Lluvia en el desierto - Lilian Darcy - E-Book

Lluvia en el desierto E-Book

Lilian Darcy

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Beschreibung

Estaban a punto de descubrir que todos los actos tenían consecuencias… El compromiso del rico ranchero australiano Dustin Tanner era justo lo que la periodista Shay Russell necesitaba para salvar su carrera. Pero cuando se dispuso a entrevistar a la feliz pareja descubrió que la relación había acabado. Entonces una repentina tormenta la dejó atrapada en el rancho… con un hombre que parecía dispuesto a cualquier cosa con tal de sacarla de allí... La experiencia había conseguido que Dustin se convenciera de que las chicas de ciudad no encajaban con los hombres del desierto. Pero lo cierto era que ninguno de los dos podía apartar la mirada… ni las manos del otro.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Lilian Darcy

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lluvia en el desierto, n.º 1665- diciembre 2017

Título original: Outback Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-517-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LA mejor manera de sacar trabajo adelante en un avión era no mirar por la ventana.

Como siempre, Shay Russell tenía mucho trabajo así que no miró por la ventana ni una sola vez durante los tres vuelos. Había despegado en el aeropuerto de Sydney y había encendido el ordenador portátil en cuanto las azafatas anunciaron que podía hacerlo. Sólo había apartado la vista de la pantalla para pedir un café.

Se lo sirvieron tibio y con unas galletas de acompañamiento, o biscuits como decían los australianos.

Ella era de Nueva York.

Estaba ocupada.

Deseaba no tener que adaptar su vocabulario a la forma de hablar del país. Llevaba allí casi un año. Casi toda la televisión era norteamericana, así que los australianos sabían perfectamente lo que significaba la palabra galleta.

Su jefe, el director de la revista Today’s Woman, consideraba que culturalmente Australia era un estado más de los Estados Unidos. Estaba equivocado, pero ella deseaba que los australianos le hicieran caso porque su trabajo le resultaría mucho más sencillo.

Entre Brisbane y Charleville, un minúsculo punto del mapa, estuvo concentrada con el ordenador, la agenda y sus notas. Y durante el último vuelo en la avioneta de correos que la llevó hasta Roscommon Downs, pensó en la repercusión que tendría la campaña.

Las ruedas de la avioneta acababan de tocar el suelo cuando ella levantó la vista y vio el reflejo del sol sobre el lago que estaba junto a la pista de aterrizaje.

Precioso.

Los pájaros surcaban el cielo azul. Otros, levantaban el agua con las alas al posarse sobre el lago. El ganado pastaba en la franja de hierba que crecía entre la pista de aterrizaje y el lago.

Muy bonito.

Ella sacaría algunas fotos del lugar, con Dustin Tanner, quien esperaba que fuera fotogénico, y Mandy, su nueva novia. Quizá incluso podía servir como portada de la revista. Estaba intentando difundir la campaña de «Se buscan:esposas para el interior de Australia», todo lo posible, y para eso, la foto debería ser muy especial.

Se puso en pie en cuanto la avioneta se detuvo, y esperó impaciente a que el piloto abriera la puerta para que pudiera salir. Era la única pasajera y la suya la única maleta que había que descargar.

—Gracias —dijo ella cuando se la entregaron y caminó por el barro hacia el todoterreno que la esperaba cerca de la pista de aterrizaje.

—De nada, cariño —dijo el piloto.

Mirando hacia el lago, sacó un par de cajas del interior de la avioneta. Las dejó en el suelo y saludó al hombre que estaba junto al vehículo. Cerró el compartimento de carga y subió de nuevo a la cabina.

Mientras caminaba hacia el coche, Shay recordó una cosa que tenía que pedirle a su secretaria y sacó la agenda electrónica del bolsillo para apuntarla.

Alguien pasó junto a ella. Una mujer que se dirigía hacia la avioneta.

—Diviértete —le dijo la mujer de cabello moreno, pero no se detuvo.

—Tú también —contestó Shay, sin dejar de mirar la pantalla de la agenda.

Detrás de ella, los motores de la avioneta comenzaron a funcionar preparándose para despegar. Delante de ella, un hombre con gafas de sol, pantalones vaqueros y camiseta gris esperaba junto al todoterreno. Podía ser Dustin Tanner, pero Shay no estaba segura porque sólo se habían visto una vez hacía varios meses. Creía recordar que un par de amigos suyos también habían enviado sus datos para la campaña «Se buscan:esposas para el interior de Australia». Un chico de ojos azules del sur de Australia. ¿Se llamaba Callum? No, Callan. ¿O quizá lo confundía con otra persona?

Habían recibido tantas respuestas de rancheros australianos solteros que era normal que no pudiera recordarlo bien. Aunque Dustin había aparecido en la revista a principios de año, ella no recordaba cómo era.

Cuando llegó junto al hombre, estiró la mano y dijo:

—Shay Russell.

—Shay… —él murmuró algo y después exclamó—. ¡La revista!

—Así es —sonrió ella—. Nosotros…

—Nos conocimos en Sydney, en el cóctel que celebró la revista —terminó él. Se quitó las gafas un instante y se frotó los ojos antes de volvérselas a poner—. Eso fue hace tiempo.

—Sí. Sí, hace tiempo —admitió ella.

Así que aquel hombre fuerte y bronceado era Dustin. Bien. Así no cabía la posibilidad de que hubiera malos entendidos y que al final fuera un ayudante del rancho.

—Muchas gracias por aceptar que hagamos un seguimiento de la historia, Dustin.

—Llámame Dusty, pero la cosa es que…

—Dusty. Estamos entusiasmados con el proyecto. ¡Un compromiso con fecha de boda establecida! Es maravilloso. Cuando nuestras lectoras vean que la campaña ha tenido éxito enseguida, se entusiasmarán —lo miró—. Um, ¿puedo colocar la maleta en el maletero?

A poca distancia, el avión comenzó a moverse por la pista de arena. Hacía mucho ruido y dificultaba la conversación.

—¿Cómo? —preguntó él con expresión de asombro.

—Que si puedo meter la maleta —gritó ella.

—Pero… ¿no la has visto? —estaba pálido y boquiabierto.

—No, he dicho… —gritó más fuerte.

Él la interrumpió.

—Estoy hablando del compromiso. Lo hemos roto. Ahora mismo —se frotó los ojos por debajo de los cristales—. Ésa era ella. Hablasteis. ¿No te lo ha dicho? —señaló por encima de su hombro.

Shay se volvió y miró hacia donde él señalaba. La avioneta acababa de despegar.

—¿Ella? —repitió—. ¿Mandy? ¿Tu prometida? ¿En la avioneta? ¿Se marcha?

—Así es. Ex prometida. Ha terminado. No va a regresar.

Shay miró a su alrededor. Hacia la pista de aterrizaje, al horizonte, al gran lago. Al ver que también se extendía hacia el otro lado de la pista de aterrizaje, pensó que el lugar no era el más adecuado para situar la pista. Parecía una isla.

—¿Vuestra relación ha terminado? —preguntó por si había entendido mal.

«¡Diablos!», pensó ella.

—Sí —dijo él, y pasó junto a ella para recoger las cajas que el piloto había dejado en el suelo.

Shay lo observó mientras él regresaba.

No le sorprendía que Mandy se hubiera marchado.

O quizá sólo tenía ese aspecto porque Mandy se había marchado. La expresión de su rostro era seria, como si estuviera conteniendo el sentimiento, y las arrugas de su boca indicaban que estaba nervioso.

En una mano llevaba un sombrero de fieltro y su cabello necesitaba un buen cepillado. Y llevaba la camiseta mal metida por la cinturilla del pantalón.

Shay sintió ganas de arreglarle la ropa. Tenía la sensación de que, en otras circunstancias, él podía ser un hombre atractivo. Estaba fuerte y no tenía ni una pizca de grasa en el cuerpo pero, atractivo o no, tendría que convencerlo para que se arreglara un poco antes de…

¿La sesión de fotos?

«¡Maldita sea!»

Ya no tenía historia que contar.

Fue ella quien presentó a Dusty y a Mandy en una fiesta que celebró la revista para inaugurar la segunda fase de su campaña. Ambos pasaron toda la tarde juntos y, cuando Dusty regresó a Roscommon Downs, continuaron en contacto por teléfono y correo electrónico.

Él había ido a Sydney para ver a Mandy y ella había ido allí para verlo a él. Se habían enamorado enseguida. Dusty le había propuesto matrimonio. Mandy había aceptado y había llamado a Shay emocionada, para contárselo y para preguntarle si quería hacer un artículo sobre la historia. La mujer había demostrado que estaba ansiosa por salir en la revista pero, de todos modos, a Shay le interesaba la historia.

Y Mandy lo había estropeado todo.

A Shay le había sentado como un puñetazo en el estómago.

Había ido hasta allí fuera de su horario de trabajo para nada. Y, por algún motivo, ni Dusty ni Mandy la habían avisado para que no fuera.

Respiró hondo y decidió preguntar cuándo saldría el siguiente avión para marcharse de allí. Pero se dio cuenta de que no era el momento.

«Dusty lo está pasando mal».

Tendría que contenerse y no molestarlo con preguntas sin importancia.

—Lo siento, no es un buen momento ¿verdad? —dijo ella.

Él había guardado las cajas en el maletero del coche y se había quitado las gafas.

Tenía unos ojos preciosos. Eran de color avellana y reflejaban sufrimiento. Su boca indicaba que trataba de no demostrarlo, pero sus ojos ganaban la batalla.

—Para que yo esté aquí. Estoy segura de que preferirías estar solo.

—Um, sí. Está bien —dijo él, con expresión tensa.

—Um, no. No está bien. Yo he pasado por esto. Uno quiere curar sus heridas a base de comida basura.

—¿Comida basura?

—Sí, grasas, sal y chocolate. Un corazón roto es el mejor potenciador del sabor.

Él no sonrió. Eran extraños y no estaba preparado. A ella le pareció ver un indicio de vulnerabilidad en su carácter. A él tampoco le gustaba. No lo llevaba bien.

Entretanto, Shay recordó lo mucho que había engordado dos años atrás, y cómo le había costado perderlo después, cuando descubrió que su nuevo novio se estaba acostando con otra dos semanas después de iniciar la relación con ella. Se había sentido dolida y enfadada. Y se había centrado en el trabajo más de lo habitual porque así le resultaba más fácil recuperarse. No había salido con nadie desde entonces.

—Olvídate del artículo —le dijo ella—. Lo siento de veras. ¿Dijiste que acababa de suceder?

Ella quería tocarlo, hacerle una caricia afectiva en el brazo. Pero consiguió contenerse. Su lenguaje corporal le indicaba que no se acercara demasiado, que no traspasara su barrera con demasiada comprensión femenina.

¿Y qué hacían los rancheros australianos en una situación como aquélla? No podían pasarse la noche llorando y comiendo chocolate mientras se preguntaban qué habían hecho mal. Tenían que sufrir en silencio.

—Hace veinte minutos salió del dormitorio con las maletas —dijo él—. Creía que era feliz. Y que ambos queríamos las mismas cosas.

—¿Ni siquiera habéis tenido tiempo de hablar sobre ello?

—No había nada que decir. Al parecer, este lugar no es lo que ella esperaba —dijo con amargura—. Después de que dijera eso, ya no había nada más que decir —contestó él con frialdad—. Mira, será mejor que regresemos a la casa. Y no te preocupes, sobreviviré.

Agarró la maleta de Shay y la metió junto a las cajas, cerró el portón y se dirigió hacia la puerta del copiloto para ayudarla a subir.

—Trataré de no entrometerme en tu intimidad —dijo ella.

Comprendía que Dustin Tanner no quisiera estar con ella. Al fin y al cabo, ella le recordaba a Mandy y a cómo se habían conocido. Shay deseaba salir de allí tanto como él deseaba deshacerse de ella. Al menos tenían una cosa en común.

Dusty se sentó al volante y arrancó.

—¿Cuándo es el siguiente vuelo? —preguntó ella.

—Buena pregunta —masculló él, y la miró de reojo—. ¿Te has percatado de que hay inundaciones?

—¿Te refieres al lago? ¿El nivel del agua está más alto de lo normal?

Él soltó una carcajada.

—¿Esto? —señaló a su alrededor—. ¡No es un lago! Es un arroyo. Se llama Cooper’s Creek. Se ha desbordado y sigue inundándose. Aquí no ha llovido, pero en Thomson River y Barcoo sí. Y en el parte meteorológico han advertido del riesgo de inundaciones durante días.

—Ya, es que yo suelo fijarme en el tiempo que va a hacer por la zona en la que vivo.

—¿Y Grant no te lo ha dicho?

—¿Grant?

—El piloto.

—No hablamos mucho. Yo estaba trabajando con el ordenador.

—¿No te fijaste en la prisa que tenía por marcharse?

—Bueno, pero… Entonces, el próximo vuelo puede que no salga hasta… ¿pasado mañana? —se aventuró.

El coche empezó a moverse. Dusty señaló a un lado y preguntó:

—¿Ves eso?

—Oh, cielos —susurró ella. El lago había invadido un tercio de la pista de aterrizaje.

—Todavía no ha llegado lo peor. El agua está subiendo muy deprisa. La pista de aterrizaje puede quedar cerrada durante al menos tres semanas.

—¿Tres semanas?

—Aunque se vaya el agua, es difícil despegar cuando las ruedas están enterradas en treinta centímetros de barro. Habrá que arreglarla antes de utilizarla.

—Entonces, ¿tendré que marcharme en autobús?

—¿Crees que aquí hay autobuses? —esbozó una sonrisa.

—De acuerdo. No hay avión. No hay autobús. Y supongo que tampoco hay un barco. ¿Quieres dejar de hacerme sentir como una idiota y decirme cómo voy a salir de aquí?

No iba a salir de allí.

Increíble.

A menos que alquilara un helicóptero y pagara miles de dólares, estaba atrapada. Las carreteras estaban inundadas y algunos puentes estaban a dos metros bajo el agua. Y el ganado estaba siendo trasladado a zonas más altas.

Según decía Dusty, mucha gente estaba en peores condiciones que ellos, así que ella no tenía derecho a quejarse. A pesar de que estaba allí por culpa de Dusty y de Mandy, él creía que debía sentirse afortunada y estar agradecida.

—Tenemos agua y comida suficiente, y mucho espacio —dijo él—. Hay suficiente terreno elevado para el ganado y la mayoría ya ha sido trasladado. Tenemos suficiente personal para mover el resto, así que no vendrá ningún helicóptero. Ningún servicio de emergencia te consideraría una prioridad. Lo siento, así que si quieres salir de aquí tendrás que alquilar un helicóptero privado y pagarlo. Si es que hay alguno disponible.

—¡Podías haberme dicho todo esto antes de que llegara! ¡Podías habérmelo dicho antes de que la avioneta despegara!

—Creía que habrías visto las noticias acerca de las inundaciones y que no vendrías porque era peligroso. Si te soy sincero, me había olvidado de que venías hasta que llegaste, y ni siquiera supe quién eras hasta que no mencionaste tu nombre.

—Pero Sonya, mi secretaria, confirmó…

—Sonya habló con Mandy —la interrumpió.

—Mandy…

—Quería que su foto saliera publicada en la revista, a pesar de que iba a romper el compromiso. No tenía ni idea de que había confirmado tu visita. He estado muy ocupado.

—Parece que no hablabais mucho entre vosotros.

—Al parecer no. Yo no me había dado cuenta.

—¿No te habías dado cuenta?

—Odio ese tipo de juegos. Si tenía algún problema debía habérmelo dicho sin rodeos y no tratar de conseguir que yo le preguntara si algo iba mal.

Se quedaron en silencio. Shay no sabía qué decir.

Al final, se aventuró.

—Entonces, ¿probablemente serán…?

—Un par de semanas. Depende de si sigue lloviendo. Si tuviéramos una emergencia médica quizá pudieras marcharte en el helicóptero de rescate. La mujer de un ayudante espera un bebé para dentro de cuatro semanas.

¿Qué estaba sugiriendo? ¿Que le diera un curry extra fuerte para provocarle el parto?

«Quizá si encontrase una escopeta y me disparase en un pie».

Tenía que ser algo leve. Una herida que no pusiera su vida en peligro, pero que necesitara asistencia médica. Algo que le permitiera utilizar el portátil en el hospital y que no le dejara cicatrices.

«Estupendo. Estoy pensando en dispararme para proteger mi trabajo».

Su jefe no esperaría menos de ella.

Trató de controlar su nerviosismo y pensar en lo que significaba estar allí atrapada durante dos semanas. Para empezar, ¿su jefe creería la historia o pensaría que era la excusa para una crisis personal de cualquier clase? Tom Radcliff era poco comprensivo respecto a los problemas de la vida privada de sus empleados.

La edición australiana de Today’s Woman se había lanzado al mercado diez meses atrás. A Shay la habían nombrado editora jefe y la habían destinado a Sydney, en parte porque no parecía tener nada de vida privada. Hasta el momento, el trabajo no había sido exitoso. El número de ventas había sido decepcionante. Shay tenía teorías al respecto, pero Tom no quería oírlas.

Por suerte, los artículos de la campaña centrada en emparejar a rancheros solitarios con mujeres dispuestas a irse a zonas rurales estaban teniendo éxito. Pero debía seguir siendo así, o Tom la enviaría de nuevo a Estados Unidos.

Shay se había esforzado mucho para ejercer la profesión que le gustaba y quería seguir en ella.

El anhelo del éxito la perseguía como un perro salvaje. La despertaba cada mañana con una extraña sensación en el estómago y no la abandonaba hasta la noche. Hacía que comiera delante del ordenador y que gritara en las reuniones.

Para vender la revista en el mercado australiano necesitaba buenas noticias, un buen astrólogo para la sección del horóscopo, una sección de cocina, algunos artículos de reflexión y algún artículo enternecedor. Por eso había ido hasta allí en persona, para relatar el compromiso entre un ranchero y una mujer dispuesta a vivir en el interior de Australia.

Y sin embargo, además de perder el tiempo, lo único que había conseguido era quedarse atrapada.

Miró por el parabrisas delantero y, al ver que el agua invadía el camino, le preguntó a Dusty Tanner:

—¿Adónde nos dirigimos?

—A la casa principal.

—¿Llegaremos? ¿O iríamos mejor en un submarino?

—Éste es el último tramo de terreno bajo.

—A mí todo me parece terreno bajo. ¿Cómo se puede tener un rancho en una zona que es propensa a inundarse?

—Porque es el país que tiene mejores pastos del planeta.

—Cuando no está inundado —añadió ella.

—Has tenido suerte. No suele inundarse así a menudo. Ésta es la primera vez en cuatro años que la pista de aterrizaje queda cubierta por el agua.

—Bueno, soy afortunada ¿no es así?

No se llevaban bien.

De pronto, era como si ambos se hubieran dado cuenta y la tensión hubiera ocupado el vehículo. Shay abrió la ventanilla para que entrara aire fresco, pero el olor a hierba mojada y barro no sirvió para mejorar el repentino sentimiento de claustrofobia.

Dusty manejaba el volante con destreza para evitar los charcos. Tenía los brazos fuertes y masculinos, como los de los hombres que Shay había visto en los gimnasios. Nunca le habían gustado los hombres musculosos. Prefería los hombres civilizados, intelectuales y bien educados.

Quizá Dusty fuera lo bastante educado como para respetar su deseo de permanecer en silencio.

No.

—Estarás bien —dijo él—. Haremos todo lo posible.

—Gracias. ¿Tienes alguna manera de demostrármelo?

—Quizá si te cuento un poco acerca del lugar —dijo él.

—Claro. Si crees que eso ayudará —a lo lejos se veía un grupo de casas en un alto.

—Es un rancho grande, de casi un millón de hectáreas.

—Me gustaría quedar impresionada, pero tendrás que traducirme cuánto es eso.

—Uno coma veinticinco millones de acres.

—Ahora sí, estoy impresionada —sabía que no parecía sincera.

¿Más de un millón de acres? Era enorme. Pero sólo era una cifra, y los únicos números que le interesaban en aquellos momentos era el tiempo estimado que tardaría en salir de allí.

—Muchos lugares como éste pertenecen a industrias agropecuarias internacionales —dijo Dusty—. Tienen varias propiedades repartidas por todo el país, y designan a un gerente en cada una de ellas. Pero nosotros hemos conseguido mantener Roscommon Downs en nuestra familia desde que perteneció a mi bisabuelo. Mi padre está un poco delicado de salud, así que mis padres se han ido a vivir a Longreach, que es el pueblo más grande de por aquí cerca.

—¿Ah sí?

«Se podrá ir caminando», pensó ella.

—Está a trescientos sesenta kilómetros de aquí, y muchos de ellos están cubiertos por el agua —añadió él, como si le hubiera leído el pensamiento.

Shay moriría antes de llegar allí.

—Tenemos buenos trabajadores, once personas sin contar conmigo —continuó él.

—¿Tantos?

—Casi somos un pueblo. Veinticinco personas. Tenemos parejas, niños y una profesora para el colegio. Este año tiene seis alumnos.

La idea de que hubiera otras mujeres y niños la animó.

—Me encantaría conocerlas —dijo ella.

—Mandy no… —se calló.

¿Estaba sugiriéndole que no debía conocer a los demás habitantes del rancho? Llegaron hasta las casas. No había nadie por los alrededores. Shay se bajó del coche y observó el lugar.

Había varios establos y un grupo de casitas. Una de ellas parecía un motel. Tenía una galería, varias puertas y dos habitaciones grandes en un extremo.

Dusty había aparcado frente a la casa principal.

—Ésta es la casa —dijo él.

Era de madera y tenía una sola planta, rodeada por galerías llenas de plantas y construida sobre pilotes de madera. El espacio que quedaba debajo había sido cerrado con un entramado de madera, pero con espacio suficiente como para que circulara el aire.

Shay decidió que estaba lo bastante alta como para que no llegara el agua en caso de que subiera algunos metros más.

Dusty agarró su maleta y la subió como si no pesara nada. Había llevado pocas cosas. Una muda de ropa completa y una prenda extra de ropa interior. El resto de su equipaje consistía en los artículos que habían recibido para el concurso ¿Puede ser escritor?, que habían celebrado en la revista. De todos los participantes habían seleccionado a treinta y, entre ella y dos empleados más, tenían que seleccionar a cinco finalistas antes de que el ganador lo eligiera un jurado profesional.

Al menos, tendría mucho que leer mientras estuviera allí. Y también tendría que lavarse la ropa cada noche.

—Podría alojarte en la zona de hombres solteros —dijo Dusty—, pero seguramente estarás mejor aquí.

Al llegar arriba, Shay contuvo la respiración. El lugar era precioso. Tanto la galería como el interior tenían el suelo de madera color teka. Los muebles eran de estilo oriental y un par de sofás de rayas azules y crema invitaban a sentarse. A su lado, un par de maceteros azules con plantas.

Siguió a Dusty y resistió la tentación.

Al pasar por el comedor vio una vitrina en la que se guardaba la vajilla de porcelana y la cristalería, y en las paredes había colgados varios dibujos infantiles dedicados a la abuela y algunos cuadros.

Era curioso cómo habían equilibrado los colores. Y era evidente que la persona que había decorado el lugar, la abuela quizá, tenía estilo.

—¡Esto es maravilloso! —exclamó sorprendida.

—Sí, aunque mi madre se llevó las mejores cosas a Longreach —dijo Dusty y miró a Shay como diciéndole que sabía perfectamente lo que ella había creído que iba a encontrar. Unos paneles de metal a modo de pared y una pila llena de cacharros sucios.

La llevó hasta un dormitorio que daba a la galería y que estaba decorado de la misma manera. Era un lugar fresco y tranquilo, con libros, una mecedora y un ventilador en el techo. Shay supo enseguida que en cuanto Dusty le dijera dónde podía enchufar el cargador del teléfono y el ordenador se sentiría muchísimo mejor.

Pero no fue así.

Se sintió mucho peor.

Porque cuando encendió el ordenador después de que Dusty se hubiera marchado, descubrió que Sonya le había enviado un mensaje urgente hacía media hora.

 

¡Estamos en crisis, Shay! ¡Olvídate del artículo del romance australiano! ¡Tom quiere verte mañana en Nueva York!