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Si bien la palabra «hidalgos» sugiere que sus héroes son adultos, Los dos hidalgos de Verona es más inteligible si los consideramos niños, y se van de casa por primera vez. Uno de ellos está enamorado de Julia, aunque todavía no se lo ha dicho.
Enviados a la corte para aprender a ser «caballeros perfectos», Valentine y Proteus se descarrilan por su atracción hacia Sylvia, la hija del gobernante. La densidad mental de Valentine no disuade a Sylvia de devolverle su amor, pero es atrapado y desterrado cuando intenta fugarse con ella. El deseo de Proteus por Sylvia aniquila a su antiguo amor, lo que lo lleva a actos despreciables que se burlan de Sylvia y hieren a Julia, quien lo persiguió disfrazado de niño.
Cuando Sylvia sigue a Valentine al destierro, Proteus sigue a Sylvia y Julia sigue a Proteus, el escenario está listo para un final inquietante. Pero el escenario también está preparado para que los » hidalgos» den pequeños pasos hacia la madurez.
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Veröffentlichungsjahr: 2021
William Shakespeare
LOS 2 HIDALGOS DE VERONA
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 979-12-5971-056-7
Greenbooks editore
Edición digital
Enero 2021
www.greenbooks-editore.com
LOS 2 HIDALGOS DE VERONA
EL DUQUE DE MILÁN, padre de Silvia VALENTÍN, los dos hidalgos
PROTEO
ANTONIO, padre de Proteo TURIO, grotesco rival de Valentín
EGLAMUR, comp`lice de Silvia en su evasión RELAMPAGO, criado gracioso de Valentín LANZA, criado gracioso de Proteo PANTINO, criado gracioso de Antonio POSADERO, donde Julia se aloja en Milán LOS BANDIDOS, tres compañeros de Va-
lentín
JULIA, amada de Proteo SILVIA, amada de Valentín LUCIA, doncella de Julia CRIADOS Y MÚSICOS
Escena: Verona, Milán y las fronteras de Man- tua
Acto primero
Escena primera Verona. -Una plaza pública
Entran VALENTÍN y PROTEO
VALENTÍN. -Cesa de persuadirme, querido Proteo. La juventud casera tiene siempre gustos caseros. Si un respetable afecto no encadenase tus años mozos a las dulces miradas de tu honorable amada, más bien solicitaría tu com- pañía para contemplar, lejos de la patria, las maravillas del mundo, pues viviendo la hastia- da monotonía del hogar, consumes tu juventud en ociosidades sin relieve. Pero puesto que amas, continúa amando, y sé tan feliz en tus amores como para mí deseo cuando ame a mi vez.
PROTEO. -¿De modo que te marchas? Pues ¡adiós!, querido Valentín. Piensa en tu amigo Proteo cuando encuentres algo extraor- dinario, digno de nota, en tu travesía. Tenme
presente en los momentos de dicha, cuando todo vaya bien. Y en tus peligros, si te rodea- ran, encomienda tus infortunios a mis santas oraciones, pues seré tu rogador, Valentín.
VALENTÍN. -¿Y rogarás por mi éxito en un devocionario de amor?
PROTEO. -Rogaré por ti en cierto libro que amo.
VALENTÍN. -Sin duda, en alguna frívola historia de un amor profundo, en donde se cuente, por ejemplo, cómo el joven Leandro atravesó a nado el Helesponto.
PROTEO. -Que es la profunda historia de un sentimiento de los más profundos. ¡Como que Leandro se hundió por considerar el amor por encima de sus zapatos!
VALENTÍN. -Es verdad; pero tú has colo- cado las botas por encima del amor, y todavía no se sabe que pasarás a nado el Helesponto.
PROTEO. -¿Por encima de las botas? No me hagas, pues, que dé un bote.
VALENTÍN. -No, no lo deseo; he hecho por ti voto de compasión.
PROTEO. -¿Por qué?
VALENTÍN. -Por estar enamorado. Amar es comprar desprecios con lamentos; miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante de placer veinte noches de an- siedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la victoria. Si se nos engaña, sólo conservaremos desastres. ¿Qué queda, pues, del amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio o un ingenio vencido por la tontería o la locura.
PROTEO. -En resumen, que me crees loco porque estoy enamorado.
VALENTÍN. -En resumen, que si no estás loco lo estarás.
PROTEO. -Te burlas del amor, y yo no soy Amor.
VALENTÍN. -El amor es tu amo, pues te esclaviza, y quien sufre el yugo de un loco, no merece, a mi juicio, que se le tenga por cuerdo.
PROTEO. -Sin embargo, dicen los autores que el amor ardiente se encuentra en las inteli- gencias más privilegiadas, como el gusano roe- dor en los más lozanos capullos.
VALENTÍN. -Y también dicen que así co- mo el gusano roe el capullo más precoz antes de abrirse, así el amor trastorna la inteligencia joven y apasionada. Marchita en flor, ve des- aparecer su lozanía primaveral y, con ella, toda esperanza de un porvenir brillante. Pero en fin,
¿a qué perder tiempo en aconsejar a un esclavo de apetitos amorosos? Por última vez, adiós. Mi padre me espera en el puerto para presenciar mi embarco.
PROTEO. -Te voy a acompañar, Valentín. VALENTÍN. -Querido Proteo, no. Des-
pidámonos ahora. Escríbeme a Milán. Comuní- came tus conquistas y cuanto ocurra por aquí mientras falta tu amigo, que también promete escribirte.
PROTEO. -¡Pues felicidades en Milán!
VALENTÍN. -¡Las mismas te deseo en ca- sa! Conque ¡adiós! (Sale.)
PROTEO. -Él va en pos del honor, yo del amor. Abandona a sus amigos para hacerse más digno de ellos. Yo abandono por el amor a mis amigos, a mí mismo y a todo. ¡Tú, Julia, tú me has metamorfoseado! Por ti he descuidado mis estudios perdido mi tiempo, desatendido los buenos consejos: despreciado el mundo, debilitado con ilusiones mi inteligencia y en- fermado mi corazón con inquietudes. ( Entra RELÁMPAGO.)
RELÁMPAGO. -¡Señor Proteo salud! ¿Vis- teis a mi amo?
PROTEO. -Acaba de irse para embarcarse rumbo a Milán.
RELÁMPAGO. -Veinte contra uno, enton- ces, a que se ha embarcado ya, y al perderle me he portado como un carnero.
PROTEO. -Verdaderamente, en ocasiones se pierde el carnero a poco que le abandone su amo.
RELÁMPAGO. -¿De lo cual deducís que mi amo es un pastor y yo un carnero?
PROTEO. -Claro.
RELÁMPAGO. -Luego vele yo o duerma, mis cuernos le pertenecen.
PROTEO. -Respuesta estúpida y muy dig- na de un carnero.
RELÁMPAGO. -Lo que prueba que lo soy. PROTEO. -Y tu amo el pastor.
RELÁMPAGO. -Lo niego por una razón. PROTEO. -Te lo probaré con otra.
RELÁMPAGO. -El pastor busca el carnero, y no el carnero al pastor; yo busco a mi amo, y mi amo no me busca a mí; luego no soy, carne- ro.
PROTEO. -El carnero, por un puñado de hierba, sigue al pastor; el pastor, para comer, no sigue al carnero; tú sigues a tu amo por la paga; tu amo no te sigue; luego se sigue que tú eres el carnero.
RELÁMPAGO. -Otra prueba como esa y me vais a oír el bee.
PROTEO. -Pero ¿me atiendes? ¿Entregaste mi carta a Julia?
RELÁMPAGO. -Sí, señor. Yo, carnero des- carriado, entregué vuestra carta a esa apacible oveja, y esa apacible oveja nada dio por su tra- bajo al carnero descarriado.
PROTEO. -Una pastura te hubiera sentado bien.
RELÁMPAGO. -Que ella me dé la pastura, pero entregadme vos la pasta.
PROTEO. -Bueno. ¿Qué te ha dicho? Des- embucha.
RELÁMPAGO. -Desembuchad vos el bol- sillo, a fin de que se exhiban a la vez vuestro dinero y mi mensaje(1).
PROTEO. - (Dándole dinero.) Toma, ahí tie- nes por tu trabajo. Pero ¿qué te ha dicho?
RELÁMPAGO. -Francamente, no creo que la conquistéis.
PROTEO. -¿Por qué? ¿Es que te ha dejado entrever...?
RELÁMPAGO. -No me ha dejado entrever nada, ni aun siquiera un ducado, por entregarla vuestra misiva. Pero por la dureza que ha de- mostrado con el portador, presumo cómo se ha de portar. Dadle piedras por regalos, ya que es tan dura como el acero.
PROTEO. -¡Pero qué! ¿Nada te ha dicho?