Boda de papel - Lilian Darcy - E-Book

Boda de papel E-Book

Lilian Darcy

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Julie Gregory, madre de alquiler, era de pronto la única madre del bebé que llevaba en las entrañas. ¡Y el padre de éste ni siquiera sabía que su mujer la había contratado para tener el bebé! Sin embargo, el millonario Tom Callahan no estaba dispuesto a renunciar a su descendiente, razón que lo llevó a forzar un frío matrimonio de conveniencia... Pero enamorarse apasionadamente de su nuevo marido no fue la mayor sorpresa: ¡estaba embarazada de gemelos! Con todo, Julie sabía que su corazón estaría siempre vacío si no obtenía el mejor regalo posible: el amor de su esposo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 148

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Melissa Benyon

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Boda de papel, n.º 1120 - junio 2020

Título original: The Baby Bond

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-097-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Y POR FIN, el marido de Loretta.

Julie sólo tuvo unos segundos para formarse una idea del hombre que había estado casado con su prima. Tom Callahan se acercaba hacia ella sobre el reluciente suelo de aquel espacioso y frío despacho.

Vio que era alto, moreno, de piel bronceada; llevaba un traje de algodón y tenía más de treinta años.

Y, sin tiempo para más, ya le había dado la mano para saludarla. Se miraron en silencio, sin saber qué decirse, cómo empezar.

A pesar de la presión del instante, el roce de su mano le resultó agradable.

Entonces, con cautela, a modo de tributo a ese primer encuentro, le dio un abrazo. No le pareció raro. El martes anterior, en el funeral de Loretta, también la habían abrazado personas desconocidas.

–Julie –dijo él al cabo. Su voz sonó más profunda de lo que lo había hecho el día anterior por teléfono.

–Tom.

Era fuerte, atlético. Podía sentir los duros músculos de sus antebrazos, así como los de su pecho fornido. No había esperado encontrarse con un hombre tan potente. Pero así era mejor: en esos momentos, necesitaba tener dónde apoyarse.

Sólo entonces comenzó a darse cuenta de la importancia que, a partir de ese momento, tendría ese hombre en su vida.

Sus ojos eran negros y brillantes, y su tupido cabello, un poco despeinado y largo por el flequillo, invitaba a ser puesto en su sitio con una caricia de mujer.

Cerró los ojos, aspiró su fragancia viril y notó un temblor que contrastaba con la firmeza de Tom.

–Me alegra que hayas venido –dijo éste, con los labios sobre el cabello de Julie.

–Tenía que hacerlo –respondió ella.

Lo cual era cierto, aunque Tom no supiera por qué… Pero lo sabría al término de ese encuentro. Durante el viaje en avión y coche hasta Filadelfia, apenas había pensado en otra cosa. Don Jarvis, asistente personal de Tom, la había ido a recoger al aeropuerto para llevarla al despacho de su superior y casi no habían acertado a cruzar dos palabras. Por suerte, Don había sido respetuoso con su silencio, atribuyéndolo al duelo por la muerte de Loretta.

Cuando Tom la soltó, finalmente, se quedaron mirándose a la cara, sin tocarse, pero aún cerca el uno del otro.

–Es muy duro –comentó él.

–Sí –convino Julie, con un nudo en la garganta.

–Siento no haberte ido a recoger yo mismo.

–¡No, por favor! No hacía falta que alteraras tu horario.

–¿Sabes? Ayer, cuando llamaste… –Tom se quedó callado y negó con la cabeza, incapaz de hallar las palabras–. Mira, voy a darle el día libre a mi secretaria, Marcia, y luego hablamos con calma. Tenemos que hablar sin que nadie nos interrumpa. Siento que no pudieras localizarme antes del funeral.

–Yo también. Lo intenté.

–Estuve un par de días de viaje.

–Y Loretta no tenía tu dirección ni tu teléfono apuntados en ningún sitio obvio. Miré en sus papeles por encima, pero…

–Ya sé que lo intentaste –aseguró Tom–. Y te lo agradezco. Estos días habrán sido terribles para ti. Discúlpame sólo un segundo.

Salió del despacho y Julie lo oyó dar un par de instrucciones a su secretaria.

Le dio tiempo a pensar, a sentir la creciente inquietud que había comenzado cinco días atrás, a las pocas horas de enterarse de la muerte de Loretta. ¿Por qué le había costado tanto encontrar alguna referencia sobre el paradero de Tom Callahan entre los papeles de Loretta? ¡Era su marido! Y, sin embargo, no daba la impresión de que a Tom lo hubiese sorprendido que no hubiera podido localizarlo.

Algo no encajaba. En absoluto.

Después de cinco noches sin dormir bien, estaba agotada. Se hundió en uno de los dos sillones de cuero que daban a la ventana, con vistas al lago Diamond, y la belleza de la vista pareció serenarla. Comprendía perfectamente que Tom hubiera escogido un lugar así para pasar el verano; lo que no entendía era…

Había regresado. Puso una bandeja sobre la mesita que había junto a ella y tomó asiento en el sofá de al lado.

Había llevado café. Dos tazas humeantes. No le apetecía demasiado, pero necesitaba algo con qué ocupar las manos.

–Sí, gracias: con leche y azúcar, por favor –respondió Julie. Quizá tomar algo dulce aliviaría las ganas de vomitar que llevaba sintiendo toda la mañana.

–Ya veo que no te preocupa mucho mantener la línea –bromeó él con cuidado.

–No mucho.

Pero él sí se estaba fijando en el cuerpo de Julie. Y, a pesar de las ojeras que se abolsaban bajo sus ojos azules, después de cinco días de fatiga y estrés, era una mujer muy guapa.

Llevaba el pelo recogido sobre la cabeza, y sólo escapaban a su peinado algunos cabellos rubios que caían ondulados sobre la suave piel de su cara. Tenía pecas en la nariz y, sin duda, la boca más sensual y generosa que jamás había visto.

Le tembló el pulso y tiró una cucharada de azúcar sobre la bandeja. No pasó nada. Metió la cucharilla en el azucarero de nuevo, pero su torpeza lo perturbó de todos modos.

No había pensado en absoluto en cómo sería la prima de Loretta. Desde luego, no se le había ocurrido que pudiera encontrarla atractiva, aunque, quizá, la suave melodía de su voz al teléfono debería haberlo avisado.

Pero no quería sentirse atraído hacia ella. Era un hombre sin ataduras emocionales; nadie que lo conociera cuestionaría su derecho a dicha libertad y no quería que aquella situación compleja se complicara todavía más. Se trataba de poner fin, no de empezar nada. Tras ese encuentro, no volverían a verse.

Dejó a un lado sus instintos masculinos y, después de echarle una segunda cucharada de azúcar, le entregó la taza.

–Dijiste que fue un accidente de coche –arrancó Tom, decidido a afrontar lo más doloroso cuanto antes–. ¿Fue rápido?, ¿conducía ella?

–La policía me dijo que fue instantáneo. Para los dos. Iban a más de cien kilómetros por hora.

–¿Para los dos? –preguntó él, aunque tampoco estaba demasiado sorprendido. Sobre todo, teniendo en cuenta todas las ocasiones en que había supuesto que Loretta estaba sola y luego no había sido así.

–Había otra persona al volante –dijo Julie, tras aclararse la voz–. Un hombre.

Lo soltó como quien se desprende de un fardo. Le habría gustado haberlo preparado un poco, aunque, al final, no le habría quedado más remedio que contarle la verdad. Además, si Tom Callahan había ido directo al grano, ella no tenía por qué andarse con rodeos.

Con todo, se sentía incómoda. Estaban hablando de la mujer de Tom. De acuerdo, tal vez la pareja hubiera estado atravesando algunos problemas. La misma Loretta le había hablado de su separación, de los intentos de reconciliarse, del bebé que los dos deseaban… y que no habían conseguido, a pesar del tratamiento contra la esterilidad.

Pero Loretta seguía siendo la mujer de Tom y hasta hacía sólo una semana no habían desaparecido las esperanzas de reconducir su matrimonio con éxito. O eso había creído Julie hasta el domingo anterior.

–Se llamaba Phillip Quinn –lo informó ella–. Según su familia, eran amantes. Lo siento, Tom.

Se obligó a mirarlo y vio una máscara de hielo, en vez de la expresión incrédula y desesperada que había esperado. Incluso ella parecía más afectada por… ¡No tenía sentido!

Extendió un brazo para agarrarle la mano, instintivamente, para soltársela después de acariciarle el dorso unos segundos. De fondo, se oyó el motor de la lancha en que Don Jarvis la había llevado a aquel despacho. Supuso que, en ese momento, estaría conduciendo a la secretaria de Tom hacia la costa.

–Yo también lo siento –dijo éste al fin–. Mira que morir de esa forma… ¡A cien kilómetros por hora! Demasiado rápido para ir por la ciudad.

–Pero…

–¿Creías que me sorprendería? –preguntó Tom con calma–; ¿que me dolería?

–¿Saber que tu mujer y otro hombre…? Pues claro.

–Julie, Loretta ya me fue infiel hace cinco años. Más de una vez. Por eso nos separamos. Los trámites del divorcio no fueron nada agradables, pero todo terminó hace tres años. Luego la vi dos veces, en ambas ocasiones porque ella me lo pidió… Y las dos veces fue incómodo. Sí, hubo un tiempo en que fue gran parte de mi vida, y nadie se merece morir así, tan joven; pero ya no puedo llorar por Loretta. Si tenía un amante y era feliz con él, me alegro por ella. Quizá estaba empezando a aceptarlo por fin.

¿Tom y Loretta estaban divorciados? ¿Y qué era eso de que Loretta hubiera aceptado nada en absoluto? Le pareció que el despacho se desmoronaba y la cara de Tom Callahan tomó un color amarillento, para terminar desapareciendo por completo.

Julie notó que se desvanecía, dejó la taza de café sobre la mesa y se hundió en el sofá.

Cerró los ojos. No cuestionó ni un segundo la veracidad de aquellas palabras. De hecho, tenían mucho sentido. Divorciados hacía tres años… Por eso, al buscar en casa de Loretta, le había costado tanto encontrar el teléfono o la dirección de Tom en su residencia del lago. Y explicaba también la inquietud que había empezado a sentir al registrar los papeles de Loretta, así como la certeza de que las cosas no eran tal como ésta le había ido contando.

Loretta había mentido. Y tal vez a sí misma tanto como a los demás.

 

 

–Sólo es un bache. Una separación temporal. Los dos necesitamos un poco de espacio. Pero si pudiera darle un bebé… Él siempre ha querido tener hijos. Y ahora mismo me da igual mi trabajo. Sólo quiero formar una familia –le había dicho dos meses atrás Loretta–. Esto de la esterilidad está arruinando nuestro matrimonio, Julie. Por eso decidimos que nos dejáramos de ver durante el verano, mientras yo buscaba una madre de alquiler… Ya no podíamos aguantar juntos. Nos estábamos haciendo mucho daño, discutíamos por tonterías y luego llorábamos, nos pedíamos perdón y hacíamos promesas que volvíamos a romper dos días más tarde. Lo único en lo que hemos estado de acuerdo últimamente era en la idea de contratar a una madre de alquiler.

 

 

¿Por qué había mentido de esa manera? Esas mentiras habían cambiado su vida por completo.

–¿Estás bien? –oyó que Tom le preguntaba, débil su voz entre la bruma que la envolvía.

Se forzó a abrir los ojos y respiró profundo dos veces para recuperar la calma; pero el estómago se rebeló y le provocó una náusea.

–Tienes mal aspecto –dijo él, preocupado.

–Sí… estoy embarazada –repuso Julie. Se quedó a la espera de una reacción. Dudaba que Loretta le hubiera dicho nada al respecto.

–Voy por galletas y un vaso de agua –dijo él, poniéndose en pie–. Y por patatas con sal. No te muevas, ¿vale? No tardo nada.

Julie intentó levantarse, decir algo amable, pero él ya se había marchado. Se quedó donde estaba, luchando con su estómago revuelto. En los últimos días, se había ido convirtiendo en una molestia familiar.

Se preguntó cómo era posible que Tom hubiera sabido tan rápidamente cómo aliviar las náuseas del embarazo. Una o dos semanas atrás, ella misma no habría tenido ni idea de lo necesarias que podían ser las galletas y las patatas saladas durante los primeros meses de un embarazo.

Supuso que la fatiga contribuiría a que la sensación de arcada fuese tan fuerte: era la pariente más cercana de Loretta y, como tal, había tenido que ocuparse de todos los papeleos. No había contado con la ayuda de otros familiares, ni de ningún amigo cercano de su prima y, en definitiva, había trabajado sin descanso durante cuatro días seguidos.

Y aún no había terminado. El piso de Loretta seguía siendo un caos. Habría sido más fácil de haber contado con el apoyo del padre o la madre de Julietta, pero ambos habían fallecido. Tía Anne sólo había vivido cinco años más que Jim, el querido padre de Julie. Y la madre de ésta, Sharon…

Bueno, su madre era muy feliz en esos momentos, así que tal vez no fuera justo que Julie hubiese cargado con toda la responsabilidad, sin poder pedirle ayuda. Mathew Kady, el segundo marido de su madre tenía treinta y siete años, aspiraba a ganarse la vida como actor y Sharon Gregory estaba obsesionada con conseguirle alguna oportunidad.

Había conservado el apellido de Jim en segundas nupcias, para poder presentarse como la representante de Matt Kady, sin revelar los intereses encubiertos. Por otra parte, parecía odiar que Julie tuviera ya veintitrés años, pues una hija tan mayor la hacía sentirse vieja.

En realidad, era este distanciamiento con su madre lo que la había empujado a irse de California para regresar a Filadelfia, donde había vivido hasta los nueve años. Y así había sido, por supuesto, como había intimado con Loretta durante los tres meses anteriores, después de trece años sin verse lo más mínimo.

–Toma.

Tom había vuelto, con un vaso grande de agua helada, un paquetito de galletas saladas y una bolsa de patatas.

–Lo siento –se disculpó él, mientras le daba el paquete de galletas–. Son con sabor a Bovril.

–¿Eso qué es? –preguntó Julie, tomando el paquete de todos modos.

–Una salsa de los ingleses, con mucho cuerpo. Estuve allí de viaje el mes pasado y… bueno, siempre estoy de broma con mi hermano Liam. He decidido darle a probar el aperitivo más extraño del mundo –contestó Tom, sonriente, como intentando arrancar una sonrisa también de ella–. Tiene dieciséis años y viene mucho por aquí en verano.

–¿Y qué le han parecido estas galletas? –preguntó Julie, interesada.

Era una bendición poder hablar de un tema sin importancia. Sabía que Tom la estaba distrayendo adrede y le agradecía su consideración.

–Todavía no las ha probado –explicó Tom–. De momento, sólo le he dado ketchup, perritos calientes y galletas con sabor a cebollas en vinagre.

–¡Qué ricas! –exclamó Julie.

¡Sí señor!, gritó Tom para sus adentros. No duró mucho. Como un rayo del sol, que atraviesa un cielo encapotado y se apaga después de brillar un instante, Julie esbozó una sonrisa amplia y radiante, que iluminó toda su cara y lo hizo imaginársela de pequeña, como una niña traviesa que caza ranas y se sube a los árboles.

Julie echó mano al paquete y le dio un mordisco a una de las galletas. Para su sorpresa, tanto el estómago como las glándulas salivares lo agradecieron.

–Lo estás pasando mal –comentó de pronto Tom.

–Sólo estos últimos días.

–¿De cuánto estás?

–No mucho. De unas seis semanas, según el médico. Cuatro desde que… bueno, concebí. Me hice el test este mismo viernes. Loretta… no llegó a enterarse.

–Así que estás al principio –comentó él, con cierta tensión en la voz, acaso por la mención de su ex esposa.

–Sí.

Julie esbozó una sonrisa tensa. En efecto, era el principio de un tremendo cambio en su vida. Hacía días que no paraba de replanteárselo todo; ya se sentía profundamente unida al bebé que crecía en sus entrañas. Aunque en un principio sólo había accedido a alquilarse como madre, hasta que el bebé naciera, ya sabía que era algo trascendental, que importaba más que cualquier otra cosa, y si Tom no hacía frente a la situación y le ofrecía lo que ella quería…

–Las náuseas dan igual –dijo Julie con firmeza–. Ahora mismo, este bebé es lo más importante del mundo para mí.

–Me alegro –repuso él, con gesto enternecido–. Los bebés despiertan nuestro amor, lo mejor de nosotros… De veras que me alegro por ti, Julie.

Ésta concibió esperanzas. Sí, Tom era un hombre sensible. Quizá pudieran arreglarlo, encontrar alguna solución a ese desastre.

Entonces, él le miró la mano izquierda. Frunció el ceño al ver que no llevaba anillo y supuso que Julie no estaba casada… Ya tendría tiempo de saber por qué.

–¿Seguro que estás bien? –prosiguió Tom al ver el gesto desencajado de Julie–. Podemos salir a tomar un poco de aire. Si quieres, comemos algo fuera. Corre un poco de brisa.

–Perfecto.

Él sí que parecía perfecto. Tan amable y atento. Tener a alguien que se preocupara por su bienestar le resultó extraño y maravilloso al mismo tiempo. ¡Se había sentido tan sola desde el domingo anterior!

La estaba sujetando por detrás y su mano parecía una tenaza de terciopelo en torno al antebrazo. La manga de su camisa le rozaba la piel desnuda del brazo. Julie notó el calor de su cuerpo contra su espalda y, por un momento, se dejó caer para apoyarse en el pecho de Tom.