Lo mejor de Alexandra Södergran: Un tipo peligroso - Alexandra Södergran - E-Book

Lo mejor de Alexandra Södergran: Un tipo peligroso E-Book

Alexandra Södergran

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Lo mejor del mundo sensual y peligroso de la autora Alexandra Södergran.Esta edición contiene 8 relatos eróticos:Manos mágicasEl macho alfaUn tipo peligrosoEl mayor deseo de una doctoraPremeditación y alevosíaMetamorpherosLa filmaciónLa caída del Primer Ministro-

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Alexandra Södergran

Lo mejor de Alexandra Södergran: Un tipo peligroso

 

LUST

Lo mejor de Alexandra Södergran: Un tipo peligroso

Original title:

Alexandra Södergran compilation 2

Translated by: LUST Copyright © 2015, 2020 Alexandra Södergran and LUST, an imprint of SAGA, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726649024

 

E-book edition, 2020 Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

Manos mágicas

 

—¿Te cuento algo? No tengo permitido contarlo, pero... —hizo una pausa y tomó un sorbo de café.

—¿Qué? —pregunté.

—No. —Tragó saliva y dio una rápida cepillada a su abrigo. Golpeó uno de sus tacones contra las baldosas del piso, mientras cruzaba sus piernas una y otra vez. Frunció los labios como si intentara desesperadamente detener las palabras que luchaban por salir a borbotones.

—Ay, vamos ya, ¡dilo!

—¡Sí, está bien! —Suspiró con fuerza—. Pero prométeme que no pensarás que soy extraña.

—Por favor, Eva, no pensaré que eres extraña. ¿Qué pasa? ¿Qué es eso que te mueres por contar?

Eva se pasó los dedos por el cabello, se mordió el labio y dijo: —Por Dios, no sé ni cómo explicarlo.

Sus ojos recorrieron el cafetín y los míos también. En una esquina, había tres hombres sentados en una mesa. Estaban subcontratando electricistas. El que estaba tatuado se inclinó sobre la mesa y giró un destornillador en sus dedos. Los otros dos tenían los brazos cruzados y hablaban en voz baja. Siempre se tomaban su tiempo para almorzar, para planear reuniones o lo que fuera que hicieran. La mayoría de las veces simplemente parecían tomar café y contar chistes subidos de tono. Pero al menos, eran un agradable espectáculo para nuestros ojos.

Desde donde estábamos sentadas no podíamos escuchar lo que decían —ni ellos a nosotras— pero, aun así, Eva sentía la necesidad de bajar la voz hasta susurrar: —¿Recuerdas el nuevo centro de masajes que descubrí?

Yo asentí.

—El chico apuesto de la República Checa.

Volví a asentir y ya estaba prácticamente acostada sobre la mesa.

—Bueno, ayer, nosotros... —Se detuvo y humedeció sus labios— llevamos las cosas al siguiente nivel. —Sonrió con una chispa de picardía en sus ojos; exhibía una fachada sofisticada y experimentada, se sentía tan cómoda en su piel y era tan provocadoramente arrogante que su felicidad era contagiosa.

Me sentí embriaga por el simple hecho de estar sentada frente a ella.

—No sabía que salías con alguien —dije.

—No estamos saliendo —Sonrió y sacudió la cabeza—. Bueno, eh…

Volvió a dudar y, durante un breve instante, pensé que se arrepentiría y no me contaría nada. Pero luego dijo: —Lo hicimos sobre una camilla para masajes.

—¿¡Qué!? —Golpeé la mesa con mis manos.

Eva trataba de mantener la compostura y disimular su sonrisa sin éxito. Estaba radiante.

—Ay, por Dios, fue maravilloso. No tienes ni idea. Nunca me sentí tan especial. Puedo decir con seguridad que fue el mejor masaje que he recibido y sabes que no es la primera vez.

—¿Que te dan masajes o que follas?

Ambas reímos y bromeamos, de vuelta a la adolescencia.

—Por favor, cuéntame más —rogué—. No aguanto la curiosidad. Tienes que contarme todo con lujo de detalle.

Y así lo hizo.

—Eran las cinco de la tarde de un día muy ventoso y hacía un frío inclemente, empezaba a atardecer, pero entrar a ese lugar es algo increíble, la temperatura te hace sentir como si acabaras de bajar de un avión en Grecia o en algún lugar parecido. Es un ambiente interior maravilloso, cálido y acogedor, con velas aromáticas de lavanda y alfombras sedosas. Parece la sala de tu propia casa. Te sirven té y la música de fondo es una suave melodía hindú para meditar, proveniente de las cornetas diseminadas por el lugar.

Las paredes son tan gruesas que te aíslan del barullo citadino. Simplemente encantador. Es como una atmósfera de preacondicionamiento. Te preacondicionan para hacer que te relajes desde el momento en que entras. La sola idea me hace sentir muy bien. ¿Me sigues?

En fin, esa tarde en particular tenía algo de diferente. Él estaba triste, como fuera de sí. No quería contarme qué le pasaba, pero hice que se desahogara y no iba a tomar un no por respuesta. Él siempre me brinda mucho placer y era una forma de retribuirle el favor. Nos conocemos y, en muchos sentidos, lo conozco mejor que a muchas de las personas con las que he trabajado durante años o con las que he jugado a balonmano desde niña. Supongo que se debe a todos los momentos íntimos que hemos compartido. Nada más piensa en todas las horas que ha pasado Sr. Matej dándome masajes, con sus manos sobre mi piel en total silencio. En ocasiones, he llegado a sentirme eufórica. Debo decir que puede llegar a ser mejor que el sexo. Bueno, a veces.

Pero aparte de esto, somos unos perfectos desconocidos. ¿Entiendes? No sé nada de él ni de su vida privada. ¿Tendrá familia? ¿Esposa? ¿Hijos? Hasta ese momento, no tenía idea, pero ahora sí.

Mierda, era tan evidente... pero quizás no puedes ver las cosas que ni siquiera llegas a imaginar. Bueno, como sea. Me dijo que tiene dos hijos adultos —un hijo y una hija—y que ya se habían ido de casa, aunque él no aparenta más de treinta y seis años. Tal vez los tuvo siendo muy joven. Puedo imaginarlo, convertido en padre cuando tenía apenas dieciséis años o algo así. Se ve muy joven y firme como una roca, ya sabes, el tipo sereno y seguro de sí mismo; un verdadero macho. ¿Pero sabes qué me dijo? Que su esposa lo acababa de abandonar.

No logro entender por qué o quién haría algo así. ¿Quién en su sano juicio dejaría a un hombre así? Habrá conocido a alguien más joven. Pero a lo que vamos, no parecía molesto con ella, parecía más bien inconsolable y me sentí muy mal por él. Quería consolarlo, decirle que todo iría bien y que el dolor pasaría, pero adivina qué me dijo. Me dijo:

—Llevo toda la vida casado con ella. ¿Qué voy a hacer ahora?

¿Ahora entiendes por qué quería abrazarlo? Pero ya estaba acostada en la camilla de masajes y sentía que todo era nuevo. Todo había cambiado. Todo era diferente. Ya no había línea divisoria entre el hombre real, que me había revelado cosas sobre su vida privada, y el Sr. Matej, el masajista anónimo y discreto con manos mágicas. Entonces, cuando me empezó a tocar, verdaderamente sentí sus manos. ¿Me entiendes? Y fue demasiado para mí, no pude relajarme en lo absoluto.

—¿Estás tensa? ¿Te sientes estresada? —me preguntó—. ¿Te molesta algo?

—Lo siento, pero solo puedo concentrarme en ti ahora —dije.

—Ay no, cariño, no debes pensar en mí. Estaré bien. Ahora mismo estoy aquí exclusivamente por ti. Mi trabajo es lo único que me ayudará a olvidar. Me siento mejor al saber que te hago sentir bien.

Me dijo esas cosas con un acento encantador y hay algo en su voz que resulta tan maravillosamente cálido como la magia que es capaz de crear con sus manos.

Respiré profundamente y exhalé. No sé de donde salió esto, pero lo cierto es que le dije:

—De acuerdo, pero necesito que hagas algo diferente hoy. ¿No tienes algún tratamiento especial? ¿Una especie de “todo incluido”?

Las palabras simplemente escaparon de mi boca. Es decir, no pude contenerme y las palabras brotaron rebosantes de tensión sexual, e inmediatamente pensé: «¿Qué acabo de decir?». Parecía una estúpida, prácticamente mendigaba por sexo. Claro que él reaccionó. La atmósfera en la habitación cambió drásticamente, había un silencio incómodo y yo estaba muy avergonzada, así que respiré profundo y pensé: «Esto no me matará y tampoco es el fin del mundo».Empezó a masajear mis hombros, como lo hace normalmente. Es un experto en encontrar los nudos que se esconden en mis músculos. Ni siquiera tiene que buscarlos, los detecta con una especie de sexto sentido. Entonces siguió masajeando mis hombros, mi cuello, mi espalda y los lugares donde acostumbro a acumular tensión. No me tomó mucho tiempo perder la noción del tiempo y el espacio. Cuando me relajo a ese extremo, soy capaz de dejarme llevar, y ya no me sentía avergonzada por lo que acaba de pasar. Ya estaba hecho. Lo había olvidado y supuse que él también. Pero no lo había olvidado.

Me pidió que me acostara boca arriba. Me dio una pequeña toalla para cubrirme los senos. Otro detalle particular de ese lugar es que hay un espejo gigante en el techo, justo encima de la camilla de masaje, me parece algo pornográfico. No entiendo la razón para ubicarlo justo allí, pero ¿qué sé yo?

En fin. Cerré los ojos y disfruté del masaje facial en mi frente, sienes, mejillas, parpados, nariz y demás. Sus manos mágicas me recorrían con increíble ternura. Al contrario de lo que sentí cuando aplastaba y torturaba mis músculos minutos antes, era delicioso, me hacía sentir renovada. Sentía descargas eléctricas que salían de sus dedos y se metían bajo mi piel, y estaba genuinamente feliz, una felicidad inexplicable que hace a tu cuerpo hervir de dicha. Luego empezó a masajear el resto de mi cabeza y cuero cabelludo. Por Dios, se sentía tan bien. Era el cielo.

Siempre ha sido maravilloso estar ahí, pero esta vez fue diferente desde el principio. Estaba realmente involucrado. A veces era como tener dos pares de manos encima. Estaban las manos fuertes del brusco Sr. Matej, que masajeaban mis músculos hasta que apretaba la mandíbula del dolor; y las del bondadoso y cariñoso Sr. Matej, que me acariciaban con delicadeza.

—Me gustaría masajear tus senos —dijo él.

Y, ¿qué crees que le contesté?

—Sin objeciones, su señoría.

Me habló del origen del dolor en los músculos, la zona en que los hombros se desplazan hacia adelante y donde tiende a acumularse la tensión. Pero yo solo podía concentrarme en sus manos sobre mis senos. Me encanta cuando un hombre se toma su tiempo para acariciarme los senos. ¿A quién no? Especialmente si el hombre pellizca ligeramente los pezones, los succiona y los lame. Por Dios, qué delicia. Claro que no esperaba eso en ese momento, pero no podía dejar de fantasear y estaba muy excitada.

Si tan solo él supiera las veces que hemos tenido sexo en mi imaginación. Las fantasías se volvieron parte de mi rutina. Iba a casa, abría una botella de vino y acariciaba mi clítoris con la sensación de sus manos aún en mi cuerpo. Pero como bien sabes, ninguna fantasía puede competir con la realidad y lo real estaba cada vez más cerca.

—Eva, para el tratamiento especial que pediste —dijo, y desperté de mi sueño—, debo masajear todo tu cuerpo.

—Está bien —le contesté. A esas alturas me moría de curiosidad, y entonces añadió:

—Trabajaré cerca de tus partes íntimas porque necesito llegar a cada rincón donde puedas estar acumulando tensión. Quiero abrirme paso por todo tu cuerpo para que puedas alcanzar una relajación total —dijo.

En ese momento, mi corazón latía con fuerza. ¿Qué me estaba ofreciendo exactamente? Explicaba que la gente a veces necesitaba más de una sesión para poder llegar a una relajación total, pero que le encantaría probar esto conmigo ahora. Le di mi permiso. Bueno, me sentí como... no sé cómo me sentía. Como si estuviera en el cielo. Puede sonar cliché, pero era una sensación extraordinaria. Quería rendirme y quedarme bajo el hechizo de sus manos para siempre.

Al fin comenzó. Se llenó las manos de aceite y las llevó a mis senos. Los cubría por completo a medida que los acariciaba. No había ni una pizca de protocolo profesional en sus maneras. Te lo digo en serio, lo estaba disfrutando. Mis pezones estaban tan erectos que se podía cortar vidrio con ellos. Apretaba mis senos y los masajeaba con grandes movimientos circulares. Tuve que abrir la boca para contener un gemido que terminó escapando a mis labios sin remedio, y también eché un vistazo, ¿tú no lo habrías hecho? Levanté la cabeza con cuidado, abrí los ojos y miré hacia abajo. Me preguntaba si tendría una erección.

En efecto, estaba excitado y sus pantalones lucían muy ajustados. Estaba a mi lado en ese momento, el simple recuerdo me excita. Imagina la escena: yo semi-desnuda y acostada en la camilla, ¡y él tocando mis senos con su erección! Cuando se estiró sobre mí, su entrepierna apuntó directo a mi rostro. Su pene estaba hinchado, lleno de sangre, y parecía luchar por escapar de sus pantalones. Una ráfaga de fragancia salvaje que no correspondía ni a perfume ni a loción para después de afeitar, sino a su aroma natural. Creo que era la esencia de su pene; animal, dulce y varonil.

Estaba alborotada. Podía sentirlo, era obvio lo que iba a suceder —sería mío— pero primero dejaría que me diera un masaje. Se podría decir que tenía las manos sobre el premio. Descendió por mi estómago y deslizó los dedos dentro de la toalla. Miré al espejo, admirada por el trato que recibía, y pensaba en su pene.

Luego dijo:

—Voy a necesitar que te quites tu ropa interior.

Solo nos tomó un segundo. Levanté mi trasero, me quitó las braguitas de un tirón y las tiró al suelo. Sus manos estaban por todos lados. Casi todos. Todos excepto dentro de mi vagina. ¿Puedes imaginar lo que eso me provocó? Estaba tan excitada que debo haber dejado rastros de mis fluidos en la camilla. Estaba tan excitada que sentía todo mi cuerpo en llamas. No sabía qué hacer conmigo misma, pero no me podía seguir engañando. Empecé a tocarlo, elevé y separé bien las piernas para mostrarle mi vulva, pero él, pacientemente, llevó mis piernas de nuevo a la mesa y continuó masajeando mis muslos. Era brusco y tierno al mismo tiempo y lo disfrutaba plenamente, eso era obvio. Yo estaba ahí acostada fantaseando con tener su pene en mi boca. Conoces esa maravillosa sensación de insaciabilidad. No podía evitarlo. Pero entonces, en medio de una situación tan erótica, se desplazó hacia abajo y empezó a masajear mis pies, un cambio total. Era delicioso y agradable, pero ya había llegado demasiado lejos como para perder el tiempo acariciando mis pies. Había un pene palpitante dentro de esos pantalones y yo me sentía como su nueva dueña. Solo Dios sabe lo mucho que había esperado ese momento. Su despliegue de autocontrol era impresionante y también el mío, supongo.

—Eres tan hermosa—dijo finalmente.

—Gracias. Y tú eres tan sexi que quiero darte una mamada —contesté.

Creo que se sonrojó, pero no estoy segura, la habitación estaba en penumbras. Ahora puedo decirte que en ese punto estaba preparada para cualquier cosa y para todo. Estaba excitada y desinhibida, no había límites. Es decir, estaba allí acostada y totalmente expuesta y no sentía una pizca de vergüenza. Después de todo, iba a recibir una buena tajada.

Fue hermoso observarle mientras se desnudaba. Cuando se arrancó la camiseta y reveló su desnudez en pleno, froté mi clítoris y nuestras miradas se encontraron. Fue un momento íntimo y yo estaba tan extremadamente excitada que destilaba. Mis fluidos habrían servido como aceite para masajear mi cuerpo y el suyo. Se quedó allí parado, mirándome, estudiándome, con su pene duro como una roca. Podía sentir un orgasmo acechándome sigilosamente, el primero de muchos.

Un hormigueo recorrió mi cuerpo entero. Gracias a ese masaje, tenía consciencia de cada célula de mi cuerpo. Y entonces él se arrodilló. Dejé de tocarme porque sabía lo que venía a continuación y pasé mis dedos por su melena castaña y rebelde. Entonces sentí su lengua directamente sobre mi clítoris. Creo que empecé a sacudirme sobre la camilla. Gritaba. No, gemía, gritaba con fuerza. Me temblaban las piernas y me pregunté si alguien me habría escuchado, pero la verdad es que no me importaba. Por Dios, qué desempeño excepcional. Me sonrió, probablemente satisfecho consigo mismo. Y, ¿sabes qué? Solo era el comienzo. No bromeo.

Se subió encima de mí. Sujeté su pene con avidez; deseaba tenerlo dentro de mí. Está muy bien dotado, tiene un pene hermoso y enorme, con solo un poco de vello púbico alrededor de las bolas, bien recortado. ¿Sabes eso que dicen de que no hay dos penes iguales? Es verdad. Se acomodó y apoyó todo su peso sobre mí. Me rodeó y me apretó con los muslos. Llevó mis brazos por encima de mi cabeza y entrelazó nuestras manos. Nos acoplamos con un vínculo total y completo. Luego empezó a frotarse contra mi cuerpo aceitoso, pero sin penetrarme. Me cubrió como un capullo... bueno, algo así. Rozó su punta mojada con mi clítoris, hacia arriba y hacia abajo. Subía hasta mi ombligo y bajaba hasta una zona en la que un simple movimiento de su cadera bastaba para penetrarme, pero no lo hizo. Siguió con su enloquecedor movimiento. Lo más apasionante era sentir su grueso y pegajoso glande deslizándose sobre mi clítoris. Con cada roce me sentía cada vez más cerca del clímax. Mantenía el ritmo perfecto.

En el espejo del techo podía ver su bonito y suave trasero subir y tensionarse cuando descendía. Su espalda describía pequeñas ondas. Tiene un cuerpo hermoso. Movía los dedos de sus pies de forma graciosa, los estiraba y al final parecía como que temblaran. Quizás disfrutaba el más mínimo detalle. Pero, en fin, seguimos haciendo eso durante un rato. Me hacía cosquillas en el ombligo con su pene, dejando un rastro pegajoso, y luego volvía a bajar hasta mi clítoris. Estaba tan cerca de mí que cuando su barba incipiente rozaba mi mejilla, emitía un gemido encantador, áspero y ronco. Le levanté el rostro para estudiarlo, pero solo hizo una mueca mientras yo disfrutaba tanto. No sabía quién acabaría primero, seguramente yo, otra vez. Por Dios, qué orgasmo tan maravilloso. Cuando acabé, se prolongó durante un largo tiempo y entonces sentí que otra explosión se aproximaba. Fue la primera vez en mi vida que experimenté múltiples orgasmos.

Me rodeó con su cuerpo y siguió deslizándose por mi ranura, arriba y abajo, hasta llegar al clítoris. Luego lo escuché rugir. Derramó una cascada de semen sobre mí. No te imaginas lo sexi que fue. Semen caliente y maravilloso esparcido por mi estómago, mis senos, mi cuello e incluso por mi barbilla. Nos besamos durante un tiempo, besos largos y deliciosos. Besa maravillosamente bien y sus labios son suaves. Sin exigir demasiado, podía sentir su lengua moverse. Sabía lo que hacía.

No había necesidad de pausas. Bueno, al menos yo no la sentí. Seguimos, todos pegajosos por el aceite y por todo lo demás. Frotamos nuestros cuerpos tanto como pudimos y nos subimos el uno sobre el otro. Cambiábamos de posición con cautela para no caernos de la camilla.

Y debo decir que es como un dios griego, como Janus, pero mucho mejor, porque el Sr. Matej es real. Con solo pensar en él muero de ganas y me provoca querer hincarle el diente a ese lindo trasero. Estaba aferrada a él, me sentía tan incansable y tan excitada que literalmente parecía no poder saciar mi apetito por él, incluso creo que empecé a estimularme con uno de sus muslos. Las cosas fluyeron, en medio de todo se sentía increíble poder tocarnos así. Y, gracias al aceite, nuestra piel se deslizaba con facilidad. No creo que pudiese dejar de sonreír.

Después de un tiempo, se bajó de la camilla y susurró:

—Ahora regreso.

Me quedé acostada contemplándome en el espejo. Estaba atónita e incrédula. ¿Cómo pasó todo esto? ¿Qué estaba pasando exactamente? Ciertamente no podía haberme imaginado todo eso hora y media atrás. Empecé a acariciar mi clítoris, era muy placentero observarme y me sentí muy sexi.

Cuando regresó, parecía avergonzado.

—No tenemos condones en la oficina —dijo.

—Toma uno de mi bolso. Tengo muchos —respondí yo.

Volvió a montarse sobre mí. Escucha esto, fue divino. Se tomó su tiempo para conseguir mi punto G con movimientos lentos y acertados. Esa es la única forma de lograr un orgasmo vaginal y rara vez sucede. Cómo logró hacerlo de esa forma tan espectacular, no lo sé, y creo que nadie lo sabe. ¿Quizás también tiene un sexto sentido para ello? Tal vez no se trate exclusivamente de sus habilidades para el masaje. ¿Tal vez percibe las necesidades de una mujer de forma única? O quizás sea igual de bueno con los hombres.

El caso es que acabé tres veces más mientras me penetraba, y no nos detuvimos allí. Tenía la libido de un chico de dieciocho años. Usamos todos los condones y pensar en todo lo que me hizo. Lo tuve en mi boca, en mi trasero, entre mis senos. No es una exageración decir que obtuve justo lo que necesitaba; me llenó por completo. De ahora en adelante, es mi ídolo y santo de mi devoción. Solo un santo o un dios puede saber tanto y ser capaz de darlo todo. Olviden su nombre, Sr. Matej, tengo un mejor nombre para él. De ahora en adelante, le llamaré Janus. ¿Cómo se le ocurrió a su esposa dejarlo? ¡No lo entiendo!

Interrumpí a Eva para decirle que tal vez su secreto no era saberlo todo sobre las mujeres, sino que los dos encajaban perfectamente como dos piezas de un rompecabezas. Ella simplemente me miró con picardía y soltó una risita. Había algo que aún no me había dicho. El tiempo se nos había pasado tan rápido que el descanso para el almuerzo había terminado. Teníamos que volver al trabajo o podríamos recurrir a nuestro horario flexible para librar la tarde.

—No fue más que una cogida —dijo ella—, y punto.

Y creo que lo dijo en serio. No creo que me escondiera nada, no había necesidad. Sin embargo, me inquietaba algo. No acostumbraba a contarme ese tipo de cosas, y su historia me había excitado en sobremanera.

Era muy tranquila y suelta. Normalmente haría un comentario corto que lo explicaba todo. Teníamos una forma de entendernos sin necesidad de tantas palabras, como cuando estás en una fiesta y quieres decirle algo importante a alguien, pero no quieres que nadie más lo escuche. Bueno, tenemos una comunicación prácticamente telepática. Le basta con levantar las cejas, sonreír de cierta manera o agitar la cabeza con discreción para que yo pueda descifrar lo que piensa o lo que quiere decir. Y ella hace lo mismo conmigo. Podemos, por ejemplo, ojear un par de tipos apuestos y decir algo como:

—¿Qué opinas?

—Mmm.

—Pero...

—No, lo prometo. Ni en chiste.

—Está bien.

—Entonces, ¿te animas?

—Ajá, pero después de esta canción.

Así que, sabiendo con quién se quedará cada una (siempre lo sabemos) y tras haber comprobado que es seguro coquetear con ellos, nos las arreglamos para que nos seduzcan, una mera formalidad. Pero ahora, no estaba segura de entender su mensaje. Me sentía excitada y confundida. ¿Quién era el tal Sr. Matej?

Esa misma tarde fui al centro de masajes, tenía que saberlo. No fue difícil encontrarlo, el letrero de neón con letras de estilo oriental y colores llamativos destacaba de manera brillante y audaz en un entorno por lo demás muy gris. Había una hermosa mujer en la recepción, rubia, joven, con mejillas ligeramente sonrojadas y rebosante de confianza. Tragué saliva y, a decir verdad, llegados ese punto estaba bastante nerviosa.

—Bueno, me gustaría ver a... Matej —dije.

—¿A cuál de los dos? —preguntó ella.

El mundo se detuvo y mi mente se quedó en blanco. La recepcionista siguió revisando el archivo. La historia de Eva pasó rápidamente por mi mente, las imágenes se intercambiaban entre sí, pero seguía sin entender lo que ocurría.

—¿A cuál de los hermanos quieres ver? ¿Milan Matej o Adam Matej? ¿O te es indiferente?

Mi cabeza daba vueltas. Maldita sea, Eva. Me había atrapado. ¿Había dicho la verdad? Todos esos orgasmos. Un hombre fornido y guapo entró a la sala de espera. Supongo que nos había escuchado hablar. Me miró como si hubiera estado esperando a alguien sin saber muy bien qué esperar.

—Eres... ¿Susanne? —preguntó él.

Yo asentí. Me ofreció una sonrisa brillante e impecable. —Sí.

—Pasa, pasa, estoy libre para ti ahora. —Nos estrechamos la mano y él se presentó como Milan. Milan Matej. Me guió al interior de la habitación y no podía dejar de mirar la camilla para masajes. Era grande.

—Eva me llamó —dijo él, y caminó hacia la puerta lateral. La abrió con una sonrisa cálida—. Mencionó que tal vez vendrías y estamos emocionados de que lo hicieras. Eva nos cae muy bien. Este es mi hermano, Adam.

El hombre que entró por la puerta era su viva imagen. La única diferencia era que Adam no sonreía. Era el de los ojos tristes, pero cuando me vio allí de pie con la boca abierta, una pequeña sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca.

—Entonces Eva te jugó una pequeña broma. ¿No sabías que éramos gemelos? Eso es gracioso —ambos rieron—. Dijo que pasarías por aquí y que podrías estar interesada en duplicar el servicio, por así decirlo.

Y por supuesto que estaba interesada.

El macho alfa

 

El montacargas se dirigía a toda velocidad hacia un montón de cajas y el chirrido de los neumáticos retumbaba en el enorme almacén, pero logró evitar el obstáculo, al más puro estilo de un esquiador alpino pasando una bandera de eslalon. Y luego frenó, con tal fuerza que parecía como si las ruedas delanteras hubieran quedado pegadas al piso de cemento, justo al lado de un grupo de muchachos. La puerta del conductor se abrió y Lucas emergió del vehículo de un salto, llevando una tablilla con sujetapapeles bajo el brazo y una flamante sonrisa en el rostro.

Nina lo observaba mientras seguía con su rutinaria tarea de doblar cajas de cartón. Admiraba su cabellera hermosa y ondulada, que el sol había empezado a decolorar, y se deleitaba con su espalda ancha. Un tipo delgado saludó a Lucas con un movimiento de cabeza y Lucas le respondió con una palmada firme en el hombro, haciéndole perder el equilibrio.

Los muchachos del grupo se amontonaron alrededor de Lucas, con miradas llenas de respeto y admiración. De alguna manera, siempre terminaba siendo el centro de atención y los demás estaban más que dispuestos a cederle ese puesto. Hacía gestos exagerados mientras les contaba algo que los hacía doblarse de risa. Dramatizaba relaciones sexuales, moviendo sus caderas lascivamente y las risas no paraban. Nina sintió que sus mejillas se sonrojaban y bajó la vista de inmediato, pero cuando volvió a levantarla unos segundos más tarde, no pudo evitar mirarle. Lucas.El maravilloso, encantador y sensual Lucas.