Limpieza hepática y de la vesícula - ANDREAS MORITZ - E-Book

Limpieza hepática y de la vesícula E-Book

Andreas Moritz

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Beschreibung

TENER UN HÍGADO LIMPIO ES COMO CONTAR CON UNA NUEVA OPORTUNIDAD PARA VIVR Veinte millones de norteamericanos sufren anualmente de ataques provocados por cálculos biliares. Las cifras europeas no desmienten la gravedad del problema. En muchos casos, el tratamiento simplemente consiste en operar la vesícula, pero este enfoque, orientado simplemente a los síntomas, no elimina la causa de la enfermedad -los cálculos biliares que congestionan el hígado-, y en muchos casos, simplemente prepara el camino a problemas más graves. La mayoría de los adultos que habitan el mundo industrial, y especialmente aquellos que sufren de alguna enfermedad crónica, como enfermedades coronarias, artritis, esclerosis múltiple, cáncer o diabetes, tienen cientos, si no miles de cálculos biliares (principalmente masas de bilis endurecida), que bloquean los conductos biliares de su hígado. Este libro propone una lúcida explicación de las causas de los cálculos biliares en el hígado y la vesícula, y por qué estas piedras pueden ser las responsables de las enfermedades más comunes que nos aquejan en el mundo actual. Ofrece al lector los conocimientos necesarios para reconocer las piedras, y da las instrucciones "hágalo-usted-mismo" necesarias para expulsarlas en la comodidad de su casa y sin dolor alguno. También presenta las reglas claras para evitar la formación de nuevos cálculos. El extraordinario éxito de la Limpieza hepática y de la vesícula en todo el mundo es testimonio de la eficacia de la limpieza hepática que ha conseguido extraordinarias mejorías en la salud y bienestar de miles de personas que ya se han otorgado el precioso regalo de un hígado fuerte, limpio y revitalizado.

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Andreas Moritz

Limpieza hepática y de la vesícula

Una poderosa herramienta de autoayuda para aumentar su salud y bienestar

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Los editores no han comprobado ni la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.

Todas las disposiciones legales citadas en esta obra se refieren a la legislación norteamericana.

Colección Salud y vida natural

Limpieza hepática y de la vesícula

Andreas Moritz

1.ª edición en versión digital: junio de 2015

Título original: The Amazing Liver & Gallbladder Flush

Traducción: Joana Delgado

Ilustraciones: Andreas Moritz

Corrección: Mª Ángeles Olivera

Cubierta: Mònica Gil Rosón

Maquetación papel: Marta Rovira

© 1998, Andreas Moritz

(Reservados todos los derechos)

© 2006, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta

08005 Barcelona-España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-000-2

Depósito Legal: B-15.023-2015

Maquetación ebook: Caurina.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Contenido

Portadilla

Créditos

Introducción

1. Cálculos biliares en el hígado. Un grave riesgo

2. ¿Cómo saber si se tienen cálculos biliares?

3. Causas más comunes en la formación de los cálculos biliares

4. La limpieza hepática y de la vesícula

5. Reglas simples para evitar la formación de cálculos biliares

6. ¿Qué se puede esperar de una limpieza hepática?

7. Opiniones acerca de la limpieza hepática

8. Preguntas frecuentes

Comentarios finales

Lista de proveedores en EE.UU.

Lista de proveedores para Europa

Introducción

Muchas personas creen que los cálculos biliares sólo se encuentran en la vesícula, pero se trata de una suposición tan común como errónea. La mayoría de los cálculos biliares se forman en el hígado y, en comparación, muy pocos en la vesícula. Esto es fácil de verificar si se realiza una limpieza del hígado. Poco importa que uno sea lego en cuestiones de salud, médico, científico, o que le hayan extirpado la vesícula y, por tanto, se crea libre de tener cálculos: los resultados de la limpieza hepática hablan por sí solos. No hacen falta pruebas científicas o explicaciones médicas para resaltar el valor y la importancia de la limpieza hepática. Cuando el lector vea cientos de cálculos biliares de color verde, marrón o negro flotando en el inodoro en el transcurso de la primera limpieza hepática, se dará cuenta por sí mismo de que ha descubierto algo extremadamente importante en su vida. Y, quizás, llevado por la curiosidad, decida llevar los cálculos a analizar, o bien preguntar al médico su opinión. Puede que el médico le anime a proseguir con esta experiencia terapéutica o tal vez le diga que es totalmente ridícula y le aconseje que no la practique. Sin embargo, lo más significativo de esta experiencia es el hecho de que uno toma las riendas de su propia salud, probablemente por primera vez en la vida.

No todo el mundo es tan afortunado como usted, lector; según las estadísticas, aproximadamente un 20 % de la población mundial desarrollará en algún momento de su vida cálculos biliares en la vesícula. Sin embargo, esta cifra no incluye a la gran cantidad de personas que llegarán a desarrollar cálculos biliares en el hígado, o que ya los tienen. En los treinta años que llevo practicando medicina naturista he tratado a miles de personas que sufrían todo tipo de enfermedades crónicas, y puedo constatar que cada una de ellas, sin excepción, ha tenido una cantidad considerable de cálculos biliares en el hígado. Sorprendentemente, muy pocos pacientes han presentado un historial de cálculos biliares en la vesícula. Los cálculos biliares en el hígado son, como se verá en este libro, el principal obstáculo para adquirir y mantener un óptimo estado de salud, juventud y vitalidad. En realidad, los cálculos son una de las principales razones por las que las personas enferman y tienen dificultades para recuperarse.

No querer reconocer la incidencia de la formación de cálculos biliares en el hígado es, tal vez, uno de los mayores y más desafortunados errores de la medicina, tanto de la alopática como de la alternativa. Confiar plenamente, como hace la medicina convencional, en los análisis de sangre para realizar un diagnóstico supone una desventaja a la hora de comprobar la salud del hígado. La mayoría de las personas que sufren algún problema de salud muestran unos niveles de enzimas hepáticas perfectamente normales, a pesar de padecer congestión en el hígado. La congestión y el estancamiento hepático se encuentran entre los problemas sanitarios más comunes y, sin embargo, la medicina convencional raramente se refiere a ellos, ni tampoco los médicos cuentan con una forma fiable de detectar y diagnosticar estos trastornos. Los niveles de enzimas hepáticas en sangre aumentan cuando en el organismo existe un avanzado nivel de destrucción celular, como sucede, por ejemplo, en el caso de la hepatitis o inflamación del hígado. Las células hepáticas contienen gran cantidad de enzimas; cuando cierto número de células hepáticas se desgarra, las enzimas penetran en la sangre y, a través de un análisis clínico, muestran una anomalía en el hígado. Pero, entonces, el daño ya ha ocurrido. Tienen que transcurrir muchos años de congestión crónica en el hígado hasta que el deterioro de este órgano salga a la luz. Los análisis clínicos estándar casi nunca muestran la incidencia de piedras en el hígado; de hecho, la mayoría de los médicos ni siquiera saben que las piedras pueden desarrollarse también en este órgano. De hecho, la mayoría de los médicos ni siquiera saben que las piedras pueden desarrollarse en el hígado también. Tan sólo algunas de las universidades dedicadas a la investigación, como la prestigiosa Johns Hopkins University, describe e ilustra esas piedras hepáticas en sus publicaciones médicas o en sus páginas web, refiriéndose a ellas como «piedras intrahepáticas».1

Comprender que los cálculos en el hígado contribuyen a la aparición de prácticamente cualquier tipo de enfermedad, y seguir unos simples pasos para eliminarlos, significa hacerse cargo uno mismo de la propia salud, de restablecerla, y gozar de vitalidad de manera permanente. Los resultados de la limpieza hepática –la que se hace uno mismo, o la de los pacientes, en el caso de un profesional sanitario– son realmente satisfactorios. Tener un hígado limpio significa poder contar con una nueva oportunidad para vivir.

El hígado ejerce un control directo sobre el desarrollo y el funcionamiento de cada célula del cuerpo. Cualquier tipo de disfunción, deficiencia o crecimiento anómalo en las células se debe, en gran parte, a un mal funcionamiento hepático. Incluso tras perder hasta un 60 % de su rendimiento original, el hígado, gracias a su extraordinario diseño, habitualmente parece funcionar «adecuadamente», como indican los valores sanguíneos equilibrados. Si bien esto lo ignoran tanto el médico como el paciente, el origen de la mayoría de las enfermedades puede localizarse fácilmente en el hígado. El primer capítulo del libro está dedicado a esa importante relación.

Cualquier enfermedad o síntoma de mala salud está causado por algún tipo de obstrucción. Cuando un vaso sanguíneo se obstruye y, por tanto, deja de suministrar oxígeno o nutrientes a un grupo celular, tendrá que activar determinadas medidas de emergencia para poder sobrevivir. Por supuesto, muchas de las células afectadas no sobrevivirán a esa «hambruna» y simplemente morirán. En cambio, otras más resistentes aprenderán a adaptarse a la situación adversa a través del proceso de mutación celular y a cubrir sus necesidades energéticas utilizando los productos tóxicos de los residuos metabólicos, como, por ejemplo, el ácido láctico. La situación de esas células podría compararse a la de una persona en el desierto que, a falta de agua, decide beber su propia orina para sobrevivir. La mutación celular que lleva a la formación de un cáncer es tan sólo un último intento del organismo para evitar una muerte inmediata por envenenamiento séptico y un colapso total. Sin embargo, es bastante habitual y totalmente rocambolesco llamar enfermedad a esa respuesta normal del cuerpo frente a la acumulación de residuos tóxicos. Lamentablemente, la ignorancia de la auténtica naturaleza del cuerpo humano ha llevado a muchos a creer que ese mecanismo de supervivencia es una «enfermedad autoinmune». La palabra autoinmune indica que el cuerpo intenta ir contra él mismo y que, prácticamente, busca el suicidio. Nada más lejos de la realidad. Los tumores cancerosos son el resultado de una gran congestión en los tejidos conectivos, los vasos sanguíneos y los conductos linfáticos, y todo ello evita que las células sanas reciban suficiente oxígeno y nutrientes vitales.2

Pero existen otras obstrucciones más evidentes que también pueden desbaratar el bienestar general del cuerpo. Un colon constantemente estreñido impide que el cuerpo elimine los desechos que contienen las heces. La retención de esos desechos en la parte inferior de los intestinos provoca un entorno tóxico en el colon y, si la situación no se resuelve, en todo el organismo.

Las infecciones y los fallos renales pueden ser una respuesta frente a la acumulación de piedras calcificadas o depósitos de grasa en el riñón, y, de ese modo, se obstruye el flujo de la orina en los riñones o en la vejiga. La acumulación de esos depósitos minerales en el sistema urinario puede provocar retención de líquidos y aumento de peso, así como cientos de síntomas diversos.

Cuando se acumulan desechos tóxicos acídicos en el pecho y en los pulmones, el organismo responde con secreciones mucosas con el fin de atrapar las sustancias tóxicas. Como consecuencia, las vías respiratorias se congestionan y apenas permiten respirar. Si el organismo estaba ya muy congestionado y repleto de toxinas, puede llegar a producirse una infección pulmonar. Las infecciones pulmonares se deben al esfuerzo del organismo por destruir y luego eliminar las células dañadas o debilitadas, que, de otra manera, empezarían a descomponerse, si no estaban ya descompuestas (formación de pus). La congestión pulmonar impide la eliminación natural de las células debilitadas o dañadas. Si la congestión no se resuelve por medios naturales, o bien se incrementa a causa de unos hábitos alimentarios deficitarios, es posible que el pus quede atrapado en los tejidos pulmonares. De manera natural, las bacterias destructoras empezarán a desarrollarse para ayudar al organismo en su desesperado esfuerzo por limpiar la zona congestionada, la cual está repleta de células en descomposición y otros productos de desecho. Los médicos denominan a este mecanismo de supervivencia infección estafilocócica o neumonía.

Una mala audición o una infección de oído pueden ser afecciones causadas por una mucosidad densa repleta de toxinas y bacterias vivas o muertas que penetra en los conductos que van de la garganta a los oídos (trompa de Eustaquio). Asimismo, un espesamiento de la sangre causado por alimentos o bebidas altamente acidificantes puede reducir el flujo sanguíneo en capilares y arterias, y, como consecuencia, acarrear numerosos problemas físicos, desde una simple irritación cutánea, artritis, o presión arterial alta a incluso un ataque cardíaco o un derrame cerebral.

Este tipo de obstrucciones en el organismo están directa e indirectamente vinculadas a un mal funcionamiento hepático, especialmente al bloqueo que ocasionan los cálculos biliares en el hígado y la vesícula. La presencia de fragmentos de bilis coagulada y de otras sustancias, orgánicas e inorgánicas, que quedan atrapadas en esos órganos interfiere en gran manera en los procesos vitales del cuerpo, como la digestión de los alimentos, la eliminación de desechos y la desintoxicación de las sustancias dañinas en la sangre. Si se descongestionan los conductos biliares del hígado y la vesícula, los 60 a 100 billones de células del cuerpo pueden «respirar» más oxígeno, recibir suficiente cantidad de nutrientes y eliminar de manera eficaz los productos de desecho metabólicos, al mismo tiempo que mantener unos canales de comunicación perfectos con los sistemas nervioso y endocrino, así como con las otras partes del cuerpo.

La mayoría de los pacientes que sufren una enfermedad crónica tienen un exceso de cálculos biliares en el hígado. Un médico puede confirmarlo fácilmente haciendo que su paciente crónico realice una limpieza hepática. Es cierto que, a menos que se detecte una enfermedad hepática determinada, raras veces se considera al hígado «culpable» de cualquier otra enfermedad. Gran parte de los cálculos hepáticos están formados por los mismos componentes «inocuos» que se encuentran en el flujo biliar, y el colesterol es un ingrediente principal. Muchas piedras están formadas por ácidos grasos y otros materiales orgánicos que acaban en los conductos biliares. El hecho de que la mayoría de esas piedras no sean más que bilis coagulada o materia orgánica hace que sean prácticamente «invisibles» frente a los rayos X, las tecnologías de ultrasonidos y las tomografías axiales computerizadas (TAC).

La situación cambia bastante en lo referente a la vesícula, en la que alrededor de un 20 % de las piedras están formadas totalmente por minerales, especialmente por sales cálcicas y pigmentos biliares. Mientras que las pruebas pueden diagnosticar fácilmente esas piedras duras y relativamente grandes de la vesícula, no suelen detectar las más blandas y no calcificadas que se encuentran en el hígado. Sólo puede detectarse por medio de un examen ultrasónico cuando un número excesivo de piedras, formadas por colesterol (de un 85 a un 95 % de colesterol) o por acumulaciones de grasa, bloquean los conductos biliares del hígado , y se diagnostica lo que generalmente se denomina un hígado graso. En tal caso, las imágenes ultrasónicas muestran un hígado blanco (y no de color negro). Un ácido graso puede albergar hasta 20.000 piedras antes de sufrir un colapso total por asfixia.

Si un paciente tiene un hígado graso y acude al médico, éste le dirá que tiene un exceso de tejido graso en ese órgano; sin embargo, es bastante improbable que le comente que tiene piedras intrahepáticas (piedras que obstruyen los conductos biliares). Como se ha mencionado anteriormente, la mayoría de las piedras pequeñas del hígado no pueden detectarse por medio de pruebas ultrasónicas o TAC, pero un cuidadoso análisis de las imágenes por parte de especialistas mostraría que algunos de los conductos biliares más pequeños del hígado se han dilatado a causa de la obstrucción. Una resonancia magnética (prueba radiológica) puede determinar con mayor facilidad si existe una dilatación de esos conductos como consecuencia de piedras más densas o grupos de ellas. Sin embargo, a menos que haya indicios de problemas hepáticos graves, los médicos en raras ocasiones buscan piedras intrahepáticas. Lamentablemente, si bien el hígado es uno de los órganos de mayor importancia del cuerpo humano, también sus alteraciones quedan con demasiada frecuencia sin diagnosticar.

Aun cuando se detectara y diagnosticara un hígado graso en su primera fase o la formación de cálculos biliares, hoy en día, las clínicas no ofrecen ningún tratamiento que ayude a este órgano vital a liberarse de la pesada carga que tiene que soportar.

Lo cierto es que son muchas las personas que han llegado a acumular cientos y, en muchos casos, miles de depósitos biliares endurecidos en el hígado. Esas piedras continuamente obstruyen los conductos biliares. En vista de los efectos adversos que estos cálculos tienen en el funcionamiento hepático, es irrelevante su composición. Aunque nuestro médico o nosotros mismos los consideremos cálculos biliares convencionales, depósitos de grasa o coágulos de bilis endurecida, el hecho es que impiden que la bilis fluya libremente y llegue a los intestinos. La pregunta clave es: ¿cómo algo tan simple como una obstrucción biliar puede causar problemas tan complejos como una insuficiencia cardíaca congestiva, la diabetes o el cáncer?

La bilis es un líquido amargo y alcalino de color amarillo, marrón o verde que tiene múltiples funciones. Cada una de ellas repercute directamente en la salud de cada órgano y sistema corporal. Además de ayudar a digerir las grasas, el calcio y las proteínas de origen animal, la bilis es necesaria para mantener los niveles de grasa en sangre, eliminar toxinas del hígado, mantener el equilibrio ácido/alcalino del tracto intestinal y evitar que se desarrollen microbios dañinos en el colon. El hígado, a fin de mantener un sistema digestivo sano y fuerte y alimentar a las células del cuerpo con una adecuada cantidad de nutrientes, tiene que producir entre 1,1 y 1,6 litros de bilis al día; una cantidad menor implicaría problemas digestivos y de eliminación de desechos, así como un sobreesfuerzo del organismo para desintoxicar la sangre. Muchas personas sólo producen una cuarta parte, o menos, de la cantidad de bilis necesaria. Como se demostrará en este libro, casi todos los problemas de salud son consecuencia directa o indirecta de una escasa producción biliar.

Las personas con enfermedades crónicas a veces tienen miles de cálculos biliares que congestionan los conductos biliares del hígado. Algunas de esas piedras pueden haberse desarrollado en la vesícula. La expulsión de las piedras por medio de varias limpiezas del hígado, así como seguir una dieta y un estilo de vida equilibrados, hará que el hígado y la vesícula puedan restablecerse y que la mayoría de los síntomas de malestar o enfermedad empiecen a disminuir. Con este tratamiento, cualquier alergia persistente disminuirá o desaparecerá, el dolor de espalda se disipará, y la energía y el bienestar mejorarán de forma espectacular. La limpieza de los conductos biliares es uno de los métodos más eficaces para recuperar o mejorar su salud.

En este libro, el lector aprenderá el modo de expulsar, de una sola vez y sin dolor alguno, cientos de esos cálculos. El tamaño de las piedras puede variar desde el de una cabeza de alfiler hasta el de una pequeña avellana. La limpieza hepática propiamente dicha requiere menos de 14 horas y puede realizarse fácilmente en casa durante un fin de semana. En el capítulo 1 se explica detalladamente por qué la presencia de cálculos biliares dentro y fuera del hígado puede considerarse el mayor riesgo y causa de casi todas las enfermedades, ya sean graves o leves. En el capítulo 2, se aprende a identificar algunas de las señales y síntomas que indican la presencia de cálculos en el hígado o la vesícula. Otros apartados del libro muestran las posibles causas de los cálculos biliares y cómo prevenir que vuelvan a desarrollarse. En el capítulo 6, «¿Qué se puede esperar de una limpieza hepática?», se señalan los beneficios que aporta para la salud este programa intensivo de autoayuda. También se destaca lo que comentan algunas personas sobre sus experiencias con la limpieza hepática. En el capítulo 8, en un apartado sobre las preguntas más frecuentes, se aportan soluciones a muchas dudas que pueden surgir sobre la limpieza. Para obtener el mayor beneficio posible de este tratamiento, recomiendo encarecidamente al lector que lea todo el libro antes de iniciar la limpieza hepática.

Le deseo el mayor de los éxitos en el camino que le llevará a conseguir un estado perenne de salud, felicidad y vitalidad.

1 En Internet, busque Johns Hopkins Medical Institutions y marque Digestive Disease Library, seleccione Biliary Tract, luego Cholangiocarcinoma, vaya a pie de página y seleccione Next Section; después, en la página, observe la última ilustración que aparece.

2 Para comprender mejor qué es realmente el cáncer y qué causas lo motivan, véase el libro de Andreas Moritz El cáncer no es una enfermedad, de Ediciones Obelisco.

1

Cálculos biliares en el hígado: un grave riesgo para la salud

Imaginemos el hígado como una gran ciudad con miles de calles y casas repletas de tuberías para la distribución del agua y del gas. Los sistemas de alcantarillado y los camiones de basura se encargan de limpiar los desperdicios de la ciudad. Las líneas de alta tensión distribuyen la energía a los hogares y las empresas. Las fábricas, los sistemas de transporte, las redes de comunicación y los comercios cubren las necesidades diarias de sus habitantes. La ciudad está organizada de tal forma que provee todo lo necesario para la subsistencia de la población entera. Sin embargo, si la vida en la ciudad se paraliza de repente a causa de una huelga general, un gran apagón, un terremoto devastador o un grave atentado terrorista, como el ocurrido en la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, la población comenzará a sufrir importantes consecuencias en todos estos ámbitos.

Al igual que la infraestructura de una ciudad, el hígado tiene miles de funciones diferentes y está relacionado con todas las partes del organismo. Está ocupado todo el día, a cada momento, en crear, procesar y proveer enormes cantidades de nutrientes, los cuales alimentan a entre 60 y 100 billones de los habitantes del cuerpo, las células. Cada célula es, en sí misma, una microscópica ciudad de extraordinaria complejidad, con miles de millones de reacciones químicas por segundo. A fin de mantener sin interrupción las increíbles y diversas actividades de las células del cuerpo, el hígado las provee con un constante raudal de nutrientes y hormonas. Debido a su complejo laberinto de venas, conductos y células especializadas, el hígado necesita estar libre de cualquier obstrucción para poder mantener una «línea de producción» sin problemas y un sistema de distribución de nutrientes y hormonas sin impedimentos.

El hígado es el órgano que se encarga principalmente de la distribución y el mantenimiento del suministro del «combustible» del cuerpo. Además, entre sus actividades, se incluye la descomposición de los compuestos químicos y la síntesis de las moléculas proteínicas. El hígado funciona como un filtro de limpieza; neutraliza las hormonas, el alcohol y los fármacos. Su tarea consiste en modificar esas sustancias biológicamente activas para que pierdan su potencial efecto dañino, proceso denominado desintoxicación. Las células especializadas de los vasos sanguíneos del hígado (células de Kuppffer) capturan los elementos dañinos y los organismos infecciosos que llegan al hígado, procedentes del intestino.

Un hígado sano recibe y filtra 1,5 litros de sangre por minuto y produce 1,2 litros de bilis diariamente, lo cual permite que las funciones hepáticas y del resto del organismo se desarrollen de un modo fluido y eficiente. Los cálculos biliares obstructores merman la capacidad del hígado de desintoxicar cualquier tipo de sustancias dañinas en la sangre que proceden del exterior y que se han generado en la sangre. Esos cálculos impiden también que el hígado aporte la cantidad adecuada de nutrientes y de energía a lugares precisos del organismo en el momento justo. Todo ello afecta al delicado equilibrio del cuerpo, conocido como homeostasis, lo que conlleva un mal funcionamiento de los sistemas y órganos del mismo.

Un claro ejemplo de tal desequilibrio es el aumento de la concentración en sangre de las hormonas endocrinas estrógeno y aldosterona. Estas hormonas, producidas tanto en hombres como en mujeres, son las responsables de la adecuada retención de agua y sal. Cuando las piedras congestionan la vesícula y los conductos biliares, esas hormonas no se descomponen y desintoxican de manera adecuada, por tanto, su concentración en sangre aumenta de forma inadecuada, lo que ocasiona inflamación en los tejidos y retención de líquidos. La mayoría de los oncólogos consideran que unos niveles de estrógeno demasiado altos son la principal causa del cáncer de mama en las mujeres. En los hombres, los altos niveles de esta hormona pueden producir un desarrollo excesivo del tejido mamario y un aumento de peso.

Un elevado porcentaje de la población sufre sobrepeso u obesidad. Hombres, mujeres y niños con sobrepeso padecen también retención de líquidos (y, en comparación, escasa acumulación de grasa). Los líquidos retenidos contribuyen a atrapar y a neutralizar sustancias nocivas que el hígado ya no puede eliminar. Esto ayuda a que una persona obesa o con sobrepeso pueda superar una crisis tóxica grave, posiblemente fatal, como un ataque de corazón, una intoxicación grave o una infección generalizada. Sin embargo, uno de los efectos secundarios de la retención de líquidos es que esas toxinas y otros residuos dañinos (desechos metabólicos y células muertas) se acumulen en diversas partes del cuerpo y congestionen las vías circulatorias y de eliminación. Cuando en cualquier parte del cuerpo se acumula un exceso de toxinas y residuos, comienzan a aparecer síntomas de enfermedad.

Limpiar el hígado y la vesícula de los cálculos acumulados (véanse figuras 1a y 1b) ayuda a restablecer la homeostasis y a equilibrar el peso corporal, lo que permite que el cuerpo pueda curarse por sus propios medios. La limpieza hepática es, además, uno de los mejores métodos de prevención que existen para evitar prácticamente cualquier tipo de enfermedad, conocida o no.

Si usted sufre alguno de los siguientes síntomas, o trastornos similares, es muy probable que tenga un gran número de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula:

• Falta de apetito.

• Ansiedad por comer.

• Problemas digestivos.

• Diarrea.

• Estreñimiento.

• Heces amarillentas.

• Hernias.

• Flatulencias.

• Hemorroides.

• Dolor sordo en el costado derecho.

• Dificultad en la respiración.

• Cirrosis hepática.

• Hepatitis.

• Infecciones.

• Colesterol alto.

• Pancreatitis.

• Cardiopatías.

• Trastornos cerebrales.

• Úlcera duodenal.

• Náuseas y vómitos.

• Personalidad «biliosa» o irascible.

• Depresión.

• Impotencia.

• Otros problemas sexuales.

• Problemas de próstata.

• Problemas urinarios.

• Desarreglos hormonales.

• Trastornos menstruales y de la menopausia.

• Problemas de la vista.

• Ojos hinchados.

• Problemas cutáneos.

• Manchas hepáticas, especialmente en el dorso de las manos y en la cara.

• Mareos y desmayos.

• Pérdida de tono muscular.

• Exceso de peso o desgaste.

• Dolores intensos de hombros y espalda.

• Ojeras.

• Complexión mórbida.

• Lengua brillante o con una capa blanca o amarillenta.

• Escoliosis.

• Gota.

• Hombro congelado o capsulitis.

• Rigidez de cuello.

• Asma.

• Dolores de cabeza y migrañas.

• Problemas en dientes y encías.

• Ojos y piel de color amarillento.

• Ciática.

• Aturdimiento y parálisis en las piernas.

• Trastornos articulares.

• Problemas en las rodillas.

• Osteoporosis.

• Obesidad.

• Fatiga crónica.

• Enfermedades renales.

• Cáncer.

• Esclerosis múltiple y fibromialgia.

• Alzheimer.

• Extremidades frías.

• Excesivo calor y transpiración en parte superior del cuerpo.

• Cabello muy graso y pérdida del mismo.

• Cortes o heridas que no dejan de sangrar y tardan en cicatrizar.

• Problemas de sueño, insomnio.

• Pesadillas.

• Rigidez en músculos y articulaciones.

• Episodios de frío y calor.

La importancia de la bilis

Como se ha mencionado anteriormente, una de las funciones más importantes del hígado es la producción de bilis, aproximadamente entre 800 y 1.000 mililitros al día. La bilis es un fluido viscoso y alcalino (lo opuesto a ácido) de color amarillo, marrón o verde, y que tiene un sabor muy amargo. La mayor parte de los alimentos no pueden ser digeridos si no hay suficiente bilis. Así, por ejemplo, para que el intestino delgado absorba las grasas y el calcio de los alimentos ingeridos, éstos deben mezclarse antes con la bilis. Cuando las grasas no se absorben correctamente, significa que la secreción biliar es insuficiente. La grasa no digerida permanece en el tracto intestinal. Cuando llega al colon, junto al resto de los residuos, las bacterias descomponen parte de la grasa en ácidos grasos, o se excreta con las heces. Dado que la grasa es más ligera que el agua, las heces pueden flotar en el inodoro. Si no se absorbe la grasa, el calcio tampoco, y esto hace que la sangre sea deficitaria. En consecuencia, la sangre toma de los huesos el calcio que necesita. La mayoría de los problemas de baja densidad ósea (osteoporosis) son el resultado de una insuficiente secreción biliar y de una mala digestión de las grasas, y no del hecho de no consumir suficiente calcio. Hay pocos médicos que tienen esto en cuenta y, por consiguiente, recetan a sus pacientes complementos de calcio.

Además de procesar las grasas de los alimentos, la bilis elimina las toxinas del hígado. Una de las funciones menos conocidas, pero más importantes de la bilis, es la de desacidificar y limpiar los intestinos.

Cuando los cálculos biliares en el hígado o en la vesícula han afectado al flujo biliar, puede que las heces sean de un color pajizo, anaranjado o arcilloso, en vez del color habitual, pardo verdoso.

Los cálculos biliares son la causa directa de una dieta y de un estilo de vida poco saludables. Si los cálculos biliares siguen en el hígado aún después de haber erradicado el resto de factores causantes de enfermedades, continuarán siendo un riesgo considerable para la salud, y pueden ocasionar enfermedades o vejez prematura. Por esta razón, en esta obra se contemplan los cálculos biliares como uno de los principales factores de riesgo o causa de enfermedad. En los siguientes apartados se describen algunos de los principales problemas que la presencia de cálculos en el hígado puede ocasionar en los diferentes órganos y sistemas del cuerpo. Una vez eliminados esos cálculos, el cuerpo en su conjunto puede reanudar sus actividades normales y saludables.

Trastornos del sistema digestivo

El tracto alimentario de nuestro sistema digestivo lleva a cabo cuatro funciones primordiales: ingestión, digestión, absorción y eliminación. El canal alimentario comienza en la boca, desciende por el tórax, el abdomen y la región pélvica, y termina en el ano (véase figura 2). Cuando ingerimos los alimentos, se inicia una serie de procesos digestivos, que pueden dividirse en descomposición mecánica del bolo alimenticio a través de la masticación y descomposición química de los alimentos por medio de enzimas. Esas enzimas están presentes en las secreciones que producen diversas glándulas del sistema digestivo.

Las enzimas son unas sustancias químicas compuestas por proteínas que causan o aceleran cambios químicos en otras sustancias, lo que no implica su propio cambio. Las enzimas digestivas se hallan en las glándulas salivales de la boca, los jugos gástricos del estómago, el jugo intestinal del intestino delgado, el jugo pancreático y la bilis del hígado.

La absorción es el proceso mediante el cual diminutas partículas de nutrientes pasan, a través de las paredes intestinales, a la sangre y a los vasos linfáticos para ser distribuidas a las células del cuerpo. Los intestinos eliminan en forma de heces cualquier alimento que no haya podido digerirse o absorberse. Las heces, asimismo, contienen bilis, que lleva los desechos resultantes de la descomposición (catabolismo) de los glóbulos rojos. Más o menos una tercera parte de la masa fecal excretada está constituida por bacterias intestinales. El cuerpo puede funcionar con presteza y eficacia siempre que los intestinos eliminen diariamente los residuos acumulados en su interior.

Una buena salud de cada una de estas actividades del sistema digestivo es el resultado de un funcionamiento equilibrado y bien coordinado con el resto del organismo. En este sentido, las enfermedades surgen en el sistema digestivo o en cualquier otra zona del cuerpo, cuando existe una anomalía o estas funciones están inhabilitadas. La presencia de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula influye de modo negativo en la digestión y la absorción de los alimentos, así como en la eliminación de los residuos.

Enfermedades bucales

Los cálculos biliares también son responsables de la mayoría de las enfermedades bucales. Las piedras interfieren en la digestión y la absorción de los alimentos, lo cual, a su vez, causa que residuos destinados a ser evacuados permanezcan en el tracto intestinal. La acumulación de materia fecal en los intestinos crea un entorno tóxico y anaeróbico que facilita el desarrollo de gérmenes dañinos y parásitos y socava la conservación de tejidos sanos y fuertes.

Las infecciones bacterianas (candidiasis), así como las infecciones virales (herpes) en la boca, sólo tienen lugar cuando en los intestinos se acumula una cantidad considerable de residuos. Las bacterias destructoras intentan descomponer parte de esos residuos, pero no pueden evitar producir fuertes toxinas. Algunas de ellas permanecen atrapadas en los intestinos y constituyen una fuente constante de irritación en el revestimiento gastrointestinal (que comienza en la boca y termina en el ano) hasta que, finalmente, los tejidos se inflaman y aparecen lesiones ulcerosas. Los tejidos celulares dañados «invitan» cada vez a más microbios al lugar de la herida para que les ayuden a destruir y a disponer de todas las células dañadas y debilitadas.

La infección es un fenómeno normal que puede observarse en la naturaleza, dondequiera que haya algo que necesite ser descompuesto. Las bacterias nunca atacan, es decir, no infectan algo que esté tan limpio, o sea vital y saludable como un fruto espléndido que cuelga de la rama de un árbol. Sólo cuando el fruto maduro y falto de nutrientes cae al suelo, las bacterias empiezan a realizar su trabajo de limpieza. Las toxinas se generan en el momento en que la bacteria comienza a descomponer alimentos o tejido. Estas toxinas pueden reconocerse por su olor desagradable y naturaleza ácida. Cuando este proceso tiene lugar día tras día, mes tras mes, las toxinas acaban conduciendo a la aparición de síntomas de enfermedad.

La candidiasis indica la presencia de gran cantidad de bacterias extendidas a lo largo del tracto intestinal, incluida también la zona bucal. Son patentes en la boca porque el revestimiento mucoso de esa zona no es tan resistente como el de las zonas inferiores del tracto intestinal. Sin embargo, la fuente principal de candidiasis se encuentra en los intestinos. Dado que la parte principal del sistema inmunológico se halla en el revestimiento mucoso del tracto intestinal, la candidiasis indica un importante debilitamiento del sistema inmunológico general.

El herpes, considerado por los médicos una enfermedad vírica, se asemeja a la candidiasis, con la excepción de que –a diferencia de las bacterias que atacan el exterior de la célula– los materiales víricos atacan el núcleo o interior de la misma. En ambos casos, los «atacantes» tienen como objetivo las células débiles o enfermas, esto es, células ya dañadas o alteradas, susceptibles de mutar en células cancerosas. Y, por si fuera poco, los cálculos biliares pueden albergar gran cantidad de bacterias y virus, los cuales abandonan el hígado a través de la bilis secretada e infectan aquellas partes del cuerpo menos protegidas o que ya están debilitadas.

Los cálculos biliares pueden producir otros problemas en la boca. Inhiben la adecuada secreción de bilis, lo que, a su vez, reduce el apetito y la secreción de saliva en las glándulas salivales. La saliva es necesaria para limpiar la boca y que sus tejidos permanezcan blandos y flexibles. Cuando no hay suficiente saliva, las bacterias destructivas empiezan a invadir la cavidad bucal, lo que tiene como consecuencia un deterioro de los dientes, la destrucción de las encías y otros problemas relacionados con la dentadura. Sin embargo, y reiterando lo que se ha expuesto anteriormente, no son las bacterias las que provocan el deterioro dental; a los gérmenes les atraen tan sólo aquellas zonas bucales que ya están congestionadas, desnutridas y acidificadas.

La bilis que regurgita del estómago a la boca causa un sabor amargo, alteración debida a una grave congestión intestinal, como la que ocurre durante los episodios de estreñimiento. En lugar de avanzar hacia abajo, parte del contenido de los intestinos retrocede, arrastrando consigo gases y otras sustancias irritantes hasta las partes superiores del tracto gastrointestinal. La bilis en la boca altera en gran medida el pH (equilibrio ácido-alcalino) de la saliva, lo que, al mismo tiempo, inhibe sus propiedades limpiadoras y hace que la boca sea vulnerable a los gérmenes infecciosos.

Una ulceración en el labio inferior indica un proceso inflamatorio similar en el intestino grueso. La reaparición de llagas en las comisuras de los labios señala la presencia de úlceras duodenales (véase el apartado siguiente, «Enfermedades del estómago»). Las llagas en la lengua, dependiendo de su ubicación, indican procesos inflamatorios en las correspondientes zonas del tracto digestivo, ya sea el estómago, el intestino delgado, el apéndice o el intestino grueso.

Enfermedades del estómago

Como ya se ha mencionado, los cálculos biliares y los problemas digestivos relacionados pueden causar la regurgitación de ácidos y sales biliares. Esto altera de manera negativa la composición de los jugos gástricos y de la mucosa generada en el estómago, la cual se encuentra allí para proteger el revestimiento estomacal de los efectos destructivos del ácido clorhídrico. A la alteración en la que este «escudo» protector se rompe o deja de funcionar debidamente se la denomina gastritis.

La gastritis puede ser aguda o crónica. Cuando las células de la superficie del estómago (células epiteliales) se exponen a los jugos gástricos ácidos, absorben iones de hidrógeno. Esto aumenta su acidez interna, desequilibra sus procesos metabólicos básicos y causa una reacción inflamatoria. En los casos más graves, puede producirse una inflamación de la mucosa (úlcera gástrica o péptica), hemorragias, perforación de la pared estomacal y peritonitis, una inflamación en la que una úlcera perfora la pared del estómago o duodeno y su contenido atraviesa la cavidad peritoneal.

Las úlceras duodenales se desarrollan cuando el ácido que sale del estómago erosiona el revestimiento duodenal. En algunos casos, la secreción de ácido es insólitamente elevada. Comer excesivos alimentos que requieran fuertes secreciones ácidas, así como una dieta no equilibrada (para más detalles, véase el libro Los secretos eternos de la salud), con frecuencia impide una producción adecuada de ácido.

El reflujo gastroesofágico, conocido comúnmente como «acidez», es un trastorno en el que el ácido del estómago pasa al esófago y causa irritación en los delicados tejidos que lo revisten. Al contrario de lo que se cree, este trastorno no se debe a un exceso de producción de ácido clorhídrico por parte del estómago, sino al reflujo de desechos, toxinas y bilis de los intestinos al estómago. En muchos casos, la acidez se debe a que el estómago produce muy poco ácido clorhídrico, y, por tanto, los alimentos se ven forzados a permanecer allí demasiado tiempo y, como consecuencia, a fermentar.

Pero existen más factores que producen gastritis y acidez estomacal: comer en exceso, abusar del alcohol, fumar demasiado, tomar café a diario, tomar bebidas gaseosas, comer demasiadas grasas y proteínas de origen animal, someterse a exploraciones radiológicas, tomar fármacos citotóxicos, aspirina y otros antiinflamatorios. Las intoxicaciones alimentarias, las comidas muy picantes, la deshidratación, el estrés emocional, etcétera, también pueden producir afecciones gástricas. Todo esto causa cálculos en el hígado y la vesícula, de modo que se inicia un círculo vicioso que añade graves alteraciones en todo el tracto gastrointestinal. El resultado final puede ser la formación de tumores estomacales malignos.

La mayoría de los médicos consideran que una bacteria (H. pylori) es la causante de las úlceras estomacales. Combatir esa bacteria con antibióticos suele producir alivio y detener la úlcera. A pesar de que esos medicamentos no evitan que la úlcera aparezca de nuevo una vez interrumpido su uso, existe un elevado índice de «mejoría». Pero esa «mejoría» puede conllevar efectos secundarios a menudo graves.

La infección bacteriana de H. pylori sólo es posible cuando existen ya otros factores –y no un simple germen normalmente inofensivo– que han debilitado y dañado las células estomacales. En un estómago sano, esa misma bacteria resulta completamente inocua. Muchos de nosotros hemos vivido con ella sin haber tenido ningún problema. Esto conduce a una pregunta clave: ¿Por qué una misma bacteria causa úlceras en unas personas y en otras no? Como ya se ha dicho, los cálculos en el hígado y la vesícula pueden ocasionar congestiones intestinales y, en consecuencia, provocar el reflujo de bilis y toxinas al estómago, lo cual causa daño en un cada vez mayor número de células estomacales.

Los antibióticos destruyen la flora estomacal natural, incluidas las bacterias que normalmente ayudan a descomponer las células dañadas. Por esta razón, a pesar de que el tratamiento con antibióticos produce un rápido alivio de los síntomas, también reduce de manera permanente las funciones gástricas y deja al organismo en desventaja a la hora de enfrentarse a retos más serios que el de tratar una úlcera. Acelerar el proceso curativo rara vez merece la pena. Por otra parte, la mayoría de las dolencias estomacales desaparecen de modo espontáneo una vez se eliminan los cálculos biliares y se mantiene una dieta saludable y un estilo de vida equilibrado.

Enfermedades del páncreas

El páncreas es una pequeña glándula cuya cabeza descansa en la curva del duodeno. Su conducto principal se une al conducto biliar común y forma lo que se conoce como ampolla duodenal. Ésta penetra en el duodeno en su parte media. Además de secretar las hormonas insulina y glucagón, el páncreas produce jugos pancreáticos, con enzimas que digieren los carbohidratos, las proteínas y las grasas. Cuando el contenido ácido del estómago llega al duodeno, se mezcla con la bilis y los jugos pancreáticos. Esto crea el adecuado equilibrio ácido/alcalino (pH) que hace que las enzimas pancreáticas sean más eficaces.

Los cálculos en el hígado o la vesícula reducen la secreción biliar normal de un litro a apenas un cuarto de litro al día. Esto interrumpe seriamente el proceso digestivo, en especial si se consumen alimentos ricos en grasas. Como consecuencia de ello, el pH duodenal tiene un índice demasiado bajo, lo que inhibe la acción de las enzimas pancreáticas, así como de las secretadas en el intestino delgado. El resultado final es que los alimentos se digieren sólo parcialmente, y, mal digeridos, al saturarse con el ácido clorhídrico del estómago, pueden tener un efecto altamente irritante y tóxico en todo el tracto intestinal.

Cuando un cálculo biliar pasa de la vesícula a la ampolla hepatobiliar, donde se unen el conducto biliar común y los conductos pancreáticos (véase figura 3), se obstruye el flujo de los jugos pancreáticos y la bilis llega al páncreas. Este hecho provoca que las enzimas pancreáticas divisoras de proteínas se activen en el páncreas y no en el duodeno, como ocurriría normalmente. Ello hace que esas enzimas sean muy destructivas y que comiencen a digerir partes del tejido pancreático, lo que puede derivar en infección, supuración y trombosis local. A esta afección se la denomina pancreatitis.

Los cálculos biliares que obstruyen la ampolla liberan bacterias, virus y toxinas en el páncreas, lo que puede causar un mayor daño en las células pancreáticas y, finalmente, producir tumores malignos. Los tumores suelen aparecer principalmente en la cabeza del páncreas, donde inhiben el flujo de la bilis y los jugos pancreáticos. Esta afección acostumbra a ir acompañada de ictericia (para más detalles, véase el apartado siguiente «Enfermedades del hígado»).

Los cálculos biliares en el hígado, la vesícula y la ampolla también pueden ser parcialmente responsables de dos tipos de diabetes: la insulinodependiente y la no dependiente. Todos mis pacientes diagnosticados de diabetes, incluidos los niños, han tenido grandes cantidades de piedras en el hígado. Tras cada limpieza hepática mejoró su salud, siempre y cuando siguieran un régimen saludable y una dieta libre de proteínas animales.3

Enfermedades del hígado

El hígado es la glándula más grande del cuerpo. Puede llegar a pesar 1,4 kilogramos, está suspendido en la parte posterior de las costillas, en el lado superior derecho del abdomen y se extiende a lo ancho de casi todo el cuerpo. Al ser el responsable de cientos de funciones diferentes, es también el órgano más complejo y activo de todos.

Puesto que este órgano se encarga de asimilar, convertir, distribuir y mantener el suministro del «combustible» vital para el cuerpo (nutrientes y energía, por ejemplo), cualquier cosa que interfiera en estas funciones tendrá un grave impacto en la salud del hígado y de todo el organismo. La principal interferencia se debe a la presencia de los cálculos biliares.

Además de producir colesterol –material esencial para la formación de células, hormonas y bilis–, el hígado también secreta hormonas y proteínas, que afectan al modo en que el cuerpo funciona, se desarrolla y se cura. Además, el hígado produce nuevos aminoácidos4