Locus amoenus - E. Nimian - E-Book

Locus amoenus E-Book

E. Nimian

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Beschreibung

Wens siempre ha vivido bajo la sombra de sus dos brillantes hermanos mayores. Cuando logra ingresar a la misma escuela que ellos, espera seguir sus pasos, pero lo que no imaginaba era que la excelencia académica no es lo único que los distingue. La escuela está infestada de criaturas espectrales, y sus hermanos, lejos de ser solo estudiantes destacados, son guerreros en una batalla secreta contra los monstruos que acechan en las sombras. Ahora, Wens deberá decidir si tiene lo necesario para unirse a la lucha. Esa, al menos, es una parte de la historia. El resto es un poco más deprimente. Pero sí, hay peleas contra monstruos, lo prometemos.

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Seitenzahl: 461

Veröffentlichungsjahr: 2024

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E. NIMIAN

Locus amoenus

E. Nimian Locus amoenus / E. Nimian. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5480-2

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

PRÓLOGO: Samhain

LOCUS HORRENDUS

PRIMERA PARTE: Pascua

SEGUNDA PARTE: Saturnalia

ANEXO: Lista de referencias directas a la cultura popular

Out on the midnight, the wild ones howl

The last of the lost boys have thrown in the towel

We used to believe we were stars aligned

You made a wish, and I fell out of…

Time.

The Days, Tim Bergling

PRÓLOGO

SAMHAIN

Time’s gonna work you over

Vale, Clari y Guada han iniciado sesión

—Bueno, dale: contanos.

—Yo quisiera, guada, pero es mucho más divertido quedarme mirando a la nada(?). No, en serio: es muy largo. Es muy pesado: tronamos.

—PRFFFFF. ¿Entonces para QUÉ nos hiciste venir?

—No, sí. O sea, les voy a contar, pero no funcionaría igual de bien si antes no me quejara(?). La cosa es que quiero empezar, pero, siempre que trato, no me gusta lo que escribí y tengo que borrarlo todo. Es como que la idea de contarlo resulta más atractiva que el acto de hacerlo en sí. Lo sigo postergando porque pienso “naah, seguro me sale mucho mejor dentro de un tiempo”. Además, cada vez que pienso en lo largo que es, muero de fiaca (?).

—Podrías empezar por el principio…

—Oooh, GRACIAS, guada: semejante practicidad jamás habría acudido a mi cabeza por sí sola.

—Je je.

—¿Nos va a contar o no? :P

—Eso: basta de rodeos. El pueblo quiere saber!

—Díganme cómo empezar, entonces, si es tan fácil.

—Tiempo y espacio.

—Tiempo: un jueves de primavera a eso de las once de la noche. Espacio: la cosa empieza en el baño de un departamento, en un edificio chiquito, en una zona residencial de las afueras de la ciudad, por San Isidro. Es un barrio de casas, más que nada, casas grandes muy lindas y árboles, bicicletas, paredes de ladrillo cubiertas de hojas, muros de arbustos, etc. No como esas zonas residenciales feúchas y todas pavimentadas, sino de las otras que están llenas de naturaleza y hacen que el barrio en sí tenga algo de bosque. Así que este edificio, en donde está el baño, es el único complejo de departamentos en su calle y tiene solo tres pisos.

—¿Tres pisos contando la planta baja?

—¿En total?

—Jaja: preguntamos lo mismo.

—Sí: en total. O sea: planta baja y dos pisos más. El departamento del que hablo está en el primer piso, arriba de la planta baja.

—¿No les parece re molesto que “primer piso” no sea técnicamente el “primer piso” nunca? Es confuso lo de planta baja.

—Ah re que confuso. Es muy simple: planta baja vendría a ser piso 0. El siguiente, piso 1.

—No hagas cuete, vale.

—A mí también me molesta, jaja, por eso lo aclaré. Bueno, ya dije tiempo y lugar, guada: tu método es un asco(?).

—De acuerdo a mi guía de lengua del colegio, ahora vendrían los personajes.

—Pero no, boba. Que describa más el lugar. Es un baño, ok, pero no me puse del todo en ambiente. ¿De qué color son las baldosas?

—Blancas, es casi todo blanco, cual vómito de neonato(?).

—Wacatelas.

—Bueno, es un baño, por si no les quedó claro, en su mayoría de color blanco. Sobre el inodoro hay una ventana cuadrada bastante alta, de ese vidrio grumoso que impide que desde afuera se vea lo que hay adentro, pero se puede abrir la parte de arriba si uno se sube al bidet. Cuando te asomás, si girás la cabeza para el costado, se ve un paisaje de techos de casas y, en el fondo, la línea del horizonte consiste en los edificios, bastante lejanos, de la parte más urbana de la ciudad. La contaminación lumínica hace que las nubes se vean de color violeta grisáceo. PARECE que dentro de un rato se va a largar una tormenta. Los cables de luz se mueven con el viento y hay bastantes relámpagos, que centellean como las luces de un boliche celestial detrás de las nubes. De vez en cuando, los techos y las siluetas de los edificios se alumbran repentinamente. Latigazos de violeta. Volviendo adentro del baño, no es un asco, pero está un poco desordenado. Sobre el lavatorio, blanco, hay un estante de vidrio en donde hay un vaso de plástico para cepillos de dientes, un tubo de pasta sin tapita, una botella de enjuague bucal azul, una pinza de depilar y un peine fino.

—¿Tanto detalle es necesario?

—No(?).

—¡Ahora sí: personajeeeeees!

—Es un chico de diecisiete años, pelo castaño, robusto y está en calzoncillos. Tiene la mejilla aplastada contra el asiento del inodoro y está mirando el agua. Más específicamente, está mirando las perlitas de saliva que giran en el agua. ¿Vieron cuando tenés náuseas, pero no te sale vomitar, así que escupís? Bueno, era lo que este chico llevaba haciendo un rato bastante largo. Se siente tranquilo, pero no muy bien, porque, justamente, tiene náuseas. Y las tiene porque, como es… digamos “propenso a hacer cosas no muy inteligentes de vez en cuando”, más temprano se había comido entera una caja de pizza. El cartón, quiero decir, no la pizza. Así que en fin: está ahí, arrodillado, con la cabeza en el asiento del inodoro, esperando con paciencia a ver si vomita.

—El chico es Bas, ¿cierto?

—Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia(?).

—Aah, entonces es ESA historia…

—¿Qué te dije sobre hacer cuete, vale?

—No hagamos cuete ninguna de nosotras(?). Pobre Bas: veo que continúa por su jovial senda de autodestrucción(?).

—Por qué tenía que comerse una caja de pizza…

—¿Porque es Bas?

—Yo jamás dije que fuera Bas. Cuestión que Bas está solo en el departamento, porque la mamá trabaja hasta tarde, como ya saben, y el hermano mayor salió. Sus pensamientos de momento se limitan a las gotitas de saliva, pero el placer de la distracción le dura muy poco, porque pronto todas se fusionan convirtiéndose en una más grande cuyos movimientos no son tan gráciles y, juntas, se impiden mutuamente el avance. Sin incorporarse, levanta los ojos hasta un rincón del baño, en donde hay un peine rosa en el piso atrás del bidet, típico que lleva bastante tiempo ahí y nadie lo movió. Y como que le da esa sensación que a uno le da a veces, cuando está tirado y quieto, y tan metido en sus propios pensamientos que parece que el mundo físico perdiera consistencia. Siente que el peine es totalmente inaccesible, como si existiera en otro plano de realidad, porque, aunque se quiera mover para ponerlo en su lugar, está tan cómodo y atrapado dentro de su cabeza que no tiene ganas de gastar energía en hacerlo. A veces pasa, ¿no les pasa?

—Sí, tal cual. Es tipo: debería levantarme de la cama para agarrar ese papelito y ponerlo sobre la mesa, pero… meh.

—Exaaacto.

—Y ni siquiera es que se necesita estar pensando en algo fijo, porque pueden pasar veinte minutos en los que no se te ocurrió nada y solamente se te fue el tiempo mirando el no tan distante papelito.

—O, en este caso, el peine.

—Bueno, sí: no piensa en nada y piensa en todo a la vez. Podés tener mil televisores encendidos enfrente de tu cara y no prestar atención. Más o menos así, Bas tiene presentes todos los millones de detalles que conforman su realidad inmediata y no se fija en ninguno. Hay, es verdad, una cuestión que particularmente lo inquieta, pero esa es justo la cosa en la que menos tiene ganas de pensar.

—Yo sé qué es.

—No sabés ni papa(?). No, posta que no es lo que pensás: es otra cosa.

—Oooh!

—¿Te cuento o no?

—Vos ignorala y contá. Igual, sería mucho más útil si nos explicaras mejor en qué está pensando Bas o en qué situación está. Digo, ya que de momento no parece que vaya a pasar nada más…

—Ya saben cómo es: no se va a poner a seguir ninguna línea de pensamiento. Además de que no quiere, es un chico bastante disperso. No es fácil empezar a pensar en algo coherente cuando estás ahí tirado en un limbo mental que te separa del plano físico en el cual los peines rosas reposan detrás del bidet pidiendo rescate. He una vez. Melifluorescente blancheness opagada por ruidoso malestar estomacal. Cuerpo débil. Día difícil. Not in the mood for more jokes. Náuseas hacen transpirar. Brazos mojados. Resbalan contra inodoro. Pero asiento calentito. Shall remain here for a while. Mañana no clases. Fea sensación rutinaria de noche de semana reemplazada por alivio masivo de fin de viernes, aumentado por día extra. Breve lapsus de paz gracias a un feriado. Alegría de octubre. Pronto vacaciones quizá no otorgadas por circunstancial de causa desaparecido. A no pensar en eso. Caja de pizza no cumplió objetivo. Y ahora negándose a salir. Bufonada fallida. Pero, mientras Caleb no se entere, bufonada exitosa. Tiempo de vomitar. Mandíbula libre de temblores. Mejor inclinación susceptible de facilitar el proceso. ColOquE la cabEza dEntro del vÁter. GIre a la derEcha. Not working. Why? WHY OH GOD WHY. Debo… sobrevivir… la maldición de la caja de pizza… Debo… poner peine… en su lugar. No hay caso. Frente contra interior de inodoro. Flequillo mojándose. Recipiente físico gastado al máximo de su capacidad. Causas: noche de insomnio, clases aburridas, trote en gimnasia, corrida en pasillo, pies aplastados adrede por multitud, entre otras cosas, ingesta de cartón, ausencia de cena. Recordatorio: mamá va a llegar en cualquier momento. Recordatorio auxiliar: no puede saber que comí cartón. Nota mental: traer tele al baño la próxima vez.

—Encima no aprendía la lección: ese chico me mata(?).

—Ah, vale: si conocieras a Bas tan bien como YO, no harías esa clase de comentarios(?). Además, ya sé lo que pasa ahora: llega la mamá, le pide a Bas que vaya a buscar al hermano a la fiesta de los vecinos, él sale, se encuentra con Lisa y PAF: vomita.

—Esperá un segundo, guada, que vale no tiene idea de cómo es la parte de afuera del edificio y, si le resumís todo así, no se va a poder imaginar nada.

—Eso es lo de menos: me adelantó todo. Y no entiendo cómo el chico salió si estaba lloviendo.

—No, no llovía. Mucho relámpago, mucho viento, pero al final habían caído dos gotitas miserables y ya.

—Ah, sí: como el otro día. Vaya desilusión.

—Me megarrecontra hicieron perder el hilo. Sí recuerdo que Bas se encuentra con Lisa y vomita en el patio del edificio antes de salir, pero eso ya lo dijo guada.

—Yo ahora estoy un poco confundida, porque mi idea era que Bas debía de ser un chico medio bobo, pero alguien así jamás usaría la palabra “auxiliar”(?).

—A lo mejor, de tanto juntarse con Caleb, adquirió vocabulario(?).

—Aaah, como yo no sé nada del supuesto Caleb ni de cuál es su onda(?).

—Jaja: “supuesto”.

—Iba y le decía “si ese es tu verdadero nombre…”.

—“Y, si lo es, qué onda con ese nombre”.

—vale sigue fastidiando con el nombre, for some reason.

—Y seguirá hasta que se lo aclaren.

—¿Sabés la cantidad de cosas que faltan por aclarar? No les dije ni un uno por ciento, todavía. De hecho, solo pensarlo me da fiaca y me hace querer desviar el tema.

—Gracias, vale.

—Bueno, bueno, venías bien. Entonces, ¿Bas sale del edificio ahora, no?

—Damas y caballeros, Bas ha dejado el edificio(?).

—Ignorala. ¿Limpió el vómito al menos? XD

—Noup. Ahí quedó, para la posteridad(?). Es que podría seguir, pero siento que se pierden miles de detalles, contándolo así.

—Como lo de la pinza de depilar, eso fue épico: la historia no sería la misma sin ella(?).

—Bueeeeeh: no ESA clase de detalles. Detalles importantes, que construyen la atmósfera.

—Yo estoy bien. Vos seguí contando así y, cualquier cosa, te preguntamos.

—Eeeh… *está dos horas en silencio.

—Genial, vale, ahora vamos a estar ocho horas para que el pobre Bas llegue a la otra esquina(?).

—¡Ah, eso! Ahora que ya había vomitado y se sentía bien, Bas le manda un mensaje a Caleb para decirle que va a ir para su casa después de buscar a su hermano. Porque Caleb lo había invitado antes, pero, como Bas se sentía mal, no le había contestado.

—¿No habían estado juntos ese mismo día? Es que yo creo recordar que Caleb estaba con Bas cuando se comió la caja de cartón. De hecho, que habían apostado, me parece.

—Sí, pero algunos amigos no son tan ortivas como vos, guadi, y se ven varias veces al día fuera del colegio.

—Auch(?).

—Bueno, pero, ahora que se siente bien, lo mensajea diciéndole que ya va. Antes tiene que cruzar la calle e ir a la casa de esta chica Cecilia, que es del colegio también, y que estaba dando una fiesta con otros compañeros de ellos, en donde estaba el hermano de Bas.

—¿Todo el colegio vive en la misma calle o qué?

—Es San Isidro, vale.

—¡Eso! Cállese, citadina horrible(?).

—Jaja. En fin: Bas va para allá, toca el timbre, por suerte le abre solo Cecilia, que le dice que el hermano de él no está, que se fue con más chicos para otro lado. Así que Bas le avisa esto a la mamá por whatsapp y se va para lo de Caleb, cuya casa queda a cinco cuadras de ahí. Espérenme un segundo, que ya vuelvo.

—Bueno.

—Ok.

—Lalalala.

—¿Y qué contás, vale?

—No mucho. Pensaba en que no nos enteramos de cómo fue la conversación con Lisa.

—Ah, yo ya lo supe antes. Me re olvidé, claro, pero no creo recordar que fuera nada digno de los bardos(?). Ponele que él le decía “estaba pensando en tal cosa” y ella “ah, bueno”. No insiste porque sabe que Bas siempre está haciendo bobadas sin sentido, como si en ello se le fuera la vida(?).

—¿Solo eso?

—Le preguntaba por Caleb, además.

—¿Quién a quién?

—Ella a él. Si Caleb estaba bien. Creo. A lo mejor lo soñé(?).

—¿Por qué si estaba bien? ¿Por qué no lo estaría?

—Pooooorque Caleb llevaba bastantes días sin ir al colegio porque lo habían suspendido por haberle pegado a otro chico. Si no recuerdo mal, le había partido una bandeja en la cabeza.

—Mmm, bueno. ¿Algún dato más que me quieras contar, para ponerme en contexto? Tipo la precuela(?).

—Nah, aguántate y esperá.

—La amable guada.

—Re que me dijiste que no te spoilereara.

—Pero no que me spoilerees, sino que me cuentes cosas que ya debería saber. Teniendo que enterarme de todo así, se pierden detalles: es verdad.

—No recuerdo nada primordial ahora mismo. Si se me ocurre, te digo. Además, recién empieza xD.

—Volví. ¿Dónde estaba?

—Bas va a lo de Caleb.

—Eso. La casa le queda bastante cerca. Dado que es tarde y no quiere despertar a todos, se mete por la ventana, dando golpes en el vidrio como suelo hacer.

—¿Son estas horas de llegar? –me dice Caleb, después de abrirme–. Te mandé el mensaje antes de las nueve.

Luego de haberme sentado en el alféizar, me introduzco en la habitación y mi amigo cierra la ventana.

—Estaba ocupado –me excuso–. Otro día te contaré la historia… Además, en el camino me encontré con Lisa. Me preguntó…

—Tenés un aliento a vómito terrible, Bas. ¿Se te escapó la caja de pizza, no es cierto?

—No.

—Sos un animal. Mirá que haberte comido esa porquería…

—¡Pero si vos me desafiaste!

—Sí, pero después te dije que no lo hicieras. Y dejá de hablar, que vas a apestarme todo el cuarto. Te voy a traer enjuague bucal.

Sale Caleb a buscarme lo que dijo y yo me siento en el puf azul. Me gusta estar en el cuarto de mi amigo, porque ya lo conozco bien y estoy acostumbrado a sus rincones. Odio los lugares nuevos. Tanto, que he borrado el recuerdo de haber venido por primera vez. Es como si siempre hubiera sido familiar. Sobre el escritorio, junto a la computadora encendida, están dos de sus cuadernos del colegio abiertos, tal y como quedaron cuando me fui, ya que hoy vine más temprano para pasarle lo que habíamos hecho en clase. Lleva dos días sin ir. Y odia tener que faltar, porque dice que mis apuntes son una vergüenza y es verdad.

—Me encontré con Lisa –repito, mientras él vuelve a entrar, trayendo dos vasos, uno con enjuague bucal y otro con agua.

—¿Ya se te salió todo, no es cierto? –me pregunta él, cerrando la puerta con el pie–. Porque, Bas, como llegues a vomitar en mi cuarto de nuevo…

—No vomité –aclaro. Pero, aun así, tomo los dos vasos que me ofrece.

—Ajáh. ¿Qué dijo Lisa?

Bebo un trago de enjuague bucal y me pongo a hacer buches muy largos antes de hablar, con el fin de causarle suspenso. Caleb se sienta en la cama.

—Voy a tener que llamarla, igual –refunfuña–, para pedirle los apuntes de Biología. Los tuyos dan lástima.

—Le dije que era muy lindo salir de noche y que las cosas se sienten más importantes que durante el día.

—Obviamente. De noche uno experimenta con más fuerza la sensación de que puede hacer cosas importantes, porque el mayor factor alienante, la gente, está dormido y no es un impedimento.

—Y me preguntó si estabas bien.

—¿Qué le dijiste?

—Que sí. ¿Viste mi dibujo?

—Tomate el agua. ¿El de tu carpeta? Sí. ¿Todavía te duelen los pies?

—No es nada.

—Bueno, no te preocupes, que el lunes ya voy a volver.

—¿Para qué me habías llamado, por cierto?

—Para nada. Llegaste muy tarde. Estaba experimentando un weltschmerz muy molesto por culpa de un cómic y esperaba que me distrajeras. Pero ya más o menos se me pasó.

—Ah… ¿Y querés hablar de eso?

—¿Querés escucharlo?

—Quiero comer.

—Acabás de vomitar.

—Tengo hambre.

—Bueno, mi papá está durmiendo y no podemos bajar. Si hubieras aceptado lo que te ofrecí esta tarde en lugar de bobear como siempre, ahora no tendrías ese problema.

—¡Vas a volver el lunes, Cal!

—Sí.

—¿Impaciente?

—Mucho.

—¡Te van a mandar a hablar con Betty de nuevo!

—Ah, Betty, Betty… ¿No me dijiste que la viste hoy?

—Ayer me hicieron ir a su oficina para charlar sobre vos.

Caleb, sentado en su cama, tiene una mano adentro de la otra mientras sonríe un poco.

—¿Qué te dijo de mí?

—Nada. Me preguntó cosas que quería saber. Y cómo me sentía yo con que te hubieran suspendido, pero eso fue al final, creo que casi por educación. Seguro el lunes te hacen ir a verla otra vez.

—¿No se te habrá escapado nada, no es cierto?

—Nope. ¿Qué le vas a decir cuando te vuelvan a llamar?

—No practiqué un discurso, honestamente.

—¡Juguemos! Yo soy Betty y vos sos vos –diciendo esto, me levanto del puf con entusiasmo–. ¿Qué tal, Caleb? ¿Cómo estuvieron estos días? ¿Te aburriste mucho?

—Siempre me aburro, Betty.

—¿Ah, sí? ¿Siempre te aburrís? ¿Por qué?

—Vos sos la psicopedagoga: esperaba que me lo explicaras.

—Y, en efecto, puedo hacerlo muy bien, Caleb, porque, como psicopedagoga y tutora de tu división, te conozco mucho más de lo que vos te conocés a vos mismo. Ustedes, pobrecitos, no pueden entender las cosas que les pasan, por mucho que todo se reduzca a si sus padres los quisieron o no. En fin, a lo nuestro: mi deber, ya lo sabés muy bien, es mantener a los estudiantes adentro de las descripciones que tengo en estas tarjetas, entregadas a mí por la Asociación Nacional de Psicopedagogía, Regulación del Comportamiento Juvenil y Mantenimiento de las Reglas Básicas de Conducta. No te preocupes de que sean obsoletas: están bien actualizadas, porque las normas cambian todos los años y la asociación se encarga de enviarme las nuevas cada vez que esto pasa.

—No es por cuestionar tus títulos, pero eso parece una baraja francesa.

—Es natural que no entiendas su complejo lenguaje. Como ves, hay algunas azules y otras rojas. Las azules están bien. Casi todos tus compañeros encajan en las azules. Tu problema es que te he asignado una de las tarjetas rojas. Las rojas, como las caritas enojadas que a veces recibimos en nuestra tarea, no son buenas. Así que vamos a tener que esforzarnos mucho en convertirte en tarjeta azul. Todos, tus papás, tus maestros, tu dentista y mi marido, con quien hablo de vos cada noche y ambos te compadecemos, estamos de acuerdo en que tu vida sería mucho mejor si fueras tarjeta azul. Verás –empiezo a pasearme–: utilizando mis habilidades de psicopedagoga y pedagoga y psicoanalista he llegado a la conclusión de que tu problema se basa en lo que dice esta pequeña tarjeta aquí.

—¿Y qué dice?

—Dice: perfil prohibido número dos. Reconocibles por ser: causapreguntones, lógicademandones, agresivomostrones, risasuprimones, cejalevantones, maestrocuestionones, gentecriticones, ojosblanquiponones, sarcasmoingeniones, aulabostezones, reglaignorones y barrigones. De la última podemos excluirte. Pero no entiendo, Caleb, cómo alguien con tus notas puede haber caído en un error que resulta tan obvio para todos los demás.

—Lo de barrigón le sienta mejor a mi amigo Bas.

—Humm, espinosa reacción… Posible sensibilidad orientada a la apariencia física, quizás proveniente de falta de autoestima –hago como que escribo.

—Me da curiosidad saber cuál es el perfil prohibido número uno.

—Demasiada atención en los demás… Vamos progresando, entonces. ¿Qué tan seguido te ves sometido al abuso verbal?

—Cada vez que Bas abre la boca. Podés dejar la pantomima ahora. Estoy feliz, ¿ves? Feliz, feliz, feliz –agarra un cómic que había dejado sobre la cama y lo tira sobre el escritorio–. Feliz, feliz. Bien. Perfectamente confortado.

—Probable delirio y negación histérica…

Caleb me tira un almohadón.

—¿En dónde aprendiste tantas palabras, idiota, by the way? –me pregunta y yo solo contesto riéndome–. Como sea: puesto que tus apuntes fueron inútiles, voy a tener que llamar a Lisa.

—O a Isaac.

—Ni aunque fuera a atenderme en el mismo momento en el que le diera un infarto y así pudiera disfrutarlo. Ya que estás acá, hacé algo útil y copiate mis ejercicios de Matemáticas, que seguro no los vas a hacer y no planeo pasártelos en la entrada como siempre.

—¿Ya los terminaste? –me sorprendo, volteando para encarar su escritorio.

—Están ahí.

—¿Ya te dije que te quiero, Cal?

—Se lo dirías a la misma Betty.

—¿Por qué no? ¡Con todo lo que hace por nosotros!

—A copiar.

—Un segundo, paren todo: ¿cómo es Caleb físicamente? Si no lo sé, no me lo puedo imaginar bien.

—Imaginátelo como quieras.

—No. Me gusta que me den la descripción.

—Lo que cuenta es la esencia del personaje(?).

—Ah, claro: podés llenarme de detalles sobre pinzas de depilar(?), pero decirme al menos el color de pelo de alguien, eso nunca.

—Te dijo el de Bas.

—Pero todo el mundo conoce a Bas(?).

—A mí me intriga saber qué comic estaba leyendo Caleb, jaja. Se me ocurren dos opciones.

—Sí, guada: es una de esas dos.

—Y yo sigo sin mi descripción.

—Él crece y se casa contigo(?). Seguro en algún momento aparece alguna descripción, dale tiempo.

—Ok, pero no entiendo por qué no me lo querés decir.

—Como sigamos interrumpiendo la historia, me voy a egresar antes de que Bas vea el viernes.

—Eso: están destruyendo la continuidad de la cual intento desesperadamente dar la ilusión(?).

—¿Y qué es la vida sino una ilusión de continuidad? (?).

—Esto se está poniendo filosófico, pero gracias: me encanta trabajar en los bolos(?). ¿Puedo agregar a vero?

—Agregala, si querés, pero no voy a empezar de nuevo.

—¡Hola, vero!

—Hooooooooooooooooooola, chicas! ¿Qué hacían?

—Hola, vero.

—¿vero, te acordás de la historia esa que nos había contado clari?

—¿Cuál, guada?

—La de Bas y toda la cosa.

—Aaaaah, la de los chabones esos de San Isidro? No te la había contado solo a vos?

—Trataba de ser solidaria(?), pero bueno. Sí, esa. Ahora nos la está contando a todas, por si querés enterarte de cómo fue.

—Aaaaah, bueno, dale. Obvio que quiero saber lo que le pasó al buen Bas al final.

—De hecho, puesto que acá está vero y se distrajeron un segundo, a lo mejor me pueden esperar media hora. Si no quieren, lo leo cuando vuelvo.

—¿Adónde tenés que ir, vale?

—Podría mentir(?), pero seré sincera y diré que HA está a punto de empezar y no me lo voy a perder. Igual cuando termine vuelvo, como dije.

—!!!!!!!!!!! Bendita seas por recordármelo, vale! Y yo que tenía de fondo una película mala u.u

—Prf.

—¿Justo cuando llego yo, las dos se van?

—No me voy, solo quiero ver qué capítulos dan, pero me quedo. Total es media hora :P

—Nos cambian por LA TELE, vero.

—Así es, querida guadi. Bueno, si querés mientras me podés poner al día y decirme por dónde iba la historia antes de que yo viniera.

—¿Por qué todo el mundo me pide eso? (?)

—Aaaaah, bueno, si no querés, no me cuentes.

—De momento no pasó prácticamente nada.

—Sorry, chicas, pero es un muy buen capítulo XD Así que seguiré contando más tarde.

—Jaja, sí: justo eso te iba a decir, clari, que por fin lo pasan.

—Encima que vengo a leer tus sandeces(?).

—Ay, chicas, ni que no lo pudieran ver por internet.

—Claro, y EN CUALQUIER OTRO MOMENTO.

—No es la misma magia(?).

—Aparte de que justamente no lo podemos ver en cualquier otro momento: solo hoy porque es viernes.

—Vayan a ver su precioso programa. Tienen suerte de que me llamen a comer.

—Jaja, lo del lagarto, vale XD

—Pobre Phoebe XD

—Chicaaas, ya que no van a seguir contando ahora, ¿me podrían decir si alguna pudo descargar las consignas de Kalloway?

—¿Qué dijimos de hablar de tarea mientras están dando HA, vero?

—Ayyy bueno perdón T.T

—¿vero, a vos no se te descargaron?

—Ayyy, nooo, vale. Mil veces traté, boluda. Me sigue apareciendo el archivo ese todo raro ._.

—Mmm, espero que sea porque todavía no lo modificó como dijo, porque, si no, estamos en problemas(?).

—Re que por qué. Si no lo soluciona, no es culpa nuestra, porque no sé cómo espera que hagamos el trabajo si no se abre su cochino archivo.

—Vuelvo y, encima que no dijeron nada en todo este rato, las encuentro hablando de TAREA. Alguien no entendió el concepto de VIERNES A LA NOCHE.

—vero empezó.

—Qué novedad.

—Bueno chicaaaaas, perdón T.T Sigan, sigan hablando del bueno de Bas.

—Eso si vale y clari ya terminaron con sus regresiones televisivas.

—Sí, sí, el capítulo que viene ahora no es tan bueno. Pero la verdad es que no me acuerdo de por dónde iba…

—clari, antes de que retomes, ¿cuál era la página que me habías dicho en donde estaban todos los capítulos?

—Ahí te la pasé en la otra ventana. ¿Pero te los vas a poner a mirar ahora?

—No, no. Es para guardarla, nada más.

—vero, creo que sos mufa(?), porque desde que llegaste la historia no ha avanzado un pelo de caracol (?).

—Pelo de caracol XD Creí que tu hermana era bióloga.

—Y yo creí que me ibas a contar la historia y para eso vine.

—Esoooooooooooooooooooo: historia, historia!

—vale?

—Here(?).

—Ok…

—Bueno… ¿y? ¿Reanudás o no?

—If only(?). Miren… Lo que pasa es que ahora tengo que decirles algo que les va a parecer medio raro y no sé si lo van a aceptar.

—Oh, my(?).

—Channn.

—¿Qué puede ser?

—Unos días antes de lo que acabo de contar, Bas había conocido a un chico que estaba viviendo en la calle, se lo había presentado a Caleb y esa misma noche fueron los dos a hablar un rato con él.

—No veo en eso nada de raro.

—Yo tampoco y me ofende si piensa que acaso discrimino a los vagabundos(?).

—Es queeee todavía no les dije QUIÉN es este chico.

—Ah: ¿es alguien? (?) ¿Quién?

—Es lo que no quiero decirles XD. Me van a pegar(?).

—Puedo pegarte por muchos motivos(?), pero no creo que te pegue por decir un nombre.

—A menos que sea el tuyo cuando te entregue a las autoridades(?).

—Re que por qué me buscarían las autoridades xD

—“Di un soplo a los federales de en dónde está nuestra amiga guada…”.

—xD!! Y después yo “¡Pero les digo que yo no hice nada!” / “No me interesa” y me tiraba por una cascada (?).

—Jajajaja, chicas, no que no me guste la idea de que arresten a guada(?), pero yo quiero saber a quién fueron a ver Bas y Caleb, porque se hace tarde y en un rato debería irme a dormir. Mañana me tengo que levantar temprano.

—¿Se puede saber PARA QUÉ, en el nombre del Señor?

—Tengo que estudiar, guadi.

—Ay, Dios.

—Oh, ángel, no escuches a esta hija DE SATANÁS! (?)

—Jajajaja XD

—vero, a santo de qué vas a estudiar un sábado a la mañana?

—guada, a santo de qué le preguntás eso? XD Como si no la conocieras ya.

—Cierto, es verdad. Volvamos con la historia antes de que vero siga deprimiendo a Springfield(?).

—Eso, clari: ¿quién era el chico cuyo nombre no nos querés revelar?

—Ok, ok. Supongo que no queda procrastinación posible(?). El chico es Victor Kesla.

—…

—Bueh.

—Che, ¿pero cómo que Victor Kesla? ¿EL Victor Kesla?

—El mismo.

—¿Pero qué carambas(?) tiene que ver Victor Kesla con Bas?

—Además, ¿ese chico no estaba en Cambridge?

—O Hogwarts (?).

—Ah re xD Cómo hizo?

—Sorry, clari, pero me re perdiste.

—A ver, cálmense un segundo y dejen que clari explique por qué está haciendo un enchastre tan grande(?).

—Victor se había ido a Cambridge, en efecto, con una beca, pero ya había terminado los estudios, tenía su título y hacía unos meses había vuelto a la casa de su mamá y empezado a buscar trabajo, etc. No sé si se acuerdan de que se llevaba re mal con el padrastro.

—Obviamente.

—Quién podría olvidarlo? xD

—Bueno, los dos habían tenido tantas peleas desde el regreso, que hacía unas semanas que el padrastro lo había echado de la casa y de ahí que estuviera sin un lugar para vivir. Podría haberse ido a lo de sus abuelos, pero no quería. Casualmente, unos días atrás había conocido a Bas. Ahora mismo, Bas y Caleb estaban yendo a saludarlo, porque Victor y Caleb se habían llevado bien. Mientras caminaban, comentaban lo que pensaban de él. “¿A vos te cae bien Victor Kesla?”, había preguntado Caleb.

—Me viene –contestó Bas.

—¿Te viene? No deberías andar por ahí diciendo eso.

—No, Cal. Te estoy contestando, Cal. Pienso que, si cuando una persona dice que alguien “ni le va ni le viene” significa que ni le cae bien ni le cae mal, que ni le gusta ni le disgusta, una de esas dos tiene que significar “agradar” y la otra, “desagradar”. Y, como si alguien te agrada es preferible que venga a que se vaya, deduzco que decir “me viene” significa “me cae bien” y decir “me va”, “me cae mal”.

—Creo que te equivocás, Bas, porque decir que alguien “te va” suena a que te gusta y no a que te disgusta.

—Puede ser, Caleb, pero también “me viene” suena así. Y, en ese caso, decir “ni me va ni me viene” significaría que la persona nos cae mal y nadie lo usa con ese sentido.

—Otra vez le erraste.

—¿Te parece?

—Sin duda, porque, cuando alguien nos es verdaderamente indiferente, la mayoría de la gente no dice que ni le va ni le viene, sino que suben un poco el nivel de la opinión que manifiestan por encima del de la que tienen en verdad y dicen “sí, está bien” o “sí, es simpático”, porque naturalmente tienden a tratar de agradar o a parecer poco conflictivos. Por el mismo motivo, cuando dicen que una persona “ni les va ni les viene”, lo que en realidad sienten hacia esa persona es un tenue desagrado, pero tratan de disimularlo. ¿Entendés?

—Perfectísimamente, Cal. A partir de ahora acordemos que decir “ni me va ni me viene” significa que alguien nos cae mal.

—Hecho. Entonces, vuelvo a preguntarte, que estuviste a punto de hacerme olvidar cómo empezó toda esta charla: ¿te cae bien Victor Kesla?

—¡Victor Kesla me viene y me va!

—Sos un reverendo idiota –Caleb sonrió sin mirarme–. ¿Tanto así?

—¿Y a vos, Caleb?

—No lo sé.

—¿Eso quiere decir que ni te va ni te viene?

—Eso quiere decir que no podría asegurar si ni me va ni me viene o si me viene y me va o si no me viene pero me va. Francamente, no tengo idea. Solo hay una cosa que puedo afirmar: Victor Kesla me inquieta.

—¿En qué sentido? ¿Como vos inquietás a los demás?

—No, no así. No me inquieta por él, me inquieta por mí.

—¿Por qué?

—“‘Cause there’s no room in the light for the white angels in silence” y “This world, silence’s doom to sound…” y todo eso. O sea, miralo, nada más. Es un chico muy inteligente, más instruido que nadie que yo conozca. ¿Cómo pudo terminar así?

—Porque, Cal, a Victor Kesla el mundo no le viene ni le va.

—¿Y qué le hace?

—Le pasa.

—Sí, o se lo pasa. Y eso es lo que me preocupa.

—¿Pasarte el mundo?

—Sí.

—¿Por un lugar sombrío?

—Sí. Y que quiera cobrármela. Pero ahora se me ocurre, Bas, que decir “ni me va ni me viene” es volver transitivos verbos intransitivos.

—¿Qué tiene que ver eso con Victor Kesla? Lo mismo pasa con “pasa”.

—No tiene que ver y depende de en cuál de los dos sentidos lo uses, Bas.

—¡Qué orgullosa estaría de nosotros Paulina!

—Sí: le dimos uso a las clases de Lengua. Ahora escuchame… Por lo que te acabo de decir, tal vez sería mejor que no hablaras con Victor de las mismas cosas que la otra vez. Faltándonos menos de dos meses para terminar el colegio, la verdad es que no son temas que tenga ganas de escuchar. No entiendo cómo a vos te da igual. ¡A menos que esperes vivir de Nam…! ¿O es que ya lo sabías?

—¿Qué cosa?

—Que nos criaban para el matadero.

—¿Para el matadero?

—¿Y qué es Victor Kesla, sino algo así como una vaca que se escapó del matadero y ahora anda por ahí famélica, sin ni siquiera la dignidad y respetabilidad de una hamburguesa?

—Bueno, Cal: nunca se me ocurriría discutir la dignidad de una hamburguesa…

—¡Hablo en serio, Bas!

—¿Y entonces para qué metés hamburguesas respetables en tus metáforas?

—Olvidate. No importa. Y no le digas que estuve hablándote de eso.

—No se lo voy a decir, pero se me hace que esa clase de cosas las aprendiste de él.

Caleb se encogió de hombros.

Victor estaba, como imaginábamos, sentado en un banco en la galería llamada Las brujas, donde durante el día mucha gente solía reunirse, pero que de noche siempre estaba completamente desierta y oscura, hasta el punto de ser un poco escalofriante. Nos sonrió bastante contento cuando nos vio venir.

—¿Qué tal, Cal? –saludó con buen humor a mi amigo–. Hola, Filimóstenes Johnson.

Procedí a negar inmediatamente con la cabeza:

—No, Victor –lo corregí, serio–: yo no soy Filimóstenes Johnson.

—Yo creía que todos éramos Filimóstenes Johnson.

—Sí, eso sí.

—Entonces hola.

—No.

—¿No?

—No, porque, si todos somos Filimóstenes Johnson, vos también lo sos tanto como yo, así que “hola” y “chau” se vuelven obsoletos, porque nunca nos separamos.

—Quisiera saber en dónde escuchaste la palabra “obsoleto” –refunfuñó sentándose Caleb, que detestaba oírnos bromear sobre aquello– tanto como quisiera juntarme con ustedes sin que me hablaran de Filimóstenes Johnson.

—Puesto que es la segunda vez en mi vida que te veo, no parece un deseo tan inaudito –razonó Victor–. ¿Qué tal andan esos rumores que te inquietan?

—No tengo ganas de hablar de eso.

—¿Victor, cómo está todo? –quise saber.

—O, just lovely! A golden river.

—Made of caramel?

—And sunset light.

—¡Solo oír eso me da sueño!

—Yo te veo muy despabilado.

—Porque, antes de venir, consumimos crack.

—Ya me parecía que en vos había algo raro. ¿Qué dice Filimóstenes Johnson sobre consumir crack?

—Que está bien, siempre y cuando no se superponga con su primer mandamiento de trabajar y procrear.

—Cierto que ese era el primer mandamiento. ¿Cuántos había?

—Te seguís olvidando de lo primordial. Así, nunca voy a poder salvarte.

—No te des por vencido: todavía quiero aprender.

—Está bien, aunque sea solo porque me encantan las causas perdidas. Eran cuatro. Filimóstenes Johnson había postulado su doctrina en cuatro postulados sencillos que a otros les habría llevado libros y libros explicar tan bien. Todo para el fácil acceso de los letrados iletrados.

—¿Hay algún motivo especial para que sean cuatro? –sonrió Victor, en tanto Caleb ponía los ojos en blanco.

—Porque –expliqué, ignorando el malhumor de mi amigo– más de cuatro requeriría mucho esfuerzo de memoria para sus seguidores. Además, cuatro es el número sagrado, así como tres, por lo cual los postulados son también tres y, a la vez, dos. Y, por supuesto, uno. Pero también infinitos.

—¿Watta…? ¿Cómo es eso posible?

—Porque se trata de un número natural n que tiende a infinito, pero el secreto descubierto por Filimóstenes es que ese número, que aparece cuatro veces en la fórmula (de ahí, cuatro), es en realidad tres, pero hay otra respuesta posible, que es uno. Y, como existen esas dos respuestas, dos.

—¿Entonces cuáles son esos cuatro o tres o dos o uno o infinitos postulados?

—El primero ya te lo dije.

—Sea. ¿Y los otros?

—Dos: cuestioná todo sin saber nada.

—Creo que ya sé a qué universidad fue Filimóstenes Johnson.

—Tres: en la vida hay que tender al equilibrio.

—¡Siempre, siempre! ¿Y cuatro?

—El cuarto todavía no puedo revelártelo: está reservado para los iniciados. Discúlpenme un segundo, pero catequizar me fatiga.

—Adoro a tu amiguito con toda el alma –comentó Victor a Caleb, al tiempo que yo me alejaba unos pasos para sentarme en la vereda.

—La basedad de Bas acaba volviéndose molesta con el tiempo.

—Siempre que te veo estás de brillante humor, Caleb. En eso pensaba hace un rato. ¿Ya te dije, por cierto, que me recordabas un poquito a uno de mis hermanos?

—Lo dijiste la otra vez, cuando te conté lo de la suspensión.

—Cierto, cierto: tu suspensión. ¿Cuándo te reintegrás a clases?

—El lunes.

—¿Por eso estás tan sonriente?

—No, no es eso.

—¿Entonces qué es, exactamente, lo que te preocupa? ¿Aquello de “Silence’s doom to sound”? No deberías hacerme tanto caso. No me lo hago ni yo.

—¿Estás diciendo que no creés en lo que me dijiste? –Victor se encogió de hombros–. ¿Qué significa eso? ¿Que sí o que no?

—Sí, sí creo. Pero lo creo para mí. Nadie puede decirte cómo van a ser las cosas en tu caso.

—Eso no me ayuda a encontrar una forma de eliminar con certeza cualquier posibilidad de un escenario futuro en el cual yo también esté imaginando que algo me persigue o deseando ser un drogadicto para, al menos, poder explicarme mi fracaso más fácilmente.

—Caleb, vas a estar bien. Haceme el favor de no recordarme las bobadas que digo cuando estoy deprimido o a punto de sufrir un ataque de pánico. A todo esto, ¿por qué Bas se queda lejos? –pronunciada esta frase, Victor lanzó un chiflido para llamarme de regreso.

—Quiere darnos espacio para hablar. No lo hagas volver.

—¿Por qué no? No te alejes, Bas: esta no es hora para andar solo y se supone que acá yo soy el adulto responsable, mientras que vos y tu mejor amigo son menores de edad. No puedo dejar que les pase nada.

—Yo no soy su mejor amigo. Su mejor amiga es Nam.

—¿Nam? ¿Quién es Nam?

—Ni lo intentes –le advirtió Caleb–. No se lo preguntes, porque lo único que va a hacer es mirarte con esa sonrisa de imbécil. No quiere hablar de ella frente a mí, porque se siente culpable.

—¿Culpable de qué? –inquirió Victor.

—De pasar tiempo con Nam.

—Como tenga que volver a preguntar quién cuernos es Nam…

—Te digo: la mejor amiga de Bas, a quien conoce desde mucho antes que a mí, recientemente regresada a nuestra vida. Bas está muy, pero que muy contento de volver a verla –ironizó mi amigo–. Pero le da culpa abandonarme por ella. Y tampoco quiere que ella se junte conmigo, ¿no es cierto, Bas?

—¡Yo nunca dije tal cosa, Cal!

—Pero es así –garantizo Caleb, dirigiéndose a Victor–. No quiere que la vea ni que ella me vea a mí y por eso finge que ninguno de los dos sabe del otro, es decir, que ni ella sabe de mí ni yo de ella, cuando en realidad ambos sabemos muy bien. Por eso Bas se comió la caja de pizza: para sobrecompensar su sentimiento de culpa. ¿Se te hace raro? Se comió una caja de pizza entera, el cartón, toda, hasta el último centímetro cúbico.

—¿Pero vos estás mal? –se espantó Victor, mirándome–. ¿Por qué harías una cosa así?

—Caleb estaba triste.

—Y ahora está tratando de manipularte –sonrió Caleb–. Por cierto, Victor, esta Nam tiene hacia vos los sentimientos más antipáticos. Según Bas, te llamó un millennial de manual y el último niño perdido.

—¡Caleb! –protesté, en tanto Victor se reía–. ¡Yo jamás te dije que eso lo hubiera dicho Nam!

—No, pero ¿quién más te lo iba a decir? No se te iba a ocurrir a vos, vamos, incluso si uno viene de una canción, como creo. Victor, por cierto, Bas no te lo quiere confesar (y ya ves por qué no deberías tenerle tanta confianza), pero Nam te conoce.

—¿Ah, sí? Su nombre no me suena de nada.

—Estuvo en una serie de charlas allá y dice que habló con vos –le contó Caleb–. Porque, para que sepas, es una niña prodigio y ya dejó como dos universidades… ¿O son más, Bas? Perdí la cuenta de las idas y venidas de tu querida Nam. En fin… De hecho, Victor, sus palabras exactas cuando Bas te mencionó fueron: “Lo conozco bien: podría enseñar a veinte centennials a leer un ladrillo como literatura sapiencial. Echaría a todos los banqueros de una película de Disney”. ¿Miento, Bas? ¿O me vas a decir que esto tampoco lo dijo ella, que acaso tenés un tercer mejor amigo del que sí que no sé nada?

—¿Está saliendo con alguien esa Nam? –inquirió Victor.

—Con Bas.

—Ahora que lo decís, creo que ya la ubiqué. Es verdad que la conocí allá, aunque no habremos intercambiado más de tres palabras y no volví a saber de ella. ¡Qué casualidad que fuera amiga de Bas! ¿Decís entonces que ella también volvió a Buenos Aires?

—Contale, Bas. No podés protegerla para siempre –y, como yo no contestara, Caleb se irritó y se volvió él mismo hacia Victor para responder: –Sí: volvió hace una semana. Llevaban como cinco años sin verse ni hablarse. Sebastián, si lo único que vas a hacer es mentir y callarte, pedazo de hipócrita, mejor andá otra vez a sentarte ahí lejos.

—Eso fue un poco gratuito, ¿no te parece? –lo reprendió Victor, una vez yo hube obedecido.

—No lo conocés. Además, nos escucha perfectamente.

—Suena muy divertida esta Nam. ¿Sabés? Me hizo acordar… Vi un video una vez… Una entrevista que se le hizo a un psiquiatra ridículo que hablaba de los millennials con toda la soberbia que puede tener un viejo que necesita criticar a los jóvenes para superar su crisis de mediana edad.

—¿Qué decía?

—Básicamente, en primer lugar dejó en claro que ninguno de nuestros defectos (o lo que él llamó así) era culpa nuestra, sino de la generación anterior, que nos educó siguiendo “estrategias de crianza fallidas”. Lindo, ¿verdad? A grandes rasgos, significa que, pobres de nosotros, no podemos sino equivocarnos, puesto que estamos programados para ello. Nos redujo a un mero error de laboratorio bienintencionado, condescendencia que, imagino, lo habrá hecho sentir muy bien. Dejando de lado lo absurdo que resulta ese nivel de generalización, ¿me va a decir que todas las generaciones anteriores fueron educadas perfectamente? Vamos: la teoría se cae tan pronto como empezamos a buscar defectos en cualquier método de crianza que haya existido alguna vez. Siguiendo ese criterio, si los logros de cada generación se definieran por la capacidad de la anterior para criarla, todas serían un fracaso. Luego de esto, añadió muchas más mentiras, como que no estábamos acostumbrados a esforzarnos por haber recibido medallas de participación, que nos “hacían sentir culpables”. Recuerdo bien estas medallas y más bien nos hacían pensar que los adultos que nos rodeaban eran imbéciles sin criterio, nada más. En cuanto al esfuerzo, no creo que jamás haya existido una generación a la que se le haya vendido más el mensaje de que con trabajo duro todo es posible que a los millennials. Cada canción que canté en mi infancia me lo repetía, cual falacia ad nauseam. El problema no es que no hayamos seguido ese dogma, sino que muchos lo seguimos y es falso. El mundo carece de un orden tan coherente. Finalmente, y no menos gracioso, la gran crítica que tenía para hacernos el psiquiatra era que estábamos insatisfechos con el mundo como es, aunque claro, lo dijo en otros términos, que lo hacían sonar como algo malo. En efecto, hay una corriente actual (y ni siquiera muy original, puesto que, aunque antes se refiriera a otra clase de ambición, el aurea mediocritas es ya una cosa muy vieja, pero en fin: nada nuevo bajo el sol) que considera el conformismo como la más loable de las cualidades. Se le dan muchos nombres. Pero, en mi humilde opinión de error de laboratorio, sigue siendo conformismo. Ver que el mundo está mal no es un defecto, a menos que la cordura lo sea.

—La cordura puede ser el peor defecto si todos los que te rodean están locos. Es algo que aprendí en el colegio.

—Creo que tenés razón –sonrió Victor, con gesto de aprobar la respuesta–, porque la cordura, al fin y al cabo, en boca de muchos no es más que la opinión de la mayoría. Pero, por favor, no empecemos con lo de la vez pasada… ¿Ya ves por qué quiero tener cerca a Bas?

—Te digo que ese fenómeno antidarwiniano acaba volviéndose cansino.

—Cansino mi currículum. Llamalo de vuelta.

—Igual, ya tendríamos que irnos –aclaró Caleb, levantándose y haciéndome una seña para que me aproximara–. Se supone que no puedo salir.

—¡Chau, Victor! –lo saludé, cuando ya nos hubimos alejado un par de pasos–. Te quiero mucho. ¡Que no te atrape Filimóstenes Johnson!

—No creo que ande buscándome.

—clari, no es por nada, pero esta historia me está deprimiendo.

—En lo que a mí concierne (por qué hablaba así), creo que voy a necesitar más información acerca de cómo fue el proceso por el cual un chico como Victor, o sea, tan inteligente y con tan buenas notas y vocación y que fue a Cambridge and so on(?), terminó viviendo en la calle sin trabajo ni nada. Ok: el padrastro lo echó. Pero ¿y qué? Ya es grande… Podría arreglárselas para salir de esa situación aunque es verdad que tampoco sé cuánto tiempo lleva así.

—Un par de semanas.

—¿Pero y qué come?

—vale, yo ya me lo hacía ganando un premio Nobel o algo de esa altura XD

—Claro. Es que hasta eso tendría más sentido. Iba muy bien. ¿Qué pasó? Se vino abajo…

—“Has cambiado, viejo: antes amabas la física” xD

—Lo que quiero decir es que me parece clara señal de que le debe de haber pasado ALGO :P De lo contrario, no estaría en esa situación, haría algo para cambiarla.

—Aaah, las teorías de vale. No es viernes a la noche sin ellas (?).

—Además, ¿quién no te contrata si estudiaste en Cambridge? :P Come on…

—Are you done? XD

—Qué agresiva. De tu respuesta, deduzco que no me vas a contestar.

—Es que, con tus preguntas y averiguaciones, solo estás haciendo mi trabajo más difícil(?).

—Bueno, como quieras. ¿Entonces qué pasó después?

—Eso: estoy a dos frases más de perder el interés (?).

—Unos días después, como había prometido, Victor fue a la casa de Caleb y se sorprendió de no ver ahí a Bas, pero Caleb le explicó que estaba con Nam. “Aunque”, añadió, al tiempo que ambos entraban a su cuarto, “se supone que yo no lo sé, claro”. Victor asintió con la cabeza (aquel drama lo divertía mucho) y comenzó a husmear la biblioteca.

—¿No te dije que me recordabas a Mordred? –sonrió–. Tenés varias de las novelas gráficas y mangas que leía él, aunque él era más selectivo.

—¿Tu hermano? Qué nombre tan horrible. ¿Cuántos años tiene?

—Dos menos que yo.

—¿Y qué está haciendo?

—No sentir la extrañeza del mundo es actualmente su principal objetivo. Le va bien, muy bien: se ha convertido en la eterna figura de comparación, el látigo de su generación, el Fulanito que les sigue al “pero” y al “es que”.

—What the hell are you talking about?

—I don’t know. Antes era genial, igual: cuando se me ocurría una idea y me daba fiaca anotarla, él empezaba a repetir la palabra “papa” para hacerme olvidarla. Ah, yo leí este libro también –comentó, extrayendo uno pequeño y negro de la estantería–. Es de un etólogo de los cincuenta que analiza al hombre desde el punto de vista zoológico, ¿cierto? Su perspectiva me pareció graciosísima, porque es terriblemente nazi.

—Sos un científico. ¿Cómo podés decir eso? No es nazi.

—¡Que no! –Victor comenzó a buscar una parte determinada para leerla en voz alta–. “Los individuos que han servido de base a sus teorías son, a pesar de pertenecer a la mayoría, especímenes forzosamente aberrantes o fallidos en algún aspecto. Si fuesen individuos sanos, exitosos y, por ende, típicos, no habrían tenido que recurrir a la ayuda psiquiátrica”. Entiendo la objetividad científica tanto como cualquiera y estoy al tanto de que esto es un estudio zoológico y no un escrito de Pico della Mirandola, pero ¿me vas a decir que no te suena nazi hablar de “individuos fallidos”? ¡Como si fuéramos perros de exhibición!

—Hay perros mejores que otros. ¿Por qué no personas mejores que otras? ¿Cuál es la diferencia?

—Estás parafraseando a Ibsen, me parece, varias de cuyas obras (bien por vos) veo en esta estantería. A nosotros también solía gustarnos, back in the old days… En fin, te decía que tus malinterpretaciones personales están bien si uno tiene diecisiete y odia a sus compañeros, pero que no te vayan a escuchar esas palabras en Capital. Que hay personas más valiosas que otras, sin duda (aunque hoy por hoy no sé si me creo digno de juzgar eso), pero el criterio que las diferencia no tiene nada que ver con el que traza este amigo etólogo, que parece basarse en lo bien que los individuos se adaptan a la sociedad, y es ahí en donde nos separamos de los perros. Ibsen seguramente lo sabía. Aunque le faltaba un poco de sentido del humor.

—Conozco a suficiente gente con sentido del humor.

—Hum… tal vez me equivoqué al decir que en eso nos diferenciamos de los perros. Al fin y al cabo, ¿no podrías tener uno de pura raza impecable y que te cayera mal? Cualquiera que haya vivido con una mascota sabe que los animales también tienen personalidad. No me creerás esto, pero, cuando de chico me llevaban al club, que había un lago con patos, mi pato favorito era uno deforme y antipático, que mordisqueaba a todos los demás. Simplemente me agradaba su forma de ser. Siempre le daba todas las migas de mi comida solo a él. Y no me cabe duda de que tu etólogo lo habría calificado de individuo fallido, a mi pobre pato.

Dicho esto, cerró el libro y se lo extendió a Caleb, quien no pudo contener a su mueca huraña de transformarse en sonrisa por mucho que apretó los labios. Victor se echó a reír.

—Tratá de no olvidar –le recomendó– que no creer del todo en las propias teorías es una de las mejores muestras de cordura que se pueden dar. Creerse algo un setenta por ciento es suficiente para vivir tranquilo y creerlo en un noventa y nueve, para no tener remordimientos. Pero es bueno darle cabida al otro uno por ciento para la duda. El hombre más inteligente es el que se llama a sí mismo imbécil al menos una vez al mes. Creo que fue Dostoyevski el que dijo eso. Es una frase que le va bastante bien.

Caleb, con buen gesto ya, tomó el libro.

—Me pregunto qué tanto harás caso a tu propio consejo –comentó.

Victor volvió a reír. De todas formas, el recuerdo que siempre evoco de su persona –y que Caleb ya olvidó– es la manera en la que se apretaba la cabeza con las manos en tanto mi amigo y yo nos marchábamos tras mi segundo encuentro con él y el primero para Cal. Tenía el aire de querer dejar los pulmones gritando en un almohadón. Estaba mejor ahora, pero aquella vez nos había asustado notablemente a ambos, si bien es cierto que no volví a verlo en un estado tan crítico como en esa particular ocasión. Por otra parte, pronto el número de nuestras juntadas con él tuvieron que verse reducidas, pues consiguió un trabajo dando clases particulares de física y matemáticas en un instituto y se mudó a una pensión en Capital, si bien el instituto quedaba, de hecho, muy cerca de la galería; incluso varios de nuestros compañeros del colegio empezaron a tener clases con él y lo estimaban mucho. Por aquellos días, su forma de vivir era muy extraña y se prostituía con mujeres aunque no le era necesario... o algo así me dijeron, ni idea. Mucho antes de eso, Caleb lo veía más que yo: frecuentemente lo esperaba a la salida del trabajo y lo acompañaba en la larga caminata hasta Márquez y Panamericana, en donde Victor se tomaba el colectivo. No obstante, llegada casi la época de nuestro fin de clases, mi amigo se enfadó con él y dejó de verlo. Al principio, alegó que se debía a los exámenes –que, en efecto, le ocuparon mucho tiempo, pues, a diferencia de mí, estudió bastante para nuestros finales, de modo que no se llevó absolutamente todas las materias, Educación Física incluida, como sí hice yo, lo que no me preocupaba, por cierto, ahora que tenía a Nam para ayudarme a estudiar–, pero luego admitió que no deseaba volver a encontrárselo. La que sí continuó quedando con Victor, en cambio, fue Nam, a quien insistí para que me averiguara cuál había sido la causa de la misteriosa disputa entre él y Caleb.

—En todo caso –le dijo Victor a ella, cierta vez en la que ambos se reunieron en un puesto de comidas de la galería durante la hora de almuerzo de él–, no sé en qué le concierne a Caleb lo que yo haga.

—Tengo la opinión más pobre de Caleb –replicó Nam–, así que podés estar seguro de que ni por un momento le habré dado la razón, lo cual tampoco quiere decir que vos la tengas. Es factible que vos hayas hecho alguna estupidez y que también él dramatice demasiado –Victor hizo un gesto de desinterés, más pendiente (o aparentando estar más pendiente) de que le entregaran su comida–. Igual supongo que no me lo vas a contar.

—Técnicamente, ni siquiera se lo conté a Caleb. Hablemos de otra cosa, Nam. ¿Cómo está Bas? Hace tiempo que no lo veo.

—Se lleva todas las materias, el muy tarado. Y la mamá es tan tonta como para preocuparse.

—Dios, que no me lo manden al instituto. Sería raro tener que cobrarle a alguno de ustedes.

—No. Yo lo voy a ayudar –Nam sacudió la cabeza como para restarle importancia al asunto–. Pero va a ser un diciembre muy irritante.

—Mi experiencia me enseñó que, si dice que entiende algo, hay que pedirle que lo explique.

—Qué iluminadora experiencia. ¿No vas a decirme lo que hiciste?

—Querría. Porque, a decir verdad, creo que vos, vos sola, podrías entender por qué lo hice. Pero no me conviene contártelo: me conozco y sé que, si alguien aparte de mí lo supiera, después me voy a empezar a preocupar, a tener ataques y demás.

—Pero Caleb sabe –le recordó ella, al tiempo que, con las empanadas ya, ambos se sentaban en un banco frente al puesto.

—Caleb sabe muy poco –aclaró Victor, comiendo–. Ni él podría precisar lo que sabe. Y, sin embargo, ya fue suficiente para espantarlo así. Pero hablo demasiado.

—Yo imaginaba que algo estabas planeando. Es decir, era obvio que no te ibas a conformar simplemente con dar clases particulares.

—Creo que no hay persona en el mundo cuya inteligencia respete tanto como la tuya, Namcita –sonrió él–. Lo digo por ese acertado intento de manipulación conversacional. También puede que sea, claro, porque todavía no te conozco tan bien: si pasara más tiempo con vos, sería más fácil reparar en tus defectos. ¿Se puede saber por qué te interesa? No te hacía tan chismosa.

Nam se encogió de hombros.

—Quiero saber. No sé si te imagino haciendo nada malo.

—¿Y quién dice que haya sido algo malo? ¿Te parece que “algo malo” iba a asustar a Caleb? No irás a creer que lo que le dio fue un repentino ataque de indignación moral.