Los crímenes de la calle Morgue - Edgar Allan Poe - E-Book

Los crímenes de la calle Morgue E-Book

Edgar Allan Poe

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Beschreibung

El asesinato de una madre y su hija ha sacudido a la sociedad parisina decimonónica debido a la crueldad con que fue cometido el crimen, pero sobre todo porque la policía ha sido incapaz de encontrar al asesino a pesar de haber entrevistado a numerosos testigos. Sin embargo, la vieja casona de la calle Morgue donde fueron encontradas muertas ambas mujeres es todo lo que necesita Augusto Dupin, un aristócrata venido a menos pero poseedor de una inteligencia fuera de lo común, para dilucidar un misterio que parecía irresoluble. "Los crímenes de la calle Morgue" es considerado el texto fundador de la novela de detectives.

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EDGAR ALLAN POE

Ilustraciones DANIEL SILVA PÁRAMO

Primera edición, 2020 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés Ilustraciones de portada e interiores: Daniel Silva Páramo

D. R. © 2020, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6799-1 (ePub)ISBN 978-607-16-6585-0 (rustico)

Hecho en México - Made in Mexico

Qué canto entonaban las sirenas, qué nombre

adoptó Aquiles cuando se ocultó entre las mujeres,

intrigantes como son estas cuestiones,

no escapan a toda conjetura.

SIR THOMAS BROWNE

Los rasgos mentales que solemos atribuir al carácter analítico son, en sí mismos, poco susceptibles de análisis. Sólo por sus efectos es que podemos apreciarlos. Sabemos de ellos, entre otras cosas, que cuando se tienen en grado extremo siempre son para su poseedor una fuente del gozo más vivo. Así como el hombre fornido se regocija de sus habilidades físicas y obtiene placer de los ejercicios que ponen sus músculos en acción, de igual manera la personalidad analítica se deleita con la actividad del intelecto aplicada a esclarecer alguna incógnita. Encuentra placer aun en las tareas más triviales, siempre que pongan su talento a prueba. Es afecto a enigmas, acertijos, jeroglíficos, y al resolverlos muestra un nivel de perspicacia que para el común de la gente parece sobrenatural. Sus conclusiones, obtenidas por la sola virtud y esencia del método, tienen, a decir verdad, toda la apariencia de haber sido logradas gracias a la intuición.

Es probable que esta facultad de solucionar misterios se vea fortalecida por el estudio de las matemáticas, en particular de esa elevada esfera que, de manera injusta y sólo en razón de su forma de operar en retrospectiva, se ha dado en llamar análisis. Y, con todo, calcular, en sí, no es lo mismo que analizar. Un jugador de ajedrez, pongamos por ejemplo, hace lo primero sin gastar esfuerzo en lo segundo, de ahí que al ajedrez se le comprenda muy mal en cuanto a sus efectos sobre el carácter mental. No pretendo redactar aquí un tratado, sólo detallo ciertas observaciones hechas al azar que sirvan de preámbulo para un relato un tanto inusual; por ello, aprovecho la ocasión para afirmar que las elevadas funciones del intelecto reflexivo son requeridas con mayor claridad y ventaja por el modesto juego de damas que por toda la elaborada frivolidad del ajedrez. En éste, donde los movimientos de las piezas son distintos y singulares y cada pieza posee un valor propio, a lo que sólo es complicado se le considera equivocadamente profundo, un error bastante común. Aquí lo que se pone en ejecución poderosamente es la atención: un titubeo basta para cometer un descuido que puede traducirse en la pérdida de una pieza o incluso en la derrota. Los movimientos son tantos, y tan envolventes, que las posibilidades de incurrir en tales descuidos se multiplican, y en nueve de cada diez ocasiones es el jugador con mayor concentración, no el más sagaz, quien gana la partida. En las damas, por el contrario, cuyos movimientos son únicos y casi no tienen variaciones, las posibilidades de que algo pase inadvertido se reducen al mínimo, y puesto que la mera atención queda comparativamente sin uso, las ventajas que cualquiera de los oponentes obtenga se derivan de una mayor capacidad de percepción. En términos menos abstractos, imaginemos una partida de damas en la que las piezas se redujeran a cuatro reinas y, por consiguiente, no hubiera espacio para los descuidos. En este caso, es evidente que la victoria sólo puede ser decidida (estando los jugadores en igualdad de condiciones) por algún movimiento bien buscado, resultado de un extremado ejercicio del intelecto. La personalidad analítica, despojada de todo recurso ordinario, se abandona al espíritu de su oponente, y al lograr una completa identificación con él, con no poca frecuencia discierne en un instante las tácticas (en ocasiones de una simpleza absurda) con las cuales pueda inducirlo a error o hacerlo incurrir, en su apuración, en una falla de cálculo.

Por mucho tiempo al juego de naipes llamado whist se le ha reconocido su influencia en lo que se conoce como poder de cálculo, y se sabe de hombres con un intelecto superior que al parecer encuentran en su práctica un placer indescriptible, al tiempo que rechazan el ajedrez por considerarlo frívolo. Sin duda no existe entretenimiento similar que ponga de tal manera a prueba la facultad de análisis. El mejor jugador de ajedrez en el orbe será poco más que eso; pero dominar el whist implica la capacidad de sobresalir en todas las importantes tareas en las que una mente contiende contra otra. Cuando digo dominar, me refiero a aquella perfección al jugar que incluye comprender todas las fuentes de las que pueda obtenerse alguna ventaja, las cuales no solamente son muchas, sino también muy diversas, y a menudo yacen en recovecos de la mente por completo inaccesibles a la mente ordinaria. Observar con atención es recordar con claridad, y en este sentido un jugador atento de ajedrez puede hacer un buen papel en el whist, siempre que haya entendido lo suficiente las reglas de Hoyle (cuyo tratado sobre el whist no hace otra cosa que describir el mero mecanismo del juego). De esta manera, poseer una buena retentiva y atenerse a las reglas son puntos que en general se consideran la suma total del buen jugar. Con todo, es en las cuestiones que rebasan los límites impuestos por el reglamento donde se manifiesta la habilidad del pensador analítico. Éste lleva a cabo un cúmulo de observaciones e inferencias, como seguramente también lo hacen sus colegas; pero existe una diferencia en la dimensión de la información obtenida que radica no tanto en la validez de las inferencias cuanto en la calidad del proceso de observación. Lo que se requiere es saber qué observar. Nuestro jugador no se aísla en absoluto; tampoco, pretextando que el juego es el objeto de su atención, rechaza deducciones extraídas de elementos externos al juego. Examina el semblante de su compañero y lo compara minuciosamente con el de sus oponentes. Considera la manera en que se ordenan las cartas en cada mano, a menudo contando triunfo tras triunfo, carta mayor tras carta mayor, por las miradas que cada jugador lanza sobre ellas. Toma nota de cada gesticulación a medida que avanza el juego, con lo que elabora para sí un inventario de consideraciones a partir de las variaciones de expresión, desde la certidumbre, pasando por la sorpresa, la seguridad de la victoria o la desilusión. Por la manera en que alguien logra una baza pondera si quien la ganó podrá hacer otra del mismo palo. Descubre cuando alguien alardea por su forma de lanzar las cartas a la mesa. Una palabra dicha por descuido o sin advertirlo; dejar caer o voltear por accidente una carta, y la reacción que esto produce, ya sea apuración por ocultarla de la vista de los demás o bien indiferencia; la cuenta de las bazas, tomando en consideración el orden en que fueron dispuestas; vergüenza, vacilación, avidez o inquietud... todo ofrece, a su percepción en apariencia intuitiva, indicios de la verdadera situación de la contienda. Para cuando se han jugado las primeras dos o tres rondas él ya tiene plena conciencia del contenido de cada mano, y a partir de ese momento juega sus cartas con tanta determinación como si el resto de los jugadores tuviera sus cartas abiertas.

Este poder de análisis no debe tomarse por simple ingenio, pues si bien la persona analítica es por fuerza ingeniosa, el ingenioso suele ser notablemente incapaz de hacer uso del análisis. La habilidad de asociar y elaborar inferencias lógicas por la cual suele manifestarse el ingenio y que los frenólogos (en mi opinión de manera errónea) atribuyen a un órgano particular pensando que constituye una facultad primitiva, se ha visto con tanta frecuencia en individuos cuyo intelecto linda en otros aspectos en el idiotismo que este hecho ha atraído la atención general de los estudiosos de la moral. Con todo, hay entre el ingenio y la capacidad de análisis una brecha mucho mayor que la que existe entre la fantasía y la imaginación, si bien ambas son de un carácter estrictamente análogo. De hecho, se puede comprobar que quien posee ingenio tiende siempre a la fantasía, pero quien es en verdad imaginativo nunca es otra cosa que analítico.

Sirva para el lector el siguiente relato a manera de comentario de las ideas hasta aquí propuestas.

Durante mi estancia en París la primavera y parte del verano de 18… trabé conocimiento con un tal monsieur