Ligeia - Edgar Allan Poe - E-Book

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Edgar Allan Poe

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Beschreibung

🕯️ ¿Puede el amor desafiar a la muerte? ¿Y a qué precio vuelve alguien del más allá? Ligeia es uno de los cuentos más enigmáticos y poéticos de Edgar Allan Poe, donde la belleza, la inteligencia y el misterio de una mujer parecen trascender incluso la tumba. Narrado desde el delirio y la obsesión, el relato mezcla el terror gótico, la espiritualidad oscura y una atmósfera sobrenatural envolvente que ha fascinado a lectores durante generaciones. 📚 Aspectos destacados del cuento: Protagonista femenina misteriosa, fuerte y etérea Temas de amor eterno, muerte y posible reencarnación Narrador atormentado y poco confiable Estética decadente, romántica y gótica Uno de los relatos más intensamente simbólicos y metafísicos de Poe Ideal para lectores que buscan literatura oscura y elegante, relatos con atmósfera poética, y cuentos donde lo sobrenatural se funde con lo psicológico. 📚 Lo que opinan los lectores: "Una obra cargada de belleza oscura. Fascinante de principio a fin." – Lector en Amazon "Poe logra convertir la muerte en poesía. Un cuento inquietante y hermoso a la vez." – Crítica literaria 👉 Haz clic en "Comprar ahora" y adéntrate en el misterio eterno de Ligeia, una joya gótica de Edgar Allan Poe.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice de contenido
Ligeia
Edgar Allan Poe
Capítulo

Ligeia

Edgar Allan Poe

Publicado: 1838

Capítulo

Hay un punto muy caro en el cual, sin embargo, mi memoria no falla. Es la persona de Ligeia. Era de alta estatura, un poco delgada y, en sus últimos tiempos, casi descarnada. Sería vano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la inconcebible ligereza y elasticidad de su paso. Entraba y salía como una sombra. Nunca advertía yo su aparición en mi cerrado gabinete de trabajo de no ser por la amada música de su voz dulce, profunda, cuando posaba su mano marmórea sobre mi hombro. Ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban en las almas adormecidas de las hijas de Delos. Sin embargo, sus facciones no tenían esa regularidad que falsamente nos han enseñado a adorar en las obras clásicas del paganismo. "No hay belleza exquisita -dice Bacon, Verulam, refiriéndose con justeza a todas las formas y géneros de la hermosura- sin algo de extraño en las proporciones." No obstante, aunque yo veía que las facciones de Ligeia no eran de una regularidad clásica, aunque sentía que su hermosura era, en verdad, "exquisita" y percibía mucho de "extraño" en ella, en vano intenté descubrir la irregularidad y rastrear el origen de mi percepción de lo "extraño". Examiné el contorno de su frente alta, pálida: era impecable -¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!- por la piel, que rivalizaba con el marfil más puro, por la imponente amplitud y la calma, la noble prominencia de las regiones superciliares; y luego los cabellos, como ala de cuervo, lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados, que demostraban toda la fuerza del epíteto homérico: "cabellera de jacinto". Miraba el delicado diseño de la nariz y sólo en los graciosos medallones de los hebreos he visto una perfección semejante. Tenía la misma superficie plena y suave, la misma tendencia casi imperceptible a ser aguileña, las mismas aletas armoniosamente curvas, que revelaban un espíritu libre. Contemplaba la dulce boca. Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales: la magnífica sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena y plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas. Analizaba la forma del mentón y también aquí encontraba la noble amplitud, la suavidad y la majestad, la plenitud y la espiritualidad de los griegos, el contorno que el dios Apolo reveló tan sólo en sueños a Cleomenes, el hijo del ateniense. Y entonces me asomaba a los grandes ojos de Ligeia.