo miran con pena cuando lo conocen, desde pequeño le chocan los cinco, le llaman campeón, le dan las buenas noches… Pero al final todos acaban perdiendo la pena, como si le cayeses mal a todo el mundo, desde tus padres al resto de las familias del planeta, a todas, a cualquiera le resultas antipático, incluso cuando te callas les caes mal. Eso ya es el colmo de la antipatía.
Cuando intentas atrapar a un león en una jaula del zoo, debes rodearlo, acosarlo por todos los lados para que se asuste, gritarle, dar golpes en el suelo. Pero eso sí, siempre, siempre, debes dejarle una puerta abierta detrás, una vía de escape para que pueda huir. De lo contrario, si lo acosas y no le dejas escapatoria, el león te saltará a la cara como le pasó a Ángel Cristo en Valencia en 1984. Con las personas suele suceder lo mismo.
León respira fuerte mientras el profesor de Lengua sigue con el mismo artículo de periódico: las solicitudes de adopción de una perrita ciega encontrada en un contenedor de basura colapsan las redes sociales y se convierten en @trendingtopic, mientras que nadie ha compartido la noticia de los cuatro niños subsaharianos menores de seis años desaparecidos en una patera volcada esa misma madrugada.
Algunos animales son más importantes que muchas personas, quizás esas personas deban empezar a comportarse como animales para que las adopten.
León respira fuerte, se está ahogando, respira, fuerte, por la nariz… y abre la ventana. Lorenzo, el profesor de Lengua, un hombre con aspecto de rana flaca que va a clases de baile desde que su mujer lo dejó, le dice que la cierre, por favor, que cierre la ventana… y toda la clase se gira porque hace frío. León los mira, respira, fuerte, por la nariz… y como un kamikaze arranca y se lanza contra Lorenzo cual avión en picado. Por suerte, las dotes de baile del profesor le permiten esquivarlo en el último momento con un paso de tango. Y León choca a muerte contra la pizarra, con un golpe seco, cayendo inconsciente al suelo, dejando un borrón de tiza y sudor donde antes estaba escrito #AdoptaPerrita.
#Bigote#Barba#Perilla
En los últimos diez años de su vida, León ha sido atendido por dos psicólogos y un asistente social. La gente no lo suele comentar, pero nadie mira a su psiquiatra a los ojos, siempre a la boca. Nunca recordarás el color de sus ojos, pero sí su…
1)Bigote. El primer psicólogo que atendió a León fue cruel, y el pobre niño averiguó que no volvería a ver a sus padres nunca más. Lo cual provocó que se callara #PorPrimeraVezEnSuVida.
2)Barba. El segundo psicólogo que atendió a León estaba como una regadera. Pero consiguió que el niño hablara.
3)Perilla. El primer asistente social de León se acaba de jubilar y ha conseguido que el chico vuelva a callarse #PorSegundaVezEnSuVida.
Desde el equipo de orientación del instituto, desesperados, consiguen una reunión con el segundo; del primero no hay más datos y el tercero no coge el teléfono. Están a la espera de que llegue la nueva asistente social que va a ocupar su plaza.
#PsicólogoLoco
–Cuando conocí a León era un niño, tendría siete años, apenas hablaba. Por lo visto, cuando lo rescataron, se hizo famoso por su sonrisa, precisamente porque no dejaba de sonreír. Pero algo le debió pasar con su primer psicólogo, un tipo raro con bigote, porque ya no sonreía ni quería hablar. Imagino que comprendió que no iba a volver a ver sus padres. Por eso se calló y dejó de sonreír. No hablaba con nadie. Me costó mucho tiempo romper esa barrera. Mucho. Hasta que una mañana se me ocurrió preguntarle: «¿En qué piensas, León?». Y él me respondió.
–¿Qué le respondió?
–No lo recuerdo, algo sin importancia, supongo. Lo importante fue el avance en sí. ¿Entiende? Yo fui su psicólogo durante dos años y el primero en afirmar que ese chico era extremadamente inteligente, que no me cabía duda de ello, y eso que apenas hablaba. Pero había algo en él que te gritaba que era especial.
–¿Y por qué dejó de ser su psicólogo? Si me permite la curiosidad, claro.
–Pues no lo sé, le juro que nunca he dejado de preguntármelo. Así, sin más, de un día para otro, me dieron de baja, me prejubilaron… El caso es que… me he olvidado de lo que le estaba diciendo.
–Sí. ¿Se acuerda de lo que hemos hablado al principio, cuando me ha abierto la puerta?
–Porque usted antes ha llamado.
–Bueno, sí, porque yo antes he llamado...
–A ver si se va a creer usted que estoy yo aquí, en mi casa, detrás de la puerta, abriéndola cada dos por tres, a ver si aparece alguien por arte de birlibirloque. Ni mucho menos, caballero.
–Bueno, pues eso, le he explicado que León se estaba comportando de manera violenta en el instituto, que actuaba como un kamikaze contra todo y contra todos, y que había intentado agredir a un profesor.
–¿De qué?
–De Lengua.
–Menos mal, siempre sería peor que hubiera agredido al de Música, ¿no cree?
–Eh… Sí, supongo. Pero ¿lo recuerda usted?
–Sí, sí, claro. León fue recogido por la policía en unas circunstancias deplorables: sucio, lleno de piojos, pulgas, con sarna, con tiña incluso. Pese a que pensábamos que ya estaba erradicada. No lo habían escolarizado nunca, y sin embargo, lo que más le sorprendía a todo el mundo era que no dejaba de sonreír, ¡hasta salió en la prensa local! Por eso me lo enviaron a mí al final, porque pensaron que en semejantes circunstancias y con tal felicidad, el niño debía tener algún retraso mental. Pero no, y eso todavía les sorprendió más, pues yo, como psicólogo que era, dictaminé que ese niño tenía una inteligencia muy superior a la media establecida.
–No, no me refería a eso, perdone que le interrumpa. Eso es muy interesante también, pero le decía que si se acordaba de que León había agredido a un profesor y eso.
–Pues, si he de serle sincero, no, en absoluto, niente, nichts, rien... Yo es que... verá usted… Yo me olvido de las cosas, o más bien, las cosas se me olvidan, que es más exacto. Si quiere que me acuerde, tendrá que ser así, a salto de mata o a troche y moche. Pero si quiere averiguar algo puntual, eso mejor pregúnteselo a mi mujer, que es la que mejor sabe de lo que yo me acuerdo.
#Alzheimer #OlvidarRecordarTe
–¡Aurora! ¿Verdad que yo no me acuerdo de las cosas? ¡¿Y verdad que tú no te olvidas de lo que yo me tengo que acordar cuando me olvido?! Y me quieres, ¿verdad Aurora? Ya sé que te lo pregunto siempre, ¡pero es que no quiero que se me olvide!
–¿Decía usted?
–No, no, mi mujer no está muerta, está en la cocina. Lo que pasa es que ella es así, es muy tímida y no le gusta hablar, igual que le pasaba a León. Pero ¿muerta? Qué va a estar muerta, hombre, si lo sabré yo, está en la cocina.
#ElAmorNoExiste
León tiene el pelo negro e hirsuto, le da un aire de tipo duro con ojos verdes.
Recuerda frases que ha leído en Twitter sobre el amor mientras observa a un grupo de chicas sentadas en un banco. Fuman a la espera de que suene el timbre. Solo entonces apurarán el cigarro y llegarán tarde a clase.
Ahora todo el mundo sabe quién es él: el kamikaze que intentó arrollar al de Lengua. Pero eso no importa ya. Ni tampoco las historias que cuentan sobre él. No importan porque León está harto, harto de que lo miren, harto de que lo rechacen, harto de pelear, pero, sobre todo, harto de dar pena. Si dentro lleva un kamikaze, será León Kamikaze. Y si le cae mal al mundo entero, pues entonces podrá utilizar su don. Así todos sabrán de verdad lo que es sufrir, así tendrán un motivo de verdad para odiarle. Porque León está solo, sí, pero nadie más posee su don. Y ellos tienen la culpa de que haya decidido ser malo, volver a pelear, volver a robar, volver a mentir, volver a ser un maldito, volver a usar su don.
#ElDonDeLeón
Sí, León tiene un don: percibe y calma la soledad ajena. Aunque no la suya. Es decir, igual que todos percibimos que nos están mirando fijamente por la espalda, del mismo modo, León puede percibir la soledad en las personas y calmarla como quien duerme a un bebé que llora. Ese es su don: huele la soledad. Cualquiera menos la suya.
Y ha decidido volver a ser malo.
#VíctimaUno#LaNiña
Suena el timbre, todos los rezagados forman un embudo para colarse por la puerta antes de que cierren. Hay una alumna de primer curso, apenas una niña que huele a tabaco. León la coge de la mano y le pregunta, sin preámbulos ni presentaciones más allá de las miradas que intercambiaron antes, cuando ella fumaba y hacía como que no se daba cuenta:
–¿Te vienes?
Y el corazón le da un vuelco, y ella siente que por fin lo ha encontrado, que esas son las palabras que siempre ha estado esperando, justo el día en que más lo necesitaba, que es él, que tiene ese algo especial... que sí, claro que sí, donde tú quieras.
Este es el don de León. Su propia maldición. Como un vampiro con dolor de muelas.
Y a la hora del recreo, la niña de primero, con sus ojos castaños, su coleta morena y su cara de muñeca, volverá con sus amigas sentadas en la valla del patio, bajo la acacia, cual paloma a la bandada. Y todas le preguntarán como picoteando migas del suelo. Y ella les intentará contar que se ha enrollado con León sin explicarles que el placer de sus besos le hacía temblar por momentos. Y se echará a llorar porque él, de repente…
–Se ha vuelto loco, me ha apartado y me ha mirado como... ¡como si fuera fea! Y me ha empezado a decir que el amor no existe, que era tonta, que me fuera.
#VíctimaDos#LaRepetidora
Quizás, solo quizás, su mejor amiga se levante indignada y se escape por la puerta de los profesores, como esas palomas que salen volando sin motivo aparente, y encuentre a León sentado en un banco con un libro de filosofía1 en la mano. Y quizás, solo quizás, pretenda recriminarle la manera en que ha engañado a una niña, puesto que ella es repetidora y un año mayor, ya tiene catorce...
León la mirará a los ojos, casi la olerá, casi sonreirá, cerrará el libro y le preguntará:
–¿Tus padres están en casa ahora?
Y, como Drácula haciéndose de Tuenti, León decidirá volver a ser malo.
1Sobre el amor, José Ortega y Gasset, Plenitud, 1963.
#VíctimaTres#InésMagdalenas
Inés huele a magdalenas, pues sus padres tienen una panadería; además de una amante, su padre, y una depresión, su madre, que supera consumiendo antidepresivos de todos los colores. Inés conoce a la amante de su padre porque a veces los ha visto por la calle, o subidos en un taxi, o tomando algo en una cafetería del centro, como si fueran novios viejos de luna de miel falsa.
Inés no ha suspendido un examen en su vida; de hecho, se entristece si saca menos de un diez. Aunque ella nunca protesta: se vuelve a casa, le da un beso a su madre, comen juntas en el piso de arriba y enseguida se encierra en su cuarto a estudiar.
Inés toca el piano, su madre dice que desde los cinco años, pero en realidad es desde los seis. Y va al conservatorio de música dos o tres veces por semana, más los ensayos en casa, en el piso de abajo. Suele pasarse los días estudiando, haciendo deberes o tocando el piano. Nunca sale los fines de semana, quizás al cine con alguna amiga si las lleva uno de los padres o, como mucho, a algún cumpleaños en media docena de ocasiones.
Inés huele siempre a magdalenas. Tiene la piel dulce y blanca, con algunas pecas suaves; y el pelo castaño, algo ondulado, con un flequillo que le tapa a veces las gafas; y un diente roto porque el año pasado se cayó en la piscina de sus tíos. Qué disgusto. Qué soponcio.
Inés escribe un diario secreto que esconde debajo de la cama, con una llave que siempre lleva colgando del cuello. En él confiesa que tiene miedo de que su madre un día se cruce por la calle con su padre y Susana, la amante; o que le preocupa que todas sus amigas sepan lo que van a estudiar y ella todavía no lo tenga claro; o que le asusta enamorarse de algún chico y que descubra que no sabe besar, que no la han besado nunca, que no la han tocado nunca… Y cierra el diario porque hasta escribir eso le da vergüenza.
#EnLaBiblioteca
En la biblioteca del instituto apenas hay una chica que convalida música y un chico que se encontraba mal y lo han dejado allí leyendo a Edgar Rice Burroughs2.
León tiene una cicatriz en la frente de una pelea, y la manía de quedarse con la mirada perdida cuando desea algo. Ha entrado siguiendo un rastro, como un depredador hambriento, sus músculos tensos bajo la camiseta negra, sus ojos verdes fijos en la presa.
Inés no puede evitar levantar la mirada del libro de Historia cuando León se sienta frente a ella y, sin prisa, le sonríe, le aguanta la mirada, la traspasa con esos ojos verdes y le dice:
–Hueles a magdalenas.
#LeónComeMagdalenas
Horas después, la madre de Inés sigue abajo atendiendo el horno mientras ella escribe en su diario, todavía oliendo a León.
«Sus manos, su manera de respirarme entre el pelo, sus dedos rozando mi piel como si me fueran a amasar… Si pudiera decirle lo feliz que me siento, si pudiera ir corriendo ahora a su lado y confesarle que le quiero, que me quiero casar con él, que quiero que nuestros hijos...».
León, mientras tanto, está devorando a Elena.
2Bajo las lunas de Marte 1. Una princesa de Marte, Edgar Rice Burroughs, La Biblioteca del Laberinto, 2012.
#VíctimaCuatro#ElenaAntiAbrazos
Elena parece que sufre cuando abraza. Tiene cara de actriz de moda porque apenas come desde que despidieron a su padre del ayuntamiento y su madre se puso a limpiar en casas.
Elena fue la niña más guapa de las fiestas de su pueblo, por eso ahora es la que más seguidores tiene en Instagram.
También es cierto que se pasa el tiempo perdido subiendo fotos y toqueteando el móvil para ver cuántos la miran. Quizás, solo quizás, algún día la llamen de una agencia de modelos, pues le han dicho que una chica de otro instituto hizo lo mismo y le pasó.
Elena tiene novio, pero cuando la abraza parece que sufre todavía más.
Elena dejó de estudiar cuando pilló a su padre llorando en la cocina. Quizás por eso discute si la intentan acostar antes de las doce, porque tiene miedo de perder su casa. Quizás por eso se enfada con todo el mundo, porque la hipoteca de sus padres es un caballo de madera.
Y quizás por eso se acerca a León, que lee un libro3, y le pregunta si es el kamikaze.
León cierra El filo de la navaja, levanta la mirada y sonríe.
#Somerset
Horas después, él se está marchando sin despedirse y ella, mientras ojea el móvil, se atreve a confesarle:
–Jamás me habían abrazado así.
Aunque está de espaldas, León le contesta apartando la mirada:
–Ni lo harán.
3El filo de la navaja, William Somerset Maugham, Debate, 2000.
#VíctimaCinco#SaraSelfie
Sara tiene un padre que limpia cristales y granos de acné. En su casa ensucia los espejos con betún blanco para no verse, y su padre los limpia hasta dejarlos impolutos. Apenas se hablan, él trabaja de noche y ella dice que estudia de día. Tampoco se buscan.
Sara siempre se hace fotos de espaldas, pues, en su infinita sabiduría, Dios le concedió un acné horrible y un culo apoteósico. Por eso tiene fotos de su culo en todos los perfiles. Y en casa, los espejos sucios. Su padre sabe que el móvil de su hija está repleto de culos: de fotos en bragas, tangas, biquinis y alguna sin nada. Pero él bastante tiene con pasarse la noche subido a un andamio limpiando cristales de los edificios de oficinas como para encima llegar a casa y escuchar siempre las mismas discusiones entre su segunda mujer, su hija y su hijastra. Él bastante hace. Ya es mayorcita si quiere enseñar el culo.
Sara tiene una madrastra, pero tampoco se hablan; como mucho, se dan portazos. También tiene una hermanastra a la que odia tanto como para echarle lejía en la lavadora, donde ella había metido prendas delicadas. Esa fue una de las peleas más sonoras que tuvieron porque su hermanastra encerró a Sara en el patio interior de la cocina y toda la finca la oyó gritar hasta que destrozó la puerta de aluminio a patadas.
Sara se enteró de que sus padres se iban a divorciar hace menos de un año; su madre se fue con un albañil joven en paro y su padre le metió en casa a su nueva mamá y a su nueva hermanita, oriundas de Colombia ambas. Hasta entonces, Sara sabía resolver raíces cuadradas de cabeza, es más, siempre la habían propuesto para grupos de superdotados en Matemáticas y ella nunca había querido meterse. Le daba vergüenza ser lista.
#CazadoresDeLeones
León percibe algo, un rastro fresco, sube las escaleras del instituto y se pone nervioso, atento. Percibe las ganas de llorar de alguien, como si se hubiese dejado un grifo abierto por dentro. La ha localizado, tiene que ser ella, lo siente, va haciéndose un hueco entre la gente hasta esa chica de las mallas, está a punto, la va a tocar, un paso más, ya casi puede rozar su mano...
De repente lo agarran, lo sacan del tumulto y aparece a empujones en el baño de los chicos. Los que le han empujado lo sujetan con fuerza como dos sicarios de película mala mientras Pepe «el Pequeño» entra y cierra tras de sí la puerta de los servicios.
León no es tonto y enseguida entiende que ese adolescente enorme, irónicamente apodado «el Pequeño», es el mismo con el que ha visto a la chica esta con la que se enrolló él ayer en el piso este que olía a aceitunas y... Y vamos, que entre él y sus amigos le van a dar una paliza. Otra más.
#LeónHerido
El conserje intenta detener a León para que no abra la puerta del instituto y salga a la calle cojeando, malherido, repleta de hematomas la cabeza.
–¡Eh, chaval! Chaval, ¿dónde vas? ¡No puedes irte así, espera que avise a dirección!
Ahora por teléfono.
–Señor director, soy Anselmo, le digo: que se acaba de escapar el chaval este que da tantos problemas. Sí, ese, León, que se ve que le han pegado una paliza o algo así, va hecho un eccehomo por la acera. ¿Que llame a la policía? ¿Que avise al profesor de guardia y que busquemos a los que le han pegado? De acuerdo, de acuerdo.