Los hijos secretos del jeque - Lynne Graham - E-Book
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Los hijos secretos del jeque E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

¿Podrá ella olvidar el doloroso pasado y reconocerlo como su marido en todos los sentidos? La obligación del rey de Marwan era casarse con una esposa adecuada, pero antes tendría que conseguir el divorcio de la mujer que lo había traicionado. ¿Localizar a su mujer? Fácil. ¿Manejar la intensa pasión que hubo entre ellos? Posible. ¿Descubrir que tenía dos hijos? Imposible. Desolada cuando su hermoso príncipe la abandonó, los mellizos de Chrissie Whitaker eran el único bálsamo para su corazón. Jaul no se detendría ante nada para reclamar a los niños como sus herederos legítimos…

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Lynne Graham

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Los hijos secretos del jeque, n.º 2411 - septiembre 2015

Título original: The Sheikh’s Secret Babies

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6786-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

EL REY Jaul, quien recientemente había accedido al trono de Marwan tras la muerte de su padre, Lut, miró el patio rodeado de palmeras tras la ventana de su despacho. Una preciosa morena, Zaliha, jugaba a la pelota con sus sobrinos. Educada, elegante y encantadora, además de pertenecer a una buena familia, Zaliha sería una reina fabulosa. Entonces, ¿por qué no había sacado el tema aún?, se preguntó a sí mismo.

Marwan era un país del Golfo Pérsico, pequeño, pero rico en petróleo y muy conservador. Nadie esperaba que un rey soltero siguiera siéndolo durante mucho tiempo y no era ningún secreto que los miembros del gobierno estaban deseando que encontrase una esposa. Una dinastía real no estaba segura hasta que existía un heredero y Jaul era hijo único de un hombre que también lo había sido.

En los periódicos especulaban constantemente sobre el asunto. No podía ser visto charlando con una mujer joven sin despertar rumores.

Jaul apretó su boca de labios sensuales, embargado por los incómodos recuerdos del joven salvaje y ardiente que había sido una vez. Si era sincero consigo mismo, conocía la razón de su indecisión. Y sabía que, por hermosa que fuese Zaliha, no había ninguna atracción entre ellos. Pero ¿no debería ser eso lo que buscase? ¿Un matrimonio diferente a la fiera atracción que una vez había provocado el desastre?

Un golpecito en la puerta anunció la llegada de Bandar, el consejero legal más antiguo de la familia real.

–Mis disculpas por llegar temprano –el hombre, calvo y de baja estatura, hizo una solemne reverencia.

Jaul lo invitó a sentarse y se apoyó en el escritorio, a la espera de una larga discusión sobre alguna oscura ley constitucional que fascinaría a Bandar mucho más que a él.

–Este es un asunto muy delicado –empezó a decir el hombre, incómodo–. Pero es mi deber hablarle del tema.

Preguntándose a qué diantres se refería, Jaul frunció el ceño.

–No hay nada que no podamos discutir...

–Sin embargo, este es un tema del que hablé por primera vez hace dieciocho meses con mi predecesor, Yusuf, y él me pidió que no volviese a mencionarlo por temor a que usted se sintiera ofendido –dijo Bandar, inquieto–. Si ese fuera el caso, por favor, acepte mis disculpas por adelantado.

Yusuf había sido el consejero de su padre y se había retirado tras su muerte, dejando que Bandar ocupase su puesto.

Jaul frunció sus oscuras cejas con una mezcla de curiosidad y aburrimiento mientras se preguntaba qué oscuro secreto de su padre estaba a punto de descubrir. ¿Qué otra cosa podía inquietar tanto a Bandar?

–Yo no me ofendo fácilmente y su obligación es protegerme en todo lo referente a asuntos legales –respondió–. Naturalmente, respeto esa responsabilidad.

–Muy bien –murmuró Bandar–. Hace dos años, se casó usted con una joven inglesa y, aunque ese es un hecho conocido por muy poca gente, ha llegado el momento de afrontar esa situación de manera apropiada.

Hacía falta mucho para silenciar a Jaul, cuya naturaleza testaruda y apasionada era bien conocida en los círculos de palacio, pero esa frase lo dejó helado.

–Pero, en realidad, no hubo tal matrimonio –replicó–. Me dijeron que la ceremonia había sido ilegal porque no había obtenido el permiso de mi padre.

–Me temo que su padre se dejó engañar en ese aspecto. Él deseaba que el matrimonio fuese ilegal y Yusuf no tuvo valor para decirle la verdad.

Jaul había perdido el color en la cara, sus ojos, enmarcados por largas pestañas negras, expresaron su sorpresa ante tal revelación.

–Entonces, ¿el matrimonio es legal? –preguntó, incrédulo.

–No hay nada en nuestra Constitución que prohíba a un príncipe coronado contraer matrimonio con la mujer que desee. Entonces tenía usted veintiséis años, era muy joven, pero ese matrimonio fue y sigue siendo legal porque no ha hecho nada para romperlo.

Los anchos hombros de repente se pusieron rígidos bajo la larga túnica de color crema, Jaul frunció el ceño, intentando calcular las enormes consecuencias de tal descubrimiento. Seguía siendo un hombre casado y, como solo había vivido con su esposa durante unas semanas antes de separarse de ella, lo que Bandar estaba diciendo lo dejaba estupefacto.

–No hice nada para solucionar la situación porque se me dijo que el matrimonio era ilegal y, por lo tanto, nulo.

–Desgraciadamente, no es el caso –Bandar suspiró–. Para liberarse de ese matrimonio debe divorciarse bajo la ley británica y las leyes de Marwan.

Jaul se dirigió a la ventana tras la que Zaliha seguía entreteniendo a sus sobrinos, pero ya no se fijaba en ella.

–No sabía nada. Debería haber sido informado hace meses...

–Como he dicho, Yusuf era mi superior y no me permitía sacar el tema...

–Han pasado tres meses desde la muerte de mi padre –lo interrumpió Jaul.

–Tenía que comprobar todos los datos antes de hablar con usted y he descubierto que, a pesar de la separación, su esposa tampoco ha pedido el divorcio...

Jaul se quedó inmóvil y sus hermosas facciones se tensaron.

–Por favor, no se refiera a ella como mi esposa –murmuró.

–¿Debo referirme a la señora en cuestión como la reina? –sugirió Bandar, con muy poco tacto–. Porque, lo sepa Chrissie Whitaker o no, lo es. La mujer del rey de Marwan siempre tiene el estatus de reina.

Jaul apretó los puños, intentando contener su ira. Dos años antes había cometido un grave error, que había vuelto para perseguirlo de la peor manera posible y en el peor de los momentos. Se había casado con una buscavidas que lo había abandonado a la primera oportunidad a cambio de dinero.

–Naturalmente, respeto que su padre no aprobase a la joven entonces, pero tal vez ahora...

–No, mi padre tenía razón. Ella no era mi mujer ni mi reina –reconoció Jaul, un ligero rubor destacó los espectaculares pómulos mientras admitía algo que hería su amor propio–. Yo era un hijo rebelde, Bandar, pero aprendí la lección.

–Las lecciones de la juventud a menudo son duras –comentó el hombre, aliviado al ver que el joven rey no era como su padre, que se enfurecía cuando alguien le decía algo que no quería escuchar.

Jaul apenas prestaba atención al consejero. De hecho, estaba siendo bombardeado por inquietantes recuerdos que escapaban del rincón de su cerebro donde los había guardado. Podía ver a Chrissie alejándose de él, con la brisa moviendo su glorioso pelo rubio platino y sus largas y torneadas piernas tan gráciles como las de una gacela.

Pero era inalcanzable, recordó con frío cinismo. Desde el principio, Chrissie se había hecho la dura, en un inteligente y astuto juego de seducción. De sangre caliente y nada acostumbrado a que una mujer lo rechazase, su indiferencia había sido un reto. Había tardado dos años en conseguirla y solo se rindió cuando le entregó un anillo de compromiso.

Lógicamente, durante ese largo período de celibato y frustración, Chrissie Whitaker se había convertido en una obsesión para él.

El escarmiento por esa debilidad tardó poco en llegar. Habían tenido una pelea cuando volvió a Marwan sin ella y no había vuelto a verla desde ese día. En ese momento, y tal vez afortunadamente para él, el destino había intervenido para liberarlo de esa obsesión. Después de un grave accidente, Jaul se había despertado en una cama de hospital, con su padre sentado a su lado con una expresión cargada de dolor.

Antes de darle la mala noticia, el rey Lut había apretado su mano en un torpe gesto de consuelo. Chrissie, le había dicho su padre, no iría a visitarlo al hospital. Su matrimonio era ilegal y ella había aceptado dinero para olvidar que Jaul había formado parte de su vida alguna vez. Había comprado su silencio y discreción con una gran suma de dinero que, evidentemente, le compensaba por la pérdida de un marido y aseguraba su futuro.

Durante un segundo, Jaul recordó una de las más absurdas fantasías que había tenido mientras yacía en la cama del hospital. Sabiendo de su inmunidad diplomática en Gran Bretaña, había soñado con secuestrar a Chrissie.

Jaul sacudió su orgullosa cabeza, asombrado de los trucos que le había jugado la mente mientras intentaba aceptar que, no solo su mujer no era su mujer, sino que había recibido una generosa compensación económica porque ya no quería serlo. Chrissie estaba encantada de dejar al príncipe árabe una vez que había conseguido hacerse rica gracias a él. Solo la furia, la amargura y el deseo de venganza lo habían empujado a recuperarse y salir del hospital.

–Necesito saber cómo quiere que lleve este asunto –dijo Bandar, devolviéndolo al presente–. Con la ayuda de nuestro embajador en Londres he contratado los servicios de un conocido bufete para que redacten los documentos del divorcio y me han asegurado que, después de tan larga separación, será una mera formalidad. ¿Puedo pedirles que se pongan en contacto con Chrissie Whitaker de inmediato?

–No... –Jaul se dio la vuelta, con sus bronceadas facciones tensas y airadas–. Si ella no sabe que seguimos siendo marido y mujer no quiero que sea un extraño quien le dé esa información. Es responsabilidad mía.

Bandar frunció el ceño, sorprendido.

–Pero, señor...

–Le debo eso al menos. Después de todo, fue mi padre quien la engañó sobre la legalidad de nuestro matrimonio. Chrissie tiene mucho carácter y creo que hablar con ella personalmente será la mejor manera de solucionar este asunto rápidamente. Yo mismo le entregaré los documentos del divorcio.

–Entiendo –dijo Bandar–. Un encuentro diplomático y discreto.

–Como usted mismo ha dicho –asintió Jaul, maravillándose ante el estremecimiento de emoción que experimentó al pensar en Chrissie. Un estremecimiento nada diplomático o discreto, pero ninguna mujer lo había excitado como ella ni antes ni después. Por supuesto, sabiendo lo mercenaria y testaruda que era, esa atracción estaría ausente, se dijo, convencido. Él era un hombre inteligente y ya no estaba a merced de sus hormonas.

Había controlado esa parte de su naturaleza en cuanto entendió cómo podía traicionarlo su libido. Había aprendido una lección con Chrissie, una lección que nunca olvidaría: jamás volvería a entregarle el corazón a una mujer.

Su sensual boca se curvó en un gesto de desdén al pensar que, para conseguir el divorcio, tendría que tratar con Chrissie Whitaker de manera civilizada. No había nada ni remotamente civilizado en lo que Chrissie lo hacía sentir... siempre había sido así.

Cargada de regalos y tarjetas, Chrissie salió por la puerta principal del colegio en el que era profesora de educación primaria y se dirigió a su coche.

–Espera, deja que te eche una mano –un hombre alto y atlético de pelo castaño llegó a su lado y le quitó algunos regalos de los brazos para que pudiese abrir el coche–. Madre mía, veo que eres muy popular entre tus alumnos.

–¿Tú no has recibido un montón de cosas? –le preguntó Chrissie.

Danny también era profesor del colegio y estaba a cargo de la sección de actividades.

–Botellas de vino y colonias de diseño –respondió él, burlón, abriendo el maletero del coche–. Trabajando con la clase alta de Londres el último día de colegio es como ganar un concurso.

Chrissie sonrió, el sol iluminaba sus hermosas facciones, sus ojos de color turquesa brillaban.

–Esto de los regalos se les ha ido de las manos –asintió–. Los padres se gastan demasiado dinero.

Danny cerró el maletero y se apoyó en el coche.

–Bueno, ¿qué planes tienes para el verano?

–Iré a casa de mi hermana y seguramente viajaré un poco –respondió ella, incómoda.

–¿La hermana que se casó con el italiano rico?

–Solo tengo una hermana –respondió Chrissie, sacudiendo las llaves con la esperanza de que entendiese la indirecta.

Danny frunció el ceño.

–Solo se vive una vez, Chrissie. ¿Nunca te apetece olvidarte de tu familia y hacer algo atrevido?

Ella hizo una mueca. Dos años antes había hecho algo atrevido y al final resultó ser un desastre. A partir de entonces iba a lo seguro, se portaba de manera sensata y hacía todo lo posible para reparar la relación con su hermana, con quien no se había portado tan bien como debería. Adoraba a Lizzie, que tenía cinco años más que ella, y, cuando todo en su vida se había hundido, la convicción de Lizzie de que ella era la responsable de las malas decisiones de su hermana pequeña la había llenado de remordimientos; unos remordimientos que aún no había conseguido quitarse de encima.

–Lizzie solo quiere verte feliz –le había dicho su cuñado, Cesare, una vez–. Si confiases en ella y le contases toda la historia se sentiría mejor.

Pero Chrissie nunca le había contado a nadie toda la historia del desastre. Había sido una decisión estúpida y miope y por la que aún seguía pagando. Era horrible vivir recordando pasados errores, pero sería peor si tuviese que contar la verdad a otros y ver cómo su opinión sobre ella caía en picado.

–Por supuesto, yo estaré en Cornualles –le recordó Danny, como si ella no lo supiera. Todo el mundo en el colegio había oído hablar de sus planes de hacer surf.

–Espero que lo pases bien –dijo Chrissie, abriendo la puerta del coche.

Danny la tomó por la muñeca, mirándola a los ojos.

–Lo pasaría mejor si tú fueras conmigo. Como amigos, nada más. La última oportunidad, Chrissie. ¿Por qué no vives un poco? Venga, suéltate el pelo.

Intentando disimular su irritación, ella liberó su mano.

–Como te he dicho, tengo otros planes.

–Algún hombre te ha hecho mucho daño, ¿verdad? –le preguntó Danny, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón–. Pero no todos somos iguales. Si quieres vivir, tienes que arriesgarte un poco.

Respirando profundamente, Chrissie subió al coche y cerró la puerta. Ella había querido algo completamente diferente a lo que era su vida en aquel momento. Había soñado con ascender en el rango académico y conseguir un doctorado, con la libertad que eso le daría.

Pero la vida, había descubierto Chrissie, tenía la costumbre de apuñalarte por la espalda cuando menos lo esperabas, de forzarte a dar la vuelta cuando estabas a punto de conseguir lo que querías. En aquel momento no estaba en condiciones de hacer nada porque tenía unas responsabilidades que restringían su libertad y su independencia. Y lo más vergonzoso era que no podía vivir sin aprovecharse de la generosidad de su hermana. Sin embargo, todo podría haber sido muy diferente si hubiese tomado las decisiones acertadas...

Mucho antes de conocer a Jaul, Lizzie y Chrissie habían heredado una diminuta isla griega de su difunta madre, y el marido de Lizzie, Cesare, había comprado Lionos por una pequeña fortuna. La venta de la isla había tenido lugar antes de que los mellizos fuesen concebidos, de modo que Chrissie había optado por poner la mayoría de sus acciones en un fideicomiso al que no tendría acceso hasta que cumpliese veinticinco años. En ese momento le pareció la mejor idea porque era una suma enorme y temía haber heredado la costumbre de su madre de gastar a manos llenas. Francesca Whitaker había sido extravagante e irresponsable con el dinero y Chrissie había querido conservarlo para lo que pensaba sería un tiempo más tranquilo y sensato de su vida.

Y allí estaba, con veinticuatro años y sin poder acceder a ese dinero que la haría económicamente independiente. Tenía que compartir la niñera de su hermana, Sally, para que cuidase de sus hijos porque pagar a una niñera con su salario de profesora sustituta habría sido imposible.

Por otro lado, y siguiendo el consejo de Cesare, había tomado una buena decisión cuando compró un apartamento de dos dormitorios antes de guardar el resto del dinero. Además del apartamento había comprado un coche y contribuía en parte al salario de Sally. Por supuesto, según Lizzie, Chrissie le hacía un favor manteniendo a Sally empleada mientras ellos estaban fuera del país.

Cuando su hermana, su cuñado y sus sobrinos iban a Londres en una de sus frecuentes visitas, Chrissie se alojaba en su casa hasta que volvían a irse porque, de ese modo, era más conveniente para todos.

Cargada con las bolsas, Chrissie abrió la puerta de su apartamento, en el primer piso de un edificio de tres plantas, y Sally apareció en la puerta de la cocina con una sonrisa en los labios.

–¿Una taza de té? –sugirió la joven.

–Sí, gracias. ¿Esta noche no sales? –le preguntó Chrissie.

Sally tenía una sana vida social y, en general, en cuanto ella llegaba se iba corriendo a casa de Lizzie para cambiarse de ropa.

–No, esta noche no... mi cuenta está en números rojos –bromeó la joven.

Chrissie dejó las bolsas en el suelo para entrar en el salón, donde dos niños jugaban con bloques de plástico sobre la alfombra. Los dos tenían el pelo negro rizado y unos ojos tan oscuros que parecían negros. Tarif soltó el bloque con el que estaba jugando y empezó a dar gritos de alegría mientras gateaba hacia ella. Soraya, que no era tan enérgica como su hermano, levantó los bracitos.

–Hola, cariños míos –Chrissie sonrió mientras se ponía de rodillas para abrazarlos.

–Ma-mi –dijo Soraya con expresión solemne, poniendo una manita en su cara.

Tarif tiró de su pelo mientras le daba un sonoro beso en la mejilla y, por un momento, Chrissie olvidó todas las preocupaciones del día. Sus mellizos le habían robado el corazón desde el primer momento. Le había preocupado tanto no saber cuidar de dos niños... pero Lizzie le había enseñado lo más básico.

–Te las arreglarás, todas lo hacemos –le había asegurado su hermana.

Nadie le había advertido que cuando mirase a sus hijos se sentiría abrumada de amor. Mientras estaba embarazada pensaba en ellos como los hijos de Jaul, resentida por la situación en la que él la había dejado. No se sentía preparada para ser madre, pero cuando nacieron los mellizos lo único que le importaba era que estuvieran sanos y felices.

–Los he llevado al parque esta tarde. Tarif ha tenido una pataleta cuando lo saqué del columpio –le contó Sally–. Se enfadó tanto que tuve que meterlo en el cochecito. La verdad es que me sorprendió.

–Cuando está de mal humor puede ser imposible –reconoció Chrissie–. Pero, cuando se enfada, Soraya es igual. Les gusta ponernos a prueba para ver hasta dónde pueden llegar.

«Como su padre», pensó Chrissie. Una imagen de Jaul apareció en su cabeza: el pelo largo, negro, los ojos oscuros, brillantes. Tan ardiente en la cama, ardiente en todos los sentidos, pensó, sintiendo un estremecimiento de prohibido deseo. Pero Jaul también era increíblemente cabezota, impulsivo e imprevisible.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó Sally–. Perdona, es que te has puesto pálida de repente.

–Estoy bien –respondió Chrissie, colorada hasta la raíz del pelo mientras entraba en la cocina para hacer el té.

A veces, el pasado se apoderaba de ella sin previo aviso. Una palabra, un olor familiar o una nota musical podían romperle el corazón en un segundo, dejándola sin sitio donde esconderse del dolor. Si no hubiese amado a Jaul lo habría olvidado fácilmente, pero se alegraba de haberlo amado por los niños, aunque su amor no hubiese durado, aunque él la hubiese utilizado, mentido y seguramente engañado también.

El dinero que su padre le había ofrecido fue la gota que colmó el vaso, diciéndole todo lo que necesitaba saber sobre el canalla de Jaul, que le había mentido al decir que no se separarían nunca.

Jaul pensaba que el dinero era la solución para todos los problemas y que podía curar corazones rotos por arte de magia. Su inmensa fortuna lo ayudaba a escapar de cualquier complicación. «Juntos para siempre» solo había durado hasta que se cansó de ella. Desgraciadamente, a Chrissie no se le había ocurrido que algún día sería una complicación de la que querría librarse.

–La gente espera que sea generoso –le había dicho una vez.

–Que tengas dinero no significa que debas tirarlo –había replicado ella–. Eso es extravagante y parece que presumes de ser rico.

Jaul la había mirado como si tuviera dos cabezas.

–No estoy presumiendo de nada.

Por supuesto, no tenía que hacerlo para llamar la atención. Jaul era increíblemente atractivo y su aspecto físico garantizaba que todas las mujeres volviesen la cabeza. Y, si no era por su aspecto, su llamativo deportivo, la corte de guardaespaldas y su lujoso estilo de vida impresionaban a todo el mundo.

–He metido sus juguetes favoritos en mi coche –dijo Sally–. Una cosa menos de la que preocuparte cuando tengas que hacer las maletas mañana.

–Gracias, pero voy tan a menudo a casa de mi hermana que podría hacer las maletas con los ojos cerrados –Chrissie intentó cerrar la puerta a los recuerdos que la asaltaban–. Estoy deseando ver a Lizzie y a mis sobrinos.

–Max y Giana se quedarán encantados con los niños ahora que son más activos.

–Giana se llevará un disgusto cuando vea que ya no están todo el día en la cuna –Chrissie se rio pensando en la mandona hija de su hermana, que trataba a Tarif y Soraya como si fueran muñecos–. O cuando empiecen a quitarle sus juguetes.

Cuando Sally se marchó, Chrissie dio de comer a los niños y los bañó antes de meterlos en la cuna. Mientras les leía un cuento se preguntaba si tendría trabajo cuando terminase el verano. Estaba cubriendo el puesto de otra profesora de baja por maternidad y los contratos fijos eran difíciles de conseguir. Con esa preocupación en mente, se fue a la cama e intentó conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, mientras los niños dormían, Chrissie ordenó un poco la casa. Estaba haciendo la maleta, en camiseta y pantalón corto, cuando sonó el timbre.

La curiosidad había llevado a Jaul directamente desde el aeropuerto a la dirección que Bandar le había dado. Chrissie vivía en una zona residencial, pensó, esbozando una sonrisa irónica. Él no pagaba una pensión a su esposa, pero el dinero que le había dado su padre dejaba claro que no estaba muriéndose de hambre. Aunque él no querría que se muriese de hambre, pensó, incómodo por tan vengativo pensamiento y por las crudas reacciones que despertaba en él.

Dos años antes, mientras estaba en el hospital, cuando pensaba en Chrissie saliendo con otros hombres se ponía furioso. Pero ese tiempo había pasado, se dijo a sí mismo. Lo único que quería era poner fin a un absurdo matrimonio que nunca debería haber tenido lugar.

Chrissie echó un vistazo por la mirilla y frunció el ceño. Había un hombre alto y moreno al otro lado, de espaldas a la puerta, de modo que no podía ver su cara. Poniendo la cadena de seguridad, entreabrió la puerta.

–¿Sí?

–Soy Jaul.

«¿Jaul?».

Incrédula, Chrissie asomó la cabeza por la estrecha abertura y vio una piel oscura, un duro mentón masculino y unos ojos negros, impacientes, rodeados por unas pestañas tan largas como para inspirar resentimiento.

Inolvidable... Jaul era inolvidable y al verlo después de dos años se le puso el corazón en la garganta. Por instinto, cerró la puerta y se apoyó en ella intentando respirar.

No podía ser.