Los de abajo - Mariano Azuela - E-Book

Los de abajo E-Book

Mariano Azuela

0,0

Beschreibung

La presente redición de Los de abajo, a manos de Víctor Díaz Arciniega, recupera la edición de 1920 establecida por el propio Mariano Azuela e impresa por Tipografía Razaster. Incluye además una introducción y un aparato crítico del editor en el que se estipulan los cambios que se llevaron a cabo en la edición de 1958.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 288

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Mariano Azuela (Lagos de Moreno, 1873-Ciudad de México, 1952) fue un destacado médico cirujano y escritor que incursionó tanto en el cuento y la novela como en el ensayo y el teatro. En 1943 ingresó a El Colegio Nacional como miembro fundador. A sus 39 años se enlistó en las filas villistas en el regimiento del general Julián Medina, donde recibió el cargo de jefe de servicio médico. Tuvo una participación activa en la Revolución mexicana durante dos años, hasta que a finales de 1915 decidió emprender un viaje hacia El Paso, Texas, donde publicó por entregas Los de abajo. El FCE ha publicado sus Obras completas (1958-1960), Tres novelas: La malhora, El desquite, La luciérnaga (1958), Mala yerba. Esa sangre (1971), Nueva burguesía (1985) y Correspondencia y otros documentos (2000).

LETRAS MEXICANAS

146

Los de abajo

MARIANO AZUELA

Los de abajo

Edición y estudio introductorioVÍCTOR DÍAZ ARCINIEGA

Primera edición, 1916 Segunda edición (Col. Popular), 1960 Tercera edición (Bliblioteca Universitaria de Bolsillo), 2007 Cuarta edición (Grandes Letras), 2007 Quinta edición (Letras Mexicanas), 2015 Primera edición electrónica, 2015

Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

Ilustraciones de Gabriel Maroto tomadas de la edición de Los de abajo de Ediciones Biblos, Madrid, 1927 (Col. Imagen, 2)

D. R. © 2015, El Colegio Nacional Luis González Obregón, 23; 06020 México, D. F. Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5789-4330

D. R. © 2015, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco Avenida San Pablo, 180; 02200 México, D. F.

D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-3395-8 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Los de abajo, cien años despuésVÍCTOR DÍAZ ARCINIEGA

LOS DE ABAJO

Primera parte

I.Te digo que no es un animal…

II.Todo era sombra todavía…

III.Entre la maleza de la sierra…

IV.Faltaron dos…

V.La Codorniz, sobresaltado…

VI.Luis Cervantes no aprendía aún a discernir…

VII.Adormilado aún, Demetrio paseó…

VIII.Luis Cervantes, otro día…

IX.Señá Remigia, emprésteme…

X.¿Por qué no llama al curro…?

XI.Oye, curro, yo quería…

XII.La herida de Demetrio…

XIII.Yo soy de Limón…

XIV.Si vieras qué bien explica…

XV.En el baile hubo mucha alegría…

XVI.A medianoche, Demetrio Macías…

XVII.¿De modo es que si por este corral…?

XVIII.Demetrio llegó con cien hombres…

XIX.Allí vienen ya los sombrerudos…

XX.¡Que viene Villa!…

XXI.El atronar de la fusilería…

Segunda parte

I.Al champaña que ebulle…

II.¡Qué brutos!…

III.Le presento a usted, mi general…

IV.Al atardecer despertó Luis Cervantes…

V.Como los potros que relinchan…

VI.Se habían alojado en una casona…

VII.¿Yo qué sé?…

VIII.Ya el sol se había puesto…

IX.El torbellino del polvo…

X.La tropa acampó en una planicie…

XI.Antes de la madrugada…

XII.Iban llegando ya a Cuquío…

XIII.Caída la cabeza, las manos cruzadas…

XIV.Humo de cigarro, olor penetrante…

XV.Las calles de Aguascalientes…

Tercera parte

I.Muy estimado Venancio…

II.¿Por qué se esconden ustedes?…

III.Aquel pueblecillo…

IV.Asomó Juchipila a lo lejos…

V.Entraron a las calles de Juchipila…

VI.La mujer de Demetrio Macías…

VII.Fue una verdadera mañana de nupcias…

LOS DE ABAJO, CIEN AÑOS DESPUÉS

VÍCTOR DÍAZ ARCINIEGA

Para Gina

Los de abajo alcanzó la virtud de ser la novela y el testigo de su tiempo. ALÍ CHUMACERO

La presente edición de Los de abajo de Mariano Azuela (1873-1952), en su versión de 1920, obedece al propósito de celebrar los cien años de su aparición en el periódico El Paso del Norte, en 1915, publicado en El Paso, Texas.1 En su momento, esta primera versión de la novela pasó prácticamente inadvertida para los lectores, tanto por el tipo y lugar de la publicación como por las condiciones derivadas de la revolución.2 No obstante la casi nula recepción, la confianza en su propia novela condujo a Mariano Azuela a preparar en 1920 una nueva impresión en la Tipográfica Razaster, pero antes decidió hacer una cuidadosa revisión, como elusivamente refirió Azuela: “Los retoques y adiciones que le hice fueron sólo para vigorizar personajes o pasajes, pero no por razones de estilo. Éste me ha preocupado exclusivamente en lo que se refiere a claridad y concisión. Cuando consigo esto, quedo satisfecho”.3

Esta explicación permite entrever algunas de sus intenciones, que junto a los asuntos de estilo comprenden la amplia dimensión de su concepto estético y social de la literatura realista, a la que se apegó desde su primera novela, Los fracasados, de 1907, y paulatinamente fue depurando hasta llegar a la segunda versión de Los de abajo, el punto más alto de toda su creación novelística. Las diferencias entre las versiones de 1915 y 1920 son notorias y con la ayuda de esta edición, que recupera la versión revisada por el propio autor, el lector podrá percibir los cambios formales introducidos para beneficio de las cualidades literarias de la novela y también, los matices de la percepción social e histórica del autor ante el intenso proceso de transformación por el que atravesaba México en 1915.

El propósito de ofrecer la versión de Los de abajo que intervino personalmente Azuela y que fue impresa en la Tipográfica Razaster es múltiple: a) pone al alcance del lector la adaptación que el mismo autor estableció y que no sólo recoge correcciones de sintaxis u ortografía, sino que añade pasajes o personajes; b) las diferencias entre esta edición y la publicada por primera vez en 1915 en formato de libro permiten observar, analizar y valorar los siempre ocultos mecanismos del proceso de creación literaria; c) restituye el espíritu y las palabras del realismo literario seguido por el autor mediante criterios filológicos: en la versión de 1920 señalo, en notas, las diferencias con relación a la edición de 1958 dentro de las Obras completas, que inevitable e involuntariamente recogió las correcciones, los errores y las erratas acumulados al paso de varias ediciones.4

En las siguientes páginas analizaré: primero, algunos aspectos biográficos de Mariano Azuela que subyacen en la novela; después, los aspectos de su verosimilitud; en tercer lugar, las cualidades del realismo literario empleado por el autor, y concluiré con una somera descripción de las diferencias entre las versiones de 1915 y 1920 de Los de abajo. Como se podrá comprender, esta edición pretende hacer público lo que Mariano Azuela mantuvo en secreto y realizó en la soledad de su mesa de trabajo: la corrección de su obra, esa delicada e inteligente tarea del artista que logró integrar sus habilidades técnicas, su sensibilidad estética y humana y su recreación literaria de aquella realidad social y humana inmediatas que vivió.

I. LA TRAMA BIOGRÁFICA

Todo lo que escribe uno es hasta cierto punto autobiográfico.

MARIANA FRENK WESTHEIM

1. En el ciclo de conferencias “El novelista y su ambiente” dictado en El Colegio Nacional durante la segunda mitad de la década de 1940, Mariano Azuela describió los que consideraba eran sus rasgos de legitimación como revolucionario, y cuál y cómo había sido su participación:5 exhibió su convicción maderista, su participación en el villismo encabezado por el general Julián Medina en el estado de Jalisco6 y, sobre todo, la base de veracidad que sostenía su testimonio novelesco consignado en Andrés Pérez, maderista, de 1911; Loscaciques, redactada entre 1913 y 1914 y publicada en 1917; Las moscas, escrita en 1914 y publicada en 1918, y Los de abajo, principalmente. Por necesidad expositiva, en esas conferencias también hizo una breve descripción de las condiciones de vida en Lagos de Moreno, su tierra natal, hacia el final del gobierno de Porfirio Díaz. En otras palabras, Azuela estaba recuperando para su auditorio algunas experiencias que subyacían en sus novelas.7

Aunque de entrada él explicó que “nunca tuve ni he tenido inclinación o simpatía por la política militante”, admitió que luego de una “determinación libremente tomada” aceptó participar en el movimiento encabezado por Madero. Refirió que esta decisión la estimuló el extenso e impactante reportaje México bárbaro, de 1907, del estadunidense John K. Turner: “produjo un momento de asombro” pero “nuestro paternal dictador cuidó de que no circulara el panfleto” y de que “los diaristas desmintieran la especie y que colmaran de injurias a quien la propaló” (1066-1067). Transcurridos treinta y tantos años, Azuela hizo una valoración moral: “en determinados momentos de la vida de un pueblo la abstención de un individuo no sólo es cobarde sino criminal” (1066), y también reconoció lo que motivó la rendición de su testimonio:

He puesto […] todo mi esmero en remover y rendir mis recuerdos con la mayor fidelidad posible, naturalmente no en calidad de historiador o cronista, sino de novelista que procuró captar más que hombres, cosas y sucesos, la honda significación de los mismos, para creaciones más o menos arbitrarias [1077-1078].

Durante los primeros meses de 1911, tras la toma de Ciudad Juárez por las fuerzas de Madero (8-10 de mayo), en Lagos de Moreno irrumpió el “más grotesco espectáculo” (1069) protagonizado por los aventureros y acomodaticios caciques locales, que de la noche a la mañana aparecieron con insignias y armas al frente de los jornaleros de sus haciendas ahora convertidos en “ejército”. Durante los referidos meses, Azuela se involucró en el proceso de renovación de las autoridades locales; para su sorpresa, los trabajadores lo eligieron para primera autoridad del cantón de Lagos de Moreno. Según dejó entrever, él aceptó un poco a regañadientes; en cambio, los caciques locales lo reprobaron abiertamente. Entonces ocurrió el siguiente episodio:

Cuando me presenté en la Jefatura Política del cantón a tomar posesión del puesto que se me había conferido, ratificado ya por el gobernador del Estado, me encontré con los maderistas a las órdenes del llamado coronel don Manuel Rincón Gallardo estorbándome el paso. Tuve entonces que recurrir al destacamento de soldados federales de guarnición en la plaza para desalojar al seudo maderista y a las autoridades a quienes ellos sostenían, e instalarme [1069].

Pronto sacó una conclusión, que describió así: la revolución de Madero resultó de “mentirijillas”: las “pocas escaramuzas” que sirvieron para derrotar al régimen “dejaron incólumes a los testaferros del porfirismo”, quienes en “los primeros instantes” sólo se “asustaron”, pero durante el gobierno del presidente interino Francisco León de la Barra —del 25 de mayo al 6 de noviembre de 1911— hubo “combinaciones e intrigas políticas” que “socavaron” los “cimientos del nuevo régimen”; en Jalisco, esto condujo al derrocamiento del gobernador. Por lo cual, y en su calidad de jefe del cantón de Lagos de Moreno, Azuela hizo una severa protesta mediante su “renuncia de carácter irrevocable”: había aceptado la jefatura por “obedecer el mandato del pueblo”, pero “no el mandato oficial”. Para entonces cumpliría dos meses en el cargo cuando llegó el final: “para colmo de mofa hube de entregarlo a la misma persona a quien por la fuerza había tenido que desalojar” (1070).

Mariano Azuela padeció durante los trece meses de la presidencia de Madero —del 6 de noviembre de 1911 al 22 de febrero de 1913— el denso ambiente de Lagos, porque “ser maderista fue otra vez nota infamante y vergonzosa”: “como en todas partes, hubo numerosas renuncias de revolucionarios del maderismo, por supuestas actividades subversivas” (1074).Gracias al gobernador de Jalisco, licenciado José López Portillo y Rojas, en Lagos de Moreno se “atemperaron” “muchos excesos” y, por su amistad con él, Azuela pudo “salvar” a algunos “correligionarios seriamente comprometidos”, como el poeta popular Francisco Guerrero Ramírez. No obstante, los caciques no se dieron por vencidos y acudieron al gobernador de Aguascalientes para conseguir de él apoyo para sus “maquinaciones” y así “aprehender a algunos maderistas acusados de preparar un levantamiento” (idem).

En este ambiente de crispación e intolerancia transcurrieron las semanas de abril y mayo de 1914 previas al derrocamiento y dimisión del presidente Huerta. En el norte el ejército de Pancho Villa iba tomando fuerza y poblaciones, por lo que se envió al ejército federal a combatirlo. Éste pasó por las inmediaciones de Lagos de Moreno y ofreció dos imágenes: de ida iban “ufanos, orgullosos y echando balandronadas” contra un enemigo que “aniquilarían” y, muy pocas semanas después, ya de regreso, en pequeñas y dispersas partidas aquellos mismos soldados pasaron “mudos, cabizbajos y encogidos como perros apaleados”. “Todo mundo adivinó el desastre huertista que la prensa se empeñaba en ocultar”. El pueblo reprimía su “regocijo” mientras a los acaudalados “el pánico desencajaba” sus rostros. Pronto llegó “un rumor de despojos y asesinatos” que “sobrecogió de terror a la plutocracia”. También pronto se observó la “pugna entre patrón y sirviente”, cuyo “resentimiento acumulado por tantos años de humillaciones” “restallaba implacable” (1075).

Azuela también llegó con los villistas un poco a regañadientes, después de que sus amigos Pepe Becerra y Francisco M. Delgado habían referido al general Julián Medina sus actividades como maderista en Lagos de Moreno. Con esta recomendación, en los “últimos días de octubre de 1914” y en Irapuato el doctor Azuela se incorporó al Estado Mayor del general Julián Medina, quien permanecía en esa ciudad en espera del grueso de las fuerzas villistas, provenientes de la Ciudad de México; entonces Irapuato era el cruce ferroviario más importante de México. Medina lo recibió con “demostraciones de estimación y cordialidad y en seguida [le] extendió el nombramiento de jefe del servicio médico, con el grado de teniente coronel” (1078).

Azuela permaneció en Irapuato “un mes aproximadamente”,8 y “a diario” tuvo ocasión de platicar con Medina, quien gustaba “mucho de narrar sus aventuras y anunciar sus propósitos”. Medina hubo de trasladarse a Aguascalientes para participar en la Convención —no hay noticias de si Azuela acudió o no a la Convención, aunque el novelista se asumió como “convencionista”—; inmediatamente después pasó a Guadalajara para asumir el cargo de gobernador de Jalisco. “En diciembre llegamos a Guadalajara y en seguida el Gobernador me designó para el puesto de Director de Instrucción Pública del Estado. Brevísima fue mi actuación, desalojados por los carrancistas” (1081).9

Como director de Instrucción Pública, en Guadalajara tuve sobradas ocasiones de conocer muy de cerca a la burocracia, en su sección más turbulenta: después conviví con el gremio en sus mismos alojamientos, en los mismos trenes y en toda especie de parajes. Pude observarlos hasta la saciedad en sus pequeñas intrigas, en sus minúsculas ambiciones y a no pocos en una voracidad asquerosa [1091].

2. La toma de Zacatecas el 23 de junio de 1914 resultó decisiva: entonces las fuerzas villistas de la División del Norte derrotaron al ejército federal y con ello prácticamente llegó a su fin el gobierno del general Victoriano Huerta, quien dejó la presidencia y, dos semanas después, el país.10 En cuestión de días vendría la “ruptura inmediata y violenta de dos facciones que se disputaban el poder”, las cuales desde el triunfo en Zacatecas entraban y salían de Lagos de Moreno. Esto “nos colocaba de nuevo a merced de nuestros enemigos locales”, quienes ahora los acusaban ante una facción de ser simpatizantes de la contraria, y el delito ahora era ser villista ante los carrancistas o viceversa (1078). Fue entonces cuando a Azuela se le presentó la oportunidad de cristalizar un doble deseo: “convivir” con “auténticos revolucionarios —no de discursos, sino de rifles— como material humano inestimable para componer un libro” (1080).

Derrotado Villa en la Hacienda de la Trinidad, próxima a Celaya —el 7 de mayo de 1915—, y Julián Medina destituido del cargo de gobernador, éste y sus hombres emprendieron una serie de combates contra los carrancistas en Jalisco. En uno de ellos, en San Pedro Tlaquepaque —colindante con Guadalajara—, fue gravemente herido el joven coronel Manuel Caloca; “muchacho de menos de veinte años, alto, flaco, olivado, tipo un tanto mongoloide, alegre e intrépido, de valor temerario en la pelea” y gente con mando de tropas de todas las confianzas de Medina. Por esto pidió al doctor Azuela que lo condujera, junto con una cuadrilla de ochenta hombres, de Tepatitlán a Aguascalientes para operarlo. La comisión resultó calamitosa: el 16 de junio partió de Tepatitlán, pasó por los pueblos, rancherías y caseríos de Cuquío, Limón, Santa Rosa, Moyahua, Juchipila, Jalpa, Calvillo y el 10 de julio llegó a la ciudad de Aguascalientes; en el camino desertó gran parte de los ochenta hombres que conformaba la cuadrilla de apoyo y protección. Horas después de la cirugía, con los carrancistas prácticamente en las afueras de la ciudad, con el coronel Caloca convaleciente y dos o tres hombres más, Azuela abordó el tren que lo condujo a la ciudad de Chihuahua, todavía bajo el resguardo de los villistas.11

En esta ciudad, entre agosto y principios de octubre, como todos, también él padeció las enormes limitaciones materiales derivadas del derrocamiento del villismo —la toma de la ciudad ocurriría a mediados de diciembre; días después caería Ciudad Juárez—. Ahí trabó amistad con otros individuos que, como él, también por circunstancia habían ido a parar a Chihuahua, y, sobre todo, ahí integró el legajo de notas sueltas que había hecho y ordenó y pulió las primeras versiones de su relato novelesco Los de abajo que había venido haciendo. A mediados de octubre cruzó el puente fronterizo para entrar a El Paso, Texas; aquí publicó por entregas, en El Paso del Norte, la novela cuya tercera parte concluyó a marchas forzadas en la redacción del periódico. En El Paso permaneció hasta finales de diciembre de 1915, cuando volvió a cruzar el mismo puente, volvió a la misma estación de ferrocarriles y volvió a abordar el mismo tren que ahora lo condujo hasta Guadalajara.

3. En su balance evocativo Azuela procuró ceñirse al propósito de “dar la verdad tal cual”. Naturalmente, indicó que esa “verdad” la intentó recrear dentro de tres vertientes: mostrar a “el hombre [que él era] hace treinta y tantos años”, referir los hechos y entornos en los que vivió aquel “novelista” y, quizás lo más importante, reconocer “la influencia del ambiente sobre su obra” (1080). En otras palabras, su esfuerzo por evocar y valorar sus experiencias con el ejército popular villista —aunque invariablemente empleó el concepto genérico de revolución— lo encaminó hacia la sutil explicación del proceso de la creación novelística sujeta a los principios del realismo literario, que en su concepción y práctica era lo más próximo a la “verdad”.

Con el estilo del relato realista de la novela, Azuela ya había venido escribiendo el que sería su “ciclo” novelístico de la Revolución mexicana. Comprendió, primero, Andrés Pérez, maderista, para analizar las contradicciones de los maderistas y de esa revolución que calificó de “mentirijillas”; después Los caciques, para mostrar las prácticas del poder y enriquecimiento de los caciques en Lagos de Moreno; en tercer lugar Las moscas, para caracterizar el oportunismo del burocratizado gremio magisterial que luchaba por sobrevivir dentro del caos derivado del derrocamiento de Huerta,12 y los dos relatos largos: Domitilo quiere ser diputado y Cómo al fin lloró Juan Pablo —ambos publicados en 1918, pero basados en sus notas de años anteriores—, uno sobre el oportunismo de los caciques pueblerinos con uniforme de revolucionarios y otro sobre la convicción de un revolucionario poco afortunado.

Con Los de abajo cerró el “ciclo” y con ella prosiguió explorando un proceso de creación literaria en apariencia idéntico, pero realizado de manera radical: las tres o cuatro semanas de campaña militar dentro del Estado Mayor del general Medina —en su condición de “médico de tropa”—, más los treinta y tantos días del calamitoso traslado del herido coronel Manuel Caloca ya referidos, Azuela los transmutó en la esencial indagación estética de su relato y en su revaloración humana, en el sentido moral. Como referí, en sus conferencias resultó relevante la descripción del entorno humano con el cual convivió y luego recreó en la caracterización de “los de abajo”; eran hombres apenas identificables por sus apodos o nombres de pila, y quienes integran el reducido círculo del Estado Mayor de Demetrio Macías, el protagonista de la novela.

Las historias de vida que atribuyó a sus personajes provienen de este entorno humano, pues esos hombres buscaban distinguirse a sí mismos mediante la descripción episódica y anecdótica de sus experiencias: era el relato rudimentario, fragmentado y disperso de algo parecido a la autobiografía de esos hombres anónimos, cuyas historias de vida Azuela escuchó al paso y le sirvieron como base para su novela: fragmentadas y dispersas, y como tales, registró en innumerables notas:

Quien alegaba su tiempo de servicios, quien sus gloriosos hechos; uno se lamentaba de haber abandonado a su familia, otro un trabajo que lo estaba enriqueciendo y los menos hacían valer su amistad o parentesco con los más altos jefes. La fraternidad que unió a los primeros luchadores había entrado en los dominios de la historia y de la leyenda [1080].

Comprensiblemente, debido a los años trascurridos entre los hechos de 1914 y 1915 y la evocación valorativa de 1947, en esta retrospección Mariano Azuela privilegió sobremanera aquello que consideró próximo a la “verdad” y útil para la “historia”. Este doble propósito conllevaba un involuntario sesgo natural en su apreciación y recuperación de los acontecimientos e individuos, porque esa doble condición distorsionó su perspectiva analítica e interpretativa de Los de abajo, al punto que dio por sobrentendida su compleja recreación literaria de las pasiones e instintos humanos de aquellos individuos, que se caracterizaban por la excepcionalidad derivada de la condición de guerra.13 Esta sola condición provocó el profundo trastorno de esos hombres y del mismo Azuela, porque todos estaban experimentando la violenta provisionalidad de eso que el personaje Alberto Solís de Los de abajo denominó “vida instantánea”.

En otras palabras, en sus conferencias “El novelista y su ambiente” Mariano Azuela omitió esta trágica circunstancia, porque los críticos, periodistas y lectores durante tres décadas habían subrayado exclusivamente las cualidades realistas y testimoniales de los encuadres históricos —aquí aludo a los episodios e individuos convencionales referidos en los libros de texto—. Sin embargo, considero que el drama humano no se puede obviar ni, tampoco, que el entorno pronto jerarquizado como histórico sea la única cualidad de la novela, porque la excepcional circunstancia colocó al novelista en condiciones materiales y psicológicas igualmente de excepción, como en la novela lo ilustran sus personajes: padecen el trastorno de la guerra, idéntico al que padeció el escritor, porque, como él dejó entrever en sus conferencias: todos estaba fuera de… ¡cuánto de su vida diaria!

En sus conferencias Mariano Azuela ofreció una tácita explicación de este trastorno en la que privilegió el aspecto de la veracidad en la representación histórica:

Los sucesos narrados los compuse con el material que recogí en conversaciones con revolucionarios de distintas clases y matices, sobre todo de las pláticas entre ellos mismos, de interés insuperable por su autenticidad y significado. Los [instintos] se dejan adivinar con gran facilidad hasta en los pensamientos más íntimos que quisieran ocultar. Mi cosecha la levanté en los cuarteles, hospitales, restaurantes, fandangos, caminos carreteros, veredas, ferrocarriles y en todas partes. Muchos sucesos están referidos en forma absolutamente distinta de como los [escuché] [1086].

Mariano Azuela calificó los resultados de su participación en la revolución dentro de las facciones referidas con un categórico adjetivo: “fracaso”. Explicó el proceso: las “migajas de quijotismo” que tenía “en el alma” lo hizo responder “a la primera clarinada de Madero”: era “una luz de esperanza”, por eso se comprometió con la jefatura del cantón de Lagos de Moreno, pero en su intimidad aquel bochornoso episodio de la entrega de la jefatura lo valoró así: “Esto me dio la medida cabal del gran fracaso de la revolución. Fue para mí el máximo instante de la desilusión, de irreparables consecuencias. El caciquismo recuperaba sus fueros sorprendido él mismo de la debilidad catastrófica del gobierno maderista” (1070). Su experiencia con los “auténticos revolucionarios” —los villistas— no fue menos decepcionante:

En calidad de médico de tropa tuve ocasiones sobradas para observar desapasionadamente el mundo de la revolución. Muy pronto la primitiva y favorable impresión que tenía de sus hombres se fue desvaneciendo en un cuadro de sombrío desencanto y pesar. El espíritu de amor y sacrificio que alentara con tanto fervor como poca esperanza en el triunfo de los primeros revolucionarios [maderistas] había desaparecido. Las manifestaciones exteriores que me dieron los actuales dueños de la situación [villistas], lo que ante mis ojos se presentó, fue un mundillo de amistades fingidas, envidias, adulaciones, espionaje, intrigas, chismes y perfidia [1080-1081].

Ese “fracaso” en la doble experiencia subyace en la base de una explicación conclusiva que en 1947 hizo el novelista: “Ésta es la razón de que las novelas que escribí en aquellos meses de amargura nacieran, crecieran y se acabaran, impregnadas de cierta mordacidad punzante” (1089).14

4. En el volumen II de las Obras completas, de 1958, de Mariano Azuela, en su calidad de editor Alí Chumacero recogió el cuento “El caso López Romero”, que había permanecido inédito dentro de los archivos del novelista; lleva la fecha de “abril de 1916”. El cuento consiste en el aparente diario clínico de un supuesto doctor que registra notas sueltas de los pacientes a los que da consulta; entre ellos hay un borrachín que, entre sus alucinaciones de alcohólico y su conversación con el doctor, hace unas desordenadas valoraciones de su realidad inmediata, la revolución, algunos de sus hechos y personajes; esto está en las notas del supuesto diario. En todos esos fragmentos destaca una sensación de desilusión; el tono general es de agrio escepticismo —donde no se oculta la crítica—. Por las características formales y anímicas, el cuento posee una sensible carga autobiográfica. Me detendré en dos episodios.

En el ficticio diálogo entre el paciente y el doctor las insidiosas preguntas del borrachín llevan a decir al médico lo siguiente: “Nosotros hemos sido quijotes de una causa hermosa; respondimos a un clamor de Justicia, el más sincero, el más noble, el más humano de toda nuestra generación […]” Un comentario paródico del paciente interrumpe la conversación, que prosigue así:

Pero tú ves —repuse con indignación— la superficie, y lo que está adentro no ves… ¿Qué me importa la caterva de aventureros, de fracasados, de residuos de gobiernos cadáveres, de larvas aspirantes a mariposas, que hoy buscan el resquicio por donde colarse al festín, al macabro festín de la vajilla de oro de Mercurio y de las ánforas de vino exprimido por las manos de Caín? […] No, mi desastre es otro; más grande porque es irreparable, porque es mi desastre. Sí, pensé una florida pradera en el remate de un camino… y me encontré un pantano. Y ése es mi desastre, nuestro irreparable desastre… [II, 1074; subrayados y en mayúsculas en el original].

En el segundo episodio aparentemente será la voz del borrachín la que consigna el médico en su supuesto diario:

Chispeó el cristal al salir de su bolsillo. Y me dijo: “Bebamos”.

Y que Villa, y que Carranza, y que Obregón…

Me exasperó: “¿Villa?… ¿Carranza… ¿Obregón?… X… Y… Z…

Doctor, amo la revolución como el volcán que irrumpe; al volcán porque es volcán y a la revolución porque es revolución. Pero las piedras que quedan arriba o abajo después del cataclismo ¿qué me importan a mí?

Bebimos en silencio [II, 1073].

El segundo de estos segmentos lo recuperó Mariano Azuela tal cual en Los de abajo: fue atribuido a Valderrama en la tercera parte de la novela, la que sensiblemente modificó para la versión de 1920. En cambio, el primero de estos segmentos es una versión modificada de la conversación que sostuvieron los personajes Luis Cervantes y Alberto Solís, en que éste muestra ciertos parecidos con las ideas del propio novelista, como él dejó entrever en el ciclo de conferencias. También en éstas rescató explícitamente una idea expuesta en “El caso López Romero”: su quijotismo lo llevó a responder “a un clamor de Justicia”, pero el resultado fue su propio “desastre”.15

II. LA NOVELA VEROSÍMIL

El arte de la ficción consiste en tejer juntos el mundo de la acción y el de la introspección.

PAUL RICŒUR

En Los de abajo Mariano Azuela ofrece una versión narrativa de aquel presente de 1914 y 1915 que vivía, observaba y registraba en innumerables notas tomadas al paso de las horas y días; naturalmente, aquellos episodios trascendieron, tanto que muy pronto marcaron un antes y un después en la historia de México. Azuela fue testigo y protagonista de ellos por su legítimo interés por conocer de cerca los hechos que ocurrían y a los individuos que los protagonizaban, y por eso aceptó colaborar con el grupo de la facción villista encabezado por el general Julián Medina; estuvo bajo su mando y durante esos escasos siete meses Azuela pudo observar y padecer el ascenso y descenso del villismo, que conoció como gobierno y como ejército. Ambos horizontes los recreó en las novelas Las moscas y Los de abajo, que fue escribiendo día a día.

Antes referí el contexto particular que enmarca la elaboración de esta novela, porque parecía que en ese entonces de 1914 y 1915 la vida ocurría aceleradamente y, al mismo tiempo, que Mariano Azuela la registraba con su natural fugacidad para perpetuarla. Pero esto es relativo, en términos estrictos el reloj avanzaba como siempre, aunque los hechos y sus intensos trastornos provocaban la sensación de precipitación; las experiencias de esos instantes del vertiginoso y efímero presente se expresaban en múltiples y anónimas voces. De hecho, esas frases dichas al paso de las circunstancias estaban condenadas a pasar inadvertidas, tanto como a todos nos pasa inadvertido el tic tac del reloj.

Sin embargo, como novelista, sus oídos y lápiz estaban en atenta y ágil vigilia para consignar esos momentos verbales y esos gestos de la conducta, con toda la intensa provisionalidad de una realidad, la realidad de esos hombres. A vuela pluma, en sus notas sueltas Azuela estaba capturando las palabras y la conducta de aquellos anónimos individuos en esos instantes; además, también añadía la nota de color, la descripción, el comentario personal, y así, al paso de esas notas sueltas, fue acumulando la retacería de las múltiples experiencias y expresiones de esa muchedumbre, la que está en la base de la caracterización de sus protagonistas y sus acciones, pronto y creativamente enmarcadas por un entorno de ficción.

En apariencia, aquella compleja y exacerbada realidad es la misma que registró en sus notas, pero no es idéntica en los hechos novelescos que él elaboró a partir de ellas. Sin embargo, con la novela ocurrió un fenómeno convencional en el ámbito literario: como la historiografía —eso que se escribe sobre el pasado, que llamamos historia y que leemos en libros— pertenece al dominio de la literatura, y no al revés, entre ambas se dio un sutil doble vasallaje: los lectores han trasladado la novela Los de abajo al plano documental y, así, ésta se ha convertido “naturalmente” en un testimonio histórico; es decir, el lector ha privilegiado la representación histórica y minimizado la recreación literaria —con sus connotaciones metafóricas— de esa ficticia historia narrativa. Tan ha sido así, que por décadas se han obviado las cualidades estéticas de la novela a cambio de atribuirle características historiográficas.16

1. Esta paradoja parece tener un origen: la novela tácitamente anuncia su final cuando Demetrio Macías llega a la Convención de Aguascalientes, en octubre-noviembre de 1914; en la víspera se entrevista con el general Natera, quien le pregunta por su intensión de voto; Demetrio responde: “pos ya sabe que nomás me dice [qué hacer] ¡y se acabó el cuento!” Así cierra la segunda parte de la novela; en la tercera se recrea la marcha en plena derrota de Demetrio Macías y su gente hacia el cañón de Juchipila, donde los carrancistas ocupan la parte alta de la serranía, mientras que el ejército de Demetrio Macías la de abajo. Hasta aquí la novela; ahora, si nos atenemos a los libros de texto —y en Los de abajo ni siquiera se alude a esto—: para cuando se da la ficticia entrevista con Natera, en octubre o noviembre de 1914, la novela concluye la segunda parte. En la tercera aparecerá como un lejano y borroso trasfondo la derrota de Villa en Celaya, en abril y mayo de 1915, y la consecuente persecución de los villistas, como Demetrio Macías.17

El problema de la aceptación de Los de abajo tiene que ver con estas características históricas y políticas, tan estrechamente trabadas dentro de la ficción novelesca. Si en 1915 sus cualidades narrativas resultaron excesivamente innovadoras para el común de los lectores, no menos conflictivos fueron los aspectos políticos o ideológicos, porque en la ficción narrativa el imaginario Demetrio Macías y su ejército formaron parte de la facción villista de la revolución; esta facción dio el triunfo a la guerra civil contra Huerta y el ejército federal al resultar derrotados en Zacatecas, en junio de 1915. Después, como indican los libros de texto, vendría la pugna entre las facciones encabezadas por Venustiano Carranza, Pancho Villa y Emiliano Zapata; se buscaría un acuerdo en la Convención de Aguascalientes, que fracasó: Carranza desconoció los acuerdos y así comenzó la lucha entre las facciones revolucionarias, que alcanzaría el punto más alto en Celaya.18

Mariano Azuela resolvió literariamente la complejidad de esta historia en Los de abajo con, por ejemplo: la brevedad de las descripciones de: paisaje, escenas, diálogos, párrafos y hasta oraciones y frases; también en la velocidad de los acontecimientos, todos ellos registrados dentro de una obsesiva secuencia cronológica, y, quizás lo más importante, en la sutil anulación del narrador, que comparte y aún cede su lugar como tal a las voces aparentemente aisladas de sus protagonistas. Si estos ejemplos literarios no son del todo elocuentes, hay uno aún más visible, dramático y desquiciante en la caracterización de los personajes: la dinámica de la acción narrativa y de los acontecimientos tiene dos sentidos: la primera guerra civil a la que se suma Demetrio Macías y sus hombres en pos del enemigo común a vencer: los federales o huertistas, y después la segunda guerra civil, ahora entre facciones revolucionarias hasta la derrota de Villa en Celaya; entonces Demetrio y lo que queda de sus hombres emprenden la huida ante el acoso de sus enemigos, los carrancistas.

2. En la convencional perspectiva histórica de los libros de texto lo más visible dentro del desarrollo de Los de abajo se identifica en el sugerente delineado de los encuadres espacial y temporal donde Azuela ubica la acción de sus personajes; también en la dosificada referencia específica a hechos, lugares y personas reales —pronto adquirirían dimensión histórica— que acentúa el rasgo de verosimilitud. En ambas versiones de la novela se reconoce la geografía, cuyo centro son las minúsculas poblaciones en las citadas serranías y llanuras, más los significativos desplazamientos físicos de la tropa de Demetrio Macías a las ciudades capitales de Zacatecas y Aguascalientes que están en la novela, más la invocación de otros lugares y la derrota de Villa en Celaya, todos ellos escenarios que se volvieron emblemáticos y adquirieron el valor de históricos por los sendos episodios ahí ocurridos.