Los pasos del romance - Kat Cantrell - E-Book
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Los pasos del romance E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

Aquel viaje estaba tomando una dirección desconocida Un giro equivocado en una autopista de Texas y el guapísimo director de cine Kristian Demetrious olvidó su primera regla: no involucrarse. La preciosa y divertida VJ Lewis necesitaba que la llevase a Dallas y él estaba más que dispuesto a hacerle ese favor. Sin embargo, su carrera dependía de llegar allí sin haberse dejado llevar por la pasión que VJ encendía en él. Ella insistía en pensar que bajo el frío exterior de Kris se escondía el corazón de un héroe y estaba dispuesta a demostrarlo explicándole paso a paso en qué consistía el amor.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Katrina Williams. Todos los derechos reservados.

LOS PASOS DEL ROMANCE, N.º 1943 - octubre 2013

Título original: The Things She Says

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3831-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Lo único peor que estar perdido era estar perdido en Texas. En el mes de agosto.

Kris Demetrious se echó hacia atrás en el asiento del Ferrari amarillo prestado. No tenía GPS. El paisaje estaba rodeado de montañas por todas direcciones, pero al contrario que en Los Ángeles, en ninguna de ellas había mansiones, ni carteles como el de Hollywood, ni ninguna pista de si iba en buena o mala dirección.

Él nunca se perdía en el set de rodaje. Que le dieran un puesto alejado tras la cámara y si la escena no salía, empezar otra vez era tan sencillo como gritar: ¡corten!

¿Qué lo había poseído para ir a Dallas en coche en lugar de en avión?

Una táctica de retraso.

Morir en el desierto no estaba en su lista de cosas que hacer, pero sí evitar su destino. Prefería seguir perdido porque en cuanto llegase a Dallas tendría que anunciar su compromiso con la novia de América, Kyla Monroe.

Kris guardó el móvil en el bolsillo, guiñando los ojos para evitar el sol inmisericorde, más insoportable porque iba vestido de negro. El calor convertía el horizonte en un borrón... pero justo en ese momento le pareció ver una nube de polvo a lo lejos. Unos segundos después, un camión naranja apareció en medio de la nube y se detuvo en el arcén, tras el Ferrari.

Kris cerró los ojos para evitar la arena que levantaban los enormes neumáticos y, apartándose el pelo de la cara, fue a saludar a su salvador.

Si se hubiera quedado sin gasolina podría haber estado allí durante días, luchando contra los buitres, porque estaba totalmente perdido. El conductor del camión había llegado en el mejor momento y, con un poco de suerte, podría indicarle cómo volver a la autopista.

La puerta del camión se abrió y el sol iluminó el letrero: »Taller Big Bobby desde 1956».

Kris vio unas botas llenas de polvo de las que emergía una pequeña figura. Una chica. Una chica jovencísima.

–¿Algún problema, jefe? –lo saludó.

Su acento de Texas era tan profundo como la nube de polvo, pero tenía una voz musical. Y cuando se quitó las gafas de sol el mundo pareció detenerse un momento.

El calor, la falta de señalizaciones y los problemas que lo esperaban en Dallas desaparecieron al ver unos ojos de color azul claro en un rostro ovalado, enmarcado por una masa de rizos color canela sobre unas mejillas de porcelana. Un rostro poco corriente, sin una gota de maquillaje, que merecía una segunda mirada. Y una tercera. Ni siquiera necesitaría iluminarla para conseguir un buen plano. Era fresca, inocente y absolutamente preciosa. Como un girasol. Le gustaría filmarla...

Kris cerró la boca y se aclaró la garganta.

–Alguno, sí.

–¿Eres hispano?

–Griego.

Kris no solía ser tan seco. Además, se sentía tan estadounidense que había olvidado por completo sus raíces griegas. ¿Por qué había dicho eso? ¿Y cómo una persona tan pequeña podía provocarle un cortocircuito en el cerebro en menos de treinta segundos?

–Vaya, con acento sexy y todo. Di otra cosa –le pidió ella–. Dime que tu vida no tiene sentido sin mí y que darías una fortuna por hacerme tuya.

Kris la miró, boquiabierto.

–¿En serio?

Ella rio, un sonido puro que pareció tocarlo por dentro. Tenía una gracia especial que irradiaba como un perfume.

Se portaba con una seguridad increíble para ser poco más que una adolescente. Debía tener veintipocos años. ¿Y de dónde sacaba esa confianza una chica de un sitio en medio de ninguna parte? Él podría ser el nuevo Charles Manson en lugar del nuevo Scorsese.

–No vemos muchos extranjeros por aquí y no me importa echar un vistazo. Bueno, quiero decir, echarle un vistazo al coche.

¿Al coche? Entonces debía ser mecánica en el taller de Big Bobby. Interesante. La mayoría de las mujeres que él conocía necesitaban ayuda para encontrar el tanque de la gasolina.

–Al coche no le pasa nada, es que me he perdido –le aclaró él mientras su imaginación se perdía en lo de «echarle un vistazo».

Las mujeres le hacían proposiciones todo el tiempo, pero sin ninguna sutileza; algo que no le gustaba y que solía rechazar. No tenía interés en relaciones sentimentales a menos que fueran de ficción; parte de su visión para llevar una historia a la pantalla.

Pero aquella mujer había conseguido sacarlo de detrás de la cámara con un par de frases. Era sorprendente.

Todo lo que salía de su boca era una velada insinuación, y eso, combinado con un rostro tan fresco y una sonrisa tan fabulosa, era una novedad.

Kris se acercó un poco más, lo suficiente como para oler su pelo. Olía a coco y grasa de motor, una combinación que no debería excitarlo en absoluto. Lo mismo que la camiseta ancha con el emblema de la universidad cristiana de Texas y unos vaqueros viejos que, en ella, parecían prendas de alta costura.

La llamó con el dedo y ella dio un paso adelante.

–Ahora mismo, solo quiero una cosa de ti –le dijo.

–¿Qué quieres que haga? –la joven se humedeció los labios con la punta de la lengua y Kris tuvo que tragar saliva.

Lo que había empezado como un divertido flirteo empezaba a entrar en terreno peligroso. Kris anhelaba besar a aquel espejismo del desierto, probar esos labios rosados.

Besar a extrañas no era su estilo y, de repente, lamentaba que así fuera.

–Decirme dónde estoy.

–¿Te has perdido, eh? –ella lo miró de arriba abajo–. Entonces, es una suerte que yo te haya encontrado. Estás en la carretera de Little Crooked Creek, también conocida como en medio de ninguna parte. Antes había un arroyo por aquí...

–¿Un arroyo en medio de este desierto?

Agua fría, un sitio perfecto para nadar desnudos...

No, nada de extrañas desnudas. ¿Qué le pasaba?

–No –la joven arrugó la nariz de una forma encantadora–. Se secó el siglo pasado y nadie tuvo imaginación suficiente para cambiar el nombre al pueblo o la carretera.

–¿Y siempre hace tanto calor?

En realidad, había dejado de importarle la camisa empapada de sudor; la necesidad de seguir hablando con ella era imperiosa.

–No, qué va. Normalmente hace más calor, por eso aquí nadie viste de negro –respondió ella, con una mirada más ardiente que el asfalto–. Aunque a ti te queda bien. ¿Qué haces tan lejos de la autopista?

–Ojalá la historia fuese más interesante que un giro equivocado, pero no lo es –Kris sonrió, tal vez porque ya no lamentaba tanto haberse equivocado–. Tomé la salida de El Paso pensando que iba en dirección correcta hacia Dallas, pero aquí estoy.

–Perdido en esta carretera al sur de Río Grande, donde no hay río ni es grande. No puedo recomendarla como destino de vacaciones, así que deberías volver a Van Horn y tomar la diez en dirección Este.

–Van Horn. Recuerdo vagamente haber pasado por allí.

–No hay mucho que recordar. El pueblo no ha cambiado en años. Por cierto, tengo que irme. El repuesto que llevo no se va a instalar por arte de magia en la camioneta de Gus –la joven suspiró, señalando por encima del hombro–. Van Horn está por ahí. Buena suerte y cuidado con la policía de tráfico. Viven para poner multas a los deportivos.

–Muy bien.

–También podrías seguir recto un par de kilómetros y tomar el primer giro a la derecha. Así llegarás al centro de Little Crooked Creek y al mejor pollo frito de la zona.

Kris aún no se había saciado de la armonía de su voz. Aunque tardase un mes en llegar a Dallas seguiría descontento con el trato financiero de Visiones en negro. Kyla seguiría siendo Kyla: infiel, egoísta y artificial, y él tendría que malgastar demasiada energía intentando que no le importase.

Pero, se recordó a sí mismo, merecía la pena. Si quería hacer Visiones tenía que generar publicidad gracias a un falso compromiso con su exnovia, la actriz más querida por las masas y ganadora de un Oscar.

–El pollo frito es mi plato favorito –le dijo. Y estaba muerto de hambre. ¿Qué más daba un poco más de retraso? Después de todo, había ido en coche a Dallas a propósito–. ¿Cómo es Little Crooked Creek?

–El pueblo más triste que tendrás la desgracia de visitar en tu vida –respondió ella–. Y donde yo vivo.

Su dios griego la seguía. V. J. miró por el retrovisor. Sí, el Ferrari amarillo seguía al camión. Dios había dejado caer una fantasía hecha hombre en medio de la carretera, en un sitio donde nunca pasaba nada, y esa maravilla de hombre estaba siguiéndola.

Enloquecida, mareada. Así era como se sentía. Había esperado durante mucho tiempo un caballero de brillante armadura, pero ni en un millón de años hubiera esperado encontrarlo en la carretera. Y, sin embargo, allí estaba, en carne y hueso.

V. J. detuvo el camión frente al único restaurante del pueblo y frunció el ceño al ver una furgoneta blanca. Lenny y Billy ya estaban allí, de modo que debía ser más tarde de lo que había pensado. Sus hermanos nunca se levantaban de la cama hasta las tres y solo porque ella los amenazaba con no darles el desayuno si no movían el trasero.

Con un poco de suerte, aún irían por la primera taza de café y no se fijarían en el extraño que entraba en Pearl’s. Lo último que quería era que el guapísimo extraño tuviera que soportar a los dos chicos más tontos de Texas.

El Ferrari se detuvo a su lado y el dios griego salió de él con innata gracia masculina. Era el hombre más guapo que había visto nunca y era todo suyo. Por el momento.

No se engañaba pensando que un hombre tan sofisticado pudiera quedarse allí, pero no era ningún crimen disfrutar de su belleza hasta que desapareciera de su vida.

V. J. tomó su mochila y se encontró con él en la acera.

–¿Vamos?

–Claro.

Pearl’s estaba casi vacío. El extraño parecía tan fuera de lugar allí que, en unos segundos, todos los ojos estaban clavados en él mientras iban hacia la mesa al lado de la cocina, la que solían reservar para las parejas. V. J. se dejó caer en el banco.

Kris se sentó en el banco y juntó las manos encima de la mesa de formica, con las iniciales LT&SR grabadas en el centro.

Laurie y Steve llevaban casi veinte años casados; una pareja típica del pueblo en contraste con aquel hombre que sin duda frecuentaría bares de sushi y elegantes clubs nocturnos.

¿Cómo se le había ocurrido llevarlo a comer allí?

–Un sitio interesante.

Viejo, oscuro y con olor a grasa rancia sí, pero «interesante» no describía Pearl’s.

–La mejor cocina que encontrarás en muchos kilómetros. La única, de hecho.

Él rio y V. J. buscó algo gracioso que decir para oírlo reír de nuevo. Pero abandonó la idea cuando clavó en ella esos increíbles ojos de color chocolate. Tenía un rostro como esculpido en mármol.

–Me llamo Kris –se presentó, ofreciéndole la mano–. De Los Ángeles.

V. J. se limpió la mano en los vaqueros antes de estrechársela y, de inmediato, sintió una descarga eléctrica.

–Lo siento, electricidad estática. En esta época del año ocurre mucho –murmuró, apartando la mano. ¿Sería demasiado melodramático jurar no volver a lavársela nunca?–. Yo me llamo V. J. Lewis y soy de ninguna parte. Y seguiré siendo de ninguna parte si no me pongo a trabajar ahora mismo. Estoy ahorrando todo lo que puedo para escapar de aquí.

Después de decir eso, se levantó. Odiaba hacerlo, pero eran casi las cuatro.

–¿Te marchas? –Kris inclinó a un lado la cabeza y un mechón de pelo, que le llegaba casi por los hombros, le cayó sobre la frente.

Ella puso las manos a la espalda para no caer en la tentación de tocarlo. Tocar las obras de arte estaba mal.

–Tengo que ponerme el uniforme.

Kris miró a los demás clientes, que los observaban con total descaro.

–¿Trabajas aquí?

Su acento era asombroso. Hablaba en su idioma, el que había usado toda la vida, pero cada sílaba sonaba exótica y especial.

–Pues sí. Cinco días a la semana.

Por el rabillo del ojo vio que sus hermanos se dirigían a la mesa.

–¿Quién es el pringado? –preguntó Lenny.

V. J. le dio un golpe en el hombro.

–Déjalo en paz. Solo está aquí de paso, así que no es una amenaza.

Lenny la empujó a un lado como si no pesara más que una pluma y, antes de que pudiese recuperar el equilibrio, Kris se levantó del banco para colocarse a su lado, fulminando a Lenny y Billy con la mirada. El corazón se le aceleró cuando se colocó frente a ella como un escudo. Nadie en Little Crooked Creek se atrevía a enfrentarse con uno de sus hermanos, y menos con los dos a la vez. Kris era un héroe.

–Kristian Demetrious –se presentó–. ¿Y tú? –le espetó. Ella no necesitaba más para verlo como el caballero andante que había ido a rescatarla.

Pero entonces registró su nombre: Kristian Demetrious...

V. J. parpadeó rápidamente. ¿Kristian Demetrious, el famoso director de cine?

Nadie lo creería. Parecía totalmente diferente en persona. Seguramente pensaba que era una paleta por no haberlo reconocido antes. Tenía que llamar a Pamela Sue de inmediato. Después de comprobar que Lenny y Billy no barrían el suelo con el prometido de Kyla Monroe, claro.

–Son mis hermanos. Les gusta hacerse los duros, pero son inofensivos –le dijo–. Discúlpalos, es que han cerrado los psiquiátricos de la zona –añadió, empujándolos–. Venga, id a tomar otro café. Invito yo. Y calmaos un poquito, el señor Demetrious no ha venido a pelearse con vosotros.

Kristian Demetrious, el prometido de Kyla Monroe. Los hombres como él siempre estaban prometidos con mujeres como Kyla: guapísima, elegante y famosa, con una estantería llena de premios.

Bueno, había sabido desde el principio que aquel dios no estaba a su alcance. Había malinterpretado sus inocentes comentarios, retorciéndolos para convertirlos en algo salido de una novela romántica.

Lenny y Billy se alejaron hacia la barra, mirándolos por encima del hombro.

–Son un poco idiotas, lo siento. Pero gracias por intentar salvarme de todas formas.

Kris se encogió de hombros, apartándose el pelo de la cara con gesto incómodo.

–¿Ahora me llamas señor Demetrious? –bromeó, volviendo a sentarse en el banco–. No me gustan las formalidades. ¿Podemos volver a ser Kris y V. J.?

Su sonrisa era tan contagiosa, tan sorprendente, que V. J. se la devolvió sin darse cuenta.

–No, no podemos. Mi madre me educó para que fuera respetuosa.

–Me gustas más cuando eres irrespetuosa –Kris dejó escapar un suspiro–. Evidentemente, sabes quién soy. Imagino que por Kyla, no porque hayas visto mis películas.

–Lo siento. Leo la revista People, pero tenemos suerte si ponen un par de películas al mes en Van Horn. Para este rincón perdido del mundo, tus películas son demasiado... no sé, sofisticadas.

–Oscuras –dijo él, con gesto decidido, apasionado–. Pero eso va a cambiar y muy pronto.

–Ah, muy bien. Bueno, yo tengo que trabajar.

Y poner cierta distancia antes de empezar a interrogarlo sobre su trabajo, sus planes, sus sueños. Le gustaría oírlo hablar toda la noche, una conversación sofisticada de esas que nunca podía tener con nadie en Little Crooked Creek.

Pero cuando iba a darse la vuelta, Kris la tomó del brazo y el calor de su mano la hizo suspirar.

Qué maravilloso sería tener esa mano, las dos, sobre su cuerpo; acariciándola, desnudándola...

–Cámbiate rápido, estoy muerto de hambre –dijo él, arqueando una ceja.

Antes de saber que estaba prometido, ese era el tipo de comentario que hubiese malinterpretado por una invitación.

–El cliente manda. Vuelvo enseguida.

V. J. se alejó, temiendo que desapareciera si volvía la cabeza para mirarlo.

Pertenecían a mundos diferentes, pensó. Él estaba allí solo por accidente, no para hacer sus sueños realidad.

Kris Demetrious era un hombre comprometido que había aterrizado en medio de Little Crooked Creek por unas horas, pero que pronto desaparecería de su vida.

Capítulo Dos

Kris se apoyó en el respaldo de madera del banco y observó a su espejismo del desierto haciendo media docena de cosas a la vez: metiendo una tarjeta en la anticuada máquina de fichar, hablando con la mujer de la cocina, usando la vieja cabina de teléfono entre una máquina tragaperras y los servicios.

Se movía de una manera tan vibrante... ¿Dónde estaba su cámara cuando la necesitaba? Algo tan hermoso debería ser capturado para la posteridad.

No para nadie más; solo para él. Un secreto egoísta para celebrar algo artístico. Tal vez esa era la clave para el concepto de Visiones en negro, una frustración que llevaba consigo desde hacía semanas.

La luz en el restaurante era muy pobre, pero la llevaría fuera, con el último sol de la tarde en la cara, frente a las montañas. Tal vez le haría una entrevista para capturar ese tono suyo, esa sinceridad, esa naturalidad. Le encantaba esa transparencia.

Había dejado su casa en Los Ángeles antes del amanecer con intención de ir directamente a Dallas, donde se vería con Kyla y Abrams, el inversor, para orquestar una campaña publicitaria que provocase interés en Visiones.

Pero una noche más sin Kyla le parecía maravilloso.

Él solo quería hacer cine, no lidiar con la parte financiera del asunto o la publicidad o la interminable burocracia de Hollywood. Visiones en negro era el vehículo ideal para llevar su carrera a lo más alto, al público le encantaría Kyla en el papel protagonista y su carisma en la pantalla era indiscutible.

Ella era una parte necesaria del paquete, sobre todo porque el productor, Jack Abrams, había insistido, pero Kris estaba de acuerdo en que sería beneficioso para la taquilla.

La necesidad de llevar esa historia a la pantalla era tan fuerte que estaba dispuesto a soportar a su ex y a apartar cualquier otro obstáculo en su camino.

Al día siguiente.

V. J. volvió a su lado con una sonrisa en los labios.

–¿Pollo frito?

–Por supuesto –respondió Kris. Nadie en Los Ángeles comía pollo frito por las calorías, pero el olor había hecho que el estómago lo pidiese a gritos desde que entró en el restaurante–. Y una cerveza.

–Lo siento, pero no puede ser. Estás en el oeste más conservador, ¿que tal un refresco?

–¿No servís alcohol? –Kris miró alrededor. Todos los parroquianos estaban tomando un líquido de color ámbar, té seguramente.

–Me temo que así es –V. J. se inclinó hacia él, moviendo cómicamente las cejas–. Aquí somos todos buenos baptistas. Salvo en privado, claro.

Kris lo entendía muy bien. Él provenía de una familia griega ortodoxa y conservadora... salvo en privado. Diferente nombre, la misma hipocresía.

–Una Coca-Cola entonces.

–Ahora mismo se la traigo, señor.

–Deja de llamarme señor. Y vuelve enseguida a hacerme compañía.

Le gustaba V. J., pero pronto tendría que marcharse. ¿Qué había de malo en guardar en su cabeza todas esas imágenes de ella?

–No puedo, estoy trabajando.