Los aprendices - Rebeca Murga - E-Book

Los aprendices E-Book

Rebeca Murga

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Beschreibung

En un hogar para niños sin amparo filial, Niña, inspirada por sus lecturas de narrativa detectivesca, tratará de obtener la complicidad de Villano, Aquiles, Buen Samaritano y las fofitas, para urdir su venganza. La víctima: el Maestro tan déspota y por todos odiado. Los cómplices del homicidio: niños que aspiran a descubrir las certezas plausibles tras los conceptos de familia, amistad, amor y fe; tras poseer ya una sabiduría mínima indispensable sobre el abandono, el odio, la violencia, y la desesperanza.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Título

Los aprendices

© Rebeca Murga, 2016

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2016

ISBN: 978-959-10-2203-5

E-Book -Edición-corrección y diagramación: Sandra Rossi Brito /Dirección artística y diseño interior: Javier Toledo Prendes

Tomado del libro impreso en 2016 - Edición y corrección: Michel Encinosa Fú / Dirección artística y diseño: Alfredo Montoto Sánchez / Ilustración de cubierta: Niña y perro, Gisselle García García

Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas

Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.

La Habana, Cuba.

E-mail: elc@icl.cult.cu

www.letrascubanas.cu

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Distribuidores para esta edición:

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail:info@edhasa.es

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RUTH CASA EDITORIAL

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AUTOR

Rebeca Murga Vicens (La Habana, 1973). Narradora y editora cubana, miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Ha publicado, entre otros, los libros: Misterios de seis a doce (antología de cuentos para niños y jóvenes); Paraleer enlibertad, (México, 2015); Una casa con jardín (novela para jóvenes, Editorial Gente Nueva, 2015); Caballero de la luna (novela para jóvenes, Editorial Gente Nueva, Cuba, 2014); Niña (textos para niños, Editorial Gente Nueva, Cuba, 2013); Los aprendices (novela, Editorial Atmósfera Literaria, España, 2012), Y comieron perdices (cuentos para niños y jóvenes, Editorial Gente Nueva, Cuba, 2011; Eriginal Books, Estados Unidos, 2014 y Zonacuario, Ecuador, 2014); Confesiones (antología de cuentos policiacos, selección y prólogo con Lorenzo Lunar, Ediciones Unión, Cuba, 2011); Enrique en la república de Labrador (investigación, Editorial Matanzas, Cuba, 2011); Viajero sin itinerarios (investigación, Editorial Letras Cubanas, Cuba, 2011); Con las manos limpias (cuento, coedición San Librario-La piedra lunar, Colombia-Cuba, 2011); El esclavo y la palabra (testimonio, Editorial Capiro, Cuba, 2010 y Ediciones San Librario, Colombia, 2008); Olor a canela (cuento para niños, Editorial Gente Nueva, Cuba, 2009); La enfermedad del beso y otras dolencias de amor (cuentos, Ediciones Unión, Cuba, 2008); La enfermedad del beso (cuentos, Editorial Capiro, 2006); Historias al margen (relato, EDAF, España, 2005); Un hombre de vasos capilares (investigación, Editorial Capiro, 2005); Quemar las naves, jóvenes cuentistas cubanos (antología, Educat, Brasil, 2002) y Desnudo de mujer (cuentos, Sed de Belleza, Cuba, 1998).

Textos suyos aparecen en diversas antologías, entre las que destacan: Los rostros de Padura (Ediciones Extramuros, Cuba, 2015); Las hadas cuentan (Editorial Gente Nueva, Cuba, 2012); País con literas (Editorial Unicornio, Cuba, 2011); Chamacos en el estadio (Editorial Unicornio, 2011); Faz de tierraconocida (Letras Cubanas, Cuba, 2010); El corazón de África (CajaGranada, España, 2009); Espacios en la isla (Editorial Letras Cubanas, 2008); La casa ciega (Editorial Edaf, España, 2005); De Cuba te cuento (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002); Caminos de Eva (Editorial Plaza Mayor, 2002); Nos que ficamos (Livraria Nobel, Brasil, 2001) y El ojo de la noche (Letras Cubanas, 1999).

Diferentes revistas literarias, entre las que se destaca la especializada en literatura negra La Gangsterera, de España han publicado artículos y reseñas suyos.

Participó en la web colectiva «Diez negritos» (http://dieznegritos.latinoir.com/principal.htm)

Ha obtenido los reconocimientos: Corpes XXI de la RALE, 2013; Ser en el tiempo, 2009; Mención Uneac (cuento), 2007; Premio Internacional de Relatos Policíacos de la Semana Negra de Gijón, España, 2004, y 2003 (accésit); Premio Ciudad del Che, Santa Clara, Cuba, 2001 y 2003 y Premio Revista Videncia, Cuba, 2003.

Es coordinadora del taller para la creación de la novela «Carlos Loveira» y en los años 2005 y 2008 impartió el taller de narrativa en la Semana Negra de Gijón, España. Se desempeña como editora y correctora en las editoriales Capiro y Eriginal Books. Y es máster en Educación, en la especialidad del enfoque comunicativo en la enseñanza de la lengua y la literatura.

Sobre Los aprendices, obra que Letras Cubanas pone a su disposición en esta versión electrónica, comentó el escritor y editor de la versión impresa, Michel Encinosa:

En un hogar para niños sin amparo filial, Niña, inspirada por sus lecturas de narrativa detectivesca, tratará de obtener la complicidad de Villano, Aquiles, Buen Samaritano y las fofitas, para urdir su venganza. La víctima: el Maestro tan déspota y por todos odiado. Los cómplices del homicidio: niños que aspiran a descubrir las certezas plausibles tras los conceptos de familia, amistad, amor y fe; tras poseer ya una sabiduría mínima indispensable sobre el abandono, el odio, la violencia, y la desesperanza.

En las voces de sus personajes, la autora formula clamores propios de pesar y vigilia. El mundo, visto desde la estatura de estos niños, se convierte en un universo de barrotes tanto físicos como espirituales, narrado con notable solidez y energía.

DEDICATORIA

A Lorenzo, siempre.

Para Aurelia y Sébastien.

A Jorge Franco y a mi Álvaro.

A Luife, Belén, Cynthia y Elena, agradecida.

La alegría de ser niños

—Me explicaré—dijo—. Yo creo que, originariamente,

el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío […]

Es unerror creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas

y que puede ensancharse indefinidamente.

Sherlock Holmes

La casona es como el circo horas antes de comenzar una función: poblada, caótica, contaminada por el olor de la acuarela, de los trajes y de los excrementos de los animales.

En la casona hay acuarelas rojas y blancas, para que los niños dibujen sobre el papel unas sonrisas alargadas y cómicas como las de los payasos. Algunos extienden hacia los lados los contornos blancos, los engordan como si hubieran comido y guardaran en ellos pedazos de alimentos. Otros prefieren colorear todo de rojo, como símbolo de apasionada felicidad. Pero siempre es igual el resultado: son rostros sonrientes para mostrar a los adultos, pues a ningún pequeño se le ocurre invertir la sonrisa para pintar el enojo, el desacuerdo con ese lugar lleno de historias que a veces no quieren conocer ni recordar.

Los trajes conservan el olor a guardado, a moho y años de uso a pesar del lavado semanal de las tías, con cloro y abundante agua. Es que el hogar derrama sobre ellos toda su frustración de casa abandonada; una húmeda pena que a los niños les provoca fiebre, tos, diarreas y la sensación de que el invierno es demasiado largo.

¡Los animales sí que alegran a los niños! Cuando escapan de las clases, ellos corren detrás de las gallinas para ver cómo huyen los pollitos. Rompen con sus botas la caca de los carneros y con la ayuda de alguna ramita escriben sus nombres como pueden. Juegan a la guerra cerca de los panales de abejas, y se frota con tierra quien resulte herido por un aguijón. Le alcanzan hierba a la vaca, para intentar subirse en ella y jugar a los vaqueros. Es cierto que chilla el perro sarnoso; pero las fofitas lo salvan, y lo acunan en sus brazos para que no se vaya.

Es Villano quien golpea al perro. Cada día le asigna un nombre diferente para ganarse su confianza. Le llama Pulgas, Mota, Canelo, Negrito y Sansón, pero el animal es desconfiado y quiere huir de la paliza.

Corre mucho Canelo, no quiere que el jefe descargue su furia sobre su lomo herido. Pero es un perro sarnoso, y necesita rascarse de la misma manera en que ellos a veces necesitan aliviar la picazón en sus cabezas.

¡Pobre infeliz cuando detiene su marcha y lleva su pata trasera hasta la oreja!

¡Qué victoria la del niño que se lanza sobre él y lo captura, entre las risas de triunfo y los chillidos del perro vencido!

¡Cómo lloran las fofitas por el abuso!

¡Cuánta calma pide el niño al que llaman Buen Samaritano!

Cuando Sansón queda sobre la tierra, con el rabo entre las patas y la delgada panza al aire, aún no es suficiente hazaña para quien aprendió de su padre que hay que golpear primero.

Golpear, siempre.

Por eso acaricia al animal, le hace cosquillas en la panza y luego comienza a patear sin furia, pero fuertemente hasta que las fofitas logran arrebatárselo, para salvarlo entre besitos y caricias.

—Lo hago porque quiero —les dice cuando ellas lo miran con cara de odiarle tanto como la distancia que existe de la casona a las nubes. Después coloca su mano en la portañuela y deja claro para todos quién es el que manda.

Ellos saben que él lanza sus ofensas para provocar a Aquiles, porque le disgusta ese muchacho con los dedos de los pies torcidos que quiere robarle el cariño de su hembra. De su pequeña niña rubia.

—¿Eh, Aquiles, no te gusta lo que le hago a Pulgas?

¡Pobre niño de los pies torcidos, que no es cobarde sino lento, y Villano no le da un segundo para defenderse!

Aquiles quiere explicarle que sus payasadas no le importan, que le da lo mismo si patea al perro o se come un saco de mosquitos vivos; pero regresan las amenazas y él piensa que el jefe habla demasiado.

—¿No te gusta?

Al no encontrar respuesta, Villano se relaja mientras se sienta a horcajadas de la canal y toma un poco del agua de los animales.

—Pues échale azúcar.

Su intención no es maltratar a los niños. Si Aquiles se equivoca y quiere imponer sus leyes, lo hallará listo para la pelea; pero no es eso lo que busca al derrochar sus gestos de hombrecito. En realidad es un alarde que hace para que Niña lo escuche.

Para que acepte ser su novia.

Su pequeña niña que es inteligente y que tal vez un día le diga que también lo ama. A él, vencedor de miles de combates como no lo es Aquiles, el perezoso que jamás podrá salvarla del peligro.

Él habla para su niña.

Quiere apretar su corazón de muchachita rubia.

Ella lo sabe; las chicas siempre saben. Por eso se acomoda sobre el viejo tronco caído y dice:

—Cállate, Villano, o no iré contigo a la cita de las cuatro y treinta.

Veloz obedece el pequeño, con un silencio que permite escuchar el suspiro del sarnoso, el canto de los gorriones y hasta el vuelo de las mariposas. Un mutismo capaz de echar a andar la imaginación de los otros, que piensan en secretos confesados a Niña por el pequeño boxeador valiente.

—Así. ¡Qué lindo eres!

¿Lindo? ¿Le ha dicho lindo Niña? Él ha escuchado y sonríe, enseñándole a ella los sucios dientes de varón que no le teme a nada.

Sonríe para ella el lindo Villano y aumenta la curiosidad de los otros, que desconocen por qué marchan cada tarde rumbo a la arboleda. Siempre lo mismo, sin contarles nada a ellos que también son de la pandilla.

¿De qué hablarán cuando están solos?

«¿De la Biblia?», piensa Buen Samaritano.

«¿De papalotes?», piensa Aquiles.

«¿Serán novios?», una fofita.

«¿Se besan en la boca?», la otra.

Ellos sienten dudas, pero nadie pregunta y quedan sin saber por qué al regreso de cada cita la niña es tan hermosa como el agua del arroyo, y Villano tan manso como una serpiente de cascabel dormida.

Tal vez un día de estos los sigan hasta la arboleda, y descubran ese secreto mágico que aplaca la furia del niño más fuerte de toda la casona. Sí; un día se van a enterar y entonces podrán pedirle al jefe que no sea malo.

Un día.

Ellos verán.

—Siéntense todos —ordena Niña—, los fantasmas no vendrán si estamos juntos.

A ella el Maestro le había contado sobre los fantasmas de la mala suerte que habitaban la casona. Escondidos en los techos o detrás de las paredes, las ventanas clausuradas y las puertas rotas. Era muy pequeña cuando el hombre habló de personas desaparecidas y cuadros que lloraban. Sintió miedo cuando supo de ruidos de cadenas y cristales flotando. Casi muere del susto. Pero ya no es pequeña y no cree en fantasmas. Si les cuenta a los niños es solo para que la obedezcan, para que cumplan sus deseos sin hacer preguntas ni muecas propias de tontuelos.

—Dicen que tienen granos en la cara.

—¡Huy, Niña, qué feos! —chilla una fofita.

—Y nariz de pirata.

—¿Y no se lavan los dientes? —pregunta Aquiles.

—No. Y tienen un ojo carmelita y el otro es de cristal.

—¿Y las orejas, cómo son?

—Una es de madera. La otra, de hierro.

—¡Feo! ¡Feo, feísimo! —insiste una fofita y las otras le hacen coro—. ¡Feo, feo, feísimo!

—Y tienen espinas en la frente.

—¿Como Jesús? —pregunta Buen Samaritano, porque él solo ha visto espinas en la frente de Jesús.

—No, más grandes.

—¿Y son fuertes?

—Como gigantes.

—Pues yo no les tengo miedo —fanfarronea Villano—. Si vienen yo los agarro, los lanzo contra el piso y después les doy así, miren —y toma por el brazo a Aquiles; pero sin golpearlo en serio, solo para que su demostración sea posible.

—Dicen las tías que los fantasmas no existen —comenta esperanzado Aquiles, con voz de héroe también dispuesto a la batalla.

—Sí existen, y tienen pies como los tuyos.

Cuando Niña le recuerda a Aquiles sus dedos torcidos, él baja la vista y arregla sus chanclos. Es que a veces las tiras se doblan, enredándose unas con otras y provocando ampollas que le sangran. Pero, si los pies de los fantasmas son como los de Aquiles, entonces él sí los ha visto. Existen, no son musarañas de su pensamiento, como quisieron hacerle creer desde que los fantasmas lo visitaron por primera vez, cuando aún vivía con su madre y ella lo llevaba al médico.

Aquiles escucha de boca de Niña que existen los fantasmas. Ella es linda. Niña no miente. Si dice que ellos están ahí, nada podrá ser más cierto. ¿Por qué va a dudar él, si los ha visto? Son unos verdugos que cambian de apariencia, pero siempre se le muestran igual de feos y groseros.

Son fantasmas.

Son verdugos.

Son feroces.

Bajo sus pies, a Aquiles comienza a movérsele la tierra. Se frota los ojos, pues el mundo se ha nublado. Observa a sus amigos, intenta aferrarse a ellos para no caer y cae, porque se multiplican los niños y los animales y él no puede alcanzarlos, y de tan largos parecen flechas que en breve tiempo tocarán el cielo…, pero, ¿cómo puede ser rosado el cielo si ya casi es mediodía? ¿No debía ser azul?

Golpeando el tambor lleno de soles, Aquiles viaja entre máscaras y dentaduras. Las máscaras son de un color verde patinado y se rompen a su paso. Las dentaduras insisten en morder sus dedos, pero él va seguro entonando su canción hasta que a lo lejos ve al gigante. Entonces refuerza los golpes del tambor, y su canción se convierte en un bolero que incita a la guerra.

Al escucharlo, el gigante lo ataca con una lengua extremadamente movediza que se le enrosca en la cintura, como si el niño fuera una apetitosa mosca. Queda atrapado y solo, y comienza el lento camino de regreso hasta la boca.

No hay alternativa para Aquiles, que eleva al cielo su bolero y siente sobre sus dientes una saliva espesa que le opaca el frenillo, las encías y la lengua.

—¡Aquiles! —el niño siente una voz muy dulce que llama desde lejos—. ¡Regresa, Aquiles, regresa!

Con la voz el cielo vuelve a ser azul y el gigante desaparece. Y las dentaduras. Y las máscaras. Solo le queda el tambor, que golpea en su cabeza cada vez más lento y menos doloroso.

—¡Jehová es mi pastor! —le escucha decir a Buen Samaritano, abrazado a él y llorón—. ¡Nada me faltará salmo veintitrés!

—¡Yo no quiero vivir aquí! —dice el más pequeño y se lanza a la cintura de Niña, olvidando que en la casona nada ha de salir como se quiere pues pareciera que es muy fácil adivinar todos los pensamientos para destruirlos luego, como hace el cloro con sus mantas y sus medias.

Nada cambia.

Nadie sobrevive.

—Mejor vamos a almorzar —ordena Niña y emprenden el camino de regreso.

En el comedor, ella le regala a Aquiles su almuerzo. Harina de maíz, que tanto le gusta al niño, pescado y boniato. Él la mira, agradecido y hambriento, y la niña le acaricia con la mirada bondadosa de sus ojos azules.

«Para que te recuperes», parece decir.

«Para que seas siempre fuerte, porque te necesitamos».

Pero ella nunca quedaría con hambre, porque Villano sabe cómo buscarle comida.

Él recorre sin prisa el comedor. Ante el miedo o la falsa indiferencia de los niños, elige de aquí y de allá, de esta bandeja y de la otra, hasta completar un menú suficiente para los dos, que comerán hasta reventar y después dirán que tienen sueño.

Tras el almuerzo, todos tienen sueño. Han comido demasiado.

Las fofitas prefieren subir al dormitorio, para contarse a gusto sus historias de amor y escribir los mensajes que enviarán a Villano, donde le piden que las ame a ellas y se olvide ya de la niñita rubia.

La hermosa Niña que es muy buena, que cada mañana con tanto cariño les echa del agua que ella misma perfuma con las flores de jazmín, les pinta los labios y los ojos con papel de brillo, les enseña a estirar sus uniformes para que les haga lindo el cuerpo y les teje en su pelo lacio unas perfectas trenzas negras que Villano nunca mira.

¡Qué pesado!

¡Qué lindo!

¡Qué bruto! Siempre amenazando con sus puños en vez de preguntarles cuál de ellas desea ser su novia. ¿Será que no le parecen suficientes papelitos? ¿Deberían ser más? ¿Sí? ¡Pues a correr, a picar más! ¡A escribir muy lindo! ¡Imprímanle un beso, busquen el creyón de labios! ¡Perfúmenlo, rápido!

Ajeno al quehacer de las fofitas, Villano vaga por los caminos de la casona. No le importa la sed que le provoca digerir el boniato, ni esa molesta manía de bostezar o comenzar con hipo. Él tiene cosas más importantes en qué pensar.

Con la esperanza de que el tiempo vuele, se coloca de frente al sol, junta las manos sobre el ombligo y comienza a subirlas una a una, hasta que siente la sombra sobre sus ojos. ¿Apenas son las dos?

Debe haberse equivocado; él a ratos se confunde, no coloca bien las manos y el truco no sale bien. Insiste. ¿Las dos? ¡Qué lento pasa el tiempo para el niño que quiere que ya sean las cuatro y treinta y partir a la arboleda!

A Buen Samaritano también le gusta caminar cuando tiene la barriga llena, pues quizás alguien necesite de su ayuda.

¿Qué podría pasar si alguno estuviera en problemas y él plácidamente dormido por culpa del almuerzo? ¡Sería horrible!

¿Si sienten la tentación de Satanás y se queman, se atoran, se intoxican o se ahogan? ¡Una catástrofe!



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