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Los ángeles que llevamos dentro es una excelente investigación que aborda el problema de la violencia desde el año 8000 a.C. hasta la era moderna. Su autor, Steven Pinker, presenta una perspectiva totalmente innovadora indicando que si en nuestro interior hay demonios, también existen ángeles. A partir de este concepto, y de un análisis detallado a la luz de las neurociencias, llega a la conclusión de que lejos de aumentar, la violencia ha disminuido a lo largo del tiempo.
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Seitenzahl: 66
Veröffentlichungsjahr: 2015
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El autor del libro comienza proponiendo un recorrido por nuestro patrimonio cultural desde el año 8000 a.C. hasta la década de 1970, y a través de las historias que recopila logra poner en perspectiva su hipótesis acerca del declive de la violencia en la actualidad. Porque al revisar sintéticamente esas historias comprobamos que, “pese a todos los peligros que afrontamos hoy, los de ayer eran aún peores”1.
Según Pinker, en la prehistoria humana la probabilidad de sufrir algún daño físico era alta, y en la Grecia homérica, las contiendas eran tan totales como cualquiera de la era moderna. A su vez, las masacres y violaciones que allí tenían lugar resultan inquietantes incluso para los estándares de los documentales bélicos de la actualidad. La Biblia hebrea, continúa el autor, describe el feroz mundo en el que vivían las civilizaciones de Oriente Próximo antes del nacimiento de Cristo, plagado de matanzas, mutilaciones y torturas. El Coliseo, en tanto, símbolo emblemático del Imperio Romano, era el lugar donde las audiencias consumían espectáculos de muertes angustiosas. Pinker también afirma que durante los primeros tiempos de la cristiandad la crueldad era santificada, y los “caballeros” de la época medieval no eran tan románticos como cuentan las leyendas. El recorrido que hace el autor llega a la proclamada nobleza de reyes y reinas durante las monarquías europeas pero dice que tal ¨nobleza¨ era en verdad dudosa. Por su parte, continúa, los duelos para defender el honor terminaban indefectiblemente en el deceso de uno de los contendientes. Además, Pinker explica que la ficción se hacía eco de las costumbres truculentas de la época tanto en las obras de Shakespeare, para los adultos, como en los cuentos de hadas macabros de los hermanos Grimm, para los niños.
Sin embargo, algo empieza a cambiar a medida que el autor del libro se acerca al presente, momento en el que reflexiona, por ejemplo, acerca de lo desapercibidos que pasan en la vida pública los militares, en comparación al prestigio del que habían gozado hace no mucho tiempo. “Otro cambio importante que hemos vivido es la intolerancia creciente a las demostraciones de fuerza en la vida cotidiana. Hasta hace pocas décadas, la predisposición de un hombre a usar los puños como respuesta a un insulto era señal de respetabilidad. Actualmente es síntoma de un trastorno del control de los impulsos”2. Siguiendo con esta línea, Pinker agrega que el siglo que pasó también mostró signos revolucionarios a través del creciente desprecio de la violencia contra las mujeres y los niños.
Mediante este recorrido, en este primer capítulo se concluye que hoy “las personas de casi todo el mundo ya no tienen por qué temer ser secuestradas y obligadas a la esclavitud sexual, al genocidio por mandato divino, a los torneos y los circos letales, al castigo en la cruz, a la hoguera, al destripamiento por haber tenido una cita con un miembro de la familia real, a los duelos a pistola por defender el honor, a los puñetazos en la playa para impresionar a la novia, o a la posibilidad de una guerra mundial nuclear que pondría fin a la civilización y a la vida humana”3.
Para comprender cierta lógica de la violencia, el autor estudia la transición desde el estado de anarquía de los grupos cazadores y recolectores hasta los primeros pueblos que viven en estados estables y organizados bajo cierta forma de gobierno. Si bien Pinker asegura que dicha transición significó un descenso en los índices de muertes violentas también afirma que el así llamado “proceso de pacificación” trajo algunos nuevos problemas.
Según Thomas Hobbes, en el estado de anarquía hay “tres causas principales de riña: primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria. La primera hace que los hombres invadan por ganancia; la segunda, por seguridad; y la tercera por reputación. Los primeros usan la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los segundos, para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta o cualquier otro signo de subvaloración, sea directamente de su persona, o por reflejo en su prole, sus amigos, su nación, su profesión o su nombre”4. Como se puede suponer, en este escenario, reflexiona Pinker, un acto de violencia será respondido con otro acto de violencia produciendo ciclos de represalias interminables. Para salir de esta trampa aparece la lógica del Leviatán, es decir, una autoridad gubernamental (un tercero imparcial, en teoría) que encarna la voluntad del pueblo y tiene el monopolio del uso de la fuerza. Hobbes de algún modo celebra la transición hacia una forma estable de gobierno ya que cree que sin una autoridad que lo intimidase, la vida del hombre tuvo que ser necesariamente más solitaria, desagradable, cruel, y breve. Pinker disiente en parte con esta idea diciendo que “los pueblos de las sociedades sin estado cooperan ampliamente con sus parientes y aliados, por lo que para ellos la vida dista de ser ´solitaria´ y sólo de vez en cuando es desagradable y cruel. Aunque cada pocos años se vean involucrados en incursiones y batallas, aún les queda mucho tiempo para recolectar, festejar, cantar, contarse historias, criar a los hijos, atender a los enfermos y ocuparse del resto de las necesidades y placeres de la vida”5.
Además, estos “primeros Leviatanes resolvían un problema, pero creaban otro. Las personas tenían menos probabilidades de llegar a ser víctimas de homicidio o de la guerra, pero ahora se hallaban bajo el pulgar de tiranos, clérigos y cleptócratas, lo cual nos proporciona el sentido más siniestro de la palabra ´pacificación´. La pacificación no sólo supuso la instauración de la paz sino también la imposición de un control absoluto por un gobierno coercitivo. Para resolver este segundo problema habría que esperar unos cuantos milenios más. Y en buena parte del mundo sigue sin estar resuelto”6.
Pinker señala que entre finales de la Edad Media y el siglo XX, los países europeos asistieron a una disminución contundente de sus homicidios. En palabras del criminólogo Manuel Eisner, los índices de homicidios son más fiables que los de robos, agresiones o violaciones para medir la violencia. En el presente capítulo se pueden encontrar numerosos gráficos en los que se plasman dichas cifras. Este “descubrimiento echa por tierra todos los estereotipos sobre el pasado idílico y el presente degenerado”7.
Una vez que nuestro autor se asegura de que este extraordinario avance para la humanidad es real, se dispone a comprender el porqué de esta disminución en los homicidios, y lo hace siguiendo la teoría del sociólogo Norbert Elias. Por un lado, Elías aduce que este descenso de la violencia se debe a cambios psicológicos relacionados con la inhibición de los impulsos, la previsión de las consecuencias a largo plazo de las acciones y el tener en cuenta los pensamientos y sentimientos de las otras personas. Con esto sugiere que la cultura del honor (la disposición a vengar una supuesta afrenta) dio paso a una cultura de la dignidad (la disposición a controlar las propias emociones). Sin embargo, observa que esta explicación se enfoca en procedimientos endógenos (o sea, puramente psicológicos) respecto al fenómeno que está intentando explicar con lo cual resulta incompleta.
Así pues, Elías se propone buscar los desencadenantes exógenos de dicho proceso de civilización. El primero, observa Pinker, fue la consolidación de un verdadero Leviatán tras siglos de anarquía; el segundo, una revolución económica que pasaba de prácticas comerciales depredadoras a los llamados juegos de suma positiva dentro de un mercado libre. Ejemplo de estos juegos pueden ser el simple intercambio de favores o el comercio de excedentes donde todos salen ganando. Esta revolución económica llamada doux commerce (dulce comercio o comercio afable), nota Pinker, empezó a provocar que el dinero sustituyera al trueque, que los transportes se perfeccionaran, los conocimientos especializados se expandieran, la división del trabajo se estimulara, los excedentes se incrementaran y la maquinaria de intercambio se lubricara. Un mercado libre, además, da mucha importancia a la empatía debido a que un buen empresario, si no quiere perder a sus clientes, ha de mantenerlos satisfechos.