Los buscadores de la nada - Federico Nicolás Baigorria - E-Book

Los buscadores de la nada E-Book

Federico Nicolás Baigorria

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Beschreibung

Esta es la historia de un grupo de jóvenes que aman lo paranormal. Los tres amigos descubren un día que tienen un poder especial: ver los miedos y fobias de la gente. Deciden utilizar ese poder para empezar a ayudar a las personas a enfrentar y vencer los mas variados y tremendos temores que aparecen en sus vidas. Intensas aventuras plagadas de payasos, abejas, aviones… y mucha valentía.

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Seitenzahl: 128

Veröffentlichungsjahr: 2024

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FEDERICO NICOLÁS BAIGORRIA

Los buscadores de la nada

Baigorria, Federico Nicolás Los buscadores de la nada / Federico Nicolás Baigorria. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4977-8

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com

Tabla de Contenidos

¿QUÉ SE ESTÁ MOVIENDO AHÍ ARRIBA?

¡ME QUIERO BAJAAAR!

NO...PUEDO…RESPIRAR…

BZZZZZZ

SHHH…

NO PUEDO…

MIAAUU…

¡NO ME TOQUEN!

ALGO HUELE MAL...

¿QUÉ LINDO?

JAJAJAJAJA…

¡POLVO A LA VISTA!

ESTOY LISTO

INTRODUCCIÓN

Todos tenemos miedos, hasta los más valientes y fuertes del mundo.

La pregunta es: ¿a qué le tenés miedo? Yo, a lo “muy fácil”.

Sin el miedo no se podría hacer nada. Intentar enfrentarlo y vencerlo es una prueba que debemos superar. Cuando salís de esa zona de batalla, tu mente se volvió más valerosa.

Nuestros miedos pueden ser materiales o no. Al pensar en ellos se te eriza la piel, cerrás los ojos, adoptás y usás diferentes técnicas para enfrentarlos o huir…

¿Qué pasaría si todos los miedos se materializaran ante vos? ¿Si te persiguieran, solo con el fin de asustarte y volverse más fuertes? Quizás la única forma de salvarte de ellos no es ni más ni menos que perdiendo… el miedo. Suena fácil, no lo es. Pero no podemos dejar que los miedos nos lastimen severamente.

Habrá que enfrentarlos, aunque se te erice la piel y cierres los ojos con fuerza...

Esta es la historia de un grupo de jóvenes que aman lo paranormal desde chicos. Lo sienten, y saben que pueden hacerle frente. Sus nombres son Kevin Lasalle, José Ortiz y Luciano Benavides. José y Kevin son amigos desde hace varios años y Luciano se unió a su grupo hace poco, por la escuela. Los tres viven el barrio de Flores. Vamos a conocerlos y acompañarlos en algunas de sus aventuras. Comencemos.

¿QUÉ SE ESTÁ MOVIENDO AHÍ ARRIBA?

Las personas que tienen fobia a las ratas

experimentan terror y repulsión ante la presencia,

real o imaginada, de estas.

Además, su miedo es desproporcionado e irracional

respecto al peligro real que suponen estos animales.

Una tarde de invierno, los tres amigos estaban en casa de Luciano viendo unas películas de terror…

Hacía mucho tiempo que ninguno se asustaba con nada, pero esta película hizo que Luciano pegara un pequeño salto. El terror del thriller se detuvo con las carcajadas y las burlas de los otros dos. Deseaban asustarse, pero no lo lograron (a excepción de Luciano y su saltito); la terminaron de ver y cada uno se fue a su casa.

Esa madrugada, como a las tres o cuatro, Luciano, fue a la cocina a tomar un vaso de agua. Algo le pareció raro, no se sentía solo ahí… No veía nada alrededor suyo que se moviera, así que volvió a su cama y se durmió.

Unas horas más tarde, se escuchó un grito aterrador.

Era su madre, gritaba y decía «¡Una rata, una raaaataaa!»

Luciano se sobresaltó con los gritos, y corrió a ver qué sucedía. Encontró a su madre arriba de la mesa, con una escoba en las manos. Más tranquilo, al ver que era una situación bastante graciosa y no tan peligrosa, le preguntó qué pasaba.

«¡Vi una rata enorme! ¡Del tamaño de un bebé!» le gritó su mamá, muy asustada todavía. Luciano buscó y buscó, pero no encontró nada. Entonces llamaron a su padre que ya estaba en el trabajo. Él prometió revisar todo por la noche, al regresar.

Esa noche, la cara de la mamá de Luciano era tétrica. Por el susto que había pasado ese día, y porque ni Luciano ni su padre encontraron nada. Ninguna rata. Al día siguiente, siguieron buscando. Por la cocina y debajo de los sillones, tampoco había rastros de la rata. Entonces, decidieron llamar a los exterminadores. El hermano menor de Luciano les buscó el número en una página de internet. Ellos dijeron que podrían ir esa misma noche.

Los exterminadores buscaron, y no encontraron nada de nada. Se retiraron casi riendo. El padre de Luciano le preguntó a su esposa si estaba segura de lo que había visto y ella le contestó que sí, muy firmemente.

Más tarde, cuando Luciano estaba acostado, escuchando música con el celular y hablando con amigos, volvió a escuchar el mismo grito de su madre. El padre dormía (ni los gritos lo despertaban). Luciano corrió a ayudarla, desesperado. La encontró llorando, parada arriba de un banquito de la cocina, con una escoba en las manos.

Luciano le preguntó si podía hacer algo y su mamá no podía contestar, seguía aterrada. Y entonces la vio. Una especie de rata mutante, del tamaño de un niño de tres años viendo fijamente a su madre con sus diminutos ojos.

Estaba sorprendido, no se podía ni mover, le costó entender qué estaba viendo… la ahuyentó como pudo, a los golpes. Y al no demostrarle miedo, la rata escapó o se disolvió. Su mamá se desmayó. Alcanzó a sostenerla para que no se golpeara. Recién entonces llegó su padre. El hombre se asustó mucho por la situación y le preguntó a su esposa si quería que llamara a una ambulancia. Ella respondió que no, que ya estaba bien (más o menos). Luciano le preparó un té. Era muy tarde. Notó que su madre seguía con cara de terror disimulada. La dejó con su padre y se llevó su té a la pieza, para hablar con los chicos. En el chat, Kevin le respondió primero y le preguntó qué pasaba. Mientras él les escribía, se sumó José. Les contó lo mejor que pudo sobre la rata enorme que vio. Los chicos creyeron que era una locura, pero obviamente les daba curiosidad. Y Luciano no solía mentir.

Al día siguiente, su padre decidió fumigar la casa. Así que toda la familia se fue unos días a la casa de una tía.

A los pocos días, Luciano y su mamá, Verónica, estaban tomando mates en el comedor. Él se levantó para ir al baño, y al volver, vio algo horroroso. Una rata gigante, del tamaño de un niño de seis años (la rata crecía, al parecer), miraba fijamente a su madre, a nadie más.

Y en ese momento, escuchó ruidos en el piso. No menos de diez ratas pequeñas corrían hacia el comedor.

La rata gigante se escapó, el chico la siguió hasta el baño, y allí el monstruo se esfumó. Ni rastro de la gigante ni de las pequeñas ratas. Verónica seguía tomando mates, sin enterarse de lo que había ocurrido a sus espaldas. Cuando Luciano se sentó otra vez, ella le dijo que, a pesar de la fumigación, tenía cada vez más miedo de esos animales horrendos.

Al día siguiente, Luciano decidió invitar a sus amigos a su casa, para poder hablar de lo ocurrido. Cuando Kevin y José llegaron, no tenían idea de lo que iban a ver en la cocina. Aunque la rata gigante había desparecido, Luciano pudo mostrarles los restos de comida putrefacta en el piso, y justo cuando les estaba contando el tamaño de la rata, se escuchó el grito.

«¡LUCIANOOOOO!»

Salieron corriendo y al llegar al comedor, pudieron ver, esta vez los tres, a la rata gigante y asquerosa acechando a la mamá de Luciano.

José casi vomitó y Kevin no salía de su asombro. No sabían qué hacer. Cuando el bicho se percató de su presencia, se esfumó. Y la mamá de Luciano, se desmayó.

Luego de resolver la situación, los amigos estuvieron hablando y tratando de sacar conclusiones del horrible suceso durante horas.

—¿Tenés idea de qué es eso que hay en tu casa, Lucho? —preguntó Kevin tras tantas deliberaciones.

Él respondió que no con la cabeza.

—¿Y sabés por qué hay ratas y eso que parece un hombre rata en tu casa? —preguntó José.

—No, no lo sé.

—Creo que tengo una idea. Tu mamá les tiene miedo a las ratas, ¿no? —continuó diciendo José.

—Evidentemente, así es. Más que miedo, pánico.

—¡Ajam! —exclamó José

Los tres se toman unos segundos para pensar en el miedo y el pánico. Si solo la mamá de Luciano y ellos tres podían ver esa cosa horrorosa, quizás tenían un poder especial.

—¿Será que podemos ver los miedos de la gente? —dedujo Kevin.

Se miraron en silencio, diciendo que sí con la cabeza.

Pasó una semana sin novedades. Todo parecía estar tranquilo. Luciano y su mamá seguían en alerta por “el hombre rata”, como decidieron llamar a la asquerosa criatura. Mientras cenaban, el chico decidió que ya era suficiente. Tenían que buscar y encontrar al engendro.

Al día siguiente se juntaron los tres en su casa. Convencieron al padre y al hermano menor para que se vayan. Y comenzaron a preparar todo. Abrieron sus mochilas, que contenían distintos artefactos. Spray para ratas, una rodaja de queso gigante como una sandía, una maza pesada, linternas…

Decididos, subieron al techo. Desparramaron queso por todos lados y comenzaron a buscar, armados de linternas.

—¿Ven algo? —preguntó Kevin. Luciano y José contestaron que no.

—¿Y si subimos a mi mamá? —se le ocurrió a Luciano.

—Me parece una buena idea —dijo José.

Entonces bajaron y le pidieron a verónica que los acompañara. Ella juntó valor y aunque no tenía muchas ganas, subió con los chicos.

Repitieron la búsqueda, con la mamá de Luciano presente.

—Según mi lógica, tendría que aparecer ya —dijo Kevin.

Y así fue. Apareció cerca de Verónica, pero esta vez estaban preparados. Cuando le tiraron con los litros y litros de spray antirratas que llevaban, aturdieron un poco al monstruo. Y Kevin aprovechó para darle un fuerte mazazo en la cabeza.

La inmunda rata gigante cayó al suelo, desplomada. En ese momento, la mamá de Luciano sintió una increíble sensación de alivio y de flojera en el cuerpo, como si hubiera estado atada, y los chicos la hubieran liberado de cuerdas o cadenas. Les agradeció con lágrimas de alegría y alivio. Y unos mates en la cocina, sin ratas.

Luego los chicos se juntaron en la habitación de Luciano, para asimilar lo que habían vivido. Hablaron y hablaron, como cinco horas seguidas. Se preguntaban cómo hicieron para ver lo que vieron. Si solo ellos podían. Si existirían monstruos peores que la rata gigante.

No encontraron respuestas...

«Che, ¿qué les parecería formar un grupo para combatir contra las formas horrorosas que rodean a la gente?» propuso Luciano, de repente. La primera respuesta de los otros dos fue que estaba loco. Luego pensaron que, si solo ellos los podían ver, formar un grupo sería de gran ayuda para la gente. Y que seguro existían cosas distintas y peores que esa rata.

Armaron la página de Facebook. Crearon un logo. Y pusieron el mensaje.

“¿Misterios? ¿Cosas sobrenaturales? Mandale un mensaje al señor José Ortiz para más información y ayuda”.

«¿Señor?» dijo Kevin. Y los tres se rieron, listos para el siguiente caso.

¡ME QUIERO BAJAAAR!

No poder subir a un piso alto o a un ascensor,

ser incapaz de asomarse a una ventana o a un balcón,

o privarse de contemplar paisajes desde una cierta altura,

es un problema que muchos lamentablemente padecen

y que no todos saben cómo superar. ¿Su nombre? Acrofobia.

Los chicos estaban en la casa de José comiendo una pizza y charlando un poco, cuando le sonó el celular a Kevin. Era una notificación del grupo de Misterios que habían creado hacía unos días. «Mensaje de Esteban», les comunicó Kevin a José y Luciano que se estaban sirviendo la segunda porción de pizza.

Una familia de Saavedra, que ya se había comunicado con ellos por ese medio y por teléfono, estaba teniendo problemas. Su hijo, Esteban, de dieciséis años, soñaba cosas extrañas y eso lo asustaba demasiado. Cuando los chicos hablaron con sus padres por teléfono, ellos les contaron que, en los sueños, Esteban veía para abajo desde muy, muy arriba, repetidas veces y que, de repente, se caía a la nada. Esos sueños estaban siendo muy repetitivos. «Hace ya cuatro meses, más o menos, que los tiene», dijeron. «El sueño de la caída sin final, caída a la nada mejor dicho y también escuchando, por si no fuera poco, una risa burlona mientras cae», agregaron, todos imaginaron una imagen parecida.

Los padres de Esteban habían consultado con todos los psicológicos especialistas en temas de pesadillas tan repetitivas, y nada ayudaba en serio. Los sueños seguían cada vez peor. No encontraban respuestas, entonces Esteban se decidió a tratar de superar este miedo por sí mismo (el primer paso). A raíz de eso, comenzó a buscar en internet formas de superar una fobia. El suponía que tenía fobia a las alturas. Y creía que era por algo que le había pasado cuando era chiquito. Sus padres le habían contado que se había caído desde un tobogán. Al caer, no se había desmayado, ni lastimado. Pero estaba aterrorizado por lo que había vivido y lloró durante días. Sus padres lo ayudaron a buscar en las redes, y así encontraron a los Buscadores y el grupo de Misterios en Facebook.

Primero se comunicaron con Luciano y le mandaron mensajes contándole acerca de los sueños, pensando que a él le parecerían una locura. Preguntaron si los Buscadores podían ayudar a su hijo. Lucho no sabía bien de qué hablaban porque no lo escribían muy claro. Le contaron de los sueños de Esteban, cayéndose. «Un estilo de caída a ningún lado» decían. Él consultó con sus amigos. Y le respondieron a la familia de Saavedra que los llamaran por teléfono, si volvía a suceder. Los tres se pusieron a investigar sobre este tipo de sueños y sucesos similares en internet. Encontraron varias cosas, pero necesitaban saber más del chico. Pronto irían a verlo.

La mañana del día de las pizzas en casa de José, Esteban estaba en la escuela, y no daba más del cansancio. No había dormido casi nada. En el recreo, sus compañeros se habían ido a buscar algo de comer a un quiosco que estaba cerca de la escuela y él les dijo que después los alcanzaba, porque le quedaban algunas cosas para hacer. Y entonces se quedó solo en el aula… Unos minutos más tarde, se empezó a sentir mareado. Y lentamente sintió que el piso de la escuela desaparecía…

Y él caía. Cada vez más y más profundo. En un agujero sin fin...

Empezó a gritar (un grito intenso, de un terror profundo). Al oírlo gritar, sus compañeros volvieron corriendo a socorrerlo y lo encontraron tirado en el piso en posición fetal, agarrándose la cabeza. Los directivos de la escuela decidieron llamar a sus padres. Solo pudo ir su padre a buscarlo, pues su mamá estaba trabajando. La directora de la escuela le recomendó que se quede unos días en su casa, por lo sucedido.

Camino a su casa, iba sintiéndose mejor. Esa noche cenó con sus padres, y todo parecía estar bien. Esteban se fue a su habitación. Miró la cama, y comenzó a sentir que se caía. La idea de acostarse, dormirse y soñar, ya le estaba provocando la imagen y la sensación de la caída.

Por eso decidió volver a comunicarse con el grupo Misterios y sus organizadores. Este miedo tenía que terminar. Kevin le respondió el mensaje.

«Volvió a suceder. En la escuela. Cada vez es peor. Ayúdenme, chicos», escribió Esteban.



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